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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.49 Córdoba ene. 2023

 

ARTICULOS ORIGINALES

Una derecha democrática es más rara que un japonés con rastas, aunque el problema es otro1
A democratic right is rarer than a Japanese with dreadlocks, although the problem is another

Waldo Ansaldi2

A Alberto Martín Álvarez, por estimularme
a seguir pensando en la dirección elegida.
La política comenzaría, pues, donde cesa la venganza.
Nicole Loraux.

Estamos ante la tesitura de tener que elegir entre el capitalismo o la
vida. La lucha por la vida y la lucha por la democracia son,
en su misma entraña, luchas anticapitalistas.
Tere Maldonado.

Resumen
El notable avance las fuerzas de derecha e incluso de la extrema derecha en buena parte del mundo occidental ha generado, en el campo de las ciencias sociales, una ya vasta literatura y no pocas controversias. Una de las cuestiones que suele provocar diferencias es la existencia o inexistencia de derechas democráticas. Este artículo continúa la reflexión, ya considerada en otros previos, que pone en duda que, dentro de ese campo, predominen las que lo son. Al mismo tiempo, el corrimiento hacia el extremo no significa necesariamente que sean nazis o fascistas.

Abstract
The remarkable advance of the forces of the right and even of the extreme right in much of the western world has generated, in the field of social sciences, an already vast literature and not a few controversies. One of the issues that usually causes differences is the existence or non-existence of democratic rights. This article continues the reflection, already considered in previous ones, which puts in doubt that, within this field, those that are predominate. At the same time, the shift to the extreme does not necessarily mean that they are Nazis or fascists.

Este artículo continúa la saga de mis reflexiones sobre las fuerzas políticas de derechas (Ansaldi, 2000, 2015, 2017a, 2017b, 2022).

La política, del oikos a la polis y de la polis a las redes

Siempre es bueno recordar y apelar al significado etimológico de las palabras. Como se sabe, política fue acuñada en siglo IV a.C. por Aristóteles en su clásico libro ÐïëéôéêÜ, literalmente «asuntos de ciudades», donde ðüëéò -polis- es ciudad. A su vez, los vocablos ciudadanía y ciudadano/a, tan actuales, derivan del latín civitas, equivalente del griego polis, mientras ágora y acrópolis también remiten a acciones en el espacio público, el opuesto de ï6êïò (oikos), casa, vivienda. Luego del mundo greco-romano, la palabra griega original se retomó recién en el siglo XV, en Gran Bretaña. En castellano, en el XVI, cuando Simón Abril, en 1548, tradujo el libro de Aristóteles. Las fechas no parecen obra del azar: son los siglos de gestación y primeros desarrollos del llamado mundo moderno, el de la aparición del Estado y del capitalismo.

Política (castellano, catalán y portugués), politics (inglés), politique (francés), Politik (alemán), politica (italiano, quechua), politiek (neerlandés), politika (checo, croata, eslovaco, esloveno, húngaro, lituano), politik (danés, sueco, creole o criollo haitiano), politikk (noruego), politiikka (finlandés), politicã (rumano), polityka (polaco, estonio), politikâ (letón). En al menos dos docenas de idiomas, la raíz o lexema de la palabra es la misma: poli.

En tiempos de la política a cargo de los notables, la política se hacía en el oikos, un buen ejemplo de lo cual puede leerse en La gran aldea, de Lucio Vicente López (1884). Los procesos de transición a la democracia la llevaron a la calle, donde anidó por algo más de un siglo. Hoy, dejó de hacerse, en buena medida, en las calles para trasladarse a la televisión y las redes, lo que significa su negación radical.

Por tanto, si recuperamos el significado etimológico de las palabras, podemos colegir que en la actualidad asistimos a una inversión: la política se aleja de la polis -es decir, del ágora, de las calles- y se aloja en el oikos, entendido éste no literalmente, sino como metáfora de los estudios de televisión, el aparecer en la pantalla o en las redes. En la televisión, decía Jean-Luc Godard, la imagen importa más que las palabras. En las redes predomina la palabra sobre la imagen, pero frecuentemente bajo la forma de insulto, de descalificación, raramente argumentativa, toda vez que no hay control de ninguna índole y campea lo que alguien ha llamado «linchamiento virtual». Hoy se constata que buena parte de los políticos prefiere el oikos (la televisión, las redes) a la polis (la calle), mientras, en cambio, buena parte de la ciudadanía prefiere, todavía, la calle, aunque las redes van ganando espacio, en buena medida favorecidas por el anonimato, los alias, cuando no los trolls, pero también, como mostraron y muestran las manifestaciones en varias ciudades latinoamericanas, para convocar a ganar la calle.

