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Comechingonia

versión On-line ISSN 1851-0027

Comechingonia vol.26 no.2 Córdoba ago. 2022

 

Artículos

LA PRÁCTICA DE REALIZAR POZOS EN LA VIDA COTIDIANA. VALLE DE LA CIÉNAGA, ARGENTINA

MAKING PITS IN DAILY LIFE.LA CIÉNAGA VALLEY, ARGENTINA

Valeria L. Franco Salvi1 

Lucía Justiniano1 

1Laboratorio de Estudios Materiales de la Historia-CIFFYH. Instituto de Humanidades-CONICET. Universidad Nacional de Córdoba. Pabellón Agustín Tosco, primer piso, Haya de la Torre s/n. Ciudad Universitaria, Córdoba. Email: valefrancosalvi@unc.edu.ar Laboratorio de Estudios Materiales de la Historia-CIFFYH. Universidad Nacional de Córdoba. Pabellón España s/n. Ciudad Universitaria, Córdoba. Email: lucia.justiniano@mi.unc.edu.ar

Resumen

Los estudios arqueológicos efectuados en una unidad residencial del sitio Lomita del medio asignable al primer milenio de la Era nos han permitido identificar la presencia de 11 pozos en su interior. El objetivo principal de este trabajo se dirige a discutir el rol que cumplieron estos rasgos en la vida diaria de los habitantes de La Ciénega. Específicamente, nos interesa conocer los motivos por los que las personas los incluían en el interior de sus viviendas. Al igual que los fogones o la cerámica, integraron la cotidianeidad y estuvieron íntimamente involucrados en la producción y mantenimiento de categorías e identidades que a su vez fueron inherentemente inestables y variables.

Palabras claves: Pozos Aldeas; Noroeste Argentino; unidades residenciales prácticas sociales

Abstract

Archaeological studies carried out in a residential unit of the Lomita del medio site, which can be dated to the first millennium AD, have allowed us to identify the presence of 11 pits. The main objective of this paper is to discuss the role that these pits had in the daily life of the inhabitants of La Cienega. Specifically, we are interested in determining the reasons why people included these features in the interior of their dwellings. Like hearths or pottery, these structures were part of everyday life and were intimately involved in the production and maintenance of categories and identities that were inherently unstable and variable.

Key words: Pits early villages; northwest Argentina; households social practices

Introducción

Hacia el primer milenio de la Era tuvieron lugar cambios de envergadura en la vida de las distintas poblaciones que ocupaban la actual región del Noroeste Argentino. De forma creciente, comenzaron a convivir en aldeas y articularon novedosos modos de interrelacionarse con el paisaje, como la agricultura, el pastoreo y la alfarería (Delfino 1999; Olivera 2001; Quesada y Maloberti 2015; Scattolin 2015). En este contexto, las viviendas empiezan a constituirse como elementos destacados en la experiencia diaria de las comunidades de la época. De hecho, se han realizado asiduas investigaciones en torno a las prácticas sociales y materialidades implicadas en lo doméstico y la cotidianeidad para este período (Albeck 1997; Gordillo 2007; Delfino et al. 2009; Haber 2006; Palamarczuket al. 2020; Rattoet al. 2019; Salazar y Molar 2017; Salazar et al. 2011; Sentinelli y Scattolin 2019).

La presencia de pozos en el interior de las viviendas es una particularidad que se repite durante esta época en diversos sectores de las cumbres Calchaquíes. Podemos mencionar algunos ejemplos registrados en el valle del Cajón (Scattolin 2006, 2019; Scattolin y Gero 1999), en Quebradas Altas (Oliszewski et al. 2020), en el piedemonte (Salazar et al. 2019), en las serranías del El Alto- Ancasti (Barot 2017) y abarcando inclusive la Puna catamarqueña (D'Amore 2002, 2007; Haber 1999, 2011; Rattoet al. 2019). En efecto, se registra una amplia franja donde se comparten ciertos parecidos no sólo en lo que concierne a los pozos sino también en el patrón de asentamiento, la cerámica (i.e. monocroma roja, modelados zoomorfos Candelaria, fragmentos Vaquerías) (Scattolin 2007) y la distribución de las distintas actividades diarias en patios, cocinas y otros recintos.

