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Boletín de Estética

On-line version ISSN 2408-4417

Bol. estét.  no.55 Buenos Aires June 2021

http://dx.doi.org/10.36446/be.2021.55.256 

Artículos

La lectura retro y la lectura itinerante

Retro and Itinerant Reading

Carlos Pereda1 

1 Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas

Resumen

El presente escrito propone un recorrido por algunos territorios de la oralidad y de la escritura con el propósito de poner de relieve la distinción entre dos tipos fundamentales de lectura: la “lectura retro” y la “lectura itinerante”. La primera es concebida como un modo de cartografiar lo escrito que interpreta su “revés” a la luz de desarrollos propios de la psicología y la sociología. El segundo, en cambio, pone en acción la materialidad del texto (el sonido de la palabra y el ritmo de la escritura) para ir en busca, por caminos inesperados y muchas veces peligrosos, del sentido como “acontecimiento”.

Palabras clave: Oralidad; Escritura; Lectura; Estética centrípeta; Estética centrífuga

Abstract

This paper proposes a journey through some territories of orality and writing for the purpose of shedding light on the distinction between two fundamental types of reading: the “retro reading” and the “itinerant reading”. The first is conceived as a mapping of the writing that attempts to understand its “reverse” in psychological and sociological terms. The second, by contrast, sets in motion the material condition of the text (the sound of words and the rhythm of writing) in pursuit of the meaning as “event”, through unexpected and often dangerous paths.

Keywords: Orality;Writing; Reading; Centripetal Aesthetics; Centrifugal Aesthetics

I

No cabe duda: improvisar versos, o repetirlos, o cantarlos, o balbucearlos, e incluso confesarse susurrándolos a quien amamos o a nosotros mismos, es un hábito común. Sin exagerar vale la pena que puntualice: se trata de una actividad infinitamente más común de lo que se supone y, por supuesto, infinitamente más común que leer poesía. Porque desde que nuestros ancestros, en una cueva o a la intemperie, daban gritos o gemían alrededor de una hoguera, los animales humanos, en la más desolada tristeza y hasta en los muchos éxtasis del placer, invocando a los dioses, o a Dios, o a la juventud que se fue, en el amor, en el odio, en la contemplación, en la queja, en el trabajo, en la lucha política, en la paz y en la guerra, a solas o en coro, no nos hemos cansados de celebrar con versos incluso la tristeza y la desesperación.

Sin embargo, casi tan común o tan común como el hábito de los animales humanos de adornarse o purificarse con versos es su trato con historias. Incluso las niñas y los niños más pequeños, antes de dormirse ruegan a sus padres o a quienes los cuidan que les narren un cuento, que a menudo es el mismo cuento que se narró en las noches anteriores. Pero la repetición no elimina el interés ni el goce de volver a escuchar lo que ya se sabe que ocurre. Además, al terminar esos cuentos, no pocas veces todavía se pregunta: ¿qué sucede después? Así, se pide que la narración continúe o que comience otra historia. Como si el hambre de historias fuese insaciable. Pero no solo lo es en la niñez. A menudo cuando viejas amigas, o viejos amigos, se reencuentran, o cuando por casualidad toman juntos un café, o en las sobremesas una de esas personas comienza a recordar o a fingir que recuerda sucesos del pasado y, poco a poco, también se van articulando narraciones que a menudo se engarzan con otras narraciones; en el caso de las sobremesas, con narraciones del mismo comensal o de otras u otros comensales. “Miren, a mí me pasó algo similar…”: con palabras como esas comienzan no poco narrar que después de algunos tragos, en ocasiones, se vuelven historias amargas o tenebrosas y hasta agresivas, sin excluir los insultos. Tampoco es raro que amigas o amigos que se han probado cierta intimidad al reunirse se pregunten: ¿al respecto, qué nuevos chismes tienes? Porque los chismes son también micro-historias que se murmuran por placer o para dar una noticia; con frecuencia, para comentar negativamente esto o aquello, aunque sobre todo para estar juntos y gozar de complicidades momentáneas; como en la niñez pasa con los cuentos para dormirse, a veces pareciera que la necesidad de esas complicidades fuese también insaciable. Por otra parte, quienes han sufrido maltratos y violaciones que se han convertido en traumas, o son las o los sobrevivientes de catástrofes políticas como una dictadura, o habitan en regiones heridas de manera constante por la violencia, también esas personas dañadas padecen la necesidad, quizá la desesperada y urgente necesidad, que a la vez es un derecho, de dar testimonio. En este contexto la expresión “dar testimonio” significa narrar ofensas y traiciones: injusticias sufridas, agravio y humillación y decirle a todo eso: “basta ya”, “nunca más”. Por consiguiente, de manera opuesta a las y los niños que piden historias para acurrucarse y dormir, quienes testimonian acerca del horror, irrumpen con historias para sacudirnos y hacernos despertar, aunque no queramos saber para nada de tales infamias.

