SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.26 issue1‘Punto de vista’ and the Argentine Intellectual Left,Escuchar Malvinas. Músicas y sonidos de la guerra, author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.26 no.1 Bernal June 2022  Epub Nov 01, 2022

http://dx.doi.org/10.48160/18520499prismas26.1344 

Reseña

Lo que no sabemos de Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra,

Hugo Vezzetti1 

1 Universidad de Buenos Aires / CONICET

Carassai, Sebastián. Buenos Aires: Siglo XXI, 2022. 304p.

Malvinas evoca inmediatamente la guerra, la humillación de la derrota y el resentimiento contra las cúpulas militares que la llevaron adelante. Antes y después está la causa nacional afincada en una figura territorial de la nación, la ficción poderosa de un cuerpo (materno, podría arriesgar algún lector de Freud) al que algún malvado le ha arrancado un retoño. No hace falta decirlo, cuanto más se afirma esa idea de la nación como cuerpo y el fantasma de una completitud perdida, menos arraiga la representación de eso que se ha llamado el “patriotismo de la Constitución”.

Carassai cambia el registro, y nos incluye, invitados a reconocer, ante todo, lo que no sabemos de Malvinas. Lo que no sabemos se recorta a partir de lo que sí creemos saber, de modo que resulta casi inevitable repasar esta historia desde el final, la guerra, la derrota y lo que ha quedado obturado de la experiencia anterior. En todo caso, la presunción del “no saber” ha operado productivamente como un disparador de preguntas nuevas, incómodas, que horadan certezas y alineamientos. En síntesis, lo que no sabemos se ordena en tres planos: primero, sobre la sociedad isleña; luego, acerca de la experiencia única e irrepetible de acercamiento y colaboración desde mediados de los sesenta a comienzos de los setenta; finalmente, en un plano menos explícito, lo que no queremos saber sobre una “genealogía” de la invasión que involucra a la sociedad.

Lo primero y destacable de esta investigación es que en ella Malvinas es algo distinto de un territorio o una geografía: es una comunidad social y política, con historia, cultura, instituciones y, por supuesto, derechos. Los isleños están en el centro de una trama de representaciones cruzadas y narraciones paralelas, entre los testimonios de los viajeros argentinos y las visiones de los habitantes de las islas sobre su propia sociedad. Del lado de los visitantes argentinos, no todos vieron lo mismo, pero en general el retrato que ofrecen responde a lo que desean ver, a partir de la convicción de una integración inevitable. Oscilan entre la imagen de los isleños como víctimas de la potencia colonial (y por lo tanto cercanos a la posición argentina) o, en un registro que se hace cada vez más visible en los setenta, como cómplices de la ocupación.

Desde los sesenta crecen las crónicas, visitas de periodistas, registros audiovisuales, imágenes de las Malvinas que se difunden en la televisión, pero no mejora la información sobre quienes habitan las islas. Carassai contrasta lo que describían los viajeros con una investigación de la realidad y de la autopercepción de la sociedad isleña a partir de fuentes primarias. Y desentraña una relación compleja, de encuentros y desencuentros, de acercamientos, distancias y malentendidos en el período anterior a la guerra. Concluye abordando, brevemente, los cambios en la posguerra.

En el recorrido que va de los viajeros a las fuentes malvinenses subyace una pregunta: ¿quiénes son y cómo se ven los isleños? Y emergen los enredos de la identidad alrededor de una condición “malvinera” (o de Falkland Islanders) no exenta de conflictos con la filiación británica que, además, cambia con el tiempo. En contra de las ilusiones nacionales, lo que no cambia y termina por fijarse como un rasgo permanente de esa identidad es el rechazo a concebirse, aun en un futuro lejano, como argentinos.

Quizá lo más importante reside en la investigación sobre la sociedad malvinense, el propósito de enfrentarnos con lo que no sabemos o no queremos saber. Carassai ofrece un cuadro de situación de esa comunidad y sus problemas (económicos, de comunicación y servicio, de autogobierno en el terreno político), que nacen de una relación complicada con una metrópolis situada a miles de kilómetros. Otorga carnadura al conflicto a partir de un reconocimiento de esos “otros” de los que no solo ignoramos casi todo, sino que sobre ese vacío de conocimiento edificamos distintas figuras (usurpadores, sobre todo) que los borran como agentes del conflicto. Los años sesenta muestran una creciente presencia del tema Malvinas en la opinión y los medios argentinos. Paralelamente, es el tiempo de los cambios más significativos en las islas, ante todo un interés renovado por la escena política argentina y sus consecuencias en el plano de la disputa por la nacionalidad.

