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On-line version ISSN 1851-9601

Postdata  no.10 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Dec. 2004

 

RESEÑAS

La historia reciente. Argentina en democracia. Marcos Novaro y Vicente Palermo (comps.), Edhasa, Buenos Aires, 2004, 282 páginas.

Luciana Cingolani

Oscar Landi pudo resumirlo con franca lucidez: "estaba parado en una tarima construida de palabras, pero los acontecimientos desbordaron las explicaciones de las cosas que el Presidente daba cada vez que hablaba". En este caso el hombre de pie es Alfonsín y su desborde son los desaparecidos. Sin embargo, los dieciséis intelectuales que reúne la presente compilación de trabajos presentados en el seminario "Veinte años de democracia en Argentina, su historia a la luz de las ideas que le dieron forma" sugieren que Landi bien podría estar hablando de otros presidentes y de otros tantos desbordes. No es de otra manera que parece ingresar la democracia a su fiesta de veinte: contradictoria, turbada, un poco alegre, poblada de excesos y defectos que las palabras no logran apaciguar.
La obra representa un valioso testimonio multidisciplinario que procura desandar el camino de la historia reciente con una lupa en la mano. Para esto se vale de los análisis vertidos por destacados intelectuales, quienes en buena parte se constituyen en partícipes y observadores privilegiados de la misma. En sus páginas se recorren temáticas diversas como los procesos de negociación política de las distintas presidencias, sus características discursivas y simbólicas, su desempeño económico y sus formas de enfrentar las relaciones con el exterior.

Del mismo modo, se aborda la manera en que cada presidente debió lidiar con el manejo de la memoria colectiva, así como también los cambios acontecidos en la educación, en la literatura y en el rol que ocuparon los intelectuales.
¿Qué regularidades y qué patrones nos permiten afirmar que tras estos veinte años se cierra una etapa histórica? Este tipo de preguntas se realizan los compiladores en la introducción del libro. Las respuestas son casi tantas como autores, pero algo alentador existe en común, y es que un horizonte nuevo parece guarecer fácticamente los anhelos de los optimistas.
Adentrarse en el delicado equilibrio de un presidente que debe romper con la dictadura militar y al mismo tiempo hermanar a todos los argentinos es el objetivo de Gerardo Aboy Carlés al identificar la "doble ruptura alfonsinista" (35), permitiendo explicar la forma en que Alfonsín construyó la "tarima de palabras" de la que nos hablaba Landi al comienzo. Dicha ruptura se aparece como una espada y una pared celosamente cuidadas en cada alocución presidencial, poniéndose de manifiesto en el conocido discurso de Parque Norte, que también es analizado por Emilio de Ipola. Desde la tribuna contigua, Carlos Altamirano nos permite aproximarnos a la forma en que el peronismo renovador construye su propia estrategia discursiva y simbólica, en cierta forma adoptando mucho de sus oponentes.
Por esos tiempos Alfonsín ya no puede estar de pie. Marcos Novaro se preocupa entonces por poner de manifiesto
la construcción de una nueva retórica, ya más pragmática y voluntarista: la del menemismo. Alejandro Bonvecchi extiende a la economía el análisis entre lo dicho y lo hecho, encargándose de contrastar la teoría prodigada y la práctica consumada por los ministros Sourrouille, Cavallo, Fernández y Machinea, dando cuenta de una llamativa paradoja.
En otro orden, tanto Vicente Palermo como Inés González Bombal indagan acerca de la forma en que cada presidente debió "dosificar memorias y olvidos" (172) para lidiar con la revisión de la historia reciente, y cómo esto impactó en los ánimos sociales en su conjunto.
Pero los desbordes indudablemente derriban tarimas, y sobre todo cuando son de palabras. Podría decirse que el trabajo de Victor Armony y Gabriel Kessler es el peor de los frentes por donde pueden filtrarse ataques feroces a estos veinte años. Ellos exponen la forma en que ha evolucionado el concepto de pobreza a lo largo del siglo XX y más específicamente en los últimos años. La tristeza de aceptar que ya no se trata de una idea residual sino innegablemente estructural es el máximo desborde de la democracia argentina. Y Lucas Llach lo corrobora: el crecimiento ha sido prácticamente nulo, los salarios se redujeron, aumentó la desocupación y se ha deteriorado la distribución del ingreso. Ni siquiera ha mejorado nuestro país en términos de índice de desarrollo humano (150-151). Vale, pues, su pregunta: ¿dos décadas perdidas?
La forma en que nos relacionamos con el resto de los países es evidencia y a
la vez explicación de lo sucedido. Una parte de la explicación la brinda Roberto Bouzas, al analizar cómo el deterioro de la economía argentina se encuentra ligado a una endeble modalidad de apertura económica. La evidencia la proporciona Roberto Russell: Argentina es vista como un país inmaduro, corrupto y con una flagrante crisis de identidad (258), a pesar de haber realizado sustanciales avances en la consolidación de su imagen pluralista y democrática. En definitiva, Argentina no ha podido construir con solidez una democracia liberal y republicana, porque aunque la ilusión de construirla fue más fuerte que en otros lados, las sucesivas desilusiones también lo fueron, o al menos esa es la visión de Luis Alberto Romero.
Afortunadamente, cuanto menos alcanzan las explicaciones, hay quienes más las buscan. La presente obra nos permite acceder a una primer aproximación al rol que han tenido los intelectuales en la democracia, y que es presentado por una eminencia como Juan Carlos Torre. Asimismo, Guillermina Tiramonti y Sylvia Saíta nos proveen de dos lúcidos análisis sobre la evolución del sistema educativo nacional y la maduración de la literatura argentina, respectivamente.
En pocas palabras, la obra brinda una nutrida gama de abordajes interpretativos, con una heterogeneidad ideológica y metodológica que la complejidad de nuestra democracia bien amerita. Cabría aquí preguntarse por la pretensión de la obra. Si la misma procura simplemente ser una compilación de destacados trabajos sobre nuestra his
toria reciente, el objetivo ha sido largamente alcanzado. Ahora bien, el fuerte deseo de tener en nuestras manos un sólido y sistemático diagnóstico proveniente de los intelectuales argentinos, nos obligaría a apuntar algunas flaquezas: la escasa y circunstancial mención de las administraciones De la Rúa y Duhalde; la forma en que muchos lugares comunes y categorías psicológicas contrapesan el análisis político más estructural, dinámico y desagregado; la casi inexistencia de comparaciones con países vecinos; y la nada menor ausencia de una conclusión. Estando tan cerca, cabría esperar que esto pueda lograrse, fundamentalmente porque los diagnósticos consistentes son la antesala de propuestas más innovadoras, consensuadas y efectivas. Por otra parte, ya son veinte años de ciencia social en libertad, y de ninguna manera la subjetividad que la caracteriza es excusa suficiente para abandonar este compromiso.

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