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Revista argentina de cardiología

On-line version ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.84 no.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Aug. 2016

 

Ilustración

SOFÍA SABSAY
(Artista plástica argentina contemporánea, 1924-2008)

La obra artística de Sofía Sabsay cobra un aspecto espacial y arquitectónico. En ella encontramos una escenografía en que se busca recapturar el humanismo, en una conjunción de la razón con lo natural, del espíritu con lo material, de llevar el instinto a la sensibilidad. En sus representaciones -alquimia de cuerpos y naturaleza- emerge de la materialidad humana un cosmos orgánico, una senda espiritual y un orden creativo. Esta esencia constructivista persigue el entendimiento entre la razón y la fe. Figuras imaginarias, alquimias de hombre con ciudad y árboles, son efigies inquietantes que nos advierte del perfil egocéntrico que le damos a la vida. Su obra nos conduce a una trascendencia sin utopías ni angustias, solo con la revelación de quienes somos a través del ojo de la conciencia, la que puede adjetivar al universo y también hacernos saber de nuestra relatividad en cualquier juicio que emprendamos.

Debemos redefinir el concepto de civilización. O mejor dicho, tratar de entender esa palabra “humanismo” que siempre fue virtual y que pretendió desde su aparición ser un honroso calificativo de la conducta moral y ética del hombre, y que en realidad solo se constituyó en una vecindad lingüística entre los términos hombre y humanístico. La utilización de humanista en carácter de adjetivo calificativo al hombre ha sido en todos los tiempos más una aspiración autoproclamada o una pomposa distinción que una condición adquirida e inalterable. No ha representado a un mundo mejor, salvo en determinadas circunstancias históricas o aislados mártires. Tampoco la posmodernidad con el progreso científico y tecnológico alcanzado ha acercado la palabra “humanista” al hombre. Más aún, las ciencias fallaron en alcanzar un progreso universal adecuado, y de esta manera han minado la credibilidad en un conocimiento estoico y humanístico. En un ascetismo ético.

Los campos de las distintas disciplinas científicas y humanas se han diversificado en un abanico sin conexión entre ellas, con un idioma que las volvió extrañas, conviviendo en una Torre de Babel. Se han vuelto incomprensibles para el hombre de la calle. Impactaron en el progreso de la vida humana sin dejar de marginar a extensos segmentos de la sociedad, incapaces de subirse al “inadecuado progreso actual”. El materialismo impuesto a este desarrollo particular de cada ciencia, incluso ha evadido aristas metafísicas y filosóficas que conviven desde el primer hombre en

"En mi corazón..."

Lápiz, carbón y sepia sobre papel, 1983

su psiquismo, negando la integridad cuerpo-alma. Ni qué hablar del término “religión” (conducta íntima y particular de cada individuo), porque este materialismo dialéctico no contempla la espiritualidad que subsiste en cada hombre desde su génesis, como si este aspecto descalificara a la razón impuesta por un positivismo que sigue divorciando el cuerpo del alma. Desde el primer hombre se necesitó de la metafísica para llenar ese vacío de la angustia existencial y el temor a la muerte. Esto no se contempla desde la razón o la sin-razón, sino solamente desde la duda y la necesidad profundamente íntimas al hombre.

El pensamiento filosófico-metafísico del hombre es inherente a su propia subjetividad (ex-sistencia en Heidegger de “Sery Tiempo”) y representa el refugio, su morada a través del lenguaje, que la ciencia no podrá ocupar por ser incompleta para las necesidades espirituales humanas. El hombre, más allá de intentar progresar en el conocimiento, necesitará del pensamiento mágico; si no, carecería de sentido su ser. Y este es un pensamiento que no se vocea por las calles, sino que es inherente a la intimidad del individuo, en ese sitio donde no llega el entendimiento de la conciencia. En ese refugio que carece de razón o sin-razón, que alberga dudas y creencias; y que por no conocer nada de la muerte nos conduce a la angustia y su nada. En ese lugar donde la ignorancia nos da nuestra verdadera talla.

