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Revista de historia americana y argentina

Print version ISSN 2314-1549On-line version ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.52 no.2 Mendoza Oct. 2017

 

ARTÍCULOS DE HISTORIA ARGENTINA

UN PENSADOR EUROPEO AL PIE DE LOS ANDES: Aproximación biográfica y conceptual a Alberto Falcionelli

 

Sebastián Sánchez

Universidad Nacional del Comahue. Neuquén, Argentina. sebastian.sanchez@fatu.uncoma.edu.ar

Recibido: 06-VII-2017
Aceptado: 15-VIII-2017

 

RESUMEN

Este trabajo es una aproximación a la vida y obra de Alberto Falcionelli, historiador franco- argentino que enseñó en la Universidad Nacional de Cuyo durante varias décadas. En la primera parte se desarrolla el periodo de su formación intelectual y política en Europa, su llegada a la Argentina a fines de los40 y los hitos de su vida académica y política hasta fines de los ’80. La segunda parte es un análisis bibliográfico y conceptual de las categorías centrales de su pensamiento, sobre todo en lo que a estudios rusos y sovietología se refiere. Para finalizar se señala la vigencia de su obra al momento de revisitar la Revolución Rusa en el año de su centenario.
Palabras claves: Biografía; Historia; Sovietología; Revolución; Capitalismo; Marxismo.

ABSTRACT

This work is an approximation to the life and work of Alberto Falcionelli, a French-Argentine historian who taught at the Universidad Nacional de Cuyo for several decades. In the first part the period of his intellectual and political formation in Europe is developed as well as his arrival in Argentina in the late 40s and the milestones of his academic and political life until the late 1980s. The second part is a bibliographical and conceptual analysis of the central categories of his thought, especially as far as Russian studies and Sovietology are concerned. Finally, the validity of his work is pointed out at the time of revisiting the Russian Revolution in the year of its centenary.
Key words: Biography; History; Sovietology; Revolution; Capitalism; Marxism.

 

INTRODUCCIÓN

Este trabajo es una aproximación a la vida y obra de un pensador europeo de fuste radicado en nuestro país.
Resulta paradójico que en tiempos de apología cotidiana de la memoria deba rescatarse del olvido a quienes han contribuido a preservarla con una labor histórica notable. Porque consideramos que la formación del historiador debe incluir una historia de la historiografía entendiendo por esta no sólo el estudio de las corrientes o escuelas sino también la de la persona de los historiadores, tanto en sus rasgos biográficos como en sus obras, es que dedicamos este ensayo biográfico al historiador franco argentino Alberto Falcionelli.
Falcionelli se radicó en Mendoza en 1947, en plena madurez intelectual, y desarrolló lo medular de su obra siendo profesor de la Universidad Nacional de Cuyo. Durante treinta años formó parte de una cohorte de pensadores europeos y argentinos que consolidaron a esa Universidad como foco de irradiación cultural de notable relevancia.
Destacado historiador de las ideas políticas y reconocido especialista en estudios rusos y soviéticos, Falcionelli fue un referente indiscutido durante el auge de la sovietología, en los años de la Guerra Fría. Por otro lado, habiéndose nacionalizado a poco de llegar a nuestro país, desarrolló hasta su muerte una intensa vida política, especialmente en el nacionalismo católico, a través de publicaciones políticas y, ocasionalmente, del ejercicio de cargos públicos.
Este artículo obedece por un lado a la intención de sustraer de la indiferencia a un notable historiador reseñando los aspectos trascendentes de su biografía y, por el otro, a analizar sus conceptos y categorías básicas a fin de señalar su vigencia a la hora de explicar cuestiones históricas contemporáneas.

APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA1

Primeros años. Formación política e intelectual. La guerra

Alberto Constantino José Falcionelli nació en un hogar de origen corso el27 de mayo de 1910, en el parisino barrio de Saint Germain des Prés, muy cerca de la Abadía del mismo nombre.
Hijo de Enrique (n. 1870) y Adelina (n.1883), dos circunstancias contribuyen quizás a explicar su temprana pasión por Rusia: en primer término una cuestión familiar, pues su abuelo paterno había sido profesor de francés de Nicolás II, el último de los zares2. Y por otro lado la proximidad de su hogar con la Catedral ortodoxa de Alexandre Nevski, el templo de estilo bizantino que aún hoy es sede del Arzobispado de las Iglesias ortodoxas rusas en Europa. El jovencito Falcionelli solía concurrir al Oficio en la Catedral y departir allí con los rusos blancos exiliados a causa de la Revolución, quienes compartían con él sus avatares.
Hizo sus primeras letras y sus estudios secundarios en la Abadía de San Maura, en Saint Germain des Prés. Terminado su bachillerato en 1928 emprendió en la Sorbona la Licenciatura en Letras e Historia.
Ese mismo año, mientras daba sus primeros pasos en el ejercicio del periodismo redactando notas breves sobre los sucesos europeos -a las que se sumarían más tarde artículos sobre literatura- Falcionelli vivió un acontecimiento decisivo para su vida política e intelectual: conoció y trabó una estrecha relación con Charles Maurras.

Debo mucho a Charles Maurras –escribe en una de sus obras iniciales- Tuve con él, entre mis dieciocho y veinticinco años, relaciones personales cotidianas que me han permitido penetrar bastante profundamente su pensamiento3.

Su temprana incorporación a Action Française implicó adherir a la idea de la restauración monárquica y trabar amistad y relación discipular con lo más granado del pensamiento francés. En la diaria vinculación con autores y reporteros distinguidos, el joven periodista se sumó a la reacción contra la República en tanto ésta -como expresa Calderón Bouchet- fue un poder disolvente porque no solamente no conservaba nada sino que malgastaba, dilapidaba sin ningún cuidado ni respeto la larga herencia física y espiritual del país.
Ante ese cuadro de situación, para Maurras y los miembros de Action Française

(…) el Rey era lo único que podía salvar a Francia de esta sumisión al poder apátrida del dinero (pues) Francia, enferma de revolución y democratismo progresista, guardaba en su seno el recuerdo de la monarquía que a través de los siglos la había hecho lo que era y le había dado, políticamente hablando, el siglo de oro de su hegemonía europea4.

La filiación monárquica de Falcionelli no fue sólo intelectual pues no tardó en sumarse a las filas de los Camelots du Roi, organización asociada a Action Française fundada por Maurice Pujó y Maxime Real del Sartre5. La formación de los Camelots, que contaba entre sus maestros a la flor y nata del pensamiento católico y reaccionario francés, se daba en paralelo a la acción directa en las calles por sus continuos enfrentamientos con socialistas y republicanos.
Mientras cursaba en la Sorbona Falcionelli, continuó colaborando en diversos medios de prensa, como la agencia informativa Havas, el semanario Le Journal des Débats politiques et litteraires y la Revue Universelle6. En la sala de redacción de la Revue -acreditada revista católica y monárquica- el joven redactor departía diariamente con Bainville, Bernanos, Barrés o Massis7, y esa fue su formación esencial, más allá de los estudios sistemáticos.
Durante los años20 fue forjándose como periodista y redactando sus primeros trabajos, siendo además privilegiado testigo del duro golpe que recibió Action Française por la condena de Pío XI8y la defección de algunos de sus miembros destacados, como Jacques Maritain.
A Falcionelli la militancia monárquica no le restó empuje para el estudio. En 1933 obtuvo la licenciatura en Letras e Historia en la Sorbona y poco después se matriculó como alumno extranjero del doctorado en Historia en la Universidad de Roma La Sapienzadonde se tituló en 1935 con una tesis sobre la influencia del icono en la estética contemporánea9.
La tarea periodística lo llevó a China, Japón y casi toda Europa. Tras un breve paso por la corresponsalía de Havas en la España en guerra, permaneció en Moscú durante 1936 y 1937, como corresponsal de la Revue Universelley segundo Agregado de Prensa de la Embajada de Francia. Allí fue testigo de la Bolshaia Chitska, la Gran Purga stalinista que entre 1935 y 1938depuró de elementos contrarrevolucionarios al Partido Comunista, al Ejército, la administración estatal, el campesinado y los intelectuales10.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial encontró a Falcionelli en París. Sabemos que se enroló en el Ejército Francés y que combatió en África del Norte pero no contamos con más datos sobre su experiencia bélica. Desconocemos el rango que ostentó, aunque seguramente fue oficial, o la unidad en la que prestó servicios. Lo cierto es que fue prisionero en un campo de concentración alemán durante nueve meses y de allí logró escapar, lo que le granjeó la Medalla de los Evadidos del Ejército francés. Además, por sus acciones de guerra recibió otras condecoraciones como la Cruz de Guerra (1939-40) y una muy particular, la Orden de Polonia Restituta –Order Odrodzenia Polski- uno de los galardones más importantes del país eslavo.
Luego de su evasión Falcionelli siguió la guerra como funcionario del Office Français d’Information -la agencia que reemplazó a Havas y que fue organizada por el gobierno de Vichy- dedicándose a la información y la propaganda hasta el fin dela contienda.
Como hemos indicado, a diferencia de otros sectores de la derecha francesa, ni Maurras ni Action Française adhirieron al Nacionalsocialismo. Por el contrario, las primeras voces francesas contra la Alemania totalitaria partieron justamente del maurrasismo y fueron sus militantes los primeros en enrolarse para combatir en ambas guerras. No obstante, al finalizar la contienda el Gaullismo y la izquierda triunfantes hostigaron a los antiguos militantes de Actions indicándolos como colaboracionistas. Action Française fue perseguida y el octogenario Maurras -luego de su adhesión pública al Mariscal Petain- juzgado y encarcelado.

