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Trabajo y sociedad

On-line version ISSN 1514-6871

Trab. soc.  no.31 Santiago del Estero Dec. 2018

 

IMÁGENES Y MAGNITUDES DEL TRABAJO

Entre la descalificación, el trabajo inmaterial y la intelectualización, ¿hacia dónde va la clase trabajadora?

Between deskilling, immaterial labour and intellectualization, where does the working class go?

Entre a desqualificação, o trabalho imaterial e a intelectualização, ¿onde está indo a classe trabalhadora?

Facundo LASTRA** 

1** Licenciado en Economía, magíster en Ciencias Sociales del Trabajo y doctorando en Ciencias Sociales en la UBA. Becario de finalización de doctorado CONICET en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA). E-mail: facundol@hotmail.com.

RESUMEN:

En este artículo se analizan las transformaciones de la clase trabajadora en el capitalismo, poniendo en relación las tendencias hacia la descalificación, la difusión del trabajo inmaterial y la intelectualización de una porción de los trabajadores. Para ello, se estudian los aportes que Marx hizo a su estudio y las interpretaciones de sus textos realizadas por Harry Braverman y el posobrerismo. En primer lugar, se analizan los capítulos de El Capital dedicados al estudio de la cooperación, la manufactura y la gran industria. Luego, se reseña el análisis que hizo Braverman sobre las transformaciones de los procesos de trabajo, señalando algunos de los límites de su tesis del deskilling y marcando las líneas de continuidad entre las ideas de este autor y la visión presentada en El Capital. Después, se estudia el fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse, marcando las contradicciones que este fragmento presenta con respecto a los abordajes antes mencionados. En este marco, se estudia la interpretación de este texto formulada por los autores del posobrerismo, marcando también las continuidades entre la teoría posobrerista y el fragmento sobre las máquinas. Por último, se propone una interpretación en conjunto de las dos obras marxistas estudiadas, para entender las tendencias hacia la diferenciación y la universalización que conviven en el seno de la clase trabajadora.

Palabras clave: Clase Trabajadora; posobrerismo; deskilling; Braverman; sociología económica

ABSTRACT:

The aim of this article is to analyse the transformations of the working class under capitalism, by relating the tendencies towards the deskilling of workforce, the emergence of immaterial labour, and the intellectualization of a part of the working class. With this purpose, we review the contributions by Marx to these questions and the interpretations of his writings made by Harry Braverman and posworkerism. Firstly, the chapters from Capital dedicated to the study of cooperation, manufacture and the modern industry are reviewed. Then, the analysis by Braverman is discussed, pointing out some of the limits of his ‘deskilling thesis’ and identifying the lines of continuity between the ideas of this author and the ones from Capital. Additionally, the fragment on machines from the Grundrisse is reviewed, emphasizing the contradictions of this fragment in comparison to Capital and Braverman’s theses. The interpretation of the Grundrisse made by the posworkerism is analysed, highlighting the continuity between posworkerist theory and Marx’s ideas. Finally, this article puts forward an interpretation of the two writings by Marx studied in this text. We argue that it is necessary to interpret both Capital and the Grundrisse together, in order to grasp the trends of differentiation and universalization, which coexist within the working class.

Key words: Working class; posworkerism; deskilling; Braverman; economic sociology

RESUMO:

Este artigo descreve as transformações da classe trabalhadora no capitalismo, relacionando as tendências à desqualificação, o surgimento do trabalho imaterial e a intelectualização de uma parte dos trabalhadores. As contribuições que Marx forneceu para o seu estudo são analisadas, estudando as interpretações que surgiram dos seus textos, em particular de Capital e Grundrisse. Para fazer isso, os capítulos de Capital dedicados ao estudo da cooperação, manufatura e grande indústria são explorados. Em seguida, a análise de Braverman da transformação dos processos de trabalho é discutida, com referência a alguns dos limites da sua tese de deskilling e com ênfase das linhas de continuidade entre as ideias dele e aquelas de Marx. Depois, o fragmento em máquinas de Grundrisse é examinado, marcando as contradições que este texto apresenta em relação às abordagens dadas acima. Neste contexto, a interpretação deste fragmento dos autores do posobrerismo é analisada, também ressaltando o alcance e os limites dessa interpretação. Por último, é proposta uma interpretação em conjunto das duas obras marxistas estudadas, que visa compreender as tendências de diferenciação e universalização que coexistem dentro da classe trabalhadora.

Palavras-chave: Classe trabalhadora; posobrerismo; deskilling; Braverman; sociologia econômica

SUMARIO

Introducción. 1. Las transformaciones del trabajo en el capitalismo: cooperación, manufactura y gran industria. 2. Las tesis del deskilling y sus limitaciones. 3. Los Grundrisse, en el laboratorio de Marx. 4. El posobrerismo y su interpretación del fragmento sobre las máquinas. 5. Universalización y diferenciación de la fuerza de trabajo. 6. Conclusiones. Bibliografía.

Introducción

Partiendo de entender que es necesario hacer un uso crítico de la obra de Marx, este texto se propone realizar una lectura en conjunto de El Capital y del fragmento sobre las máquinas de los Grundrisse, con el objetivo de aportar al entendimiento de la configuración actual de las características de la fuerza de trabajo. Nuestra interpretación es que estos textos explican movimientos distintos de la modificación de las características del trabajo y que su lectura de forma aislada da lugar a visiones opuestas entre sí, que no logran captar la complejidad y las transformaciones contradictorias presentes en la clase que vive de su trabajo.

Tanto es así que, por un lado, la visión que tuvo como principal exponente a Harry Braverman (1974) y que continúa algunas de las ideas presentes en El Capital, sólo logró describir situaciones específicas del capitalismo en su etapa de mayor simplificación del trabajo inmediato. En el otro extremo, los autores posobreristas (Lazzarato y Negri, 2001; Vercellone, 2007; Virno, 2003), siguiendo las tesis de los Grundrisse, sostienen que el capitalismo entró en una nueva fase de hegemonía del trabajo complejo, lo que habría dado lugar a una relación intersubjetiva basada en intelecto, que sería la nueva base de la acumulación de capital.

El principal objetivo que aquí nos proponemos es indagar en la relación entre las tendencias hacia la descualificación, la difusión del trabajo inmaterial y la intelectualización de parte de la clase trabajadora. Para ello, estudiaremos las transformaciones que configuran los atributos de la clase trabajadora en el capitalismo contemporáneo, realizando un balance sobre las distintas visiones recién mencionadas, y relacionándolas con los desarrollos que Marx hizo sobre esta temática. En el primer apartado comenzamos analizando las transformaciones históricas de los procesos de trabajo, a partir de estudiar la cooperación, la manufactura y la gran industria, tal como se las describe en El Capital. Luego, mostramos cómo este análisis fue retomado por Braverman para dar lugar a las tesis del deskilling e identificamos los principales límites de su planteo. En el siguiente apartado, analizamos el texto de los Grundrisse, mostrando los aportes y ambigüedades que presenta su fragmento sobre las máquinas. En el cuarto apartado estudiamos la interpretación sobre ese fragmento que hicieron los autores del posobrerismo. En la quinta sección realizamos un balance de los abordajes estudiados y formulamos una interpretación alternativa acerca de los movimientos contradictorios hacia la universalización y diferenciación de los atributos productivos de la clase trabajadora. Por último, esbozamos las conclusiones que se desprenden del recorrido realizado en este texto.

1. Las transformaciones del trabajo en el capitalismo: cooperación, manufactura y gran industria

El capitalismo ha trastocado continua e intensamente la forma en que se organiza el trabajo a lo largo del tiempo. Esto sucede porque la producción de mercancías se realiza con el objetivo de acumular valor, por lo que cada productor debe modificar la base técnica del proceso de trabajo que pone en movimiento, con el objetivo de no ser desplazado en la competencia. Para ello, los productores de mercancías introducen tecnología, cambian las formas de organización de la producción y los mecanismos de control de la fuerza de trabajo, de manera tal de hacer más eficiente el proceso productivo.

Marx sintetizó una descripción de estas transformaciones, explicándolas junto a su necesidad y entendiendo cuál es la relación social general que hizo que las características de los procesos de trabajo mutaran a través del tiempo. En particular, los capítulos dedicados en El Capital a la cooperación, la manufactura y la gran industria brindan interesantes pautas para el estudio de los procesos laborales en la actualidad, por lo que un análisis del mundo de trabajo no puede obviar este aporte.

