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Sociohistórica

On-line version ISSN 1852-1606

Sociohistórica  no.52 La Plata  2023

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/18521606e210 

Artículos

La configuración del kirchnerismo: discurso, ideología y populismo en la Argentina del siglo XXI

The configuration of Kirchnerism: discourse, ideology and populism in Argentina in the 21st century

Gastón Ángel Varesi1 

1Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP - CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Resumen

El artículo analiza la configuración del kirchnerismo, su surgimiento, ideología y conformación identitaria como sujeto político, abordando el discurso presidencial de Néstor Kirchner (2003-2007). Distinguimos una doble acepción del discurso: una más estricta, como uso real del lenguaje por locutores reales en situaciones reales, en una relación dialéctica en la que lo social moldea lo discursivo a la vez que es constituido por él, siguiendo el Análisis Crítico del Discurso y sumando los aportes del análisis del discurso político y populista de Charaudeau; y una acepción amplia del discurso, como mediación de sentido constitutiva de lo social que nos lleva a analizar las relaciones entre demandas, identidad y antagonismo, desde Laclau.

Así, los conceptos de discurso, ideología y populismo son articulados para analizar el kirchnerismo en las palabras de su líder primigenio, desplegando tres hipótesis centrales desde las cuales afrontar distintos interrogantes: ¿cuáles son las condiciones de veracidad del discurso presidencial? ¿Qué rol jugó la crisis de 2001 y la caracterización del pasado reciente? ¿Cómo se dio la construcción del adversario y qué relación tiene con la configuración de la propia identidad? ¿Cuál es la fuerza de verdad del discurso kirchnerista? ¿Cuáles son los pilares ideológicos de su proyecto?

Palabras clave Kirchnerismo; Hegemonía; Discurso; Ideología; Populismo

Abstract

The article analyzes the founding milestone of Kirchnerism, its emergence, ideology and identity formation as a political subject, addressing the presidential speech of Néstor Kirchner (2003-2007). We distinguish a double meaning of discourse: a more strict one, as the real use of language by real speakers in real situations, in a dialectical relationship where the social molds the discursive at the same time that it is constituted by it, following the Critical Discourse Analysis, adding the contributions of the analysis of the political and populist discourse of Charaudeau; and a broad acceptance of discourse, as a mediation of meaning constitutive of the social that leads us to analyze the relationships between demands, identity and antagonism, from Laclau.

Thus, the concepts of discourse, ideology and populism are articulated to analyze Kirchnerism in the words of its original leader, deploying three central hypotheses from which to approach to different questions: what are the conditions of veracity of the presidential speech? What role did the 2001 crisis play and the characterization of the recent past? How did the construction of the adversary take place and how was it related to the configuration of the own identity? What is the force of truth of the Kirchnerist discourse? Which are the ideological pillars of its project?

Keywords Kirchnerism; Hegemony; Discourse; Ideology; Populism

Introducción

El presente artículo se enmarca en el proyecto de investigación sobre modelo de acumulación y hegemonía en la Argentina posconvertibilidad, el cual, habiendo abordado ya el conjunto del ciclo de gobiernos kirchneristas (2003-2015), procura retornar sobre su momento de configuración fundacional durante la presidencia de Néstor Kirchner (NK), entre 2003 y 2007. Para ello, desde una mirada sociológica, articularemos un enfoque teórico de matriz gramsciana con diversos aportes en materia de análisis del discurso y de la ideología.

Entendemos que el discurso presidencial nos provee un plano privilegiado para captar el vínculo entre las dimensiones políticas e ideológicas que conforman un proyecto de sociedad. En este sentido, realizamos una selección de discursos de NK (2003-2007), y constituimos un corpus a partir del cual analizar los primeros pasos en la configuración identitaria del kirchnerismo como sujeto político y de NK como líder. Para ello, trabajaremos desde una doble acepción del discurso: 1) una definición más estricta, como aquella elaborada en el Análisis Crítico del Discurso (van Dijk, 2005, 2016; Fairclough y Wodac, 1997, entre otros), con sus aportes para el análisis de las ideologías, abordando también las especificidades del discurso político y del discurso populista según los estudios de Charaudeau (2002, 2009, 2019). 2) En un segundo momento, introduciremos una acepción más amplia del discurso, recuperando diversos aspectos de la propuesta de Laclau (2005, 2006), que nos lleva a indagar acerca de las relaciones entre demandas, identidad y antagonismo en su análisis del populismo.

Así, los conceptos de discurso, ideología y populismo son articulados para analizar el kirchnerismo en las palabras de su líder primigenio. Así, la conformación del proyecto y su potencia hegemónica abren distintos interrogantes: ¿cuáles son las condiciones de veracidad que habilitaron dicha potencia? ¿Qué rol jugó la crisis de 2001 y la caracterización del pasado nacional reciente? ¿Cómo se dio la construcción del adversario y qué relación tiene con la configuración de la propia identidad? ¿Cuál es la fuerza de verdad del discurso kirchnerista? ¿Cuáles son los pilares ideológicos de su proyecto?

El artículo se organiza con dos momentos de presentación del enfoque teórico, partiendo desde unas primeras coordenadas del pensamiento gramsciano, yendo hasta la acepción estricta del discurso con los aportes del Análisis Crítico del Discurso y de Charaudeau y, posteriormente, arribando a la acepción más amplia planteada en la perspectiva de Laclau. Estos dos momentos se encuentran entreverados en diversas aproximaciones al discurso de NK, orientados a delinear y poner en juego tres hipótesis:

  1. La construcción de las condiciones de veracidad del discurso kirchnerista encuentra en la crisis del año 2001 un punto de inflexión clave, el cual se liga a la construcción del adversario y conlleva una particular reconstrucción del pasado nacional, que le permite proponer al proyecto desplegado por el kirchnerismo como momento de unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales que procura la sutura de la crisis y la gestación de un proceso de redención social.

  2. Tanto el sistema de creencias ideológico como la articulación de demandas en el antagonismo incidieron en la configuración de una identidad que se nutre de una recuperación de elementos del peronismo clásico, combinados con aspectos culturales de la juventud de los años setenta, sumado a componentes del progresismo democrático de los ochenta e incorporando un perfil latinoamericanista propio del inicio del siglo XXI.

  3. Lo nacional-popular se va constituyendo como significante vacío aglutinador de las demandas heterogéneas, las cuales se singularizan en el líder; exhibiendo una similitud con la fuerza de verdad del discurso asentada en un carácter principalmente trascendental, emanados del Pueblo y la Nación, pero también de carácter interno, en el carisma del líder que lo comunica y que se presenta como un emergente de dicho Pueblo y Nación.

Hegemonía, ideología y discurso

En el pensamiento de Antonio Gramsci encontramos articulaciones conceptuales suficientes que nos permiten configurar una genuina teoría de la hegemonía. El propio concepto de hegemonía remite, en su definición sintética, a la dirección política, ideológica y cultural de un grupo social sobre otros (Varesi, 2015). Esta perspectiva vincula de forma compleja elementos de distintas dimensiones: desde aquellos ligados a la posición y función estructural de los grupos sociales hasta otros que cobran forma a través de una concepción del mundo que encarna la visión general y expresa los intereses estratégicos del grupo que deviene dirigente, plasmándose de formas diversas en el sentido común y en las prácticas cotidianas, y que, en su momento más desarrollado, llega a fundar un tipo particular de Estado (Gramsci, 2015). Desde esta mirada, en los procesos de construcción hegemónica, las ideologías existentes se transforman en fuerzas político-sociales que entran en confrontación hasta que una de ellas (o una combinación de ellas) tiende a prevalecer y a difundirse por toda la sociedad, definiendo una unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales. Allí, el Estado aparece orientado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo social que lo lidera a partir de un proyecto particular, pero, según Gramsci, “este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías ‘nacionales’” (2015, p. 90).

La posibilidad de conducir y plasmar esta expansión universal implica la predominancia de los componentes consensuales sobre los componentes coercitivos, que conforman la naturaleza dual de la acción política, e involucra la participación de los grupos dirigidos en la visión del mundo del grupo dirigente. Por ello, Gramsci (2008) otorga a la ideología un valor gnoseológico por ser una vía de acceso destacada para la comprensión de los procesos hegemónicos, en tanto estos contienen en su seno la formación y difusión de una concepción del mundo que se realiza en la dirección de una sociedad. Sin dudas, el discurso es un componente clave de la hegemonía y de la visión del mundo que esta conlleva.

De este modo, el análisis de procesos políticos como el iniciado por Néstor Kirchner en 2003 implica abrir una serie de preguntas que vinculan los conceptos de hegemonía, ideología y discurso. Y, asimismo, esto requiere una articulación conceptual que puede enriquecerse de diversas corrientes teóricas.