En (Ansaldi 2022) señalo la importancia que a mi juicio tienen las once proposiciones para la propaganda elaboradas por Joseph Goebbels, el ministro de Educación Popular y Propaganda de Adolf Hitler, a las que considero de notable actualidad.

Claro que se puede decir que tales principios son propios de la política. Puede que así sea, pero lo importante es que Goebbels estaba expresando el modo, novedoso, conque el nazismo, y también el fascismo, comenzaron a utilizar en la lucha política los más avanzados medios de comunicación (la radio en primerísimo lugar) y técnicas de propaganda de la época -década de 1930-, como bien señala Enzo Traverso (2001: 54). Las derechas de hoy comparten con aquella esa temprana apropiación y utilización de medios de comunicación -hoy, la televisión y, sobre todo Internet y las redes- y técnicas de propaganda3. En este sentido, las fuerzas «progresistas» y de izquierda tardaron en utilizarlas. Insisto: para buenos análisis de coyuntura en curso, imprescindible es apreciar la larga duración.

Los medios de comunicación y las redes operan como aparatos privados de hegemonía, para utilizar el concepto gramsciano. El resultado de ello es, conforme Razmig Keucheyan (2021), una producción intelectual cada vez más social. En esa dirección, bueno es su consejo: «En la búsqueda de formas de pensamiento dominantes, hay que mirar también hacia colectivos o instituciones productoras de saberes», es decir los grupos de expertos o de reflexión, esos que la colonización cultural prefiere llamar think tanks. En ese sentido, «[e]l carácter «doctrinario» de un grupo puede ser establecido por su actividad real (política y organizativa) y no por el contexto «abstracto» de la doctrina misma (...). Se llama «doctrinario» porque representa no solo intereses inmediatos, sino también los futuros (previsibles) de un cierto grupo» (Gramsci, 1975: II, 983). Se trata, pues, de prestar especial atención a los aparatos ideológicos del Estado, no sólo a sus aparatos represivos, si se quiere optar por la clásica distinción de Louis Althusser, o, como señalé antes y prefiero, aparatos privados de hegemonía.

Éstos son muy importantes. Gramsci había llamado la atención sobre el hecho de que el poder no reside solamente en el Estado, sino que se encuentra diseminado en lo que llamaba la società civile, como atinadamente recuerda Keucheyan (2013: 60-61), quien inmediatamente añade, con igual tino, que esa concepción del poder diseminado, se encuentra también en el concepto de micropoder elaborado por Michel Foucault. Tal dispersión del poder, apunta Keucheyan, hace que «la lucha contra él forzosamente tiene que dispersarse igualmente».

La sociedad civil comprende lo que Gramsci llamaba «el conjunto de los organismos vulgarmente llamados «privados»» o, si se prefiere, lo público no estatal, para decirlo con un toque habermasiano. En las sociedades de hoy se encuentran las iglesias -no sólo la católica, a la cual tanta atención dedicó Gramsci-, sino también -en América Latina muy relevantes-, las evangélicas, los medios de comunicación (sobre todo los concentrados), las redes, las asociaciones de interés, las grandes corporaciones económicas, los grupos de expertos.

No se trata de reducir el Estado a la coerción y la sociedad civil a la hegemonía. Uno y otra deben entenderse y analizarse en su interacción, en sus relaciones recíprocas, atendiendo a las características de cada momento histórico.

Adicionalmente, el actual proceso de politización de los poderes judiciales y judicialización de la política refuerza el retorno al oikos, pues pocos ámbitos institucionales son tan opacos y confinados a un espacio cerrado como el de la «Justicia». Mas no se trata sólo de politización, pues el Poder Judicial no puede no ser político: en Argentina, al menos, es partidización.

A propósito del ámbito de la justicia, permítaseme reiterar a Gramsci. Después de recordar el papel del Poder Judicial como nexo entre el Parlamento y el Gobierno, añade que él «representa la continuidad de la ley escrita (incluso contra el Gobierno)». Los tres poderes son «órganos de la hegemonía política, pero en diversa medida: 1) Parlamento, 2) Magistratura, 3) Gobierno. Es notable cómo en el público impresionan de manera desastrosa las irregularidades de la administración de justicia: el aparato hegemónico es más sensible en este sector, en el que también pueden incluirse las arbitrariedades de la policía y de la administración pública» (1975: II, 752; itálicas mías). Fue escrito en la Italia fascista entre 1930 y 1932, no en la América Latina de noventa años después.

