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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

On-line version ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.52 no.1 Buenos Aires June 2022

 

ARTICULO

Las prácticas humanas como génesis de la construcción de lugar en el paisaje del Cementerio de Huacalera en la Quebrada de Humahuaca

Human practices as genesis of site construction in the landscape of the Cemetery of Huacalera in the Quebrada de Humahuaca

Mariana Villavicencio *

https://orcid.org/0000-0002-4875-9775

* Arquitecta y Doctoranda por la Arquitectura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Becaria doctoral CONICET.

Marcos Paz 759 8ª. San Miguel de Tucumán. Tucumán. República Argentina. E-mail: m.villavim@gmail.com

Este trabajo pertenece al proyecto de Beca Doctoral de CONICET sobre “Configuraciones territoriales y paisajísticas en la Quebrada de Humahuaca como consecuencia de las expresiones del Patrimonio Inmaterial”.

RECIBIDO: 12 de septiembre de 2021.
ACEPTADO: 16 de marzo de 2022.


RESUMEN

Los cementerios en la Quebrada de Humahuaca son espacios de reconocimiento para su comunidad, ya que conjugan el presente con el pasado, evidenciando la construcción de lugar. En ellos, el paisaje puede ser percibido a través de su alto contenido simbólico, donde se materializa además una necesidad humana de representación. Es objetivo de este trabajo analizar las prácticas humanas como variables de las construcciones espaciales y su impacto paisajístico-territorial en el cementerio de Huacalera. Se empleó el método observacional y se realizaron trabajos de campo durante las celebraciones. El trabajo se desarrolla a partir de conceptualizaciones de territorio, paisaje y lugar. Se profundiza luego en la lectura del mencionado caso como tipo espacial y en la comprensión de sus impactos paisajísticos-territoriales como activos a la hora de construcción de lugar. Se exponen, además, las variables culturales y perceptuales consideradas en los cementerios de dicha región en sus lógicas de espacialidad.

Palabras claves: patrimonio inmaterial; construcción de lugar; paisaje cultural; cementerios.
Referencias espaciales y temporales: Quebrada de Humahuaca; siglo XXI.

ABSTRACT

The cemeteries in the Quebrada de Humahuaca are spaces of recognition for their community, because they combine the present with the past, evidencing the construction of place. In them, the landscape can be perceived through its high symbolic content, where it also materializes a human need of representation. The objective of this work is to analyze human practices as variables of spatial constructions and their landscape-territorial impact on the cemetery of Huacalera. We work with the observational method and we made field work during celebrations. The work is developed from conceptualizations of territory, landscape and place. We later delve into the reading of the mentioned case as spatial type and in the understanding of their landscape-territorial impacts as assets at the time of construction of place. In addition, are also exposed the cultural and perceptual variables considered in the cemeteries of the mentioned region, in their spatial logics.

Key words: intangible heritage; site construction; cultural landscape; cemeteries.
Time and space references: Quebrada de Humahuaca; XXIst Century.