Lo que no se perdona a Charles Maurras-dice Massis- es haber establecido la filiación común del germanismo y el espíritu revolucionario, haber demostrado que la revolución germánica, religiosa en el siglo XVI y filosófica en el siglo XVIII, fue la doble causa profunda de nuestras convulsiones11.

Con Francia convertida en escenario hostil para los partidos de derecha en general y para los monárquicos de Action en particular, Falcionelli partió a España en 1946, tras acceder a una cátedra de Literatura Francesa en la Universidad Central de Madrid.
Llegó a España precedido por su condición de camelot, una singular acreditación pues muchos de sus compañeros habían entregado la vida en la llamada Cruzada. Hablaba muy bien el castellano y no tardó en hacerse conocido en los círculos académicos de Madrid. Sin embargo, permaneció poco tiempo en la Península pues Alfredo Sánchez Bella, a la sazón director del Instituto de Cultura Hispánica, le hizo saber de una plaza de profesorado en una recién nacida universidad argentina12. El contacto fue el Padre Juan Sepich13, que asistía por esos días al XIX Congreso Mundial de Pax Romana en Salamanca14.

Es probable que Falcionelli desconociera la existencia de la Universidad Nacional de Cuyo e incluso de la misma provincia de Mendoza, mas ante la propuesta del P. Sepich no trepidó al aceptar el convite para integrar el claustro profesoral de una universidad incipiente pero de prometedor talante.

Vida y magisterio en la Argentina (con breve interregno chileno)

Fundada en 1939, la Universidad Nacional de Cuyo se consolidó como un centro notable de excelencia académica. Junto a la Universidad Nacional de Tucumán, que contó en su claustro con pensadores extraordinarios, la Universidad de Cuyo fue durante muchos años un foco de irradiación de inteligencia en el interior del país. El espíritu de la nueva Casa de Estudios fue establecido por dos personalidades relevantes de la cultura católica argentina: el mencionado Padre Juan Sepich y el filósofo tomista del derecho Guido Soaje Ramos lo que le confirió una impronta distintiva en el concierto de la universidades nacionales.
Cuando Falcionelli llegó a Mendoza la Universidad era regida por Ireneo Cruz, reconocido helenista a cargo del rectorado desde 1945 y que había fijado un rumbo académico esencialmente humanista.
En tal contexto Cruz, que fue rector hasta 1954, incorporó profesores venidos de España, Alemania y Europa Central, entre los que se contaban Ángel González Álvarez, Hilario Rodríguez Sanz, Rafael Benítez Claros y Ladislao Boda15. También se sumó Jaime María de Mahieu, amigo de Falcionelli y como él antiguo militante de Action Française.
A los profesores llegados del Viejo Mundo se sumó una generación argentina y mendocina que contribuyó a forjar la Universidad. Fueron historiadores, filósofos y literatos de prestigio. Esa inicial cohorte incluiría a profesores como Edberto Oscar Acevedo, Rubén Calderón Bouchet, Denis Cardozo Biritos, Jorge Comadrán Ruiz, Dardo Pérez Guilhou, Abelardo Pithod, Francisco Ruiz Sánchez y Enrique Zuleta Álvarez, entre otros.
Al llegar a la Argentina en 1947 Falcionelli fue nombrado profesor de Literatura Francesa y de Historia Contemporánea, cátedra que ocuparía durante veintiséis años. Se estableció primeramente en City Bell, cerca de La Plata, viajando a Mendoza para cumplir con su tarea docente. Por esos días comenzó a colaborar en la sección Internacionales del diario Clarín aunque luego interrumpiría esa tarea al mudarse definitivamente a Mendoza.
Viudo desde unos años atrás conoció en la provincia cuyana a Elsa Solari, joven perteneciente a una familia tradicional, con quien compartió la vida familiar y también la pasión por la cultura. Juntos dirigieron la Revista de Estudios Franceses en la Facultad de Filosofía y Letras, fundada en los años cincuenta.
Apenas tres años después de su llegada Falcionelli obtuvo la ciudadanía argentina y desde entonces asumió un claro compromiso político con su nación adoptiva. Con la caída del Peronismo, durante la Revolución Libertadora, formó parte del llamado Grupo Soaje que, bajo la tutela de Guido Soaje Ramos, se consolidó como una agrupación político intelectual que llegó a ocupar un escaño en el Congreso, representado por Dardo Pérez Guilhou y una Secretaria en la Universidad Nacional de Cuyo, responsabilidad asumida por Rubén Calderón Bouchet. El Grupo Soaje vio el final de sus días en 1958 cuando su director fue privado de sus cátedras por razones políticas.
Tanto por su formación maurrasiana como por su talante combativo Falcionelli no tardó en sumarse a la vida política en las filas del nacionalismo católico. Participó en la filial argentina de la Ciudad Católica fundada por el Padre Georges Grasset y unos años más tarde (1965) fue cofundador de Ulises, revista política crítica con el gobierno de Illia y también con el dela Revolución Argentina de Onganía que, según nuestro autor, desperdició la posibilidad de una auténtica restauración política nacional16.
Además de la militancia política y cultural Falcionelli cumplió tareas político-institucionales, por ejemplo como asesor del Gabinete del Canciller de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Arturo Frondizi. En el ejercicio de ese cargo participó en el Congreso Internacional de Estudios Soviéticos y Chinos, celebrado en Tokio en setiembre de 1960. Resultado de ese congreso fue su obra Relaciones soviético–chilenas a partir de la muerte de Stalin, editada en Tokio en 1962.
Falcionelli partió a Chile en 1973, en los tiempos turbulentos del gobierno de Cámpora. En el país trasandino le fue ofrecida la cátedra de Historia Contemporánea en la Universidad Católica de Valparaíso, a la que se sumaron más tarde sus ciclos de conferencias de sovietología, geopolítica y estrategia en la Academia de Guerra Naval chilena.
Estuvo en Chile cinco años, en los que contó con la compañía académica y amical de dos mendocinos -el pedagogo Francisco Ruiz Sánchez y el historiador Enrique Díaz Araujo- que también dictaban cátedra allí. En esos años compartió amistad y vida académica con varias figuras del nacionalismo trasandino, especialmente con el Padre Osvaldo Lira y con Juan Antonio Widow. El fruto intelectual de ese período fue su libro De Marx a Brezhnev: la Sagrada Familia (1844-1974) que editó la Universidad de Valparaíso.
No obstante, a fines de 1978, cuando el secular conflicto argentino-chileno escaló hasta una guerra en ciernes, Falcionelli se vio ante una decisión patriótica y optó por volver a la Argentina, su nación adoptiva.
Al regresar al país ingresó al CONICET con la categoría de investigador principal, obtenida en reconocimiento a su labor intelectual. No obstante en 1983, durante el Alfonsinismo y con la conducción de Sadosky en el Consejo, fue expulsado por razones políticas. Nueve años más tarde sería reincorporado durante la gestión de Raúl Matera.
Aunque continuó con sus colaboraciones en publicaciones académicas europeas -como la Revista de Estudios Políticos (Madrid), la Revue d’histoir e littéraire de la France y la Revue historique de París, por dar unos pocos ejemplos- Falcionelli escribió lo medular de su obra en la Argentina. Aquí publicó veinte de sus libros y más de doscientos artículos y notas en revistas como Moenia, Dinámica Social, Revista de Estudios Franceses (UNCuyo), Boletín de Estudios Políticos (UNCuyo). Además de Roma, Cabildo, Mikael, Estrada, Universitas, Gladius, Diálogo (fundada por su amigo el Padre Julio Meinvielle), Verbo -órgano oficial de La Ciudad católica, fundada por Jean Ousset, antiguo militante de la Acción Francesa y discípulo de Maurras- y la mencionada Ulises.
Como veremos, puede hablarse sin dudas de la escuela falcionelliana en virtud de los discípulos que dejó y por la vigencia de sus conceptos y categorías a la hora del análisis político e ideológico actual. En la Argentina, gracias a su ingente obra y la natural bonhomía de su trato, Falcionelli tuvo muchos amigos, colegas, discípulos y alumnos. Entre los amigos cabe destacar a Rubén Calderón Bouchet, con quien compartió afinidades intelectuales y también el tradicionalismo católico. También Jorge Comadrán Ruiz, Denis Cardozo Biritos y uno de sus más distinguidos discípulos-el historiador Enrique Díaz Araujo- se contaron entre sus amistades más acendradas.
Tras jubilarse en la Universidad Nacional de Cuyo -con la que sostuvo un vínculo duradero -se mudó a la ciudad de Buenos Aires. En los escritos de esos últimos años se patentiza la impronta magisterial que caracteriza a toda su obra, su vocación por legar los estudios que le ocuparon toda la vida. Así lo deja testimoniado en uno de sus últimos trabajos:

Nosotros, los ancianos, hemos hecho lo nuestro, mal por lo visto. Pese a todo, algo hemos salvado. Que los jóvenes de buena voluntad lo recojan y hagan lo suyo, si tienen sangre y alma para ello17.