Por añadidura, y lo señalo al pasar, el llamado neoliberalismo ha puesto y pone énfasis en algo llamado antipolítica, un oxímoron, pues no deja de ser política. En todo caso, antipolítica es, más bien, política en el oikos, no en la polis. No sólo eso: la «destrucción de lo político como lugar de confrontación de la pluralidad y de la diversidad humanas» son signos característicos de los totalitarismos (Traverso, 2001: 25). Quienquiera que siga la actualidad política en el Occidente de hoy advertirá el peligroso corrimiento de las derechas «democráticas» hacia su extremo, antesala del totalitarismo, posibilidad de pasaje que no necesariamente se completará.

No es novedad señalar la notable extensión de las fuerzas de extrema derecha en el mundo, muchas de las cuales han llevado a un corrimiento o acercamiento hacia ellas de no pocas de las derechas «democráticas». A mi juicio, hay que prestar especialísima atención a estos procesos, que no se reducen a guarismos electorales.

¿Qué es ser demócrata, democrático, democrática?

Como es bien sabido, hay una intensa y extensa discusión respecto de qué se entiende por democracia. No hay espacio suficiente aquí para entrar en ese debate. No obstante, no puedo dejar de señalar dos proposiciones básicas, conceptuales, de principios. La primera: en sociedades de clases, la democracia es una de las formas posibles de ejercicio de la dominación política y social. Otras son, v.gr., la oligárquica y las varias formas de dictaduras. La segunda: derecha no nomina a un sujeto de la acción, ni siquiera política; los sujetos de la acción social son las clases, los de la acción política, los partidos (o lo que queda de ellos). Derecha es palabra que nomina una forma de concebir el orden social y quienes son sujetos de tal postura son partidos y organizaciones políticas.

No soy responsable de la continuidad de la existencia de las clases sociales, más allá del que todavía llamado pensamiento crítico -tan devaluado en las últimas tres décadas- ya no las nombre4. Pero el ningunearlas no las hace desaparecer de la realidad, la que, conviene recordarlo, siempre es aparente, cuestión que, filosóficamente, lleva a la distinción entre el mundo de la apariencia (fenómeno) y el mundo real (esencia), y a la unidad entre ambos, como también enseñaba Kosik.

Tratar las clases implica ocuparse de la dominación (de la que hoy se dice muy poco y cuando se la invoca no suele ser como concepto), y de la explotación, a la cual casi nadie remite.

Actualmente, la democracia no es considerada una forma de la dominación de clase y la concepción generalizada -al menos en teoría, no necesariamente en la práctica- es la denominada liberal, cuyas características fundamentales, nos recuerda Norberto Bobbio (1994: 446), son las de ser «compatible con el estado liberal, es decir con el estado que reconoce y garantiza algunos derechos fundamentales, como los derechos de pensamiento, de religión, de imprenta, de reunión, etc., era la democracia representativa o parlamentaria, donde la tarea de hacer las leyes concierne no a todo el pueblo reunido en asamblea [es decir, la democracia directa de los antiguos] sino a un cuerpo restringido de representantes elegidos por aquellos ciudadanos a quienes se les reconozcan los derechos políticos.»

Permítaseme un ex cursus. Tal vez sea conveniente retomar la distinción clásica entre democracia política (la formal o institucional) y democracia social, siendo ésta la que presta atención a cuestiones claves de la vida en sociedad: trabajo, vivienda, educación, salud, admisión de las distinciones entre sexos y/o géneros, es decir, lo que Thomas Marshall llamaba derechos de ciudadanía social, y Luigi Ferrajoli prefiere considerar derechos fundamentales. Sean unos u otros, lo cierto es están asociados a los Estados de Bienestar Social y, en América Latina, a los de Compromiso Social o Protectores, como le llama Luciano Andrenacci.

En todo caso, para decirlo con las palabras de Nelson Mandela, con mayor autoridad:

«Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento».5

Retomo el hilo. Siguiendo a Ellen Meiksins Wood (2002: 315; itálicas de la autora), «la democracia liberal deja básicamente intacta la explotación capitalista, pero de modo más particular la devaluación de la democracia» moderna comparada con la antigua. De allí que, sostengo, la vara para considerar si una fuerza de derecha es (hoy) democrática o no, es cómo se posiciona frente a los derechos sociales, que lo son de la mayoría y como resultado de luchas y reivindicaciones de muy larga data. Ahora bien, hoy, la burguesía, tanto expresándose políticamente como derecha dizque democrática, cuanto extrema, tiene como objetivo la desaparición de los derechos sociales (ciudadanía social, según Thomas Marshall, esos que la clase obrera logró arrancarle tras largas, duras y costosas luchas. ¿Neoliberalismo? No, ningún neologismo: se trata de liberalismo originario. Como bien mostró Crawford Brough Macpherson (1982), la burguesía se hizo democrática para frenar el avance de la clase obrera. Precisamente, la desarticulación y debilidad de ella y de las fuerzas de izquierda lo hacen posible. Esta es, me parece, la clave de bóveda explicativa. Pero hay algo más: ¿por qué quienes son o serán las víctimas, les votan? Retomo la línea argumentativa. Ser un/a demócrata liberal no significa sólo a) aceptar la ciudadanía plena (en la Argentina de hoy no ha faltado la propuesta de retornar al voto calificado), b) participar de las compulsas electorales y respetar el resultado; c) elecciones limpias, transparentes y sin proscripciones; d) periodicidad de los mandatos (cuanta menos reelección, más democracia, a mi juicio); e) publicidad de los actos de gobierno; f) estado de derecho, para citar algunas de las distintivas. Hay quienes incluyen la división de poderes, mas no estoy seguro que ese sea un rasgo exclusivo de las democracias.