No obstante, los animales humanos no solo viven entre versos e historias, también dan, se dan y piden, y en ciertos momentos hasta exigen que se razone, que se ofrezcan argumentos y teorías. De esa manera, se exhorta a que se justifique esta o aquella acción que se ha convertido en motivo de controversia. O al menos los animales humanos quieren entender lo que pasó o pasa en sus alrededores y lo que les pasa. Por consiguiente, no pocos animales humanos procuran responder preguntas como: “¿qué ocurre con nosotros si se continúa discriminando por el color de la piel o por las preferencias sexuales?”, “¿en qué me convierto yo o en que nos convertimos nosotros -la familia, las y los amigos, el país que habitamos, acaso el planeta…- si no nos ocupamos del cambio climático?” Respecto de muchas de esas preguntas -que más que preguntas a menudo son ansiedades- se van articulando unas tras otras razones del pasado y del presente, a veces de modo tan febril como se encadenan las historias en algunas sobremesas de gente que no se quiere tanto como declara quererse. Por otra parte, esas preguntas y los argumentos y teorías que se ofrecen también construyen experimentos reflexivos, esos experimentos de pensamiento que a menudo en la soledad, en ocasiones sin mover un músculo y hasta sin parpadear, realiza la primera persona reexaminado su vida, al mismo tiempo que busca evitar sus desgastes, su ira y sus angustias tanto por lo que no fue, como en relación con el mal convivir que es.

II

Nadie lo ignora, pero vale la pena recordar que suele haber una actividad posterior, en ocasiones muy posterior a esas dispares experiencias articulada por una variada oralidad: a ese celebrar o maldecir con versos, reiterar viejos cuentos o confesarse con historias que son todavía parte del presente, o razonar y defenderse o excusarse con argumentos. Esa actividad posterior ─en el tiempo, aunque no en la importancia─ consiste en dejar de algún modo constancia en piel, en piedra o en papel, a fragmentos de esa oralidad. Desde hace mucho tiempo a toda esa actividad posterior en primer grado la identificamos con la palabra “escritura”.

Cuidado: escribir se dice de muchas maneras. Por eso considero útil atender la escritura como desplegándose como un complejo y enredado continuo entre dos polos. Por un lado, en el polo débil de ese continuo nos topamos con la práctica de redactar o simplemente poner por escrito un mensaje tal vez con eficacia, aunque la formulación sea inepta. A su vez, en el polo fuerte encontramos sutiles elaboraciones, ese ir transformando y refinando con sucesivas operaciones una o varias versiones de lo escrito.

Por ejemplo, en el polo débil de ese continuo de la escritura se encuentran los varios tipos de formularios que por desgracia tenemos que llenar con frecuencia, los mensajes para advertir de una demora, o para excusarnos o agradecer gestos amables, así como no pocos escritos de los periódicos, las revistas y otros medios de circulación pública. De seguro también hay que incluir no lejos de ese polo muchos de los versos que se redactaron en secreto en la juventud; o a esas historias o reflexiones y argumentos que solo se borronean en un diario íntimo; o a aquellos dramas que en el pasado eran el tema de largas cartas y hoy conforman apresurados correos, esos e-mails que se olvidan apenas se acaban de enviar.