Es un tiempo de contrastes nítidos en las iniciativas, los discursos y las expectativas. Por un lado, es la “década del optimismo”, a partir de los avances diplomáticos y el acercamiento material, que comienzan bajo el gobierno de Illia y continúan con la dictadura de Onganía. Por otro, estaban las incursiones y algunas invasiones “simbólicas” de quienes viajaban sin autorización para denunciar la ocupación y reivindicar la soberanía argentina. Los medios difunden lo que para muchos eran las primeras fotografías de las islas; y agregan sus propias ficciones sobre los isleños, presentados como una sociedad atrasada y disconforme, abandonada por la Corona, disponible para integrarse a la Argentina. En 1966 casi simultáneamente con la presencia de Malvinas en la televisión irrumpe en la escena pública la ocupación y las banderas plantadas por la Operación Cóndor, una acción de propaganda en la que no faltaban las armas. En esa operación, Puerto Stanley es rebautizado como Puerto Rivero en consonancia con la narrativa nacionalista que reinventa la figura patriótica del Gaucho Rivero. Paradojas de esos años, el fervor nacionalista que llama a una ocupación coexiste con un avance real en las relaciones. Pero lo que se profundizaba, más que el conocimiento recíproco, era el desencuentro, en la medida en que la sociedad malvinense se afirmaba tanto más en la defensa de su existencia cuanto más crecía la preocupación y la desconfianza respecto de negociaciones entre la Argentina y el Reino Unido que los excluían en las decisiones sobre su futuro.

La presencia argentina efectiva en las islas se hacía mucho más visible, sobre todo desde 1971 con el acuerdo de comunicación. Mientras crecía el turismo, el Estado argentino reemplazaba al británico y se hacía cargo de problemas de larga data en materia de comunicaciones, comercio, desarrollo agrícola, salud y educación. Se firmó un convenio educativo y muchos niños y jóvenes malvinenses completaban sus estudios en la Argentina; se aprobó la enseñanza del español como segunda lengua, lo que llevó a la contratación de maestras argentinas, etc. En la nueva situación se despertaban ilusiones. Algunos pensaban que la colaboración podía ir más allá de la buena vecindad para ganar la voluntad isleña e impulsar una actitud más favorable a la integración. Pero el acercamiento en el plano material de los servicios que el Estado argentino prestaba coexistía con el rechazo a la integración y la desconfianza en las negociaciones. El conflicto por la soberanía estaba allí como un escollo insalvable y la fractura se ahondana aún más cuando llegaban desde la Argentina las escenas de la violencia, la inestabilidad política y las voces que llamaban a una invasión, en la estela de la Operación Cóndor.

Ese tiempo de encuentros se frustró rápidamente. Mientras los funcionarios estatales continuaban con la negociación diplomática y con el acercamiento en las relaciones directas con la sociedad isleña, en la escena política y en los medios arraigaban las visiones nacionalistas que presionaban por una solución menos gradual y, sobre todo, menos pacífica. Durante el gobierno del Gral. Perón y su esposa se reiteraban las manifestaciones de reafirmación de la soberanía argentina, hasta llegar, en 1973, a la creación del 10 de junio como “Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico”. Y no faltaron, desde la política y desde la sociedad, las propuestas de invasión asociadas al nuevo ciclo del peronismo en el poder.

El libro también recoge miradas escindidas, voces capaces de reconocer algo distinto de un territorio usurpado o una población trasplantada: la existencia de un grupo humano con intereses, inclinaciones, una cultura propia y un hogar construido a lo largo de las generaciones. Pero son las menos, relegadas frente a una opinión dominante identificada con la “causa nacional”. De allí se sigue una dialéctica conocida. Los aprestos de un nacionalismo agresivo, de un lado, producen, del otro, reacciones que endurecen aquello que pretenden ablandar: el fortalecimiento de una conciencia afincada en la defensa de la autodeterminación. Mucho más que antes, el rasgo antiargentino pasa a ser un componente dominante de esa constelación identitaria. Por supuesto, ese sentimiento no hace sino solidificarse después de la invasión y la humillación de la ocupación, una escena “traumática” incrustada en la memoria de la comunidad.

