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Runa

On-line version ISSN 1851-9628

Runa vol.42 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires Apr. 2021  Epub Apr 21, 2021

http://dx.doi.org/10.34096/runa.v42i1.8476 

Dossier - Artículo original

“Hay cosas que pasan allá que no te puedo contar”.Reflexiones metodológicas a partir de dos investigaciones en Río de Janeiro

“Some things that happen there, I can’t tell you about”:methodological insights from two research projects in Rio de Janeiro

“Têm coisas que acontecem por lá que eu não posso te contar”:reflexões metodológicas a partir de duas pesquisas no Rio de Janeiro

Sofía Belcic1  2  * 
http://orcid.org/0000-0001-8813-0640

Maitén Pauni Jones1  ** 
http://orcid.org/0000-0002-1503-1534

1 Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

2 CONICET, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

Resumen

A partir de las respectivas experiencias de intercambio académico en Río de Janeiro de las que participaron las autoras, el presente trabajo reconstruye aspectos comunes de sus trayectorias de investigación en dicha ciudad realizando un ejercicio comparativo con sus investigaciones con jóvenes de barrios populares y vendedores callejeres de la ciudad de Buenos Aires. Dicho análisis se focaliza, en primer lugar, en las implicancias de la inscripción del trabajo etnográfico, indagando en las relaciones construidas en base a la (des)confianza a partir de la inserción de las antropólogas en los distintos escenarios sociales. En segundo lugar, se desarrolla una reflexión metodológica centrada en las particularidades que adquiere la investigación etnográfica en distintos contextos donde las violencias, en sus diferentes manifestaciones y sentidos, atraviesan transversalmente los vínculos sociales.

Palabras clave: Violencia; Trabajo de campo; Jóvenes; Vendedores callejeros; Río de Janeiro

Abstract

Based on the respective experiences of academic exchange in Rio de Janeiro in which the authors participated, this work reconstructs common aspects of their research trajectories in that city by carrying out a comparative exercise with their research with young boys from working-class neighborhoods and street vendors from the city of Buenos Aires. This analysis focuses, first of all, on the implications of the enrollment of ethnographic work, investigating the relationships built on the basis of (dis)trust upon the insertion of the anthropologists in the different social environments. Secondly, a methodological reflection is developed focused on the particularities that ethnographic research acquires in different contexts where violence, in its different manifestations and meanings, transversally crosses social ties.

Key words: Violence; Field work; Youth; Street vendors; Rio de Janeiro

Resumo

Baseado nas próprias experiências recolhidas nos intercâmbios acadêmicos no Rio de Janeiro em que as autoras participaram, neste trabalho foram reconstruídos aspectos comuns das suas trajetórias de pesquisa nessa cidade, e realizou-se um exercício comparativo com suas pesquisas com jovens de bairros populares e vendedores ambulantes da Cidade de Buenos Aires. No primeiro momento, dita análise foca nas implicações da inscrição do trabalho etnográfico, e investiga as relações construídas com base na (des)confiança produto da inserção das antropólogas em os diferentes espaços sociais. No segundo, desenvolve-se uma reflexão metodológica focada nas particularidades que a pesquisa etnográfica adquire em diferentes contextos onde a violência, em suas diferentes manifestações e significados, atravessa transversalmente os laços sociais.

Palavras-chave: Violência; Trabalho de campo; Jovens; Vendedores ambulantes; Rio de Janeiro

Introducción

El presente trabajo surge como resultado de nuestras respectivas experiencias de trabajo de campo con grupos de vendedores callejeres (camelôs)1 y jóvenes de sectores populares en la ciudad de Río de Janeiro, en el marco de un intercambio académico2 y en continuidad con las líneas de indagación que veníamos desarrollando en la ciudad de Buenos Aires como parte de nuestra formación doctoral.3 Nos proponemos aquí reconstruir lo que encontramos en común en nuestras experiencias, a fin de realizar un ejercicio de reflexión metodológica a partir de los contrastes que identificamos al realizar trabajo de campo en una y otra ciudad. En primer lugar, focalizaremos el análisis en las implicancias de la inscripción de nuestra tarea en ambos escenarios, y en los efectos de nuestra condición de extranjeras en el desarrollo de nuestras pesquisas y en la construcción de vínculos de confianza con les actores. Intentaremos, en cada uno de estos asuntos y contemplando ambas ciudades, establecer comparaciones significativas con intención teórica (Balbi, 2014), a fin de poder construir algunas generalizaciones que nos permitan trascender la mera descripción de nuestras experiencias y el análisis de casos.

Luego, nos centraremos en el análisis de los desafíos metodológicos que conlleva la investigación etnográfica de las violencias, a fin de producir reflexiones respecto de los problemas y obstáculos que atravesamos quienes buscamos desarrollar estudios cualitativos en contextos atravesados por prácticas susceptibles de ser calificadas (por otres y/o por le etnógrafe, en múltiples y distintos sentidos) como “violentas”.

A los fines del presente trabajo, en un ejercicio de “reflexividad antropológica” (Guber, 2014) y “vigilancia epistemológica” (Bachelard, 1979), realizaremos nuestro análisis partiendo de los sentidos propios que asociábamos al término “violencia”. La particularidad de nuestras experiencias (y de allí, creemos, su riqueza) estuvo en que, al momento de iniciar nuestras investigaciones en Río de Janeiro, nuestros sentidos en torno a la “violencia” se encontraban atravesados por las prácticas que observábamos en nuestros respectivos trabajos de campo en Buenos Aires y por los sentidos locales que se les atribuían en los espacios sociales que indagábamos. Es decir, la “sensibilidad moral” (Eilbaum y Medeiros, 2015) propia de cualquier etnógrafe, se regía, en nuestro caso, por las atribuciones morales sobre la “violencia” que encontrábamos en los espacios sociales porteños. Ese cruce de sentidos en torno a la “violencia” y las prácticas a ella asociada, se puso en juego en la medida en que fuimos desarrollando nuestros trabajos de campo en Río de Janeiro y reflexionando acerca de ellos. Fue ese proceso de “vigilancia metodológica” (Garriga Zucal y Noel, 2010) lo que dio forma a las reflexiones que presentamos en este artículo.

Buscaremos, entonces, dar cuenta de lo que implicó la tarea de indagar en contextos atravesados por prácticas consideradas por nosotras, a priori, como “violentas” -otra vez, en relación con los parámetros morales y de posibilidad presentes en nuestros campos de investigación porteños- y no siempre así concebidas (o no de la misma manera) por nuestres interlocutores en Río de Janeiro.

