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Relaciones internacionales

versión On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.31 no.63 La Plata jul. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/23142766e156 

Estudios

Los rostros del error: decisiones políticas adoptadas sin criterio estratégico

The faces of error: policy decisions made without strategic criteria

Julio César Spota1  *

1CONICET (UBA-IDES)

Resumen

El presente escrito se fija como propósito principal discutir asuntos contemporáneos de Defensa Nacional argentina a la luz de las complejidades verificadas en el entorno internacional. En atención a la deriva de eventos recientes en materia de adquisición de capacidades militares, el planteo del trabajo consiste en describir la naturaleza del problema que aqueja el proceso de toma de decisión político-estratégico nacional enmarcándolo en los escenarios geopolíticos globales. El texto se estructura de forma secuencial con ánimo de tensionar el perfil de las resoluciones políticas concretas con aspectos formales de la teoría estratégica. Tras una presentación introductoria donde se describe un episodio reciente sobre un proyecto de adquisición en materia de capacidades aéreas, se analizan las posibles repercusiones aparejadas por el cambio súbito en la identidad del proveedor militar internacional que se elige. Luego son abordadas algunas inconsistencias de política exterior como correlato de un esquema estratégico nacional carente de enfoque sistémico. El trabajo recibe clausura en un corolario donde los puntos repasados convergen en una conclusión esbozada con ánimo heurístico.

Palabras clave Estrategia; Defensa Nacional; adquisiciones militares; proceso de toma de decisión; República Argentina

Abstract

The main purpose of this article is to discuss contemporary issues of Argentina's National Defense in light of the complexities verified in the international context. Taking into account recent events related to the acquisition of military capabilities, this work describes the nature of the problem affecting the national political-strategic decision-making, framing it in global geopolitical scenarios. The text is structured sequentially and intends to weave the profile of concrete political decisions with formal aspects of strategic theory. After an introductory presentation describing a recent episode about an aerial capabilities acquisition project, we discuss the possible repercussions of a sudden change in the identity of the chosen international military provider. Then, we address foreign policy inconsistencies as the correlate of a national strategic scheme that lacks a systemic approach. The work closes in a corollary where the points reviewed converge in a conclusion drawn with a heuristic spirit.

Keywords Strategy; National Defense; military acquisitions; decision-making process; Argentine Republic

1. Introducción

En tiempos recientes[1] tomaron estado público noticias sobre proyectos de adquisiciones militares para las FF.AA. argentinas. La novedad consiste en la posible incorporación de capacidades aéreas para reconstruir aptitudes del instrumento militar de la Nación. El estado de avance de las negociaciones aparenta contar con condición desarrollada ya que desde la cartera de Hacienda fue incluida una partida presupuestaria específica a tal efecto. Cláusula crediticia aceptada por el Ministerio de Defensa a fin de contar con la disponibilidad de “hasta USD 664 millones para la adquisición de aviones caza polivalente, para la vigilancia y control del espacio aéreo” (Ámbito Financiero, 2021)[2]. El sentido de la disposición aún permanece en estado genérico pues adolece la falta de precisiones en torno a la identidad de la provisión y del proveedor. En otras palabras, no se sabe exactamente qué, y en consecuencia a quien, le comprará Argentina. Un comunicado emitido desde Defensa fue categórico al respecto: “Este ministerio aclara que no se ha expedido acerca de la compra de aviones supersónicos de ningún origen y se encuentra en la etapa de evaluación técnico-económica y financiera de cinco alternativas” (op. cit.).

Las opciones barajadas muestran la amplitud en la cual este aspecto de la política exterior argentina puede enderezar su tránsito: China, Rusia, EE. UU e Israel. Por cierto existen otras alternativas. Incluso se sopesa la participación de interpósitos actores como instancias mediadoras en el suministro de sistemas de armas con proveniencia tercera o de factura mixta (como en el caso de los JF-17 de producción sino-pakistaní). Sea como fuere, la situación funda un umbral empírico desde donde pensar las complejidades del entorno global respecto de su esfera acaso más sensible: la Seguridad Internacional. Concertar una operación en torno a capacidades militares emite una señal de interpretación unívoca al sistema mundial. De sustanciarse, entre el demandante y el ofertante sucede algo mucho más profundo que el intercambio de metálico por bienes. Ocurre un alineamiento de largo plazo sancionado por el principio de asociación que enlaza a los implicados. Así, incorporar capacidades militares es mucho más que adquirir sistemas de armas. Testimonia una afinidad geopolítica de repercusiones duraderas.

Las implicancias de la tesitura recrean tensiones políticas y contradicciones estratégicas ya experimentadas en 2020 a propósito de un episodio de la misma índole. El año pasado la más alta conducción política nacional tomó ciertas decisiones en materia de Defensa Nacional y, sin solución de continuidad, corrió rumores por circuitos de comunicación oficial y extraoficial. ¿Cuál fue el designio consumado? El entonces ministro de Defensa Nacional argentino Agustín Rossi puso en suspenso las negociaciones iniciadas durante la gestión anterior para la adquisición de material norteamericano: 27 vehículos de transporte de infantería Stryker, ametralladoras y equipos de comunicación con prestaciones duales (Infodefensa, 2021). El monto de la transacción suspendida sine die ascendía a US$ 100 millones. Menos que la sexta parte de lo conversado en 2021 para la Fuerza Aérea (FA). Empero la operación significaba la inversión más importante destinada al Ejército Argentino (EA) desde la guerra de Malvinas (González Lacroix, 2020). La dilación argentina, cuarto intermedio con aspecto de negativa encubierta, tuvo lugar luego de que el gobierno norteamericano aprobase la operación. Con todo lo que ello implica, como veremos en breve.

Enrareciendo aún más el clima bilateral, cuando la reformulación argentina todavía no había terminado de ser procesada por los interlocutores, fuentes del Ministerio de Defensa de la Nación Argentina (MINDEF) anunciaron la intención de estrechar lazos con Beijing. ¿Cómo? Impulsando la compra de material militar chino similar, casi idéntico, a los medios militares norteamericanos declinados desde el MINDEF (Morales, 2020). Antes de proseguir con el despliegue del razonamiento sobre los perjuicios provocados por el cambio súbito e inconsulto de un entendimiento con gran estado de avance con la primera potencia mundial, conviene detenernos en un punto que fuera deslizado en el párrafo precedente. Quien conozca los escaños más básicos de la burocracia norteamericana inferirá el número de instancias de evaluación que recorre una decisión tan relevante como proveer capacidades militares antes de ser finalmente aprobada o reprobada. A modo esquemático y sólo planteando un esbozo con espíritu didáctico, cabe señalar que en el proceso decisorio intervienen la Secretaría de Estado como cabeza de las relaciones internacionales norteamericanas, la CIA en cuanto principal agencia de inteligencia exterior del país, el Pentágono como repartición política de la Defensa Nacional y varias comisiones parlamentarias (Infodefensa, 2020).