Pasó el último año de vida estudiando y compartiendo reflexiones sobre la Rusia de sus amores junto a sus amigos Octavio Sequeiros y Enrique Díaz Araujo.
Alberto Falcionelli murió a los 85 años, en la paz de su hogar porteño y rodeado de su familia, el 1° de diciembre de 1995.

APROXIMACIÓN A SU PENSAMIENTO

Este pensador europeo al pie de los Andes fue un académico de prestigio y escritor prolífico. En tanto especialista del mundo ruso y soviético ha de ser considerado -junto a Rubén Calderón Bouchet- un referente argentino de la historia de las ideas políticas.
La mayoría de sus libros tienen carácter de divulgación, sin perder por ello lucidez ni rigor científico. Son las suyas obras de atractiva lectura, de lenguaje claro y desprovisto de excesos o estridencias. En general elude el plural mayestático, prefiriendo la primera persona, y cita escasamente a pie de página, sin que eso obre en desmedro de su evidente erudición.
Consideramos que la obra de Falcionellise vertebra en cuatro hitos fundamentales representados por otros tantos libros, señalado esto sin desmerecimiento del resto de sus títulos.
El primero de estos jalones bibliográficos es su Historia de Rusia18 en dos tomos, obra ampliamente citada por los especialistas del mundo soviético, en la que desbroza la historia rusa a partir de 1825 y presenta algunas de sus tesis centrales, entre ellas la que sostiene la ausencia de filiaciones entre la Rusia zarista y la soviética y el hecho incontrovertible de que la Revolución se explica a través de la influencia occidental.
El segundo hito bibliográfico es Sociedad Occidental y Guerra Revolucionaria19, quizás su obra más política, destinada más a develar la táctica y acción de comunista que a analizar sus aspectos teóricos. A lo largo de más de medio millar de páginas expone los signos característicos de la guerra revolucionaria y su aplicación, incluso en la Argentina. Más allá de la perdida de vigencia de algunos de sus argumentos, sujetos a la realidad histórica de los años sesenta, es una obra que aún puede consultarse con provecho.
En El camino de la Revolución. De Babeuf a Mao TséTung20, Falcionelli estudia las causas remotas de la Revolución hilvanando el derrotero desde los intelectuales precursores del mito revolucionario hasta los fautores de facto de la subversión. Aquí nuestro autor analiza a pensadores como Pierre Bayle, Locke, Spinoza -es decir los pioneros de la ruptura-como también los jansenistas, en tanto flanco religioso que coadyuvó en la concreción de los ideales revolucionarios, para finalizar con Rousseau, Saint Just, Babeuf, Marx y Lenin.
El último hito de este recorrido bibliográfico fundamental es su Manual histórico de Sovietología21. Se trata de una especie de corolario demedio siglo de estudios rusos adaptado para el lector común. Pero su carácter manualístico no obra en desmedro de su rigor y profundidad.
El análisis de esos cuatro libros que, según creemos, conforman la columna vertebral de su pensamiento -sumado al tratamiento complementario de otras obras suyas- nos permite aproximarnos a los conceptos y categorías esenciales del universo teórico de Falcionelli. En tal sentido proponemos primeramente un examen de las fuentes centrales de su pensamiento y un ensayo sobre su quehacer historiográfico. En segundo lugar analizamos su desarrollo conceptual sobre la revolución y su aplicación en el caso de las revoluciones francesa y rusa. Las claves de su sovietología y la convergencia entre capitalismo y marxismo en tanto disruptores de la historia, conforman otros tantos ítems de nuestro intento explicativo. Por último, desarrollamos el pensamiento de Falcionelli acerca de la caída de la URSS y la instalación de lo que él denomina democratismo de sesgo totalitario.

MAESTROS E INFLUENCIAS

Falcionelli fue un escritor de notable erudición y originalidad que reconoció influencias intelectuales que es necesario reseñar. En lo que respecta al eje vertebrador de su tarea intelectual, esto es la Revolución, reconoce su deuda discipular con unos pocos pero esenciales pensadores.
En uno de sus primeros libros22 inicia con el reconocimiento a su maestro Charles Maurras, partiendo del famoso aserto del líder de Action: politique d’abord, siempre teniendo en cuenta -para evitar la confusión que llevó incluso a la condena papal- que para Maurras la política es primera en el orden del tiempo, pero de ninguna manera en el orden de dignidad23.
La influencia de la primacía política es evidente en la obra de Falcionelli en tanto conlleva la restauración de la tradición en una fuerza nacional sólida que enfrente la acción disgregadora del bloque revolucionario. En suma: la tradición como piedra basal del maurrasismo, en tanto representa la suma de las experiencias felices en la historia de una nación24.
Más allá de la lectura política de la historia, el realismo maurrasiano le proporcionó a Falcionelli un método para desentrañar el sentido pragmático de la historia25. En efecto, el llamado empirismo organizador de Maurras -originado en la lectura de Auguste Comte y centrado en el dato obtenido en la experiencia política- remite a cierta física social según la cual la historia no se repite pero sí presenta constantes reconocibles y analizables.
Por otro lado, el agnosticismo de Maurras implica cierta separación entre metafísica y política aunque no al modo idealista y abstracto de los revolucionarios sino más cercano al realismo aristotélico. Por eso, aquello que Maurras no podía darle -la visión teológica de la historia- lo encontró Falcionelli en Joseph de Maistre, sobre todo a través de sus obras Consideraciones sobre Francia, Las veladas de San Petesburgo y Estudios sobre la soberanía. Fue el conde saboyano quien le permitió comprenderla noción esencial de la ruptura histórica protagonizada por el liberalismo a partir de la Revolución en Francia.
De Maistre le fue útil a nuestro autor para la aprehensión de los fenómenos revolucionarios sub specie aeternitatis pues como indica Calderón Bouchet, el conde saboyano no fue un filósofo sino un teólogo de la contrarrevolución. En su obra de reacción a la Revolución Francesa, de Maistre entiende a ésta como un suceso demoníaco, aunque determinado por la Providencia en el sentido de que ésta dirigió a los revolucionarios para castigo de los franceses por sus impiedades. Señala Falcionelli que tal es la teoría del peso de la culpa reversible sobre el inocente que encuentra su confirmación en todo lo que el mundo occidental ha sufrido desde 178926.
Según de Maistre la Revolución es una oportunidad para la restauración de la alianza entre el Trono y el Altar, para el retorno de las instituciones tradicionales. En la obra de Falcionelli, histórico-filosófica más no teológica, el trasfondo religioso se hace menos explícito pero igual de reconocible.
Falcionelli también reconoce su deuda con Thierry Maulnier, otro militante de Action Française, especialmente en sus libros Más allá de los nacionalismos, El rostro de Medusa del Comunismo y Comunismo y miedo. Dos tópicos centrales de Maulnier le resultan importantes a nuestro autor: el primero es el origen religioso del terror revolucionario. Dice el autor que

(…) es ciertamente imposible dar cuenta, de modo más o menos satisfactorio, del fenómeno del Terror sin descender en las profundidades, aún mal exploradas, de la religiosidad social, sin examinar la Revolución como fenómeno religioso; religioso es decir admitiendo el sacrificio humano como un elemento de su ritual, como el signo de su función sacral27.

Falcionelli estima el pensamiento de Maulnier en el análisis de los nacionalismos pues este señala que la nación propugnada por el liberalismo está vaciada de su sustancia histórica real y usurpada por una casta dominante que abusa de su nombre para explotarla mejor (por ello) hoy no puede haber nacionalismo, es decir conciencia de la continuidad viva de la nación, que no sea al mismo tiempo revolucionario28.
Por otro lado, más allá delos mencionados, Falcionelli admite la influencia de otros autores. Así advierte su deuda con Paul Hazard, Werner Sombart o Georges Sorely, ya en el ámbito de los estudios sobre la Revolución, con Helene Carrere D’ Encausse, FrançoiseFuret y los sovietólogos Alain Besançon y el ruso Michel Heller.
Asimismo, y sin sombra de ironía, Falcionelli menciona su deuda con Marx y Lenin, lo que no mengua su crítica a ambos. Les debe por un lado lo certero de su análisis de la economía capitalista -que no por reduccionista es menos correcto- y por otro, la posibilidad de contrastar a ambos y verificar la distancia entre la ideología y los hechos, entre el mito fundante -el así llamado socialismo científico-y la mistificación-la legitimación del socialismo real leninista-stalinista-.

