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Revista SAAP

On-line version ISSN 1853-1970

Revista SAAP vol.12 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires June 2018

 

articulos

Leyendo a Donald Trump desde América Latina

Reading Donald Trump from Latin America

CARLOS DE LA TORRE

University of Kentucky, Estados Unidos Flacso, Ecuador c.delatorre@uky. Edu

Este artículo utiliza la experiencia de América Latina con el populismo como movimientos que retan el poder y como gobiernos para explicar las peculiaridades del populismo de Trump y sus efectos en la democracia americana. El trabajo está dividido en tres secciones. La primera compara la ola populista de izquierda que dio fin con el neoliberalismo y la partidocracia en Latinoamérica, con la posible ruptura de Trump del con senso de las élites demócratas y republicanas que ligaron la globalización con políticas de reconocimiento multicultural. La segunda distingue dife rentes construcciones de la categoría «el pueblo» y analiza cómo estas cons trucciones pueden llevar a la inclusión o la exclusión. La tercera se enfoca en las estrategias populistas desde el poder. Cuando las instituciones demo cráticas son frágiles y los populismos emergen como respuestas a crisis de los partidos y las instituciones de la democracia representativa, los ataques sistemáticos a la prensa, a la sociedad civil y a los derechos políticos lleva ron a la dinámica que Guillermo O 'Donnell caracterizó como la muerte lenta de la democracia y su transformación en autoritarismo. Institucio nes más fuertes, sociedades civiles más complejas y movimientos sociales con capacidad de llevar a cabo acciones colectivas duraderas resistieron los impulso autocráticos populistas. Sin embargo, usando la expresión de Nadia Urbinati se desfiguró la democracia reduciendo la complejidad de la polí tica a una lucha entre dos campos y transformando a un líder en la encar nación de los valores populares y de la voluntad del pueblo mismo.

La elección de Donald Trump llevó al populismo desde los márgenes hasta el centro de la política estadounidense. Si bien movimientos, partidos y líderes populistas trataron de conquistar el poder desde que se fundó el Populist Party en 1891, ningún populista llegó a la presidencia hasta la elec ción de Trump. Este artículo utiliza la experiencia de América Latina con el populismo como movimientos que retan el poder y como gobiernos para

explicar las peculiaridades del populismo de Trump y sus efectos en la de mocracia americana. Al igual que los investigadores latinoamericanos apren dieron de las transiciones a la democracia en Europa del Sur, los investiga dores deberían utilizar la larga experiencia teórica y práctica de América Latina para entender los efectos del populismo en la democracia.

El populismo no es una aberración ni una desviación de patrones de democratización, más bien es parte constitutiva de la democracia. Entiendo al populismo como una retórica que representa la política como una lucha maniquea entre el pueblo y la oligarquía. La lógica populista crea identida des políticas populares polarizando la política en dos campos antagónicos, simplificando las complejidades de la sociedad como la lucha entre dos gru pos nítidos y apuntando a la ruptura del orden institucional para forjar instituciones alternativas. El líder populista se presenta como la encarna ción del pueblo y como quien lo guiará a la redención de la dominación oligárquica (De la Torre, 2010).

Este trabajo está dividido en tres secciones. La primera compara la ola populista de izquierda que dio fin con el neoliberalismo y la partidocracia en Latinoamérica, con la posible ruptura de Trump del consenso de las élites demócratas y republicanas que ligaron la globalización con políticas de reco nocimiento multicultural. La segunda analiza diferentes construcciones de la categoría «el pueblo» y analiza cómo estas construcciones pueden llevar a la inclusión o la exclusión. La tercera se enfoca en las estrategias populistas des de el poder. Cuando las instituciones democráticas son frágiles y los populismos emergen como respuestas a crisis de los partidos y las instituciones de la de mocracia representativa, los ataques sistemáticos a la prensa, a la sociedad civil y a los derechos políticos llevaron a la dinámica que Guillermo O’Donnell (2011) caracterizó como la muerte lenta de la democracia y su transformación en autoritarismo. Como señala Peruzzotti (2017) el populismo en el poder lleva a un cambio de régimen que no es plenamente autoritario ni democráti co. Instituciones más fuertes, sociedades civiles más complejas y movimien tos sociales con capacidad de llevar a cabo acciones colectivas duraderas resis tieron los impulsos autocráticos populistas. Sin embargo, usando la expresión de Nadia Urbinati (2014), se desfiguró la democracia reduciendo la compleji dad de la política a una lucha entre dos campos y transformando a un líder en la encarnación de los valores populares y de la voluntad del pueblo mismo.