Cuando EE.UU. ofrece una devolución atinente a suministros del tipo aquí discutido, o sea cuando finalmente dice “sí” o “no”, la anuencia o negativa conferida al interrogante “¿le vendemos X capacidad al estado Y?” transitó un sinfín de carteras, oficinas y despachos donde la cuestión fue inquirida desde todos los ángulos imaginables. En atención a lo dicho, algo autoevidente desde el prisma de pensamiento estratégico internacional pero que en Argentina parece constituir una revelación, el súbito retiro de interés argentino luego del prolongado procesamiento del tema en el sistema político norteamericano representa un desdén a muchos niveles. Desdén que perdurará por largo tiempo en la “memoria institucional”. La denominación entrecomillada tipifica una compilación de eventos memorables, fastos y nefastos por igual, acopiados en el imaginario político de las grandes potencias. Abasto mnemónico donde, por sólo nombrar un caso relativo a EE.UU., todavía palpita la jornada de 2011 donde brilló el alicate del entonces canciller Héctor Timerman. La mención alude a la decisión argentina de incautar material militar norteamericano arribado al país (Verbitsky, 2011). Hecho de apariencia anodina pero de enorme peso simbólico y, para peor, disparador de consecuencias estratégicas. La medida obligó a EE.UU. a rediseñar de la noche a la mañana sus sistemas de comunicación diplomática y militar, ya que la confiscación incluyó el secuestro de elementos que comprometieron la integridad de los protocolos de cifrado y seguridad norteamericanos a escala mundial.

De regreso al tema bajo discusión y habiendo enmarcado la disquisición en las efectivas complejidades político-institucionales de la contraparte norteamericana, caemos en la cuenta de que el enroque obrado en lo concerniente a proveedores militares amerita reflexiones allende a lo presupuestario, e incluso mucho más allá del sopesado de las prestaciones tácticas y/u operacionales de los medios sometidos a escrutinio. Vista desde un prisma geopolítico la compra de material militar representa uno de los mensajes más nítidos de convergencia emitidos al entorno internacional por parte de los estados implicados en la operación. En virtud de tal premisa queda desactivada cualquier reivindicación de tinte economicista como alegato legitimador de la disposición a deshonrar el compromiso contraído. No sólo por lo módico de la suma en discusión, dicho esto en función de que el monto resulta nimio dentro de los volúmenes manejados en el presupuesto estatal argentino; sino porque subordinar la construcción de la agenda internacional a los particulares de una operación de cien millones de dólares supone priorizar lo accesorio a costo de poner en riesgo lo sustantivo. Kissinger fue taxativo al respecto. “Si bien las negociaciones (...) demuestran que un tácito regateo puede desempeñar un papel importante en un acuerdo final, también ponen de manifiesto el extraordinario peligro de negligir el aspecto político del asunto” (Kissinger, 1976: 136).

También podría evaluarse el problema desde el ángulo de las aptitudes específicas de los vehículos norteamericanos y chinos a fin de aquilatar las competencias diferenciales de cada cual. José Javier Díaz ya efectuó semejante repaso pormenorizado (Díaz, 2020). Por ende, en lugar de reiterar lo ya elaborado con suficiencia sobre las características de los medios conviene avanzar en lo aún inexplorado, ascender en la jerarquía de pensamiento estratégico y centrar el análisis en el hecho que, en primera instancia y antes que nada, la moción reclama intelección en el rango geopolítico y el orden estratégico-nacional. A contramano de lo establecido en todas las consideraciones académicas y políticas respecto de Estrategia (Liddell Hart, 1973; Luttwak, 1992; Martínez, 2004; Escuela Superior de Guerra, 2018), en Argentina el tono del debate sobre adquisiciones militares indefectiblemente comenzará por el cotejo de prestaciones ofrecidas entre los medios comparados. Y lamentablemente también allí finalizará. El problema de la afición nacional por invertir la secuencia de la reflexión resulta patente. En nuestro país el debate sobre Defensa Nacional no sólo se inicia con lo que debería ser la última consideración (la esfera táctica). Las más de las veces el intercambio de pareceres con vocación estratégica agota su caudal en el eslabón postrero de una cadena de razonamientos teóricamente verticales y emprendidos con sentido descendente.

¿Cuál sería el perfil del trasiego ideal? Partiría del a-máximo nivel político donde se fijan los objetivos perseguidos y asignan los recursos a ser utilizados para alcanzarlos, continua en b-el plano estratégico encargado de diseñar una maniobra nutrida por los recursos puestos a disposición y conducente a la concreción de los objetivos, para desembocar en c-el campo operacional donde se despliegan los medios poseídos y aquellos a desarrollar o adquirir a fin de derivar en d-el componente táctico en cuanto registro exclusivo del empleo de los medios. Cuando la discusión abocada a la esfera del empleo de medios se postula como la primera y única fase de la línea de pensamiento estratégico, la dinámica que nace del mandato político y se derrama desde lo estratégico para empapar con sentido unitario lo operacional y táctico se impugna a sí misma. Al reconvertir lo táctico en la esfera de evaluación predominante en el proceso de toma de decisión estratégico se desvanece la estrategia como aspiración de largo plazo. Para más inri, la carencia suele ser sustituida por una modalidad de planificación atrapada en un eterno presente donde cualquier atisbo de futuro deseado se construye sin orden ni concierto. En otras palabras, donde el porvenir queda en manos del azar. En lugar de forjar una concatenación coherente de reflexiones entabladas con lógica unificada y racionalidad descendente, Argentina tiene por habitualidad restringirse a lo táctico, confundir los medios con los fines y erigir el edificio estratégico comenzando por discutir la forma del pararrayos sin haber siquiera borroneado un croquis preliminar del plano de la construcción.

Así, en lugar de principiar la reflexión de los problemas y desafíos de Defensa Nacional en la más alta instancia político-estratégica hasta llegar al nivel de las necesidades tácticas, nuestro país suele discutir el plano del empleo de las fuerzas sin haberlo derivado de razonamientos sobre los posibles contextos de empleo, el futuro diseño del instrumento militar y el perfil del sistema de Defensa en su conjunto. Si bien es cierto que el ejercicio de contraste celebrado entre las opciones de sistemas a adquirir forma parte integral del proceso de toma de decisión, esa discusión se ubica de los escalafones determinados -y no entre los determinantes- del razonamiento estratégico. ¿Por qué? Porque conforme la concatenación del proceso decisorio originado en la máxima órbita de autoridad política primero se fijan los lineamientos estratégicos, luego se abordan los aspectos operacionales y recién después se emprende la disquisición táctica. Ahora bien, no por ser de orden inferior lo táctico conlleva naturaleza banal. Muy por el contrario, el desempeño en el momento del empleo dista de la nimiedad. Pero tomar el vértice de lo táctico (el campo del empleo) como eje principal de la discusión pone cabeza abajo la construcción piramidal del razonamiento estratégico. Desfasaje denunciado por Kissinger como dolencia estructural de las negociaciones mal encaminadas donde se enfatiza lo secundario y se pone en riesgo lo primario, en el marco de esmeros carentes de norte (objetivos políticos) y hoja de ruta (estrategia):

“La excesiva preocupación por los aspectos tácticos elimina la capacidad de percibir los matices y los aspectos intangibles (…) resulta demasiado peligroso tratar los problemas sobre una base ad hoc. Antes de que nos adentremos demasiado en las negociaciones, necesitamos ponernos de acuerdo sobre el concepto de los objetivos últimos que perseguimos [tarea de la política] y sobre el modo de lograrlos [asunto de la estrategia]” (Kissinger, 1976: 131-138)