EL ESTILO ES EL HOMBRE. LA HISTORIA Y EL TRABAJO DEL HISTORIADOR

Lejos de los retruécanos semánticos que suelen condicionarla tarea académica, Falcionelli parte de un aserto científico claro y distinto: procurar llegar a la verdad de la porción de realidad estudiada y, en lógica segunda instancia, que esa verdad pueda ser demostrada. Lo señala en uno de sus primeros libros: No escribo tan sólo una historia ad narrandum sino también una historia ad probandum29.
La sencillez en la formulación del método no implica aquí superficialidad en el análisis; por el contrario -y este es otro rasgo vertebrador del historiador Falcionelli- se patentiza en su obra la habitualidad en el pensamiento riguroso. Contra la ambigüedad, la indefinición y el aherrojamiento del pensamiento débil, la exigencia del historiador -del científico en general- es adquirir y propugnar hábitos que ordenan y posibilitan la aprehensión de la realidad.
Vale señalar a este respecto el celo de Falcionelli en el uso de conceptos y categorías, presente por ejemplo en la noción de revolución, o en la operación esencial de distinción entre conceptos tan disímiles como dictadura, tiranía, autoritarismo y totalitarismo y que sin embargo tantas veces son utilizados como sinónimos30.
El mejor ejemplo de esa búsqueda de precisión conceptual es su peculiar diccionario de sovietología titulado El licenciado, el seminarista y el plomero. Breve glosario del comunismo en acción, en el que desarrolla un temprano y original desarrollo sobre el lenguaje de madera soviético.
En nuestra consideración dos notas informan la obra de Falcionelli. En primer término la evasión de lo que denomina confort intelectual que es a su época lo que en la nuestra llamamos corrección política. Señala aquí al intelectual que testimonia con auténtica vocación de servicio y que tiene que situarse a contracorriente de la opinión general, postura que en nuestra época de castración abre ante sus pasos un largo camino de sinsabores31. Para Falcionelli la tarea del científico es personal pero el carácter individual de la investigación no obsta para hacer de la verdad al fin descubierta un medio concreto de acción común32.
La segunda nota que da forma a su obra es su permanente intención magisterial. Sus libros son evidencia de ese atributo pues sus preocupaciones gnoseológicas, epistemológicas y metodológicas, convivencon su permanente afán didáctico. Tal ánimo docente se evidencia en su tratamiento de lo historiográfico, su métierintelectual.
Para Falcionelli el estudio de la historia es capital no como un recurso nostálgico ni una forma de escapismo sino en tanto fermento activo de supervivencia y conservación de lo permanente a través de lo contingente33.Entiende la historia como un instrumento al servicio de la Tradición.
Considera que la tarea del historiador debe eludir las limitaciones de las historiografías ideológicamente determinadas, como la liberal y la marxista. Su recurrente mención de la honestidad -siempre escribir la verdad, no atreverse a mentir- es cosa muy distinta de la tan exigida objetividad histórica que es una virtud de la cual se habla a modo de imperativo. De hecho es una virtud impracticable que, por su abstraccionismo absoluto, no ofrece posibilidad alguna de reflejarse en el trabajo del historiador34.
Es necesario aclarar que su desestimación de la objetividad no deviene en subjetivismo sino en el hecho de que el historiador es hombre “situad” en un contexto social, político e intelectual que le impide llegar a la abstracción total del pretendido objetivismo.
Para Falcionelli el trabajo histórico está señalado por tres cuestiones nodales: la ya señalada imposibilidad de la objetivad del historiador, la necesidad ineludible del revisionismo -¿qué serían los estudios históricos sin una revisión constante?35- y por último el mandato taxativo de la virtud de la imparcialidad, ya que no la más fácil, la única que constriñe absolutamente al historiador36.
El historiador honesto, insiste Falcionelli, alejado del arquetipo positivista decimonónico y el de sus continuadores marxistas, se esfuerza por adquirir una búsqueda gnoseológica central: la adquisición del sentido histórico, es decir la aprehensión del pasado en tanto tal. Se trata, en suma, de la adecuación rigurosa del pensamiento a lo real. Formado en el aristotelismo y el tomismo, además del realismo maurrasiano, entiende que el error principal de la historiografía liberal y marxista es la elusión de lo real y la reducción del hecho histórico al corset apriorístico del historiador.
La concepción ideológica de la historia, enraizada en la díada Hegel-Marx se sustenta en la idea de progreso, en eldeterminista curso fatal de la historia. Así, el destino prefijado por el progreso no sería posible sin la abstracción del Hombre, esa especie de epifenómeno sin pasado, juguete de leyes que pesan en su presente y condición su porvenir37. No es el Hombre quien hace la historia -afirma Falcionelli- sino los hombres movidos por instintos, impulsos, ilogismos incluso, pero nunca por abstracciones erigidas en dogmas38.
En paralelo al papel central de los hombres en la historia, Falcionelli presenta una tesis arriesgada pero central: la historia se repite hasta el aburrimiento. El aserto le llega por Giambattista Vico -el hombre, igual por doquiera, crea por doquiera la misma historia39- pero sobre todo por influencia de Maurras.
En efecto, mientras Maurras señalaba que los fenómenos históricos son originales, son únicos, pero su serie no lo es40, Falcionelli indica que tal como

(…) las leyes físicas, las leyes históricas se establecen por su constancia, y esta constancia nos revela la continuidad de las relaciones de fuerza entre poder y cuerpo social, aunque nos ofrezca algunas excepciones milagrosas en el Medioevo y en la Edad Moderna y contemporánea: algo menos de dos siglos en treinta siglos de historia controlada41.

Cabe señalar aún otra afirmación falcionelliana respecto de la historia, aquella que evidencia, en el marco de las mencionadas constantes, la presencia de la ruptura de la tradición histórica. También aquí se muestra la influencia de Maurras, que urgía a rechazar los planteos revolucionarios porque tienen un solo sentido: la ruptura de la más larga amistad a la que pertenecemos42.
La ruptura como quiebre dela historia, como bisagra casi siempre violenta, se aprecia con claridad en la dialéctica revolución-tradición que tratamos a continuación.

EL PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN. DÍADA REVOLUCIONARIA

No resulta exagerado afirmar que la vida intelectual de Falcionelli giró en torno a Rusia, un país que conoció y amó profundamente, con un amor que no excluye por cierto la crítica.
Falcionelli señala que sus estudios rusos se originan principalmente en su inconformidad ante la ceguera de los historiadores que de esta gran nación nos han propinado el conocimiento trunco o caricatural que sigue siendo el de la mayoría de nuestros contemporáneos43.
Ahora bien, si la milenaria historia rusa es tan poco conocida en Occidente, qué no decir acerca del proceso revolucionario que estalló en 1917 y cuyo desarrollo se entrelaza con cierta mitología ideológica, como señala Furet. Por eso Falcionelli estudia la Rusia contemporánea, especialmente desde 1825 y, con mayor profundidad, a partir dela ruptura revolucionaria de Febrero-Octubre del17.
¿Qué es la Revolución para Falcionelli? Pues esencialmente la expresión de un fenómeno desintegrador de las formas sociales creadas por la sucesión histórica44, una mutación violenta y casi siempre cruenta del gobierno y de las condiciones políticas y sociales con la finalidad de establecer un orden nuevo que sustituya al legalmente constituido.
Falcionelli considera necesario distinguir entre Revolución -categoría no pocas veces difusa y de amplia aplicación- y subversión. Con evidente influencia del Conde de Maistre considera a la Revolución como una revuelta o subversión contra el Orden, una manifestación menor de la revuelta metafísica del anticatolicismo.
Sostiene Falcionelli que la esencia, la razón de ser primera del marxismo-leninismo, es decir del llamado ‘socialismo práctico’ es la lucha antirreligiosa, la erradicación de todo rastro de religiosidad45. Concibe a la Revolución como una suerte de mística degradada, una pseudo religión, cuestión en la que coincide con Thibon en el sentido de que las energías religiosas del hombre moderno se despliegan, no ya al nivel de las relaciones interiores con la divinidad, sino en el terreno de la lucha política46.
La tesis de las constantes históricas defendida por Falcionelli se evidencia en el acontecimiento revolucionario al punto de que es posible decir que si se conoce una revolución se conocen todas. Lo señala Pierre Gaxotte: repasad una revolución en cualquier tiempo y lugar que haya sido, y veréis las mismas manifestaciones, los mismos resultados, los mismos personajes, las mismas víctimas y las mismas ideas…47.
Ahora bien, es cierto que fácticamente la Revolución se manifiesta en los procesos francés y ruso (que configuran una díada revolucionaria arquetípica) pero no lo es menos que el fenómeno revolucionario se expresa en múltiples matices políticos e ideológicos. Por eso Falcionelli recurre a la categoría maurrasiana de Partido de la Revolución en tanto fue Maurras quien

(…) tuvo el mérito de demostrar de modo incontrovertible que el Partido de la Revolución, con todas sus derivaciones formales, constituye un bloque indivisible al que pertenecen, con títulos idénticos de propiedad, tanto quienes se detuvieron a mitad de camino como los beneficiarios burgueses de las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, como los paladines más o menos declarados de la subversión marxista48.