Las rupturas populistas

La bibliografía explica la emergencia de los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa por tres factores. El primero fue una crisis de representación política. Los partidos políticos tradicionales fueron vistos como una partidocracia corrupta que servía los intereses del Fondo Mone tario Internacional. Los partidos políticos tradicionales fueron desplazados por outsiders que una vez que llegaron al poder contribuyeron a terminar con ellos. Fueron electos con propuestas de cómo mejorar la democracia. Chávez con la idea de construir una democracia participativa y protagónica que resolvería los déficits participativos y representativos de la democracia liberal (López Maya y Panzarelli, 2013). Correa prometió remplazar la de mocracia formal con una democracia real entendida como políticas públi cas que redistribuyan la riqueza (De la Torre, 2010). Morales propuso com binar la democracia indígena-comunitaria con la democracia liberal para descolonizar Bolivia (Mayorga, 2009).

Con estos líderes regresaron las utopías de la revolución y del socialis mo. Pero a diferencia de los modelos asentados en el uso de la violencia para llegar al poder, la nueva estrategia revolucionaria se basó en el uso de los votos y no de las balas. Gobernaron a través de campañas y de elecciones permanentes por lo que constantemente recorrieron sus países renovando sus liderazgos carismáticos y confrontando a sus enemigos. Los venezola nos votaron en 16 elecciones entre 1999 y 2012, los bolivianos en nueve entre 2005 y 2016 y los ecuatorianos en once entre 2006 y 2013. El socialis mo del siglo XXI no se basó en la estatización de los medios de producción, sino que en modelos en los que el Estado tiene un rol importante en plani ficar la economía que combina formas de producción comunitarias, estata les y privadas.

La mayor innovación de estos líderes fue basar su estrategia en la no ción de poder constituyente. Desdeñaron el poder constituido y prometie ron la refundación de sus patrias para alcanzar la segunda y verdadera inde pendencia. El poder constituyente fue entendido como la capacidad popu lar para crear instituciones y normativas, como la autoridad capaz de refundar la política, la economía, la moral y la cultura. Estos líderes fueron electos con la promesa de convocar elecciones para asambleas constituyentes participativas que generen nuevas constituciones entendidas como pactos y proyectos de sociedad. Las nuevas constituciones a la vez que ampliaron derechos, concentraron el poder en el Ejecutivo.

El segundo factor que explica el surgimiento del populismo de izquier da son los movimientos de resistencia masiva al neoliberalismo. El Caracazo de febrero 1989 fue una insurrección popular en contra del incremento del precio de la gasolina. Los sectores populares de Caracas y otras ciudades saquearon comercios y fueron brutalmente reprimidos enterrando la legiti midad de la democracia del punto fijo. En Ecuador tres presidentes entre 1997 y el 2005 no pudieron terminar sus mandatos porque insurrecciones populares e indígenas en contra del neoliberalismo y de la corrupción con tribuyeron a dar fin con sus gobiernos. En Bolivia entre el 2000 y el 2003 las guerras del agua y del gas crearon situaciones revolucionarias cuando coa liciones de indígenas y de otros movimientos sociales paralizaron el país demandando el fin del neoliberalismo, de la partidocracia y de la entrega de los recursos naturales a multinacionales (Dunkerley, 2007).

La tercera causa que explica la emergencia del populismo de izquierda son las demandas por la soberanía nacional. Bolivia vivió violaciones masi vas a los derechos humanos debido a las políticas norteamericanas de ex tracción forzada de la hoja de coca. En un intento desesperado por parar la hiperinflación, el gobierno de Jamil Mahuad en Ecuador cambió su mone da nacional el Sucre por el dólar americano. Venezuela cambió la orienta ción de su política exterior y petrolera nacionalista y tercermundista por una que apoyaba la globalización. Morales, Correa y Chávez prometieron el retorno de los intereses de la nación y concibieron a sus gobiernos como parte de un proceso continental y aún global de resistencia al neoliberalismo. La orientación de su política exterior fue antiimperialista y se crearon orga nizaciones como el ALBA para contrarrestar los acuerdos de libre comercio impulsados por los Estados Unidos.