Marx sostiene que la producción organizada bajo el capitalismo incentiva a que cada capital individual emplee simultáneamente una cantidad cada vez mayor de trabajadores bajo su control. Esto produjo, en sus comienzos, una ruptura gradual con la forma feudal de organizar la producción basada en métodos artesanos y dio lugar a la producción típicamente capitalista. Luego, a partir de ese fenómeno se dieron los distintos procesos de transformación en la organización de la producción, siendo el primero de ellos la cooperación.

La cooperación, en su forma simple, consiste en la organización del proceso productivo en una mayor escala con respecto al taller artesanal, pero sin modificar el proceso de trabajo. Este tipo de organización del trabajo, si bien ya se había desplegado bajo relaciones precapitalistas, toma fuerza con el desarrollo de la acumulación de capital. Por eso Marx afirma que la cooperación “constituye histórica y conceptualmente el punto de partida de la producción capitalista” (Marx, 2008: p. 391, cursivas en el original). Así es que, ni bien el modo de producción capitalista comienza a extenderse, éste conlleva un cambio cuantitativo en torno a la masa de trabajo empleada, aumentando la cantidad de mano de obra ocupada en un mismo establecimiento.

La centralización de una mayor cantidad de medios de producción y mano de obra empleada por distintos capitales individuales hace necesario que alguien realice una “función directiva, vigilante y mediadora” dentro del proceso productivo (Marx, 2008: 402). Esta tarea recae en un primer momento histórico sobre el capitalista, quien se encarga de organizar la producción y enfrentar la resistencia inicial de una fuerza de trabajo que no está iniciada en la disciplina fabril. Pero una vez que se alcanza cierta magnitud mínima del trabajo empleado, surge la separación entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, separación en la que el capitalista se aboca sólo a lo intelectual, es decir la dirección y el control. Luego, cuando esa escala aumenta aún más, la función de vigilar directa o indirectamente el proceso de trabajo es transferida a un tipo especial de asalariado (Marx, 2008: 403).

La manufactura nace como una superación de la cooperación, en tanto que los obreros dejan de realizar el proceso laboral de principio a fin y el capital gana un mayor control sobre la producción1. El sistema de manufactura se caracteriza por la reunión de trabajadores con un mismo tipo de oficio en un solo establecimiento y el aglutinamiento de oficios distintos para realizar un mismo producto, con el objetivo de dividir, aislar y simplificar cada tarea del proceso de trabajo. Ambas transformaciones se basan en la parcialización de las tareas dentro de la organización del trabajo y tienen en común el mantener la producción bajo una base técnica de origen artesano, que perdura en el tiempo. Ello conserva un elemento homogeneizador dentro de la población asalariada, ya que la destreza artesanal sigue siendo la base de la producción. Por eso, en la manufactura “El artesanado continúa siendo la base, base técnica estrecha que excluye, en realidad, el análisis científico del proceso de producción” (Marx, 2008: 412, resaltado del original).

La simplificación de tareas y la degradación de los atributos productivos de cada trabajador individual tienen como resultado un aumento en la capacidad del trabajo social. En este proceso, cada tarea autónoma se independiza, se simplifica y se realiza de manera más eficiente, por lo que se producen más valores de uso con un menor trabajo aplicado. Esto sucede porque cada trabajador pasa a formar parte de un obrero colectivo que se constituye en ese período, aumentando la capacidad del trabajo de la sociedad.

Dada la base técnica artesana de la manufactura, aún no es muy importante la separación entre los individuos calificados y no calificados dentro de este obrero colectivo, ya que la calificación del operario y su habilidad manual siguen siendo importantes para la ejecución de las tareas, a pesar de su relativa simplificación. Entonces, la manufactura tiene el límite impuesto por la imposibilidad de simplificar aún más aquellas tareas que fueron abreviadas a movimientos sencillos y repetitivos, pero que siguen dependiendo de la destreza individual del trabajador calificado.

Pero el capital supera este límite, dando lugar a la gran industria, caracterizada por el desarrollo de maquinarias que aprovechan las fuerzas naturales y que buscan quitar el rol central de la destreza manual en el proceso productivo. Con estas transformaciones, el proceso de trabajo ve reducido su componente subjetivo, en tanto que la combinación de obreros parciales es reemplazada por la organización de las máquinas basada en el estudio científico del proceso productivo. “La gran industria [dice Marx] posee un organismo de producción totalmente objetivo al cual el obrero encuentra como condición de producción material, preexistente a él y acabado” (Marx, 2008: 470).

Hasta aquí, con la manufactura observábamos cómo el artesano individual iba perdiendo capacidades productivas por la simplificación de las tareas que realizaba. Pero, igualmente, seguía siendo él quien manipulaba y transformaba el objeto de trabajo con su mano o mediante una herramienta. En cambio, con la institución de la gran industria, el obrero que hace el trabajo más directo sobre el objeto sólo realiza ciertos movimientos necesarios para que la máquina funcione, ya sea trasladando la materia prima dentro de la fábrica o manipulando determinadas partes de la máquina como si fuera una herramienta.

En este proceso de simplificación de tareas, se genera una universalización de los trabajadores, ya que éstos pueden realizar distintas tareas simples de cualquier proceso laboral, al haber avanzado su grado de simplificación. Mientras que la manufactura fijaba a cada trabajador calificado a una tarea particular de por vida, con la simplificación del trabajo inmediato operada por la maquinaria, la gran industria permite universalizar a cada trabajador, al brindarle la posibilidad de pasar de una tarea a otra, sin la necesidad de un trayecto de formación previo.

En la exposición de Marx, puede verse cómo él concebía a la universalización de cada miembro de la clase trabajadora como la esencia o la “naturaleza” de la gran industria. Según su visión, esta muniversalización sentaría las bases para una organización del trabajo postcapitalista, donde las personas pudieran intercambiar fácilmente sus funciones dentro de la división social del trabajo, desarrollando así una “movilidad omnifacética del obrero”. Sin embargo, la simplificación del trabajo manual da lugar al capital para que lleve a cabo formas aún más brutales de explotación de la fuerza de trabajo. Lejos de desarrollar la “movilidad omnifacética” de los trabajadores, el capital impone una división manufacturera del trabajo que fija al obrero a la realización de una misma tarea simple de por vida2. La universalización entra entonces en contradicción absoluta con la subsunción real del trabajo en el capital. La división manufacturera del trabajo fija al obrero a la realización de una misma tarea simple que, por ser más simple, es peor remunerada. El capital se libera así de las restricciones mimpuestas por la destreza manual y el saber artesanal adquiridos por los obreros, permitiendo la explotación de cualquier tipo de fuerza de trabajo, recurriendo por ejemplo al trabajo infantil y femenino3.

Ante el peligro de que se desgaste la fuerza de trabajo por su sobreexplotación, los inicios de la gran industria se caracterizan por el establecimiento de condiciones mínimas de trabajo y de educación para la totalidad de la clase trabajadora, lo cual toma forma en la lucha política de la clase obrera por mejores condiciones de vida. En términos históricos, Marx describe este proceso al analizar la instauración de las primeras leyes fabriles a mediados del Siglo XIX, que pusieron límites a la jornada laboral y establecieron la obligación de la educación inicial para los menores de edad. Según su visión, la restricción al trabajo infantil y la universalización de ciertas aptitudes productivas mediante la educación inicial obligatoria impiden el desgaste de la fuerza de trabajo y aseguran la provisión de mano de obra con las aptitudes productivas necesarias para la acumulación capitalista.

Pero al mismo tiempo que se dan estas transformaciones, la gran industria necesita de un conocimiento científico del proceso productivo que organice el trabajo colectivo; es decir la realización, no sólo de un trabajo simple y directo sobre el objeto de trabajo, sino también un trabajo complejo sobre los medios de producción (máquinas y herramientas) e indirecto respecto del objeto. Como mostraremos en este texto, la significancia que Marx le dio a este tipo de asalariado varió a lo largo de su obra. Para ver esto, citamos a continuación un extracto de El Capital que ilustra cuál fue la visión sobre el tema que el autor plasmó en ese libro:

La división esencial es la que existe entre los obreros que están ocupados efectivamente en las máquinas-herramientas (...) y los simples peones (casi exclusivamente niños) de estos obreros mecánicos. Entre los peones se cuentan, en mayor o menor grado, todos los ‘feeders’ (que meramente alcanzan a las máquinas el material de trabajo). Junto a estas clases principales figura un personal numéricamente carente de importancia, ocupado en el control de la maquinaria y en

2 “La naturaleza de la gran industria, por ende, implica el cambio de trabajo, la fluidez de la función, la movilidad omnifacética del obrero. Por otra parte, reproduce en su forma capitalista la vieja división del trabajo bajo formas petrificadas” (Marx, 2008: 593).