Desjerarquizando los sucesivos niveles político-nacional y estratégico-nacional, Argentina persevera por comenzar por el final de la cuestión para nunca arribar a su principio. Cuál sistema de armas conviene incorporar depende de variables superiores a las capacidades militares a obtener. O dicho de otro modo, las aptitudes de los sistemas de armas marcan la condición necesaria más no suficiente en la labor de valorar la conveniencia de las opciones estudiadas. La configuración estratégica articulada desde la política sienta el perfil genérico de los subsiguientes capítulos operacionales y tácticos del procedimiento. Lo cual no supone labrar en piedra el formato de los momentos ulteriores. Pero sin predeterminarlos, los condiciona dentro de los márgenes de una maniobra que cobra coherencia en la secuenciación de las etapas correlativas con arreglo una lógica mancomunada. Racionalidad totalizadora donde las diferencias de nivel descendiente en el itinerario político>>estratégico>>operacional>>táctico atienden a una misma tónica. Parámetro rector del conjunto que, para ser en efecto estratégico, en su unidad de criterio también necesita mostrarse respetuoso de las especificidades únicas e intransferibles alojadas en cada instancia del trayecto. Asumiendo que el diseño de la maniobra estratégico-sectorial de Defensa obedece a lo estilado en los párrafos previos, algo que en la actual República Argentina dista de ocurrir, la clave geopolítica del asunto podría resumirse al vislumbrar de qué manera las decisiones en la cartera favorecen o conspiran contra los propósitos argentinos de inserción global.

En momentos de escalada sino-norteamericana, sino-india, ruso-ucraniana, franco-turca, armenio-azerí, y sólo apuntando la efervescencia yihadista en Libia, el Sahel, Siria, Irak, Afganistán y Yemen, urge rememorar obviedades de consuno omitidas en la mentalidad estratégica nacional. Las decisiones estatales atinentes a alineamientos internacionales revisten enorme complejidad por involucrar: a-la totalidad de los aspectos comprometidos en la vinculación, b-configurar impresiones, apreciaciones y/o percepciones en el entorno internacional, c-desencadenar efectos previsibles en su sentido e intensidad y d-generar derivaciones de naturaleza y/o vigor imprevisibles. El caso de las consecuencias no anticipadas conlleva, casi con fatalidad matemática, corolarios por demás adversos para el actor causante de la sorpresa. En asuntos internacionales los virajes bruscos de signo gubernamental e implicancia estatal deterioran un elemento intangible pero medular en las relaciones internacionales: la credibilidad del actor (Rossi, 2018; Spota, 2018 a). Sin abundar en los inconvenientes engendrados por una agenda exterior tan volátil como la de nuestro país, que respalda dictaduras sangrientas como la venezolana y la nicaragüense mientras proclama la refundación de un capitalismo solidario junto a Vladimir Putin (Spota, 2021 a), los devaneos como el acontecido con EE.UU. y China por los vehículos blindados permiten vislumbrar la fibra íntima de los errores nacionales en materia diplomática.

Refiriéndose a las negociaciones norteamericanas en Vietnam, Kissinger pronunció afirmaciones del todo pertinentes a nuestro problema de estudio cuando dijo que “Lo que ahora se plantea es la confianza en las promesas norteamericanas. Por mucho que esté de moda ridiculizar los términos <<crédito>> o <<prestigio>>, no se trata de frases hueras; otras naciones conectarían sus acciones a las nuestras sólo si pudieran contar con nuestra constancia” (Kissinger, 1976: 127). En la cita bastaría sustituir la palabra “norteamericanas” con “argentinas” para dimensionar la magnitud de desconfianza acarreada por el acto de desdecirse en un santiamén sobre asuntos estratégico-militares. Además los cambios obrados en la cartera de Defensa Nacional argentina se inscriben en un momento de encrucijada donde el entorno global experimenta disyuntivas álgidas. No sólo por la crisis pandémica. Algo por demás problemático. Pero probablemente pasajero. Ocurre que la trama geopolítica mundial que enmarca nuestras contraproducentes veleidades gana con celeridad mayores niveles de beligerancia. La más monitoreada de las arideces señala la progresión de las rispideces entre las dos superpotencias. En tiempos de puja entre EE.UU. y China por la hegemonía mundial, pugnacidad que torna inteligible el redespliegue del poder naval norteamericano y británico al Pacífico (Spota 2021 b), las decisiones de los poderes regionales -como Argentina- que tengan resonancia en los armados de los contendientes desencadenan afectaciones en múltiples dimensiones. Afectaciones que no siempre obedecen a imperativos de coherencia y por lo tanto resultan arduos de ser anticipados. Y la experiencia indica que las sorpresas geopolíticas acostumbran a deparar quebraderos de cabeza estratégicos para los actores descuidados.

2. Cuadro de situación

Comencemos por las obviedades. No por insistir en perogrulladas sino porque en Argentina las premisas estratégicas más elementales suelen brillar por su ausencia en los procesos de toma de decisión estatal: a-cualquier moción de alineamiento internacional acarrea una disminución en la libertad de acción, b-en un contexto de proto-bipolaridad, la afinidad con un polo comporta el distanciamiento/resentimiento en algún o algunos aspectos con el otro vértice mundial, c-Argentina posee vínculos multinivel tanto con EE.UU. como con China, d-la confección de una política exterior eficaz demanda consistencia en los comportamientos, perdurabilidad en los acuerdos y el honrado de las deudas y e-Argentina consumió hace tiempo la totalidad de su capital de confianza internacional. Urge elucidar la noción de “proto-bipolaridad” a efectos de consignarle volumen conceptual a la idea que contextualiza el problema bajo tratamiento. Mal que le pese a los analistas argentinos encolumnados detrás de los juicios de Tokatlian (2012), la pretendida transferencia de poder de occidente a oriente continúa en el terreno de las hipótesis sostenidas en proyecciones econométricas que jamás han sido capaces de anticipar las efectivas derivas mundiales.

Por ejemplo, a pesar de la proclamada decadencia norteamericana e inminente supremacía china, EE.UU. continúa siendo el actor con mayor PBI del mundo (21.334 billones de dólares en 2019) y la distancia que lo separa con el PBI chino (14.216 billones de dólares) es mayor que el PBI de la tercera economía más importantes del mundo: Japón (5.176 billones de dólares). A saber, el tamaño de la economía de EE.UU. en 2019 superó en 2.000 billones de dólares a la suma de la economía de China más la de Japón[3]. A su vez, y todavía más importante para los intereses del artículo, la diferencia entre poder militar de los actores resulta incontestable a favor de EE.UU. por haber representado el 38% del total del gasto militar mundial en el mismo año. Para sostener lo dicho basta mencionar que China sólo fue responsable del 18% del mismo indicador. Además de que la brecha presupuestaria señala que EE.UU. duplica con creces a China en el área, existe una desigualdad imposible de ser sorteada en lo tocante a la acumulación de experiencia bélica. Mientras EE.UU. ha estado en guerra de manera prácticamente ininterrumpida por los últimos 100 años, la veteranía china se limita a esporádicas escaramuzas fronterizas con India.

Quizás el dato más revelador de la disparidad estratégico-militar entre competidores principalmente “geoeconómicos” (Luttwak, 1990) lo reporte la diferencia en capacidades militares marítimas. Frente a las 11 flotas de portaviones (de diferentes clases) con los que EE.UU. controla las aguas del mundo, China planea botar su tercer portaviones en los próximos años. El epílogo comparativo acude a poner de relieve al rol esencial asumido por el poder naval en la conformación de la economía mundial. Para redondear la centralidad de lo comentado podemos rememorar las palabras de Carl Schmitt volcadas en Tierra y Mar: “Así la máxima de sir Walter Raleigh: «Quien domina en el mar, domina el comercio del mundo, y a quien domina el comercio del mundo, pertenecen todas las riquezas del mundo y el mundo mismo»”. O aquella otra disquisición del mismo autor en la obra señalada: “Todo comercio es comercio internacional; todo comercio internacional es comercio marítimo” (Schmitt, 2007: 89). En tal cuadro de situación, bosquejado en sentido sinóptico y por lo tanto sin patentizar un sinnúmero de claroscuros intersticiales, recordemos otra verdad universal ya subrayada pero que Argentina fatiga en poner en entredicho: la adquisición de armamento constituye una de las señales más unívocas de afinidad entre países por razones que hacen a la dimensión global del problema estratégico-militar. Por tal motivo, a nivel geopolítico la compra de medios militares representa mucho más que el incremento de capacidades.

La adquisición de equipamiento y sistemas para uso castrense expresa una muestra de convergencia de agenda, exterioriza confianza a futuro en el lazo bilateral y manifiesta una perspectiva que, sin ser necesariamente idéntica, presume significativas compatibilidades en el área más espinosa de los asuntos mundiales: la Seguridad Internacional. Por lo cual elegir proveedor de capacidades militares origina repercusiones a largo plazo y de orden general donde trasuntan cuestiones de la más alta jerarquía entre los estados. Por añadidura optar entre EE.UU. y China como proveedores militares funda un posicionamiento sobre la identidad de nuestros allegados. En términos geopolíticos y estratégico-militares China “juega” con Irán, Rusia, Cuba, Venezuela, Nicaragua y varios países africanos de magra consistencia institucional. EE.UU. hace lo propio con los miembros de la OTAN, Corea del Sur, Taiwán, Japón, Israel, etc. Los negocios practicados alrededor de la provisión/adquisición y/o desarrollo conjunto de capacidades militares primero y principal se dan entre aliados[4]. A la zaga le sigue en prioridad la sustanciación de entendimientos entre estados sin conflictos efectivos o potenciales conforme racionalidades estrictamente económicas, a condición de que no entren en contradicción con las formulaciones geopolíticas del actor más poderoso inmiscuido en la operación. Finalmente, las instancias de comercialización celebradas alrededor de capacidades militares jamás, o tan raramente que no ameritan mención estadística, ocurren entre actores con diferencias tales que presenten antecedentes o chances –remotas o probables- de empleo del instrumento militar. No a la sazón desde 1982 pesan una serie de vetos sobre Argentina en la órbita de la OTAN…

3. Del mundo a Argentina

En rigor de verdad, los vetos representan una cortina de impedimentos parcialmente levantada durante el período 2016-2019. La diplomacia argentina y la cooperación en actividades de formación e investigación bilateral promovieron el relajamiento de varias inhibiciones en vigor hasta entonces. Sólo con mencionar el apoyo recibido para la adquisición de los T6 Texan norteamericanos, la provisión de repuestos para los Pampa, C130 y para motores de embarcaciones de superficie y los diálogos entre INVAP y autoridades británicas para capacitación en radarización, se toma nota del estado de avance alcanzado en la recomposición del vínculo sobre cuestiones estratégicas. Lo más relevante fue la remoción del veto absoluto –dejando uno parcial- a la transferencia de material para la Defensa alcanzada en 2018, cuando Gran Bretaña se avino a autorizar la exportación de componentes considerados “no críticos”: material pirotécnico (asientos eyectores) y rotables. La prohibición continuaba activada en la órbita de la OTAN sobre cualquier tipo de material militar que pudiera comprometer la posición de ventaja británica en el Atlántico Sur. Sin deponer las cautelas propias de la situación de conflicto por los territorios ocupados, la maniobra argentina montada con énfasis en lo diplomático consiguió suavizar algunas aristas a condición de ofrecer información de pesca y cooperación científica en la zona. Trueque convenido en el acuerdo “Foradori-Duncan” de 2016. La modificación radical de la posición argentina tras el cambio de gobierno en 2019 alteró los términos de entendimiento hasta disolverlo cuando el gobierno suspendió sin previo aviso el traspaso de información pautado. El entonces canciller Felipe Solá comunicó a los matutinos nacionales la resolución adoptada con fuerte retórica irredentista:

"En enero teníamos la primera reunión, ya la habían hecho en el gobierno anterior, y decidimos suspenderla, la suspendimos para siempre, no se entrega más información, ni se intercambia información (…) Ya suspendimos todo intercambio científico. Porque es uno de los temas soberanos, no podemos entregar datos estratégicos a quien usurpa (…) hay que sacar a Inglaterra de lo que llamamos 'zona de confort', es decir que queremos sea incómoda para Inglaterra esa posición" (La Nación, 2020).

La posterior indignación mostrada por el ministro de Defensa Nacional de aquel momento, Agustín Rossi, denunciando la “soberbia imperial” (Página 12, 2020) como causal de los inconvenientes surgidos en la negociación con Corea del Sur para la compra de sistemas de armas aéreos, no se condice con las esperables repercusiones aparejadas por la moción de Solá. Ocurre que Gran Bretaña volvió a mostrar reparos sobre la provisión de capacidades a Argentina cuando los sistemas contengan partes no críticas producidas por ellos. La negativa concreta cristalizó en una objeción interpuesta desde Londres a Seúl ya que los FA-50 que Argentina deseaba incorporar cuentan con partes de origen británico (el asiento eyector, por ejemplo). Que Buenos Aires no anticipe que la retirada unilateral de lo acordado en 2018 impactará negativamente en los aspectos bilaterales de las planificaciones en Defensa Nacional de 2020 representa una negligencia en los ejercicios prospectivos más elementales.

Empeorando el panorama, desde Corea del Sur fue visto con malos ojos la revelación efectuada por Rossi de una comunicación epistolar donde se le transmitía la existencia de “dificultades” en la operación. Más nunca la cancelación de esta. El acto de publicitar –de nuevo unilateralmente- un fragmento de los intercambios practicados de manera bilateral vulnera algo que Kissinger insiste en subrayar como esencial: la confianza de la contraparte. Máxime en un asunto de sensibilidad tal como la venta de cazabombarderos. Desde Seúl observan con disgusto la ventilación argentina de un escollo trilateral (Argentina/Corea del Sur/UK) ocurrido en una negociación bilateral (Argentina/Corea del Sur) a consecuencia de decisiones argentinas de anular otro entendimiento bilateral (Argentina/UK). Así las cosas, la tan denostada suscripción del acuerdo Foradori-Duncan fue el puntapié inicial que redundó en la aprobación británica de la adquisición de sistemas de armas con componentes no críticos británicos. De hecho, la compra de los FA-50 resulta de gestiones conducidas por el gobierno anterior.

“El gobierno de Cambiemos inició conversaciones en 2016 con la empresa Korea Aerospace Industries (KAI) para la compra de diez aviones FA-50 Figthing Eagle. El año pasado, durante la cumbre del G20 en Osaka, Japón, Mauricio Macri y su par surcoreano Moon Jae-in avanzaron en la negociación para reemplazar los cazas A-4AR de la Fuerza Aérea, informó el portal Infodefensa, y detalló que el acuerdo establecía la entrega de dos aviones en 2019 y otros ocho en 2020” (Página 12, op. cit.)