Puesto que las disimilitudes han sido posicionadas en eje para estudiar los escalones altitudinales desde visiones tradicionales o modelos geoétnicos (Scattolin 2007), proponemos invertir el foco y concentrarnos en estas regularidades, las repeticiones (Rattoet al. 2019) y la vida cotidiana de estas poblaciones. Asimismo, si bien los trabajos ya mencionados dan cuenta de la presencia de pozos en distintos sitios, el interés de esta propuesta reside en que aún no se han realizado para esta región investigaciones específicas sobre esta práctica. De hecho, la acción de cavar, depositar, tapar y quemar puede generar diversas interpretaciones. Por ello, para su análisis arqueológico resulta fundamental conocer las condiciones y/o circunstancias en las que se conformaron, emplearon y los contextos de los que participaron. En ese sentido, es interesante el aporte de D'Amore (2007) que propone entender estos rasgos como producidos mediante una práctica social, situada históricamente. Esta categoría permite ahondar en las trayectorias de los pozos y en las múltiples temporalidades y contingencias que los atraviesan. Además, la acción recurrente de cavar puede ser entendida como una parte constitutiva de la práctica más general de habitar la casa y de ritualizar, producir y reproducir el mundo doméstico (Haber 2011) y de intervenir de manera duradera el paisaje y sus materiales. Se establece así una interrelación entre las actividades productivas, rituales y la reproducción comunitaria (D'Amore 2007; Jofré 2013).

En este trabajo caracterizamos los elementos interfaciales o pozos registrados en contextos domésticos a los fines de discutir el rol que cumplieron en la vida cotidiana de los habitantes de La Ciénega durante el primer milenio de la Era. Nos interesa identificar los roles o funciones que cumplían y cómo fueron cambiando a través del tiempo, aproximándonos también a conocer las razones por las que las personas hacían estos pozos en el interior de sus viviendas. Preliminarmente, sostenemos que al igual que con las maneras de hacer las viviendas, confeccionar ciertos instrumentos, gestionar la agricultura y el pastoreo de formas similares, estas personas compartían las maneras de estructurar y organizar el espacio hacia el interior de las unidades residenciales. En ese sentido, las acciones relacionadas a los pozos deben concebirse como una práctica social repetida y compartida ampliamente por distintas poblaciones de las Cumbres Calchaquíes.

Área de estudio

El valle de La Ciénega se ubica a 2700 ms.n.m. en el extremo sur de las Cumbres Calchaquíes (Dto. Tafí del Valle, Pcia. de Tucumán, Argentina) (Figura 1). Esta depresión está limitada al este por las cumbres de Mala Mala o de Tafí, y al oeste por el Cerro Pabellón. Estudios geológicos confirman que en este valle nace el Río Lules con el nombre de Quebrada Piedras Grandes (Gutiérrez 2014). Este estrecho altivalle se halla emplazado en un área batolítica de composición granítica. En efecto, abundan los afloramientos rocosos granitoides, granitos con xenolitos de composición gnésica, pegmatitas cuarzo feldespáticas y esquistos inyectados con granitos (Cremonte 1996). Las fuentes de arcillas están disponibles en sectores muy próximos a los poblados, esto es, al alcance de los que habitaron el valle (Cremonte 1996). Incluso, se han localizado depósitos de sedimentos arcillosos donde se emplazan las viviendas. El piso de las estructuras corresponde a un paleosuelo loéssicoestéril que habría posibilitado la generación de superficies impermeables óptimas para cavar pozos e impedir inundaciones. Las condiciones ambientales no habrían sido muy diferentes a las actuales, aunque habrían tenido lugar un mayor porcentaje de humedad y temperaturas un poco más bajas (SampietroVattuoneet al. 2009). Los suelos y el ambiente de pastizales de neblina en transición entre la selva montana y la estepa arbustiva, presentan características óptimas para la producción agro-pastoril. En términos generales, es posible afirmar que el paisaje natural se conformó como un escenario agradable para el asentamiento humano (Cremonte 2003).

Excepto por las tempranas exploraciones de Quiroga (1899) y Schreiter (1928) y los trabajos de Bernasconi y Baraza (1985), los estudios arqueológicos realizados de forma sistemática se iniciaron durante la década de 1980. Cremonte (1988, 1996, 2003) llevó a cabo tareas de prospección, relevamiento y excavación en los sitios “El Pedregal” y “El Arenalcito” que evidenciaban una larga ocupación a través del primer milenio AD (desde 133 cal AC. - 94 cal DC. a 681-890 cal DC.), la cual fue corroborada después mediante estudios ceramológicos (Cremonte y Botto 2000). El pastoreo se consideró la actividad central para la subsistencia de estos grupos, siendo la agricultura una práctica secundaria apenas mencionada en la literatura arqueológica referida al valle. En los últimos años, si bien se han realizado algunas menciones en estudios geoarqueológicos, que sólo consideraron imágenes satelitales (SampietroVattuoneet al. 2009), no se han registrado proyectos de investigación interesados en proseguir con los estudios iniciados por Cremonte y colaboradores.

Figura 1: A) Ubicación del valle de La Ciénega (Prov. de Tucumán, Argentina). B) Cuenca principal. C) Planta de la Unidad 18. D) Fotografía aérea tomada con Drone del recinto R94.