Boa pesquisa”: nuestro lugar en el campo y las relaciones de (des)confianza

Tanto en el trabajo con camelôs de la ciudad de Río de Janeiro, como con jóvenes de distintas favelas, encontramos una gran facilidad para inscribir nuestra tarea y profesión en el universo simbólico de nuestres interlocutores. Tras las presentaciones iniciales, no hacía falta que dijéramos mucho más sobre el porqué de nuestra presencia en los espacios sociales que indagábamos; bastaba con señalar que desarrollábamos una investigación en el marco de un proyecto de doctorado y mencionar a la universidad de la que procedíamos. Notábamos una rápida comprensión por parte de les entrevistades sobre nuestras intenciones, a la vez que una cierta claridad sobre cuál era nuestro rol en ese espacio. Preguntas sobre cómo iba la tesis y la permanente expresión “Boa pesquisa” con la que nos despedían, dejaban entrever aquella claridad sobre nuestro rol. Además, fueron varias las ocasiones en las que nos encontramos recibiendo recomendaciones acerca de nuestras investigaciones, como aquella en la que una camelô nos indicaba “no ampliar tanto el campo”, preocupada por la extensión de la pesquisa, y nos puntualizaba a quiénes entrevistar para que contemos con “todas las miradas”.

El contraste con nuestros trabajos de campo en Buenos Aires nos llamaba la atención en este punto. Allí no basta una presentación inicial; nuestra presencia solo se comprende una vez que hemos afianzado las relaciones y repetido, en no pocas oportunidades, presentaciones y propósitos. Ahora bien, el contrapunto que encontramos en la forma en la que fuimos construyendo vínculos en una y otra ciudad nos permite indagar acerca de las categorías disponibles en esos mundos sociales para la inscripción de nuestra presencia y del rol que asumimos en esos cotidianos.

En relación con este punto, por un lado, creemos relevante señalar la diferencial visibilidad que tiene la disciplina antropológica en Brasil respecto de nuestro país de origen. Como señala Perelman (2017), Brasil es un país en que la antropología “encuentra un lugar en los debates públicos y en donde los antropólogos han tenido capacidad de ocupar cargos importantes trabajando para el Estado o en ámbitos no académicos” (p. 124). En este sentido, resulta habitual que antropólogues aparezcan en medios de comunicación dando sus opiniones o siendo entrevistades sobre conflictos actuales vinculados a sus temas de investigación. La presencia de la disciplina en el debate público la ubica así en un lugar de mayor visibilidad en comparación con lo que sucede en Argentina, donde rara vez diches profesionales son convocades para hablar sobre temas actuales y en que la ocupación de cargos importantes estatales y no estatales no es tan frecuente, o por lo menos, visible.4 Es posible que aquella visibilidad de la disciplina en la sociedad brasileña se tradujera en una mayor comprensión y, consecuentemente, asimilación de nuestra presencia en los espacios que indagamos.

Por otro lado, esta diferencia acerca de la “facilidad” con la que lográbamos explicar nuestros propósitos y presentar nuestro trabajo en Río de Janeiro cobra relevancia al momento de analizar sus repercusiones en el desarrollo posterior del trabajo de campo. Tanto en el que realizamos con jóvenes de favelas como con camelôs de la ciudad, la construcción de relaciones de confianza se distinguió de nuestras experiencias previas en Buenos Aires. El trabajo etnográfico con actores atravesados por distintas situaciones de conflictividad (como lo son, en nuestro caso, les vendedores callejeres y jóvenes de sectores populares) y en espacios sociales en los que las violencias atraviesan transversalmente los vínculos, presenta el desafío de construir relaciones basadas en la confianza. Esto es así, en parte, porque los temas que abordamos en nuestras conversaciones muchas veces implican distintos grados de reserva y de cuidado en el manejo de la información, que nos obligan a estar atentas a cómo se inscribe nuestro trabajo en estos escenarios, a cómo se construye la mirada que les interlocutores tienen de nosotras y de nuestros propósitos. Lejos de darse “natural” y armoniosamente, estas relaciones implican un verdadero esfuerzo de ambas partes, y muchas veces el trabajo de campo puede construirse en base a las tensiones y conflictividades que la confianza o la ausencia de ella generan. Zenobi (2010) y Guber (2001) señalan que esta dificultad en construir relaciones en el campo constituye un medio más que adecuado para problematizar la conducta de les actores e interpretar sus sentidos en las distintas situaciones sociales en las que interactuamos con elles.

La rápida comprensión sobre nuestro rol en los escenarios cariocas tuvo como correlato el establecimiento de una relación basada en la confianza o, por lo menos, en una ausencia de desconfianza sobre nuestros propósitos en aquellos espacios, que contrastaba, a su vez, con nuestras experiencias previas. En el trabajo de campo con vendedores callejeres de Buenos Aires, nuestros intereses quedan claros una vez afianzadas las relaciones con elles. Antes de eso, la presencia en el campo puede provocar distintas identificaciones sobre nuestra persona, vinculadas con las relaciones características de aquellos espacios de sociabilidad. Ser consideradas “periodistas”, o sospechadas de tener vínculos con la “policía” o la “fiscalía”, son adscripciones posibles, sobre todo, en el momento inicial de la construcción de las relaciones. Estas categorías solo pueden ser comprendidas en relación con los sentidos y tensiones existentes al interior del grupo de vendedores callejeres (Zenobi, 2010). Les “periodistas” son actores que suelen acercarse con la intención de hablar con les vendedores, especialmente en los momentos de mayor conflictividad con las agencias estatales. Por su parte, la “sospecha” de vinculación con la “policía” o la “fiscalía” hace a las relaciones de les vendedores con estas agencias en las que las “tareas de inteligencia”5 forman parte del repertorio de prácticas de control de las cuales suelen ser objeto, y que dan sentido a la desconfianza que acarrea la presencia de personas desconocidas en aquel espacio. Es solo a partir de la recurrencia de visitas sostenidas durante años, de las referencias sobre nosotras que reciben nuestres interlocutores por parte de personas de su confianza, de las experiencias compartidas con elles en el devenir del trabajo de campo, que vamos construyendo paulatinamente relaciones basadas en la confianza al tiempo que se va clarificando cuál es nuestro rol allí.

Por su parte, el trabajo de campo con jóvenes de una villa porteña exige nuestra participación en espacios barriales de organización comunitaria donde confluyen organizaciones sociales y políticas de distinto origen. Instancias de las que elles participan, pero también sus vecines, familiares, militantes políticos y “referentes” barriales. Esta participación nos permite conocer y acercarnos a aquelles actores que conforman la población de referencia para nuestra investigación. La heterogeneidad de estos espacios y de los intereses que alojan hace que la cuestión de la presentación y “aceptación” de nuestra presencia allí sea un tanto compleja. Construir relaciones de confianza implica la dificultosa tarea de saber lidiar con actores con distintos intereses políticos y sociales; actores que no siempre se vinculan mediante relaciones armoniosas. La confianza que podamos generar depende, en la mayoría de los casos, de la habilidad que alcancemos para lidiar con estas diferencias y para no quedar sujetas a un solo “sector” de esta compleja trama de relaciones. Dicha habilidad no se alcanza de una vez y para siempre, está en tensión permanente y depende de la dinámica de las demás relaciones sociales que se construyen en el trabajo de campo. Por más “buenas” relaciones que se puedan construir con les jóvenes, la confianza por parte de todos los actores nunca está completamente garantizada.