Al contrario, en el polo fuerte del continuo encontramos manifestaciones densas de lo escrito que en muchas tradiciones se suelen subsumir bajo palabras como “literatura” o incluso “filosofía”. Para evocar ejemplos extremos, estas elaboraciones y reelaboraciones confrontan con versos que a veces iluminan y otras veces nos dejan pasmados como los de Friedrich Hölderlin o Stéphane Mallarmé. O con historias narradas con tanto ímpetu y fervor como aquella acerca de la amistad entre Don Quijote y Sancho o sobre las pérdidas y las perversiones, no solo de la amistad y de la sexualidad sino de la vida misma, en Las palmeras salvajes. O con la tradición ensayística, uno de cuyos comienzos suele atribuirse a las reflexiones que Montaigne escribe haciendo uso constante de la estrategia de los rodeos: rodeos hacia el pasado, rodeos en el presente, rodeos entre el presente y el pasado. Los ensayistas posteriores no han dejado de proseguir reelaborando estos rodeos, que muchas veces ha sido la tarea de no poca filosofía como la que desarrolla Descartes en el Discurso del método.

Por supuesto, como en todo continuo, en el continuo de la escritura entre redactar y elaborar a cada paso se intercalan instancias intermedias que, además, no pocas veces se traslapan. No solo eso. Estamos ante un continuo móvil. En ocasiones escritos que consideramos cercanos al polo débil como historias que publican periódicos del día, o muchos registros de confesiones de víctimas de secuestros o de catástrofes políticas, de pronto obligan, al menos a tratarse como pertenecientes al polo fuerte. Y al revés: palabras que se escribieron para producir escritura extremadamente densa -poemas herméticos, novelas a siete voces, argumentos escrupulosos…- se olvidan; o, en el mejor de los casos, a esas palabras se las traslada al polo débil para ser apenas tratadas como algunas de las tantas fuentes para historiar las manías de una época.

III

Por supuesto, hay todavía una actividad posterior a esa actividad posterior en primer grado a diversas experiencias que es el continuo de la escritura. Porque leer es, no cabe la menor duda, una actividad todavía posterior a la de escribir y, así, una actividad posterior en segundo grado. Tal vez por eso advierte Jorge Luis Borges en el primero de los prólogos a su Historia universal de la infamia de 1935, que leer es una actividad “más resignada, más civil, más intelectual” (1984, 1: 283). Sin embargo, la sentencia de Borges (sentencia también en el sentido judicial de la palabra “sentencia”), ¿expresa una verdad? ¿O solo parte de una verdad?

En relación con los textos elaboradamente densos que en el continuo de la escritura se actualizan, por ejemplo, en cierta poesía, en cierta narrativa, en cierto ensayo, en cierta filosofía de ayer o de hoy, esa actividad posterior en segundo grado que es leer se puede tramitar de varias maneras. Esas maneras no solo se bifurcan con tranquilidad: en ocasiones chocan, se contradicen, entran en ásperos conflictos o despiertan inesperadas y gozosas alianzas. Acaso se pueda comprobar ya: tal vez esa actividad posterior en segundo grado, tales lecturas, no necesariamente tienen que asumir solo formas intelectualmente resignadas de proceder, como sugiere Borges. Quizás incluso haya posibilidades de leer una escritura elaborada que no tengan nada que ver con la resignación. Hasta no sorprende que la civilidad de estas lecturas en ocasiones se evapore y se convierta… ¿en qué? ¿Acaso en una lectura salvaje que rompe con cualquier regla de urbanidad y nos lanza a explorar lo que desconocemos? No nos apresuremos demasiado. (Las premuras suelen conducir a caminos pedregosos que nos hacen tropezar y desorientan o, sin más, ensucian y hasta en ocasiones nos ahogan en pantanos).

Por lo pronto, con dos tipos de lecturas solemos recorrer los territorios de la escritura densa o de escrituras que también se pueden o es útil leerlas como si se tratase de escritura densa. Al respecto -si se me permite la analogía- son conocidos dos tipos de mapas (aunque no se los nombre ni se los describa, y ni siquiera se los asuma como tales). Llamo a esta manera de mapear el continuo de la escritura: “lectura retro” y “lectura itinerante”. (Pero en ambos casos no se olvide: se trata de leer fragmentos del continuo de la escritura).

IV

Por “lectura retro” entiendo aquel mapa que usa cualquier texto, por ejemplo, los e-mails o las historias de un periódico, o también un poema, una narración, un ensayo, un tratado de filosofía para marcar rutas que se dirigen hacia el pasado, a veces hacia un pasado reciente, pero otras veces hacia un pasado lejano. Lo que importa a este tipo de leer es observar lo que hay detrás del texto. Pues con la lectura retro se procura mapear contextos de producción. Por ejemplo, respecto de una poesía, de una narración o de un ensayo esos contextos son directamente los propósitos, o si no se pueden conseguir, la biografía o aspectos de la biografía de quien produjo esos textos o lecturas retro-intencionalistas, por un lado. Por otro lado, también se busca marcar las circunstancias sociales que, de alguna manera, tal vez a menudo de maneras extrañas y entreveradas, condicionan o, al menos, enmarcan al texto o lecturas retro-documentalistas. En el primer caso estamos ante una lectura psicológica del poema, de la narración o del ensayo: la o el lector busca recuperar las intenciones que se tenían al escribir. En el segundo caso estamos ante una lectura sociológica o antropológica del texto: la o el lector procura reconstruir circunstancias, las situaciones sociales en las que se gestó el texto y que Este, de maneras a veces recónditas, quizás incluye a tales situaciones. Según la lectura retro, la lectura de un texto busca recuperar lo que quiso hacer su productor o recuperar las condiciones sociales en las que se produjo el texto.

Por eso, si al leer se adopta una lectura retro, hurgando hacia atrás de los poemas, de las narraciones y de los ensayos, sospecho que la escritura, al menos que la escritura elaboradamente densa, poco a poco pierde sus elaboraciones y su densidad: la peculiar materialidad que la hacer ser eso, escritura elaboradamente densa. Al mapearse de esta manera una escritura, por ejemplo, un poema o una novela o un ensayo acaban por volverse los testimonios de algunos momentos de una biografía o, tal vez se prefiera convertirlos en los documentos de algunas luchas o miserias de cierta sociedad. Ya no son versos, historias y ensayos que encantan, que producen zozobra o perplejidad, que desafían y hasta acorralan a la o el lector, sino materiales de estudio, como tantos otros materiales de estudio. O quizá ni siquiera eso, se trata de pistas más o menos borradas en un mapa poco claro que, con una mezcla entre condescendencia y obsesión, persiguen las y los profesores convertidos en detectives no solo desalmados sino obsesionados por resolver… ¿un crimen? ¿El poema, la narración, el ensayo se atienden ya, entonces, como crímenes?

Notoriamente, respecto de estos materiales de estudio con que trabaja una lectura retro estamos ante fragmentos que hay que subsumir bajo una estética estática. El pasado de intenciones personales y de prácticas sociales que produjeron el poema, la narración y el ensayo ya fueron. Sin embargo, se suponen que están ahí (pero ¿están todavía ahí?, ¿dónde?) para que se los indague siguiendo una metodología sancionada por algún código civil o, al menos, distraídamente, aburridamente aceptada por alguna academia. Por consiguiente, la y el lector han dejado de ser gente que goza o queda perplejo o angustiado o abrumado con versos, con historias, con reflexiones y se han convertido en investigadores-detectives que revuelven entre testimonios psicológicos y/o entre documentos sociales (¿cómo quienes carecen de hogar revuelven en los tarros de basura?). Este es, claro, un posible mapa en que se puede convertir, y con frecuencia se convierte, esa actividad posterior en segundo grado a que aludía Borges, y que es leer si estamos frente a resignadas restauraciones intelectuales: la lectura retro-intencionalista o la lectura retro-documentalista.

Se objetará: no toda lectura intencionalista es una lectura psicológica porque también se puede querer averiguar no las intenciones externas de un texto, la de su productora o productor, sino las intenciones internas que actualiza el producto mismo: las intenciones internas que se encuentran presentes en un poema, una narración, un ensayo. Sin embargo, la expresión “las intenciones internas que se encuentran presentes en un poema…” es equivalente a la expresión “la materialidad con que se construye el texto mismo del poema…”. Pero esa materialidad se encuentra en movimiento, no por magia, sino porque es un fragmento de varias historias -de historias que atañen al texto y a la lectora o lector-. De ahí que la lectura intencionalista que recoge las intenciones internas actualizadas en los sentidos presentes que producen un poema, una narración, un ensayo no es una lectura retro: no es una lectura intencionalista o documentalista que se rige por una estética estática. Pero, se preguntará ya: ¿qué es eso?

