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Enfoques

On-line version ISSN 1669-2721

Enfoques vol.26 no.2 Libertador San Martín Dec. 2014

 

RECENSIONES BIBLIOGRÁFICAS

Imaginación e invención (1965-1966)
Simondon, Gilbert. . Buenos Aires: Editorial Cactus, 2013. 224 pp. Traducción y notas de Pablo Ires. ISBN 978-987-29224-3-6.

El libro que se reseña corresponde al curso que el filósofo Gilbert Simondon dictara en la Sorbonne en el período 1965-1966. Ya desde el prólogo, el autor anuncia la formulación y exploración de una hipótesis que –en detrimento de la heterogeneidad de estudios a propósito de “la imagen” – postula la existencia de un “ciclo de la imagen” cuasi-orgánico y apunta a esclarecer las relaciones inmanentes de la imaginación con la invención. El desarrollo de esta tesis adquiere consistencia por la propia composición del texto, el mismo no es el resultado de actas o reconstrucciones de las clases sino que fue concebido y redactado por el autor, distribuido a los estudiantes bajo la forma de folleto y, luego, publicado en el Bulletin de Psychologie entre noviembre de 1965 y mayo de 1966. En este sentido, el texto presenta una sistematicidad y una simetría que se corresponde con la organicidad de la tesis a defender: la introducción y las cuatro partes que la siguen se desagregan en cada caso en tres subpartes que despliegan distintas dimensiones del proceso de desarrollo de la imagen conforme se van distinguiendo niveles y franqueando fases. En términos filosóficos, cabe subrayar que para Simondon la apuesta por desentrañar los vínculos entre imaginación e invención “no apunta solamente a hacer aparecer la relatividad de la intuición, del discurso, o del pensamiento dialéctico, sino también a mostrar que ninguna de estas tres sistematizaciones cubre de manera completa la actividad de invención, demasiado poco estable para servir de paradigma” (pp. 30-31). En efecto, Simondon busca establecer las condiciones ontogenéticas que preceden y hacen posible la invención (comportamental, técnica, científica, artística, etc.) y, renovando el camino ya abierto por Gabriel Tarde y Henri Bergson, aspira a poder pensarla como concepto clave para una ontología de los procesos y las relaciones. En este punto, se impone un rodeo histórico-conceptual que permita situar esta preocupación y sus antecedentes.
Gilbert Simondon (1924-1989) sienta las bases de su proyecto teórico con sus tesis doctorales (defendidas en 1958), una principal (L´individuation à la lumière des notions de forme et d´information) y una secundaria (Du mode d´existence des objets techniques), dirigidas por Jean Hyppolite y Georges Canguilhem, respectivamente. La tesis secundaria se edita prontamente en 1958 mientras que la totalidad de la tesis principal recién resplandece en 1989 con la publicación de su tercera y cuarta parte inédita (L’individuation psychique et collective). Desde entonces su obra ha sido re-editada y traducida en varios idiomas, siendo actualmente objeto de un intenso redescubrimiento. Respecto de sus intereses teóricos, se reconoce en Simondon a un filósofo de la técnica preocupado por otorgar a los objetos técnicos ciudadanía en el mundo de la cultura y al creador de una ontogénesis filosófica. Esta última, la teoría de la individuación, no se priva de formular una teoría del devenir del ser en la cual se agolpan minerales, vegetales, animales, máquinas y seres psíquico-colectivos según un sistema conceptual coherente, transversal y multidimensional. Para ello, entre otras fuentes, abreva en la física cuántica, la epistemología francesa, la cibernética, la cristalografía, la tecnología, la etología, la psicología… y en una odisea filosófica que, reactivando intuiciones profundas de los “fisiólogos jónicos” y operando una relectura constructiva de toda la filosofía occidental hasta el bergsonismo y la fenomenología, desemboca en una ontología procesual y relacional contraria al sustancialismo esencialista y al dualismo hilemórfico (los enemigos arquetípicos con los cuales se mide y frente a los cuales formula sus postulados). En esta ontogénesis filosófica, los conceptos de metaestabilidad, transducción y amplificación asumen un rol central y se encuentran nítidamente vinculados a la problematización constructiva de la noción de invención.