Gran Bretaña conduce su política exterior como geopolítica toda vez que acompasa en clave sistémica Diplomacia, Defensa e Inteligencia (Luttwak, 2009: 410). Por definición afectar uno de los tres pivotes sobre los que se construye y proyecta poder británico al entorno internacional desencadenará un reacomodamiento de los otros dos. Que descontinuar el flujo de información sobre pesca y colaboración científico-tecnológica traería aparejada la alteración del levantamiento progresivo de los vetos constituía una obviedad. Y en términos fácticos la obviedad no prevista, o sea la más rudimentaria negligencia prospectiva, condujo a la intromisión británica en la compra de los FA-50. ¿Cómo? Vedando que Corea del Sur entregue sistemas de armas con componentes no críticos como el asiento eyector de proveniencia británica. Justo lo que había sido admitido dos años antes.

Sin entrar en la controversia sobre el cariz de la maniobra geopolítica más adecuada a desplegar respecto de Gran Bretaña, el problema estratégico enanca en la coherencia de los pasos a seguir y la expectativa de los resultados a obtener. Perfilar un entendimiento de ribetes amistosos supondrá beneficios (poder comprar un sistema de armas coreano que cuenta con un asiento eyector de manufactura británica) y perjuicios (transferir información de pesca). Asumir una impronta relacional más álgida nos emancipa de compartir datos sobre riqueza ictícola a la vez que nos impide acceder a incrementar las capacidades deseadas. El dato es particular pero permite inferir una generalidad. La destreza estratégica y geopolítica consiste en promover un esfuerzo sinérgico de compatibilización interagencial entre los factores de poder que proyectan los intereses argentinos al exterior (Defensa, Inteligencia y Diplomacia), donde la calculabilidad de los costos y beneficios minimiza el margen de incertidumbre pesante sobre el porvenir. Es por completo imposible anticipar todo. Pero se puede prever mucho. Por ejemplo, que tensar la cuerda con Gran Bretaña reactivaría los vetos cancelados en 2018.

La sorpresa vivenciada en la cartera de Defensa enuncia una falta de coordinación con Cancillería y transparenta la carencia de sentido geopolítico en el tema de mayor sensibilidad de la política exterior nacional: Malvinas. Pero debemos precavernos de confundir sensibilidad de la causa con la elaboración de una política de estado. El embajador argentino Mario Verón Guerra explica que Malvinas no supone una política de estado por constar en la primera cláusula transitoria de la Constitución Nacional reformada en 1994. Su presencia en nuestra ley fundamental marca un mandato a construir una política de estado. Mas la orden a elaborarla no representa más que una indicación y dista de constituirse en una política de estado como tal (comunicación personal, 2020). La misma debería nacer de un acuerdo interpartidario de despliegue transgubernamental sobre un tipo de actitud consensuada y proyectada al porvenir en relación con el asunto. Le corresponde a la política determinar qué clase de proceder conviene al país. Pero el trazado de un determinado registro relacional con la contraparte en el litigio necesita reunir el asentimiento de todo el arco partidario como condición de posibilidad para persistir por encima de los cambios de administración nacional.

Cualquiera sea el signo de la vinculación, la Inteligencia deberá intervenir para establecer los escenarios en los cuales podría recalar la situación, cancillería abocarse a desarrollar las acciones tendientes a persuadir a los representantes internacionales de la legitimidad y factibilidad de la maniobra y Defensa adecuar la lógica del alistamiento, adiestramiento y sostenimiento de sus medios de conformidad con la postura estipulada como política de estado. Lo que no puede ocurrir es desmejorar el tono del canal diplomático sin entender los ecos que eso provocará en Defensa. Como tampoco debería suceder que tras negociar capacidades militares con EE.UU. los reemplacemos por China asumiendo que el cambio de proveedor no afectará el margen de maniobra argentino en la renegociación de la deuda soberana contraída con el FMI. En lo sucesivo abordaremos este ángulo del problema.

4. Corolario: de Argentina al mundo

Recapitulando. El rango estratégico-nacional señala la magnitud donde la totalidad de los temas prioritarios del estado y la sociedad reciben compatibilización en su tratamiento al amparo de una agenda confeccionada al largo plazo. Asimismo depara la interfaz armonizadora entre los asuntos tramitados en política interior y exterior. Por supuesto que la dicotomía doméstico/foráneo perdió progresivo espesor conceptual en virtud de las modificaciones desatadas por la globalización. Pero a nivel de abstracción analítica y en atención a las debidas cautelas intelectuales, las categorías continúan reportando una importante dosis de eficacia reflexiva. El funcionamiento del nivel estratégico-nacional describe el nexo tendido entre un cuerpo de ideas políticas estiladas sobre asuntos de máxima importancia y la secuencia de acciones sectoriales e interagenciales planificada e implementada a efectos de traducir los afanes en realidades (Spota, 2018b). En suma, la conducción política más encumbrada fija objetivos y la estrategia diseña maniobras conducentes a la realización de las metas tipificadas como deseables (Escuela Superior de Guerra, 1993).

En el plano estratégico-nacional las carteras del ejecutivo desarrollan –o deberían desarrollar- una praxis compleja en su perfil: autónoma y complementaria. En dirección al logro de los designios presidenciales cada repartición del PEN recibirá indicaciones específicas en la forma de una hoja de ruta sectorial. Al propio tiempo se espera que los componentes del PEN actúen de manera articulada en pos de concretar los fines sancionados por la máxima órbita de liderazgo. ¿Por qué el itinerario sectorial es independiente y a la vez funge como mecanismo supeditado en un curso general hacia determinadas aspiraciones? Porque lo estratégico-nacional enrostra desafíos de una dificultad tal que su exitosa resolución exige la aplicación de lógicas sistémicas (Levy, 1981; Martos, 2014).

La adopción de la adecuada racionalidad habilitará la producción de resultados sinérgicos cada vez más ambiciosos visto y considerando que los esmeros emprendidos según principios sistémicos producen consecuencias de mayor relieve que las esperables de dinámicas postuladas en términos lineales o de simple adición. El terreno de los hechos permite traducir las palabras en ejemplos. La adquisición de medios militares como evento final de un proceso de toma de decisión estratégico-nacional nacida de los objetivos políticos y las expectativas de inserción geopolítica sancionadas por el PEN involucrarán en su efectivización: 1-una apreciación de los probables escenarios futuros merced al esfuerzo del sistema de inteligencia nacional, fundando el umbral para la realización de 2-la interpretación militar de las capacidades necesitadas para intervenir en las hipotéticas tesituras venideras, estipulación que deberá incluir 3-la decisión de producir o adquirir capacidades. En caso de que la política se incline por la opción de adquisición, la resolución conllevará la 4-participación de cancillería, en pleno acuerdo con Defensa, para que diplomáticos y agregados militares inicien conversaciones con las contrapartes elegidas y contemplará asimismo la intercesión de 5-Hacienda proporcionando el soporte económico-financiero de la operación (Spota, 2019).

