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Quinto sol

versión On-line ISSN 1851-2879

Quinto sol  n.13 Santa Rosa ene./dic. 2009

 

RESEÑAS

Gabriel Rafart.
Tiempo de violencia en la Patagonia. Bandidos, policías y jueces 1890-1940.
Buenos Aires, Prometeo, 2008, 233 páginas.

Pedro Berardi
UNMDP

El proyecto de modernización gestado a fines del siglo XIX por parte de la élite dominante, tuvo como propósito extenderse sobre todo el territorio nacional, que se estaba configurando a partir de la consolidación del Estado argentino. Este proceso, dispuesto desde el poder centralizado de Buenos Aires y consensuado por los núcleos dirigentes regionales, no estuvo exento de grandes dificultades, que eran propiciadas sobre todo, por una diversidad de actores sociopolíticos que oponían su resistencia frente al avance del Estado. Si bien en determinadas experiencias tales inconvenientes se cristalizaron en la oposición política en términos institucionales y electorales, en el caso patagónico, Rafart afirma que se canalizaron a través de la violencia.
Según el texto, las causas de la violencia, podrían estar en el modelo liberal propugnado por la generación del '80, que fue diagramando un nuevo entramado social en el que un vasto sector de la población quedó excluido del sistema. La práctica del delito se constituyó en una de las formas de expresar el descontento frente a este sistema, y a la vez una estrategia para oponerse y cuestionarlo desde un espacio marginal, cuestión que se tornó en una de las preocupaciones más importantes para la clase dominante. Para paliar esta situación y a partir de las influencias del positivismo y las corrientes criminalísticas, provenientes de espacios ya industrializados, se puso en funcionamiento una gama de dispositivos coercitivos tendientes a erradicar las prácticas punitivas, y en mayor medida, intensificar el control social.
En este sentido la obra de Gabriel Rafart constituye una interesante propuesta para comprender, en una dimensión más amplia, el mundo del delito. Su trabajo se focaliza en el estudio de esta problemática dentro de una trama más amplia, en la que las prácticas del crimen, se vinculan con la estructura política. De acuerdo al análisis propiciado por el autor, los espacios central y septentrional de la región patagónica fueron asolados, desde el período tardo decimonónico hasta el primer tercio del siglo XX, por una violencia inorgánica desarrollada por bandidos que actuaron de forma tanto individual como colectiva. Su abordaje de los actores subalternos y su imbricación con los agentes encargados de reprimirlos, es un intento por mirar la historia social desde la dimensión política. Esta lógica, responde a la inquietud por profundizar los aportes realizados por la renovación historiográfica que tuvo lugar con el retorno de la democracia, en sus estudios sobre el poder político y el conflicto en el área rural. Asimismo, la interpretación de Rafart –utilizando los aportes de otras disciplinas, como la antropología– analiza las experiencias y prácticas de resistencia de los sectores populares con la intención de invertir el esquema de "arriba/abajo" para interpretar la política.
La obra se estructura en cinco capítulos y un apartado final en el que el autor expone sus conclusiones. Partiendo de la caracterización y del análisis de las operaciones que ponen en funcionamiento los sujetos que intentan quebrantar la ley, finaliza explicando la dinámica desarrollada por actores e instituciones encargados de infligir el castigo.
En el primer capítulo, Rafart describe cómo a partir de una serie de asesinatos cometidos contra comerciantes itinerantes de origen sirio libanés, en la campaña rionegrina y neuquina, la presencia del bandolerismo se constituye en un fenómeno endémico y peligroso para las élites locales. Desde la óptica de éstas, tal situación, en una sociedad regional que comenzaba a insertarse en el sistema capitalista, constituyó un problema grave, sobre todo para la estabilidad de la propiedad privada que tendía a consolidarse. En este sentido, debe destacarse el papel que el autor le otorga a la prensa en la construcción de la imagen del bandido y en la configuración de un determinado imaginario, en el que estos actores son detectados como un colectivo marginado del proceso de modernización. Así, no solo se señala como bandido a quien recrea su existencia mediante el ejercicio del delito, sino que tal categorización, cargada de una valoración netamente negativa, se aplica también sobre la población indígena sobreviviente de las campañas roquistas –quienes son acusados de los homicidios ya mencionados–, y a la población de origen chileno que se moviliza al territorio patagónico en esta coyuntura, en pos de mejorar sus condición de vida.
En este aspecto, la mirada sobre tal problemática se complejiza, y Rafart introduce un elemento importante que es el intento del Estado por definir y asimismo controlar la frontera patagónica. Los discursos propiciados por las clases dominantes, de fuerte cariz xenófobo, identifican a la plebe rural, que practica el delito como una estrategia para acceder a una determinada gama de recursos materiales pero también simbólicos. Dentro de este grupo, los migrantes chilenos, son vistos por el Estado argentino como los disruptores del orden social y de la nacionalidad en ciernes.