Ahora bien, como ya se sugirió, la invención no surge ex nihilo sino como resultado de un proceso genético previo: es la culminación del devenir de la imagen y su relanzamiento a otro nivel. Puede no surgir, pero cuando surge es como resultado positivo de una sistematización abigarrada, de una mezcla sobresaturada, de un problema cuya solución abriga realidades imprevistas. Y, puede parecer paradójico, pero Simondon adopta el modelo del desarrollo ontogenético y filogenético para abordar las condiciones de realización de las invenciones y, por ese camino, para soldar en un mismo proceso imaginación reproductora e invención. En este sentido, presenta una teoría genética de la imagen mental en la cual esta realidad de carácter intermediario (entre sujeto y objeto, concreto y abstracto, pasado y futuro), que se constituye “como un subconjunto relativamente independiente al interior del ser viviente sujeto”, atraviesa tres fases de formación (anticipación, experiencia, sistematización) y habilita una instancia de invención que, cuando se efectúa, relanza el ciclo propiciando el nacimiento y el desarrollo de nuevas anticipaciones, experiencias y sistemas. Para Simondon, entonces, las imágenes mentales son subconjuntos estructurales y funcionales que, como los órganos en crecimiento, habitan y se despliegan en el ser viviente sujeto sin estar, por ello, sujetas al libre arbitrio de una “conciencia imaginante”1 y, por otro lado, sin ser ellas mismas un epifenómeno de la percepción o una resultante de la relación con el medio. Ciertamente, la percepción remite a una de las fases del devenir de la imagen pero, y he aquí una de las principales tesis, no a la fase inaugural. ¿Imágenes pre-perceptivas, pre-objetivas, preindividuales? Al teorizar esa realidad de la imagen, que precede la experiencia del objeto y cuyo contenido dominante es esencialmente motor, se dedica toda la primera parte. En ella, Simondon pone en juego la tesis según la cual la motricidad precede a la sensorialidad en el plano de la individuación de los seres vivientes y, movilizando una serie de estudios embriológicos, zoológicos y etológicos, niega la prioridad del esquema estímulo-respuesta y afirma la existencia de esquemas de acción específicos, autocinéticos y espontáneos, que preceden la organización del sistema receptor de señales. Estos esquemas de acción, productores de movimientos sin finalidad y base para la comprensión de la innovación comportamental, la iniciativa y la eficacia de los complejos perceptivo-motrices posteriores, remiten al desarrollo filogenético pero también abrigan una fuente endógena de indeterminación y espontaneidad en lo viviente.
La segunda parte se aboca al análisis de las imágenes intra-perceptivas que emergen en la interacción viviente/medio y cuyo contenido dominante es de carácter cognitivo. En este sentido, esta segunda fase se encuentra signada por procesos de aprendizaje, por la estructuración de un sistema receptor de señales y por la composición progresiva de montajes perceptivo-activos que, enlazándose con imágenes motoras y anticipaciones, estabilizan funcionalmente la relación viviente/medio, permiten la identificación de objetos y situaciones según categorías biológicas y dan lugar a una composición psíquica del territorio. La distinción entre categorías de percepción primarias y secundarias (psíquicas), no conduce a establecer un corte antropológico sino más bien a “situar la frecuencia de las conductas de tipo biológico o psíquico” (p. 74). En este decurso, Simondon moviliza estudios y discusiones etológicas, psicosociales y cognitivas, propone una analítica de los regímenes de adquisición de información (percepción de objetos, percepción diferencial, percepción del cambio) y, contraponiéndose al presupuesto gestáltico de la estabilidad y la pregnancia de las “buenas formas”, plantea una teoría propia de “lo que hace imagen” retomando los postulados de La Individuación(metaestabilidad, singularidad, compatibilidad perceptiva entre órdenes de magnitud dispares).