No siempre se dan rupturas del viejo orden pues las instituciones de la democracia y la densidad de la sociedad civil pueden resistir que se den procesos de refundación populista (Iazetta, 2012; Peruzzotti, 2015). Néstor Kirchner llegó al poder en el 2003 en una coyuntura que podía haber lleva do a una ruptura populista. Los partidos estaban en crisis, la economía había colapsado en el 2001/02 y se dieron fuertes movimientos en contra del neoliberalismo que incluyó la toma de fábricas, saqueos y la paralización del país por movimientos piqueteros. Sin embargo no se dio una ruptura popu lista. Los traumas de la dictadura de los años 70 que desapareció, torturó y encarceló ciudadanos y el análisis de los riesgos de las concepciones popu listas de la política como la lucha entre amigos y enemigos, llevaron a que la democracia argentina se reconstruya con la idea del adversario y no del enemigo político. Los intentos de los Kirchner de transformar la política en una lucha populista maniquea y la dramatización del conflicto con el pro pósito de polarizar el escenario político y demarcar dos espacios antagóni cos fueron resistidos por una sociedad plural y compleja. Miles protestaron en contra de la política agraria de Cristina de Kirchner y de su intento de cambiar la constitución para perpetuarse en el poder que fue finalmente frenado por el Poder Judicial.

Donald Trump irrumpió en contra del consenso del neoliberalismo multicultural. Prometió dar fin a los tratados de libre comercio, hacer que las industrias manufactureras regresen o no se vayan de los Estados Unidos.

En sus discursos manifestó, «ya no somos ganadores, no producimos nada. Estamos perdiendo tanto» (Lowndes, 2016, p. 99). Atacó a corporaciones como Ford, Apple, Nabisco y Carrier por producir fuera del país. Su crítica nacionalista a la globalización fue de la mano con un discurso racista en contra de los mexicanos, término que agrupa a la población latina de los Estados Unidos, y en contra de los musulmanes. Lanzó su campaña en la Torre Trump manifestando, «cuando México manda a su gente no mandan a los mejores. Traen drogas, crimen, son violadores, y asumo algunos son buenas personas» (citado en de la Torre, 2017b, p. 3). Llamó terroristas a los musulmanes y prometió monitorear a todos los que viven en los Estados Unidos y regular la entrada de quienes busquen ingresar al país. Su retórica buscó dar fin con los discursos de reconocimiento cultural a diferentes po blaciones oprimidas como las mujeres, los afroamericanos, los hispanos y la comunidad LGTBQ. Politizó el resentimiento de los electores blancos y bus có dar fin a la esfera pública diversa e incluyente que se fue forjando debido a las demandas de los nuevos movimientos sociales desde los años sesenta.

Su discurso fue aceptado por electores blancos que se sintieron dejados atrás por la globalización y los cambios a una sociedad post industrial. Su base de apoyo no sólo fueron los perdedores de la globalización y los blancos pobres. Fue apoyado por sectores blancos de clase media que sintieron que no recibían los beneficios económicos y sociales que se merecían y por su inseguridad económica. Muchos blancos consideraron que los negros, los hispanos, los gays y lesbianas eran los beneficiarios de políticas de discrimi nación positiva que marginaban a los hombres blancos y heterosexuales. Muchos

...se sentían culturalmente marginalizados: sus opiniones sobre el aborto, el matrimonio gay, los roles de género, raza, el derecho a portar armas y la bandera Confederada eran ridiculizados por los medio como atrasados. Se sintieron además como un grupo demo gráfico en declive. Se sentían como una minoría acorralada (Hochschild, 2016, p. 221).

El triunfo del «candidato de la política de identidad de los hombres blan cos» (Hochschild, 2016, p. 230) marcó el inicio de una nueva era proteccio nista, nacionalista, xenófoba y de regreso a un pasado mítico previo a las con quistas de reconocimiento cultural de los nuevos movimientos sociales. A di ferencia de los populistas refundadores latinoamericanos Trump no prometió más democracia sino que ley y orden para disciplinar a las poblaciones vistas como el «otro»: los afroamericanos, los ilegales hispanos, los musulmanes y las poblaciones LGTBQ. Es una pregunta abierta si Trump logrará una ruptura populista que de fin al consenso de las élites políticas que ligaron la globalización con las políticas de reconocimiento del multiculturalismo neoliberal. Si bien será más fácil terminar con las políticas de reconocimiento, será mucho más complicado terminar con la globalización, especialmente para un gobierno que tiene una fe absoluta en el mercado.

Construyendo al pueblo

La filósofa política Sofía NastrOm (2007, p. 324) nos recuerda que el pueblo, categoría central en las teorías de la democracia, del nacionalismo y del populismo, es «uno de los conceptos más usados y abusados en la histo ria de la política». El pueblo no es una realidad objetiva que está ahí esperan do ser descubierta, tampoco es un dato primario. El pueblo como señala Ernesto Laclau (2005) es una construcción discursiva y una disputa entre actores políticos, movimientos sociales e intelectuales.