Como resultado de lo antedicho, el autor propone que el ejercicio de la violencia en el espacio patagónico, es considerado por el imaginario colectivo como una expresión inherente, producto de la distancia de los centros civilizados. Asimismo, para Rafart el crimen y el bandolerismo, como también las categorías que pretenden otorgarle una definición a este fenómeno, pueden entenderse como el resultado de los conflictos facciosos que se suscitan entre diversos agentes del Estado –gobernadores, jueces, comisarios– que intentan hegemonizar los espacios de poder de estos territorios nacionales.
Sin duda, la competencia por el poder no excluye a los sectores populares, adquiriendo un rol preponderante en dicha disputa. De esta manera, el autor explora en los capítulos siguientes, como los miembros del bajo pueblo sureño desarrollan diversos mecanismos de resistencia, donde cuentan la tradición, la sociabilidad y el establecimiento de redes con los miembros de la población local, todos estos elementos significativos para sobrevivir desde los márgenes de la ley en una sociedad que se transforma paulatinamente.
A modo de ejemplo, el autor presenta la trayectoria del bandolero Juan Balderrama quien, más allá de propiciar una serie de crímenes sobre un vasto segmento de pulperos, comerciantes y pequeños propietarios rurales, se convierte en un referente simbólico de los pobres de la campaña, que son expoliados por las autoridades políticas y el poder terrateniente. Para el autor, es un indicio de que en la subjetividad de estos grupos, a quienes más allá de su identidad de clase, los unifica una frontera territorial y cultural común, todavía están presentes las hazañas de diversos bandoleros que fueron interpretadas como reivindicaciones frente a la marginalidad y la exclusión creciente. Para esto el autor toma como referente los casos de Bairoletto y los hermanos Pincheira cronológicamente distantes. El primero, hasta su aprensión y asesinato en la década de 1940, tuvo su centro de acción en la región cuyana y pampeana, pero también en el norte patagónico. Los chilenos Pincheira, tuvieron un papel destacado en las guerras independentistas y en el período republicano.
Frente a este panorama meramente conflictivo para los representantes de un Estado que intenta consolidarse, era necesario intensificar los dispositivos coercitivos que pusieran fin a tales prácticas violentas. Esta es la cuestión abordada en los tres últimos capítulos, en los cuales Gabriel Rafart hace hincapié en la conformación y organización de la institución policial y judicial en los Territorio Nacionales de Río Negro y Neuquén.
Para el Estado resulta por demás dificultosa la tarea de conferirle un orden a tales instituciones, principalmente porque las problemáticas suscitadas son diversas: desde la falta de recursos materiales –edificios para albergar a la tropa y a los detenidos, uniformes, vituallas, caballadas, salarios, tecnología, comunicaciones, teniendo en cuenta la extensión del territorio y la variable climática, etc.–, hasta la imposibilidad de lograr un personal estable, debido a que la actividad policíaca estaba muy mal remunerada, obligando a muchos de sus miembros a volcarse a la realización de otras actividades de acuerdo a las coyunturas, como la explotación agrícola y porque no el delito.
Asimismo, la competencia ya mencionada entre las autoridades policiales y los representantes designados por el gobierno nacional, constituyó otra de las dificultades más importantes para consolidar un nuevo orden social. Debe tenerse en cuenta también, como lo hace notar el autor, las disputas que se establecieron entre estos organismos y las fuerzas militares asentadas en el territorio, sobre todo frente a la confrontación política que se dio a mediados de la década del 20 entre personalistas y antipersonalistas, y en la década del 30, entre los partidarios del régimen depuesto y el Ejército.
Como conclusión, puede decirse que los aportes realizados por Rafart en su obra, son importantes para comprender la dinámica sociopolítica de un espacio regional, incluido con dificultad y tardíamente al mapa nacional. Así, el libro muestra como la Patagonia, desde una posición periférica, intentó ser incorporada al proyecto civilizador y modernizador que tiene lugar a fines del siglo XIX. Inserta en una trama compleja en la que interactúan diversos actores, la violencia y sus formas de expresión podrían ser entendidas, según Tiempo de violencia en la Patagonia, como un mecanismo fundamental para la apropiación de recursos en una estructura desigual, como una estrategia de resistencia y supervivencia, y asimismo como una alternativa posible de poder frente a la ausencia del Estado, ejercida por los sectores populares.

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