Las peculiaridades reales de una transacción incluyen más instancias y presentan una organización menos correlativa que la postulada. Pero a sólo título ilustrativo el esquema sirve como modelo básico del itinerario del proceso decisorio. Todo ello en tanto y en cuanto la efectuación de la adquisición (en concreto, comprarle al estado o a la empresa A o B la capacidad X o Y), no contravenga lo pautado en la agenda estratégica y geopolítica nacional. Si Arabia Saudí ensaya a nivel teórico el proceso de toma de decisión y el resultado consiste en la sugerencia de comprarle armamento a Irán, el razonamiento estratégico-militar puede ser técnicamente adecuado. Pero consiste en una conclusión por completo inválida a nivel estratégico-nacional. Dando por sentado: a-el cumplimiento de la premisa de subordinación del razonamiento estratégico-militar de adquisición a los esquemas estratégico-nacionales y geopolíticos de inserción internacional, b-comprendiendo que la invalidación del ítem anterior cancela –o debería cancelar- la secuencia posterior y c-en pleno entendimiento que el proceso de toma de decisión describe una lógica recursiva propia de los procesos sistémicos, donde los participantes simultáneamente consultan y reconsultan hacia atrás y hacia adelante en el mismo rango administrativo (plano-interministerial) y hacia arriba y abajo en la jerarquía estatal (ministerios, Jefatura de Gabinete, Presidencia de la Nación y viceversa); conviene cogitar en torno al caso motivador del presente texto.

Para interpelar el problema de la adquisición de materiales chinos o norteamericanos dentro de las instancias estratégico-nacional y geopolítica cabe alterar el ángulo de análisis y postularlo desde el enfoque económico-financiero tributario del nivel estratégico-nacional. Argentina enfrenta una inminente negociación con el FMI sobre la refinanciación de acreencias soberanas. El ministro de economía argentino ha afirmado que el proceso será largo y complejo. El presidente de la Nación expresó la necesidad de contar con un abanico de apoyos internacionales para propender hacia una normalización “sustentable” del servicio de la deuda y la cancelación de los pagos de capital. Un razonamiento estratégico-nacional básico inquiriría sobre el elenco de países pesantes en el proceso de toma de decisión del organismo de financiación internacional. La respuesta es simple: EE.UU. tiene un rol prominente, crucial, único en el tema. Lo dicho comporta una obviad (la enésima del texto). Pero por su carácter autoevidente su enunciación en término llanos patentiza la rusticidad del error cometido por la dirigencia política argentina. Las palabras de Brzezinski marcan el calibre del equívoco de disgustar a EE.UU. al momento de requerir la buena voluntad del FMI.

“Debe incluirse como parte del sistema estadounidense la red global de organizaciones especializadas, particularmente las instituciones financieras <>. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se consideran representantes de los intereses <> y de circunscripción global. En realidad, empero, son instituciones fuertemente dominadas por los Estados Unidos y sus orígenes se remontan a iniciativas estadounidenses, particularmente la conferencia de Bretton Woods de 1944” (Brzezinsky1998: 76. El destacado es nuestro)

El FMI no está influido. Tampoco sugestionado. Ni siquiera compelido. Está “fuertemente dominado” por EE.UU. Entonces si necesitamos de EE.UU. para inclinar a nuestro favor la voluntad del interlocutor multilateral con quien nos ata una deuda y sobre el cual EE.UU. ejerce un predicamento mayúsculo, detener una operación de armas y vehículos y trascartón sustituir el suministro por equivalentes chinos quizás no suponga la movida más adecuada conforme lo dictado por la sensatez geopolítica. Lo propio vale para la conjetural compra de cazas chinos. Por supuesto que una cosa y la otra no guardan una relación de determinación directa. El nivel estratégico-nacional norteamericano sopesará sus costos y beneficios políticos, militares, económicos y de prestigio respecto de la cancelación argentina a favor de su contrincante mundial, frente a la conveniencia (o no) de respaldar la reestructuración argentina frente al FMI.

En breve, EE.UU. pondrá en contexto de su estrategia nacional y su agenda geopolítica el tema de la cancelación de la compra de vehículos para el EA y la posible adquisición de sistemas de armas para la FA, para procesarlos de acuerdo a las prioridades y objetivos detrás de los que opera. O sea, lograr el acuerdo con el FMI no depende de la disposición argentina sobre la proveniencia de los vehículos blindados discutidos ni de las capacidades aéreas pretendidas. Pero la determinación nacional sobre la identidad del proveedor facilitará o dificultará la negociación con el FMI de acuerdo con racionalidades geopolíticas más encumbradas que las que involucra la operación en sí. Una vez más, adquirir capacidades significa mucho más que comprar armamentos.

Ahora bien, que los eventos no atiendan a un principio de causalidad lineal tampoco significa que las veleidades del MINDEF respecto de la identidad de los proveedores de capacidades militares nutran la prioridad económico-financiera argentina. Muy por el contrario, una decisión estratégico-militar de porte menor como la compra de vehículos de transporte, armamento liviano y equipos de comunicación para el (EA) por un monto ínfimo en el presupuesto nacional, va a contramano del imperativo de persuasión emprendido por Cancillería y Hacienda hacia sus pares norteamericanos a fin de obtener su respaldo en la negociación sobre la Deuda Externa. Análogas conclusiones caben al momento de considerar la chance de incorporar cazas chinos en la FA. Volveremos sobre la contradicción hacia el final del texto. Por el momento baste dejar sentada la inconsistencia estratégico-nacional y la aporía geopolítica en momentos de criticidad inusitada para los intereses nacionales a causa del derrumbe económico precipitado por la cuarentena eterna y la manifiesta aversión presidencial a trazar incluso un atisbo de plan económico o curso de acción prefigurado.

En el nivel estratégico-militar, donde condensamos lo operacional y táctico sin interponer las debidas distinciones por mor de economía textual, la opción entre proveedores asume cariz fáctico. En el caso de los vehículos terrestres las prestaciones de las opciones norteamericana y china son similares. Pero el diablo se esconde en los detalles. Un ejemplo. La estatura media presumida por los diseñadores chinos es menor a la de los efectivos militares argentinos. El escollo puede ser sorteado “occidentalizando” los espacios. Pero la intervención encarecerá el costo final del producto y demorará el tiempo de inicio de las actividades. Sin mencionar que la cadena logística del EA difiere de la ofrecida desde Beijing. La incompatibilidad introduce costos y gesta eventuales problemas en el adiestramiento. Para peor la convivencia de medios provenientes de diferentes matrices productivas conspira contra la concreción del anhelo de acción militar conjunta al interior de nuestro instrumento militar. Lo mismo ocurre en el terreno de la siempre ansiada inter-operatividad de nuestras FF.AA. con aquellas de los estados con quienes participamos en acciones combinadas y conjuntas. En adición a todo lo puntualizado en términos del desempeño, en su empleo real los medios terrestres comparados muestran ulteriores disparidades. Aquí no es el lugar de detallar las evaluaciones de especialistas sobre las fallas de las capacidades chinas y resta contrastar los rasgos específicos de los sistemas de armas pensados como factibles de compra para la FA. Pero la naturaleza de los antecedentes invita a sopesar la temática con cautela (Morales, 2020).