Una forma de apreciar la condición de demócrata o democrática de una fuerza política que ha perdido las elecciones, es la de lo qué se hace cuando el ganador asume el gobierno (que no es necesariamente el poder). Ejemplos recientes sobran en América Latina. Señalo sólo tres: la ofensiva de la derecha peruana en procura de la destitución del Presidente Pedro Castillo Terrones; 2) la de la derecha chilena para, primero (sin escatimar apelar a noticias falsas) derrotar la propuesta de una nueva Constitución democrática y de avanzada -vg.gr., con ampliación de derechos fundamentales, cuidado del medio ambiente, reconocimiento de los pueblos originarios y de las diversidades sexuales, control de las actividades empresariales- sustitutiva de la establecida por la dictadura institucional de las Fuerzas Armadas y, luego, habiendo vencido en el plebiscito, boicotear aún más el proceso democratizador con la propuesta de una Constitución «que no una», cuya redacción, propone, no esté a cargo de constituyentes elegidos por la ciudadanía, sino por «expertos» (¿elegidos por quién y entre quiénes?); 3) la acción legislativa de la alianza Juntos x el Cambio, que traba toda medida que tienda, aún con modestia, a favorecer a la mayoría de la población y a acotar los extraordinarios niveles de ganancias de la gran burguesía.

Podría agregar un cuarto ejemplo, que en buena medida no es ajena a gobiernos «progresistas»: el trato a los pueblos originarios, en particular los mapuches en Argentina y Chile. Buena parte de esas derechas entran en la categoría de democráticas. Claro que el límite entre ellas y las extremas es cada vez más difuso y el deslizamiento de unas a otras es peligrosamente frecuente, y no sólo en América Latina. Es cierto que hay excepciones, como Brasil, donde un sector importante de las fuerzas políticas de derecha se opone al extremismo de Jair Bolsonaro.

Las imágenes que se reproducen a continuación dan cuenta de acciones públicas realizadas durante 2022 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: horcas, bolsas, mortuorias con nombres y apellidos, guillotina, fusil ametralladora en reemplazo de las cacerolas.

Ahora, después del atentado contra la vida de la Vice presidenta argentina, Cristina Fernández, sabemos, por una remolona investigación judicial, que lo fueron por un grupúsculo de extrema derecha, pero nunca fueron repudiados por la fuerza política que, se supone, es parte de lo que algunos podrías considerar «derecha democrática» (Pro y su extensión, Juntos por el Cambio, de la que forman parte la otrora democrática y popular Unión Cívica Radical, y la Coalición Cívica). Una «derecha democrática» habría repudiado tan brutal manifestación de violencia, de lógica de la guerra, la que considera

al otro, al que piensa diferente, como un enemigo al que hay que aniquilar. Bien cabe aquí aquello de que el que calla, otorga. La lógica de la guerra no es privativa de la extrema derecha.

Investigo desde el campo de la sociología histórica, por tanto historizo constantemente mis argumentos y aprecio la persistencia del pasado en el presente, en la perspectiva de la larga duración (Fernand Braudel) y/o el coeficiente histórico (Piotr Sztompka). De ahí el principio básico: las coyunturas nunca se explican solamente por el momento en que discurren. Siempre hay elementos del pasado, a menudo soterrados. Así, por ejemplo, la sociedad argentina conoció temprano, desde el mismísimo año 1810, la imposición de la lógica de la guerra sobre la lógica de la política, largamente extendida hasta hoy. Para no ir tan atrás, hace apenas un siglo, en 1919 -en un contexto de democracia restringida- la burguesía argentina generó una organización paramilitar de extrema derecha -la Liga Patriótica Argentina (LPA)-, y dos años después (siempre bajo el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen) las fuerzas de derecha, dizque democráticas, votaron en el Honorable Congreso de la Nación el desafuero del senador socialista Enrique del Valle Iberlucea, tras una insólita causa judicial iniciada por el juez federal Emilio Marenco con motivo del discurso del senador, en el IV Congreso Extraordinario de su partido, en el cual elogió la Revolución Rusa. Marenco solicitó el desafuero, la anulación de la carta de ciudadanía (del Valle Iberlucea había nacido en España) y su expulsión del país. (Le faltó pedir la pena de muerte).