Introducción

La Quebrada de Humahuaca es un paso natural a través de un árido valle montañoso, que ha sido intensamente utilizado y transformado por las diversas culturas que lo ocuparon a lo largo de 10.000 años de historia. En el transcurso de la historia de la región, la Quebrada se perfiló como el espacio de encuentro e intercambio con el Alto Perú (Boschi - Nielsen, 2004). Siendo un caso paradigmático, fue declarado en el año 2003 Patrimonio de la Humanidad en la categoría “paisaje cultural” por sus legados tangibles e intangibles.
El concepto de paisaje se refiere a “cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos” (Consejo Europeo, 2000). El concepto ubicó en el centro de la discusión a las personas, y por lo tanto a las formas de interactuar entre ellas y con su medio a la hora de comprender una espacialidad específica que en este caso es el paisaje, pero puede aplicarse a cualquier escala. Es posible aventurar que las prácticas humanas implican un modo particular de construir, entender, ver, consumir y transmitir la espacialidad.
Como afirman Ferrari y Paterlini (2012) las experiencias de lo cultural y patrimonial, necesitan un espacio-lugar en el que reconocerse y por ello resulta importante el estudio y valoración de dichos fenómenos con la finalidad de favorecer la generación de políticas que fomenten su práctica en el tiempo. En vista de las valoraciones territoriales que se tienen en cuenta a la hora de proponer las directrices para generar políticas de planificación en la actualidad, se considera que los paisajes culturales constituyen un activo de gran importancia para el desarrollo económico-social. Y por lo tanto, resulta necesario encarar su estudio desde una perspectiva que ubique a la mirada de lo local por encima de la especulación. Es por esto necesario revisar las prácticas llamadas “inmateriales” como vehículos de análisis, ya que implican una síntesis de valores comunes para la población. Una fiesta o una práctica constructiva son el resultado de aquello que, durante años, los padres transmitieron a sus hijos en el hacer cotidiano y en la celebración de quienes son en el mundo.
En vista de lo mencionado, fue objetivo de este trabajo analizar las prácticas humanas como variables en las construcciones espaciales y su impacto paisajístico y territorial en los cementerios de la Quebrada de Humahuaca. Para ello se procedió a reflexionar sobre las concepciones de territorio, paisaje y lugar; entendiendo que la construcción del último concepto es clave para avanzar sobre lo paisajístico y lo territorial como ideas complementarias y necesarias en la comprensión de lo espacial desde un punto de vista humanizado. Se realizaron trabajos de campo y se consideraron a los cementerios de la Quebrada de Humahuaca como vehículo ejemplificador en la articulación de la construcción de lugar para comprender su impacto en lo territorial y paisajístico.
Este trabajo desarrollará inicialmente un marco teórico necesario para abordar las nociones relacionadas al lugar, el paisaje y el territorio y se indicarán los antecedentes que ayudaron a pensar lo espacial desde la experiencia humana. Posteriormente, se abordará como caso de estudio el cementerio de Huacalera, buscando llevar a un caso concreto la cuestión de las prácticas en vínculo con lo espacial (lugar, territorio y paisaje). Finalmente, se elaborarán las conclusiones de esta investigación buscando plasmar las variables culturales y perceptuales consideradas en los cementerios de dicha región en sus lógicas espaciales.

Marco teórico y antecedentes

A lo largo del tiempo distintos autores se han preocupado por conceptualizar el espacio, en búsquedas teóricas y metodológicas, tanto cualitativas como cuantitativas. Se ha discutido ampliamente sobre el territorio en relación con la espacialidad específica de una ubicación definida, con una inherente identificación social –individual y colectiva– que siempre se encuentra definida históricamente, y que por lo tanto involucra comprender al mismo desde la conformación dada a lo largo del tiempo y sus implicancias. En base a esto, se puede afirmar que la territorialidad está ligada al grado de control que tiene un grupo particular sobre ese espacio mediante prácticas concretas y de una tradición específica (Raffestin, 1981), sujeta a los valores de la época en cuanto a representatividad y disputas por la misma.
Comprendiendo el carácter polisémico de las conceptualizaciones, Pastor (2008) afirma que el territorio implica una comprensión integral de los elementos naturales y humanizados, es decir, no se considera un mero soporte donde “ocurren” hechos culturales. Con relación al paisaje, sostiene que es la imagen del territorio que recoge las diferentes improntas dadas por la heterogeneidad de las formas de territorialización, por lo tanto, su historia es la de las miradas (Silvestri y Aliata, 1994). Esta visión requiere comprender la estrecha relación entre ambas cuestiones, y el rol clave de la noción de lugar, pues implica la vivencia del territorio en la que lo colectivo y lo personal se ve representado (Pastor, 2008).
Siguiendo en esta perspectiva, en el marco de conceptualizaciones espaciales, el paisaje, es entendido como la proyección cultural de una sociedad en un contexto determinado, que reconoce dos dimensiones intrínsecamente relacionadas. La primera es física, material y objetiva y la segunda es perceptiva, cultural y subjetiva (Nogué, 2008), ambas susceptibles de ser comprendidas de manera dialéctica. Soja (1985), ha definido al paisaje como un producto colectivo que a su vez estructura la vida social y se encuentra en permanente conflicto, reformulación y reproducción.
La conceptualización de lugar, ligada a una forma de construcción espacial, es importante para comprender la perspectiva humana en la construcción del territorio y la existencia de paisajes singulares que dan cuenta de las identidades territoriales. En este sentido, Nogué (2010) afirma que el paisaje está compuesto por lugares que encarnan la experiencia y las aspiraciones de la gente, las que a su vez se convierten en centros de significado, en símbolos que expresan pensamientos, ideas y emociones.
Desde el enfoque de la espacialidad en una escala territorial y paisajística, es necesario comprender cómo y bajo qué prácticas se configuran y construyen los lugares. Se considera que son las personas quienes en su desarrollo cotidiano, dotan de características y fuerza ideológica la espacialidad de los lugares. Por lo tanto, el estudio de los territorios, de los paisajes y de los lugares debe poner luz sobre las personas y sus prácticas.
Con relación a los antecedentes, algunos trabajos de interés son; “Los eventos culturales en el territorio” (Garro, 2014) dónde la autora habla sobre la manera de espacialización común en las fiestas. Ésta investigación explica diferentes miradas sobre el espacio público, entendido como el espacio atravesado por una práctica social, que al mismo tiempo organiza la experiencia colectiva y le da forma. Además, se analiza el rol que cumplen las fiestas en esta dinámica dialéctica, poniendo luz sobre los conceptos de espacio-lugar-territorio-paisaje como ciclos de la naturaleza. Por otro lado, el texto de Avenburg y Martínez (2014), aborda la discusión acerca del modo en que los actores recrean experiencias socialmente significativas y actualizan valores y memorias colectivas, a través del concepto de performance siguiendo los aportes de Edward Bruner y Victor Turner. Finalmente, se han considerado los estudios realizados por el sociólogo español Martínez Montoya quien ha desarrollado en su artículo “La fiesta patronal como ritual performativo, iniciativo e identitario” (2004) estudios en comunidades rurales vascas, tomando las fiestas como objeto para comprender y teorizar sobre las relaciones que existen entre estas y el sentido de identificación de un grupo-comunidad. También, en su artículo “La montaña como espacio privilegiado de identificación socio-cultural” (1997) propone la relación entre espacio (montaña), ritos (fiestas) y grupo humano (sociedad rural), estudia sus interacciones y plantea al territorio como foco de las identidades de los grupos humanos rurales.