La díada arquetípica de la Revolución moderna cristalizó en las revoluciones francesa y rusa, de modo que el itinerario entre una y otra sintetiza al Partido de la Revolución maurrasiano. Ante eso Falcionelli señala la necesidad del análisis de la relación interrevolucionaria49, estableciendo comparaciones entre ambos procesos.
Sin duda, el primer paralelismo interrevolucionario estriba en el origen ideológico, cuestión que ahondaremos en el siguiente apartado pero que aquí señalamos como punto de partida.
Para ambos procesos revolucionarios el principio clave es la ruptura de la tradición. Lo señala Falcionelli: el sistema capitalista, o liberal, o burgués, es aquél cuyo advenimiento ha señalado la mayor ruptura conocida en la cadena de la historia, y esta ruptura ha provocado una perturbación profunda en todos los modos de vida50.
El quiebre de la tradición, la ruptura ideológica de la historia prolongada y profundizada por el marxismo implica a su vez la imposición de una nueva realidad de suyo inmanente, la realidad del aquí abajo del que hablaba Marx.
Pero además de ese radicalismo rupturista de tabula rasa, existe aún otra cuestión convergente en el origen de ambas revoluciones: el mito igualitario de la democracia liberal que, amanecido en las jornadas revolucionarias de 1789 consolidadas en las jacobinas de 1793, se resuelve en otro mito, el de la Voluntad General y su Contrato Social concordante, que veremos más adelante. Por ahora baste decir que ambos mitos están en la base del liberalismo y el marxismo.
La idea moderna de la desigualdad tiene su origen en lo que ha sido descripto como envidia igualitaria y ha generado una consecuente mitología ideológica. Al respecto se pregunta Calderón Bouchet ¿en qué momento de la historia de un pueblo nace, contra esas desigualdades, una envidia sistemática, metódica y prolijamente organizada? Y responde que su explotación mundial es obra de las organizaciones revolucionarias51.
Para Falcionelli la fuerza motora de la Revoluciónes esta envidia igualitaria y fue Rousseau quien primero la sistematizó en su Discurso sobre la desigualdad.

Observad -dice Maurras por su lado- que es entre seres de condición desigual donde siempre parece constituirse la sociedad primitiva. Rousseau creía que esta desigualdad resultaba de las civilizaciones. ¡Es todo lo contrario! La sociedad, la civilización, nacieron de la desigualdad. Ninguna civilización, ninguna sociedad podría salir de seres iguales entre52.

Y el propio Falcionelli refuerza el argumento sobre la oposición igualdad-desigualdad:

(…) la desigualdad no es un mal. Bien entendida, es un dato creado y, por consiguiente, un medio indispensable para el bien social y el bien individual. Es vertical, es decir, factor de variedad en la unión. La igualdad es una endogamia sin otra salida fuera de la esterilidad. Es horizontal, o sea, factor de desmembramiento al tiempo que de masificación53.

Los revolucionarios franceses llevan a la práctica la “igualdad” con la instalación del Terror en el Comité de Salvación Pública de Saint Just y Robespierre pero, sobre todo, con Babeuf y su Conspiración de los Iguales en 179454.
Al respecto dice Falcionellique si bien es cierto que hay varios Marx, lo es más aún que el más importante, el Marx fundamental, el que queda, es el Marx jacobino55. Y en el mismo sentido explica Furet que el marxismo leninismo comparte con el jacobinismo la idea de que el estado revolucionario todopoderoso es el garante de la igualdad y, por lo tanto, de la libertad56. Para los bolcheviques la Revolución haría realidad la igualdad, fraternidad y libertad jacobinos, sobre todo a partir de la creación del Hombre Nuevo, superador del ciudadano roussoniano.
El Hombre Nuevo marxista pretende ser el arquetipo del hombre: colectivizado y altruista, consciente de su clase y de su rol en la Revolución. En fin, el engranaje del que hablaba Stalin y que fue sucesivamente chequista de hierro con Lenin, hombre industrial con Stalin y comunista perfeccionado, desde Kruschev57.
Pero lo cierto es que la matriz ideológica de origen en ambas revoluciones conlleva también convergencias fácticas tales como la instrumentalización del Terror por parte del Estado revolucionario para el acceso y permanencia en el poder.
Asevera Falcionelli que Marx no mató a nadie porque no tuvo la oportunidad de hacerlo; Robespierre no hizo matar más que a un millón y medio de franceses porque su dictadura fue breve (…) Lenin duró poco también pero se prolongó en quienes son otros tantos Lenin porque han aceptado, perfeccionándolo, su legado: Stalin, Jruschchov, Brézhnev58.
El terror es inherente al Partido de la Revolución y su instrumentalización obedece no sólo a disciplinar a las masas -siempre en riesgo de ser influenciadas por la contrarrevolución- sino también a infundir en ellas la mistificación ideológica. Es lo que dice Maulnier:

Es imposible dar cuenta, de modo más o menos satisfactorio, del fenómeno del Terror sin descender en las profundidades, aún mal exploradas, de la religiosidad social, sin examinar la Revolución como fenómeno religioso; religioso, es decir admitiendo el sacrificio humano como un elemento de su ritual, como el signo de su función sacral59.

Ahora bien, más allá de las analogías entre la revolución francesa y la rusa, términos ambas dela mentada díada revolucionaria, ¿cómo se patentiza el Partido de la Revolución en la Unión Soviética? O, para expresarlo de otro modo, ¿Cuáles son las claves de la sovietología de Falcionelli?

LA SOVIETOLOGÍA EN CLAVE

Para Falcionelli una adecuada sovietología debe partir de un dato esencial: el origen occidental de la Revolución en Rusia. En efecto, la causa por la que nació la Unión Soviética fue occidental y es occidental aquella por la que la Unión Soviética sigue existiendo60.
Si se tienen las causas, se tienen las consecuencias, ha dicho Maurras.
Remitiéndose a las causas remotas de la ruptura de 1917, Falcionelli señala dos precedentes fundamentales. En primer lugar la Revolución de 1825, la de los llamados Dekabristas, jóvenes nobles y militares que influenciados por Constant y el Jacobinismo fundaron las asociaciones secretas destinadas a derruir la autocracia y fundar una monarquía constitucional a la inglesa61.
Por otro lado, el antecedente de las reformas de Alejandro II en 1861, que suscitaron el extraño connubio de grandes burgueses progresistas y de subversivos de toda laya, desde el terrorista de los años 80, romántico, harapiento y más que medio loco, hasta el marxista fríamente ‘científico’ del comienzo de este siglo62.
Ambas revoluciones, fracasadas en sus objetivos políticos inmediatos, obraron sin embargo como causas mediatas de la ruptura revolucionaria del17.
Es preciso indicar que el reconocimiento del origen ideológico occidental de la Revolución Soviética no implica en Falcionelli la crítica a la llamada Civilización Occidental in toto, sino al sistema ideológico que alberga en su seno y que no es otro que el liberalismo:

La filosofía que se sitúa en la base del sistema marxista -afirma nuestro autor- responde al nombre de filosofía de la contradicción y se desentraña por el método dialéctico que Marx recibió de Hegel, transportándolo de la Idea a la acción revolucionaria, a sus herederos de Occidente y Oriente63.