Relaciones de confianza desde la “extranjeridad”

Dijimos que la “sencillez” de la inscripción de la pesquisa que llevamos adelante en el universo simbólico de nuestres interlocutores, volvía menos compleja la construcción de relaciones de confianza, pero también, desde nuestra perspectiva, nuestra condición de extranjeras jugaba un rol central. Lejos de implicar un esfuerzo doble (como podríamos suponer cuando anticipábamos dificultades en el acceso al campo), en tanto extrañas y, además, extranjeras, esta condición nos ubicaba en un lugar de aparente “neutralidad”. De alguna manera, ser de otro país nos dejaba “por fuera” de las relaciones sociales que se desenvolvían en aquellos espacios. ¿Cómo podría ser, por ejemplo, guardia municipal,6 una joven mujer argentina que se esforzaba por hacerse entender en un idioma que no era el propio?

Una vez saldada cualquier inquietud respecto de nuestros propósitos, nuestra “extranjeridad” aseguraba ante la mirada local cierto grado de “ingenuidad”. Esto se hacía visible en el trato que recibíamos: además de la llamativa predisposición para hablar de les entrevistades, nos encontrábamos con una fuerte voluntad de explicarnos todo lo que suponían que desconocíamos respecto de la vida social del comercio callejero y de las favelas. En no pocas ocasiones hemos escuchado extensas explicaciones cargadas de detalles (muchas veces, más de los que en verdad necesitábamos) que parecían buscar garantizar nuestro efectivo entendimiento, o traducciones de palabras del portugués que, presuponían, no comprenderíamos. Creemos que esta suerte de “voluntad pedagógica” da cuenta de ese lugar de aparente ingenuidad en el que nos dejaba nuestra condición de extranjeras. La misma ingenuidad que contribuía también a la relativa ausencia de desconfianza sobre nosotras y sobre nuestra presencia en aquellos espacios.

Es bien sabido en nuestra disciplina que el extrañamiento que experimentamos les antropólogues al no participar como nativos de las sociedades que estudiamos es una unidad contradictoria que implica, al mismo tiempo, aproximación y distanciamiento (Lins Ribeiro, 1989). Lo interesante de este ejercicio comparativo es que los marcos sociales de este extrañamiento tiñen, a su manera, el carácter de este movimiento doble: allí donde podría suponerse éramos más “próximas”, el distanciamiento presentaba obstáculos más difíciles de superar. Allí donde resultábamos más “lejanas” (por extranjeras, además de extrañas), el distanciamiento ofrecía, por momentos, menores resistencias a la hora de interactuar. Éramos extrañas, éramos extranjeras, pero nuestra presencia levantaba menos “sospechas” que en Buenos Aires, y nuestras preguntas, lejos de invadir o incomodar, habilitaban esta suerte de “voluntad pedagógica”, además de una llamativa predisposición por “querer contar”.

Asimismo, consideramos que nuestra condición de doctorandas vinculadas con la universidad también influía en la buena predisposición para hablar con nosotras,7 en función del lugar social que ocupábamos dentro de un campo de relaciones sociales signado por jerarquías de poder. En este sentido, interesa destacar el estatus simbólico que genera el título de doctor en Brasil como “emblema de titulación y superioridad social” (Da Matta, 2005, cit. en Renoldi y Eilbaum, 2005, p. 5). Es posible que nosotras, en tanto “aspirantes a”, representáramos cierta posición social, lo cual quedaba en evidencia en las presentaciones que nuestres interlocutores hacían de nosotras ante les demás, en las que frecuentemente remarcaban nuestra condición de doctorandas.

Es interesante destacar en este punto el valor de la presentación como acto fundamental en las formas de sociabilidad brasileña. Utilizando la noción de malha de Kant de Lima (1995) como concepto que define las particularidades de las relaciones sociales en Brasil, Renoldi y Eilbaum (2005) señalaron la importancia del acto de presentación en tanto, en la malla de relaciones de la sociedad brasileña, las personas funcionan como “medios” y, en relación con eso, “resulta valorado ser un punto que articula y es articulado por un tejido de relaciones sociales” (p. 25). De esta manera, podemos pensar que el acto de ser presentadas por une camelô hacia otre camelô otorgara cierta valorización de le primere dentro de aquel espacio de sociabilidad, sobre todo, al referirse a nuestra condición de doctorandas de la universidad. Algo similar podríamos decir ante el hecho de que nuestra visita a la casa de una familia en la favela constituyera una suerte de evento social significativo al que se sumarían otres vecines, invitades previamente por les anfitriones, ante quienes éramos presentadas como “doctoras (sic) de la universidad”.

En este sentido, resulta interesante señalar el valor que la palabra puede adquirir en una sociedad de marcada desigualdad como la brasileña (Da Matta, 1997; Mota y Freire, 2011; Kant de Lima, 2012). Para nuestres interlocutores, hablar y, sobre todo, “ser escuchados” parecía revestirse de cierta importancia, toda vez que esto se encontraba relacionado con el lugar que nosotras ocupábamos en aquellos espacios sociales. Pedidos explícitos para ser entrevistades daban cuenta de la intención de que escucháramos lo que tenían para decirnos. “Nosotros nunca podemos hablar, menos nosotros los nordestinos”, nos dijo un camelô luego de entrevistarlo. En una sociedad fuertemente jerárquica y desigual como la brasileña, hasta el acto de hablar parece distribuirse diferencialmente entre sus miembros. A partir de nuestra presencia allí como representantes de una institución dotada de prestigio social, nos convertíamos en fuente de prestigio para nuestres interlocutores al interior de las relaciones sociales en aquellos espacios localizados, pero, a la vez, en vehículo de la palabra, en un medio de llegada de su discurso a escenarios sociales de difícil y escaso acceso para elles. De alguna manera, nuestra presencia en esos espacios producía la aproximación de actores socialmente distanciados, y propiciaba, a partir de nuestra atenta escucha, el reconocimiento de la palabra de individuos portadores de “identidades deterioradas” (Mota y Freire, 2011, p. 143), es decir, personas a quienes, en tanto favelados y camelôs (muches de elles, nordestinos), les son atribuidas categorías sociales representadas como moralmente inferiores en el espacio público brasileño, con un consecuente reconocimiento diferencial de derechos (Mota y Freire, 2011).

Desplazamientos en el trabajo de campo y “nuevas” formas de violencia

Tanto el trabajo de campo con camelôs como con jóvenes favelados implicó el desafío de enfrentarnos a situaciones “novedosas”, no solo por lo que de “novedoso” tiene la experiencia etnográfica en un país ajeno, sino también por las formas que asumía la violencia en estos nuevos escenarios de trabajo de campo. En nuestras investigaciones en Buenos Aires, las violencias no estaban ausentes en los espacios sociales en los que interveníamos; tanto el trabajo con vendedores callejeres como con jóvenes de barrios populares implica la presencia permanente o cuasi permanente de diferentes manifestaciones de violencia, en la medida en que nos relacionamos con actores cuya sociabilidad cotidiana está fuertemente atravesada por ella. Estas manifestaciones implican la siempre compleja relación con las fuerzas de seguridad en tanto se trata de grupos sociales que han sido tradicionalmente objeto de administración policial y en espacios sociales (qua territorios) bajo su gobierno, atravesados por formas de ejercicio del poder policial más o menos abusivas y/o signadas por diferentes tipos y grados de violencias (Pita y Pacecca, 2017; Pita, Corbelle y Brescia, 2019). Pero también la exceden, en tanto los actores con quienes nos relacionamos participan además de formas de sociabilidad en que las violencias intervienen en la construcción de sus vínculos sociales con otres (Cozzi, 2013, 2015; Garriga Zucal, 2018).

En Río de Janeiro, el escenario tenía sus características particulares. En la actividad de venta callejera, la violencia tanto física como moral hace a las formas de tratamiento que reciben les camelôs como parte de las prácticas de represión que ejercen los agentes de control sobre su actividad (Pires, 2005, 2010), tal como pudimos dar cuenta a partir de nuestro trabajo de campo (Belcic, 2020). Pero además, el comercio callejero implica el entramado de una miríada de actores que disputan y negocian su participación en un mercado de la calle del cual todes buscan extraer algún tipo de beneficio (sea económico, sea político) (Hirata, 2014, 2015), las más de las veces por medio de prácticas extorsivas hacia les camelôs y bajo la amenaza permanente de violencia física y/o patrimonial (legal o extralegal). De aquí que durante nuestra pesquisa, personas vinculadas al “tráfico” o a las “milicias”,8 agentes policiales, guardias municipales y personas influyentes en la Prefeitura 9 y/o con vinculación con la cámara de vereadores (legisladores), hayan aparecido en los relatos de les camelôs como actores que controlaban y administraban la actividad de venta en la calle estableciendo horarios, lugares y condiciones que incluían el cobro de dinero o “propinas” (coimas), a cambio de protección y/o como garantía de no represión estatal. Relatos que daban cuenta del complejo entramado de actores que participaban en la recaudación de beneficios en aquel espacio social, bajo la amenaza de ejercer violencia hacia les camelôs.

En tanto escenarios fuertemente atravesados por la “violencia urbana” (Machado da Silva y Pereira Leite, 2007), las favelas de Río de Janeiro constituyen espacios sociales donde la amenaza a la integridad física y patrimonial proviene tanto de las policías como de las redes de tráfico de drogas y de las milicias. Tanto la violencia policial como la violencia criminal constituyen factores que interfieren con la rutina diaria de sus habitantes, a partir de un amplio abanico de prácticas y conductas criminalizadas, cuyo núcleo es la amenaza a la integridad física de estas poblaciones (Machado Da Silva, 1993; Misse, 2008). En los relatos de les jóvenes con quienes conversamos, la violencia aparecía fuertemente vinculada a la presencia de los efectivos de la Policía Militar y al accionar de las redes de tráfico de drogas y de las milicias, y se manifestaba en distintas prácticas de hostigamiento y maltrato físico, verbal y moral. Violencias cotidianas, descriptas como rutinarias, que exhibían su costado más dramático en la sensación de peligro de muerte con la que les jóvenes manifestaban convivir a diario.

Ahora bien, la experiencia de hacer trabajo de campo en aquellos espacios sociales de Río de Janeiro nos generó un desafío metodológico singular que implicó un doble proceso: por un lado, la necesidad de reflexionar sobre nuestras sensaciones al participar de situaciones “novedosas” (que significaban, a priori, algún grado de “riesgo” desde nuestra experiencia subjetiva), analizar potenciales peligros, tomar decisiones prácticas mientras visitábamos zonas de comercio callejero y favelas; y por otro lado (y en simultáneo), desandar, poner en cuestión, relativizar aquellos significados sobre “qué era y qué no era violento”, a fin de poder adentrarnos en la comprensión de los significados locales de la “violencia”.10 Sobre este último punto hemos avanzado en otros trabajos (Belcic, 2020; Pauni Jones, 2019). En esta oportunidad, nos enfocaremos en aquel primer aspecto metodológico de nuestro trabajo de campo en Río de Janeiro, para adentrarnos en un ejercicio de “vigilancia metodológica” (Garriga Zucal y Noel, 2010) que nos permita reflexionar sobre nuestras experiencias en contextos atravesados por prácticas consideradas por nosotras, a priori, como “violentas”, siempre en relación con los parámetros morales y de posibilidad que previamente observábamos en nuestros campos de investigación porteños. En lo que sigue, daremos cuenta de distintos nudos problemáticos que nos posibiliten el desarrollo de una reflexión metodológica respecto de la investigación en contextos donde las violencias, en sus diferentes manifestaciones y sentidos, atraviesan transversalmente los vínculos sociales, que por supuesto no busca responder la inabarcable pregunta sobre cuál sería la estrategia más adecuada, sino plantear algunos aspectos sobre los desafíos que implica una investigación de este tipo.

Resguardar(se): estrategias metodológicas en contextos de violencias

La experiencia de investigación en favelas y con camelôs en Río de Janeiro nos enfrentó con un problema que, por sus alcances, podría considerarse transversal a otros escenarios del campo disciplinar en el que se inscribe nuestro trabajo. Nos referimos a lo que Zaluar (2009) define como “saber entrar” y “saber salir”, en tanto procedimientos fundamentales para la realización de la tarea antropológica. Nos interesa aquí tomar estas categorías en dos acepciones posibles: por un lado, “saber entrar” y “saber salir” implica, como bien señala la autora, una preparación previa por parte de le antropólogue antes de “conocer” el campo. En tanto estudiantes e investigadoras extranjeras, esto supuso implementar distintas estrategias que nos permitieran obtener información sobre los lugares que visitaríamos, contactar interlocutores, anticiparnos a posibles dificultades, etcétera.

Lo que en Buenos Aires implicaba “activar” contactos, hacer llamados, acordar algunos encuentros y también, en el caso del trabajo de campo con vendedores callejeres, adentrarnos en calles que ya conocíamos por nuestra experiencia local como transeúntes o mismo como clientas habituales de la zona, en Río de Janeiro asumía un verdadero trabajo preparatorio que incluía la previsión de cuestiones muy específicas, vinculadas con la complejidad de los escenarios en los que desplegaríamos el trabajo etnográfico.

Este primer aspecto del “saber entrar” y del “saber salir” tiene que ver entonces con las tareas que debimos encarar antes de iniciar el trabajo de campo y que, a diferencia de Buenos Aires, no se reducían al armado de una red de contactos o a presentarnos de manera espontánea en los espacios que indagaríamos. En el caso del trabajo con jóvenes de favelas era necesario saber de antemano con quiénes hablaríamos, en qué circunstancias, en qué espacios físicos, en qué momento del día, en qué puntos de encuentro. Definir si las conversaciones se harían en la favela, en la universidad o en algún bar del centro (definición siempre sujeta al criterio de le entrevistade). En el caso de la pesquisa con les camelôs, las tareas preparatorias incluyeron una etapa de trabajo de campo exploratorio con el explícito objetivo de realizar una primera aproximación a las formas de organización de la venta callejera por zonas de la ciudad “menos conflictivas”, como paso previo a adentrarse en escenarios más complejos.11

La búsqueda de información sobre los lugares en los que haríamos trabajo de campo a partir de la lectura de investigaciones previas, la escucha atenta a las recomendaciones de orientadores y compañeres e incluso de nuestres primeres interlocutores preocupades por nuestra “seguridad”, formaron parte de las estrategias anticipatorias que suponía ingresar en estos espacios sociales.

La segunda acepción que nos gustaría desarrollar tiene que ver con un sentido más literal del “saber entrar” y el “saber salir”. En esta ciudad desconocida para nosotras, la llegada al campo implicaba poner en práctica no solo un nuevo conocimiento respecto del uso de transportes varios (metro, bus, Uber, moto taxi), sino también el despliegue de una serie de estrategias que nos garantizaran algún grado de seguridad al momento de “entrar” y “salir” de estos lugares. Pautar un encuentro en Mangueira,12 por ejemplo, implicaba establecer con la mayor claridad y compromiso posibles a qué hora encontrarse, dónde, con quiénes. Los medios de transporte disponibles solo nos acercaban a la “entrada” del barrio. Llegar al punto de encuentro nos volvía sumamente dependientes de la compañía de nuestres interlocutores; lo mismo para “salir” del barrio. En el trabajo con les camelôs, parte de las estrategias con las que buscábamos garantizar nuestra seguridad consistía en respetar las recomendaciones que nuestres interlocutores nos hacían sobre los horarios “peligrosos” para permanecer en la calle y que ameritaban que “saliéramos” del campo, o seguir las sugerencias sobre qué calles eran recomendables para “entrar” y por cuáles mejor no transitar.

Estos saberes respecto del cómo se “entra” y cómo se “sale”, hacen al trabajo etnográfico en contextos atravesados por violencias. Sin embargo, establecer con precisión en qué consisten estos conocimientos es una tarea sumamente compleja, si no imposible. Podríamos decir que está sujeta a las particularidades de cada campo: en Buenos Aires, este saber dependía de las redes y contactos construidos a lo largo del tiempo, quién puede vincularte con quién, o mismo de nuestras presentaciones espontáneas. En Río de Janeiro, en cambio, estos saberes estaban relacionados, o bien directamente con el acceso físico a la favela, o bien con una necesaria instancia previa de indagación sobre cuáles eran las formas más o menos adecuadas de transitar por las calles del centro de la ciudad.

Siguiendo a Fonseca (1999), coincidimos en que la situación ideal para la investigación antropológica se da cuando nuestres interlocutores se vuelven natives en sus propios medios. Para ello, resulta inevitable que le investigadore pierda parcialmente el control de las situaciones etnográficas, que se incomode y admita someterse a ese extrañamiento clave para la producción de reflexividad. Ahora bien, este ejercicio tan necesario para “construir analíticamente la alteridad” (p. 76) y poner en diálogo universos simbólicos propios y ajenos, en contextos de violencias -cuando se trabaja con personas involucradas con o sometidas a las lógicas de mercados que operan bajo las fronteras inciertas entre lo legal y lo ilegal13 (mercado de drogas, comercio callejero, etc.) (Telles e Hirata, 2007), que incluyen prácticas particularmente violentas y/o extorsivas por parte de distintos actores estatales y no estatales, y quienes, además, son objeto de permanente control y represión policial14 (con distintas intensidades de violencia)- supone aprehender e incorporar prácticas y estrategias de cuidado que garanticen nuestra seguridad y que aseguren, en la medida de lo posible, que no pondremos en riesgo a quienes colaboren con nuestro trabajo. En estos contextos, el desconocimiento de la “conciencia práctica”, tan central para la definición de los parámetros del flujo de la vida social de les agentes sociales que intentamos conocer (Lins Ribeiro, 1989), acarrea un problema extra. Vale decir, el riesgo no se reduce a la incomprensión de lo que está siendo dicho por nuestres interlocutores o a cometer errores interpretativos en el encuadramiento social de sus comportamientos. Existe un riesgo adicional vinculado con nuestra exposición, nuestra “puesta en peligro”, y con la exposición de quienes colaboran con nuestra tarea.

Para ejemplificar, describiremos dos situaciones etnográficas que dejan en evidencia que no compartíamos los códigos necesarios para garantizarnos u ofrecer algún grado de “seguridad” en el trabajo de campo.

Para una de mis primeras visitas a Mangueira arreglé para acompañar a un grupo de chicas a una fiesta funky muy conocida en la favela. Después de un viaje que incluyó metro, Uber y moto taxi llegué puntualmente al lugar de encuentro, una esquina cercana al inmenso galpón donde sería la fiesta. Estuve sesenta minutos parada en ese lugar esperando a mis acompañantes; en el transcurso de esa hora, además de compartir la esquina con otros asistentes a la fiesta, observé “desfiles” de grupos de varones armados con armas largas (muy jóvenes, algunos adolescentes, muy delgados, sin remeras) y discusiones bastantes vehementes en el marco de compra/venta callejera de drogas. Hasta el momento, excepto las armas reglamentarias de las fuerzas de seguridad, nunca había visto armas ni civiles armados con ametralladoras y fusiles en la vereda. Cuando llegaron mis acompañantes, les sorprendió saber que había estado esperando allí desde la hora marcada. Me costó comprender el desinterés de las chicas por mi situación, no se lamentaron ni me pidieron disculpas exageradas, como haría yo en caso de dejar esperando a alguien una hora. Con el tiempo entendí lo que hoy me resulta obvio: íbamos a una fiesta, ¿quién llega a una fiesta a la hora puntualmente señalada? Para mí la fiesta era parte de mi trabajo y, al serlo, implicaba puntualidad y compromiso con lo acordado. Para mis acompañantes era, precisamente, una fiesta, ocasión para divertirse; exigir puntualidad para un evento así estaba, como mínimo, fuera de lugar. (Notas de campo, primera fiesta en Mangueira, Río de Janeiro, septiembre de 2018)

En la escena que sigue, la situación ameritó que accionáramos las estrategias que nuestres interlocutores desplegaban habitualmente para “resguardarse” ante intervenciones policiales potencialmente violentas.