El cementerio como lugar de reconocimiento

La veneración a la Madre Tierra sustenta el sistema de creencias que organizan el calendario ritual de la mayoría de los pueblos originarios, porque representa el íntimo vínculo entre formas de vida y manera de relacionarse con su contexto. Esta concepción teológica implicó atribuir carácter sagrado a sitios topográficos tales como las cimas de algunos montes, cuevas o manantiales, por razones de índole práctica o histórica (Colón Lamas, 2005). Debido a que la idea de una totalidad sacra tiene que ser reconocida a través de lugares concretos, los pueblos convierten un espacio con ciertas características naturales y arquitectónicas en símbolo. Esta atribución es fundamental para la identidad del grupo humano, porque posibilita conformar un hito de referencia interno y un enclave territorial - paisajístico de referencia regional. (López Hernández, 1994).
Aunque existe una opinión común de que el cementerio es un lugar donde las cosas ya no cambian, en realidad es una entidad dinámica de alto contenido simbólico y de resignificación permanente que manifiesta en formas muy concretas el sistema de pensamiento, creencias y estructura de la sociedad a la que pertenece y trasciende (Fernández et al., 2017).
La experiencia territorial en la Quebrada de Humahuaca está íntimamente vinculada a su escala, donde lo cultural y lo natural se ponen en juego constantemente. Los espacios funerarios se configuran como el lugar donde se pone en evidencia un orden social y territorial que da cuenta de lo conceptualizado por los autores anteriormente nombrados. Es posible verificar que la ubicación se utilizaba para simbolizar lo sagrado y el empleo de elementos arquitectónicos puso en evidencia la pertenencia al grupo por la aparición de “códigos estéticos” compartidos en la utilización de lenguaje similar en tumbas y elementos decorativos.

El cementerio de Huacalera

Los trabajos de campo en la Quebrada de Humahuaca implicaron el relevamiento de los cementerios de Volcán, Purmamarca, Maimará, Huichaira, Juella, Tilcara, Uquía Yacoraite, Huacalera y Humahuaca. Dichos cementerios comparten algunas características a la hora de entender sus emplazamientos, donde la búsqueda por dominar las visuales es una forma de implantación obligada en el territorio. Sin embargo, es importante aclarar que cada uno de los cementerios posee características propias, las cuales se hallan atravesadas principalmente por el grado de crecimiento del poblado al que pertenecen y a la historia reciente del sector.
El criterio de selección para el análisis del Cementerio de la localidad de Huacalera radica en que éste conforma una experiencia espacial condensadora de la matriz tipológica de los camposantos de las pequeñas localidades de la Quebrada de Humahuaca. La función simbólica de la ubicación, el paisaje y el orden territorial no son ajenos a lo tipológico, sino elementos que ayudan a caracterizarlo y comprender sus límites, sin la necesidad de la aparición de elementos típicamente entendidos como delimitadores de las funciones urbanas.
En la localidad de Huacalera, se encuentra sobre la Ruta Nacional 9 la capilla de la Inmaculada Concepción, construida en el año 1655. Por un camino lateral a la misma, es posible acceder al cerro donde fue fundado alrededor del 1860, el cementerio que reúne a las localidades de Huacalera, La Huerta, El Molino y Villa las Rosas. Este recorrido en sentido ascendente refuerza su función de necrópolis, donde el silencio de la montaña enfatiza su carácter simbólico y sagrado, al elevarse a más de 80 metros sobre el poblado.
Entre sus aspectos paisajísticos sobresalientes el Cementerio de Huacalera concentra uno de los paisajes más destacados del valle del Rio Grande. La organización espacial, de orden tipológica, comprende una calle central rematada con una cruz de escala monumental y calles perpendiculares más angostas definidas de manera virtual. Estas están pensadas para ser recorridas a pie en una escala predominantemente humana, en contraposición con el escenario de escala monumental, que se ve representado por la montaña en un radio de visibilidad de 360°y la posibilidad de dominar el espacio a través de las visuales del poblado y sus cercanías. La sensación de estar allí arriba, en dominio del valle, introduce al visitante a una percepción sin igual vinculada a una experiencia sensorial entre lo sagrado, lo simbólico y lo ambiental, donde la espacialidad se comprende a través de la experiencia del lugar.
Pueden observarse con facilidad diferencias espaciales en la organización de las tumbas más antiguas (Figura 1), que se encuentran dispersas en porciones más o menos regulares del terreno. Mientras tanto, el sector más nuevo posee una regularidad visible, donde se ha reemplazado la utilización de mampuestos de adobe por ladrillo cerámico común para la materialización de los monumentos o nichos. Precisamente allí es donde se dejan las ofrendas vinculadas al día de los difuntos, que se celebra en el mes de noviembre (Figura 2).


Figura 1: Cementerio de Huacalera. Fuente: Fotografía de Mariana Villavicencio.


Figura 2: Cementerio de Huacalera. Fuente: Fotografía de Mariana Villavicencio.

Por otro lado, es posible afirmar que los elementos decorativos –entendidos como componentes del paisaje de los cementerios- pueden ser vistos como indicadores de una dinámica propia, ya que condensan el imaginario quebradeño de una manera muy reconocible a nivel paisajístico. En efecto, se observa en el cementerio de Huacalera una utilización austera de los elementos decorativos de las tumbas, donde resalta la cruz como elemento repetitivo y pregnante casi del mismo tamaño, por lo que le otorga una cierta armonía al conjunto. Aparecen, además, coronas de flores de plástico y papel, como los elementos caracterizadores por excelencia que siguen una tradición de fabricación y/o preparación en familia. Las flores, más allá de su asociación al ciclo de la vida que podría inferirse, están vinculadas a la celebración del día de los difuntos y forman parte de las ofrendas a los muertos, las cuales incluyen los disfrutes mundanos del fallecido como vino, cerveza, cigarrillos, galletitas, etc.
En este sentido, la variable cíclica que contempla el calendario ritual de la Quebrada de Humahuaca como forma de observación del espacio sirve para enfatizar y ordenar el ciclo de vida de los cementerios. Éstos constituyen espacios vigentes en la cotidianeidad de la vida de las personas, donde es posible afirmar que los cementerios “renacen” cada 1° de noviembre tras la celebración de los fieles difuntos. Esto ocurre cuando las familias concurren a visitar a sus familiares fallecidos. Alrededor de la tumba almuerzan, beben y recuerdan a sus muertos, algunos con canciones y coplas y otros mediante una actitud más contemplativa en el aseo de las tumbas y la renovación de las flores y ofrendas.

El paisaje del cementerio como elemento vertebrador

El paisaje como elemento vertebrador de la experiencia del espacio-cementerio en la Quebrada de Humahuaca, está marcado por una vivencia espacial particular donde la relación con el paisaje se convierte en un elemento más que caracteriza lo tipológico. Tal es el caso de los cementerios de Huacalera, Maimará, Huichaira, Juella, Uquía y Yacoraite. Estos espacios se convierten en enclaves ubicados estratégicamente, donde las cuencas visuales resultan particularmente valiosas. De manera simbólica explican un deseo de trascender la muerte a través de la conexión sagrada con la Madre Tierra. La accesibilidad a estos sitios están marcados por un carácter procesional, una intención de delimitar con gestos inmateriales la función del cementerio. Así, el vínculo con la montaña y la posibilidad de dominar visualmente el territorio por su ubicación elevada y el silencio, imprimen y delimitan espacialmente el sitio. La ubicación de estos cementerios tiene carácter tipológico en el sentido paisajístico, porque implican en lo perceptual una posibilidad de experimentar el espacio de una manera marcadamente andina y tener visuales particularmente valiosas que posibilitan la experiencia de conexión espiritual entre el sitio y su función simbólica de trascendencia.
Gracias a lo antes mencionado, es posible comprender que la configuración de lugar implica, en lo paisajístico, una experiencia perceptual claramente reconocible como contemplativa. Esta acción está en coherencia con la función que un cementerio necesita cumplir, donde las formas, escalas y parámetros (Norberg Schulz, 1980) encarnan una construcción particular de “mundo” –entendido como el cementerio y sus necesidades simbólicas–. Por otro lado, y en relación a la cultura a la cual representa, el fuerte colorido, los materiales de papel y las ofrendas imprimen el carácter claramente quebradeño al lugar, y hacen que la experiencia paisajística sea reconociblemente inherente a la Quebrada. En efecto, tanto los colores en estos espacios como en la vestimenta tienen una larga tradición y constituyen señas de identidad que generan efectos de contraste, tanto en lo visual como en la emocionalidad de la muerte.
En relación a la resultante territorial, esta configuración de lugar implica entender que las variables de ubicación y organización de los cementerios, tienen un planteo a escala humana pensado para ser recorrido a pie. También de carácter procesional como variables tipológicas compartidas a la hora de pensar en el modelo territorial de los cementerios de la quebrada. Este hecho permite pensar que dichas variables no son planteadas caprichosamente, sino que tienen que ver con una representación de la cultura y de lo que se entiende como necrópolis, donde la condición de trascendencia es necesariamente pensada en relación a las características naturales del territorio. Es decir, las variables tipológicas y la manera de pensar a los cementerios en relación al territorio necesitan la variable perceptual y, por lo tanto, paisajística, en la condensación de lo funcional y lo simbólico.
En este sentido, el paisaje sería una noción adecuada para captar la forma en que todas las personas comprenden, se insertan y generan intercambios estéticos en el mundo material que los rodea, ya que la forma en que las personas están en el mundo es histórica y especialmente contingente, por lo tanto los paisajes están siempre en proceso (Zusman, 2008). Desde este punto de vista, la sensibilidad particularmente performática –existente en las resultantes tipológicas de los cementerios de la Quebrada de Humahuaca– implica comprender la construcción de lugar desde las prácticas vinculadas al espacio-cementerio, donde lo cotidiano y lo particular –la celebración de la fiesta de las almas– imprimen en esta espacialidad características particulares. De igual manera, lo paisajístico-perceptual se vuelve inherente a la hora de caracterizar lo tipológico y lo territorial, porque implica el conocimiento y reconocimiento de lo que culturalmente se reconoce como el espacio de los muertos y su impronta de trascendencia vinculada a su ubicación, organización, carácter, etc.

Conclusiones

Se han conceptualizado al inicio de este trabajo las concepciones espaciales de lugar, paisaje y territorio. Es posible afirmar que el paisaje juega un papel fundamental en la formación y consolidación de identidades territoriales debido a que la variable humana y cotidiana se siente parte fundamental en la construcción del sentido de lugar. El paisaje no sólo presenta el mundo tal como es, sino que es también una construcción de este mundo, una forma de verlo. Es por ello que al encarar este estudio, la consideración de las prácticas rituales vinculadas a la celebración de la fiesta de las almas –como condensadora de gestos de la cultura quebradeña hacia la idea de la muerte como trascendencia física- implican un vehículo accesible a la hora de estudiar lo territorial y lo paisajístico. Implican el reconocimiento de la importancia de lo simbólico y, por lo tanto, de lo cultural a la hora de gestar lo espacial desde una de las prácticas más humanas que pueden existir: la muerte y su lugar dentro de lo cotidiano.
En consecuencia, la experiencia particular de la fiesta como vehículo de análisis, permite evidenciar prácticas inmateriales que impactan de una manera visible sobre las concepciones perceptuales que configuran miradas sobre el paisaje, que implican la huella material y tangible de lo que se lee espacialmente. Este hecho -que no es otra cosa que la construcción de lugar- permite un análisis territorial donde la variable humana se pone en el centro de la discusión. También permite elaborar planes de gestión de lo espacial, donde sería deseable que se tenga en cuenta la característica dialéctica que existe entre la sociedad y su espacio vital.
En el caso particular de las prácticas en torno a la celebración de las almas en la Quebrada de Humahuaca, es posible reconocer en los espacios-cementerios el escenario necesario para la práctica social (que una vez al año convoca de manera colectiva a los habitantes Quebradeños a reconocer la muerte como parte de lo que implica pensarse como grupo). En el ejercicio de visitar a los difuntos existe el reconocimiento y la vigencia de la continua e inagotable construcción de este lugar. Aparecen lenguajes compartidos que se materializan en gestos concretos de reconocimiento de la muerte, las flores de papel, los cantos y las ofrendas que se dejan en las tumbas. Y son estos gestos “inmateriales” más que cualquier gesto arquitectónico lo que “materializa” espacialmente el espacio-lugar-cementerio.
En el mismo sentido de materialización concreta de lo simbólico, la necesidad de poner en juego el significante en lo espacial aparece en la configuración territorial: la ubicación de los cementerios en diálogo con una topografía dominante implica una manera de afirmar con gestos espaciales la trascendencia de lo que se emplaza, más allá de una necesidad estrictamente funcional. El gesto simbólico del emplazamiento de la “tipología” del cementerio de la Quebrada utiliza la dominación de las visuales como gesto de conexión entre el plano donde ocurre la vida (el pueblo, sus calles, sus construcciones) y la montaña, como aquello que permanece, que imprime personalidad y pertenencia En síntesis: identidad quebradeña.
Finalmente, como condición viva de lo espacial, es decir, como mirada humanizada, aparece la lectura paisajística que considera la variable temporal en el carácter cíclico que existe en la percepción del espacio-cementerio de la Quebrada de Humahuaca. Es a través del entendimiento de lo paisajístico como valor, que lo estético y decorativo se posicionan como determinantes de lo identitario, de lo patrimonial y de lo material, y que simbólicamente construyen rasgos de identidad en un territorio. Es decir, en lo paisajístico existe la intención de abordaje como texto que, al ser relacionado con otros textos y con el contexto, puede ser decodificado y dar cuenta de un conjunto de significados. A través de este análisis sería posible comprender las representaciones espaciales de la época y las formas en que las nuevas relaciones sociales se articulan con las estrategias de ejercicio del poder (Zusman, 2008).
A partir de estas afirmaciones, se puede pensar que la configuración espacial está necesariamente atravesada por prácticas materiales y simbólicas. Dichas prácticas necesitan ser reconocidas espacialmente y es en esta dialéctica donde es posible identificar los rasgos de identidad de un grupo humano. Esto permite poner el foco y valorar aquellas experiencias donde el hacer implica un reconocimiento tan íntimo de lo propio como lo que significa el lugar que posee la muerte y los muertos para una cultura particular.
En ese sentido, el análisis de los cementerios de la Quebrada de Humahuaca implica un reconocimiento de lo particular y de lo íntimo por encima de lo global, que en muchos casos está atravesado por lógicas e intereses ajenos a la gente del lugar. Existe, en el “uso” de estos espacios –y sus respectivas prácticas-, un sinceramiento que difiere de la “puesta en escena mediatizada”, que en muchos casos puede entenderse en la búsqueda de lo que puede ser capitalizado en los términos de la globalización.
Ha sido la intención de este trabajo reconocer la importancia que existe en los gestos cotidianos de las personas y colectivos humanos a la hora de realizar un análisis territorial y paisajístico, ya que implican un vehículo a través del cual es posible construir estrategias de gestión que pongan el valor en la mirada y la experiencia de las personas en el espacio. Lo que las personas hacen construye territorios y posibilita la existencia y permanencia de paisajes.

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