Pese a los escasos antecedentes, este valle posee una gran relevancia arqueológica sobre todo por la magnitud de sus construcciones. Desde el año 2019, el Equipo de Arqueología del Sur de las Cumbres Calchaquíes viene realizando investigaciones que se iniciaron mediante prospecciones y relevamientos sistemáticos. En principio, se han relevado 1114 estructuras arqueológicas atribuibles al primer milenio de la Era (89%), al Período de Desarrollos Regionales (9%) y al Republicano (6%). Así, se han identificado montículos, rocas intervenidas (Salazar y Franco Salvi 2020), bloques de roca de distintos tamaños con pequeñas cavidades hemisféricas grabadas y grupos de molinos de mano fijos.

De todas maneras, la gran mayoría de las estructuras consisten en unidades residenciales con características arquitectónicas muy similares a las observadas en el valle de Tafí, esto es, viviendas con plantas circulares y subcirculares con grandes patios centrales en asociación a conanas. La principal diferencia encontrada entre ambos valles se refiere a la arquitectura agrícola, ya que en el caso de La Ciénega fueron escasos los elementos relacionados a esta práctica.

En esta oportunidad nos referiremos al sitio Lomita del Medio donde iniciamos excavaciones arqueológicas en una unidad residencial y donde hallamos un recinto con 11 pozos en su interior.

Lomita del Medio: excavación

La elección del área de excavación contempló diversas variables, esto es, estado de la unidad, potencial de excavación, impacto ambiental-patrimonial y posibilidades de conservación. La estructura seleccionada presenta características a nivel superficial muy similares con la mayoría de las construcciones del área: forma circular y subcircular, muros de rocas locales, paredes sin argamasa, patios centrales, cerámica en superficie asignable al primer milenio de la Era, rocas de formas oblongas, conanas en superficie, morteros, etc.

La unidad 18 se conforma de 18 recintos de diversos tamaños construidos con rocas metamórficas locales abarcando un área de 1778 m2. Se reconocen tres estructuras de mayor tamaño (R 89, 92 y 100) posicionadas de forma central consecutivas de norte a sur. Los “patios” 89 y 100 tienen características similares a los que comúnmente se ven en la zona, esto es, diámetros entre 12-13 m. y posición central con recintos asociados (entre 4 y 5) de tamaños que oscilan entre los 2.5 m y 6 m.

Fueron excavados en su totalidad 4 recintos -90, 91, 93 y 94- registrándose una gran cantidad de restos arqueológicos, rasgos y procesos de depositación que se condicen con un uso intensivo en el pasado. A cada uno de ellos se les asignó un registro tridimensional y fueron cargados en un archivo AutoCAD geo-referenciado. Esta información ha resultado sustancial para poder determinar numerosos eventos constructivos, áreas de actividad y prácticas de mantenimiento, abandono y reocupación. La totalidad de estratos, rasgos e interfacies fueron considerados como unidades estratigráficas (UE), e incluidos en una representación en forma de diagrama (Carandini 1997; Harris 1991 [1989]) que permitió construir una secuencia biográfica de las estructuras desde su construcción hasta nuestra intervención.

La excavación arqueológica mediante estratos naturales y matrices de Harris fue fundamental para el reconocimiento de los elementos interfaciales. En trabajos previos, la utilización del método por estratos artificiales impidió identificarlos y se los describió como lentes de carbón o fogones informales (Cremonte 1996). A los distintos rellenos de los pozos se les asignaron unidades estratigráficas respectivas y luego, estos estratos fueron flotados y zarandeados con una malla de acero de 2 mm de apertura. Los hallazgos fueron mapeados, etiquetados y conservados mediante envoltorios de papel aluminio. En el laboratorio, cada pozo fue diferenciado y analizado separadamente.

El material más abundante registrado en los rellenos consistió en carbones vegetales. Para su registro, fueron extraídos en excavación mediante pinzas y se tomaron muestras de sedimento sistemáticas de las distintas unidades estratigráficas del recinto. La mayor proporción fue tamizada con malla de 2 mm en agua in situ y otra menor en seco en el laboratorio (Oliszewski 2003; Pearsall 1989). Estas técnicas posibilitaron el reconocimiento de 3430 fragmentos de carbón vegetal cuyo tamaño supera los 4 milímetros, lo que posibilita su identificación taxonómica (Marconetto 2008; Piqué i Huerta 1999). Asimismo, se han conservado restos de cenizas y los fragmentos menores a 4 mm por su potencial para futuros análisis (Lindskoug y Mors 2010).