Falcionelli opone el hecho de la causalidad occidental a la Leyenda negra antizarista, que pretende explicar a la URSS como producto ruso o, en el mismo sentido, a la Revolución bolchevique desencadenada por el despotismo zarista.
A propósito explica Falcionelli que la Leyenda Negra no nació en Rusia sino en el gabinete del ex embajador de Francia, Maurice Paléologue, y de su colega inglés, Sir George Buchanam64, y uno de sus más notables cultores fue el ruso Pablo Miliúkov que desde la aulas de la Sorbona (donde fue acogido por Charles Seignobos) consolidó la historiografía mitológica sobre la Rusia prerrevolucionaria. Asimismo, en plena Guerra Fría, George Kennan desde las oficinas del Departamento de Estado norteamericano, avaló y popularizó la mentada Leyenda65.
Pero reconocer el liberalismo occidental como causal de la Revolución no exime al historiador del deber de estudiar la historia zarista, sobre todo la del siglo XIX, que dio inició a un estado de situación que favoreció la recepción ideológica de liberalismo y socialismo.
Como hemos visto, en la etapa que va desde la Revolución de los Dekabristas en 1825 hasta el período de grandes reformas llevadas a cabo por AlejandroII -el Zar Libertador- entre 1861 y 1868, se consolidan los procesos políticos prerrevolucionarios y se conjugan todas las influencias occidentalistas que abrieron paso a disidencias y oposiciones que rompieron las compuertas de la subversión, el terrorismo y la revolución66.
Falcionelli considera necesario un análisis histórico de la Revolución que contraste con la sincronía de los argumentos de algunos sovietólogos que sostienen su análisis en dos posiciones insolventes: en primer lugar, el enfoque a histórico que pretende reducir su preocupación analítica a la exploración del fenómeno soviético exclusivamente; y por otro lado el enfoque antihistórico que se empeña en una escueta perspectiva sociológica sin referencia real al pasado y al mismo presente histórico67.
A la luz de ese análisis diacrónico, nuestro autor sostiene que el marxismo de corte leninista, el llamado socialismo real, se distingue por su característico pragmatismo, claramente expuesto por Brezhnev: En nuestra sociedad es moral todo lo que sirve a los intereses del comunismo.
En tal sentido afirma Falcionelli que para el hombre de la Revolución que, por lo general, también es hombre de sangre, lo que cuenta no es gobernar sino ejercer el poder. Un poder escueto, el poder puro68. El pragmatismo de los soviets obedece al sostenimiento en el poder pues una cosa era sostener el mito fundador de Marx - Engels y otra muy distinta aplicar a la realidad rusa y al Estado recién usurpado a los Zares los principios ideológicos expuestos por aquellos. Lo que se realizó en Rusia desde 1917 con Lenin primero y Stalin después fue un marxismo corregido y rusificado -el leninismo-stalinismo- que de modo constante es la negación práctica del marxismo teórico69.
Cabe pues una aclaración: tanto Lenin como Stalin se basaron ideológicamente en el materialismo histórico y dialéctico pero una cosa es el mito del mesianismo proletario en tiempos revolucionarios y otra muy distinta el ejercicio del poder.
En efecto, durante la revolución del 17 la idea de todo el poder para los soviets tuvo su corolario indefectible en la dictadura del proletariado, que además terminó siendo la dictadura del secretariado70. Del mismo modo, el antiestatismo de Marx, uno de los fundamentos del mito instrumentado por Lenin, devino finalmente en la fórmula Partido-Estado propia del totalitarismo. Como afirma Thibon después de la mística, la mistificación71.
Sobre este punto cabe citar in extenso a Falcionelli:

A través de las manipulaciones efectuadas por el que fue “padre de los pueblos”, el comunismo perdió todo contenido doctrinal (…) Stalin mató al marxismo cuando comprobó que el marxismo se revelaba inutilizable para este fin, ya que resultaba contradictorio para con las necesidades reales de la empresa. Había que sustituirlos por otros mitos, quizá menos originales desde el punto de vista metafísico, pero infinitamente más eficaces desde el punto de vista político; mitos ya no abstractos, sino fáciles de proyectar en lo concreto pese a su irracionalidad, como el de la Tercera Roma, al que bastaba desacralizar y desproveer de su carácter sacro72.

Ahora bien, ¿quiénes son los hombres de la Revolución?
Para Falcionelli los revolucionarios responden a dos tipos bien definidos. En primer lugar los fautores concretos, fácticos, de las instancias revolucionarias, los gallos rojos. Ese era el nombre que los campesinos rusos le daban a los incendios provocados en las fincas señoriales y de esos primigenios rebeldes pirómanos toma el nombre nuestro autor para denominar a los revolucionarios de Octubre.

Cuando una revolución estalla -afirma Falcionelli- surgen esos seres extraños a toda humanidad que, hasta entonces, se han ocultado en el underground y se lanzan propagando el incendio y la muerte. Estos son los hombres de mano que los futuros revolucionarios de mano utilizan para apropiarse del poder tras lo cual, si triunfan, proceden a su eliminación física73.

Pero no habría gallos rojos sin las aves negras, los fautores ideológicos de la Revolución, los revolucionarios de tertulia, club y gabinete que pocas veces se confunden en las acciones de los gallos ojos. Los aves negras son los miembros de la intelligentsia, que no es propiamente una clase sino, más propiamente una inter clase, compuesta por miembros de otras clases que dedicaban su vida al quehacer intelectual. Advierte Falcionelli que el intelliguent (sic) no era necesariamente un intelectual pues su función orgánica consistía básicamente en hablar de todo, de arte, letras, música y esencialmente, de política74.
Esta inter clase, nacida en la Rusia de los primeros decenios del siglo XIX, se ensanchó con el advenimiento de los intelectuales burgueses y pretendió decir su palabra en la vida política y social y no ciertamente en un sentido favorable al orden y a la seguridad del Estado75. La intelligentsia protagonizada por los Herzen, Miliukov, Tolstoi y Chéjov introdujo en el cuerpo nacional fermentos de subversión que dan a la época del Zar Libertador el aspecto de agitación febril que caracteriza su vida intelectual76.
La profundización revolucionaria de esos grupos de la inteligencia se evidenció con Netchaiev y su Catecismo del Revolucionario que sirvió a su vez a los impulsos terroristas que desde 1874 preludiaron a las jornadas de Octubre. Radicalizada por reformistas y liberales, la intelligentsia terminó cristalizando en los revolucionarios de Febrero y Octubre. Dice Falcionelli que:

Con el ascenso de los soviets, los miembros de la intelligentsia, aves negras, maestros de postas, parlanchines y politiqueros, sacerdotes sin Dios pero con parroquia, todos lectores de Rousseau, difundirán en la chusma los nuevos ideales democráticos basados en la envidia y en la mentira77.

En el estado soviético, el papel de la intelligentsia consistió en proveer de líderes al aparato, es decir a la burocracia de los soviets cuyo papel central fue asegurar la aplicación celosa de las consignas de la central, la nomenklatura78. Dice Bensan con que la función primera de la intelligentsia es la ingeniería psicológica, de programación de almas, que se superpone a los que siempre fue considerado como misión básica de los intelectuales: dar expresión a la conciencia humana79.
En tal sentido la ingeniería psicológica se explica en gran medida por la utilización revolucionaria de la palabra, el llamado Lenguaje de Madera soviético que, según Falcionelli, es la que permite mentir sabiendo que se miente pero con la convicción de que, una vez aceptada la mentira como si fuera la verdad, se transformará efectivamente en verdad de a puño, en la verdad misma80.En el mismo sentido se pronuncia Solzhenitsyn en su Carta a los dirigentes soviéticos cuando afirma que la esencia del régimen soviético es la mentira81.
Correspondió a la intelligentsia pergeñarla tarea revolucionaria que incluyó a la ideología, la política exterior, la política interna, la táctica religiosa, la administración, los instrumentos de represión, de modo que puede entendérsela como el ensamblaje molecularmente dosificado y siempre en estado de adecuación minuciosa de todas estas actividades que nunca se llevan a cabo por separado82.
La unicidad de la tarea revolucionaria explica a su vez los modelos políticos paradigmáticos de la URSS que para Falcionelli están representados en dos ejes que conforman la temática invariable de la revolución, en su asentamiento ideológico y en su proyección práctica83.
Remite así a la revolución permanente y al socialismo en un solo país, modelos ambos de la política exterior. A pesar de que la primera se le atribuye la Revolución Permanente a Trotsky y el segundo Socialismo en un sólo país a Stalin, lo cierto es que ambos son de la exclusiva cosecha de Lenin, como señala Falcionelli.

La tentativa de diferenciar la acción de Lenin de la de Stalin y de considerar la de éste como más alejada de la fuente marxista genuina que la de aquél, no pasa de ser una ilusión piadosa (…) Stalin fue el hijo legítimo de Lenin, a quien ayudó a forjarse todos los instrumentos de su dictadura personal84.