Por otra parte, la oferta china presenta un volumen sensiblemente superior (200 vehículos contra 27 norteamericanos), incluye la posibilidad de instalar una planta de producción en el país y expandiría nuestra red de relaciones hacia otras coordenadas. La ampliación de las conexiones denota una característica clave en las políticas exteriores emprendidas en búsqueda de libertad de acción a través de una alquimia de audacia, cálculo, realismo y valores. En el caso argentino una de las versiones más sofisticadas de política exterior ocurrió durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear (Simonoff, 1997; Cattaruzza, 2012: 45-67). El proceso que permitió la creación de la actual FADEA en cuanto epítome del desarrollo aeronáutico de la época convivió con una proyección internacional por completo diversificada. La fuerte libertad de acción propulsaba la capacidad de autodeterminación nacional en cuestiones estratégicas. Lo anterior es cierto. Tanto como que la República Argentina de la década del 20 era una de las principales economías del mundo, poseía casi la mitad del mercado agropecuario mundial y representaba alrededor del 55% del PBI sudamericano.

La “estatura estratégica” argentina (Kent, 1967: 57-72) descollaba en el concierto internacional. Preeminencia que autorizaba a expandir nuestra presencia global en procura de fomentar una inserción geopolítica de primera línea. Cien años después las cosas han cambiado. Y no para mejor. Huelga mencionar los guarismos actuales. Tomar conocimiento de que en 2021 casi la mitad de los argentinos viven por debajo del nivel de pobreza y que en la década de 1970 el mismo indicador no llegaba al 5% resume en dos cifras nuestra vertiginosa precipitación al descalabro. El deterioro del poder nacional y la pauperización social generalizada marcan sin ambages una actualidad de imposible reversión inmediata. En Argentina el milagro de la alfabetización y el portento del ascenso social por vía del empleo de principios del siglo XX devinieron narrativas casi inverosímiles de un pasado distante (Romero, 2013). Sin embargo, cuando eran realidades cotidianas acompañaban una política exterior inteligente, en gran medida autónoma y de vocación multilateral.

Los furibundos irredentistas contemporáneos que habilitaron la instalación de una base china en Neuquén podrán denunciar aspectos del vínculo argentino-británico a comienzos del siglo pasado y postularlo como antecedente “entreguista” del acuerdo Foradori-Duncan. Los anti-imperialistas que festejaron la renovación del swap chino podrían interponer razones históricas revisionistas[5] contra la construcción de vínculos con énfasis occidental. En fin, la política exterior del mejor momento de la argentina no fue la mejor posible. Pero sin duda fue una senda sumamente beneficiosa y rica en perspicacia. Lógico. Argentina contaba en su haber con una cantidad de poder, influencia y prestigio que le permitía adentrarse en el entorno internacional imponiendo su agenda. Hoy en día la diferencia entre eras arroja luz sobre las disimilitudes en materia estratégica.

Argentina necesita auspiciar una determinada inserción geopolítica adecuando la tónica de su política exterior a su realidad. Sin duda la precariedad doméstica no debe desalentar a los decisores. Tan sólo afincar las decisiones en un fondo de pragmatismo. La libertad de acción otrora gozada choca con los esquemas de dependencia sufridos en la actualidad. No por luctuoso el hecho deja de ser fehaciente. La situación plasma el encuadre de la decisión de adquirir medios norteamericanos o chinos. A la fecha el encarecimiento de la duplicación de cadenas de suministro resulta inviable y las prestaciones del Striker son superiores a las del VN1. Malquistarnos con el Pentágono vacilando entre aviones chinos o norteamericanos tampoco favorece nuestra capacidad de lobby con la Casa Blanca justo cuando necesitamos del apoyo político de Washington en la renegociación con el FMI. ¿Argentina puede dejar pasar oportunidades de adquisiciones convenientes? De ninguna manera. ¿Nuestro País está en condiciones de deteriorar sus relaciones con la principal potencia del mundo? Tampoco.

En pendencia con nuestra tradicional vocación democrático-republicana el gobierno argentino falla en denunciar los atropellos a los Derechos Humanos en Venezuela y Nicaragua, destrató públicamente a varios países presentando cifras falsas sobre muertes y contagios sobre COVID y bregó por cambiar el capitalismo junto al presidente de México; para luego ver a López Obrador elogiar hasta el paroxismo al entonces primer mandatario norteamericano Donald Trump (que de anti-capitalista tiene bastante poco). Por otra parte, la incorporación de vehículos para el EA y sobre todo la adquisición de capacidades aéreas no mueven el amperímetro estratégico respecto de la causa Malvinas. Desde la derrota de 1982 y sobre todo luego de la sanción de la reforma constitucional en 1994 Argentina apuesta a la fuerza de la ley y no a la de las armas para recuperar los territorios insulares enajenados desde 1833. A resultas de lo cual, la finalización de la ocupación ilegal en las islas no comporta un objetivo estratégico-militar sino uno de volumen estratégico-nacional con incumbencia -más sin preeminencia- militar. Por ende, en términos de teoría estratégica la naturaleza de la maniobra nacional consiste en una “acción indirecta” (Beaufre, 1977). Formato donde el actor –nosotros- intenta modificar el statu quo confeccionando una aproximación en la cual el poder militar en modalidad no beligerante apuntala al resto de los factores de poder. En el caso específico de Malvinas la “maniobra exterior” (ibídem), léase “las acciones efectuadas de cara al entorno internacional en procura de alianzas”, juega el rol fundamental en el diseño del quehacer. La celebración de entendimientos y la presencia en los foros multilaterales constituye la viga maestra del esfuerzo nacional en pos de transformar la desfavorable situación de vejación actual en una futura circunstancia de plena soberanía.

Por supuesto la predominancia de la diplomacia no margina la importancia de la Defensa sino que la subordina en una iniciativa praxeológica (Aron, 1963) nucleada en torno a la negociación antes que a la compulsión o el empleo del poder militar (Escuela Superior de Guerra, 1993). Quienes apuestan a contrabalancear la disimetría estratégico-militar en el Atlántico Sur merced a la compra de 12 caza-bombarderos de origen extra OTAN entran en contradicción con lo poco que existe en la forma de maniobra político-estratégica estilada respecto de Malvinas. O sea, lo militar como nivel sub-sectorial de la cartera de Defensa Nacional en cuanto nivel sectorial terminaría defeccionando de la edificación estratégico-nacional al traccionar en dirección contraria a la esperada. Observación que no comporta una apuesta por la debilitación del sistema de Defensa Nacional para recuperar Malvinas. Antes bien, y a sabiendas de la necesidad imperiosa de reconstruir capacidades en aras de conseguir la deseada condición disuasiva frente al entorno internacional inmediato, la observación apunta a emparejar las necesidades estratégico-nacionales enderezadas hacia la búsqueda soberanía plena en los territorios ocupados con las urgencias estratégico-sectoriales en materia de capacidades militares.