Recinto R94. Emplazamiento de los pozos

El recinto R94 se ubica en el lado este del patio central (R89) de la vivienda y, en principio, de acuerdo a dos fechados radiocarbónicos realizados, el piso principal fue utilizado por última vez entre el siglo V y VII d.C. Los rasgos identificados en este sector indican la presencia de numerosas tareas similares a las registradas en las cocinas de la época: cocción de alimentos, preparación de bebidas, calefacción, mantenimiento de líquidos, etc. El ingreso a este recinto era posible sólo desde el patio (R89), lo que sugiere que ambos estuvieron en uso de forma simultánea. Resulta factible esperar que en el patio -que aún no fue excavado- encontraremos parte de la secuencia de actividades como el procesamiento inicial de alimentos y actividades que requieren de mayor luminosidad y espacio.

La mayor concentración de materiales arqueológicos fue detectada en la UE 006, definida como piso de ocupación. En ese nivel se registraron materiales cerámicos y líticos que se relacionan con prácticas de cocción de alimentos. En el sector noroeste se detectó una concentración de molinos con vida útil remanente que, por su posicionamiento en la matriz de Harris, habrían sido parte del conjunto que integraba el piso. No se observan evidencias que den cuenta de actividades relacionadas a la confección de instrumentos u otras tareas como fraccionamiento de recursos faunísticos (i.e. trozamiento, corte).

En esta unidad se registraron dos lentes carbonosos, es decir, capas delgadas -entre 1 y 5cm de espesor- de concentraciones de material carbonizado en forma lenticular (Marschoffet al. 2014). En el espacio central del recinto se ubica una estructura de combustión en forma de cubeta delimitada por un conjunto de rocas que permitían el control eficaz de la temperatura (Leroi-Gourhan 1973; Marchet al. 2014) y funcionaban como un dispositivo especial para sostener vasijas (Pazzarelli 2011). En torno a este rasgo que definimos como fogón principal, se identificó un conjunto artefactual conformado por fragmentos de ollas de tamaño mediano y pequeño, adecuadas para la cocción de alimentos, cuyas paredes internas y externas presentan marcas de hollín, lo cual evidencia su exposición al fuego. Dentro del conjunto se halló además un cuchillo de pizarra y diversidad de artefactos líticos tallados y pulidos como cuentas minerales y percutores. En este sector se halla también otro fogón en forma de cubeta que habría sido anterior al principal debido a su reducido tamaño, su superposición con el mayor y al escaso registro antracológico producto de la limpieza pre-abandono.

En ese conjunto de rasgos se encontraba el poste principal que sostenía la techumbre. Distintos contextos arqueológicos atestiguan que los techos de las viviendas eran sostenidos por uno o varios postes de madera, generalmente ubicados en el centro del recinto. Estos se encastraban en hoyos cavados en los pisos y eran asegurados por pequeñas cuñas de piedra para calzar con mayor firmeza el soporte (Botero Páez y Gómez Londoño 2010; Scattolinet al. 2009).

El fogón organizaba y determinaba el movimiento y las actividades en torno a él. De hecho, un 70% del material antracológico se halla concentrado en los pozos (56.1%), el fogón central (11.3%) y lentes carbonosos (2.5%), mientras que los restantes se hallan dispersos en los pisos de los distintos recintos (Solari 2000, 2007). Una muestra de carbón obtenida del fogón fue datada en 1486 años AP ± 29 (D-AMS 041079), Cal. D.C. 550 y 650.

Pozos en la cocina

En las matrices sedimentarias de la excavación se pudo diferenciar, en determinados sectores de la UE 006 (piso), un cambio de textura y tono (tabla Munsell: HUE 5YR 2/2) correspondientes a 11 pozos cuya profundidad varía entre los 13 cm y los 45 cm. En la matriz de Harris (1991 [1989]) se ha asociado cada uno de estos rasgos y sus respectivos rellenos a una unidad estratigráfica (Figura 2). Siete de ellos presentan diversos materiales arqueológicos en su interior compuestos por carbones vegetales, carporrestos, restos óseos calcinados, fragmentos de cerámica y materiales líticos. Las divergencias en la composición de los pozos nos permiten interpretar sus posibles usos, temporalidades, contextos de acción y su rol en la vida cotidiana (Figura 3).

Descripción

Pozo 1 (P1) (UE25- UE11)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 25 y al relleno UE 11. Se ubica a pocos centímetros del muro sur del R94, posee un diámetro de 50 cm y 30 cm de profundidad. Por el ordenamiento de los estratos estaría relacionado con el pozo 3 -UE 13/UE 24-, siendo este último posterior al 1. En su relleno (UE 11) se registraron 171 carbones, un filo de pizarra, 13 restos cerámicos compuestos por fragmentos ordinarios rojo grueso, gris grueso y rojo grueso con baño rojo. Fueron hallados también 63 fragmentos de restos faunísticos de Artiodactyla, de los cuales casi un 40% presenta rastros de carbonización, y tres especímenes que corresponden a Mazamasp.