Así como la primera parte se dedica a las “imágenes a priori” –dominadas por contenidos motores y cinéticos de anticipación– y la segunda a las imágenes intraperceptivas –signadas por contenidos cognitivos de acoplamiento en el mundo–, la tercera parte se aboca al análisis de los símbolos y del carácter afectivo-emotivo de su pregnancia (“imágenes a posteriori”). Simondon recupera el sentido originario, platónico, de símbolo y subraya la relación analítica del símbolo con lo simbolizado. En este punto, los distingue explícitamente de los signos, que sólo son una añadidura a la realidad designada (“el pizarrón negro existe y está completo por sí mismo sin la palabra que lo designa”), y afirma “los símbolos van por pares, lo cual quiere decir que un símbolo es un fragmento de un todo primordial que ha sido dividido según una línea accidental; por aproximación, los dos símbolos, que son complementarios, reconstituyen la primitiva unidad” (p. 11). ¿Qué unidad primitiva? La del viviente con otros vivientes o la del individuo con la situación, pero no con cualquier otro ni en situaciones cualesquiera la imagen-recuerdo deviene símbolo. Sólo aquellos casos intensos, de resonancia afectivo-emotiva fuerte y cuya pregnancia manifiesta en el sujeto un poder organizador, resultan simbólicos para el viviente y constituyen la red de puntos-clave a través de la cual está inmerso en el mundo (subconsciencia afectivo-emotiva). Los símbolos son la mediación real del sujeto con el mundo e implican una epistemología anclada en un “realismo de las relaciones”. A partir de aquí se abre el camino para el análisis de los modos de configuración lo simbólico y se emprende la discusión respecto de la ontogénesis del comportamiento. Frente a Melanie Klein, por ejemplo, Simondon afirma que la conducta depende de momentos afectivo-emotivos fundamentales de la historia del sujeto pero que no se relacionan necesariamente con la infancia. En la misma línea, analiza el concepto lacaniano de Imago y relativiza las virtudes de las estructuras ternarias (“como la del complejo de Edipo”) por sobre las binarias. Tras multiplicar las discusiones en miras a superar la distinción entre imagen y símbolo, Simondon subraya que –en el ciclo de la imaginación– la sistematización del mundo simbólico tiende a una saturación y a una desdiferenciación que libera los poderes, tensiones y potenciales condensados en los símbolos, volviéndolos materiales para la actividad inventiva.
Y se llega, así, a la fase de invención. Ella marca el final de un ciclo y el comienzo de uno nuevo: produce un cambio de organización que abre a nuevas anticipaciones, experiencias y sistematizaciones que, ciclo tras ciclo, ensanchan los márgenes de realidad práctica, material y simbólica, ampliando el sistema de los objetos creados que envuelve los individuos. Simondon la aborda desde tres dimensiones: la invención comportamental en animales y hombres (conductas de rodeo y mediación instrumental), la invención apoyada en formalizaciones simbólicas objetivas (técnica, ciencia) y subjetivas (religión, moral, política) y la invención de objetos separados (técnicos o artísticos). En el primer caso, relativiza el criterio del homo faber, moviliza una zoología de inventores y afirma que la intensidad desencadenada por un problema práctico a resolver actúa en el sujeto viviente propiciando una reorganización de las representaciones y modelos operatorios cristalizados por la experiencia, esto es, las imágenes-recuerdo y los símbolos franquean un estado de sobresaturación y desdiferenciación que habilita a una invención resolutoria por medio de una reconfiguración en la imaginación. En este punto, lo que es clave para Simondon es el hecho de que una estructura simple (problema, desafío, fin) “gobierna y modula” a una estructura mucho más amplia (conjunto de imágenes mentales portadoras de potenciales), activando con la resolución un mecanismo retroactivo que relanza el ciclo. En el segundo caso, Simondon aborda los fenómenos de invención que se apoyan en signos y símbolos, y explica el proceso por el cual, de la técnica a la ciencia (por medio de la explicitación y transmisión de los modelos operatorios y por la expansión de la formalización metrológica) y de la religión a la política (por medio de la formalización de los modos de participación afectivo-emotiva y la compatibilización normativa y ritual de los sistemas de acción), las invenciones se suceden conmoviendo el universo simbólico creado e incorporando nuevos modos de relación posible. Por último, Simondon analiza la producción de objetos separados y destaca, respecto de los objetos técnicos, que la invención da lugar a fenómenos de “plusvalía funcional” en los cuales las soluciones desbordan con sus efectos a los problemas de base e incorporan nuevas realidades al mundo: “por este aspecto amplificante, la invención es ocasión de descubrimiento” (p. 192).
Recapitulando, Simondon cifra la tesis medular del libro del siguiente modo:

Las imágenes sufrirían mutaciones sucesivas que modificarían sus relaciones mutuas haciéndolas pasar de un estatus de primitiva independencia mutua a una fase de interdependencia en el momento del encuentro con el objeto, luego a un estado final de ligazón sistemática y necesitante donde las energías primitivamente cinéticas se convirtieron en tensiones de un sistema. La invención podría ser entonces considerada como un cambio de organización del sistema de las imágenes adultas que conducen la imagen mental, mediante un cambio de nivel, a un nuevo estado de imágenes libres que permiten recomenzar una génesis: la invención sería un renacimiento del ciclo de las imágenes, que permite abordar el medio con nuevas anticipaciones de donde saldrán adaptaciones que no habían sido posibles con las anticipaciones primitivas, y luego una nueva sistemática interna y simbólica. (p. 26)

Lic. Juan Manuel Heredia

Docente Universidad de Buenos Aires

Notas

1 En efecto, buena parte de la tesis simondoniana se construye relativizando las posiciones del Sartre de La imaginación (1934) y Lo imaginario (1940), y restituyendo algunos elementos del Bergson de Materia y Memoria (1896) –del cual Sartre se separa explícitamente en dichas obras–.  

 

The Apocalypse in Seventh-day Adventist Interpretation
Quispe, Glúder. Lima, Peru. Universidad Peruana Unión, 2013. xii+354 pp. ISBN: 978-9972- 604-28-7.

Glúder Quispe (PhD. Andrews University, USA), is professor of Adventist Studies and New Testament (Exegesis and Theology of the Apocalypse)1 at Peruvian Union University since 2000. Since 2011 he heads the Ellen G. White Research Center–Peru.
This work, based on his doctoral dissertation, is divided the following way:
The first chapter, “Introduction,” presents the principles of interpretation, the historical application of the seven trumpets –as a text with different viewpoints– and the central theme of the Revelation, chapter 12 –as a text essentially in agreement (21)–.
The history of the SDA interpretation of Revelation, thinks Quispe, may be divided into three periods: [1] the Thoughts on Daniel and the Revelation (1862-1944); [2] the Seventh-day Adventist Bible Commentary (1944-1970); and [3] The multiple emphases (1970- ). Each period signals a particular emphasis: (1) the biblical-historical, the biblical-theological and the biblical-exegetical, respectively; each being represented by its major contributor: historical, by C. Mervyn Maxwell (1925-1999); theological, by Hans K. LaRondelle (1929- 2011); and exegetical, by Jon K. Paulien (1949- ). Also, in each period a definition is offered on the historicist method of prophetic interpretation (2, 20).
The second chapter, “biblical-historical emphasis,” centers on the historical prophecy application, keeping loyalty to the historicist method used by the Reformers and the Adventist pioneers, including William Miller, Uriah Smith, later C. M. Maxwell and Alberto R. Treiyer.
The third chapter, “biblical-theological emphasis,” tends to keep a Christ-centered perspective of prophetic interpretation. Quispe presents L. F. Were’s important role and influence on the SDA Bible Commentary, Hans K. LaRondelle and R. Naden. Within that period, historicism is virtually used in prophecy interpretation.
The fourth chapter, “biblical-exegetical emphasis,” focuses primarily on the first Revelation’s readers and the first century historical context. Historicism is harshly disputed by “new” philosophical focuses, especially by K. Strand (202). The 1974 Bible Conference, Desmond Ford, and the Daniel and Revelation Committee (DARCOM) are then stressed. Finally, Quispe discusses more intensely J. Paulien and R. Stefanovič contributions to Revelation’s Adventist interpretation. This last period remark opens the door for the use of futurism, preterism, idealism and historicism in interpreting Revelation, as alleged by Ford, Paulien and Stefanovič (231).
The fifth chapter, “Summary and conclusions,” confirms that for 150 years of SDA Apocalypse publications, Adventist perspectives developed progressively through an emphasis on history, theology, and later on exegesis. . . . “[Although] on the one hand, the historical emphasis tended to overlook some aspects of the biblical text, on the other, the theological and exegetical emphases have tended to overlook some aspects of the historical applications” (266).
Regarding the seven trumpets, the final comparison is based on Smith, the SDA Bible Commentary, Maxwell, LaRondelle and Paulien. The first three dare to date the prophetic periods, while the last two seem to lose the historical meaning, as they “spiritualize their conclusions” (268), disagreeing with the fifth and sixth trumpets periods’ interpretations (Rev 9:5, 10, 15).
As to Revelation 12, a general agreement in identifying the Woman, the Child, and the Great Red Dragon seems to exist. However, Paulien makes a slight difference regarding the woman’s identity, applying both to the true Church and also to other faithful people. Paulien believes that the Red Dragon not only represents Satan, but includes all his earthly followers (270). About the 1,260 years, Paulien and LaRondelle have diametrically different positions both as to the rest and even between themselves. To the SDA Bible Commentary, LaRondelle and Paulien, the remnant is not identified solely with the SDA’s, but also with members of other religions.
Although each of these different periods claims to use historicism in interpreting and understanding Revelation, they come at different conclusions. Why? Quispe answers giving nine suggestions. Number three should be underlined because it stresses the importance of outlining our methodology, i. e., historicism must be defined and systematized (273) through the “Methods of Bible Study” parameters, a document presented by the Methods of Bible Study Committee, approved by the 1986 Annual Council of the General Conference, which convened in Rio de Janeiro, Brazil.
The work also presents several inconsistencies:2
1. Paulien believes that “God’s remnant will have a message not just for Christians, but also for Jews, for Muslims, for Buddhists, and for Hindus—for all people” (Seven Keys: Unlocking the Secrets of Revelation [Nampa, ID: Pacific Press, 2009], 117). However, in table 12 of page 235, Quispe misinterprets Paulien signaling that the Remnant not only is limited to the SDA Church, but also included all the other religions. Actually, Paulien signals in his unpublished paper, “The Best Is Yet To Come: A Vision for the Eschatological Remnant,” that God’s historic Remnant is the SDA Church (“The Best Is Yet To Come,” 39-41). Therefore, Quispe’s interpretation is contradictory. Besides, the article “The Best Is Yet To Come: A Vision for the Eschatological Remnant” is not quoted in Quispe’s work. Similar observations and others can be found in Ekkehardt Müller, “The Apocalypse in Seventh-day Adventist Interpretation, by Gluder Quispe,” Reflections: The BRI Newsletter 45, January (2014): 10-12.
2. Although it is a fact that Quispe prefers the biblical-historical emphasis to interpret the Apocalypse (271, 274), the following statement seems confused:

“[. . .] the three views [emphasis] were not contradictory or even competing with each other, but rather are complementary, sharing basic presuppositions, and each making a distinct, unique, and essential contribution to the Adventist understanding of the multi-faceted message of the Apocalypse” (266).

If Quispe later on mentions that the biblical-theological emphasis “can also tend toward ‘spiritualizing’ the message of the Apocalypse, something like the idealistic approach” and the biblical-exegetical emphasis “can resemble the preterist approach” (270, 271), some readers might wonder in what sense they could be complementary and share presuppositions, taking into account that the preterist and idealist views are not compatible with the Scriptures, nor with Ellen G. White’s writings?3
3. In the Symposium on the Book of Revelation of the South American Division in Chile (2013), after Quispe’s presentation, this question was addressed him: “Why [in his doctoral dissertation] it was not studied or mentioned two current representatives, such as Ekkehardt Müller and Gerhard Pfandl, which are also taken as a reference,”? to which he replied [literally]:

. . . I think that the book by Dr. Ekkehardt Müller is one of the great contributions, but unfortunately it is published in German. We were talking with him about translating it [his book] but will be published in the Seventh-day Adventist International Bible Commentary, of which he is the official writer. I think his emphasis is still biblical, but that commentary, in my opinion, lacks history. It is difficult to complete everything in a book, right? But sometimes we have gone too far to the last part [biblical-exegetical emphasis], while we are forgetting the historical part [biblical-historical emphasis] Nevertheless, I think that, I speak in my work of Dr. Müller, as one who gets closest to the Adventist and biblical interpretation within the Church. (emphasis added).

In fact, both in the work under revision and in his doctoral dissertation, Quispe mentions Müller only 5 times (226, 266 and 272, excluding footnotes and bibliography: 143, 253, 256, 275, 276, 317). Although underscoring Müller’s work “that covers the biblical-exegetical and theological emphases,” (266) he says that “Perhaps, his commentary [by Müller] will have wide influence among Adventists when it is translated into other languages” (266; emphasis added).
However, it would have been a great contribution to present the work that Müller has done so far. While it is true that Müller doctoral dissertation presents a microstructure of Revelation (see Microstructural Analysis of Revelation 4-11 [ThD dissertation, Andrews University, 1994]), his book, Der Erste und der Letzte: Studien zum Buch der Offenbarung (Frankfurt: Peter Lang, –2011), which is divided into three parts Einleitungsfragen und Methodik, – Exegetische Studien, and Theologische Studienpresents methods and steps to interpret the Revelation (31-46); an analysis of the seven trumpets (175-208); and an analysis of the remnant in the end time (355-380), among many more; of which it would have been possible to identify the historical and symbolic fulfillments as Quispe did with the other scholars under study. Is it necessary just Müller’s book to know his thought about the Apocalypse? What is found in the unpublished papers, articles and presentations in conferences, symposiums and seminaries of which Müller has participated, why they were not used in Quispe’s work? It was necessary to utilize a verse-by-verse commentary by Paulien to know his thought on the Revelation?
Despite these errors and inconsistencies, this work has offered good inputs. For example, it shows that the prolectic and apotelesmatic terms (multiple fulfillments) were first used by George McCready Price in his unpublished commentary on Revelation, and not by D. Ford as thought (141, 142, 143, 171).
Quispe should be applauded for an excellent job in explore the history of historical-theological interpretation of the seven trumpets and symbols of Revelation 12 by through exhaustive analysis of the Adventist literature from the beginning of the SDAC to this day. Furthermore, the summaries presented in each of the tables, have allowed a quick comparison of the different viewpoints that Adventist scholars have taken in relation to the book of Revelation.
Those who want to know more about how the SDA Church interpreted and interprets the book of Revelation over 150 years (1862-2013) cannot skip reading this fascinating book that recommends itself as a necessary tool for anyone engaged in an earnest study of the Scriptures.

Joel Iparraguirre

Peruvian Union University Lima, Peru

Notas

1 Note: This critical book review uses both “Revelation” and “Apocalypse” to refer to the last book of the Bible.  

2 And also typos like “Boook” instead of “Book” (vi), “Valdals” instead of “Vandals” (54), “&c.” instead of “etc.” (60), “Stran” instead of “Strand” (78), “aracenes” instead of “Saracenes” (98), “Theile” instead of “Thiele” (three times, 172), “Rome Empire” instead of “Roman Empire” (174), “Gerard Pfandl” instead of “Gerhard Pfandl” (215), “Revelatio” instead of “Revelation (222), etc.

3 See William H. Shea, “Historicism, the Best Way to Interpret Prophecy,” Adventist Affirm 17, nº 1 (2003): 22-34; Gerhard Pandl and Ekkehardt Müller, “How do Seventh-day Adventist Interpret Daniel and Revelation,” ed. Gerhard Pfandl (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 2010), 79-89; Biblical Research Institute, “Ellen G. White and the Interpretation of Daniel and Revelation,” in https://adventistbiblicalresearch.org/materials/prophecy/ellen-g-white-and-interpretation-daniel-and-revelation

 

El remanente fiel. Un debate contemporáneo
Martines, Carmelo. Lib. San Martín, Entre Ríos: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2013. Pp. viii + 249. ISBN 978-987-1378-30-2.

