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Revista argentina de cardiología

On-line version ISSN 1850-3748

Rev. argent. cardiol. vol.91 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Apr. 2023

http://dx.doi.org/10.7775/rac.es.v91.i1.20600 

ANÁLISIS HISTÓRICO DE LA EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS MÉDICAS

Los vasos quilíferos. ¡Vete de aquí, sin hígado, caminante!

Historical Analysis on the Evolution of Medical Ideas

Jorge C. Trainini

En la antigüedad existió cierta referencia a los vasos quilíferos por parte de Herófilo de Calcedonia y Erasís trato de Ceos, ambos pertenecientes en el siglo III a.C., a la escuela de Alejandría. Hasta el Renacimiento el tema no fue mencionado. Los primeros en efectuar una vaga referencia fueron Gabriele Falloppia o Falloppio (1523-1562) de Módena, y Bartolomeo Eustacchio o Eustaquio (Roma, 1520-1574). Este último, a ultranza defensor de la medicina griega, en su obra “De vena azygos” describe el conducto torácico. También fue el que hizo la descripción de la válvula de la vena cava inferior en su desembocadura en el atrio derecho, la cual lleva su nombre.

A pesar de estos antecedentes, la presentación de los vasos quilíferos como un sistema, se debe a Gaspare Aselli o Asello de Cremona (1581-circa 1626). El 23 de julio de 1622, Aselli descubrió en el perro la existencia de los vasos quilíferos. El hallazgo fue totalmente incidental. Estudiando los nervios recurrentes, en pre sencia de sus amigos A. Tadino y S. Settala, comprobó en la vivisección del animal, quien hacía poco se había alimentado, unos cordones blanquecinos, que él supuso de inmediato que se trataba de un hallazgo novedoso. Al tratar de repetir la experiencia al otro día en otro animal, esta vez en ayunas, no pudo comprobar la exis tencia de los quilíferos. De inmediato se dio cuenta de la asociación del descubrimiento con el período postpran dial. Por lo tanto, al reproducir la primera experiencia confirmó su presunción, llamándolos “lacteos”. Aselli, quien era profesor de la Universidad de Pavia, dejó un manuscrito sobre el tema que denominó “Lectiones de Venis Lacteis”, detallando además las válvulas venosas de los vasos quilíferos, a quienes denominó “quartun vasorum genus”. Esta investigación, fue publicada por sus amigos A. Tadino y S. Settala a la muerte de su autor. La misma, con el nombre de “De lactibus, sive lactis venis, quarto vasorum mesaraicorum genere novo invento” apareció en Milán en 1627, conteniendo las primeras láminas que fueron publicadas en color.

Sin embargo, Aselli, de acuerdo con la teoría de Galeno, pensó que la desembocadura de los quilíferos se producía en el hígado, siendo este hecho esencial para la hematopoyesis. Esta obra, aparecida un año ante rior a la sensacional publicación “De Motu Cordis”, de William Harvey, originó críticas de este último (¿juzgó amenazada el genial inglés su teoría de la circulación sanguínea?) y de Gaspar Hoffmann, este último gran conocedor de Galeno y autor de “Comment in Galen de Usu Partium” (1625).

Posteriormente, Jean Riolano (1577-1657) confirmó la descripción de los quilíferos, pero también en anima les. El descubrimiento en el hombre fue llevado a cabo por un apasionado de la anatomía, Fabrice de Peiresc (francés, 1580-1637) hacia 1634. En este mismo año, Johann Vesling (1598-1649), siendo afamado profesor en Padua, confirmó la experiencia anterior, pero sin dejar de repetir los errores de Galeno en cuanto al papel central del hígado. El holandés Nicolás Pieterz Tulp (1593-1678) fue también uno de los primeros en efectuar la descripción de los vasos quilíferos. Su figura fue inmortalizada por Rembrandt (holandés, 1606- 1669) en su famoso cuadro “La lección de anatomía del Doctor Tulp”.

Con respecto al conducto torácico, el hallazgo le co rrespondió a Jean Pecquet, nacido en 1622 en Dieppe y fallecido en París en 1674, autor de “Experimenta nova” (1651). En 1647, sin estar aún recibido de médico, al efectuar una disección en el perro, por azar encontró la desembocadura del conducto torácico en la vena subcla via, lo cual lo llevó a seguir su recorrido y describir la cisterna que luego llevaría su nombre. En sus propias palabras: “De un perro seccionado totalmente vivo, había sacado el corazón, para observar los latidos sobre una mesa. Sólo pensaba contar las sístoles y diástoles que los últimos esfuerzos de su espíritu le hacían producir, cuando observé una sustancia blanca como leche, que desde la vena cava ascendente caía en el pericardio, en el punto ya ocupado por el ventrículo derecho del corazón. Me di cuenta de que esta sustancia -que, por sabor, olor, color y consistencia, podía compararse a la leche o quilo que había visto salir de las venas lácteas- provenía de las ramas subclavias, en las que encontré, un poco por encima de las yugulares, los orificios por las que este líquido lechoso penetraba en la vena cava”.

De esta forma, al demostrar el verdadero recorrido del quilo, se destronó al hígado como órgano funda mental de la hematopoyesis, hecho que fue saludado por el danés Thomas Bartholin (1616-1680) con un epitafio que rezaba: “Detente aquí, caminante. Yace en esta tumba el que a tantos a la tumba llevó, el hígado, tan conocido en la historia, como desconocido por la naturaleza... coció tanto tiempo que, bajo el imperio de la sangre, fue al fin por sí mismo cocido. ¡Vete de aquí, sin hígado, caminante! y déjale a él su bilis, para que tú, sin bilis, puedas digerir bien y rogar por él”. En el hombre, la descripción del conducto torácico fue llevada a cabo por el holandés Jan van Horne (1621-1770), la cual fue publicada con láminas.

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