Figura 2. Matriz de Harris del recinto R94

Pozo 2 (P2) (UE26-UE12)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 26 y al relleno UE12. Se ubica a pocos centímetros del muro sur contiguo al P1 (lado Este) y posee un diámetro de 70 cm con una profundidad de 25 cm. El relleno se compone de 133 carbones y restos óseos calcinados de menos de 1 cm, con escaso potencial para su análisis e identificación. No presentaba en su interior materiales arqueológicos.

Pozo 3 (P3) (UE24- UE13)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 24 y al relleno UE 13. Se ubica contiguo al P1 (lado Oeste) y posee un diámetro de 40 cm. Este pozo está cortado por el 1 y sería más antiguo que este. En el relleno (UE 13) se registró el porcentaje más alto de carbones (401 fragmentos) en comparación con los demás pozos. Se hallaron astillas de hueso calcinadas no identificables, una lasca de sílice, microlascas de cuarzo, cerámica de tipo rojo gruesa, rojo fina y rojo gruesa con baño rojo.

Pozo 4 (P4) (UE23 -UE16)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 23 y al relleno UE 16. Se ubica en el sector Sur del recinto, contiguo al P3, y posee un diámetro de 60 cm. Destaca por su tamaño y profundidad. El relleno se compone de 212 carbones y fragmentos cerámicos de tipo rojo grueso, gris fino, rojo fino con baño rojo, rojo fino con baño blanco y gris grueso. Además, se registró un astrágalo entero identificado, por su tamaño y morfología, como Mazamasp.

Pozo 5 (P5) (UE29- UE17)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 29 y al relleno UE 17. Se ubica en el lado Este del fogón principal. Posee una profundidad de 20 cm y un diámetro de 70 cm. En el relleno se encuentran 131 carbones, lascas de cuarzo y cuarcita, un fragmento de mano de granito negro y un fragmento de cuchillo de pizarra. La muestra cerámica se compone en su mayoría de fragmentos de tipo rojo grueso, seguidos por el gris fino y una mínima presencia del rojo fino, que incluye un tiesto con baño blanco.

Pozo 6 (P6) (UE31- UE18)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 31 y al relleno UE 18. Se ubica entre el P3 y el P7. Cuenta con 60 cm de diámetro y 13 cm de profundidad. El relleno se compone de 109 carbones, fragmentos de mica, un núcleo y un percutor de cuarzo -ambos fracturados por uso-, un resto de mineral de cobre y fragmentos cerámicos de tipo rojo grueso, gris fino y rojo grueso con baño rojo.

Pozo 7 (P7) (UE30 -UE19)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 30 y al relleno UE 19. Se emplaza entre el P6 y el P8. Posee una profundidad de 20 cm y presenta un contorno informal. El relleno se compone de pequeñas espículas de carbón.

Pozo 8 (P8) (UE28- UE22)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz 28 y al relleno 22. Este rasgo se ubica contiguo al fogón principal, en el sector Sur. Posee una profundidad de 24 cm y un diámetro de 70 cm. En el centro de este pozo se emplaza una concreción blanquecina plástica (en estudio para registrar sus componentes químicos) similar a los anillos de arcilla hallados en la región y que posiblemente se utilizaba para apoyar las ollas, lo que se condice con su posicionamiento contiguo al fogón principal (Cremonte 1996; Scattolin 2019).

Pozo 9 (P9) (UE27- UE14)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 27 y al relleno UE 14. Se ubica cercano y al sur del fogón principal. Posee un diámetro de más de 100 cm y una profundidad de 45 cm. El relleno presenta 249 carbones y un carporresto afín a chañar (Geoffroeadecorticans). Se hallaron fragmentos cerámicos de tipo rojo grueso, gris fino y grueso, rojo grueso con baño rojo y rojo fino con baño rojo y blanco. Las piezas cerámicas presentan fracturas frescas, sin rodamientos y superficies con buenos niveles de conservación. Además, se observan marcas de hollín en las fracturas, lo que indica que no sólo las vasijas fueron sometidas al fuego sino también los mismos tiestos. En ese sentido, es factible inferir que las piezas fueron partidas y quemadas in situ. La muestra arqueofaunística fue difícil de identificar en razón de su alto grado de fragmentación. Sin embargo, se reconocieron partes esqueletarias correspondientes a Mazamasp, roedores, Artiodactylay Lama sp. que no presentaban huellas de combustión. También, se registraron lascas de cuarzo y cuarcita, un raspador de cuarcita, un fragmento de cuchillo de pizarra y una cuenta de mineral de cobre. Muchos de los artefactos líticos y restos arqueofaunísticos presentan signos de haber sido quemados y enterrados allí. En la base del pozo se extrajo una muestra de carbón vegetal para su datación y los resultados lo ubican en 1543 años AP ± 25 (D-AMS 041078), Cal. D.C. 432 y 592.