 

Carmelo Martines es actualmente docente de Teología Sistemática en la Universidad Adventista del Plata (UAP). Cursó sus estudios de grado y posgrado en la misma institución, obteniendo un Doctorado en Teología Sistemática. La presente obra es precisamente una adaptación de su tesis doctoral titulada “El concepto de remanente en la Iglesia Adventista del Séptimo Día: Razones subyacentes en el debate contemporáneo”.1 Se hace evidente que el tema del remanente ha estado entre sus principales intereses. Ya en su tesis de maestría había trabajado sobre “el concepto de remanente en el Apocalipsis”.2
Esta nueva presentación de su trabajo doctoral es el volumen 3 de una prometedora “serie tesis” que ha lanzado la Editorial UAP. En dicha serie se intenta poner al alcance del público académico algunos de los mejores trabajos realizados en los posgrados de Teología de dicha casa de estudios.
La obra surge a raíz de cierto pluralismo que ofrece la teología adventista en la actualidad. Ya desde hace algunas décadas, se observa un intento de revisión de las creencias históricas del adventismo propiciado desde adentro. Precisamente, uno de los temas que está en el tapete de dicha revisión es la auto-identificación de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD) como el remanente escatológico. Tal intento deviene en un debate significativo puesto que, dicha auto-identificación, es considerada una de las bases de la eclesiología adventista. A partir de allí, el autor encara una sistematización de este problema teológico contemporáneo que afecta los cimientos eclesiológicos de la IASD.
Como bien afirma Martines, “el análisis sistemático de un problema teológico requiere necesariamente considerar tres elementos: las Escrituras, la tradición histórica y el contexto contemporáneo del investigador” (p. 9). Es así como integra en su estudio el análisis bíblico e histórico con una buena síntesis sistemática del problema y sus raíces teológicas. Estos puntos serán precisamente la estructura de su trabajo.
Luego de una breve introducción, procede a exponer en el capítulo II la terminología (tanto en hebreo como en griego) y la teología del remanente en la Biblia. Incluye, además, una sección sobre fuentes intertestamentarias, que intenta evidenciar la continuidad de algunos puntos en relación al remanente. Del AT extrae conceptos del Pentateuco, de la experiencia de Elías y de varios libros, en especial proféticos (Amós, Isaías, Miqueas, Joel, Sofonías, Jeremías, Ezequiel, Abdías, Daniel, Hageo y Zacarías, pero también de Esdras y Nehemías). Del periodo intertestamentario incursiona en los libros apócrifos, en los libros pseudoepigráficos, en los documentos de Qumrán, y algo del rabinismo. En el NT trabaja con los Evangelios, Hechos de los Apóstoles, las epístolas paulinas y los escritos joaninos, con especial atención al libro de Apocalipsis. Por medio de toda esta sección demuestra una continuidad en la idea de la existencia de un remanente durante el periodo implicado por el canon bíblico.
A lo largo de este capítulo se percibe que el autor es sintético. No intenta ahondar en descripciones o análisis exegéticos. No obstante, deja a disposición del lector una abundante bibliografía especializada que le permitirá profundizar por su cuenta. Lo más importante son algunos de los conceptos que extrae, relacionados con el remanente en la Biblia, algunos de los cuales son: la elección divina, la gracia, la salvación, el pacto, el juicio, la escatología, y el mesías-Jesús como Señor del remanente. Uno de los conceptos más importantes extraídos del NT es la noción de un remanente “abierto”.
En el capítulo III se trabaja con el pensamiento de los pioneros de la IASD en relación al remanente. El principal cometido allí es “precisar cuáles eran sus razones o puntos de partida teológicos” (p. 51). Para ello se analiza en primer lugar la contribución del movimiento millerita al concepto adventista de remanente. Dicha influencia puede resumirse en: la implementación del método historicista de interpretación profética, que les lleva a la noción de estar viviendo un tiempo escatológico, y, por medio de la experiencia vivida, a identificarse con el remanente. A posterior se describe el pensamiento de José Bates, Jaime White, Hiram Edson, John N. Andrews, Urías Smith, John N. Loughborough y otros. Luego, más detenidamente, el aporte de Elena G. de White, a quien se estudia en función de cuatro periodos (1844-1857; 1858-1888; 1888-1906 y 1907-1913). A partir de este análisis se percata de que la razón teológica fundamental en la conceptualización de ellos, con respecto a constituir el remanente del tiempo del fin, es su preocupación escatológica y misionológica. Por esa razón, el punto de partida teológico de los pioneros adventistas fue de carácter esencialmente hermenéutico-escatológico.
Los capítulos IV y V constituyen sin lugar a dudas el principal aporte del autor en relación al tema. En ellos divide las opiniones dentro del adventismo en relación al remanente en cuatro grupos: (1) posición tradicional; (2) posición de desarrollo; (3) posición de cambio; y (4) posición de rechazo. En el capítulo IV se analizan las dos primeras, y por su parte en el capítulo V las dos restantes.
Al estudiar la posición tradicional, la caracteriza con dos puntos distintivos: la defensa de la posición de los pioneros y la vinculación del remanente con el don profético. La presentación de la posición de desarrollo está organizada en función de nueve planteos que surgen básicamente a partir de nuevas preocupaciones o desafíos. Por su parte, las posiciones de cambio y rechazo se organizan en función del pensamiento de autores específicos.
El autor dialoga con cada una de las posiciones, describiendo sus argumentos (en algunos casos más detenidamente que en otros), pero también identificando y evaluando las razones teológicas que los impulsan. También participa del debate incluyendo sus opiniones y sugerencias. En este sentido, no es solamente una descripción, sino también una evaluación de las cuatro corrientes.
Finalmente, la obra ofrece una muy completa bibliografía (53 páginas) dividida en dos grupos: bibliografía de referencia y bibliografía de consulta. Además posee unos siempre útiles índice de autores citados e índice analítico del libro.
Así acaba una obra realmente exquisita, principalmente por la relevancia del problema que aborda. Siempre se lamentan los errores de edición3 o de actualización,4 pero nada que opaque el inmenso valor de la obra y la profundidad del pensamiento del autor. En cuanto a la metodología empleada, será útil para emprender nuevos trabajos con respecto a otras problemáticas que se perciben dentro de la teología adventista.
Por lejos, el tema del remanente, y aún otros, seguirán estando en conflicto, al menos en el horizonte más cercano de la teología adventista. En todo ello, y como también se ve demostrado en este estudio, la cuestión hermenéutica implica todavía un gran desafío.