En la sociedad isleña, después del relativo aislamiento anterior, la relación con la Argentina inaugura una agenda en la que el avance en un plano social concreto cede y se reinterpreta a la luz de una preocupación por el futuro. La disputa de soberanía se traduce, en la sociedad, como una lucha que toca un fundamento de la propia identidad. A lo que se agrega la desconfianza en las intenciones del gobierno británico respecto de decisiones tomadas a sus espaldas. En el marco del conflicto se despliega un movimiento de la conciencia colectiva, la autoconstitución de una comunidad política que se afirma, como un núcleo duro de su identidad, en el rechazo de la fórmula que busca suprimir sus “deseos” para reemplazarlos por “intereses” que pueden decidirse sin su participación.

Vista en sentido retrospectivo, esta historia muestra que el rumbo hacia la confrontación estaba anunciado. A la vez, permite interrogar ciertas condiciones, en la opinión social y la conciencia colectiva, que sostuvieron ese camino y reconocer que el desenlace, la guerra, no era inevitable. El patriotismo de confrontación es una pasión recíproca que escala en ambos polos en las vísperas de la guerra. Las fracturas se ahondaban y en las islas la presencia argentina ya no era de colaboración sino de “infiltración”, producía recelo y alejamiento. La prensa y las dirigencias, de un lado y del otro, contribuían decididamente a crear un clima favorable a la intransigencia.

El último capítulo trabaja sobre un corpus de letras del cancionero, desde los cuarenta, una vía de entrada a las representaciones del conflicto en la cultura popular. Se propone explorar, a partir de esas fuentes, una “comunidad emocional”, un concepto que merece ser resaltado y discutido. Muestra su fecundidad para abordar zonas menos racionales de los sentidos y las identidades colectivas, pero tiene el límite de ampliar el papel de las emociones en una formación que es también una comunidad de creencias y de memoria. Por otra parte, los componentes de los imaginarios sociales no se recortan fácilmente: ciertos núcleos (Malvinas, por ejemplo) condensan y refuerzan otros, en este caso alrededor de la nación, la historia o el territorio.

En todo caso, lo importante es que esa investigación, muy original, de la imaginación nacionalista “desde abajo” (para usar un término consagrado en la historiografía) resalta la construcción imaginaria de un escenario de guerra nacional, desde mucho antes de la invasión de 1982. Malvinas opera como emblema de la patria irredenta y de la ligazón social del “Pueblo-uno”. En los intensos años sesenta las canciones se radicalizaban: en contraste con el carácter blando, “feminizado”, de la colaboración, resaltaba el motivo del coraje, las visiones guerreras propias de una visión varonil de la pasión patriótica, encarnado en la figura legendaria del Gaucho Rivero. No hace falta decirlo, en esa constelación de creencias, inclinada a las soluciones drásticas, no había lugar para la diplomacia.

En ese análisis, la dimensión popular comprende una zona latente de ideas, escenas y pasiones, formaciones de un inconsciente histórico que en otros estratos de la sociedad (políticos, intelectuales…) queda inhibido, aunque emerge con fuerza en momentos de crisis que trastocan los dispositivos de censura, como la guerra de 1982. El fervor bélico arrastró a casi todos, incluso a los que seguramente antes de la acción militar hubieran rechazado la propuesta de una invasión. En esa exploración de esa zona menos visible de la cultura, y de la esfera pública, lo más novedoso residiría en un modo de pensar la relación entre lo popular y lo culto, ya no como oposición o simple penetración, sino en sus efectos de revelación de lo menos reconocido en las expresiones manifiestas de la opinión.

En el “Epílogo” el autor no deja de incluirse en la serie de los “viajeros”. Narrador de su propia experiencia, en una flexión inhabitual en su escritura, pasa a la primera persona, en una posición a la vez ajena y familiar, y experimenta “algo parecido a un duelo”. Es el descubrimiento de una distancia, una fractura que, en el conjunto del libro, contrasta con ese otro tiempo en el que las relaciones alimentaban la ilusión de un encuentro. La investigación no se ocupa directamente de la guerra; sin embargo, el acontecimiento está ahí, en la experiencia de ese presente fracturado. La guerra condensa en la conciencia de esa sociedad el recuerdo doloroso de la violencia sufrida pero también la celebración de su propio “Día de la Liberación”. La posguerra ha sido el punto de partida de una relación mucho más estrecha con la Corona, el fortalecimiento material y el acceso pleno a la ciudadanía británica. Ese fundamento inalterado de la identidad convive con la condición de Falkland Islander y la consolidación de una nueva sociedad, una comunidad de memoria y de destino. Visto con una perspectiva de cuatro décadas, el resultado más perdurable de la guerra parece ser el afianzamiento de un nacionalismo isleño que es a la vez británico y local.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons