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Comechingonia

versión On-line ISSN 1851-0027

Comechingonia vol.24 no.1 Córdoba abr. 2020

 

DOSSIER

EL PENSAMIENTO TIPOLÓGICO COMO OBSTÁCULO PARA LA ARQUEOLOGÍA DE LOS PROCESOS DE EVOLUCIÓN EN LAS SOCIEDADES SIN ESTADO

THE TYPOLOGICAL THOUGHT AS AN OBSTACLE TO THE ARCHAEOLOGY OF THE EVOLUTION PROCESSES IN STATELESS SOCIETIES

 

Axel Nielsen1

1Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano. 3 de Febrero 1378, (1426) Buenos Aires, Argentina, axelnielsen@gmail.com

 

Introducción

 

El estudio de aspectos sociales y políticos de las poblaciones que ocuparon el Noroeste argentino durante el Período de Desarrollo Regionales ha captado considerablemente la atención en los últimos años (Cremonte 1992; Nielsen 1988, 1989, 1992; Palma 1993; Raffino 1988; Tarragó 1987). Estos trabajos presentan varios puntos de contacto con los enfoques teóricos sustentados por quienes han investigado la naturaleza de las sociedades que preceden al estado en otros países -notablemente los Estados Unidos- durante las últimas tres décadas, desde la publicación de las obras seminales de Service (1962, 1984 [1975]) y Fried (1967) sobre evolución cultural.

 

En años recientes, se ha manifestado una creciente disconformidad con diversos aspectos del Neoevolucionismo, perspectiva teórica que ha dominado este tipo de investigaciones (i.e. Bawden 1988; Brumfiel 1992; Feinman y Nietzel 1984; Yofee 1979, 1993). Puesto que el estudio de procesos de evolución social -o "complejidad social", como son frecuentemente denominados- se presenta como una de las avenidas de investigación arqueológica de mayor potencialidad para los momentos tardíos de la historia prehispánica del Noroeste, es oportuno reflexionar sobre algunos conceptos comunes que pueden obstaculizarlo.

                                                             

Específicamente, se evalúa críticamente u aspecto del paradigma neoevolucionista, v.g., el abuso del enfoque tipológico, reflejado en la conceptualización de todos los grupos sedentarios "más complejos que la tribu y sin el desarrollo institucional del estado" como "señoríos","cacicazgos"o "jefaturas". Este encierraunaconcepciónnormativa y

esencialista de los fenómenos sociales que limita seriamente el desarrollo de los estudios arqueológicos de evolución social.

La importancia de las tipologías en la investigación

 

La reducción de la infinita variabilidad presente en el mundo empírico a través de la clasificación es un paso ineludible en la construcción del conocimiento científico. La formulación de teorías y modelos explicativos de carácter general sería imposible sin la identificación de similitudes y diferencias relevantes en los fenómenos.

 

Este hecho ha sido largamente reconocido por aquellos interesados en la explicación de fenómenos sociales, quienes invariablemente han dedicado considerable esfuerzo al desarrollo de taxonomías (v.g. Durkheim 1933; Marx 1973 [1857-58]; Morgan 1877; Steward 1949). La tipología más vastamente empleada por quienes han investigado procesos de evolución social en las últimas décadas ha sido elaborada por  Service (1962), que clasifica a los pueblos en bandas, tribus, jefaturas y estados de acuerdo a la complejidad de su estructura social.

 

No obstante, el uso de tipos puede también convertirse en un obstáculo para el desarrollo de la ciencia. De importancia en la presente discusión, son los problemas que encierra el difundido uso de la categoría jefatura (chiefdom) para caracterizar a las sociedades pre-estatales (Fienman y Neitzel 1984). Tres dificultades inherentes al uso de este concepto son consideradas: a) su incapacidad de capturar la importante variabilidad existente en la organización de pueblos no estatales con incipientes manifestaciones de desigualdad y heterogeneidad; b) la reducción del objetivo teórico de explicar fenómenos de cambio social a un mero ejercicio clasificatorio de casos arqueológicos en estereotipos de base etnográfica; c) el uso del concepto de jefatura como recurso para reconstruir aspectos del pasado menos accesibles a la inferencia arqueológica con los métodos actualmente disponibles.

 

¿Qué es una jefatura?

 

Las tipologías pueden obstaculizar la investigación cuando son tan inclusivas o formuladas en términos tan laxos que enmascaran aspectos de la variabilidad que son cruciales para la explicación, o por el contrario, cuando son excesivamente específicas y dificultan la identificación de regularidades en los fenómenos. La categoría "jefatura" presenta actualmente el primero de estos problemas.

 

Service (1962: 144) definió las jefaturas como "sociedades redistributivas con un agente central permanente de coordinación.el agente central no solo desempeña un papel económico central -por más básico que este factor pueda ser en el origen de este tipo de sociedad- sino que también desarrolla funciones sociales, políticas y religiosas" (subrayado en el original).

 

Aun cuando admite que "nadie ha observado el origen de una jefatura" (Service 1962: 145), especula que la función redistributiva surgió como una respuesta a dos tipos de situaciones que requerirían especializaciones en la sociedad: "una (probablemente la más frecuente) es la especialización regional ecológica de diferentes unidades residenciales locales; la otra es la combinación de habilidades individuales en emprendimientos productivos cooperativos en gran escala" (Service 1962: 145).

 

El desarrollo de la distribución presupone una alta productividad, capaz de generar excedentes para el intercambio. El control de la redistribución permite al jefe subsidiar artesanos especialistas, a menudo a tiempo completo (Service 1962: 148), por lo que las jefaturas presentan las primeras evidencias consistentes de especialización artesanal (Service 1962: 170). La coordinación de grandes cantidades de mano de obra se traduce en la construcción de obras (sistemas de irrigación, terrazas, plataformas, templos) cuya magnitud carece de precedentes en bandas y tribus (Service 1962: 170).

 

Con la institucionalización del cargo de jefe, la desigualdad social se convierte en una característica fundamental de la sociedad. Esta desigualdad implica diferencias de rango, no de clase, puesto que los recursos son "aun" poseídos en forma comunal (Service 1962: 173). Por contraste con bandas y tribus, las diferencias de rango no responden al género, la edad y el desempeño destacado de las personas en algún área (archived status), sino que son hereditarias, se encuentran adscriptas desde el nacimiento a quienes ocupan ciertas posiciones en la estructura social (ascribed status). Dichas posiciones están típicamente reservadas a ciertos linajes, y graduadas dentro de ellos en términos de distancia genealógicas a partir del jefe (Service 1962: 154-164).

 

Puesto que en las jefaturas no existen instituciones de control y coerción, el jefe y sus parientes próximos (nobles) deben reafirmar constantemente su condición privilegiada dentro de la sociedad a través del control sobre la actividad ritual (de allí el carácter teocrático que se les atribuye)(Service 1962: 171), la organización de enfrentamientos con otros grupos y/o la demarcación de su posición destacada a través de la utilización de formas de cultura material de circulación restringida (vestimenta, ornamentos).

 

Service propuso así un nivel de integración sociocultural (1962: 170-174), caracterizado por una constelación de rasgos y comportamientos funcionalmente integrados, a la vez que proporcionó una explicación de su surgimiento, por ejemplo, las ventajas adaptativas proporcionadas por un agente redistributivo en condiciones de diversidad ecológica o económica. El atractivo de esta propuesta para la arqueología reside en que involucra un conjunto de indicadores materiales claros para la identificación del tipo, y por lo tanto para la explicación de casos arqueológicos particulares desde la teoría neoevolucionista.

 

En una de las primeras aplicaciones de este modelo a un caso arqueológico, la explicación de los monumentos megalíticos de Wessex, Renfrew (1973: 543) identificó 20 correlatos arqueológicos de las jefaturas, que incluyen desde jerarquías de asentamientos y obras monumentales, hasta la existencia de indicadores materiales de prestigio en la vestimenta y el tratamiento funerario. Ya en esta temprana aplicación, sin embargo, Renfrew nota que algunos indicadores se encuentran significativamente ausentes, por ejemplo la diversidad ecológica, la especialización y los marcadores de prestigio. El autor concluye que "resulta más razonable admitir que puede haber diferentes tipos de sociedades de jefaturas que tratar de encajarlas a todas dentro del mismo molde" (Renfrew 1973: 557).

 

A lo largo de la década de 1970, varios autores evaluaron críticamente la definición de jefatura, principalmente a través de la reconsideración de la evidencia etnográfica y etnohistórica de Hawaii, el caso paradigmático que sirviera a Service para la formulación del tipo. Estos estudios demostraron, en primer lugar, que los jefes no desempeñaban papel alguno en la redistribución de bienes de subsistencia (Earle 1978; Helms 1979; Peebles y Kus 1977).

 

Segundo, grandes diferencias fueron notadas en los modos y escalas de integración social y en los grados de estratificación, poniendo en duda a) la universalidad del sistema de clanes cónicos como principio organizador de la estructura social y b) el carácter comunal de la tenencia de recursos en las jefaturas. Esta constatación causó la división de las jefaturas en simples (v.g. comunidades autónomas lideradas por un linaje, por ejemplo Trobriand) y complejas (v.g. con integración a escala regional ejercida por uno o dos niveles de control por encima de la comunidad local, roles socioeconómicos diferenciados y marcada estratificación social, por ejemplo Hawaii) (Earle 1978; Wright 1984). Finalmente, la presencia de diferencias sociales tanto de tipo estructural (rangos, status) como económico (estratificación) en las jefaturas, junto al reconocimiento de que la diferenciación política se basa normalmente en formas de control económico, ha llevado a concebir a las diferencias de rango y a la estratificación como estados de una misma variable continua (Earle 1987: 290).

 

Despojadas de la redistribución, sistemas de parentesco como determinantes del rango, formas particulares de integración regional y límites estructurales al desarrollo de la estratificación como atributos definitorios del tipo, la jefatura se ha convertido durante la última década en una categoría básicamente política (Carneiro 1981: 45; Drennan 1992: 57; Spencer 1987: 369; Yoffee 1993).

 

"Tal como el término es empleado actualmente, la mayoría [de los investigadores] ve las jefaturas como entidades políticas que organizan poblaciones regionales en el orden de miles de decenas de miles. Esta organización es proporcionada por una jerarquía centralizada de líderes separada del resto de la población" (Earle 1987: 279, referencias eliminadas).

 

Sin embargo, aun la validez de esta definición restringida puede ser cuestionada. La demostración más concluyente de la imposibilidad de formular un tipo social que aprehenda la variabilidad relevante existente en grupos normalmente rotulados como jefaturas proviene del estudio comparativo de "sociedades sedentarias pre-estatales" en América realizado Feinman y Nietzel (1984). Utilizando información etnográfica y etnohistórica sobre más de un centenar de pueblos de toso el continente, los autores registraron la presencia o ausencia de 18 actividades comúnmente atribuidas a los "jefes" (v.g. cobro de tributo, liderazgo en la guerra, control del intercambio, organización de fiestas y ceremonias). La variación resultante es asombrosa. No existe ninguna función que sea ejercida por todos los líderes o una mayoría significativa de ellos. Más aun, no existen asociaciones significativas entre funciones, sugiriendo que las mismas varían de forma independiente.

 

Similar variación se advierte en las escalas de integración (las poblaciones totales varían en forma continua entre 200 y más de 30.000 personas), en la presencia de marcadores de status, en el número de niveles administrativos y de decisión política (uno a tres) y en el patrón de asentamiento (los asentamientos mayores varían entre 200 y 4000 personas).

 

Dada la magnitud de la variabilidad y su naturaleza continua y multidimensional, los autores concluyen que es necesario llevar a cabo estudios procesuales, tomando en consideración múltiples dimensiones de variabilidad (Feinman y Nietzel 1984: 77-78).

 

Cabe concluir que, luego de tres décadas de investigación y varias redefiniciones, ha sido imposible asilar un conjunto de atributos específicos compartidos por la multitud de sociedades sedentarias que preceden al estado. Por lo tanto, la categoría jefatura se presenta vacía, sostenida solamente por sus connotaciones negativas, como aquello que e más complejo que la tribu y menos complejo que el estado.

 

¿Cómo se explica el uso persistente, particularmente entre los arqueólogos interesados en procesos de evolución social, del concepto de jefatura?1 La respuesta obvia, es que debe haber "algo" entre las sociedades neolíticas "igualitarias" y el estado (Yofee 1993) y la jefatura, por definición la predecesora del estado (Carneiro 1981; Earle 1987: 279 y 286; Service 1962: 174, 1984: 34), es la candidata ideal.

 

La primera falacia de este razonamiento reside en que, si bien la existencia de sociedades de complejidad "intermedia" es lógicamente necesaria, esto no implica que todas ellas deben ser semejantes en algún otro aspecto, o deban haber seguido trayectorias similares.

El persistente esfuerzo por dar con una tipología "correcta" revela el supuesto esencialista de que los tipos sociales no son meros constructos destinados a poner de relieve regularidades significativas en el contexto de una teoría, sino entidades reales (bandas, tribus, jefaturas, estados), que pueden ser "descubiertas" si se encuentran los atributos diagnósticos apropiados.

 

Una segunda falacia reside en que, tanto la definición original de jefatura, como sus posteriores reformulaciones, están invariablemente basadas en datos etnohistóricos y etnográficos. Paradójicamente, dado que todos los casos de formación de estados prístinos han tenido lugar con anterioridad a la existencia de la escritura, solo la arqueología puede producir los datos necesarios para el estudio de sociedades "pre-estatales". Resulta irónico, entonces, que para generar esta información, los arqueólogos recurran a analogías con sociedades que, lo que con seguridad tienen en común, es que nunca dieron origen a estados (Yofee 1993). Este hecho debería ser suficiente para alertar a los arqueólogos de que las analogías globales -como las implicadas en la aplicación de tipos- con jefaturas históricamente documentadas son necesariamente inadecuadas.

 

La única forma de resolver el problema de las sociedades "intermedias" es mediante la realización de estudios procesuales de casos prehistóricos, que consideren múltiples variables sin asumir su carácter discreto o si interdependencia, que enfaticen la variabilidad en las diversas trayectorias y aborden la explicación de las diferencias. Solo este tipo de estudios pueden producir la información relevante para formular clasificaciones y evaluar las diversas propuestas teóricas.

 

Clasificación y explicación

 

Un punto que merece ser destacado, es que las consecuencias de los sucesivos reajustes del concepto de jefatura van más allá de lo nominal o de los aspectos clasificatorios de la investigación. Por el contrario, implican cambios sustanciales en la teoría, en la explicación de las causas del cambio social.

 

La definición original de las jefaturas como "sociedades redistributivas" (Service 1962: 144), estaba intrínsecamente vinculada a la explicación de su origen a partir de las ventajas que supuestamente ofrecería la redistribución en determinadas circunstancias (v.g. diversidad ecológica). A su vez, esta explicación se subsume en una teoría que concibe al cambio social como respuesta adaptativa frente a condiciones ambientales, demográficas y tecnológicas cambiantes. Como es característico en el pensamiento neoevolucionista, estas condiciones ejercerían "presiones selectivas que favorecerían" el surgimiento de nuevas formas sociales (Dunnell 1980).

Con la eliminación de la redistribución como característica central del tipo, la categoría jefatura quedó desvinculada del contexto teórico en el que fuera formulada. Más aun, la demostración de que el control del tráfico interregional ejercido por los jefes se limita a bienes suntuarios empleados para enfatizar las diferencias de rango, y de que el tributo recaudado es típicamente invertido en realizar ceremonias y financiar expediciones militares cuyo objetivo último es consolidar el poder político y la posición privilegiada de los jefes (Earle 1978;  Peebles y Kus 1977), apunta en dirección a teorías del cambio social fundamentalmente contrapuestas a las explicaciones "adaptacionistas".

El posterior giro hacia los aspectos políticos de la definición de jefaturas fue acompañado por un cambio en los mecanismos invocados para dar cuenta de su surgimiento. El énfasis recae desde entonces en las ventajas que ofrece una jerarquía administrativa o de toma de decisiones para el procesamiento de la información (Peebles y Kus 1977). Los trabajos de Johnson (1978, 1982) sobre estructura organizativa y tensiones de escala constituyen la formulación más acabada de este argumento. Claramente, estos modelos son también compatibles con la concepción del cambio social como respuesta adaptativa.

 

En principio, es lógicamente posible aceptar la tipología como esquema comparativo amplio sin adherir a explicaciones neoevolucionistas sobre las causas del cambio social. De hecho, muchos de quienes aún utilizan el concepto jefatura continúan indagando sobre la explicación de sus orígenes y desarrollo. Esto no significa, sin embargo, que la adopción de un esquema tipológico como artefacto para la conceptualización de casos esté libre de implicaciones teóricas. Mínimamente, supone asumir que la configuración y desarrollo de los casos subsumidos en cada tipo obedecen a causas comunes, como instancias particulares de una esencia compartida. Esta convicción se torna evidente en que quienes evalúan explicaciones alternativas del surgimiento de jefaturas en casos particulares (v.g.Hawaii) (Earle 1978; Peebles y Kus 1977) (v.g. Polinesia; Kirch 1984) presentan sus conclusiones como explicaciones "del surgimiento de jefaturas", por ejemplo como válidas para todos aquelloscasos que puedan ser incluidos en el tipo en base a la presencia de un conjunto de rasgos diagnósticos.

 

Peor aún, en algunos casos la discusión de las causas del cambio sociocultural es virtualmente obliterada por la mera discusión tipológica como actividad teórica central (cf. Bawden 1988; Drennan 1992). La explicación de procesos de cambios observados (o inferidos) en la secuencia histórica de un área en particular es reemplazada por interminables discusiones nominales sobre la "correcta" clasificación de fases como "señoríos", "tribus", "jefaturas complejas" o "estados incipientes" (v.g.Hasset al. 1987; Renfrew 1973). Este tipo de argumentación es particularmente huera teniendo en cuenta que, como hasta los más fervientes adherentes de la tipología neoevolucionista deben reconocer, la definición de estadios es, cuanto menos, problemática.

Estos trabajos revelan, nuevamente, el esencialismo característico de los enfoques evolucionistas culturales. Los fenómenos socioculturales prehistóricos y actuales son "explicados" al subsumirlos en estadios universales que se desarrollan ortogenéticamente en el tiempo, como expresión de una dinámica inherente a la historia (cf. Dunnell 1980; Rindos 1989). Bajo estos supuestos metafísicos, clasificación y explicación se convierten en la misma cosa.

 

Una vez que las clasificaciones han sido reificadas, la presencia de anomalías en casos particulares (v.g. aspectos contingentes, ajenos a la esencia del estadio) pierde toda capacidad de impulsar el desarrollo teórico; los estudios de caso se convierten en la repetición estéril de estereotipos asumidos como válidos desde la teoría.

 

El progreso de la investigación de procesos de evolución social requiere la superación de los supuestos esencialistas frecuentemente asociados al pensamiento tipológico. Existen tantas clasificaciones posibles como problemas de investigación. Las tipologías deben ser formuladas y descartadas como parte del proceso de evaluación de explicaciones alternativas del cambio sociocultural.  Estas teorías son "correctas" o no de acuerdo a su capacidad de dar cuenta de la variabilidad existente en los fenómenos independientemente observados (o inferidos). Las tipologías son solo "adecuadas" o no según su habilidad para poner de relieve similitudes o diferencias postuladas como significativas por la teoría, no según su correspondencia con una supuesta esencia de dichos fenómenos.

 

Clasificación e inferencia

 

Un tercer problema en el uso del pensamiento tipológico está vinculado a la naturaleza de la evidencia arqueológica y su problemática relación con las variables conductuales (v.g. redistribución) y otras entidades a las que se refieren las teorías (v.g. estratificación). Dadas estas dificultades, las tipologías reificadas son ocasionalmente empleadas como "muletas" para la inferencia arqueológica.

 

Típicamente, a partir de la identificación en un contexto arqueológico particular de cierto atributo utilizado para caracterizar a un tipo social, se infiere que otros atributos del tipo -normalmente aquellos cuya reconstrucción arqueológica es más problemática- se encuentran también presentes (cf. Feinman y Nietzel 1984: 44).

 

Así, por ejemplo, a partir de la identificación de diferencias de rango, por ejemplo a través de variaciones en el tratamiento funerario o la presencia de ornamentos u otros marcadores de prestigio, se infiere la existencia de jerarquías administrativas, o el papel central de las elites en el tráfico interregional, en la organización de conflictos entre grupos, e la celebración del culto, o en la redistribución. Invocando la presencia de obras monumentales (sistemas de irrigación, plataformas ceremoniales) se infiere la existencia de centralización política, tributación y/o clasificación  socioeconómica. O partiendo de la clasificación de un caso arqueológico como "señorío" en base a la densidad de su población, la presencia de asentamientos jerarquizados,  y prácticas agrícolas intensivas, se "reconstruyen" aspectos específicos de la organización de sitios particulares, se asignan funciones a estructuras y hasta se infieren las relaciones de parentesco existente entre los ocupantes de diferentes recintos.

 

Esta forma de razonamiento es aún más débil que las tan cuestionadas inferencias por analogía etnográfica. A diferencia de estas, ni siquiera se parte de similitudes con una situación real, sino con una mera abstracción que en el mejor de los casos refleja solo parcialmente la naturaleza de una porción de la realidad. Esta forma de argumentación ignora a su vez el carácter politético de la mayoría de las tipologías en ciencias sociales, donde los casos incluidos en un tipo no necesitan poseer todos o ningún subconjunto particular de los atributos que lo definen. Más aún, dada la demostración empírica de la ausencia de asociaciones recurrentes entre atributos específicos (Feinman y Nietzel 1984; Yofee 1993), esta forma de inferencia aparece como un ejercicio totalmente arbitrario, aun cuando se emplee la categoría jefatura con fines comparativos generales.

 

Finalmente, el uso de analogías con jefaturas históricas para la reconstrucción de sociedades prehistóricas, particularmente aquellas que preceden al surgimiento de la civilización, es especialmente inadecuado, dado el hecho anteriormente señalado de que ninguna de ellas ha dado origen a estados.

 

La inferencia por analogía global con tipos de base etnohistórica y etnografía ha permitido a los arqueólogos evitar durante décadas una tarea crucial papa el avance de los estudios arqueológicos de evolución social: el desarrollo de métodos independientes para reconstruir a partir del registro arqueológico las variables conductuales necesarias para evaluar teorías alternativas sobre el cambio social. El uso de tipologías para la reconstrucción arqueológica niega a la disciplina la posibilidad de realizar un aporte original a este tipo de estudio, limitando el papel de la investigación arqueológica a la repetición dogmática de estereotipos tomados de la etnografía.

 

El establecimiento de una arqueología de los procesos de evolución social depende en gran medida del avance de la investigación metodológica. Primero, es imperativo desarrollar correlatos arqueológicos independientes para variables tales como redistribución, prestigio, centralización, guerra, desigualdad económica, política o ritual, control de recursos, y control del tráfico (entre otras) que son frecuentemente invocadas en las teorías sobre el origen de "sociedades complejas". Indudablemente, la etnografía y la etnohistoria tienen una importante contribución que hacer a esta tarea, no a través de la exportación de análogos globales o tipos, sino al proporcionar el contexto etnoarqueológico necesario para el desarrollo de una "teoría de la reconstrucción" (sensu Schiffer 1988) centrada en los aspectos específicamente sociales del registro arqueológico y de la cultura material en general.

Segundo, dado el carácter multidimensional de la mayoría de los indicadores arqueológicos, y de su falta de relación unívoca con determinados aspectos del comportamiento (v.g. tratamiento funerario, diferencias de rangos, irrigación, centralización política) (Tainter 1978; Netherly 1984), es necesario utilizar múltiples líneas de evidencia para inferir los fenómenos sociales de interés. Como sucede con la inferencia arqueológica en general, solo la combinación de varias líneas inductivas de inferencia, cada uno de ellas expuestas a excepciones, puede resultar en reconstrucciones de alta probabilidad (Wylie 1989, 1992). A modo de ejemplo, las asociaciones universales entre desigualdades económicas y variaciones en el tratamiento funerario (Shay 1985), el uso de estructuras de habitación de mayor tamaño y refinamiento (Kramer 1979), la variación en indicadores óseos de patologías y stress nutricional, y el acceso diferencial a estructuras de almacenaje pueden ser todas cuestionadas, frecuentemente mediante la invocación de excepciones etnoarqueológicas o cautionarytails. Sin embargo, la combinación de todas estas formas de evidencia independientes, sí confiere alta probabilidad a la conclusión de que existen desigualdades económicas en un caso arqueológico.