Karl Boskamp

Universidad Adventista del Plata

Notas

1 Ya había publicado algo en una serie de artículos. Cf. Carmelo L. Martines, “Doctrina y Teología del remanente. Parte I”, DavarLogos 6, n° 1 (2007): 1-23; “Doctrina y Teología del remanente. Parte II”, DavarLogos 6, n° 2 (2007): 109-125. El contenido de los mismos representa en capítulo II de la presente obra.

2 Carmelo L. Martines, “El concepto de remanente en el Apocalipsis” (Tesis de Master en Teología, Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, 1988), 34-42.

3 Sencillamente falta unificar algunos criterios de estilo: uso de comillas para significados de palabras griegas o hebreas (se alterna entre: comillas simples, dobles o ausencia de las mismas, cf. por ejemplo pp. 10, 11, 12, 33, 43), uso de cursiva para títulos de libros o nombres de revistas (cf. por ejemplo pp. 6, 7, 42), secuencia de citas, omisión de letras, entre otras cosas. Un detalle que merece fe de errata tiene que ver con el nombre de un autor. Vale mencionar que el segundo apellido de Luis Alonso es “Schökel” y no “Schöekel”, y que, como se mencionó, se trata de su apellido materno, el paterno es “Alonso”, y así debería figurar tanto en la bibliografía como en el índice de autores. También en las referencias breves debiera figurar “Alonso” y no “Schökel”, o en el mejor de los casos “Alonso Schökel”.

4 Tal vez lo más importante tenga que ver con la información provista en la nota 1 de la p. 5. Allí se menciona que Jan Paulsen es el presidente de la IASD desde 1999. Valga aclarar que lo fue hasta 2010, de allí en más ha ocupado dicha responsabilidad Ted Wilson.

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