Coincide Besançon con nuestro autor al sostener que la Revolución soviética debe explicarse a través de dos líneas generales que fueron llevadas a la práctica en los primeros años del régimen y que volverían a informar las tácticas de gobiernos en épocas ulteriores85. Se refiere a la Nueva Política Económica (NEP) y Comunismo de Guerra que son, a la política interior del régimen, lo que la Revolución Permanente y el Socialismo en un solo país a sus relaciones exteriores86.
En el marco de las relaciones internacionales, especialmente a partir de la segunda posguerra y el inicio de la Guerra Fría, los períodos de la Revolución Permanente coinciden con la tensión -por ejemplo en la Guerra de Corea o la Crisis de los Misiles en Cuba- mientras que las instancias del Socialismo en un sólo país, caracterizados como una suerte de repliegue del Régimen, son los de la llamada Coexistencia pacífica y distensión.
Para finalizar esta elemental síntesis sobre la sovietología de Falcionelli es menester abordar el tema del totalitarismo, categoría cuasi ontológica del régimen comunista.
Falcionelli realiza una distinción entre el totalitarismo y categorías como despotismo, tiranía, autocracia o dictadura y esto por varios motivos: la precisión terminológica que lo caracteriza, en primer término; la proverbial -y muchas veces ideológicamente intencional- confusión entre estos conceptos y, por último, porque considera esencial señalar que el hecho totalitario nunca se había producido y que por lo tanto sentar precedentes resulta equívoco.
Es verdad que las causas del fenómeno totalitario han de hallarse enla revolución moderna, sobre todo en Francia, pero lo cierto es que como hecho político se registró por primera vez en el régimen soviético.
Para Falcionelli el totalitarismo es un régimen de partido único, que no admite oposición, organizada o no, en el que el poder político dirige soberanamente y aun tiende a confiscar todas las actividades de la sociedad que domina87. El Estado totalitario tiene otro carácter en esta definición primigenia: todo en él se cumple sin referencia alguna a la religión salvo para combatirla o destruirla. Para abonar lo dicho Falcionelli recurre a Malraux: La Cristiandad no fue totalitaria: los estados totalitarios han nacido de la voluntad de encontrar una totalidad sin religión88.
Según Falcionelli, la característica central -aunque no exclusiva- del totalitarismo es el sistema de partido único, o del Partido-Estado. Este es el régimen que permite –más allá de su apariencia formal- la posibilidad de imponer una visión del mundo, una mitología ideológica.
La forma soviética del totalitarismo, la llamada Dictadura del Proletariado -o del Secretariado de la nomenklatura-, ha llegado a ser la dictadura de una clase reducida de funcionarios, identificada con el Estado y cuya dominación sobre las masas es más cruel que la de las oligarquías burguesas89.

No obstante, el totalitarismo no es privativo del mundo comunista sino elemento común con la democracia liberal pues como enfatiza Falcionelli: Los jefes de los dos clanes en presencia no disimulan que ya no se trata tan sólo de tomar el poder por la legalidad o por la fuerza, sino de conservarlo por la anulación espiritual de los rebeldes eventuales90. Esa nulidad es posible en el totalitarismo, clave de bóveda para comprender el mundo soviético y su convergencia con el demoliberalismo.

CONVERGENCIA LIBERAL-MARXISTA. DERRUMBE DE LA URRS Y DEMOCRACIA TOTALITARIA

Como decía Donoso Cortés: de padres liberales, hijos socialistas. La convergencia liberal-marxista es, en principio, una cuestión filial. Y por eso no hay libro de Falcionelli que eluda el tema de la connivencia en el origen de ambas ideologías.
Sin embargo, el hecho de la convergencia del liberalismo y marxismo en una democracia de sesgo totalitario tardó en ser advertido por Falcionelli puesto que en los primeros años de la llamada Guerra Fría consideraba que el comunismo estaba muerto como empresa ideológica aunque no como fuerza militar y diplomática91. No obstante, ya en los años60 atisbó la posibilidad de la inclusión del comunismo en la sociedad liberal, es decir, la idea de una coexistencia entre propietarios ilustrados y proletarios enloquecidos92.
Para Falcionelli la trampa es tendida por el propio liberalismo en la medida en que un estado democrático, si quiere ser tal, debe permitir el libre juego de todas las opiniones, a condición de que este libre juego no se transforme en acción contra la libertad93. Retomado a de Maistre nuestro autor explica que el mito de la libertad fue utilizado para romper las paredes demasiado estrechas del mundo tradicional94.
A nuestro entender, Falcionelli explica la convergencia entre liberalismo y marxismo a través de la ilación entre la “cualidad rupturista” del origen y la democratización totalitaria como destino. En tal sentido esos ejes vertebran el itinerario del Partido de la Revolución, que parte de la común idea del quiebre de la Tradición.
En primer término la ruptura, pues capitalismo y marxismo constituyen muy probablemente una de las rupturas fundamentales de la historia95.La ruptura no sólo implica el quiebre de la tradición y la dislocación del orden sino también la transformación política de la persona en ciudadano.
En efecto, señala nuestro autor que para Rousseau, el Padre de todas las democracias existentes -de la plutocracia norteamericana y francesa a la popular soviética y china (…)-todo el problema consiste en hacer del individuo un ciudadano que sea a la vez sujeto y soberano96.
Lo esencial del proceso democrático de ciudadanía -sea este liberal o comunista- es que el individuo remite sus derechos a la entidad colectiva llamada cuerpo político, sometiéndose así a la voluntad general. La diferencia entre ambos regímenes es de grado, no de naturaleza, es decir que lo que varía es el cómo del proceso de ciudadanía y no el qué, varía el objeto que es, en el liberalismo el contrato social y en el marxismo la lucha de clases, la que hace progresar a la sociedad por saltos97.
Se trata, en palabras de Besançon, de un proceso de reingeniería social y política, que puede incluir una desviación contrarrevolucionaria: la de quienes procuren sustraerse a la Voluntad General representada por el Estado y pongan de ese modo en riesgo el contrato social. A esos disidentes -insistimos, sean de la democracia liberal o la llamada popular- les cabe la admonición rousseuniana: quienquiera se niegue a obedecer la Voluntad General sea constreñido a acatarla por todo el cuerpo, lo que no significa otra cosa sino que se lo forzará a ser libre98.
El tema de la Voluntad General, excluyente en la prédica rousseuniana y primer motor del pensamiento y las obras de Robespierre y Stalin (…) responde mucho mejor al imperativo democrático que la misma democracia representativa…99. Precisamente, a partir de ese argumento es posible constatar el segundo eje de la convergencia y base del Partido de la Revolución: el democratismo totalitario en el que liberalismo y colectivismo coinciden en los proyectos de la revolución tecnocrática100.
Hemos visto con Falcionelli que el totalitarismo no se define necesariamente por la presencia de un Partido Único, ni por régimen particular, ni por la ausencia de un parlamento o de un sistema representativo, ni por la presencia de un dictador, de un tirano o un déspota101. El sistema totalitario es dable en regímenes donde la democracia es considerada ideología:

Una democracia concebida por sus ideólogos como único medio de salvación, quedando limitados todos los problemas de la salvación a soluciones que han de darse en este mundo sin referencia a nada que, de cerca o de lejos, tenga algún punto de contacto con relaciones de trascendencia102.

Para Falcionelli la democracia occidental cristalizó en un vacío político que dio paso al imperio incontrolado de oligarquías financieras y de asociaciones de camorristas que se han visto inducidas a considerar los partidos políticos como simples vehículos de sus operaciones103.
Para nuestro autor fue esa democracia la que tras la muerte Stalin colaboró nuevamente con el régimen soviético aceptando el mito de la coexistencia pacífica y la distensión. Con el ascenso de Kruschev como Secretario General del Partido Comunista Soviético –cargo al que más tarde añadiría el de Primer Ministro- comienza el proceso de des-estalinización con acciones descollantes como la ejecución de Beria (el antiguo jefe de la temible NKVD) y las primeras rehabilitaciones de las víctimas del Terror stalianiano104. No haría falta mucho más para que Occidente señalara un cambio de rumbo en la URSS.
Sin embargo, para Falcionelli el totalitarismo soviético no ha cambiado en absoluto desde 1917, salvo para autoperfeccionarse105. Por el contrario, fue el sistema demoliberal el que con sus mutaciones convalidó el sostenimiento del comunismo y su inserción en Occidente. Tal es el único resorte de las democracias contemporáneas (…) que se expresan a través de la asociación entre plutocracia y subversión106.
Para graficar la connivencia demoliberal con el comunismo, Falcionelli analiza la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, conocida como Declaración de Helsinki (1975). En las actas firmadas las potencias occidentales, incluso el Estado del Vaticano, a cambio de concesiones verbales que nunca serán respetadas, reconocen de jure todas las conquistas, anexiones y usurpaciones efectuadas por los soviéticos a partir de 1944-1945107.
Con la muerte de Brezhnev en 1982 la nomenklatura soviética –personificada por el jefe de la KGB Yuri Andropov- comprendió que era necesario emprender un nuevo camino reformista al estilo del realizado por Lenin con la Nueva Política Económica (N.E.P.)108. Fue el mismo Andropov el que inició esas reformas hasta su muerte en 1985 y su reemplazo por otro apparatchik, Mijail Gorvachov, quien llevó adelante el proceso reformista principal con dos conceptos claves que pronto fueron más famosos en Occidente que en la propia Rusia: glasnost(transparencia) y perestroika (un neologismo que significa reestructuración).
Los estudios falcionellianos permiten comprender un retorno del comunismo a Occidente, una suerte de itinerario circular: en principio el comunismo llega a Rusia desde el Occidente liberal, en Rusia se rusifica y se perfecciona y consolida con la vertiente leninista-stalinista y, por último, vuelve a Occidente bajo otras formas: socialdemocracia, gramscismo, democratismo socialista. Para Falcionelli esto es parte de la gran paradoja de nuestro tiempo: los que, por su condición, hubieran debido ser los principales actores de la lucha contra este sistema inhumano (el Capitalismo) se han hecho (…) los aliados de dicho sistema109.
Lo cierto es que la alianza con el capitalismo no representó -ni representa- un problema mayor para los comunistas que

(…) no tuvieron que forzar su naturaleza (…) porque es necesario entender que su actitud desprejuiciada ante los ofrecimientos de la plutocracia proviene de su naturaleza misma, que es fruto de una relación directa del marxismo con el liberalismo, y que, sin éste, aquél resultaría inexplicable, tanto en la praxis como en la doctrina110.