Creer que comprarle 12 cazas a China nos beneficiará en la causa Malvinas confunde lo accesorio con lo importante. Contar con una flota de una o tres docenas de cazas-bombarderos chinos no afectaría el statu quo que anhelamos modificar puesto que el empleo del poder militar queda por fuera de nuestras intenciones y capacidades. Argentina no quiere, puede ni debe ir a la guerra con Gran Bretaña por motivo del conflicto en el Atlántico Sur. Además, esto es imprescindible remarcarlo, la idea de presionar en Malvinas por vía de tener más aviones es una fantasía estratégicamente infundada por el simple hecho que Gran Bretaña cuenta con capacidades militares por completo inigualables para Argentina. Aún si triplicáramos el poder contenido en todos los componentes específicos del instrumento militar de la Nación la disimetría sería sencillamente insalvable. La senda hacia el horizonte deseado demanda la diagramación de una estrategia de largo aliento nucleada en torno a una diplomacia astuta y desarrollo económico-productivo. El factor militar en el caso Malvinas concurre a robustecer una maniobra conducida por Cancillería. Ergo, vehículos terrestres y medios aéreos no representan el vértice de la formulación hacia la recuperación de las islas. ¿Necesitamos robustecer nuestras capacidades militares? Sin duda. ¿Es esa la respuesta para Malvinas? De ninguna manera. Con un perjuicio suplementario. Aparte de alejarnos de nuestros intereses, proveernos de capacidades chinas nos alineará con un armado geopolítico donde no compartimos valores.

China no es una democracia y su apego a los Derechos Humanos en la región de XingJiang es como poco declamativa. Venezuela, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte y demás partícipes del conglomerado internacional de impronta socialista distan de nuestras coordenadas institucionales aspiracionales. La transparencia rusa asoma como oxímoron y la negativa iraní a reconocer la existencia de Israel pende como una espada de Damocles sobre cercano oriente. Al propio tiempo hablar de Irán nos remite a las causas nunca resueltas sobre los atentados de 1992 y 1994. Que el régimen persa nombre en el gabinete funcionarios sobre los que pesan pedidos de captura internacionales por su presunta participación en las acciones terroristas más dramáticas de la historia argentina fundamenta lo dicho con la contundencia de lo evidente (Rosemberg 2021). No obstante lo cual, y con excepción de todo lo tocante a los atentados, en asuntos internacionales la disparidad axiológica no obtura entendimientos en el reino los intereses.

Con China nos une un lazo comercial de primera importancia. Hemos recibido equipamiento para tareas de seguridad en la forma de generosas muestras de cooperación durante la preparación del G20 y el intercambio diplomático se tramita por canales fluidos. ¿La decisión estratégico-militar de inclinarse por los VN1 en lugar de los Striker o comprar los sistemas aéreos chinos ofrece beneficios de impacto estratégico-nacional? Pocos y de orden subordinado en la pirámide de organización estratégica. ¿La decisión engendraría inconvenientes en el plano estratégico-nacional? Muchos. Y agravando la composición de lugar, un escaño inferior (estratégico-militar) provocaría inconvenientes a un nivel superior (estratégico-nacional). ¿Fortalecer el vínculo con EE.UU. es la única manera de propender hacia una mejor inserción geopolítica? No. Pero el alineamiento consistente con EE.UU. reporta una serie de beneficios para el país. Beneficios tanto más imperiosos en un trance apremiante como el de la pandemia y la impostergable renegociación de la Deuda Externa con el FMI.

¿Cómo minimizar nuestras vulnerabilidades, aumentar nuestras fortalezas e incrementar nuestra libertad de acción desde un punto de partida de debilidad como el actual? Hilvanando asociaciones claras, firmes y sostenidas con los estados rectores del sistema mundial. Comerciemos con China. Fomentemos el intercambio cultural y científico. Acerquemos posiciones en pos de una relación de mutuo beneficio. Pero no confundamos a EE.UU. y al resto de occidente con sinuosidades en asuntos tan sensibles como lo estratégico-militar. En los albores de una escalada en las tensiones entre Beijing y Washington suscribir acuerdos militares con China emite señales inconvenientes para nuestros intereses y reñidas con nuestros valores. Por última vez: la adquisición de capacidades significa mucho más que el hecho de comprar sistemas de armas. Acredita afinidades geopolíticas. Introduzcamos entonces un interrogante que bien puede fungir como corolario heurístico de la discusión. ¿Junto a quién deseamos construir los verdaderos cimientos del futuro nacional en un mundo globalizado? De esa respuesta política dependerá el ordenamiento estratégico y el proyecto geopolítico a imaginar, diseñar e implementar para lo que resta del Siglo XXI.

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Notas

1El artículo apunta a reflexionar sobre cuestiones de agenda en Defensa Nacional durante 2021 y fue sometido a revisión de pares evaluadores a principios de 2022. De manera inesperada el paso del tiempo no invalidó la actualidad de las observaciones volcadas en su oportunidad sino que la gran mayoría de los tópicos abordados mantuvieron o incluso incrementaron su vigencia en la discusión estratégica. Tanto es así que a finales de junio de 2022 los matutinos argentinos publicaron noticias sobre negociaciones argentinas con China a propósito del proyecto de adquisición de doce JF-17 Thunder. Exactamente lo que se comenta en los dos primeros párrafos del presente escrito. Allende a que el acuerdo con el FMI configuraba un horizonte de posibilidad para el momento en que fueron redactadas estas páginas y hoy consiste en una realidad de orden estructural, el resto de los asuntos analizados permanecen sin resolución. Más todavía, la deriva de las problemáticas apuntadas denota un agravamiento cónsono con el deterioro económico-social verificado en la Argentina pospandémica.

2Dada la actualidad de los ejes abordados se impone una determinada metodología capaz de tramitar en términos sistemáticos la contemporaneidad registrada entre el estudio y lo estudiado. Reto procedimental que amerita precisiones sobre las fuentes de información utilizadas en el artículo y los dispositivos de reflexión aplicados al caudal de información recabada, en aras de transformarla en datos tributarios de los objetivos perseguidos. Conforme lo expresado, el aporte se nutre de notas tomadas de periódicos nacionales e internacionales y textos de opinión aparecidos en ámbitos de discusión domésticos y foráneos identificados con el área de Defensa Nacional. La información facilitada por dichos canales, oportunamente reconvertida en dato por vía de su adecuación a las metas del escrito, recibe tratamiento merced al empleo del aparato teórico ofrecido por publicaciones científicas de signo convencional sobre Estrategia y Geopolítica. En la articulación entre conocimiento accesible a través de ámbitos de difusión y encuadre intelectual facilitado por contribuciones académicas usuales, el trabajo aspira a tornar inteligibles acontecimientos del presente a la luz de formulaciones científicas consagradas.

4Para tomar cuenta del alcance de lo dicho piénsese en la Ley de Préstamo y Arriendo con que EE.UU. suministró dinero, material bélico y bastimentos de todo tipo a Gran Bretaña y la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Winston Churchill postuló dicha norma como “la ley más magnánima que ha habido jamás en la historia de cualquier país” (Nasar, 2012: 397).

5El revisionismo como corriente goza de una salud incongruente con su magro prestigio académico. Tulio Halperín Donghi (2005) desmanteló definitivamente los cimientos de una tradición historiográfica anclada en principios conspiranoicos y razonamientos extemporáneos donde abrevan las perspectivas políticas más reaccionarias de la actualidad (Spota, 2021c).

Recibido: 26 de Octubre de 2021; Aprobado: 21 de Agosto de 2022

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Miembro de la carrera de investigador científico del CONICET (UBA-IDES). Doctor en Antropología (UBA). Magister en Antropología Social (IDES-UNSAM). Magister en Estrategia y Geopolítica (Escuela Superior de Guerra del Ejército Argentino). Magister en Inteligencia Estratégica Nacional (UNLP).

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