 

Conclusión

 

En páginas anteriores se ha argumentado que la tipología neoevolucionista de niveles de integración sociocultural, que hace tres décadas sirviera para demostrar la posibilidad de abordar el estudio nomotético de procesos de evolución social, se ha convertido actualmente en un obstáculo para el avance de dichos estudios, particularmente en el ámbito de la arqueología de pueblos sin estado. Primero, porque la evidencia empírica cuestiona seriamente la posibilidad de formular una categoría que aprehenda la significativa variabilidad presente en la organización de formaciones sociales sin estado. Segundo, porque la mera clasificación de casos en tipologías reificadas se convierte con frecuencia en substituto de la construcción teórica. Tercero, porque el uso de analogías globales con tipos de base etnohistórica y etnográfica en la reconstrucción arqueológica, imposibilita a la disciplina para realizar una contribución original a estos estudios.

 

Quienes aún adhieren a una perspectiva tipológica (Earle 1987: 280; Spencer 1987, 1990), frecuentemente responden a sus críticos que el rechazo de categorías como "jefatura" implica solo un cambio nominal, al postularse nuevos términos tales como "sociedades de rango medio" (Upham 1987), o sociedades "sedentarias pre-estatales" (Feinman y Neitzel 1984), que traducen una actitud intelectual semejante.

 

Esta observación no es necesariamente cierta. El uso de estas expresiones, o el de "sociedades sin estado" en el título de esta contribución, responde al hecho innegable de que la arqueología, la etnohistoria y la etnografía registran un sinnúmero de pueblos con diversos grados de complejidad y desigualdad social que no presentan el nivel de institucionalización característico del estado. Estos rótulos seguirán siendo necesarios, aunque más no sea para denominar una población de fenómenos digna de estudio, o para distinguir a quienes están interesados en ella de quienes investigan grupos de cazadores o estados2. En este sentido limitado, jefatura, o cualquiera de las versiones castellanas del término chiefdom, son denominaciones válidas. Sin embargo, la vaguedad (v.g. "sociedades de rango medio") o el carácter negativo de las expresiones mencionadas (v.g. sociedades sin estado), tienen la ventaja de ser explícitamente vacías, sin afirmar nada respecto a su naturaleza o a la presencia de regularidades entre dichas poblaciones, al tiempo que evitan compromisos con teorías particulares sobre las causas del cambio social.

 

Para finalizar, debe enfatizarse que el rechazo de las tipologías neoevolucionistas no implica el rechazo (impensable) de la clasificación como parte esencial de la actividad científica. Las tipologías, sin embargo, deben formularse y justificarse en el marco de proposiciones teóricas explícitas y pueden ser evaluadas (defendidas o descartadas) en base a su habilidad para sintetizar la variabilidad relevante que se observa en los fenómenos.

 

Agradecimientos:

mi interés por el estudio de proceso de evolución social se ha desarrollado enormemente a lo largo de más de tres años de permanente discusión con Norman Yoffee. Muchas de las ideas aquí presentadas son originalmente suyas o me fueron presentadas por su intermedio. Esta deuda intelectual no lo responsabiliza por el uso que he hecho de las mismas.

 

Notas

1- La persistencia del concepto de jefatura puede estar parcialmente vinculado a aspectos de la sociología de la ciencia (Kuhn 1970), por ejemplo a la reproducción de ciertas tradiciones intelectuales dentro de instituciones académicas. Yoffee (1993), por ejemplo ha señalado que la mayoría de quienes han adherido y aún defienden la utilidad de esta categoría (Earle 1987; Flannery 1972; Peebles y Kus 1977; Steponaitis 1981; Spencer 1987, 1990; Wright 1984) se encuentran relacionados (como profesores o graduados) con el Departamento de Antropología de la Universidad de Michigan. Cabe agregar que Service se desempeñó como profesor de esta institución a partir del año 1953.

2- Desde este punto de vista, la denominación "sociedades complejas" es excesivamente vago. El término ha sido empleado para aludir a grupos que varían enormemente, desde cazadores-recolectores (Price y Brown 1985), hasta estados antiguos (Wenke 1989). Quizá sea más apropiado reservar el término "complejidad social" para referirse a una dimensión general que varía en forma más o menos continua a lo largo de la historia, que para aludir a un grupo específico de poblaciones.

 

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