3 Marx afirma que “La contradicción entre la división manufacturera del trabajo y la esencia de la gran industria sale violentamente a la luz. Se manifiesta, entre otras cosas, en el hecho terrible de que una gran parte de los niños ocupados en las fábricas y manufacturas modernas, (…) sean explotados a lo largo de años sin que se les enseñe un trabajo cualquiera, gracias al cual podrían ser útiles aunque fuere en la misma manufactura o fábrica” (Marx, 2008: 590). Señalamientos similares pueden encontrarse sobre la sobreexplotación de las mujeres en las fábricas inglesas. Sobre la contradicción entre la esencia de la gran industria y la su forma social capitalista ver: Starosta (2012a: 102) su reparación constante, como ingenieros, mecánicos, carpinteros, etcétera. Se trata de una clase superior de obreros, en parte educada científicamente, en parte de índole artesanal, al margen del círculo de los obreros fabriles y sólo agregada a ellos (Marx, 2008: 513). Así es que, si bien Marx marca la necesidad que tiene el capitalismo de contar con obreros ‘científicamente educados’, ubica al surgimiento de este tipo de asalariado como algo marginal, con respecto a la tendencia más general a la descalificación de los trabajadores. Decimos que este párrafo ilustra su visión, porque aquí queda claro que, para el Marx de El Capital, la gran industria tiene como consecuencia preponderante la degradación de las aptitudes productivas de la clase obrera, mientras que la existencia de una fuerza de trabajo con atributos científicos queda relegada a la figura de un “personal numéricamente carente de importancia”.

El análisis presentado en El Capital fue retomado por distintos autores para estudiar las formas actuales de la organización de los procesos productivos. En particular, muchas investigaciones se esforzaron por ubicar a la “administración científica del trabajo” taylorista dentro de las transformaciones históricas investigadas por Marx.

2. Las tesis del deskilling y sus limitaciones

Harry Braverman es tal vez el mayor exponente en el estudio de las transformaciones del proceso productivo utilizando una perspectiva marxista. En su libro Trabajo y capital monopolista, detalló cómo se dio el proceso de separación tajante entre concepción y ejecución, a partir de la llamada “administración científica del trabajo”. Así, analizó la implementación del método taylorista, que puede describirse, muy sintéticamente, como un proceso guiado por los siguientes principios: la disociación del proceso del trabajo de la pericia de los obreros, la separación entre concepción y ejecución del trabajo, y el uso del monopolio del conocimiento para controlar cada paso del proceso de trabajo y su modo de ejecución (Braverman, 1974: 139-147).

Siguiendo estos principios, su libro muestra cómo se fue generando una progresiva degradación en los atributos del trabajador, que disminuyó los conocimientos y capacidades que tenía con respecto a su actividad. A este proceso histórico, en el cual el obrero fue perdiendo sus calificaciones, se lo llamó deskilling. Desde la visión de la empresa, la gerencia debía determinar la “única y mejor manera de hacer un trabajo”, para establecer una jornada laboral “justa”, entendida como todo el trabajo que un obrero puede hacer sin dañar su salud durante toda una vida laboral.

En su desarrollo, Braverman parte de una concepción de la organización del trabajo que concibe al capitalista, es decir al dueño de los medios de producción, como el encargado de llevar adelante las tareas de organización del proceso productivo. Las descripciones que hace de la forma en que se establecieron los principios tayloristas en el seno de la fábrica tienen como supuesto inicial que “El proceso del trabajo ha pasado a ser responsabilidad del capitalista” o que “se convierte en esencial para el capitalista que el control sobre el proceso del trabajo pase de las manos del trabajador a las suyas propias” (Braverman, 1974: 75).

Siguiendo esta visión, el devenir del capitalismo es la historia de cómo los trabajadores, que en un momento inicial tenían el conocimiento de todo el proceso laboral, pierden la totalidad de sus conocimientos y se ven enajenados de todo el proceso de producción. “Al final, [sostiene el autor] todo lo que tiene que ver con el proceso productivo, se hace ajeno al trabajador, en el sentido de que todo queda fuera de sus intereses, reivindicaciones y control: el salario es lo único que recibe el trabajador por su tarea” (Braverman, 2007: 2). La forma de realizar esta alienación es mediante la conversión de los empleos en actividades elementales, que luego se le enseñan al asalariado como tareas simples, aisladas del proceso general de producción. Esta tendencia estaría presente en los últimos 300 años del capitalismo y “es un proceso de degradación del trabajo que no depende en modo alguno de la tecnología” (Braverman, 2007: 3).

Si bien el autor se detiene a analizar la cuestión de los trabajadores de “cuello blanco”, su análisis ignora la aparición del trabajador científicamente educado que menciona Marx al explicar la gran industria. La “oficina técnica” de las empresas son concebidas como una unidad con respecto a la gerencia y al propietario del capital. Cuando Braverman hace mención a los trabajadores intelectuales, cuyo estudio es fundamental para entender las transformaciones de la fuerza laboral, sostiene que las mismas tendencias que se pueden encontrar para la mano de obra descalificada, corren también para estos “trabajadores cerebrales” (Braverman, 1974: 154). En su descripción de las transformaciones de la fuerza de trabajo, la centralidad está puesta en la apropiación del conocimiento del proceso productivo por parte de los dueños del capital. Según esta visión, la parcialización de las tareas de los obreros lleva a una baja en las calificaciones requeridas para ocupar puestos laborales, a una baja del salario y, por lo tanto, a un empeoramiento de las condiciones de vida de la familia trabajadora.

Luego de publicado Trabajo y Capital Monopolista, un gran número de investigadores de la sociología del trabajo reflexionaron sobre las tesis del deskilling, en el marco del denominado labour process debate (Smith, 2015: 205). Existe un consenso generalizado en que el planteo de Braverman fue un gran aporte para la sociología del trabajo, ya que significó una recuperación de las ideas de Marx para el estudio del proceso laboral. Sin embargo, sus tesis fueron retomadas, por lo general, de manera crítica, ya sea como un aspecto parcial de las transformaciones de la fuerza de trabajo o como tendencias que se verifican en sectores particulares de la producción. Distintos autores aportaron a este debate, realizando estudios de caso, incorporando el estudio de la dinámica de la lucha de clases en el marco del proceso de descalificación o introduciendo las cuestiones de género a su análisis (Greenbaum, 1976; Kraft, 1977; Noble, 1984; Shaiken 1981; Smith, 1995).

En este marco, una importante cantidad de investigadores entendieron que las transformaciones en el mundo del trabajo eran más complejas que la descalificación general de todos los asalariados, tal como se desprendía de las tesis del deskilling. Desde estas perspectivas, se señalaba la existencia de otros mecanismos para organizar y controlar la producción muy distintos al método taylorista. A partir de estas visiones críticas, podrían establecerse dos límites principales del planteo de Braverman: el entender a la descalificación como una tendencia general de toda la fuerza de trabajo y la incapacidad de su teoría para explicar a la industria automatizada, que en parte se desarrolló después de que el autor planteara sus hipótesis.

En primer lugar, la idea de que los “trabajadores cerebrales” tarde o temprano también sufrirían una descalificación ignoraba la necesidad que tiene la maquinaria de asalariados científicamente educados que trabajen en el desarrollo y mantenimiento del capital fijo. Además, la unidad que presenta Braverman entre la propiedad del capital y su difusa noción de la “gerencia” ignora que, ya en la constitución de la manufactura, el capitalista se desliga de la vigilancia y planificación del proceso de trabajo, y que, en la actualidad, las nuevas formas de gestión de la propiedad del capital hacen que la figura del capitalista como persona individual no exista dentro de la fábrica.

Braverman no ubicó las tendencias del taylorismo en el marco de las transformaciones más generales de los procesos de trabajo, ni las relacionó con las formas históricas que toma el proceso de valorización de capital (Katz, 2014: 973). Por ello, para él, las leyes del taylorismo son las leyes del capitalismo en general, por lo que la división del trabajo y la simplificación serían tendencias que se tendrían que dar de manera lineal y progresiva en todas las actividades económicas (Kabat, 2001: 21). Muy por el contrario, el taylorismo es tan sólo un aspecto del movimiento general hacia la separación entre la concepción y la ejecución del trabajo. Su especificidad fue hacer posible que una categoría particular de asalariados determine científicamente cuál era la mejor forma de realizar un trabajo simplificado mediante el estudio de cada puesto de trabajo (Freyssenet, 2002: 13).

En segundo lugar, con la progresiva automatización de la producción, operada paulatinamente en la segunda mitad del siglo XX, las transformaciones de los procesos de trabajo dejaron de tener como principal objetivo la simplificación de tareas, dando lugar a tendencias más complejas que las del deskilling. Para entender estas transformaciones resulta interesante analizar cómo el trabajo directo fue desplazado de la fábrica automatizada y simplificado, a la vez que el trabajo indirecto tomó un rol cada vez más destacado.

Coriat (1992) enmarcó estos cambios en lo que identificó como la “era de la automatización” y el pasaje al posfordismo. Uno de los principales hitos de esta etapa sería la aparición, a mediados del Siglo XX, de la máquina herramienta de control numérico. Con estas innovaciones, las máquinas dejan de ser guiadas por la mano del trabajador, por lo que la pericia manual del obrero ya no es un aspecto central de la producción. En este proceso, el “saber hacer” tradicional del trabajador manual es desplazado por otro saber que se condice con la industria automatizada.

La introducción del CAD (computer aided-design), el control numérico de las herramientas y los sistemas de expertos permitieron estandarizar los componentes y el diseño de las piezas, así como también formar bases de datos dentro las empresas, que sistematizan soluciones a futuros problemas en la producción. En este contexto, los trabajadores que se dedican a la concepción y diseño de piezas deben tener una educación científica, que les permita generar soluciones ante las nuevas demandas, sobre todo en las empresas especializadas en la producción de series cortas, y también acceder a soluciones ya diseñadas por otros operarios. Además, la capacidad para solucionar problemas novedosos y la aplicación de modelos abstractos para casos concretos son aspectos necesarios que se adquieren sólo en la práctica laboral. Por eso, el “saber hacer” tácito que, si bien ha sido modificado con la automatización, sigue teniendo un rol central en la industria de punta contemporánea (Balconi; 2002).

Así, el trabajo indirecto crece en importancia y complejidad, volviéndose cada vez más abstracto. Las tareas realizadas por los operarios que realizan el trabajo indirecto son la programación de las máquinas, el diseño y concepción de productos, las actividades de vigilancia que requieren la interpretación de información compleja, y el mantenimiento de la maquinaria de alta complejidad. Por lo tanto, se asiste a dos tendencias contrapuestas que conviven dentro del mismo proceso de trabajo: a la simplificación del trabajo directo y a una mayor ponderación del trabajo indirecto, que avanza en su nivel de abstracción y complejidad (Míguez, 2009). En este sentido, en lugar de la descalificación absoluta, el capitalismo contemporáneo muestra una tendencia más cercana a la “descalificación relativa” de una porción de la fuerza de trabajo (Katz, 2014: 875).

Por último, es importante remarcar que, si lo comparamos con el planteo de Marx, es fácil encontrar las líneas de continuidad que existen entre sus ideas y las tesis bravermanianas. Por lo tanto, algunas de las críticas que planteamos aquí a la hipótesis del deskilling son críticas que alcanzan también al planteo marxista sobre la gran industria, en especial a su versión de El Capital. En coincidencia con ese libro, Braverman sostenía que la descalificación terminaría siendo la tendencia prevaleciente y no concebía la posibilidad de que el capital pueda necesitar a trabajadores calificados en una magnitud significativa. Así fue que le restó importancia al surgimiento de asalariados calificados (Smith, 1995: 16).

Si bien Braverman tuvo un gran poder analítico para identificar el proceso de descalificación propio del taylorismo, el autor no llegó a identificar la necesidad de asalariados con atributos científicos, inquietud que sí estuvo presente en el planteo de El Capital, al menos de forma parcial e incompleta. Por ello es necesario dirigirse a escritos anteriores de Marx, tal vez menos sistemáticos y más imprecisos, pero útiles para utilizarlos y actualizar su obra en los tiempos de la industria automatizada.

3. Los Grundrisse, en el laboratorio de Marx

Los borradores publicados en 1939 bajo el título Elementos fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse), son el resultado parcial de los estudios que emprende Marx en Londres a partir de 1850. Estos textos, escritos durante algunos meses entre los años 1857 y 1858, significan una transición entre los Manuscritos filosóficos-económicos de 1844 y su obra madura El Capital. Por ello, estos manuscritos pueden ser considerados como parte del proceso de elaboración teórica-práctica dentro de su laboratorio, donde aparecen nuevos desarrollos de la teoría del joven Marx, presentados por primera vez de manera sistemática, a partir de un desarrollo dialéctico de las formas económicas de la sociedad (Bellofiore et al, 2013). La mayoría de estos desarrollos quedarán expresados en El Capital, pero otra parte será abandonada en la redacción de este libro. Dentro de los Grundrisse, se encuentra un polémico y ambiguo texto denominado usualmente como el fragmento sobre las máquinas, el cual dio lugar a diversas interpretaciones acerca de la configuración de la fuerza de trabajo en el capitalismo.

Este fragmento es precedido por otras dos secciones dedicadas al estudio del capital fijo, las cuales también son de utilidad para entender las transformaciones de la fuerza de trabajo. El primero de estos textos comienza explicando la constitución de un sistema de maquinarias como presupuesto del proceso de trabajo en la industria moderna y expone la necesidad que tiene el capitalismo del surgimiento de sistemas automáticos de maquinaria, que luego serán el fundamento de la gran industria4.

Si bien la exposición analítica e históricamente más detallada sobre el traspaso de la manufactura hacia la maquinaria es realizada en El Capital, en los Grundrisse se puede encontrar un interesante análisis sobre las diferencias específicas entre una modalidad de organizar el trabajo y la otra. Allí Marx remarca que la particularidad del sistema automatizado es que la máquina no se le aparece al trabajador individual como un medio, sino que, por el contrario, es el obrero individual el que auxilia a la máquina, invirtiéndose los términos en que el medio de trabajo aparece en el período manufacturero5.

Es así como Marx anticipa la tendencia que luego describe en El Capital hacia la pérdida de centralidad de la habilidad manual y la destreza individual, las cuales pasan a objetivarse en el capital fijo. La aplicación de la ciencia a la organización de los procesos de trabajo tiene como resultado que el obrero individual sólo valga como parte de un obrero colectivo que no posee una conciencia científica, sino al que la ciencia se le aparece como un poder externo, que lo domina6. En este aspecto, puede observarse una clara línea de continuidad entre estos borradores y las ideas que el autor sistematizará en sus textos posteriores.

Pero a partir de ese momento, podemos decir que las páginas subsiguientes de los Grundrisse están plagadas de afirmaciones muy distintas al planteo general de la obra madura de Marx y también en muchos aspectos contradictorias entre sí, incluso en el interior mismo del libro 7 . Estas ambigüedades y contradicciones marcan la necesidad de un uso crítico de su obra, para entender qué intuiciones sobre las transformaciones del capitalismo de su tiempo pudieron ser desarrolladas por Marx y en cuáles es necesario seguir trabajando.

Una de estas contradicciones está dada por la idea, casi explícitamente desarrollada en estos fragmentos, de que el trabajo inmediato, es decir el directamente aplicado al objeto de trabajo, habría dejado de ser determinante en la producción y que, por lo tanto, el tiempo de trabajo medido en unidades de trabajo simple no sería una medida del valor. Con respecto a lo primero, Marx parece oscilar entre una posición que pronostica la desaparición del trabajo inmediato y otra que sostiene tan sólo la pérdida de su centralidad:

… el trabajo inmediato se ve reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno frente al trabajo científico, general, a la aplicación tecnológica de las ciencias naturales por un lado y por otro frente a la fuerza productiva general resultante de la estructuración social de la producción global (Marx, 2011a: 222).

En este pasaje, la visión de Marx sobre la fuerza de trabajo con atributos científicos difiere con respecto a la figura del obrero científicamente educado “numéricamente carente de importancia” de la gran industria en El Capital. Aquí, la cuestión parece plantearse al revés: el trabajo inmediato ya no es determinante en la producción, aunque sigue siendo imprescindible, mientras que el trabajo científico pasa a ser el principal elemento que estructura la producción global.

Con la gran industria, el nuevo pilar de la creación de riqueza y de la producción pasa a ser el

4 “Pero una vez inserto en el proceso de producción del capital, el medio de trabajo experimenta diversas metamorfosis, la última de las cuales es la máquina o más bien un sistema automático de maquinaria (…) puesto en movimiento por un autómata, por fuerza motriz que se mueve a sí misma; este autómata se compone de muchos órganos mecánicos e intelectuales, de tal modo que los obreros mismos sólo están determinados como miembros conscientes del sistema” (Marx, 2011a: p. 218, resaltado del original).

5 “Su differentia specifica [de la máquina] en modo alguno es, como en el caso del medio de trabajo, la de transmitir al objeto la actividad del obrero, sino que más bien esta actividad se halla puesta de tal manera que no hace más que transmitir a la materia prima el trabajo o la acción de la máquina, a la que vigila y preserva de averías” (Marx, 2011a: p. 218).

6 “La ciencia (…) no existe en la conciencia del obrero, sino que opera a través de la máquina, como poder ajeno, como poder de la máquina misma, sobre aquél” (Marx, 2011a: p. 218).

7 Bellofiore (2013) marca estas contradicciones dentro de los Grundrisse, que no sólo aparecen en el estudio de la fuerza de trabajo, sino también con respecto a la concepción del dinero, la relación del capitalismo con otros modos de producción y el fundamento de las crisis.

dominio de la naturaleza por parte del cuerpo social, lo cual sólo puede individualizarse en un “individuo social”, es decir en una persona portadora de una fuerza productiva general y socialmente universal:

En esta transformación lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma (Marx, 2011a: 228). En esta cita aparece otra clara diferencia entre los Grundrisse y las ideas que luego Marx sistematizará en El Capital. Si nos atenemos al espíritu general de este fragmento, parecería haber una contradicción entre la extracción de plusvalor (“el robo de tiempo de trabajo ajeno”) y la creación de un obrero colectivo con una fuerza productiva general8. Así, la creación de este obrero colectivo y social conllevaría al fin de la producción realizada de manera capitalista, al no tomar más la forma de un antagonismo entre clases sociales por la extracción de plustrabajo. Sin embargo, aquí Marx no deja en claro el carácter de este desplome de la producción capitalista.

Esta falta de claridad de los Grundrisse fue la que llevó a muchos autores a pensar la posibilidad de que estos borradores tengan un carácter premonitorio acerca del devenir del capitalismo de fines del Siglo XX y a profundizar esta línea de investigación, dando lugar al surgimiento de la corriente posobrerista. Según esta perspectiva, Marx habría tenido razón al afirmar que la producción de la vida social había caído bajo la égida del General Intellect, tal como lo sostuvo en el cierre del fragmento sobre las máquinas:

El desarrollo del capital fijo revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real (Marx, 2011a: 230, resaltado del original).

4. El posobrerismo y su interpretación del fragmento sobre las máquinas

En el marco de las transformaciones operadas en el capitalismo a partir de los años sesenta, se consolidó en Italia una corriente de pensamiento denominada como operaísmo u obrerismo, que tuvo entre sus primeros exponentes a Panzieri, Tronti y Negri. De esta tradición surge el posobrerismo, enfoque que tiene como principal objeto de estudio la cuestión del trabajo inmaterial y las consecuencias que su desarrollo tuvo en la configuración de la clase trabajadora. Esta corriente creó diversas categorías frecuentemente utilizadas en la teoría social y los estudios sobre el trabajo, como las de ‘intelectualidad difusa’, ‘capitalismo cognitivo’ y ‘obrero social’, entre otras. Si bien existen distintas interpretaciones sobre la homogeneidad que presentan los autores del posobrerismo y sobre sus distintas vertientes9, es posible afirmar que el texto de Lazzarato y Negri (2001) es un estudio fundacional de los estudios posobreristas sobre el trabajo inmaterial.

8 Como afirma Bellofiore, este texto “pareciera estar fundado en una visión acorde a la cual la reducción del tiempo de trabajo contenido en una mercancía individual sería equivalente a una caída de la extracción de trabajo, la cual es el fundamento del capitalismo” A partir de este problema el autor sostiene: “No creo que esta perspectiva pueda ser mantenida, al menos desde el punto de vista de Marx en su obra madura: pero, fundamentalmente, tampoco desde el punto de vista que los Grundrisse en sí mismo presenta.” (Bellofiore, 2013: 31, traducción propia del original).

9 Al respecto, Toscano (2007) encuentra que existen tres vertientes dentro de esta corriente de pensamiento: una corriente autonomista “clásica” (representada por Hardt y Negri), otra línea “naturalista” (encabezada por Virno) y otra denominada como “espiritualismo diferencial” (relacionada con Lazzarato). Por otro lado, Bellofiore y Tomba (2008) diferencian entre el posobrerismo “materialista” (menos reconocido, pero que tiene como exponente a Sergio Bologna) y el posobrerismo “ideológico”, que enmarcaría a todos los autores que afirman la hegemonía del trabajo intelectual.

Allí, los autores sostienen que el valor de uso de la fuerza de trabajo se ha trastocado, dando lugar a un cambio en la materialidad del trabajo. Con la integración del trabajo inmaterial en el ciclo industrial, “el ciclo del trabajo inmaterial es preconstituido por una fuerza social y autónoma, capaz de organizar el propio trabajo y las propias relaciones con la empresa” (Lazzarato y Negri, 2001: 12). La diferencia entre el trabajo material y el inmaterial radicaría en la imposibilidad de que la ‘organización científica del trabajo’ taylorista predetermine o controle la capacidad productiva del trabajo inmaterial, el cual va tomando un carácter cada vez más social y menos individual. En este proceso, “el trabajo se transforma integralmente en trabajo inmaterial y la fuerza de trabajo en ‘intelectualidad de masa’ (los dos aspectos que Marx llama general intellect)” (Lazzarato y Negri: 2001: p.10).

El comienzo de estas transformaciones sería palpable en la década del ´60 y ´70, en el marco de las importantes luchas sindicales y sociales, que conquistaron espacios de autonomía para los operarios. Luego de esos procesos, la reestructuración posfordista habría reconocido y valorizado la nueva calidad del trabajo inmaterial, que se volvió hegemónico a lo largo de los últimos años. Explicando su interpretación del fragmento sobre las máquinas, los autores sostienen que: “El proceso es el siguiente: de un lado el capital reduce la fuerza de trabajo a ‘capital fijo’, subordinándola siempre más en el proceso productivo, de otro lado ella demuestra, a través de su subordinación total, que el actor fundamental del proceso social de producción ha cambiado ahora a un ‘saber social general’…” (Lazzarato y Negri: 2001: p.13).

Con la hegemonía del trabajo inmaterial, el capitalismo actual habría dejado de basarse en la apropiación de plustrabajo, dado que el trabajo material y directo es objetivado en el capital fijo, y ya no hay un tiempo de trabajo inmediato que el capital pueda obtener en concepto de plusvalor. El valor de cambio de las mercancías, creado y recreado en el seno de una relación intersubjetiva intelectual, ya no tendría basamento en el tiempo de trabajo y así el capital habría perdido el control sobre los tiempos de producción. Tal como lo mostramos en el apartado anterior, esta visión se basa en el espíritu general de aquellos párrafos de los Grundrisse, en donde Marx deja entrever que existe una contradicción entre la reducción del tiempo de trabajo inmediato necesario y la extracción de plusvalor. Según la visión posobrerista, se habría dado lugar a una independencia progresiva del trabajo intelectual, el cual obtuvo un fuerte grado de autonomía. Tanto es así que los autores conciben a la conformación de la intelectualidad o a la cooperación entre trabajadores intelectuales como un aspecto que queda por fuera de la relación del capital: “El proceso de producción de subjetividad, esto es, el proceso de producción tout court, se constituye ‘fuera’ de la relación de capital, en el tamiz de los procesos constitutivos de la intelectualidad de masa” (Lazzarato y Negri: 2001: 16).

Por su parte, Vercellone, además de hacer énfasis en la hegemonía del trabajo inmaterial, propone utilizar el término capitalismo cognitivo para hacer referencia al nuevo período posfordista, caracterizado por la formación de una economía basada en el conocimiento, pero enmarcada y subsumida por las leyes del capital. Esta nueva fase del capitalismo estaría ya anunciada en el fragmento sobre las máquinas:

Sin embargo, en nuestra opinión, es sobre todo en los Grundrisse que esto es explicado, en particular, en los pasajes del ‘fragmento sobre las máquinas’ (en el cuaderno VII). Allí, Marx anuncia el advenimiento, después de las etapas de la subsunción formal y real del trabajo al capital, de un nuevo momento del desarrollo de la división del trabajo. Es allí donde Marx habla sobre el general intellect, para caracterizar el impacto de este cambio sobre la división del trabajo y sobre el cambio técnico. De esta manera, él anticipa ciertos aspectos claves de una coyuntura histórica en donde el valor productivo del trabajo intelectual y científico se vuelve dominante y el conocimiento re-socializa todo (Vercellone, 2007: 19, traducción propia del original). Para este autor, con el trabajo intelectual es imposible desarrollar una subsunción real del trabajo, ya que el capital no puede imponerle al obrero colectivo una organización técnica del trabajo mediante el uso de la ciencia. Dada la extensión del intelecto general, el capital puede dominar el proceso productivo sólo por medio de transacciones mercantiles y monetarias, es decir mediante una subsunción formal del trabajo.