Si el juez se expidió contrariando el derecho y el principio liberal de libertad de pensamiento, el Senado no le fue a la saga y votó afirmativamente el desafuero. Lo fue por delito de opinión. En la Argentina de hoy se diría: por el discurso del odio.

Las palabras de del Valle en la Cámara también suenan actuales:

«No temo la decisión de los señores senadores, de los jueces; sé cómo piensa la mayoría de ellos, porque conozco sus manifestaciones en el curso de esta discusión, y por tal razón, dirigiéndome a la mayoría, no puedo al terminar sino repetir las frases celebres: en vano busco entre vosotros jueces, pues solo encuentro acusadores.»

Una acotación adicional. La LPA fue una organización paramilitar creada en enero de 1919 como reacción a la protesta obrera de ese mes (Semana Trágica), por iniciativa de un hombre de la Unión Cívica Radical (partido que ejercía el gobierno desde 1916), Manuel Carlés y en cuya dirección se encontraba lo más granado de la gran burguesía argentina. En opinión de Carlés, era «necesario vigilar al enemigo del orden público con el dedo en el gatillo, hasta que se convenza que la intimidación y la violencia es el peor camino entre nosotros.» El «enemigo del orden público» que apelaba a «la intimidación y la violencia» era la clase obrera, en contraste con la Liga, a la que consideraba una «asociación de ciudadanos pacíficos armados» (sic) que marchaban por las calles pidiendo la muerte de los comunistas (maximalistas en el lenguaje de la época), los judíos y demás extranjeros (Ansaldi, 2017b). Como no recordar la corrección marxiana a la proposición de Georg Wilhelm Friedrich Hegel de la historia que se repite a sí misma: «Se le olvidó añadir que la primera vez como tragedia, la segunda como farsa» (El dieciocho brumario de Luis Bonaparte).

El breve ex cursus precedente pretende llamar la atención sobre acciones de hoy que no son nuevas. Su tratamiento excede los límites del presente artículo.

Derechas y pensamiento

En mi parecer, las derechas actuales han renunciado a ideas, conceptos y argumentos y «en América Latina, como en su momento advirtiera José Luis Romero (1979: 13-14) han sido parcas en elaborar proyectos y reacias a dotar de fundamentos doctrinarios a su accionar. Más aún, según él, la expresión pensamiento de la derecha «no define una doctrina concreta -como podría ser el liberalismo, el fascismo o el comunismo- sino un haz impreciso de ideas que se combinan con ciertas actitudes básicas.»»

En la misma línea, más recientemente, Atilio Boron (2018; itálicas mías) lo reitera: «la derecha procura, siempre y en todo lugar, pasar desapercibida o adoptar nombres que oculten su verdadera identidad: «centro», «progresista», «moderada» y otros eufemismos por el estilo. Pero hay otro rasgo que complica la adecuada intelección de lo que es la derecha en el mundo actual: la debilidad de su andamiaje teórico. La derecha es sobre todo una práctica político-ideológica y mucho menos una elaborada formulación teórica o una corriente articulada y coherente de pensamiento.

Por cierto, como ya he dicho Ansaldi (2022), ha habido en América Latina de envergadura, cuya lectura cuidadosa es aconsejable. Tales los casos, entre otros, de los brasileños Tristâo de Ataide, Azevedo Amaral, Francisco Campos, Alberto Torres, Francisco de Oliveira Vianna, y el venezolano Laureano Vallenilla Lanz, No debe sorprendernos que hayan escrito durante las tres-cuatro primeras décadas del siglo XX, cuando el «fantasma maximalista» recorría e mundo.

Como sociólogo histórico no puedo no prestar atención a la historicidad propia de la actividad política: no fue por azar que destaqué que son autores de la primera mitad del siglo pasado. Tampoco fue casual que los grandes pensadores de derecha, desde Thomas Burke, Louis de Bonald, Joseph de Maistre, Gioacchino Vicenzo Raffaele Luigi Pecci (más conocido como papa León XIII), hasta Vilfredo Pareto, Caetano Mosca, Carl Schmitt, Friedrich Hayek y Raymond Aron, lo hayan sido de los tiempos en que escribieron. Razmig Keucheyan (2021) lo dijo antes: «Al encontrarse la izquierda debilitada, la derecha no tiene necesidad de generar pensamientos tan fuertes: puede contentarse con poco (...) El grado de sofisticación de los pensamientos de derecha es un buen indicador de la salud de las izquierdas. Por ahora, ésta no es mucha».

No es necesario contar con la astucia del Chapulín Colorado para advertir la certeza de la proposición de Keucheyan: la densidad del pensamiento de derecha es proporcional al de la izquierda.

Un buen indicador de ello es el discurso de las derechas con el tono anticomunista previo a la caída del llamado «socialismo real», que tuvo mucho de real y poco de socialismo. Ahora bien, como escribía Simone de Beauvoir: «Parecería lógico concluir: si las razones de ser anticomunista sólo se encuentran en el comunismo, y si, precisamente, ya no existen, habría que renunciar al anticomunismo» ([1955] 2020: 25). En algunos países europeos y en Estados Unidos el enemigo comunista se metamorfoseó en musulmán, pero en América Latina el discurso de buena parte de las derechas atrasa unos cuarenta años, aunque Mauricio Macri prefiere tener como enemigo al «populismo».

El problema principal

Ahora bien, si dejamos lo aparente, lo visible, y recuperamos el pensamiento crítico para indagar por debajo de la superficie, será claro que el principal problema no son las derechas, ni siquiera las extremas derechas: el principal problema es el capitalismo. Y el capitalismo es tóxico, para usar una expresión de moda, o si se preferen otras palabras, «representa aquella forma económica en la que el hombre puede desfogar mejor su agresividad como bestia salvaje», como bien señala Byung- Chul Han (2022: 12-13) remedando a Sigmund Freud. De allí su asociación «con la pulsión de muerte de la que habla Freud.»6

Más aún: el capitalismo no es sólo un sistema económico o un modo de producción, como tampoco mercado es igual a capitalismo. Hay al respecto una vasta y excelente bibliografía que, por razones espaciales no puedo considerar aquí. Me refiero, sobre todos, a trabajos de Giovanni Arrighi, Fernand Braudel, David Harvey, Immanuel Wallerstein. Señalo brevemente la precisa acotación de Keucheyan (2013: 210; itálicas mías), siguiendo a Arrighi: «El capitalismo conlleva una dimensión política irreductible, lo que equivale a decir que los mecanismos de extracción del valor siempre están sostenidos por estructuras estatales.» Es más, acoto: sin Estado no hay capitalismo. No por azar nacieron juntos. Que al menos por ahora el capitalismo no tenga un contradictor como históricamente fue el socialismo, no es razón para no ocuparnos de él. Todo lo contrario: hoy es es más imperioso que nunca.

Es por eso que una de mis proposiciones para estudiar a las fuerzas de derecha -expuestas en Ansaldi (2022)- sea la de articular ciclo sistémico de acumulación del capital (escala global) con patrón de acumulación del capital (escala nacional). En esa articulación, la política es un componente fundamental. Me parece que lo es más si se comparan las nuevas formas que adquieren las extremas derechas de la décadas de 2010-2020 vis-à-vis las de 1930. Pero no sólo las extremas derechas. La primera constatación -de similitud- es que ellas aparecen en un contexto de crisis del capitalismo. Una diferencia es que, en aquellos años, existía la alternativa de un proyecto antagónico, el socialista -más allá de las (necesarias desde la izquierda) críticas al estalinismo-, mientras hoy no hay ninguna. Una segunda constatación -y las dos que enuncio a título ilustrativo no agotan el análisis- es que la derrota de los proyectos revolucionarios en los veinte-treinta tuvo quienes la pensaron (Antonio Gramsci, Walter Benjamin, León Trotsky), mientras la caída del llamado «socialismo real» no los tiene, al menos de la misma magnitud.

La década de 1970 fue la de lo que Giovanni Arrighi llama crisis- señal del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense. No casualmente, durante ella comienza a expandirse el llamado neoliberalismo tanto en países capitalistas dominantes (Estados Unidos, Reino Unido, v.gr.) como dependientes (v.g., Chile), amén de en las grandes instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Los países mencionados a título ilustrativo y por economía de espacio, eran gobernados por fuerzas de derecha democráticas, en los dos primeros casos, y de extrema derecha en el tercero. Fue, según Manuel Gari (2022), el comienzo de una dura ofensiva en procura de recuperar la tasa de ganancia «mediante la destrucción de las relaciones de fuerza sociales e institucionales y de los derechos y conquistas [itálicas mías] producto del periodo anterior a través de nuevas políticas económicas que permitan un nuevo régimen de acumulación. Eso lleva a [Joachim] Hirsch [«Globalización del capital y la transformación de los sistemas de Estado», Cuadernos del Sur, 28, 1999] a definir al neoliberalismo, de forma tajante, como una ofensiva del capital sobre el trabajo para recomponer la tasa de ganancia». En definitiva, como diría Bill Clinton, en otro registro teórico y político, «es la economía, estúpido». Y la economía es otra desaparecida en la mayoría de los análisis sobre las derechas, democráticas o no, y las extremas derechas.

Dos cuestiones más. La primera remite a las hoy frecuentes referencias a fascismo y/o neofascismo -explícita o implícitamente al totalitarismo-para dar cuenta de las formas que adquieren las actuales extremas derechas. Ahora bien, éstas y el fascismo histórico, ¿tienen la misma composición de clases?, ¿el mismo pensamiento? ¿la misma forma de considerar al Estado? A propósito de esta última relación, es sabido que el liberalismo privilegia al individuo por sobre el Estado y es desigualitario, mientras las diversas extremas derechas han tenido y tienen la posición inversa en aquella relación y comparten la posición anti igualitaria. La relación individua/Estado es clave para diferenciar liberalismo de fascismo. Bueno es recordar el aforismo de Benito Mussolini: «Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado». En 2025 se cumplirán cien años de su formulación.

Comparto la posición de quienes sostienen que las derechas extremas de hoy no son una réplica exacta de las de un siglo atrás, con las cuales coinciden en su carácter antidemocrático. Más grave aún es que están logrando el voto de las clases populares, que serán las primeras afectadas en sus conquistas y derechos en caso de triunfar. Estoy tentando de apelar a la imagen del suicidio colectivo, tanto como adhiero a la formulación de Teresa Maldonado Barahona, profesora vasca, ¡integrante de FeministAlde!, un colectivo feminista, anticapitalista e internacionalista de Bilbao: «la libertad y la capacidad de ejercicio efectivo de los derechos dependen ineludiblemente del disfrute de unas condiciones materiales suficientemente sólidas» (2022). Unos y otras se pierden con gobiernos de extrema derecha, pero también con no pocos de los de derecha consideradas democráticas.

La segunda cuestión ha sido muy bien plateada por la misma Maldonado. Como buena filósofa presta atención al significado de las palabras y a sus articulaciones7. Así, apunta, es frecuente ver y escuchar la expresión democracia [un sustantivo] liberal [un adjetivo], de donde es lógico pensar que hay otros adjetivos para el mismo sustantivo, es decir, puede haber democracias no liberales. A su vez, añade, la expresión liberalismo [sustantivo] democrático [adjetivo] implica la posibilidad de existencia de «otras formas de liberalismo, liberalismos no democráticos, precisamente». Y remata señalando que la propaganda que persigue legitimar la forma actual del capitalismo (el de la valorización financiera) crea «la ilusión de que liberalismo y democracia se implican mutuamente», una falacia, puesto «que, en el límite, son incompatibles» (Maldonado, 2022).

Hoy se escribe, lee y habla mucho de liberalismo, pero a menudo se da por supuesto que tanto emisor como receptor saben de qué se trata y/o entienden por tal lo mismo8. Al respecto, bueno es tener en cuenta las diferencias entre el liberalismo como doctrina filosófico-política y el liberalismo como política económica, las que llevaron a Benedetto Croce a proponer distinguir entre liberalismo (la primera) y liberismo (la segunda), como también dicen Norberto Bobbio y Giovanni Sartori.

¿Y por casa cómo andamos?

En Argentina, desde el primer acceso al gobierno de una fuerza de derecha por vía electoral, en 2015, se discute si Propuesta Republicana (agrupación dirigente de la alianza entonces denominada Cambiemos) y, particularmente su líder, el ex presidente Mauricio Macri son democráticos.

En 2020, José Natanson, un estudioso de la derecha argentina, lo admitía, «al menos si entendemos la democracia no como la certeza de un buen gobierno ni como una garantía de satisfacción universal de las necesidades sociales, sino como un tipo específico de régimen político cuyo corazón son las elecciones libres, transparentes y competitivas.» Añadía que constatar el carácter democrático del macrismo no implica desconocer que durante su gestión de gobierno (2015-2019) «no se hayan registrado alteraciones en el estado de derecho, vulnerado libertades individuales o puesto en cuestión garantías constitucionales», y que se utilizó al «Poder Judicial para perseguir políticos, sindicalistas y empresarios opositores, el célebre lawfare». Recuerda el caso de Milagro Sala, «el primer y el más grave episodio de persecución política durante la gestión de Cambiemos (...): [E]l macrismo desplegó, desde la cúspide del poder, una política de persecución selectiva de opositores, con la complicidad del fuero federal y la anuencia de la Corte Suprema. La combinación de la ley del arrepentido con la discrecionalidad en el uso de la prisión preventiva fue la herramienta mediante la que los jueces avanzaron en esta estrategia» Con honestidad intelectual reconoce que «[a]unque señalamos este aspecto en su momento, no advertimos el nivel de articulación política ni la magnitud que había alcanzado» (Natanson, 2020).

Ahora bien, desde entonces hasta hoy es evidente el corrimiento acelerado de Macri y su partido de posiciones de derecha dizque democrática a extremas. Ni él ni la Pro están solos en ese deslizamiento. Los hay de otras fuerzas consideradas derecha democrática. Léanse las declaraciones e incluso proyectos de ley presentados por, entre otros, Karina Banfi, Alfredo Cornejo, Soher El Zukaria, Maximiliano Ferraro, Alejandro Finocchiaro, Fernando Iglesias, Rodrigo de Loredo, Hernán Lombardi, Ricardo López Murphy, Carolina Losada, Gerardo Milman, Luis Naidenoff, Paula Oliveto, Graciela Ocaña, Cristian Ritondo, Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli, Alfredo Schiavoni, Guadalupe Tagliaferri, Martín Tetaz, Pablo Torello, María Eugenia Vidal, Waldo Wolff...

Razones de espacio impiden considerarlos detalladamente, pero una exploración por Internet permite acceder a la información. En todos los casos se trata de una ofensivo tendente a limitar o derogar derechos fundamentales, mucho de los cuales se lograron a costa de muchas vidas. Incluso, algunos de ellos van contra principios liberales primigenios. El blanco es la clase obrera, pero no sólo ella. Es retroceder casi dos siglos.

«Hago mías las palabras de Edgardo Mocca (2022): «No habrá ninguna paloma en el futuro inmediato de la derecha argentina. El consenso del poder respecto del rumbo que debe asumir la república es muy marcado: es el que discuten las grandes reuniones empresarias, el del rechazo a cualquier acuerdo político con el oficialismo, el del fuego incesante contra los derechos laborales, el de las jubilaciones como fuente de recursos extraordinarios para los grupos más concentrados del capital (como era antes de la estatización de los fondos de pensión), el del reemplazo de las políticas de inclusión por «intervenciones focalizadas», es decir la contención social indispensable para evitar desbordes sociales».

¿Derechas democráticas? No sólo son más raras que un japonés con rastas,9 son más bien una experiencia lisérgica.
El liderazgo se tiene que bancar gente en la calle y muertos», le dijo Macri, sin filtro, a Luis Majul,un periodista partidario suyo.

Colofón

Las fuerzas políticas de derecha tienen un discurso que se explica muy bien con los versos de Joan Manuel Serrat: «Anunciando el apocalipsis van de salvadores». Claro que «si lo dejas te pierden. Infaliblemente».10
Esta saga continuará.

Notas
1 Trabajo recibido: 26-8-2022. Aceptado: 28-10-2022.
2 Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Grupo de Estudios Sociohistóricos de América Latina (GESHAL). Profesor titular consulto e investigador senior. Contacto: waldoanaldi@gmail.com
3 Enzo Traverso (2001: 23) nos recuerda que Leo Strauss, pensador liberal conservador, señaló que los totalitarismos del siglo XX, a diferencia de los precedentes, tuvieron a su favor disponer de la ciencia y la técnica, y acota que ellas fueron los atributos que les permitieron «transformarse en un aparato de coerción y de exterminio».
4 Véase Ansaldi (2017).
5 Durante su participación en la XIV Cumbre de Presidentes del Mercosur (Ushuaia, julio de 1998). Recuperado de https://www.ushuaia-info.com.ar/articulos/nelson-mandela-en- ushuaia.php#:~:text=El%2024%20de%20Julio%20de,tres%20días%20por%20la%20 Argentina.
6 El filósofo surcoreano se refiere a El malestar de la cultura, un libro que conviene leer y/o releer.
7 Hoy es imperioso recordar algo elemental: sin teoría, no hay ciencia. Una tarea de ésta es explicar y para hacerlo es necesario disponer de categorías y conceptos, cuya elección no es neutral.
8 Buen comienzo puede ser la lectura de la entrada «liberalismo», a cargo de Nicola Matteucci, en Bobbio, Matteucci y Pasquino (1994: 875-897).
9 Después de leer una versión previa de este artículo, una compañera del GESHAL me envió una foto de uno que las tiene, y otro compañero me dice que conoce uno en Brasil. Hay, pues, excepciones, pero al ritmo que vamos la relación será inversa.
10 En Los macarras de la moral.

Bibliografía

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22. Traverso, E. (2001): El totalitarismo. Historia de un debate, Buenos Aires: Eudeba
23. Traverso, E. (2018): Las nuevas caras de la derecha, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina.
24. Wood, E.M. (2000): Democracia contra capitalismo. La renovación del materialismo histórico, México DF: Siglo XXI Editores en coedición con el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM.

 

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