Previsiblemente, otras denominaciones para la estética estática que preside y rige a las lecturas retro, tanto en su versión intencionalista, como en su versión documentalista, son “estética puramente intelectual”, y también “estética resignada”. Se trata de la estética que procura no correr riesgos -aunque empuje a quienes la practican a vagabundear por corredores sin salida hasta la fatiga o el tedio-. Es la estética que subyace al trabajo de las y los investigadores que han decidido ocuparse de esos artefactos raros, los objetos del arte, pero sin complicarse la vida acogiendo el entusiasmo, la desesperación, la alegría, las invocaciones, la farra, la indignación social, el goce… que pueden producir tales artefactos. No obstante, sin tales acogidas de trozos de vida, la liturgia monocorde de las lecturas retro se convierte en meros ejercicios de la imaginación centrípeta, a menudo no se sabe con qué propósito.

V

Por supuesto, en otro trabajohemos adelantado que hay otro tipo de mapas que se puede adoptar respecto de una escritura densa: aquel propio de una estética nómada (véase Pereda2018). Ésta libera y pone en acción la materialidad de las palabras, esas fuerzas a las que el intencionalismo y las ansias documentalistas inmovilizan y procuran congelar. Cuando se lee produciendo esa desmovilización se lee para proseguir andando: se hace una “lectura itinerante”. A este tipo de lectura o, más bien, de sucesivas relecturas, no les interesa detenerse frente al texto cosificado que examina una o un investigador, como muchos arqueólogos hacen fotografías de ruinas que -¿aburridamente? - examinan en sus laboratorios, sino que busca seguir a las palabras de los versos, de las narraciones, de los ensayos a dónde éstas corren, a dónde quieran llevarnos, por escritas que ya se encuentren esas palabras. Porque quien hace una lectura itinerante sabe que los sentidos de las palabras no están fijos, prisioneros de viejos tomos empastados en alguna empolvada biblioteca, sino que los sentidos acontecen, resuenan. Pero ese resonar de las palabras y la sensualidad que las envuelve solo puede recogerse por el pensamiento propio de una estética nómada: por un pensamiento nómada. Por consiguiente, se procura no desatender las resonancias de la escritura densa para experimentar, al mismo tiempo, los sentidos y los roces sensuales de las palabras. Esos experimentos pueden producir tristezas o alegrías o, como enseña Aristóteles en relación con las tragedias, compasión y terror. Pero también esas palabras pueden suscitar implacables pensamientos que nos acorralan y nos hacen repensarlos y repensarnos como en algunos ensayos y textos de filosofía. Por supuesto, esas querencias empujan a las y los lectores de versos, de narraciones, de razonamientos por caminos no previstos, y hace trascender sus palabras a su emisora o emisor y a sus lugares de emisión. Ese trascender no admite frenos. Su ambición consiste en no dejar de acompañar a tales palabras y, así, a menudo renovarse o reinventarse, renovándolas y reiventándolas.

En este sentido, como fuertes refuerzos y no menos fuertes advertencias para la lectura itinerante, aunque se esté por completo a solas leyendo en silencio vale la pena hacer un experimento de pensamiento: imaginarse bailando en medio de una fiesta enloquecida y, de pronto, volver a tararear -a saborear- los versos de una canción tan popular como “Los caminos de la vida”. Esa canción tan repetida recuerda -y porque los animales humanos con ansiedad procuramos convertirnos a la Secta de los Olvidadizos de la Precariedad y del Riesgo- que esos caminos:

No son lo que yo esperaba No son lo que yo creía

Previsiblemente casi enseguida, aunque se esté en medio del agitarse de los cuerpos y la algarabía, o imaginando esa felicidad, la canción también advierte que en tales caminos no dejan de interponerse ríos peligrosos y abismos, y asaltantes que roban y secuestran. Por eso esos caminos:

Son muy difíciles de andarlos Difícil de caminarlos.

No cabe duda: quien lea con lectura itinerante debe aprender que, como todo camino, también los caminos de este tipo de lectura a menudo no son lo que espera la o el lector. Además, no pocas veces se vuelven difíciles de andar pues con frecuencia el mapa se vuelve confuso: en ocasiones no hay apoyos ni en la filología o en la psicología, ni en la sociología o en la antropología. ¿Por qué? En la lectura itinerante de escritura densa, por ejemplo, de escrituras tan variadas como un poema, una narración o un ensayo que nos importan, éstos sobreviven por encima de sí mismos, de su época y de su tiempo. Así, cada lectura provoca, más allá de cualquier resignación, nuevas versiones, disputas consigo mismo, hasta posibles resurrecciones de experiencias olvidadas que, en contacto, con los frágiles o robustos usos de las palabras, desatar en la y el lector itinerantes, imaginación cada vez más centrífuga. Ésta es una imaginación que empuja a dar un paso más, y otro y otro, aunque cada paso cueste.

Se trata, entonces, insisto, de reaprender a leer recogiendo la materialidad de las palabras. Por ejemplo, al mapear las palabras escritas de un poema, de una historia, de un ensayo, se trata de escuchar su sonido, el ritmo no pocas veces dramático de los párrafos, la puntuación que detiene un momento y aconseja respirar profundamente. ¿Para qué? Se recoge esa materialidad como antes de cruzar desiertos se recoge agua y alimentos para el camino. Porque en la lectura itinerante estamos frente a un tipo de lectura que crea libertad, que devuelve libertad para seguir andando.

VI

Se objetará: una oposición tan radical entre los mapeos de una lectura retro y una lectura itinerante es una falsa oposición que no solo no le hace justicia ni a uno ni a otro tipo de lectura, sino que los desfigura a ambos. Entonces ¿acaso enfrentamos una falsa oposición? Tal vez se advierta: en ocasiones es útil suponer que estamos frente a falsas oposiciones e irlas poco a poco disolviendo en las instancias intermedias de un continuo. ¿Acaso respecto de esta oposición nos encontramos en esa situación? Tal vez no del todo. Pues sospecho que las lecturas retro no incluyen ningún lugar, ningún hueco en sí mismas, respecto del cual puede ayudar una lectura itinerante. Más todavía, parecería que una lectura retro se desmorona si se la acerca a una estética nómada.

Por el contrario, examinemos qué sucede con las lecturas itinerantes, qué ayudas admite y hasta necesita. Sin duda, con frecuencia les son útiles algunos aportes de las lecturas retro. En particular sospecho que a menudo es inevitable remitirse a las lecturas retro-documentalistas de todo tipo. Las ayudas que las lecturas retro-documentalistas pueden ofrecer a una lectura itinerante son varias. En relación con lecturas itinerantes de textos de un pasado pasado -de un pasado lejano- un primer obstáculo lo puede presentar ya entender su lenguaje y el sistema de las convenciones que lo rigen. Además, entender parte de esas convenciones es entender no solo el marco social y la tradición cultural en que se incluyen esos textos, sino entender sin más esos textos. Pero también en relación con palabras de nuestras o nuestros contemporáneos a menudo para comprenderlas se impone encontrar caminos hacia las situaciones que describen y cómo se las trata. Por ejemplo, hay que mapear cómo se vive la soledad y el estar con las y los otros, cómo se manejan los conflictos en el continuo público-privado-íntimo, qué se hace con las depresiones y las enfermedades y, por supuesto, con qué actitud se enfrentan las diversas caras de la violencia y de la muerte.

Tales observaciones no impiden, sin embargo, que una lectura itinerante trabaje también con anacronismos creativos. Pero sobre todo no evita que, a partir de tales lecturas, se ensayen exploraciones con los problemas que irrumpen en los presentes de las y los lectores. A veces con tales lecturas se enfrenta a esos problemas, y se procura interrogarlos, o redescribirlos para buscar solucionarlos o disolverlos. Otras veces una lectura itinerante obliga a la o el lector a quedarse perplejo -y, por decirlo así, le obligan a acampar una noche o varios días y noches- frente a caminos que no se sabe cómo proseguir andando.

VII

Después de este rápido recorrido por algunos territorios de la oralidad, de la escritura y de la lectura, compliquémonos ya la vida con entusiasmos, angustias, encuentros sorpresivos, invocaciones, susurros entre calamidades, agitadas farras, indignación social, experimentos, aventuras…, e intentemos llevar a cabo lecturas itinerantes.

Referencias

Borges, Jorge Luis (1984), Obras completas, 2 ts., (Buenos Aires: Emecé-Círculo de Lectores). [ Links ]

Pereda, Carlos (2018), Patologías del juicio. Un ensayo sobre literatura, moral y estética nómada (México: CENART - Instituto de Investigaciones Filosóficas). [ Links ]

Recibido: 11 de Marzo de 2021; Aprobado: 14 de Mayo de 2021

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