Una mañana, me encontraba sentada en la puerta principal de la estación conversando con Thiago, cuando repentinamente enmudeció al observar una camioneta de la Guardia Municipal que avanzaba por la calle en dirección a nosotres. Comenzó entonces a guardar en una gran bolsa, sin demasiada prisa pero sin pausa, uno a uno los bolsos y carteras que tenía desplegados en su manta. No era él sino todes les camelôs de la vereda quienes guardaban la mercadería o la aproximaban a sus manos o carros. Pero la camioneta desvió su recorrido e ingresó a la UOP15 ubicada justo en la vereda de enfrente a la nuestra. Suspiré aliviada, para mí el peligro ya había pasado, pero enseguida observé que nadie más en la cuadra se había relajado. “Es que puede volver a salir y, ahí, descender los guardias”, me explicó una camelô dando cuenta de su conocimiento sobre las prácticas habituales de la GM. Efectivamente, pasados unos minutos la camioneta salió y avanzaba nuevamente por la calle mientras les camelôs observaban atentes. De repente se detuvo e inmediatamente los guardias descendieron en clara dirección a la vereda de la estación. Un camelô dio un grito de aviso y todes comenzaron, ahora sí a gran velocidad, a levantar sus cosas y a correr en dirección contraria a los guardias. Eran guardias de “boina preta”; los mismos que, a diferencia de los de “boina azul”, estaban especialmente “entrenados para pegar”, esos que eran “bien violentos”. Dudé unos segundos si correr o no, cuando recordé el relato sobre el guardia que le había abierto de un golpe la cabeza a un vendedor “por no haber salido a tiempo”, durante un operativo de la semana anterior. La rapidez en los movimientos era fundamental, así que decidí hacer lo que todes hacían, salir corriendo. Corrí, entonces, con mis interlocutores camelôs hasta alcanzar una distancia considerada prudencial por algunes de elles (otres directamente se esfumaron), desde donde observamos a los guardias que avanzaban a paso firme con cachiporras en mano, por la vereda de la que habíamos huido, afortunadamente, a tiempo. (Notas de campo, venta en la vía pública, Río de Janeiro, enero 2018)

Estas escenas nos permiten ejemplificar cómo el extrañamiento objetivo que constituye gran parte del trabajo etnográfico -cuando se da en contextos sociales donde las violencias circulan de diferentes maneras y donde los parámetros de lo aceptable/inaceptable o de lo posible/imposible en materia de manifestación de esas violencias son distintos a los propios- implica un desafío particular para la aproximación a la percepción y explicitación de la conciencia práctica de los agentes sociales (Lins Ribeiro, 1989). Comprender esta conciencia práctica era importante para el desarrollo teórico de nuestras pesquisas, pero además, era clave para el desarrollo concreto de nuestra tarea etnográfica.

La experiencia de inmiscuirnos en estos espacios supuso además otra serie de “autocuidados” vinculados a nuestra condición de mujeres. Diferentes tratos recibidos por parte de varones durante el trabajo de campo develaron formas de relacionamiento hacia las mujeres que incluían prácticas que, si bien podían ser toleradas o no dentro de aquellas relaciones de sociabilidad, para nosotras claramente no lo eran. Contacto físico abusivo, cortejos devenidos en asedios, fueron prácticas que recibimos por parte de algunos de nuestros interlocutores varones. Metodológicamente, esto se tradujo en decisiones acerca de a quiénes entrevistar, o mejor dicho, a quiénes dejar de hacerlo, y en precauciones sobre nuestra forma de estar en esos espacios (horarios para permanecer allí, qué lugares transitar y qué lugares no, si hacerlo solas o acompañadas). Decisiones que tenían como base, es necesario señalarlo, el “miedo”, como expresión de la amenaza de violencia que significaba nuestra presencia como mujeres en esos espacios fuertemente masculinizados y jerarquizados en base al género, en los que además circulaban tratos abusivos (así concebidos, por lo menos, desde nuestro punto de vista). Aquellas diferentes formas de relacionamiento contrastaban además con nuestras experiencias de trabajo de campo en Buenos Aires. No porque en nuestras investigaciones locales no fuese habitual que tomáramos resguardos en tanto “mujeres”, como señala Eva Moreno16 (2017),

a possibilidade de violência sexual, explícita ou implícita, é uma forma pela qual o movimento e as atividades de mulheres são restritas em muitos contextos sociais, e é, portanto, uma temática que muitas antropólogas mulheres têm que lidar, enquanto antropólogos homens não precisam, (p. 263)

sino porque aquellos resguardos se revelaban ineficientes en los novedosos espacios de sociabilidad que transitábamos, lo que requería de nosotras nuevas habilidades para identificar y sortear situaciones en las que podíamos estar en peligro o quedar expuestas a algunas en las que nos volviéramos objeto de violencia.

El trabajo etnográfico en escenarios sociales en los cuales distintos actores (estatales y no estatales) ejercen algún tipo de control territorial exige, por parte de quienes investigamos, un distanciamiento doble o triple (Zaluar, 2009): además de distanciarnos de los sujetos de pesquisa, “é preciso deixar claro que o pesquisador não tem os métodos e os objetivos da investigação policial […], assim como os de jornalistas” (p. 576). En nuestro caso, buscábamos garantizar este distanciamiento al expresar con claridad nuestros objetivos académicos y con el ya mencionado plus de confianza o de aparente “neutralidad” en el que nos ubicaba nuestra condición de extranjeras. Pero al ser estos espacios “monitoreados” por distintos actores con mayor o menor grado de control territorial, el resguardo de nuestres entrevistades dependía además casi exclusivamente de nuestra capacidad para que nuestro trabajo no fuera confundido, por quienes no participaban activamente de nuestras conversaciones, con otro tipo de investigaciones (policiales, periodísticas).

El desafío implicaba, además, superar la reticencia a hablar sobre ciertos temas17 que operaba entre nuestres interlocutores frente la amenaza permanente de violencia;18 lo cual requería un compromiso explícito con su resguardo. Se trataba de la construcción de un vínculo de confianza, basado en la ética de garantizar el anonimato y el sigilo sobre quién dice qué cosa (Zaluar, 2009, p. 562). Pero también, supuso evaluar la pertinencia o directamente abandonar hábitos profesionales fuertemente arraigados en nuestra práctica, tales como tomar notas, tomar fotografías o grabar conversaciones. Parte de este cuidado de les otres suponía diferenciar los momentos adecuados para preguntar qué cosa, es decir, estar atentas a las señales que nos aseguraran que nuestras preguntas no dejaban expuestes in situ ni a nuestres interlocutores ni a nosotras mismas. Esto significaba, por ejemplo, respetar los silencios (en ocasiones desencadenados por la presencia o cercanía de personas desconocidas por nosotras pero conocidas por elles) o no insistir ante evasiones sobre ciertas temáticas que, consideraban, “peligrosas” de ser dichas. “Hay cosas que pasan allá (en la vereda) que no te puedo contar”, “te cuento pero no podés hablar sobre eso”, fueron expresiones recurrentes de jóvenes y camelôs que daban cuenta de esa actitud de resguardo.

Si bien toda tarea etnográfica implica este desafío ético del cuidado de les interlocutores, en contextos de violencias, el aspecto deontológico de nuestro trabajo no atañe únicamente a las consecuencias de nuestras publicaciones o producciones teóricas, sino también, y sobre todo, a las condiciones actuales de vida y de seguridad de quienes acceden a colaborar con nuestra tarea. Aprender a desarrollar, conjuntamente con estos actores, estrategias apropiadas para la realización de nuestras etnografías, que tomen en cuenta todo lo que los sujetos tengan para decirnos en materia de cuidados, reservas, impedimentos o alertas es requisito central para el desarrollo de lo que Godelier (2014) llama “el yo cognitivo” del antropólogo. La tarea epistemológica del trabajo etnográfico deber ir acompañada de una reflexión deontológica que nos permita contextualizar nuestras acciones y conducirnos éticamente con quienes, de una manera u otra, se ponen en riesgo al contribuir con nuestras investigaciones.