Pozo 10 (P10) (UE32- UE20)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 32 y al relleno UE 20. Se ubica al oeste del P7 y el P9 y posee 13 cm de profundidad y 60 cm de diámetro. El relleno se compone de 38 carbones.

Pozo 11 (P11) (UE33- UE21)

En la matriz de Harris este rasgo corresponde a la interfaz UE 33 y al relleno UE 21. Se emplaza en el extremo noreste del recinto, contiguo al muro. Cuenta con 40 cm de diámetro y 20 cm de profundidad. El relleno se compone de 46 carbones y fragmentos cerámicos, mayormente de tipo rojo grueso pero también gris grueso y rojo grueso con baño rojo. Se registra un artefacto lítico doble filo natural de cuarzo, con rastros complementarios, y restos de material afín a pigmento mineral rojo.

Figura 3: A) Plano de planta del recinto R94 y los rasgos internos principales. B) Corte transversal de 9 pozos observables desde el perfil.

Materialidades

La muestra cerámica procedente de la totalidad de los pozos registrados bajo el piso ocupacional del R94 asciende a 175 fragmentos, en su mayoría de los pozos 9 y 5. Al igual que la muestra procedente del piso, la gran mayoría de los tiestos corresponde al grupo rojo grueso (65%), y en menor medida gris fino (12,6%), rojos gruesos con baño rojo (6,9%), gris grueso (5,5%), rojo fino con baño rojo (4,6%), rojo fino con baño blanco (3,4 %) y rojo fino (1,7 %).

La muestra lítica registrada en los pozos consta de siete instrumentos -un núcleo, un raspador, cuatro cuchillos -tres de filita-, un percutor y 45 lascas y desechos líticos de diferentes materiales con una mayor proporción de cuarzo, seguido por cuarcita y sílice. Se destacan entre los hallazgos obtenidos del P9 la presencia de un fragmento de cuenta de mineral de cobre.

La muestra arqueofaunística se compone de 192 especímenes de los cuales 133 no fueron identificados por su mal estado de conservación y fragmentación. Se registra un gran desgaste por abrasión sedimentaria o algún tipo de ataque químico en los especímenes sumándose a esto la acción de roedores que abundan en el sedimento. Asimismo, la baja densidad puede deberse a que el sedimento es extremadamente ácido (pH=4) y a prácticas constantes de limpieza de los pisos. De acuerdo a nuestros análisis preliminares hay una mayoría de restos que corresponden a Lamasp., Artiodactyla, Mazamasp. y un número muy bajo de pequeños mamíferos (Figura 4). En el caso de Mazama, fueron también identificados especímenes similares por Cremonte (1996) en el sitio El Pedregal.

Figura 4: Cantidad de restos arqueológicos por pozo.

Primeras consideraciones

El estudio de estos rasgos nos permite avanzar en el conocimiento de las acciones que se repetían en el mundo cotidiano del primer milenio de la Era. En la planificación de la construcción de una casa se replicaban los modelos, formas y materiales entre diversas poblaciones de las Cumbres Calchaquíes y esto también es visible en la acción de hacer pozos que, en gran medida, habrían respondido a una lógica mayor transmitida entre generaciones. De esta manera, dilucidar diversos aspectos de estos rasgos en un contexto arqueológico nos permite ampliar nuestra mirada sobre las maneras que se articularon los escenarios domésticos y las experiencias sociales existentes.

En el recinto R94 del sitio Lomita del Medio, hemos reconocido que la totalidad de los pozos se emplazan en la cocina al nivel del piso, en el sector sur del recinto y próximos a los muros, sin entorpecer la circulación de las personas y la realización de actividades diarias. Los pozos P1, P3 y P5 presentan grandes concentraciones de carbones, por lo que se pueden interpretar como sectores de incineración, esto es, braseros para calefaccionar la casa, gestionar las brasas del fogón central y/o limpiar los restos de fogones (Haber 2011; Quesada y Gastaldi 2013; Scattolinet al. 2009). La presencia de restos arqueofaunísticos calcinados y artefactos líticos, similares al contexto excavado por Scattolin (2019), sugiere que también pudieron ser utilizados para cocinar alimentos.