La ciencia con su materialidad no nos define como ser humano. Estaríamos apostando a una concepción únicamente orgánica, lejos de la integración entre cuerpo y alma, entre ex-sistencia (subjetividad) y existencia (mundanidad). Esta particularidad en lo posmoderno de formatear a la gran masa humana desde los intereses materiales de unos pocos hombres (recordemos que el 1% de la población mundial es poseedora de la mayor parte del producto bruto interno) ha tenido la virtud de que los grandes problemas (hambre, desocupación, ignorancia) no han dejado de estar presentes en toda la historia humana, a los que se opusieron ocasionales revueltas sociales y denuncias de pensadores. Las causas subsisten para hacer del “humanismo” solo una aspiración o un título honorífico. Esta concepción de divorcio cuerpo-alma y el concepto material de la vida, ignorando que la existencia tiene un valor moral, ha sido letal para la construcción del real humanismo, el que necesita imperiosamente cambiar la ecuación y poner al hombre anónimo como proyecto y no en carácter de medio. La utilización político-económica de la ciencia no ayudó a este menester, profundizó la brecha entre hombre y humanista. Primero, porque el hombre no es una concreción simplemente material y segundo, porque la capacidad del conocimiento para llegar al humanismo se ha extraviado en los caminos de los intereses que él produce, en una actitud letalmente anti-humana. Este humanismo no representa hoy una cualidad humana, sino una deuda de sinceridad y una acción pendiente que refleje la declamatoria de su uso. Cuando la brecha entre hombre y humanista más se socave, peores serán los lenitivos que el hombre necesite para hallar alivio existencial. De estos dividendos también se ha apropiado, fomentándolos aún más, el mundo de hoy con la desnaturalización de la vida, y que representa un contraste a la integridad cósmica que deja en su obra Sofía Sabsay. En ella destila la artista su vocación humanística manifestada en su deseo de haber abrazado el arte médico. Quizás no avizoró que su filosofía dejó establecida una impronta de arte imperecedero volcado a la comprensión del hombre, búsqueda que va a hundirse con raíces profundas en el mismo ser. Lo reafirman sus propias palabras: “Hay que ir más allá de lo que se cree aprehender en un primer vistazo, de modo de descubrir otra realidad...”

Es evidente que la técnica (la tekhne iatriké en Grecia) en manos de un hombre sin humanismo nos ha llevado a holocaustos repetidos en las distintas culturas que fue construyendo la civilización. El hombre ha sido “humanicida”. De eso hablaba Adorno cuando refería “después de Auschwitz no se puede pensar en poesía”. Lo que vino después rememora que tanto lo previo a esta frase, como lo posterior, fue siempre igual. Un encadenamiento de genocidios, hambrunas, refugiados, terrorismos, persecuciones, guerras, negocio de armamentos, etc. Solo el bálsamo de la desmemoria y el desconocimiento que destila la ignorancia cada tanto permiten que nos sorprendamos que esté aún tan atenuado el horror a la comprensión de la historia humana. Por eso no concordamos cuando algunos se preguntan por la necesidad de un nuevo humanismo. La respuesta es que jamás este concepto construyó una cultura en su real acepción de fraternidad. Tan solo tuvo atisbos aislados, individuales, descentrados y desintegrados en la crónica del hombre. El humanismo siempre fue la utopía de los hombres benignos. En lo actual parece más lejos del hombre la construcción de este humanismo, pues este a través de la ciencia y la intelectualidad se desprendió de la base filosófica-metafísica que lo compone en su fundamento psíquico, ingresando a un positivismo materialista en que el ser es amo o esclavo. Se construye este paradigma con la razón aislada y con una lógica formal en que los componentes solo se sustentan en lo material y con un valor interesado como soporte. Instituir un humanismo con este paradigma es renunciar a lo que es invalorable, como son la espiritualidad, la ética, la moral y la solidaridad. Con la razón única no se puede sostener la base filosófica-metafísica de la vida humana, únicamente permite alcanzar el límite de la ignorancia existencial. Lo que está más allá debe ser alquimia de dignidad y responsabilidad social: y un respeto a la espiritualidad íntima de cada ser.

La barbarie hoy la construyen los poderes que se hacen cargo de diseñar una cultura que sirva y justifique sus intereses, que moldea la forma de los individuos, que somete al que incluye y margina al que no se alinea. Esta cultura ha alejado a la moral y a la ética del gran público, el que no tiene capacidad de defender sus principios más vitales y son utilizados por los grandes sistemas del poder. Se pertenece al espectáculo mientras pueda danzar, cuando esté incapacitado para la escena y no sea útil a la posibilidad del poder no podrá ni siquiera presenciar el gran teatro del mundo. Este escenario retiró la intelectualidad individual en favoritismo de las corporaciones.

Es difícil expresarse cuando el sufrimiento no halla refugio. El pensamiento es un oleaje que golpea en las orillas de la conciencia, pero no halla la rendija clave, la que libera. El sufrimiento es la génesis de una caída sin referencia final, un descenso en que la causa lo acompaña para evitarle un instante de paz. Incluso este pensamiento representa unas pocas palabras que se diluyen sin mitigar un ápice el dolor, en una contemplación de verlo estrellarse ante el destino. A veces como un consuelo final solo se puede esperar qué hay detrás de él. Y la obra de Sofía Sabsay es una de estas alentadoras circunstancias. Sus palabras en un adiós esclarecen: “Estoy conforme con esta persona que me tocó vivir, lo que me satisface es que ha sido auténtica, como persona y como artista”.

Jorge C. Trainini

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