Reflexiones abiertas

En este trabajo hemos desarrollado reflexiones surgidas a partir de un ejercicio comparativo en base al cual procuramos señalar los contrastes analíticamente reconstruidos acerca de nuestras experiencias de trabajo de campo en dos ciudades distintas. La producción conjunta del análisis a partir de experiencias que, si bien particulares, revisten rasgos comunes, nos permitió poner en común distintas consideraciones subjetivas compartidas respecto de lo que entendemos como algunos de los principales desafíos que implica la realización de nuestras etnografías. Reflexionamos, por un lado, acerca de la necesidad de construir relaciones de confianza que nos permitan desarrollar nuestros trabajos de campo en un marco que garantice algún tipo de resguardo propio y de les otres. Este punto, tal como señalamos en este artículo, cobra especial relevancia cuando se desarrollan investigaciones etnográficas en escenarios sociales donde las violencias, en sus distintos usos y manifestaciones, ocupan un rol central. En relación con aquello, consideramos de gran relevancia tener presentes cómo somos “recibidas” en los espacios sociales que indagamos y qué adscripciones identitarias se ponen en juego al entablar un diálogo con nuestres interlocutores. En este sentido, dimos cuenta del peso que tuvo nuestra condición de doctorandas y de extranjeras, y también de mujeres, a la hora de construir nuestros vínculos con les actores durante nuestras experiencias de trabajo de campo en Río de Janeiro.

Por otro lado, hemos reflexionado acerca de las estrategias etnográficas que desplegamos en espacios sociales que resultaban “novedosos” para nuestras investigaciones. Estrategias que se caracterizaron por su flexibilidad, teniendo en cuenta la imposibilidad de anticipar y controlar todas las variables que se ponen en juego en el trabajo de campo; y en base a las que asumimos, a su vez, el compromiso de considerar todo aquello que les interlocutores pudieran aportar al momento de diseñar nuestros trabajos de campo y en su devenir.

Queremos destacar el valor de las experiencias de intercambio académico que realizamos en tanto nos permitieron desarrollar pesquisas etnográficas de corte comparativo en otra ciudad y, fundamentalmente, plantearnos preguntas que problematizaron nuestra mirada respecto de nuestros campos en Buenos Aires. En relación con esto, los sentidos locales de la violencia que hemos intentado registrar y analizar con jóvenes y camelôs de Río de Janeiro en anteriores trabajos (Belcic, 2020; Pauni Jones, 2019) nos han permitido construir nuevos interrogantes que complejizaron por medio del contraste (esto es, más por las diferencias que por las similitudes) cómo concebimos analíticamente a las violencias en nuestros campos locales de indagación y cuáles son los sentidos locales asociados a ellas. Esto porque procuramos abordar nuestras investigaciones etnográficas en los distintos contextos de violencias partiendo de una “vigilancia epistemológica” (Bachelard, 1979; Garriga Zucal y Noel, 2010) que considere las implicancias de describir y analizar situaciones sociales a partir de una categoría local tan rica como compleja.19

Pero además, y es lo que hemos desarrollado en este trabajo, la experiencia de intercambio nos ha permitido reflexionar críticamente respecto del diseño de nuestro trabajo de campo y de las implicancias de nuestra inmersión en los espacios sociales que indagamos. Haber podido desarrollar etnografías, aunque breves y siempre incompletas, en una ciudad “desconocida” y “ajena” para nosotras nos permitió volver a “mirar” nuestros campos en Buenos Aires, si no con nuevos ojos, al menos con nuevas preguntas. Así, aquello que encontramos de “extraño” en Río de Janeiro nos permitió construir un nuevo marco de interpretación e indagación para (re)pensar los espacios sociales -que creíamos- “conocidos” o “próximos” en Buenos Aires. Regresar a ellos con nuevas preguntas respecto de nuestras estrategias metodológicas -que nos obligan a atender nuestras formas de hacer etnografía- ha sido, desde nuestra perspectiva, un valioso aporte de estas experiencias.

Agradecimientos

Agradecemos a nuestres profesores y compañeres del Programa de Pós-Graduação em Antropologia de la Universidade Federal Fluminense por recibirnos durante nuestras estadías, y en especial a nuestres orientadores, Roberto Kant de Lima y Lenin Pires -en el caso de Sofía Belcic- y Ana Paula Miranda y Jacqueline Muniz -en el caso de Maitén Pauni Jones- por su generoso acompañamiento.

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1 . La expresión camelô es la forma local de referirse a vendedores ambulantes o de un punto fijo que cuenten o no con habilitación formal para realizar su actividad. Retomando la definición de camelô del Diccionario Aurélio, refiere a un Mercader que vende nas ruas, em general nas calçadas, bugigangas ou outros artigos, apregoando-os de modo típico” (Pires, 2010, p. 324). Con esta categoría nos referiremos a les vendedores de Río de Janeiro a lo largo del escrito.

2. Estas experiencias —que tuvieron una duración de siete meses, en nuestro caso— se insertan en una larga tradición de intercambio y discusión académica entre investigadores vinculades al Instituto de Estudos Comparados em Administração de Conflitos (INCT-InEAC) con sede en la Universidad Federal Fluminense, y del Equipo de Antropología Política y Jurídica (EAPJ) enraizado en la Sección Antropología Social del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, del cual formamos parte actualmente en carácter de becarias doctorales.

3. En el caso de Sofía Belcic, el trabajo en Río de Janeiro consistió en la realización de una pesquisa etnográfica acerca de las formas en que las agencias estatales administran y controlan a los grupos dedicados a la actividad de venta callejera en la ciudad, en la que se identificaron tanto las prácticas como los efectos que tales intervenciones acarrean; esto es, las modificaciones que producen en la organización de la actividad, así como las variadas acciones de respuesta que les vendedores despliegan (formas de organización, resistencia, negociación y obediencia). El trabajo de campo localizado contó con una primera etapa exploratoria por distintas zonas de la ciudad como modo de aproximación a las formas de organización del comercio en la calle, para luego profundizar la indagación en un espacio social focalizado, las inmediaciones de la de la terminal ferroviária dEstação Central do Brasil, ubicada en el centro de la ciudad. Su desarrollo consistió en entrevistas a camelôs, situaciones conversacionales y observaciones mientras se les acompañaba en sus actividades de venta en la calle. Se realizaron también entrevistas a actores pertenecientes a agencias de control y/o con profundo conocimiento sobre la organización de la actividad de venta callejera. En el caso de Maitén Pauni Jones, el trabajo estuvo orientado a describir y analizar, desde una perspectiva etnográfica, las relaciones entre las fuerzas de seguridad y jóvenes habitantes de favelas, en el que fueron identificadas las operaciones de rutina implementadas por las fuerzas que afectan su cotidiano, a fin de comprender sus modalidades de aceptación, sumisión y resistencia ante estas prácticas. El trabajo de campo desplegado consistió en entrevistas y situaciones conversacionales con jóvenes de tres grandes favelas del estado de Río de Janeiro, además de observaciones en el marco de la participación en distintos eventos sociales (fiestas, reuniones informales). Las conversaciones se dieron durante las visitas periódicas a las favelas, pero también durante entrevistas no estructuradas en otros espacios, tales como la universidad o cafés y bares del centro de la ciudad.