Por estas características y su posición contigua a los fogones, el P5 puede ser entendido como parte de un conjunto de estructuras de combustión (Rodríguez 2018). A su vez, el P8, próximo al fogón, cuenta con una rasgo particular con forma de anillo hecho de arcilla adecuado para sostener ollas cerámicas (Cremonte 1996; Scattolin 2019) aunque también podría tratarse de un “fogón anulado”, dejado de utilizar tiempo antes del abandono de la vivienda (Scattolin et al. 2009). Así, también habría formado parte de este conjunto. Esto posibilita pensar que este conglomerado de rasgos organizaba las actividades de calefacción, preparación y cocción de alimentos a su alrededor. Eventos estratigráficos similares fueron hallados en El Alto- Ancasti, en un recinto donde se realizaban la cocción y el almacenamiento de alimentos (Barot 2017).

Las formas observadas del conjunto cerámico de los pozos son ollas medianas, restringidas, esferoidales, con cuellos cilíndricos, y bordes engrosados. En mayor medida se pueden inferir pucos pequeños y jarros, sin embargo, en virtud de los procesos de formación inferidos, la muestra podría entenderse más en términos de sumatoria de fragmentos que de piezas enteras. En este último aspecto es notable la presencia de algunos tiestos que no son frecuentes en las muestras procedentes de los pisos ocupacionales, por ejemplo, varios pucos pequeños grises finos, con decoraciones incisas y modeladas adheridas a los labios. Por lo general, este tipo de vajilla es frecuente en los sectores de entierro que acompañan el ajuar de los muertos, esto es, como ofrenda sin un uso relacionado a la práctica cotidiana de cocinar o consumir en la cocina. Las cerámicas correspondientes al tipo gris fino se hallaron en los pozos que habrían sido utilizados como braseros y para ofrendar y sahumar. No se observan estos fragmentos en los interpretados como bases para grandes ollas y fogones.

Por otra parte, principalmente en los P6 y P9, pero también en los P1, P3 y P11, el hallazgo de cerámica con fracturas frescas, sin rodamientos y superficies con buenos niveles de conservación permite sostener que las vasijas fueron fragmentadas e inmediatamente arrojadas a los pozos probablemente en contextos relacionados a prácticas de ofrendar, quemar y sahumar. Esta idea se refuerza con la presencia, en los P6 y P9, de fragmentos de ollas con superficies tanto externas como internas con marcas de hollín (Menacho 2007)y restos de fauna carbonizada. En adición, en algunos de estos pozos se obtuvieron materiales poco usuales en los contextos domésticos del área, como fragmentos de mica, un carporresto de chañar y 2 cuentas de mineral de cobre. Estos hallazgos coinciden en sus características con distintos registros etnográficos que indican que los alimentos y los elementos ofrendados se queman como una forma de compartir la ofrenda con comensales sagrados (Fernández Juárez 1997).

Además, el hecho de que estos pozos se hallen en la cocina nos recuerda la interdependencia entre actividades productivas y rituales en el mundo andino (Jofré 2013). Los múltiples usos de los pozos invitan a pensar en la reiterada ritualización del espacio y la vida al interior de las unidades residenciales (D'Amore 2007). En los Andes se realizaban ofrendas mediante la quema de recursos alimenticios al interior de las viviendas. Estas se manifestaban en el registro arqueológico como pozos rellenos de material carbonizado (Cutright 2013). Una vía interesante para corroborar esto a futuro sería avanzar en la determinación de las especies carbonizadas debido a que las maderas para combustión en general son diferentes a las especies usadas como sahumadoras.

De manera complementaria, estos pozos en los que se hacía fuego, ya sea para ofrendar, calefaccionar o cocinar, pueden ser entendidos también como estructuras de combustión. Además de los fogones en cubeta, existe una variedad de estos rasgos que pueden definirse como producidos por la acción humana y el efecto de quemar. De hecho, los pozos presentan una serie de características en común con aquellas que suelen atribuirse a dichas estructuras. A saber, la alteración térmica del sedimento, marcado por una variación cromática y por su grado de compactación y la presencia de residuos de combustión, como cenizas, carbones y materiales arqueológicos con rastros de haber sido sometidos al fuego (Rodríguez 2018). Por otro lado, los pozos no habrían sido empleados para almacenaje a largo plazo ya que fueron cavados en el Loess con un alto nivel de humedad. No obstante, contamos con el caso del P4 que, por su formalidad, gran tamaño y profundidad y por los escasos materiales arqueológicos de su relleno, podría haber sido usado para almacenar objetos utilizados en la cotidianeidad de la cocina y/o para colocar aquellos alimentos que se cocinan luego o para guardarlos por un tiempo acotado y alejarlos de insectos y/o roedores (Barot 2017; Scattolin 2019).