Las diferentes construcciones de la categoría «el pueblo» contribuyen a la inclusión o exclusión. Donald Trump, al igual que los populismos de derecha europeos, construye al pueblo con criterios étnicos y raciales excluyentes. El pueblo blanco de Trump se enfrenta a una serie de enemi gos étnicos como los mexicanos, los musulmanes y los militantes afroamericanos. Durante la campaña electoral algunos de sus seguidores se sintieron con el derecho de atacar a los no blancos. En Boston por ejemplo dos hombres blancos pegaron y se orinaron en un desamparado latino di ciendo, «Trump tiene razón hay que deportar a estos ilegales». En lugar de condenarlos Trump los justificó manifestando, «la gente que me sigue son muy pasionales, aman a su país y quieren que este país sea grandioso de nuevo» (Lowndes, 2016, p. 100).

A diferencia de Trump, Evo Morales y su partido político el Movimien to al Socialismo (MAS) usaron criterios étnicos incluyentes o etnopopulistas en su construcción del pueblo (Madrid, 2012). El MAS es un partido étnico asentado en organizaciones y movimientos sociales indígenas que también incluye a sectores mestizos. El discurso de Morales puso a los indígenas en el centro de la nación, entendiendo a la indigenidad como la defensa de la soberanía nacional especialmente sobre el uso de los recursos naturales.

Hugo Chávez y Rafael Correa al igual que los partidos populistas de izquierda europeos como Syriza y Podemos no utilizan criterios étnicos en su construcción del pueblo. Sus construcciones son políticas y socioeconómicas y enfrentan a pueblo en contra de la oligarquía.

El pueblo puede ser construido como plural, esto es como una diversi dad de actores con diferentes propuestas o como el pueblo-como-uno, como un sujeto con una voluntad homogénea. El pueblo puede enfrentar a riva les que comparten espacios institucionales y normativos, o como enemigos que deben ser aniquilados. Chávez habló como si encarnase a todo el pue blo venezolano. En un mensaje a la asamblea venezolana dijo, «no soy yo, soy el pueblo». En otra ocasión manifestó, «demando lealtad absoluta, no soy un individuo soy un pueblo» (Calcaño y Arenas, 2013, p. 20). Quienes no son parte del pueblo verdadero que no es otro que el que reconoce y conforma el líder son los enemigos del pueblo, de la nación y del líder. Es por esto que en un acto de masas Donald Trump manifestó, «la cosa más importante es la unificación del pueblo, porque el otro pueblo no vale nada» (citado en Müller, 2016, p. 22).

El pueblo populista sin embargo no tiene necesariamente que ser cons truido como uno y como un ente que puede ser encarnado en un redentor. Yannis Stavrakakis y Giorgos Katsambekis (2014, p. 132) argumentan que Syriza no imaginó al pueblo desconociendo el pluralismo y que la sociedad griega es heterogénea. El pueblo de Syriza incorporó a una variedad de partidos de izquierda y movimientos sociales. Fue construido como un suje to plural, incluyente y activo que no estaba restringido por criterios étnicos, raciales y de género. Fue imaginado como un sujeto activo que intervenía directamente en los asuntos públicos, un sujeto que no estaba esperando ser redimido o dirigido por nadie. A diferencia de Chávez o Correa, Alexis Tsipras no prometió salvar al pueblo.

De manera similar Podemos tiene una visión pluralista del pueblo (Errejón y Mouffe, 2015, p. 109) y el Movimiento al Socialismo y la Consti tución del 2009 construyeron al pueblo boliviano como plural. Sin embargo Evo Morales, Pablo Iglesias y Alexis Tsipras en algunas coyunturas han tra tado de hablar como si encarnaran al pueblo como uno, y hay tensiones entre los sectores movimientistas y sus liderazgos. Los críticos señalan que estos líderes son cada vez menos pluralistas.

El Cuadro 1 resume las diferentes construcciones del pueblo.

Cuadro 1

Construyendo al pueblo

Pueblo como uno

Pueblo Plural

Construcciones

étnicas

Trump, populistas de derecha en Europa

Morales y el MAS

Construcciones

políticas

Hugo Chávez, Rafael Correa

Siryza, Podemos

Fuente: Elaboración propia.

El pueblo es escenificado en luchas entre políticos que dicen ser su encarnación y los enemigos del pueblo. Los actos de masas crean senti mientos de pertenencia y ayudan a forjar identidades antagonistas fuertes (De la Torre, 2010). Además de usar creativamente la televisión y Twitter, Trump recurrió a los actos de masas. Sus mítines demostraron a sus segui dores que fueron blancos en su mayoría que ya no eran una minoría acosa da. Un multimillonario y celebridad mediática decía representarlos. Trump dijo ser el candidato de los hombres y mujeres olvidados en este país, la clase media y trabajadora.

Los mítines populistas buscan entretener y hacer sentir bien a sus au diencias. Trump muchas veces manifestó, «divirtámonos esta noche». Las concentraciones masivas de Hugo Chávez fueron fiestas en que el líder y sus seguidores bailaron, aún bajo los aguaceros tropicales. Los actos de ma sas de Rafael Correa en la campaña presidencial del 2006 dieron la sensa ción de que todos los asistentes pertenecían al mismo proyecto de llevar a cabo una revolución ciudadana en contra de la partidocracia. Con este fin luego de que el candidato desde la tarima manifestara una idea que tenga un efecto que movilice, sus palabras fueron interrumpidas con canciones de música protesta que fueron coreadas por el candidato y el público. Mien tras descansaba su garganta y tomaba agua, Rafael Correa no perdía la opor tunidad para sonreír a las damas, abrazar a los niños, bailar y divertirse. Luego paraba la música y el candidato continuaba con su disertación que a los pocos minutos era interrumpida con la música, los gritos y el baile. Es así que sus actos de masas se parecieron más a una fiesta callejera que a una concentración política.

Otros populistas crearon sentimientos de pertenencia a través de la vio lencia. Trump incitó a que sus seguidores golpeen a quienes protestaron en sus actos. Les dijo, «me gustaría pegarle en la cara», «sácale la madre, OK, yo pago los gastos legales» (Hochschild, 2016, p. 224).

El líder populista se representa como un individuo de origen popular que se ha superado desde abajo hasta convertirse en un ser que es igual al pueblo pero, a su vez, superior a las personas comunes. Fernando Mayorga (2009, p. 114) escribe que durante los primeros meses del 2006 se desplega ron gigantografías en Bolivia que decían «Evo soy yo». El «líder puede ser ‘nosotros’, puesto que todos somos (yo soy -con minúsculas-) el espejo donde él se refleja. Él es el Caudillo, somos la Masa. Pero ninguno de noso tros puede ser Evo... porque se diluiría la excepcionalidad de su figura: sólo él fue y es el primer presidente indígena o el primer indígena presidente». Cuando Chávez lanzó su candidatura presidencial en julio de 1998 se trans formó en un héroe que había arriesgado hasta su propia vida liderando una insurrección en contra del presidente Carlos Andrés Pérez en 1992.

Trump siempre se refirió a su calidad de persona extraordinaria pues había triunfado en esferas casi místicas del capitalismo americano: los ne gocios, la farándula y la cultura de masas. Trump dijo, «necesitamos un gran líder. Un líder que escribió ‘el arte de hacer negocios’1. Necesitamos alguien que haga la marca de los Estados Unidos grande otra vez». Exhibió con descaro su fortuna. Bautizó a edificios, aviones, hoteles, casinos y can chas de golf con su nombre, fue el propietario de la franquicia de Miss Universo, y fue todo una celebridad mediática. Muchos de quienes asistie ron a sus actos de masas se asombraron de estar en la presencia de un hom bre como él (Hochschild, 2016, p. 226). Pese a su fortuna, Trump comparte los gustos de la gente común, pero es increíblemente superior que todos ellos. Por ejemplo como a muchos le gusta la lucha libre, pero sólo él fue consagrado con honores a la WWE como una institución de la lucha libre.

Al igual que otros populistas Trump personalizó la política como una lucha maniquea entre el bien y el mal. Llamó a Hillary Clinton «la corrupta Hillary». A diferencia de Hillary que utilizó un lenguaje sofisticado y usó argumentos técnicos para hablar de la economía o de política exterior, Tump usó lugares comunes y generalidades. Para hacer que América sea grande otra vez argumentó que se necesita un líder excepcional como él, un triun fador en el mundo de los negocios y de la farándula que no esté corrompido por el establecimiento político. Apeló a las emociones y representó las elec ciones como un match de lucha libre entre él y la corrupción de la política encarnada en la «corrupta Hillary». Es por esto que sus seguidores gritaban con fervor junto a él en los mítines «¡que la encierren, que la encierren!».