4. Es posible relacionar esta desigual participación y visibilidad de la antropología con las diferentes historias de desarrollo de la disciplina en un país y en el otro. En este sentido, cabe mencionar la mayor antigüedad a nivel de posgrado de la antropología en Brasil, de las asociaciones de antropólogues y del financiamiento externo que posibilitó su desarrollo (Velho, 2003), en comparación con su historia en nuestro país, donde la creación de posgrados ha sido más reciente y en que las dictaduras militares, a diferencia de lo que sucedió en Brasil (Velho, 2003), limitaron su actividad -—cuando, como señala Perelman (2017), el trabajo de antropólogue era —una tarea, literalmente, donde muchos se jugaban la vidau (p. 126)—- más que promoverla.

5. Personas no identificadas que les toman fotos a la distancia, inspectores y policías que caminan por las calles vestides de civil simulando ser clientes para, de un momento a otro, incautarles su mercadería, son parte de las experiencias que les vendedores relatan.

6. La Guardia Municipal de Río de Janeiro es la agencia de control autorizada para la retención de las mercaderías de les camelôs sin licencias habilitantes, por ser la “responsável pela desobstrução dos bens públicos municipais, de forma a impedir a má utilização dos mesmos” (Decreto Municipal N° 17.931/99).

7. Somos conscientes de que las condiciones que aquí analizamos no agotan nuestras múltiples identidades: extranjeras y doctorandas, pero también, mujeres, de clase media, “blancas”, entre otras. Todas estas adscripciones seguramente resultan importantes para el análisis, sobre todo teniendo presente la centralidad de aspectos tales como el género, la dimensión racial y la condición socioeconómica en los espacios sociales en los que trabajamos. Sin embargo, en el presente trabajo priorizamos la reflexión sobre nuestra extranjeridad y nuestra condición de doctorandas, ya que consideramos que estas dimensiones primaron a la hora de construir nuestros vínculos de confianza en el campo o, por lo menos, se nos volvieron más evidentes.

8. Grupos paramilitares fuertemente armados, compuestos en general por policías activos o expolicías, bomberos, militares retirados, agentes de seguridad, etc. (Eilbaum, 2018).

9. Prefeitura da Cidade do Rio de Janeiro (gobierno municipal).

10. Cuando se trata de analizar las formas que asume la violencia en nuestras investigaciones, partimos de entenderla como una categoría local que guarda absoluta relación con el contexto, con los distintos actores que hacen uso de ella y las “sensibilidades morales” a ella asociadas, antes que a la profundidad de una agresión o a la violación de la ley (Eilbaum y Medeiros, 2015).

11. La complejidad aquí refiere a las relaciones que se establecen entre los distintos actores (estatales y no estatales) en el comercio callejero en Río Janeiro, señaladas anteriormente.

12. Favela de la zona central del municipio de Río de Janeiro.

13. Señala Telles (2015) —siguiendo a Michel Misse— “trata-se da articulação desses mercados, informais e ilícitos, como outro mercado, um mercado político, também ilegal, que passa por dentro dos aparatos legais/oficiais e nos quais são transacionadas as mercadorias políticas (acordos, suborno, compra de proteção, corrupção) das quais dependem o funcionamento desses mercados e que são constitutivos de seus modos de regulação”. (p. 58)

14. Cuando nos referimos a las prácticas policiales a lo largo del escrito, incluimos aquí al accionar de la Policía Militar, la Policía Civil, la Policía Federal y, también, de la Guarda Municipal, en tanto esta última cuenta con poder de policía para la retención de las mercaderías de les camelôs sin licencias.

15. Unidade de Ordem Pública perteneciente a la Guardia Municipal.

16. Pseudónimo utilizado por la autora para preservar su anonimato.

17. En el caso de las favelas, se trata de romper cierta “lei do silêncio” (Machado da Silva y Pereira Leite, 2007) que opera al interior de estos territorios como dispositivo de defensa ante la amenaza de violencia que supone el accionar del ””tráfico”” y/o de las ”milicias”. Para estes autores, el silencio y las distintas formas de omisión (que no deben ser confundidas con pasividad o desinterés) constituyen una respuesta adecuada ante el riesgo de vida y la extrema precariedad de soluciones institucionales (p. 569).

18. En el comercio callejero, donde la trama de actores que disputan y negocian los beneficios que acarrea la actividad puede incluir además actores estatales vinculades a distintos niveles de gobierno, cualquier información o ”denúncia” que devele esa trama puede significar un final violento de toda la red de compromisos de actores (Hirata, 2015, p. 119), y traducirse finalmente en la represión de les camelôs que ejercen su actividad en la calle.

19. Consideramos que el trabajo etnográfico en escenarios sociales donde las violencias, en sus distintos usos y manifestaciones, ocupan un rol central trae consigo un importante desafío: atender a las implicancias del uso de esta categoría y a los sentidos territorializados que carga (Bermúdez, 2020), para poder describir, analizar y comprender las concepciones locales que se tienen de ellas (Eilbaum y Medeiros, 2015).

Financiamiento Secretaría de Ciencia y Técnica, Universidad de Buenos Aires. Proyecto de investigación científica 2018-2020. Código 20020170100118BA. Ciudad de Buenos Aires, Argentina. “Poder policial y activismos: Etnografías sobre violencias y demandas de justicia”. Dirección: María Victoria Pita. Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Rio de Janeiro. Bolsa Doutorado-Sanduíche Reverso E-26/201.809/2017 Período: 08/2017-02/2018. Brasil. Río de Janeiro. Este documento es resultado del financiamiento otorgado por el Estado Nacional, por lo tanto queda sujeto al cumplimiento de la Ley Nº 26.899.

Recibido: 19 de Agosto de 2020; Aprobado: 06 de Febrero de 2021

Correo electrónico: sofiabelcic@yahoo.com.ar

Correo electrónico: maitenpauni@gmail.com

Biografía

Sofía Belcic es profesora de Enseñanza Media y Superior en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires. Cursa sus estudios de posgrado en la carrera de Ciencias Antropológicas en la Universidad de Buenos Aires. Es becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Maitén Pauni Jones es profesora de Enseñanza Media y Superior en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires. Cursa sus estudios de posgrado en la carrera de Ciencias Antropológicas en la Universidad de Buenos Aires. Es becaria doctoral de la Universidad de Buenos Aires.

Nota de los autores

: Ambas autoras contribuyeron de igual manera en este trabajo.

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