A su vez, de acuerdo a estudios etnográficos (Wandsnider 1997) la alta presencia de carbones, de restos faunísticos carbonizados y la morfología de algunos pozos (v.g. pozos 3, 4 y 9) sugieren que a través de hoyos se llevaron a cabo prácticas de cocción tanto de carne como de vegetales que permitieron hacerlos más digeribles, menos tóxicos y más duraderos. Asimismo, estudios arqueológicos registran que esta práctica ha sido muy frecuente desde el Holoceno temprano (Thoms 2008) y que posibilitó el aprovechamiento de una diversidad de productos y el mantenimiento de altas temperaturas por tiempos prolongados. Esto habría facilitado las prácticas de cocción, recurrente en el área andina y que precisa de un fuego regular y un buen manejo del combustible (Pazzarelli 2010).

De manera casi contigua al muro sur del recinto, los P7, P10 -que tienen en común una baja presencia de carbones- y P2, que no tenían restos materiales en su interior, presentan un corte particular que los hace aptos para apoyar ollas de gran porte. Posiblemente fueron el soporte de grandes vasijas con base cónica. En efecto, en esta unidad se registró una vasija de gran tamaño que podría haber sido apoyada en estos pozos. A su vez, resulta válido recalcar que los grupos gruesos rojos y grises, ampliamente predominantes en toda la muestra, no presentan bases, o al menos no demarcadas a través de puntos angulares. Esto se condice con lo que se conoce sobre grandes piezas completas registradas en el área con bases cónicas o que son una continuidad de la forma esférica del cuerpo.

Por último, se registra diacronía en el uso y renovación permanente de los pozos. En efecto, por su ordenamiento estratigráfico, el P3 es más antiguo que el P1 y la construcción de este último se superpuso con uno de los extremos del P1. Asimismo, hemos sugerido que los P5 y P8 podrían haber constituido antiguos fogones en uso previo al fogón central (Figura 5).

La multiplicidad de funcionalidades y momentos de uso atribuidas a los pozos reafirma la imposibilidad de definir de manera unívoca estos rasgos. Sin embargo, su presencia se reconoce en la región con cierta regularidad (Scattolin y Gero 1999). Entonces, es posible pensar que la práctica de realizar pozos al interior de las viviendas constituye una “costumbre”, y/o una “tradición”. De este modo, la acción de cavar pozos no respondería exclusivamente a necesidades o actividades propias de un escenario doméstico sino que esta estrategia particular de cavar, rellenar y hacer fuego en pozos sugiere un “modo de hacer” en los valles, quebradas y puna. Al igual que los fogones o la cerámica, estas estructuras integraron la cotidianeidad y estuvieron íntimamente involucradas en la producción y mantenimiento de categorías e identidades en general que a su vez fueron inherentemente inestables y variables (Alberti 2007).

Figura 5: Piso del recinto R94. A. Imagen ilustrativa de la forma en que se conformaba el soporte de grandes vasijas con base cónica en los pozos. B. Primera estimación acerca de los usos de los pozos identificados en el piso del recinto. El pozo 11 no se observa en la imagen por ubicarse en el extremo noreste del recinto, su uso estuvo relacionado principalmente al acto de ofrendar e incinerar objetos.

Estas repeticiones o similitudes en los modos de construir y habitar la casa, en la elección de determinados materiales, en la edificación de ciertos rasgos internos (Ratto et al. 2019; Scattolin 2007) estarían arraigados en una tradición cultural y en un arte de coexistir entre personas que están ligadas por proximidad y repetición (De Certeau 1999). En consecuencia, estos rasgos están presentes en el piso de este recinto en respuesta a una manera de estructurar el interior de las viviendas. Su posicionamiento no es resultado de decisiones espontáneas, sino que fueron planificados los lugares donde estarían presente cada día, no sólo para el resguardo y calefacción de los residentes y la cocción de alimentos sino también como una práctica social recurrente y una repetición de los rituales esenciales de la vida diaria (Bradley 2003).

La acción repetida articula conocimiento no discursivo y esa performance genera, gracias a la interacción con la audiencia, identidades (Budden y Sofaer 2009). En ese sentido, los pozos no habrían participado como un objeto terminado sino como un conjunto de acciones y seres involucrados en su construcción. En definitiva, los pozos se pueden definir por sus materialidades y por acciones específicas (cavar, quemar, hervir, romper, tapar, sahumar) y no tanto por su configuración final.

Agradecimientos:Agradecemos a la Comunidad Indígena Diaguita de Anfama y especialmente a Hilda Santo Mamani y su compañero Rogelio Armando Ayala. A los miembros de EASCC especialmente a Julián Salazar, Rocío Molar, Agustina Fiorani, Juan Montegú, StefaniaChiavassa-Arias, KevinKarrocart, Paula Lenci

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