Entendemos que el Análisis Crítico del Discurso (ACD) contiene aportes singulares para la teoría de la hegemonía, ligados al vínculo entre discurso e ideología, y a la configuración de esta última como un sistema de creencias compartido con incidencia en la conformación de la identidad de un grupo. Van Dijk plantea que el ACD constituye una práctica analítica con perspectiva crítica que comprende un conjunto de propiedades generales: se enfoca en problemas sociales y cuestiones políticas, es usualmente multidisciplinario, no se plantea “meramente describir estructuras discursivas, trata de explicarlas en términos de sus propiedades de interacción social y, especialmente, de estructura social” (2016, p. 205), al tiempo que se centra en estructuras discursivas que representan, legitiman o desafían las relaciones de dominación en la sociedad. Asimismo, van Dijk también recupera definiciones aportadas por Fairclough y Wodak (1997), quienes sostienen que para el ACD las relaciones de poder son también discursivas, al tiempo que el discurso tiene implicancias ideológicas, posee un carácter profundamente histórico y es una forma de interacción social que constituye sociedad y cultura.

Aquí encontramos una primera acepción en un sentido más estricto del discurso. Tanto van Dijk (1985) como Fairclough y Wodac (2000) lo interpretan como el uso real del lenguaje por locutores reales en situaciones reales, como una forma de práctica social. Así, estos autores plantean una relación dialéctica entre lo discursivo y lo social, en la que lo social moldea el discurso a la vez que es constituido por él, en una dinámica que atraviesa instituciones y estructuras sociales, identidades y relaciones entre diversos grupos (Fairclough y Wodac, 2000; Narvaja de Arnoux, 2006).

Asimismo, uno de los aportes clave es la perspectiva sobre la ideología desplegada por van Dijk. Van Dijk (2005) define las ideologías como sistemas de creencias que son socialmente compartidos por los miembros de una colectividad de actores sociales, por lo que son representaciones sociales que definen la identidad de un grupo. Estas creencias precisan alcanzar cierta coherencia, que facilita su adquisición y uso cotidiano, y necesitan ser relativamente estables ya que son adquiridas de forma gradual por el grupo. Por ello, van Dijk señala que las ideologías requieren constituir sus propias estructuras; es decir, un esquema general que consiste en un conjunto de categorías básicas que definen la auto-identidad de grupo y que necesitan algún tipo de organización para conformarse como sistema de creencias. Allí, propone pensar las creencias fundamentales o “nucleares” para analizar la ideología de un grupo, ya que tendrán un lugar relevante en su identidad, en la conformación de un “nosotros”.

Asimismo, van Dijk advierte que la relación entre ideologías y discurso es compleja y a menudo bastante indirecta. El discurso no es transparente y el concepto de ideología que propone no es determinista: los miembros no siempre ni necesariamente expresan o manifiestan las creencias de los grupos con los cuales se identifican. A su vez, si bien las creencias nucleares son socialmente compartidas, no todos los miembros del grupo las conocen igual de bien, por lo que hay expertos, maestros, “ideólogos” que enseñan, explican, inculcan y reproducen las ideologías del grupo.

Por ello, entendemos que, en procesos políticos caracterizados por fuertes liderazgos, el discurso presidencial adquiere jerarquía como fuente de análisis de dichas creencias nucleares que conforman los pilares de la ideología, los cuales impactan en la identidad y la construcción de un proyecto hegemónico: ¿cuáles son las creencias nucleares que conforman la ideología del kirchnerismo?

De un modo complementario, los estudios sobre el discurso político desplegados por Charaudeau nos proponen indagar acerca de las relaciones entre discurso, acción y poder, señalando que:

todo discurso se inscribe dentro de cierto marco de acción donde se encuentran determinadas las identidades sociales, los objetivos y los papeles sociales de los socios del intercambio lingüístico. (…) En este marco se inscribe el proyecto de influencia del sujeto que se comunica (2002, p. 110).

Así, identidad y proyecto son factores que adquieren relevancia en el discurso político, al tiempo que este implica una relación de poder, ya que se orienta a actuar sobre otro, involucra una exigencia de efecto y establece una relación asimétrica (Charaudeau, 2002). Este “actuar sobre el otro” refiere a influir en su saber o comportamiento. Para ello, Charaudeau se pregunta qué es lo que puede llevar a cumplir esta exigencia de efecto, en la cual la intención comunicacional se completa mediante un objetivo de acción, y plantea como hipótesis la existencia de una amenaza que recaería sobre quien está recibiendo el mensaje y podría perjudicarlo si se rehúsa al proyecto de influencia o la existencia de una posible gratificación que podría obtenerse si se acepta dicha relación de poder, convalidando el proyecto. Así, gratificación y amenaza constituyen una sanción, y esta posibilidad confiere autoridad al sujeto que comunica. A partir de estas dos condiciones de autoridad del discurso político podemos preguntarnos: ¿qué gratificaciones o amenazas aparecen en el discurso de NK y cómo aportan a configurar identidad y proyecto?

Además, Charaudeau (2002) plantea que el discurso político se realiza en nombre de una fuerza de verdad que le sirve de justificación. Esta tiende a provenir de dos vías. Puede ser de carácter trascendental, es decir, exterior a los socios de la relación, con un “tercero místico” o Gran Otro que ocupa el lugar de la autoridad, ya sea de un poder del más allá, de tipo divino, o de una entidad abstracta que ellos mismos han instituido en un tercero que los sobredetermina, como el Pueblo, el Estado, la Nación, etc. O bien puede provenir de una fuente interna del sujeto que comunica, como un atributo que le sería propio e instituye una autoridad personal. Nos preguntaremos, entonces, ¿cuál es la fuerza de verdad sobre la que se construyó el discurso del presidente Néstor Kirchner?

Otro aporte de Charaudaeu relevante para nuestro objeto de estudio es aquel que nos lleva a preguntarnos por las cualidades peculiares que adquiere un discurso político cuando es articulado con la categoría de populismo, con la polivalencia que ella acarrea. Charaudeau (2009) propone un conjunto de aproximaciones a lo que define como el discurso populista. En su trabajo, identifica distintas figuras del populismo y busca puntos comunes a las distintas variantes: el contexto y las situaciones de crisis de las cuales emergen, la presencia de un líder carismático, la relación de ruptura con el pasado y el anclaje ideológico particular que cada experiencia histórica adquiere.

Asimismo, Charaudeau sugiere que en el discurso político no cuenta tanto la verdad sino la veracidad, siguiendo un guion dramático capaz de conmover al público, ya sea para buscar adhesión al proyecto que se defiende o disuadirlo de seguir al adversario. Este camino lleva a preguntarnos por la construcción de las condiciones de veracidad del discurso político. Según Charaudeau, estas condiciones constituyen un:

escenario triádico en el cual instancia política e instancia adversa compiten por la conquista de la instancia ciudadana. Este escenario se compone de tres momentos discursivos: (1) probar que la sociedad se encuentra en una situación social juzgada desastrosa y que el ciudadano es la primera víctima; (2) determinar la fuente del mal y su responsable (adversario); (3) anunciar finalmente qué solución puede ser aportada y quién puede ser su portador (2009, p. 263).

Para Charaudeau, estas condiciones aparecen exacerbadas en el discurso populista, combinando una presentación de la crisis como situación catastrófica, la denuncia de los culpables, la exaltación de valores y la presencia de un líder carismático. En este sentido, buscaremos indagar cómo juegan estos tres momentos en la construcción del discurso kirchnerista y su construcción hegemónica.

Primera aproximación al discurso de Néstor Kirchner: del calvario a la redención social

Toda apuesta por la construcción de una nueva hegemonía conlleva una batalla ideológica y cultural que configura una visión del mundo y que necesita ser asentada en diversas condiciones de veracidad para aspirar a la universalización. En este sentido, la propuesta triádica de Charaudeau (2009) parece ordenadora para ejercer una lectura sobre la configuración del kirchnerismo a partir del propio discurso del líder.

Entendemos que el primer momento discursivo para crear condiciones de veracidad y que, según Charaudeau, parte de caracterizar una situación social juzgada desastrosa y de la cual la ciudadanía es víctima, podemos hallarlo en la lectura de la crisis de 2001 realizada en el discurso de Néstor Kirchner. El 2001 es concebido como un “estallido cívico (…) un reclamo ciudadano que le demandó a la democracia un proyecto de país” (Kirchner, 10/7/2003).1 Esta crisis, que marca un punto de quiebre, es caracterizada en diversos discursos, como en la apertura de las 122º Sesiones del Congreso en 2004, como “el peor de los mundos” y “el propio infierno”. En la apertura de las 123° Sesiones NK sostuvo que “venimos de la más profunda crisis escalando peldaño a peldaño, lo que ha sido y es el calvario de Argentina” (Kirchner, 1/3/2005). Igualmente, en la apertura de las 124º Sesiones del Congreso planteó que “vamos de a poco superando con esfuerzo lo que constituyó la peor crisis de nuestra historia (…). Venimos del infierno intentando todavía salir de él” (Kirchner, 1/3/2006).

La imagen de la salida del infierno se hizo recurrente también en 2007, en la última apertura de la Asamblea Legislativa. Aquí puede observarse el carácter apocalíptico en la caracterización de la situación de crisis que Charaudeau observa como componente del discurso populista.

La crisis de 2001 empalma además con el desarrollo del segundo momento discursivo que habilita las condiciones de veracidad: determinar las “fuentes del mal”. Allí, el discurso de NK avanza en identificar diversas figuras ligadas al neoliberalismo como proyecto de sociedad, abarcando un conjunto de actores, ideas y políticas que tuvieron su momento álgido en los años noventa y que tendrían responsabilidad en llevar a la Argentina al desastre social (Varesi, 2010). Aparece aquí “el pasado denostado” que analiza Montero (2012), en el que el año 2001 es la culminación de un largo proceso que tuvo inicio en el golpe de Estado de 1976 con la implementación del proyecto neoliberal en la Argentina y que contó con su formulación más acabada en la década de los noventa. Como también sostiene Funes (2016), el proyecto político y económico de la dictadura cívico-militar aparece vinculado a la valorización financiera, la retracción del Estado, el endeudamiento externo y el disciplinamiento social que permitió las reformas estructurales, y fue clave también para configurar la propia identidad del kirchnerismo en el discurso presidencial.

Esto conduce al establecimiento del tercer momento discursivo en la conformación de las condiciones de veracidad del discurso político según Charaudeau: señalar la solución al escenario de crisis y su portador. Aparece, entonces, la configuración de un proyecto de cambio que logre aportar reparación, cuyo portador es el sujeto colectivo que emerge en este proceso del cual su líder es expresión y conducción. Así, el kirchnerismo emergió de cara a la crisis de 2001,2 buscó afrontar las distintas dimensiones involucradas en ella y se planteó a sí mismo como momento de sutura y superación:

está tendiendo a que haya un nuevo amanecer en este país, para que cuando nos toque terminar nuestro mandato, el 10 de diciembre de 2007, le podamos decir a los argentinos que estamos saliendo del infierno y estaremos entrando en el purgatorio, pero estaremos saliendo de este infierno (Kirchner, 1/3/2006).

“Un nuevo amanecer” marca el horizonte de redención social constituido por escenas bíblicas, de calvarios, infiernos y purgatorios, y constituye el objetivo primario del mandato presidencial, corroborando la naturaleza populista del discurso oficial.

Vemos así que el discurso kirchnerista adquiere un carácter fundacional (Dagatti, 2013; Montero y Vincent, 2013; Varesi, 2013; Flax, 2018). Ya que, si el contexto de llegada de NK a la presidencia es leído como un “calvario” o “infierno”, entonces el propio kirchnerismo es la fuerza en construcción designada para trazar e impulsar un proyecto de superación. De modo sintético, NK planteaba: “Queremos suturar las terribles heridas que produjeron las políticas erradas aplicadas en el pasado” (Kirchner, 1/3/2005).3

Aquí se abre la pregunta por el pasado y las luchas de un pueblo por forjar su voluntad colectiva, cuya lectura y reconstrucción forma una pieza clave en los procesos de construcción de hegemonía, en tanto para Gramsci involucra “una representación ‘dramática’ de las tentativas realizadas a través de los siglos, para suscitar esta voluntad y las razones de sus sucesivos fracasos” (2015, p. 109). Asimismo, como ha señalado Montero (2012), el discurso kirchnerista tomó parte en la lucha política por el sentido del pasado y fue construyendo una lectura con incidencia en la formación de su identidad política.

Según señalamos, el neoliberalismo como proyecto que encarna en el discurso oficial “las fuentes del mal” tuvo origen a nivel nacional en el golpe de Estado de 1976. Como sostiene Montero (2012), allí se rescata una lectura con asidero académico, pero que no había sido previamente hegemónica ni recuperada a nivel del discurso presidencial, y se instaura el concepto de dictadura cívico-militar, que equipara a diversas figuras de la sociedad civil vinculadas a distintas corporaciones con los integrantes directos del régimen militar.

Encontramos que, en el discurso de NK, la dictadura se presenta en distintos aspectos. Por un lado, aparece en su carácter de proyecto político-económico, resaltando la gravedad del endeudamiento generado: “durante el período 1976-1983 se concretó el más acelerado y significativo crecimiento relativo de nuestra deuda” (Kirchner, 13/1/2004). También se resalta en su dimensión de “genocidio”, articulándose en la construcción de la política de Derechos Humanos, como veremos en el último apartado del artículo. Y, en tercer lugar, para polemizar con distintas corporaciones como los grupos económicos de la comunicación, señalando su vínculo con las dictaduras, en la articulación cívico-militar señalada, como en el discurso de NK dado en el estadio de River en el marco del Día Internacional de la Juventud (10/8/2005).

Luego, en el discurso presidencial los años noventa constituyeron el momento de implementación más acabadas de las políticas de ajuste, valorización financiera y reforma estructural características del proyecto neoliberal. Ya en su discurso de asunción, NK sostuvo:

En la década de los 90, la exigencia sumó la necesidad de la obtención de avances en materia económica, en particular, en materia de control de la inflación. La medida del éxito de esa política, la daba las ganancias de los grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y la magnitud de las inversiones especulativas sin que importara la consolidación de la pobreza y la condena a millones de argentinos a la exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable endeudamiento externo (Kirchner, 25/5/2003).

Ese mismo año también señaló en el 79º Aniversario de la Cámara Argentina de Comercio:

No puede ser el norte de ninguna sociedad la convivencia con la miseria, la marginalidad, la exclusión y la inequidad a que ha dado lugar la aplicación del pensamiento único y el señoreo del pensamiento neoliberal que caracterizó la economía mundial y la propia en el último decenio (Kirchner, 11/12/2003).

En 2004, en la Cumbre Extraordinaria de las Américas en Monterrey, Kirchner sostuvo:

Debemos entender que los principios que fueron sostenidos a rajatabla en la década del 90, que van desde la apertura financiera indiscriminada y la desaparición del Estado a las privatizaciones a cualquier precio, fueron los que consolidaron un modelo de injusticia, de concentración económica, de quiebra de nuestras economías, profundizando hasta puntos extremos la injusta distribución del ingreso, la exclusión y la corrupción en nuestras naciones (Kirchner, 13/1/2004).

La crítica a las políticas de los años noventa estaba directamente ligada a la identificación de los “culpables”, de las “fuentes del mal” conformadas por el proyecto neoliberal. En 2005, en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata (2005), en la cual, a partir de la confluencia con distintos presidentes de nuevo signo que habían emergido en la región, como Hugo Chávez y “Lula” da Silva, se rechazó el proyecto del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) promovido por EE.UU., NK sostuvo que la crisis argentina de 2001 ejemplificaba el fracaso del neoliberalismo y la conveniencia de seguir un camino propio, ajeno a las recetas de organismos como el FMI, señalados como corresponsable de la debacle argentina:

Esa uniformidad que pretendía lo que dio en llamarse el “Consenso de Washington”… existe evidencia empírica respecto del fracaso de esas teorías (…) Nos hacemos cargo como país de haber adoptado esas políticas, pero reclamamos que aquellos organismos internacionales, que al imponerlas, contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de la deuda, también asuman su cuota de responsabilidad (…) Es entonces la experiencia regional y no la teoría de las burocracias de los organismos financieros multilaterales, la que demuestra que lo aconsejable es dejar que, en un marco de racionalidad, cada país pueda elegir su mejor camino para el desarrollo con inclusión social (Kirchner, 4/11/2005).

Esto se vinculaba, a su vez, con un proyecto que buscaba priorizar el proceso de integración latinoamericana por sobre la subordinación que había caracterizado la relación del Estado argentino frente a los intereses norteamericanos y los organismos financieros internacionales. De hecho, en la alocución en la que anunció el pago y cancelación de deuda con el FMI, que trajo como correlato el fin de los tratados con el organismo, NK remarcó el alcance transformador de su proyecto parafraseando su propio discurso de asunción: “Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política sabemos que esta es la oportunidad del cambio, de la transformación profunda” (15/12/2005).

Este cambio de época, en el discurso presidencial, abarcaba distintas escalas. Por un lado, la Nación ocupaba un lugar destacado en el discurso de NK, como en su asunción, cuando sostuvo:

Venimos desde el sur del mundo y queremos fijar, junto a ustedes, los argentinos, prioridades nacionales y construir políticas de Estado a largo plazo para de esa manera crear futuro y generar tranquilidad. Sabemos a dónde vamos y sabemos a dónde no queremos ir o volver (Kirchner, 25/5/2003).

Esta mirada de Nación y su escala no aparecían como oposición a la internacional, sino como parte de un mismo proceso, entrelazada con la centralidad del Pueblo: “Este tiempo de la historia continental y mundial está signado por el cambio a favor de los pueblos, y el pueblo argentino es el principal protagonista de los cambios que estamos produciendo” (Kirchner, 1/3/2005). Así, lo popular y el proyecto de cambio atraviesa lo nacional y toma asiento en “nuestra región, nuestra casa grande, América latina” (Kirchner, 1/3/2004), cobrando un prisma latinoamericanista que iba a incidir en la constitución identitaria del sujeto político en formación. De hecho, como hemos mostrado en Varesi (2019), la integración regional aparecía como condición necesaria para el éxito del proyecto a nivel nacional.

Esta primera aproximación al discurso presidencial nos permite vislumbrar que la fuerza de verdad que porta el discurso de NK posee un doble carácter. En primer lugar, el contenido del discurso nos lleva a situarnos principalmente en una base trascendental, externa, en el Pueblo y la Nación. En segundo lugar, de forma más sutil, ligada a la puesta en escena del discurso y a este como práctica social, no podemos evitar percibir otra fuerza de tipo interna, vinculada a la autoridad de quien comunica, al particular carisma del líder; pero esta autoridad no parte de una raíz sobrenatural, sino de la propia pertenencia al pueblo y a la nación: “les quiero decir qué es lo que sentimos que somos: hombres comunes con responsabilidades muy importantes” (Kirchner, 25/5/2003b), según planteaba en la jura del gabinete. Así, el propio nombre kirchnerismo hace “alusión a la identificación directa del líder (…) con su pueblo y todo el andamiaje y acople funcional que coadyuvó para que ese movimiento complejo de ideas, acciones y gobierno exalte la figura de su adalid hacia el resto” (Lieberman, 2011, p. 1).

Por otra parte, siguiendo a Charaudeau (2002) en la búsqueda de las condiciones de autoridad del discurso, podemos sostener que en el discurso kirchnerista la identificación de las “fuentes del mal” involucra la amenaza de recaída en el desastre social implicado por un posible retorno del orden neoliberal con sus políticas lesivas hacia las mayorías populares, en tanto las figuras del neoliberalismo no corresponden a un pasado clausurado, sino a poderes fuertemente instituidos tanto a nivel nacional como global, que pujan por restablecer sus privilegios. Esta amenaza latente es conjurada por el surgimiento de un nuevo proyecto de sociedad del cual el kirchnerismo sería portador, y cuya aceptación y desarrollo conllevaría una gratificación de redención social.

En este punto, necesitamos convocar una segunda acepción del discurso, como aquella desarrollada por Laclau, con su particular aporte para comprender cómo se vincula la construcción identitaria con la articulación de demandas y las dinámicas del antagonismo, para observar la configuración de comunidad en relación con la delimitación de la anti-comunidad y la gestación de una nueva promesa de plenitud.

Antagonismo y populismo

Podemos hallar una acepción más amplia del discurso en una articulación particular al concepto de populismo en la perspectiva de Ernesto Laclau, cuyos aportes a la teoría de la hegemonía han sido de gran relevancia.4 Según Laclau, “Por discurso no entendemos algo esencialmente restringido a las áreas del habla y la escritura (…) sino un complejo de elementos en el cual las relaciones juegan un rol constitutivo” (2005, p. 92).

Para aproximarnos a algunos de estos elementos y relaciones, podemos señalar que la estrategia analítica de Laclau parte de la demanda social como unidad de análisis. Las demandas tienen una dimensión equivalencial en tanto presentan una negatividad común: todas ellas expresan una falta, lo cual habilita una solidaridad que permite ligarlas creando una cadena de equivalencias; al tiempo que opera una lógica de la diferencia, en tanto aquellas son heterogéneas entre sí. A su vez, Laclau las clasifica en demandas democráticas, cuando éstas permanecen aisladas, y demandas populares, cuando a través de su articulación equivalencial comienzan a constituir otro tipo de sujetos, implicando en la razón populista la conformación de un pueblo. La construcción de hegemonía aparece definida en la relación que se da entre lo particular y lo universal: la “operación por la que una particularidad asume una significación universal inconmensurable consigo misma es lo que denominamos hegemonía” (Laclau, 2005, p. 95).

En ese camino, Laclau sugiere atender a tres dimensiones articuladas que nos permiten observar cómo opera la hegemonía como lógica política y la especificidad que contiene la lógica populista. En ambas lógicas el antagonismo ocupa un lugar central, en tanto parten de diversas precondiciones: 1) En primer lugar, se gesta la unificación de una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial. 2) Se produce la formación de una frontera interna, en la que el antagonismo se constituye en productor de identidades y que, en la razón populista, separa al pueblo del poder. 3) Luego, se consolida la cadena equivalencial que hace posible el surgimiento de sujetos políticos, del pueblo en la lógica populista, forjando una identidad popular que es cualitativamente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales (Laclau, 2005).

La producción de sujetos políticos se da entonces en estos pasos de la hegemonía como lógica política, y cuando en este trayecto de articulación de demandas “una cierta particularidad transforma su propio cuerpo en la representación de una totalidad inconmensurable” (Laclau, 2006, p. 26), entra en escena la categoría de significante vacío. Su importancia está dada por la función de ser un particular que se universaliza y posee una función reorganizadora y reestructuradora de los elementos que articula. Es un significante vacío en tanto “vacía” parcialmente su contenido original para poder asumir la representación del conjunto de la cadena equivalencial. Y en este proceso a través del cual una demanda se convierte en significante vacío comienza a aparecer el sujeto político, en el marco de la delimitación de frontera involucrada en el antagonismo, y lo que cada una de las fuerzas en conflicto verá al otro lado de la frontera “podrá ser sólo un significado de la representación de algo diferente a sí misma: la anti-comunidad” (Laclau, 2006, p. 26).

De este modo, podemos comprender la delimitación del kirchnerismo como identidad y sujeto político emergente en su conformación a través de la delimitación de la frontera detrás de la cual se encuentra la anti-comunidad: ¿refiere ésta a un adversario o a un enemigo? Si, por un lado, la categoría de antagonismo puede llevarnos a las categorías de amigo/enemigo que presentan un carácter de irreductibilidad propio de la guerra, ligadas al planteo de Carl Schmitt (1998 [1932]), por otro, parece importante recuperar el espíritu de la propuesta de modelo adversarial de Mouffe (2007) para pensar las disputas en las sociedades democráticas. En ambos casos, enemigo y adversario constituyen la otredad, el “ellos” con el cual se confronta. Asimismo, entendemos que, dependiendo del desarrollo y las características propias del antagonismo en estudio, este puede cobrar el rasgo de enfrentamiento radical propio de la lógica amigo/enemigo y eliminar el perfil adversarial, encontrando como punto de distinción la voluntad de eliminación del oponente. Aun así, debemos notar que en el caso del discurso de NK, para los componentes más denostados de la anti-comunidad, como los actores involucrados en el genocidio del período dictatorial, no se reclama su aniquilación sino su procesamiento judicial en el marco de crímenes considerados de lesa humanidad, por lo que el modelo adversarial parece más apropiado para caracterizar el período de gobierno entre 2003 y 2007.

A su vez, Laclau piensa las identidades como abiertas y contingentes, señalando que, desde la perspectiva de cada una de las fuerzas antagónicas, “su oponente no es una presencia objetiva, que completa la plenitud de la propia identidad, sino que representa, por el contrario, aquello que hace imposible alcanzar semejante plenitud” (2006, p. 22). Asimismo, “la construcción del “pueblo” va a ser el intento de dar un nombre a esa plenitud ausente” (Laclau, 2005, p. 113).

En esta línea de pensamiento, Retamozo sostiene:

La dimensión de los proyectos políticos resulta central puesto que allí se plasma la producción de significantes aglutinantes, las promesas de plenitud inherentes a la movilización política y la elaboración del espacio mítico que permite romper con los principios de representación hegemónicos (2009, p. 86).

Así, vemos cómo el proyecto contiene una capacidad orientadora de la estrategia hegemónica, conformando un camino hacia la promesa de plenitud que porta.

Laclau señala que en la dinámica del antagonismo un eslabón de la cadena equivalencial dada entre demandas heterogéneas asume la representación del conjunto de la cadena y conduce a una singularidad: “aunque el lazo estaba originalmente subordinado a las demandas, ahora reacciona sobre ellas y, mediante una inversión de la relación, comienza a comportarse como su fundamento. Sin esta operación de inversión no habría populismo” (2005, p. 122). Esto se vincula con otro aspecto clave de nuestro problema de estudio, la relevancia del líder: “la lógica de la equivalencia conduce a una singularidad, y ésta a la identificación de la unidad del grupo con el líder” (Laclau, 2005, p. 130). Así, para Laclau “la unificación simbólica del grupo en torno a una individualidad (…) es inherente a la formación de un pueblo” (2005, p. 130), por lo que el rol del líder cobra importancia para el análisis de constitución de sujeto y ocupa un lugar destacado en la conducción del proyecto, lo que nos lleva a preguntar cómo se gesta esa dinámica entre lo grupal y lo individual en el kirchnerismo.

Segunda aproximación: antagonismo y ruptura

Observamos en el discurso presidencial cómo se fue delimitando una frontera donde se identificó la anti-comunidad en torno a las figuras del neoliberalismo como poder previamente constituido y proyecto responsable de la tragedia nacional. Así, tras la línea de este antagonismo constitutivo, se configura un sujeto pueblo, protagonista de un nuevo proyecto de sociedad. El 2001 había marcado un punto de inflexión de un antagonismo, cuyo registro histórico tiene origen en la dictadura de 1976, pero que en el albor del siglo XXI alcanzó una dimensión cualitativamente peculiar, ya que el orden vigente no logró dividir y procesar un amplio conjunto de demandas, que, adquiriendo carácter popular, pusieron en jaque al poder establecido y alcanzaron a conformar una rebelión popular. Así, el ejercicio de señalar quién es el “culpable” de la situación catastrófica confirma al “pueblo”.

Para superar la crisis todavía vigente, NK llamaba a construir “lo nuevo” ejerciendo una acción de ruptura. Debe tenerse en cuenta que su llegada al gobierno contenía la debilidad de origen de haber logrado un bajo caudal de votos (el 22 % del total) en una elección altamente fragmentada, en la que había quedado segundo tras su rival Carlos Menem, quien alcanzó el 24 %. La renuncia de este último a presentarse al balotaje implicaba trazar un camino desde la fragilidad hasta la construcción de hegemonía, en un antagonismo con las figuras diversas del orden neoliberal, las cuales iban desde el propio Menem como líder icónico de los años noventa hasta los planes geopolíticos de la principal potencia mundial, e involucraba denunciar a su vez el rol de los organismos financieros internacionales. Así, ya en el discurso de asunción de Kirchner a la presidencia presentaba su gobierno como “lo nuevo” que permitiría la superación de “lo viejo”:

El 27 de abril, las ciudadanas y los ciudadanos de nuestra patria, en ejercicio de la soberanía popular, se decidieron por el avance decidido hacia lo nuevo, dar vuelta una página de la historia (...) Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, ésta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro (Kirchner, 25/5/2003).

En tanto NK se plantea a sí mismo como “lo nuevo”, convoca la figura del outsider, invocando el modelo de la llegada, desarrollado por Sigal y Verón (2004) en su análisis del peronismo clásico.5 Así, el proyecto emerge desde la exigencia de cambio, a través de lo cual se evidencia la fuerte vocación fundacional en la proclama de dar vuelta una página de la historia respecto del reclamo de 2001, incluyéndolo.

NK se presenta entonces como lo opuesto a las ideas, actores y políticas neoliberales que devastaron las condiciones de vida de las mayorías, emergiendo en respuesta a la “llamada” del pueblo perjudicado para encarnar el elemento reparador a partir de una vocación de servicio desinteresada. Esta estrategia discursiva contiene dos consecuencias. Por un lado, da lugar a la desactivación de la consigna “que se vayan todos”, que era característica de las protestas sociales del 2001 e implicaba una impugnación generalizada que alcanzaba a la dirigencia política. Y, por el otro, esto permitía la rearticulación de varias de las demandas populares de 2001 y su complementación con otras para avanzar en la construcción hegemónica de sujeto. Como muestran Muñoz y Retamozo (2008), se puede observar una serie de operaciones discursivas que parten del reconocimiento de la crisis y la identificación del pueblo como entidad dañada, pero al mismo tiempo como fuente de soberanía de la que emerge el presidente y su gobierno como parte de ese sujeto e intérpretes de sus intereses. Aquí debe notarse que se construye el Estado como instancia reparadora del pueblo dañado, retomando ideas y valores del peronismo clásico, al tiempo que la identificación del adversario con las figuras del neoliberalismo permitía desatar su asociación con el conjunto de la clase política, constituyendo en propio al rival confrontado por distintos movimientos populares a fines de los años noventa.

Podemos interpretar, recuperando aspectos de la perspectiva laclausiana, que recién con el kirchnerismo se conforma y estabiliza una cadena de demandas que se singularizan en el líder, pero este proceso tiene la particularidad de que se realiza centralmente desde el Estado. En este punto, es menester aclarar que desde esta perspectiva no alcanza con centrarnos en el discurso oral o escrito del líder; la articulación de demandas no refiere a un fenómeno únicamente lingüístico, sino también a su configuración en políticas en las cuales cobran forma efectiva. Habiendo trabajado previamente sobre esta dimensión, analizando las políticas públicas del ciclo de gobiernos kirchneristas, evaluando su impacto y alcance (Varesi, 2013, 2021b), nos limitamos aquí a enfocarnos en el plano discursivo e ideológico. Así, este trayecto puede percibirse en cómo se proyecta una visión alternativa del Estado en relación con el carácter de su rol y de su intervención, que busca antagonizar con aquella delineada en los años del neoliberalismo.

Si la ideología neoliberal proponía “liberar” al individuo de regulaciones estatales que eran percibidas como limitantes y veía el “mercado” como ámbito de realización de su libertad, en contraposición, el kirchnerismo promueve la restitución del protagonismo del Estado:

Se trata, entonces, de hacer nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos puedan aspirar a vivir mejor que sus padres, sobre la base de su esfuerzo, capacidad y trabajo. Para eso es preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y la mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá, el Estado cobra en eso un papel principal, en que la presencia o la ausencia del Estado constituye toda una actitud política (Kirchner, 25/5/2003).

En esta articulación de demandas, la presencia estatal es rescatada junto a un rol clave en la restitución de la promesa de plenitud: “Es el Estado el que debe actuar como el gran reparador de las desigualdades sociales” (Kirchner, 25/05/2003).

Ingresamos aquí en un plano donde se entrecruzan dos elementos clave en la construcción de hegemonía desde una mirada gramsciana. Por un lado, nos convoca a visualizar cómo se va gestando una unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales; es decir, la configuración de una ideología y su constitución en proyecto de sociedad, a través de la conformación de una fuerza político-social. Y, por otro, incluye aspiraciones en el más alto nivel de las relaciones de fuerzas políticas: la búsqueda de fundar un nuevo tipo de Estado.

Tercera aproximación: las bases ideológicas y sociales del proyecto

Si la ideología constituye, según van Dijk (2005), un sistema de creencias socialmente compartido por una colectividad, entonces debemos seguir rastreando en el discurso las piezas clave de dicho sistema y ver cómo aquel da forma al proyecto. En la perspectiva aquí desarrollada, tanto ideas como proyecto se inscriben en el campo del antagonismo, por lo cual no se explican sólo por una positividad propia sino también por la negación y confrontación con el adversario, entendiendo el conflicto como productor de identidad.

En contraste con el capitalismo de carácter neoliberal previo, NK señaló en su asunción presidencial frente al Congreso: “En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente” (Kirchner, 25/5/2003).

Además, en un discurso frente a la Cámara Argentina de Comercio, NK ligó los cambios a nivel del proyecto de gobierno con el cambio ideológico que conforma una visión del mundo: “Si queremos construir un capitalismo moderno, que genere las alternativas que permitan instalar la movilidad social ascendente, tenemos que enfrentar el desafío de crear los nuevos paradigmas, mirar con ojos nuevos los viejos problemas y dotarnos de esperanzas nuevas” (Kirchner, 11/12/2003).

Visualizamos en el discurso de NK la propuesta de cambiar la forma de intervención estatal, que, en el largo plazo, se va a ir constituyendo en una revalorización de la política como vía privilegiada de cambio de las sociedades, alejada de la perspectiva tecnocrática de cuño neoliberal. La visión que se le imprime al Estado desde el discurso presidencial se vincula directamente con la ampliación de su autonomía relativa en pos de una estrategia de pacto social que rememora al peronismo clásico:

(…) necesitamos un Estado inteligente que establezca los límites precisos dentro de los cuales se desenvuelva la economía. Allí donde el mercado no es capaz de guardar equilibrio el Estado debe estar presente (…) El Estado en representación del bien común debe ser quien arbitre en las relaciones sociales y económicas (Kirchner, 10/7/2003).

El kirchnerismo plantea la recuperación de la capacidad de intervención y regulación del Estado en su proyecto, expresándose como la vía para la expansión de todas las “energías” nacionales (en el sentido de Gramsci) y la concreción del “bien común”. Siempre identificando al neoliberalismo como adversario, NK delinea un sistema de creencias que resalta determinados valores e ideas, los cuales dan base al proyecto de redención social:

Queremos recuperar los valores de la solidaridad y la justicia social que nos permitan cambiar nuestra realidad actual para avanzar hacia la construcción de una sociedad más equilibrada, más madura y más justa. Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente, debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona (Kirchner, 25/5/2003).

“Solidaridad”, “justicia social”, “igualdad”, “desarrollo” e “inclusión” configuran algunos de los pilares de esta ideología. Para realizarse, requiere de una acción reparadora por parte del Estado, y su rol de arbitraje y articulación social, la cual se liga a su vez con la perspectiva de pacto social, en una mirada de colaboración de clases que invoca a la comunidad organizada procurada por el peronismo clásico (aunque bajo condiciones sustancialmente distintas de las de aquel).