Usando una retórica parecida a la de los populistas de izquierda latinoa mericanos, Trump manifestó: «el establishment, los medios, los intereses especiales, están en mi contra» (Judis, 2016, p. 71). En su último spot publi citario atacó a las élites políticas corruptas por entregar la soberanía a élites globales e inmorales que destrozaron «nuestras fábricas» (citado en De la Torre, 2017b, p. 7).

Los líderes populistas comparten un estilo varonil, confrontador, ma- chista y poco favorable para los pactos y los compromisos. Invocan varias imágenes de su supermasculinidad: el macho seductor, el empresario o at leta exitoso, el militar con los pantalones bien puestos y sobre todo ser los padres de la patria. Trump se vanaglorió de manosear a cualquier mujer que sea deseable y descalificó a Hillary Clinton por ser una mujer mayor y no apetecible. Los líderes populistas dicen ser los padres de la patria. Como señala Karen Kampwirth (2010) la figura del padre debe ser protectora, fuerte, sabia y responsable. Pero también transforma a los ciudadanos en niños que

Véase http ://time .com/3923128/ donald-trump-announcement-speech

necesitan de su tutela y que si no obedecen al padre sabio y bondadoso pueden ser reñidos y hasta castigados. Los padres además no son figuras temporales sino que de por vida. La misión de los patriarcas populistas nunca termina pues tienen que cuidar y velar por el bienestar de sus hijos aún después de su muerte.

Los populistas en el poder: extrayendo al pueblo

Cuando Chávez y Correa llegaron al poder usaron diferentes estrategias para manufacturar al pueblo como uno: ocuparon y colonizaron todas las instituciones del Estado; regularon a los medios para que sólo se transmita y se escuche la voz de líder que no es otra que la del pueblo; reprimieron a las organizaciones independientes de la sociedad civil y crearon movimien tos sociales paralelos desde el poder.

Chávez y Correa se apropiaron de todos los poderes del Estado. Para poder usar las leyes a su antojo controlaron las cortes y las pusieron en manos de sus partidarios o de jueces atemorizados. Chávez tuvo una mayo ría en el Legislativo y puso el Tribunal Supremo de Justicia en manos de jueces leales. Cientos de jueces de cortes menores fueron remplazados por personajes de la confianza del régimen. Chávez además controló el poder electoral y todas las instituciones de control social. Correa puso a incondi cionales a cargo del poder electoral, de los organismo de control y se tomó el Poder Judicial (De la Torre, 2017a, p. 134).

El control y la regulación de los medios como analiza Silvio Waisbord (2013, p. 14) fue una de las prioridades de la lucha populista por la hege monía. En el 2000 la Ley Orgánica de Telecomunicación permitió al gobier no de Chávez suspender o revocar las concesiones de frecuencias cuando era conveniente a los intereses de la nación. La Ley de Responsabilidad Social del 2004 prohibió transmitir material que pueda promover el odio y la violencia. Estas leyes son ambiguas y se pueden interpretar de acuerdo a los intereses del Estado. El gobierno de Correa aprobó en el 2013 la ley de comunicación social que creó un organismo estatal a cargo de regular los contenidos de lo que los medios pueden transmitir. La Superintendencia de Comunicación inició 269 procesos a los medios privados y a periodistas a quienes se sancionó con multas y rectificaciones públicas. Chávez clausuró y estatizó medios privados críticos. El Estado se convirtió en el comunicador principal controlando el 64% de los canales de televisión. En Ecuador el Estado es propietario de los dos canales de televisión de mayor sintonía y tiene un emporio de estaciones de radio, televisión y prensa escrita. En paí ses sin una tradición de medios públicos y en manos de gobiernos que no distinguen lo estatal de lo partidista, los medios públicos y en menor medi da los medios comunitarios sirvieron a los gobiernos populistas.

Crearon legislación con lenguaje ambiguo para controlar y regular a las ONG. Chávez fue el primero y en el 2010 la Ley de Defensa de la Soberanía Política y Autodeterminación Nacional prohibió que las ONG que defiendan los derechos políticos o monitoreen a los organismos públicos reciban asisten cia internacional. Tres años después Correa pasó el Decreto 16 que sanciona a las ONG que se desvíen de los fines para las que fueron creadas, o que interfie ran en las políticas públicas atentando a la seguridad interna y externa.

Para contrarrestar el poder de los sindicatos, de los movimientos indí genas, de los maestros y estudiantes, el Estado en Venezuela y Ecuador creó movimientos sociales paralelos. La protesta fue criminalizada en estos dos países. Líderes sindicales aún si en un principio apoyaron a Chávez fueron acusados de terrorismo. Cientos de líderes indígenas y campesinos fueron acusados de terrorismo y sabotaje en Ecuador. En estos países se usó discrecionalmente las leyes para perseguir a algunos opositores. El caso más notorio se dio en el gobierno de Nicolás Maduro que condenó a Leopoldo López por incitar a la violencia en un juicio plagado de irregularidades.

Los ataques sistemáticos al pluralismo, a la división de poderes y a la libertad de expresión, al principio desfiguran la democracia y poco a poco llevaron a lo que Guillermo O’Donnell (2011) caracterizó como la muerte lenta de la democracia y su transformación en autoritarismos. Levitsky y Loxton (2013) señalan que el populismo lleva a que democracias débiles decanten en regímenes competitivos autoritarios por tres razones. La pri mera es que los populistas son outsiders sin ninguna experiencia en la políti ca parlamentaria del pacto y de los compromisos. Segundo, fueron electos con promesas de refundar todas las instituciones políticas y en específico el marco institucional de las democracias liberales. Por último, los populistas se enfrentaron al congreso, al poder judicial y a otras instituciones controla das por los partidos. Para ganar elecciones usaron fondos públicos, silencia ron a los medios críticos, usaron los medios estatales a su favor, en algunos casos intimidaron a sectores de la oposición, controlaron los organismos electorales, el poder judicial y las instituciones de control social y rendición de cuentas. Si bien el momento de votar fue libre, el proceso electoral des caradamente les favoreció y les dio ventajas, transformando a la democracia en regímenes legitimados en la lógica electoral, pero que no garantizan que las elecciones se den en canchas equilibradas y con instituciones imparciales.

¿Qué nos dice la experiencia latinoamericana sobre el futuro de la de mocracia americana durante la presidencia de Trump? Estados Unidos tie ne una tradición de vigilancia entre las distintas áreas gubernamentales para controlar el poder político. La Constitución divide el poder en tres ramas;

las elecciones están espaciadas; el poder se reparte entre los estados y el gobierno federal; hay dos partidos dominantes. El populismo de Trump, dentro de este marco institucional, no sería más que una fase, y la democra cia y la sociedad civil estadounidenses serían suficientemente fuertes para sobrevivir a los desafíos del populismo sin importantes consecuencias desestabilizadoras.

A los dos días de asumir la presidencia se dieron manifestaciones masi vas en todo el país en contra de las políticas de Trump para las mujeres. Las cortes de justicia frenaron temporalmente sus planes de prohibir que ciuda danos de países mayoritariamente musulmanes ingresen a los Estados Uni dos. Debido a los ataques del presidente las suscripciones a los diarios más emblemáticos el New York Times y el Washington Post se dispararon. El uso patrimonial del Estado para favorecer a sus negocios familiares, las metidas de patas de Trump y las revelaciones de la injerencia de Putin en las eleccio nes podrían llevar aún a un juicio político. Parecería que la sociedad civil y las instituciones democráticas podrían frenar los impulsos más autoritarios de este populista de derecha.

Un escenario alternativo y plausible es que Trump siga el recetario po pulista tratando de controlar todas las instituciones del Estado y aun trans formando al partido republicano en su instrumento político personal. Al igual que otros populistas Trump ha declarado guerra a los medios inde pendientes y amenazó con juicios a los diarios más influyentes como el New York Times y el Washington Post. Al igual que otros populistas se siente a disgusto con organizaciones críticas y militantes de la sociedad civil como «Black Life Matters». Es de esperar que los conflictos con la prensa y las ONG que defienden las libertades, los derechos de las minorías, las mujeres y la comunidad LGTBQ se intensifiquen durante su presidencia. Es difícil que el marco institucional de la democracia se derrumbe bajo Trump. Sin em bargo, ya ha desfigurado la esfera pública democrática. El discurso del odio y la denigración de las minorías están sustituyendo a la política del reconoci miento y la tolerancia multicultural construida por las luchas feministas y de los movimientos antirracistas desde los años sesenta. Trump ha norma lizado la xenofobia y muchos de sus seguidores se sienten con el derecho de insultar a los musulmanes y personas que hablan español en los supermer cados y en el transporte público. Parecería que sus ataques a la prensa son imitados por políticos menores. Pese a que atacó a un periodista que fue hospitalizado, el republicano Greg Gianforte fue electo al parlamento estatal de Montana en el 2017.

Las experiencias latinoamericanas enseñan que la democracia no es in mune a los autócratas populistas. Chávez y Correa no erradicaron la demo cracia con golpes de Estado. En vez de eso, la estrangularon poco a poco atacando las libertades civiles, en guerras en contra de los medios privados, normando lo que se puede discutir en la esfera pública, controlando a las ONG y usando el sistema legal para silenciar a los críticos. Es de esperar que no se repita este proceso en los Estados Unidos.

Conclusiones

Este artículo argumentó que el populismo no es ajeno a la democracia sino que es parte constitutiva de la misma. Las críticas de los populistas al poder constituido deben tomarse en serio. Las democracias realmente exis tentes han transformado la política en el dominio de los expertos, han con vertido a los ciudadanos en consumidores, han provocado la apatía, no han promovido la equidad y las élites se han sometido a los designios del FMI.

Si bien muchas de sus críticas son correctas, sus soluciones son proble máticas y en lugar de llevar a mejores democracias las desfiguran y en situa ciones más extremas las estrangulan. El estudio de las experiencias populis tas en el poder demuestran que hay un recetario populista de gobierno que centraliza el poder en manos del presidente, ataca a los medios privados independientes, restringe las actividades de la sociedad civil y usa el poder legal instrumentalmente para premiar a los acólitos y castigar a los críticos. Cuando las instituciones están en crisis y sobre todo en regímenes presidencialistas los ataques sistemáticos a las instituciones que garantizan el pluralismo llevaron al autoritarismo. Si bien las instituciones fuertes pue den frenar la deriva al autoritarismo, los populismos deforman la democra cia reduciendo la complejidad de la misma a la lucha entre dos campos antagónicos en los que hay que necesariamente tomar partido. Reduce los debates sobre lo público a la guerra entre dos campos antagónicos nítidos y descalifica todas las críticas como ataques de los enemigos del pueblo.

Si para comprender al populismo no podemos descalificarlo de ante mano como irracional o pasajero, tampoco se puede aceptar la visión nor mativa del populismo de Ernesto Laclau (2005) y sus seguidores (Errejón y Mouffe, 2015). Laclau considera al populismo como la expresión de lo polí tico y como necesario para dar fin a sistemas administrativos excluyentes y construir órdenes alternativos. Sus seguidores argumentan que ya que el populismo será una reacción inevitable a la globalización neoliberal, es ne cesaria la construcción del pueblo desde la izquierda, de lo contrario la de recha xenofóbica articulará las críticas a las exclusiones políticas y sociales (Errejón y Mouffe, 2015).

A diferencia de lo que anotan los seguidores de Laclau, el populismo de izquierda no es la única alternativa al populismo de derecha. Para empezar el populismo no es la única manera de construir lo político, hay formas de democracia radical que no tienen que ser populistas pues no se asientan en nociones antipluralistas del pueblo como uno. El populismo de derecha o de izquierda se asienta en una lógica schmittiana y autoritaria que descono ce el derecho del adversario a existir. La experiencia populista latinoameri cana ilustra que el populismo atenta en contra del pluralismo y de la auto nomía de la sociedad civil del Estado. El constitucionalismo, la separación de poderes, las libertades de expresión y de asamblea son necesarias para la política de la democracia participativa. Estas instituciones liberales fortale cen la esfera pública y permiten que los movimientos sociales expresen y articulen sus demandas autónomas en la sociedad civil. La experiencia his tórica demuestra que los proyectos de transformación basadas en la fantasía del pueblo-como-uno terminaron en el autoritarismo. El mito del redentor populista cautivó y terminó devorando a la izquierda latinoamericana. Me parece que ya es hora de abandonar la idea de un pueblo homogéneo encar nado en un líder y de imaginar a las rupturas populistas como la única respuesta a la administración neoliberal y como la única arma para frenar a los populismos de derecha.

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This paper compares Donald Trump’s populism with Latin America. The first section contrasts ruptures of the neoliberal consensus in Latin America with how Trump irrnpted against the compromise of the elites of the Democratic and Republican parties that linked globalization with limited politics of multiculturalism. The second distinguishes different constructions of «the people». The third explores populist strategies in power. It argues that when populists got elected in democracies in crises, their systematic attacks to the media, civil society, and the institutions that allow for pluralism and the separation of powers led to the dynamic that Guillermo O’Donnell theorized as the slow death of democracy. Stronger institutions and civil societies resisted populist autocratic attacks, nonetheless populists disfigured democracy reducing the complexity of politics to the struggle between two camps, and transforming a leader into the embodiment of the people. [ Links ]

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