En ese regreso del comunismo a Occidente es esencial el papel de la propaganda y de los medios masivos de comunicación que permiten la aceptación del lenguaje de madera que ha ido elevándose a la función que ha llegado a ser finalmente: una serie de encantamientos mágicos disfrazada en una cadena de axiomas necesarios111.
Pero sin duda el elemento aglutinador y disipador de asperezas en las relaciones internacionales es el del democratismo al que adhieren unos y otros, aunque para Falcionelli la democracia no salva a la democracia, la destruye ayudándola a eliminarse a sí misma a través de sus mutaciones excesivas, hasta su conclusión en el punto final totalitario112.
Y lo propio dice Furet: así corren los últimos tiempos de la mitología soviética, envueltos en esta síntesis ficticia entre los principios del bolchevismo y los del pluralismo liberal democrático113.

El mundo en que vivimos -afirma Falcionelli-no es un mundo "neo-pagano": los paganos tienen dioses, por falsos que sean, nuestro mundo, que se limita a adorar al dinero, no es ni pagano ni neo-pagano. Es ateo. Razón por la cual el rostro de tantos de nuestros contemporáneos que han hecho su religión de la materia, exuda envidia, odio y temor. Los fuertes batallones se han pasado al servicio de la Revolución, es decir, del partido del Anticristo. Mucha angustia sí para el que cree, pero fe absoluta en la victoria de Dios Todopoderoso114.

A nuestro entender esa afirmación de Falcionelli -y la creencia que la fundamenta- es un punto de arranque posible para analizar el contexto de confusión actual.

 

NOTAS

1 Para la realización de esta reseña biográfica he recibido los aportes de Clara Falcionelli, Mario Descotte y Enrique Díaz Araujo, a quienes agradezco muy especialmente.

2 Descotte, 2015.

3 Falcionelli, 1987(1949): 8.

4 Calderón Bouchet, 2000: 61.

5 Camelots du Roi fue una organización filiada a Action Française formada por miembros de todos los sectores sociales -estudiantes, obreros, aristócratas, burgueses, artesanos- alentados con la consigna de su fundador: en la mano un bastón y en el bolsillo un libro. Muchos Camelots dejaron la vida en la Gran Guerra y en los campos de batalla de la Guerra Civil en España.

6 Revue Universelle (1920 -1944) fue fundada a instancias de Maurras y dirigida inicialmente por Jacques Bainville con Henri Massis como editor.

7 Massis, 1956:32.

8 La condena de Pío XI Action Françaisese formalizó el 29 de diciembre de 1926 Su Sucesor, Pío XII, levantó la sentencia en 1939, a poco de iniciarse la Guerra Civil española.

9 Descotte, 2015.

10 Falcionelli, 1961: 120-121.

11 Massis, 1956: 547.

12 Descotte, 2015.

13 Juan Sepich Lange dictó cátedra de Historia de las Religiones, Historia de la Filosofía Griega e Historia de la Filosofía Medieval en la Universidad Nacional de Cuyo.

14 Cf XIX Congreso de Pax Romana, Filosofía org, http://www filosofiaorg/mfb/1946pax htm.

15 Maturo, 2009: 106.

16 En virtud de un artículo aparecido en Ulises, en el que Falcionelli critica al llamado pensamiento nacional y popular, Arturo Jauretche lo incluyó en una de sus obras de polémicas, Qué al salir salga cortando (1982) La crítica del antiguo forjista, que emparentó ideológicamente a Falcionelli con el liberal Mariano Grondona, no fue obstáculo para que nuestro autor continuara citándolo en varias de sus obras y no siempre en tono crítico.

17 Falcionelli, 1983b: 152.

18 Ibídem, 1954:1958.

19 Ibídem, 1962.

20 Ibídem, 1965.

21 Ibídem, 1983a.

22 Ibídem, 1987 (1949):8 y ss.

23 Caturelli,1975:42.

24 Zuleta Álvarez,1965:39.

25 Falcionelli,1961:8.

26 Falcionelli, 1987:29.

27 Maulnier, 1952:100.

28 Ibídem, 1963:55.

29 Falcionelli, 1954:17.

30 Ibídem, 1983a: 69-72.

31 Ibídem, 1962: 12.

32 Ibídem, 1962: 13.

33 Ibídem, 1983b: 155.

34 Ibídem, 1983a: 25.

35 Ibídem: 25.

36 Ibídem: 26.

37 Ibídem, 1962:16.

38 Ibídem: 21.

39 Ibídem, 1965: 51.

40 Caturelli,1975: 25.

41 Falcionelli,1965:113-114.

42 Calderón Bouchet, 1983: 236.

43 Falcionelli, 1954: 1.

44 Ibídem, 1965: 15.

45 Ibídem, 1983a: 125.

46 Thibon, 1970: 269.

47 Falcionelli, 1965: 101.

48 Ibídem, 1961: 229.

49 Ibídem, 1983: 45.

50 Ibídem, 1987: 52.

51 Calderón Bouchet, 2013: 172-173.

52 Caturelli,1975: 20.

53 Falcionelli, 1983b: 156.

54 Ibídem, 1965: 141-146.

55 Ibídem, 1983: 108.

56 Furet, 2016: 18.

57 Heller, 1985: 13.

58 Falcionelli, 1983: 108.

59 Maulnier, 1952: 100.

60 Falcionelli, 1983a: 20.

61 Ibídem, 1954: 12. Falcionelli señala la influencia de la masonería en esta Revolución, sobre todo por la pertenencia de sus miembros a la logia Unión por el Bien Público, asociada a las sociedades secretas francesas e inglesas.

62 Falcionelli, 1954: 15.

63 Ibídem, 1955: 121.

64 Ibídem, 1961: 324.

65 George Kennan, ex embajador de EEUU en Moscú, autor del famoso Telegrama largo (1946) en el analizaba las fuentes del comportamiento soviético. Falcionelli hace hincapié en ese texto al plantear la Leyenda Negra antizarista pues Kennan aduce allí que la URSS se explica por la historia paranoica y xenofóbica zarista.

66 Falcionelli,1983a: 46.

67 Ibídem: 24.

68 Ibídem: 100.

69 Ibídem, 1954: XII.

70 Massot, 2001: 86.

71 Thibon, 1970: 271.

72 Falcionelli, 1958: 26-27.

73 Ibídem, 1983a: 79.

74 Ibídem: 31.

75 Ibídem, 1954: 74-75.

76 Ibídem: 75.

77 Ibídem, 1965:100.

78 Ibídem, 1961:50.

79 Bensancon, 1977:85.

80 Falcionelli, 1983a: 157 1950:158-160.

81 Widow, 1986: 29.

82 Falcionelli, 1958: 149.

83 Ibídem, 1983a: 150.

84 Ibídem, 1956: 54.

85 Besançon, 1977: 41.

86 Ibídem: 40-41.

87 Falcionelli, 1983a: 71.

88 Ibídem: 72.

89 Ibídem, 1987: 69.

90 Ibídem: 89.

91 Ibídem, 1956: 56-59.

92 Ibídem, 1962: 550.

93 Ibídem: 551-552.

94 Ibídem, 1987:53.

95 Ibídem: 21.

96 Ibídem, 1965: 206.

97 Ibídem: 225.

98 Ibídem: 207.

99 Ibídem, 1983a: 102.

100 Ibídem, 1987: 53.

101 Ibídem, 1983a: 68-69.

102 Ibídem, 1962: 61.

103 Ibídem, 1965: 215.

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105 Ibídem: 159.

106 Ibídem, 1965: 215.

107 Ibídem, 1983a: 156

108 Hubeñak, 2011: 359.

109 Falcionelli, 1987: 53-54.

110 Ibídem, 1990: 51.

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112 Ibídem, 1983b: 158.

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