Según Vercellone, el acento puesto por Marx en la reducción de la jornada laboral y la universalización de la educación pública inicial, dejarían entrever cómo la socialización del conocimiento se presentaba en germen dentro de la industria moderna del Siglo XIX. La extensión de la educación inicial obligatoria habría generado las condiciones para la creación de una “intelectualidad difusa”, la cual es una necesidad histórica que puso en crisis la relación salarial fordista (Vercellone, 2007: 27). La tendencia a esta transformación originada por la gran industria no habría sido desarrollada completamente sino en los Grundisse, donde se muestra cómo la difusión de los conocimientos se convierte en la principal fuerza productiva.

En la obra de Virno también se pueden encontrar sugestivos señalamientos acerca de las transformaciones de la fuerza de trabajo y las implicancias que esto tiene en el capitalismo contemporáneo. En particular, resulta interesante cómo el autor describe la mayor necesidad de hábitos de socialización extralaborales por parte de los trabajadores, como requisito para insertarse en un ámbito laboral estable. Así, muestra cómo las empresas precisan cada vez más a trabajadores “flexibles”, “adaptables al cambio” y con competencias para las interacciones lingüístico-comunicativas, como condición necesaria para integrarse a un marco organizacional.

Para el autor, esta “nueva profesionalidad” es la expresión de un conjunto de transformaciones productivas que ubican al intelecto como parte esencial de la producción. Uno de los límites de la obra de Marx para entender estas transformaciones estaría dado por su incapacidad de asir acertadamente los trabajos inmateriales en los que el producto es inseparable del acto de producir. Este tipo de “trabajo virtuoso” fue asimilado por el autor alemán con el trabajo asalariado no productivo (o las tareas de servidumbre) y considerados como carentes de importancia cuantitativa10.

Resumidamente, según Virno, la característica diferencial del posfordismo estaría dada justamente por el “trabajo virtuoso”, el cual tiene como bases la comunicación verbal y la “cooperación subjetiva”, que toman la forma de intelecto general como atributo del trabajo vivo (Virno, 2003: 70). Este autor también hace énfasis en el fragmento sobre las máquinas para analizar las transformaciones del capitalismo. Aunque según su visión, Marx tuvo el límite de pensar que el general intellect era un atributo del capital fijo, cuando lo característico del posfordismo es que éste se vuelve un atributo de la fuerza de trabajo:

La dificultad nace del hecho de que Marx concibe el ‘intelecto general’ como capacidad científica objetivada, como sistema de máquinas. Este aspecto es importante, pero no es suficiente. Habría que considerar el aspecto por el cual el intelecto general más que encarnarse (o mejor, aferrarse) al sistema de máquinas, existe como atributo del trabajo vivo. El general intellect se presenta hoy antes que nada como comunicación, abstracción, autorreflexión de sujetos vivos (Virno, 2003: 64, resaltado del original).

En esta breve reseña que hemos realizado queda de relieve que el posobrerismo fundamenta su visión en una particular interpretación del fragmento sobre las máquinas, poniendo énfasis en las consecuencias que tuvo la cada vez mayor importancia del trabajo inmaterial. Más allá de los matices de diferencias entre los autores, todos ellos encuentran que el general intellect se erige como una relación social intersubjetiva dentro de la clase asalariada, que ve transformada sus aptitudes productivas.

Sin lugar a dudas, los estudios sobre el trabajo inmaterial realizados por el posobrerismo lograron describir algunas de las transformaciones que sufrieron los procesos de trabajo a partir de la década del ´70. El surgimiento de nuevas actividades laborales que precisan un cierto nivel de autonomía para ser llevadas a cabo, o también la dificultad de controlar muchas de estas tareas, que ahora pasan a ser autocontroladas por los propios trabajadores, son aspectos que encuadran en la idea de trabajo inmaterial y que no podían ser explicados por algunos enfoques de la sociología del trabajo, como la idea del deskilling.

Los autores del posobrerismo señalan asimismo una realidad que debe ser estudiada en profundidad: asistimos a un progresivo cambio en la materialidad del trabajo que está alterando la base técnica de la producción. El principal motor de este cambio es la informatización, es decir la creación

10 En este sentido, Pagura (2010: 65) afirma acertadamente que, en la época de Marx, la mayoría de los servicios eran “servicios personales” para uso de las clases acomodadas. Es decir que tenían siempre valor de uso pero excepcionalmente se los utilizaba para producir valor de cambio. A partir de este motivo podría pensarse la poca atención que Marx dedicó al estudio del “trabajo virtuoso”. de nuevas tecnologías que funcionan a través de lenguajes de programación que crean, manipulan y analizan información. Gran parte de la clase trabajadora se vio afectada por el ingreso de este tipo de tecnologías en los lugares de trabajo. La extensión de estos nuevos lenguajes, símbolos y códigos propios del trabajo inmaterial afectan las actividades laborales, tanto para quienes llevan a cabo el trabajo simple como el complejo.

A un nivel bajo de complejidad, una porción cada vez mayor de la clase trabajadora debe manejar aspectos básicos de las tecnologías para ser empleable. Esto no quiere decir que todo trabajo que implique el manejo de herramientas informáticas sea un trabajo complejo, puesto que muchos aspectos de las nuevas tecnologías son simples y se pueden manejar sin ninguna instrucción previa, más allá de cierta familiaridad con los dispositivos electrónicos. A un nivel más alto de complejidad del trabajo, la informatización puso en el centro de la producción un nuevo tipo de conocimiento. La ciencia siempre estuvo involucrada de alguna manera en la producción, pero la gran industria puso el conocimiento científico dentro del proceso de trabajo, llevando a una mayor presencia de trabajadores “científicamente educados” en el proceso productivo. Como la informatización le quita significancia a la destreza manual, el trabajo complejo se volvió cada vez más centrado en la producción de conocimiento en sí mismo. Por lo tanto, la creatividad, el pensamiento abstracto y la cooperación entre trabajadores se volvió progresivamente más importante para un segmento de la clase trabajadora que se intelectualizó.

Otra transformación de la que supo dar cuenta el concepto de trabajo inmaterial es la mayor predominancia del sector de los servicios, que impactó en la materialidad de los procesos laborales y de los valores de uso producidos. En los últimos años estas transformaciones estuvieron dadas por un aumento de la importancia de los empleos en los que la relación y el trato con el cliente son claves para completar el circuito entre producción y consumo. En este tipo de actividades, más que un saber específico sobre la actividad en que el trabajador se desempeña, lo que se necesitan son hábitos de socialización y de habilidades lingüístico-comunicativas que se adquieren en ámbitos extralaborales.

Pero el mayor aporte de este conjunto de pensadores fue señalar que los cambios del capitalismo han transformado consigo la subjetividad productiva de la clase que vive de su trabajo. Estos autores acertaron en marcar que el fragmento sobre las máquinas es una pista clave para entender cómo se dan estas transformaciones (Starosta, 2012b: 29). Sin embargo, en el intento de marcar las tendencias hacia la mayor gravitación del trabajo inmaterial y a la socialización de aptitudes dentro de la fuerza de trabajo, el posobrerismo les ha otorgado un grado de generalidad a esas tendencias que es difícil de encontrar en las transformaciones reales que sufre la clase trabajadora. De esta manera, al sostener que existe una hegemonía del trabajo inmaterial, se les asigna un carácter residual a otras formas de trabajo. Pero, en realidad, las formas de explotación aparentemente más “primitivas” son también expresión de la actual etapa histórica del capitalismo y son un aspecto clave de la internacionalización de los procesos productivos (Tomba, 2007: 24).

Por ejemplo, si se estudian los procesos de industrialización asiáticos o la actualidad de las economías latinoamericanas, difícilmente se podría concluir que en esas regiones predomina el trabajo inmaterial sobre el trabajo inmediato (Antunes, 2007) o que allí se ha desarrollado la universalización de las aptitudes productivas propias de la ‘intelectualidad de masas’. Por el contrario, lo que ha sucedido fue una internacionalización de los procesos productivos, donde algunos países han concentrado las etapas más complejas de la producción, mientras que el capital desplazó las etapas más simples a regiones donde las características de la fuerza de trabajo y los costos laborales le resultaban más convenientes. En los primeros, la extensión del trabajo inmaterial es una tendencia significativa, mientras que este tipo de trabajo tiene una extensión más acotada en aquellos países especializados en el trabajo simple.

El posobrerismo ha leído el fragmento de las máquinas contraponiéndolo con El Capital (Bellofiore y Tomba, 2014: 246). De esta manera, propuso una interpretación ‘lineal’ de los textos de Marx, según la cual la emergencia de la ciencia como atributo del trabajo vivo inaugura una fase posterior al capitalismo de la gran industria y en contradicción con este último. Desde nuestra visión, para entender las transformaciones de la fuerza de trabajo es necesario leer ambos textos en conjunto, como intentaremos hacerlo en el apartado siguiente, ya que tanto uno como el otro presentan limitaciones para explicar del capitalismo contemporáneo y, al mismo tiempo, son poderosas herramientas para estudiarlo.

5. Universalización y diferenciación de la fuerza de trabajo

Tomando en conjunto los señalamientos que hicimos a los distintos aportes estudiados, podemos decir que la configuración de la clase trabajadora está dada por un doble movimiento contradictorio de diferenciación de la fuerza de trabajo, que se realiza sobre la base de la universalización de las condiciones de reproducción de la población, también de forma diferenciada. Lejos de encontrar una tendencia predominante sobre otras características residuales, el capital presenta, al mismo tiempo, elementos que parecieran formar parte de temporalidades distintas, pero que no son más que la expresión de un mismo desarrollo histórico.

Como expusimos al comienzo de este texto, la gran industria es una forma de organizar la producción en la que el conocimiento científico con fines productivos se incorpora plenamente dentro del proceso de trabajo, dando lugar al “obrero científicamente educado”. Lejos de significar un caso excepcional o “numéricamente carente de importancia”, el cambio en las condiciones técnicas de la producción implicó la necesidad de un tipo particular de trabajador que tenga unos atributos productivos desarrollados y que pueda realizar el control científico de la producción, como también así la innovación en nuevos avances técnicos.

Se trata de la fuerza de trabajo con una subjetividad productiva expandida, portada en un individuo que posee una conciencia científica. Este fragmento de la clase trabajadora contribuye al desarrollo de la capacidad en manejar las fuerzas naturales y en controlar el carácter colectivo del trabajo (Iñigo Carrera, 2008: 58). Los salarios de la porción de la clase trabajadora con aptitudes científicas deben ser capaces de reunir el valor necesario para reproducir la capacidad de ese trabajo complejo, cubriendo sus gastos en educación, esparcimiento, etc.; por lo que sus ingresos son significativamente más altos, con respecto a los salarios de la mano de obra descalificada.

Esta porción de la fuerza de trabajo debe poseer una formación en la que los estudios universitarios y científicos son un componente importante, siendo éstos también parte del valor de su fuerza de trabajo. Sus condiciones laborales y el control sobre sus tareas difieren de los métodos tayloristas, ya que es difícil operar una economía de tiempos en las actividades más complejas. Por el contrario, su puesto de trabajo deberá tener las condiciones necesarias para desarrollar tareas creativas o de innovación, e incluso para tener momentos de esparcimiento dentro de su jornada laboral, mientras que su actividad pasará a ser “autocontrolada” por el mismo trabajador.

Las capacidades cognitivas de este tipo de trabajador adquieren la forma de un intelecto general, ya que sus aptitudes se basan, entre otras cosas, en la capacidad de compartir una serie de informaciones, símbolos y códigos, que luego se ponen en relación con otros trabajadores especializados en distintos aspectos del trabajo complejo. Por eso la noción de “competencia”, en desmedro de la de calificación, surge como la forma de concebir la capacidad de un individuo de relacionarse en ámbitos laborales que, si bien pueden ser distintos, precisan del manejo de softwares comunes, de un correcto manejo del lenguaje y de pautas de sociabilidad propias de una empresa (Míguez, 2009). A diferencia de la calificación, que es una propiedad irreversible de una persona que pasa por un proceso educativo, la competencia aparece entonces como una “propiedad inestable” del trabajador. Esta siempre debe estar sujeta a validación y adecuación con respecto a una organización del trabajo siempre cambiante (Tanguy, 2003: 122).

Así es que se produce una universalización científica del conocimiento, que es compartida dentro de una misma organización. A partir de esta transformación producto de la automatización, puede entenderse los requerimientos que tienen los trabajadores de una experiencia educacional más universal, mientras que es cada vez menor la importancia del saber hacer obtenido en el puesto de trabajo, aunque éste no haya desaparecido totalmente. Por lo tanto, se asiste a una simplificación de los atributos productivos generados en el mismo puesto de trabajo, que se da conjuntamente con la expansión de la educación formal necesaria para entrar en un proceso de producción con atributos más universalizados (Balconi, 2002).

Pero al mismo tiempo que se desarrolla este segmento intelectualizado de la clase trabajadora, la gran industria también da lugar a la fuerza de trabajo con una subjetividad productiva degradada, que es producto de la parcialización y simplificación de las tareas que realizan los trabajadores encargados de las actividades más simples (Iñigo Carrera, 2008: 57). La descalificación del trabajo sucede por la progresiva objetivación del conocimiento que la fuerza laboral tiene sobre el proceso productivo. Con cada avance en el desarrollo de las fuerzas productivas, las habilidades y pericias que eran necesarias para la producción son incorporadas al sistema de máquinas y ya no son necesarias como atributos del trabajo vivo. De esta manera, quienes llevaban a cabo este tipo de actividades se ven forzados a realizar tareas simplificadas y se convierten en meros apéndices de la maquinaria.

Como se estudió en el primer apartado, esta degradación de los atributos productivos se realiza a partir de la universalización de las condiciones mínimas de la reproducción de la fuerza de trabajo. Con la constitución de la gran industria, también se instaura un período en el que capitalismo tiende a garantizar las condiciones de reproducción de la población, a partir del surgimiento de leyes laborales, el establecimiento de salarios mínimos, la prohibición del trabajo infantil y el acortamiento de la jornada laboral; medidas que permiten mantener los atributos productivos mínimos de la fuerza de trabajo, al evitar su desgaste prematuro. Así es que la tendencia a la extensión de la educación inicial obligatoria, que aún sigue vigente en la actualidad, permite mantener ciertas aptitudes productivas mínimas universales, por más que los contenidos de esa educación se degraden.

La degradación de una parte de la fuerza de trabajo y la intelectualización de otra parte conllevan dos grados distintos de universalización. Una es la universalización basada en la simplificación de actividades, que se realiza sobre la base de la garantización de las condiciones mínimas de vida y educación. Esta transformación de los procesos de trabajo abre la posibilidad de que un trabajador pase de una actividad simple a otra sin quedar fijado a una tarea parcial de por vida.

La otra universalización tiene un carácter científico y afecta a la fuerza de trabajo con una subjetividad productiva desarrollada. En este sentido, se contrapone con la “universalidad vacía” derivada de la falta de capacidades productivas a la que se encuentran condenados los trabajadores descalificados (Starosta 2012a: 121). Por el contrario, la universalidad científica vuelve capaz a una porción de la clase trabajadora de organizar por sí misma el proceso de producción de cualquier sistema automático de maquinaria, otorgándole los atributos necesarios para organizar cualquier forma de cooperación social. Es también universalización, en tanto dota de un intelecto general a una porción de la clase trabajadora, que genera las aptitudes para controlar y planificar el carácter colectivo del trabajo.

En este aspecto, los borradores acerca del general intellect, si bien ambiguos y confusos, aportan interesantes pistas para continuar con el estudio del trabajo inmaterial. La ambigüedad del fragmento sobre las máquinas se basa en la aparente contradicción, que Marx presenta en ese texto, entre “el robo de tiempo de trabajo ajeno” (relacionado con el trabajo inmediato y simple) y “la apropiación de la fuerza productiva general” (relacionada con el trabajo intelectual y el desarrollo de un “individuo social”). A esa ambigüedad se le suma la explicación “lineal” que el autor le parecería otorgar al pasaje desde la gran industria hacia la producción basada en el general intellect. En esta linealidad se basó el posobrerismo para afirmar que existe una nueva fase del capitalismo en la que el trabajo inmaterial subsumió todas las actividades productivas, desdeñando así la persistencia del trabajo simple y taylorizado. A pesar de sus problemas, este fragmento es a la vez un interesante aporte, ya que Marx allí se despega de la visión presentada en El capital, en donde la fuerza de trabajo científicamente educada es relegada a un aspecto carente de significancia. El concepto del general intellect resulta entonces útil para explicar la difusión del trabajo inmaterial y el carácter cada vez más intersubjetivo del trabajo, aunque es necesaria una explicación más sistemática de su surgimiento y sus alcances. Para llegar a esta explicación, es necesario utilizar conjuntamente los Grundrisse y El Capital, reconciliando las posturas allí expresadas11.

11 Otros escritos de Marx presentan una posición intermedia entre estos dos extremos, que habilita a pensar la plausibilidad de un uso complementario de los dos textos aquí estudiados. Un ejemplo de ello son los borradores publicados en el Libro I Capítulo VI (inédito) de El Capital. Allí Marx resalta el carácter colectivo del trabajo en la gran industria y afirma que “con el desarrollo de la subsunción real del trabajo en el capital (…) no es el obrero individual sino cada vez más una capacidad de trabajo socialmente combinada lo que se convierte en el

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Desde nuestra perspectiva, las transformaciones actuales de la clase trabajadora se basan en una universalización diferenciada de la fuerza de trabajo, entre la “universalidad vacía” y la “universalidad científica”. En este marco, no hay una predominancia de un tipo de universalización sobre la otra, sino que ambas conviven en el seno de la clase trabajadora, ya que forman parte de los órganos del obrero colectivo que realiza la producción de la sociedad. Tal vez, la principal dificultad debido a la cual se tomaron estas tendencias aisladamente radique en la amalgama de transformaciones que se operan en los procesos de trabajo y lo difícil que resulta desentrañar la simultaneidad de tendencias que se presentan en un mismo referente empírico. Así, las peores condiciones de explotación a las que puede ser sometida la fuerza de trabajo que realiza las tareas más simples del proceso productivo, pueden aparecer como un elemento residual frente al avance de la industria automatizada que requiere de un trabajo más calificado. Sin embargo, ambas actividades forman muchas veces parte de un mismo proceso productivo que, gracias al avance tecnológico, ahora pueden ser separadas espacialmente.

En este sentido, las notas de Marx en el fragmento sobre las máquinas brindan una interesante reflexión sobre la potencia que tiene el capitalismo para hacer desaparecer el trabajo inmediato y para generar la posibilidad de que el trabajo se organice de manera consciente, mediante un intelecto general de la clase asalariada. Pero, utilizando también la visión presente en El Capital, es necesario tener en cuenta que esta posibilidad aparece negada con la gran industria capitalista, cuando la subsunción real del trabajo al capital lleva a que la fuerza de trabajo con atributos productivos degradados sea explotada de forma más brutal, debido a lo simple de su trabajo. La aparente contradicción entre el trabajo simple y el intelecto general se resuelve así teniendo en cuenta el surgimiento de una porción de la fuerza de trabajo intelectualizada con una subjetividad productiva expandida y otra porción descalificada con una subjetividad productiva degradada, ambas afectadas de diferentes maneras por la mayor extensión del trabajo inmaterial.

Con la interpretación que aquí proponemos, descalificación e intelectualización, universalización vacía y universalización científica, el carácter emancipatorio del trabajo intelectual y la explotación más brutal del trabajo simple; todos ellos son movimientos considerados en la unidad de las transformaciones de la clase trabajadora, unidad que cobra cuerpo en la diferenciación de la fuerza de trabajo.

6. Conclusiones

A partir del recorrido realizado en este texto, hemos intentado mostrar cómo las visiones que tomaron unilateralmente algunos aspectos de la obra de Marx (la descalificación en el caso de Braverman y la difusión del trabajo inmaterial en el caso del posobrerismo) pudieron describir algunas transformaciones de la clase trabajadora, pero asignándoles un grado de totalidad que no tienen. Por el contrario, entendemos que, para estudiar las condiciones de reproducción y las mutaciones de la fuerza de trabajo, se hace necesario un uso crítico de estos aportes, evitando caer en generalizaciones que impidan ver la complejidad de movimientos contradictorios que ocurren en el capitalismo.

Por un lado, la visión sobre la gran industria presente en El Capital tiene como principal límite el no poder asir acabadamente la manera en que las aptitudes productivas científicas se desarrollarían como un atributo inherente de la fuerza de trabajo. En ese texto, Marx mencionó la necesidad que tiene el capital de asalariados “científicamente educados”, adelantándose a una tendencia que se

agente real del proceso laboral en su conjunto” (Marx, 2011b: 78). Sus señalamientos, por un lado, no plantean que los trabajadores científicamente educados sean carentes de importancia y, por otro lado, dejan en claro que no existe una contradicción entre el trabajo complejo y el simple. Por el contrario, el obrero colectivo está formado por todo tipo de trabajadores realizando actividades complementarias de diversa complejidad: “(…) las diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman la máquina productiva total participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de la formación de mercancías (…) éste trabaja más con las manos, aquél más con la cabeza, el uno como director, ingeniero, técnico, etc., el otro como capataz, el de más allá como obrero manual directo e incluso como simple peón (…) aquí es absolutamente indiferente el que la función de tal o cual trabajador, mero eslabón de este trabajador colectivo, esté más próxima o más distante del trabajo manual directo” (Marx, 2011b: 79).

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desarrollaría plenamente con la automatización de la industria, pero asignándole un rol marginal y carente de importancia. Retomando esta última idea, Braverman le otorgó un lugar aún mayor a la descalificación, concibiéndola como la esencia del capitalismo. En este sentido, su planteo fue útil para describir las transformaciones del taylorismo, pero insuficiente para explicar otras tendencias más complejas de los procesos de trabajo.

Por otro lado, en los Grundrisse está presente la preocupación por cómo opera el trabajo científico dentro de la producción y, nuevamente, Marx allí desarrolló interesantes intuiciones sobre la sociabilidad y universalidad de los atributos intelectuales de la clase trabajadora. Sin embargo, en el fragmento de las máquinas se presenta al general intellect como una aptitud para el control de la ciencia que, tendencialmente, le iría quitando todo su lugar al trabajo inmediato en la creación de valor. Así se muestra una tendencia inexorable a la implosión de la ley del valor por la simple extensión de este tipo de trabajo más complejo, sin las suficientes mediaciones acerca de cómo esta subjetividad productiva acabaría tomando el control de la producción, y obviando que en la gran industria también se opera una división manufacturera del trabajo que degrada las aptitudes productivas de los trabajadores que realizan las tareas más simples.

El posobrerismo continuó esta visión y afirmó que el capitalismo contemporáneo ya podría considerarse como dominado por la intelectualidad de masas. En sus ideas se encuentran interesantes descripciones acerca de las transformaciones de la clase trabajadora en cuanto a la difusión del trabajo inmaterial, la necesidad de una mayor sociabilidad para realizar algunas tareas laborales y las nuevas formas de control del trabajo complejo. No obstante estos aportes, las ideas posobreristas realzan la hegemonía del trabajo inmaterial a un punto tal que sus descripciones no concuerdan con la persistencia del trabajo simple y taylorizado que se registra en los procesos laborales.

Haciendo un uso crítico de los aportes estudiados en este texto, afirmamos que las transformaciones en el capitalismo contemporáneo están dadas por un movimiento hacia la diferenciación de la fuerza de trabajo. Así, la porción de la fuerza de trabajo con una subjetividad productiva expandida adquiere conocimientos científicos cada vez más desarrollados, mientras que la porción de la clase trabajadora con una subjetividad productiva degradada va perdiendo sus atributos productivos debido a la simplificación de tareas.

Nuestras futuras líneas de investigación sobre el tema deberán tener en cuenta la manera específica en que se realiza la subsunción del trabajo al capital, mediados por los espacios nacionales en los que se desenvuelve el capitalismo, ya que cada país o región presenta particularidades con respecto a la aplicación de la maquinaria, sus objetivos de utilización y las formas sociales que ésta adopta. La explicación de la sociedad y sus procesos de producción mediante tendencias unilineales no parece ser la forma de entender hacia dónde va la clase trabajadora. Por el contrario, el desafío es hacer un uso crítico de los distintos aportes de la economía política y la sociología del trabajo, para así entender la unidad de las complejidades del capitalismo de nuestro tiempo.

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Recibido: 17 de Julio de 2017; Aprobado: 16 de Junio de 2018

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