Así, este proyecto de capitalismo “normal”, “serio” o “nacional” continuaba algunos de los rastros discursivos establecidos por el breve gobierno anterior de Eduardo Duhalde (2002-2003), el cual había planteado la necesidad de un cambio de alianza estratégica, que abandonara la centralidad del capital financiero con el fin de basarse en la articulación de empresarios productivos y trabajadores con el Estado (Varesi, 2013). En este sentido se expresó NK, justamente en un aniversario de la Bolsa de Comercio, sosteniendo que su gobierno buscaría “fijar los pilares de un nuevo país en que los valores de la producción y el trabajo destierren para siempre los vicios del oportunismo y la especulación” (Kirchner, 10/7/2003). Esta declaración reforzaba el carácter anti-neoliberal del proyecto, recuperando a nivel ideológico aspectos que habían sido cardinales en el peronismo clásico.

En esta visión, el Estado debe proteger a los más vulnerables. Así, los trabajadores alcanzan una gravitación destacada en el discurso de NK, quien, en un encuentro con la militancia, sostenía que “tenemos que construir la Argentina donde el obrero vuelva a ser el respeto central de nuestras acciones” (Kirchner, 11/3/2004). La protección de los trabajadores se ubica en el rol reparador del Estado respecto del pueblo como sujeto dañado, revistiendo un papel equiparador frente a la unilateralidad del poder establecida en tiempos de neoliberalismo: “A la Constitución hay que leerla completa. La seguridad jurídica debe ser para todos, no solamente para los que tienen poder o dinero” (Kirchner, 25/5/2003). Así, pueblo y poder se enfrentan en la razón populista, en un antagonismo productor de sujetos políticos e identidades, siguiendo la perspectiva de Laclau (2005). La particularidad que debemos tener en cuenta, nuevamente, es que esta épica de redención social encuentra al proyecto y sujeto político en ascenso hegemónico ya ocupando la conducción del Estado nacional, por lo cual el Estado no aparece concebido o presentado como una relación de dominación, sino que es exhibido como una instancia reparadora.

El discurso del líder asume este rol reparador del Estado y del proyecto frente al pueblo dañado, en una línea que lo separa del poder establecido: “Sabemos que discutimos intereses económicos y sabemos de qué lado estamos. Esta vez, el pueblo argentino tendrá en el gobierno el primer defensor de sus intereses” (Kirchner, 1/3/2005). En este camino, el proyecto kirchnerista impulsaría un nuevo modelo, definido como “un modelo argentino con crecimiento e inclusión, a partir de la creación de trabajo digno, un modelo en que el pueblo argentino resulte el principal actor y beneficiario” (Kirchner, 1/3/2007). De este modo, cobra fuerza la idea de reconstruir la nación con un modelo propio, procurando la necesidad de proteger a trabajadores, industrias y productores, integrantes de la nueva articulación policlasista, con políticas activas para promover el desarrollo, generando nuevos puestos de trabajo y una distribución del ingreso más justa, en una estrategia en la cual el Estado cumple un rol central que, en algunos aspectos, iba a contramano de la ideología neoliberal: “el Estado se incorporará urgentemente como sujeto económico activo” (Kirchner, 25/5/2003).

En este sentido, podemos compartir con Schuttenberg y Rosendo (2015) que el kirchnerismo buscó reponer al peronismo en un lugar que rescataba la primacía de la política y la conformación de una alianza con diversos sectores sociales en la que los trabajadores ocuparon un lugar vertebrador. De este modo, podemos ver la recuperación de componentes del peronismo clásico tanto a nivel ideológico como en el proyecto y su impacto en la formación de la identidad.

Cuarta aproximación: un caso para pensar la identidad

Entendemos que podemos hallar un caso testigo de construcción del adversario y creación de identidad, ligado también a la articulación de demandas, en la perspectiva de derechos humanos que tomó el kirchnerismo.

Ya en la asunción presidencial Kirchner se situó como parte de la generación que había enfrentado a la dictadura: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada” (Kirchner, 25/5/2003). Este fue el punto de partida para el despliegue de una política que rearticuló aspectos centrales de las demandas del movimiento de DD.HH. y produjo acciones de alta trascendencia, como la ley de indemnización y reparación a los hijos de desaparecidos, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el fin de los indultos y los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado, con momentos simbólicos importantes como el retiro de los cuadros de los dictadores y la transformación de la Escuela de Mecánica de la Armada en un museo de la memoria, entre otros. En aquel acto en la ESMA, NK sostuvo:

Yo no vengo en nombre de ningún partido, vengo como compañero y también como Presidente de la Nación Argentina y de todos los argentinos (...) seguimos luchando como podemos, con las armas que tenemos, soportando los apretujones y los aprietes que nos puedan hacer. Pero no nos van a quebrar, compañeros y compañeras. Aquella bandera y aquel corazón que alumbramos de una Argentina con todos y para todos, va a ser nuestra guía y también la bandera de la justicia y de la lucha contra la impunidad. Dejaremos todo para lograr un país más equitativo, con inclusión social, luchando contra la desocupación, la injusticia y todo lo que nos dejó en su última etapa esta lamentable década del ’90 como epílogo de las cosas que nos tocaron vivir (Kirchner, 24/03/2004) .

NK aparece en su discurso como un compañero más, que no ha claudicado en la lucha de su juventud setentista por un mundo mejor, y remite así “a la Juventud Peronista de la que Néstor Kirchner fue miembro durante sus años universitarios, a toda una generación de militantes de la izquierda peronista” (Donot, 2012, p. 216). Esto, por un lado, nos conduce al “pasado rememorado” que señala Montero (2012), en el que NK se inscribe dentro de esa generación militante de los años setenta cuyas prácticas, ideas y valores reivindica. Esta mirada generacional tiene destacada gravitación en la conformación del imaginario político kirchnerista, tal como también sostiene Dagatti (2015). Dagatti postula la hipótesis del anacronismo democrático, en la que “La memoria generacional del primer kirchnerismo deja de lado la antinomia socialismo/capitalismo, que había estructurado, por fuera o por dentro del peronismo, el horizonte revolucionario de la juventud militante de los setenta” (2015, p. 46), y repone una antinomia democracia/neoliberalismo, que, si bien era ajena a la de aquella época y por ello la denomina anacrónica, tuvo un rol clave en el carácter fundacional del discurso kirchnerista.

En ese camino, NK repudia en su discurso el genocidio junto con las reformas neoliberales: “la década del 90 como epílogo” marca el signo de relación entre la violencia dictatorial y el neoliberalismo como proyecto societario, y delimita la otredad a ser confrontada en la lógica populista. Percibimos aquí cómo funciona la dialéctica identitaria en el antagonismo de la constitución del “nosotros” sobre la base de la delimitación del “ellos”: “Tenemos que dar los pasos que nos permitan dejar atrás un país del que se adueñaron los intereses y proliferaran los genocidas, ladrones y corruptos, para ser una Nación que sobre la base de un proyecto nacional reinstale la movilidad ascendente” (Kirchner, 1/3/2005).

Ese otro-Estado, otro-proyecto, otro-poder es “lo viejo”; el proyecto neoliberal es entonces la anti-comunidad que signó el pasado llevando al país al “calvario”, pero también es un peligro presente, un adversario que está en pie y que amenaza con volver a instaurarse. Frente a ese escenario, NK proclamó ya en su asunción: “Vengo, en cambio, a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación” (Kirchner, 25/5/2003).

Como señalan Biglieri y Perelló, “la figura del pueblo no volvió a articularse, como una cadena estable de significación en la vida política de la Argentina, hasta la formación del populismo kirchnerista” (2018, p. 70), cuyo lugar en el discurso de NK analizan en el trabajo En el nombre del pueblo. La emergencia del populismo kirchnerista (Biglieri y Perelló, 2007).

Pero también gravita el lugar de la Nación: “Este proyecto nacional que expresamos convoca a todos y cada uno de los ciudadanos argentinos, y por encima y por fuera de los alineamientos partidarios, a poner mano a la obra de este trabajo de refundar la patria” (Kirchner, 25/5/2003). Aquí se evidencia que la Nación también cumple un rol clave en la universalización del proyecto, y por ende en la construcción de hegemonía.

Llegamos aquí a un momento destacado de la configuración discursiva: Pueblo y Nación dotan de fuerza de verdad trascendental al proyecto kirchnerista, el cual es desplegado desde el Estado bajo la conducción de un líder carismático, que suma fuerza interna al presentarse como un miembro más del pueblo y la nación con una responsabilidad histórica de sacar, peldaño a peldaño, a la Argentina del infierno al cual fue arrojada por el proyecto neoliberal. Una demanda por reparar al Pueblo y reconstruir la Nación parece sintetizar el amplio conjunto de reclamos singulares. Podemos plantear entonces nuestra tercera hipótesis: ¿no constituye esta fusión de Pueblo y Nación en lo nacional-popular el significante vacío en el discurso kirchnerista? Lo nacional-popular resuena de forma creciente a lo largo de todo el ciclo de gobiernos kirchneristas dándole nombre al proyecto.

Un factor relevante, para comprender esta hipótesis, es que el kirchnerismo recupera y explota los sentidos de lo nacional-popular (Retamozo, 2011). Entendemos que esto se vincula, en primer lugar, con la resignificación del peronismo clásico que el kirchnerismo realiza en su configuración identitaria, en tanto confronta con el proyecto neoliberal, el cual había sido llevado a su esplendor bajo el liderazgo de un presidente proveniente del propio Partido Justicialista como Carlos Menem. Y, en segundo lugar, posee la productividad política de interpelar un imaginario arraigado en una parte de los sectores populares y movimientos sociales movilizados en 2001: la idea del regreso a la Argentina peronista (Campione y Rajland, 2006). Ambos aspectos del mismo fenómeno permiten pergeñar una impresión de la propia identidad en construcción, que facilita la articulación y encadenamiento de demandas, en el restablecimiento mítico de la promesa de plenitud, que tiene un trayecto hacia la singularización en el significante vacío nacional-popular, que da nombre al proyecto, y en el líder que lo conduce, que da nombre al sujeto político.

Esta acción realiza una característica clave que Gramsci, como mencionamos, ve en las fuerzas político-sociales que adquieren un carácter hegemónico: la capacidad de volver a narrar la historia nacional de la construcción de la voluntad colectiva incorporando los intentos pasados. El mito del regreso a la Argentina peronista es articulado en el kirchnerismo con la recuperación de la juventud setentista diezmada por la dictadura neoliberal y la política de DD.HH. retomando elementos del progresismo democrático de los años ochenta. Ello permite inscribir el surgimiento del “nosotros” kirchnerista como legítimo heredero que viene a terminar de sintetizar de forma novedosa ese legado, vinculado, asimismo, con un perfil latinoamericanista acorde a los nuevos procesos que proliferaban en toda la región, lo que posibilita restituir hacia la realización de la promesa de plenitud y avanzar hacia ella.

En relación con los años ochenta, compartimos con Barros que el discurso kirchnerista identificaba similares alteridades que las que se podían rastrear el discurso alfonsinista, como “el autoritarismo militar y burocrático del pasado violento y las corporaciones económicas que impedían la realización de un país para todos” (2013, p. 43). Se ejerce una mirada crítica respecto de los años ochenta, como señalan Montero (2012) y Funes (2016) por el carácter incompleto que adquirió la democracia, lo cual podemos referir al hecho de no haber logrado revertir el legado del proyecto neoliberal; sin embargo, la propia articulación de demandas de DD.HH., la reposición de la democracia y la similitud en las alteridades no pueden sino marcar rasgos del progresismo de aquella década en la identidad kirchnerista. De alguna manera, el kirchnerismo vendría a completar la promesa democrática pendiente en aquellos años:

A comienzos de los 80, se puso el acento en el mantenimiento de las reglas de la democracia y los objetivos planteados no iban más allá del aseguramiento de la subordinación real de las Fuerzas Armadas al poder político. La medida del éxito de aquella etapa histórica no exigía ir más allá de la preservación del Estado de derecho, la continuidad de las autoridades elegidas por el pueblo. Así, se destacaba como avance significativo y prueba de mayor eficacia la simple alternancia de distintos partidos en el poder (Kirchner, 25/5/2003)

En ese sentido, el kirchnerismo se propone la tarea de forjar un proceso de cambio que pueda “ir más allá”, en el que democracia y DD.HH. aparecen como claves dentro de un proyecto nacional-popular, de “desarrollo con inclusión social”, como antinomia frente al neoliberalismo, que permita dar vuelta la página de la historia con un “nuevo amanecer” de redención social.

Conclusiones

El kirchnerismo tiene la particularidad de haberse constituido en la primera fuerza política del siglo XXI argentino en conformar una hegemonía que le permitió lograr el hecho inédito de gobernar, con matices y singularidades, por tres períodos presidenciales consecutivos. Entendiendo la hegemonía en términos gramscianos como un proceso de conducción política, ideológica y cultural de un grupo social sobre otros, nos preguntamos entonces por las bases de la generación de consensos, tomando la ideología como senda para aproximarnos a esa unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales que caracteriza los proyectos que logran desplegarse a nivel del Estado, y al discurso presidencial como una vía privilegiada para comprender aspectos clave del proceso de construcción hegemónica, aclarando siempre que este es un aspecto importante pero que no agota la multiplicidad de dimensiones propias de la guerra de posiciones en la que cobra forma la hegemonía.

Entendemos que el estudio del ciclo de gobiernos kirchneristas puede enriquecerse abordándolo desde una doble acepción del discurso, y que cada una permite alumbrar distintos fenómenos por la propia potencia de sus estrategias analíticas. En primer lugar, tomamos una acepción más estricta de discurso, recuperando aportes del ACD y de la propuesta de Charaudeau. Por un lado, siguiendo a Charaudeau nos interrogamos por el escenario tríadico que habilita la construcción de condiciones de veracidad del discurso político, a partir de la cual contrastamos la primera hipótesis de nuestro trabajo. Así, en el análisis del discurso de Néstor Kirchner reconocimos dichas condiciones: 1) La crisis de 2001 como escenario de desastre social, que tiene a la ciudadanía como víctima. 2) Las “fuentes del mal”, que cargan con la responsabilidad de dicha debacle, identificadas en torno a las figuras diversas del neoliberalismo, lo que da lugar a la construcción del adversario, cuyo origen se señala desde la última dictadura militar hasta las políticas de reforma estructural de los años noventa. 3) La solución, entonces, aparece ubicada en la conformación de un nuevo proyecto del cual el kirchnerismo sería portador. Se gesta así el tránsito, “peldaño a peldaño”, del calvario a la redención social. El tono apocalíptico de la narrativa establece un patrón propio del discurso populista que estará presente en las alocuciones de NK y en los gobiernos kirchneristas posteriores.

A su vez, el discurso presidencial se asienta, recuperando la mirada de Charaudeau, en una doble fuerza de verdad. Una fuerza de carácter trascendental, que aparece como primordial en el discurso, emergida desde el Pueblo y la Nación, y otra, que no figura tanto en el contenido del discurso presidencial como en su propio ejercicio, y que es de carácter interno, ligado al propio líder carismático, el cual se presenta como un compañero más, un hombre común con responsabilidades importantes, que responde a la llamada del pueblo para sacarlo del “infierno” al que lo habían arrojado las décadas de políticas excluyentes del orden neoliberal.

Aquí también entran en juego las dos condiciones de autoridad del discurso político señaladas por Charaudeau. Por un lado, la presencia de una amenaza vigente: el posible retorno del neoliberalismo, cuyo proyecto permanece presente en sectores del poder concentrado que buscan restablecer sus privilegios. Y, por otro lado, la posible gratificación que irá surgiendo de la concreción del proyecto de “desarrollo con inclusión social”, que vuelva a habilitar la movilidad social ascendente, el progreso social y el bienestar común.

En este punto, el ACD nos provee herramientas para percibir la relación dialéctica entre lo discursivo y lo social, en la que lo social moldea el discurso a la vez que es constituido por él, en una lógica que atraviesa instituciones y estructuras sociales, identidades y relaciones entre grupos, y en la cual el concepto de ideología de van Dijk cumple un rol significativo. Su visión compleja de la relación entre ideología, discurso e identidad nos abre puertas para profundizar la configuración de una concepción del mundo y visualizar el rol jerárquico que se establece según el poder de determinados “expertos”, en tanto no toda palabra pesa o influye del mismo modo, lo que nos lleva a recalcar la gravitación del discurso del líder, en procesos históricos como el que estudiamos, en la conformación de las creencias nucleares que tienen relevancia explicativa en la conformación identitaria. Su propuesta nos llevó a distinguir algunas creencias nucleares en NK que parten de valores como la solidaridad, la justicia social, la producción y el trabajo como fundantes de la nueva comunidad, alejados del individualismo, la exclusión, la especulación y el oportunismo que caracterizarían la matriz neoliberal, en su carácter de anti-comunidad. De este modo, pudimos rastrear algunas de las coordenadas ideológicas y valorativas que fueron conformando el sistema de creencias compartido sintetizado en el proyecto oficial, las cuales no pueden agotarse en su positividad ni comprenderse por fuera de la negatividad propia de los conflictos fundantes.

Aquí el aporte de la perspectiva de Laclau, y su acepción amplia y relacional del discurso como mediación de sentido constitutiva de lo social, nos llevó a analizar los vínculos entre demandas, identidad y antagonismo. Así, el populismo como lógica política cobra forma a través de una articulación de demandas, que en nuestro caso de estudio recuperó varios de las demandas populares del conflicto social en 2001, desde aquellas vinculadas al mundo del trabajo hasta los reclamos en materia de DD.HH., delineando una frontera donde se definía al adversario, al tiempo que se construía la propia identidad, contingente, nunca cerrada, al calor del antagonismo. En ese punto, aclaramos que la articulación de demandas y la emergencia de sujetos no pueden explicarse sólo por la dimensión lingüística del discurso presidencial, sino también por estrategias políticas más amplias y la constitución de la acción estatal en política pública, aspectos en los que nos hemos enfocado en previos trabajos.

Esto no quita relevancia al plano del discurso presidencial. Vimos que allí el pueblo aparecía como una entidad dañada de la cual emergieron NK y su gobierno, como intérprete y conductor. Se genera una dinámica en la que “lo nuevo” ejerce un efecto de ruptura, y las demandas populares son incorporadas a una cadena equivalencial que se va singularizando. La demanda de reparar al Pueblo y reconstruir la Nación, gravitante en el discurso presidencial, nos llevó a proponer la hipótesis de que la fusión de pueblo y nación en lo nacional-popular constituye el significante vacío que tiende a sintetizar y busca representar esa totalidad inconmensurable, desplegando un proyecto para restablecer la promesa de plenitud. Lo nacional-popular vacía parcialmente su contenido como significante vacío para representar el conjunto de las demandas, en un movimiento que juega a dos bandas: por un lado, dar nombre al proyecto y con ello “llenar” parcialmente ese significante con los contenidos de la propia visión del mundo; por otro, busca ligar el proyecto nacional-popular con el kirchnerismo como sujeto político y con su singularización en el líder, de cuyo nombre propio emana la nominación del sujeto.

Así, vemos cómo la lógica de la equivalencia conduce a una singularidad, y esta lleva a la identificación de la unidad del grupo con el líder. Se perfila aquí una tensión duradera entre lo individual y lo colectivo que, por un lado, podría ser problematizada desde la óptica gramsciana pensando el líder como representación simbólica de la voluntad colectiva. Y, por otro, desde la perspectiva laclausiana, según señala Schuttenberg (2013) recuperando a Biglieri y Perelló (2007), el discurso no sería producido por un sujeto que fuera su agente, sino a la inversa: el sujeto social sería una realización del discurso. De allí que la singularización de la cadena en el líder lleva a la configuración de un colectivo cuya identidad cobra el nombre del mismo líder, como kirchnerismo, sin dejar de estar el propio líder y su discurso conformados por el tejido relacional y de construcción de significados del cual el mismo Kirchner emerge.

En este recorrido, fuimos encontrando en el discurso presidencial demandas que se iban articulando, junto con ideas y valores que nos permitieron aproximarnos a visualizar algunos pilares del proyecto de sociedad, y cómo se iba gestando esa unidad de fines políticos, económicos, intelectuales y morales, que nos sugiere Gramsci. En el proyecto de “desarrollo con inclusión social”, diversas ideas previamente hegemónicas fueron puestas en cuestión. Allí, la relación Estado y mercado fue problematizada mediante una lectura en la que, si bien el mercado tiende a organizar económicamente, librado a su propio juego lleva a desarticular socialmente. Así, la crítica al libre mercado y al enfoque del Estado mínimo ligados al orden neoliberal, da lugar a una mirada singular. Si, por un lado, no está puesto en debate el modo de producción en su conjunto, ya que el discurso de NK planteaba una forma alternativa, “nacional”, pero dentro del capitalismo. Por otro lado, sí se pone en discusión un nuevo modelo en el cual el Estado no es percibido discursivamente como una relación de dominación sino como una instancia de reparación, a partir de un cambio en la forma de intervención y en algunas de sus funciones, para rearticular socialmente restituyendo las condiciones de vida de las mayorías populares. Se postula en ese camino un nuevo pacto social, en el cual el Estado regularía las relaciones entre las clases sociales teniendo predominio el capital productivo y la clase trabajadora, además de intervenir directamente en la economía para garantizar dicho proceso. Esto, al mismo tiempo, implicaba en el discurso del líder poner a los obreros y al pueblo en su conjunto como prioridad, a fin de recomponer la promesa de plenitud.

A su vez, parece interesante recordar el señalamiento de Laclau respecto de la lógica populista: “cuanto más extensa sea la cadena equivalencial, más mixta será la fuerza de los vínculos que entran en su composición” (2005, p. 101). ¿Qué ocurre entonces con la articulación de demandas de diversos sectores sociales propia de la estrategia de pacto social encarada por el kirchnerismo?

Encontramos, en el discurso presidencial, por lado, el carácter de ruptura que implica la crítica al orden neoliberal y la acción equiparadora del Estado frente al poder concentrado que es expresión de los privilegios de dicho orden, a partir de lo cual pudo forjarse una identidad popular, aun desde el propio Estado, en tanto se delimita un otro-poder al cual se confronta para garantizar el camino hacia el bienestar de las mayorías. Pero en tanto no se cuestiona al capitalismo en su conjunto ni al Estado como relación de dominación, las rupturas coexisten en forma compleja con continuidades de carácter sistémico, que buscan ser resueltas en la propuesta de “capitalismo serio” o “nacional”, en un contexto latinoamericano caracterizado por un “giro a la izquierda” en la región, que llevaría al kirchnerismo a articularse con diversos gobiernos populares, muchos de los cuales buscaron postular el socialismo como horizonte del proyecto de sociedad, confluyendo en una apuesta por la integración regional.

En este punto pusimos en juego otra hipótesis, señalando que tanto el sistema de creencias ideológico como la articulación de demandas en el antagonismo nos permitieron visualizar como pilares de la identidad kirchnerista una recuperación del peronismo clásico, combinado con aspectos culturales de la juventud de los años setenta, sumado a elementos del progresismo democrático de los ochenta e incorporando un latinoamericanismo propio del inicio del siglo XXI. El regreso a la Argentina peronista implicaba apartar al peronismo de su trayecto neoliberal, en tanto gobiernos de aquel signo político habían llevado a cabo las reformas estructurales en los años noventa, y reponer nuevamente la articulación propia del pacto social, entre Estado, capital productivo y trabajo, ligada a aquel peronismo clásico. Asimismo, dimos cuenta de la fuerte impronta generacional del discurso de NK, en el que los años setenta se hacían constantemente presentes, aunque con una singular reconstrucción pues, como señalaba Dagatti (2015), la antinomia capitalismo/socialismo de la época era suplantada por el “anacronismo democrático”. Esa democracia, recuperada parcialmente en los años ochenta con el fin de la dictadura, requería ser completada para alcanzar su plenitud: allí la política de DD.HH., reconocida por NK en los juicios contra los militares, necesitaba ser resuelta con la abolición de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, pero además, la democracia para realizarse requería de la derrota del proyecto neoliberal, que no sólo no se había logrado en los años ochenta sino que se había profundizado en la década siguiente hasta el estallido social en 2001. Así, el neoliberalismo como proyecto antagónico hizo empalmar al kirchnerismo con una pluralidad de proyectos populares en América Latina, dando aire a diversas políticas de integración regional, a disputas con los organismos financieros internacionales y a enfrentar la estrategia de EE.UU. en la región con el rechazo al ALCA, incorporando esta perspectiva latinoamericanista en la propia identidad.

Nuevas preguntas emergen para problematizar y abordar las singularidades de los dos gobiernos posteriores del ciclo kirchnerista, bajo las presidencias de Cristina Fernández: ¿cómo se desarrollan en el discurso de CFK las diversas condiciones de veracidad del discurso populista? ¿Qué ocurre a medida que el 2001 comienza a quedar más lejano? ¿Qué impacto tienen los nuevos antagonismos, como el conflicto agrario de 2008, en la configuración identitaria del sujeto político? ¿Cuál es el lugar del Pueblo y la Nación en el discurso presidencial? ¿Y cómo evoluciona la construcción del adversario? Con respecto al rol del líder, ¿qué ocurre con la coexistencia de un doble liderazgo con la presencia de NK y CFK? ¿Qué cambios pueden percibirse tras la muerte de NK? ¿Cómo se da la dinámica líder/pueblo en el ciclo de gobiernos kirchneristas?

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Notas

1Discurso enunciado en el 149° Aniversario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires.

2Hemos trabajado en la caracterización de la crisis del 2001 en Varesi (2013). Para una revisión crítica de la bibliografía que abordó dicha crisis se sugiere ver Montero y Cané (2017).

3Discurso enunciado en la apertura de las 123º Sesiones del Congreso.

4Debe tenerse en cuenta que, según elaboramos en Varesi (2013, 2021a, 2021b), realizamos una recuperación crítica de la propuesta de Laclau rearticulada con la teoría gramsciana de la hegemonía de perspectiva marxista, en la cual se han reseñado también diversas críticas y aportes desde las ciencias sociales a dicha propuesta.

5Un desarrollo de esta idea puede encontrarse también en Slipak (2006).

Recibido: 04 de Noviembre de 2022; Aprobado: 07 de Marzo de 2023; : 01 de Septiembre de 2023