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Ciclos en la historia, la economía y la sociedad

versión On-line ISSN 1851-3735

Ciclos hist. econ. soc. vol.31 no.55 Buenos Aires dic. 2020

 

Articulos

Realidades y mitos en la construcción de la Guerra Fría

Realities and myths in the constructionof the Cold War

 

Cristian Buchrucker[1]

 

Resumen

Hace algunas décadas, los historiadores decían que para que surgiera una historiografía sobre cualquier tema se necesitaba el paso de por lo menos 30 años, puesto que el objeto de estudio recién entonces se liberaba de los partidismos políticos anteriormente inevitables. Además, muchas de las fuentes confiables, necesarias para el tema de la Guerra Fría, solo empezaron a estar disponibles desde los años 1990 en adelante. Sin duda ha sucedido esto último, pero es bastante discutible el surgimiento de un consenso supuestamente objetivo. Todas las publicaciones del siglo actual tienen enfoques más diferenciados y saturados de documentación que las de los años 1970, pero sigue en pie el hecho de que la obsesiva pregunta inicial sobre cuál de los dos bandos es el culpable de la ruptura de la Gran Alianza de 1941 a 1945 sigue generando debates.

Palabras clave: Guerra Fría, URSS, Estados Unidos, Gran Alianza.

 

Abstract

A few decades ago, the teachers used to say that historiography of a theme needed at least 30 years to emerge, because then study object was released from the political parties that before where unavoidable. Also, many of the trustable sources, needed for the Cold War, were available in the 1990's. There's no doubt the last thing happened but nevertheless is arguable the emerge of an objetctive agreement. All the publications of this century have different and overloaded approaches of documentation that follows the 1970's, but the initial question is still upon us about wich of the two parties was guilty for the dissolution of the Great Alliance from the years 1941 to 1945 and still creates debate.

Key words: Cold War, URSS, United States, Great Alliance.

 

La trayectoria de la Gran Alianza en la Segunda Guerra Mundial (1941-45)

Una pregunta orientadora más lógica podría ser: ¿por qué habrían de continuar siendo cooperativas las relaciones entre la URSS y Estados Unidos después de la derrota del Eje?[2]. Para seguir la ruta así esbozada conviene empezar por revisar lo que Churchill denominó "la Gran Alianza".

"Estrategia tridimensional integrada" -en el mar, la tierra y el aire, en los frentes europeos y en los de África y Asia- es la fórmula que sintetiza mejor la pretensión ideal de la conducción aliada de la guerra en los últimos tres años del conflicto. Pero se llegó a su implementación a través de una laboriosa serie de negociaciones diplomáticas y militares. Si bien culminó en el logro del objetivo central -la derrota total del Eje- también estuvo jalonada por algunas serias tensiones. Éstas se debían a la persistencia de antagonismos anteriores a 1939 que renacerían a partir de 1945. En este sentido, resulta significativo el hecho de que el primer encuentro de los principales estadistas aliados, Winston Churchill, Franklin Roosevelt y Iósif Stalin, recién se produjera en noviembre de 1943, siendo anteriores y más frecuentes las consultas entre los dos primeros. Comparada con la cooperación angloamericana, la participación de la Unión Soviética en la estrategia conjunta fue bastante imperfecta.

El aliado preferido para Estados Unidos era claro desde agosto de 1941, cuando Churchill y Roosevelt proclamaron sus objetivos políticos en la Carta del Atlántico. En ese documento ya se inició el largo proceso de coincidencias vagas y aparentes que caracterizó la vida entera de la Gran Alianza. Stalin adhirió con ciertas reservas, y el mismo Churchill señaló que no aceptaba la aplicación del principio de la autodeterminación nacional para los pueblos que formaban parte del Imperio Británico. La primera conferencia tripartita importante tuvo lugar en Moscú, del 28 de septiembre al 1 de octubre de 1941, cuando una misión angloamericana acordó con

Stalin envíos de material bélico a la URSS y la ocupación conjunta de Irán. Decisiones políticas y militares de trascendencia se adoptaron luego en la Conferencia de Washington (Arcadia, del 22 de diciembre de 1941 al 14 de enero de 1942), las que se pueden resumir en los siguientes puntos:

-     Los representantes de Gran Bretaña, Estados Unidos, URSS, Francia Libre y China suscribieron una Declaración de las Naciones Unidas basada en la Carta del Atlántico, y se comprometieron a no hacer una paz por separado con el Eje. Con todo, las reservas británicas y rusas ya mencionadas no fueron tratadas ni aclaradas. La ficción diplomática de que Francia y China eran socios con igualdad de derechos en esta coalición prácticamente nunca fue creída por nadie.

-    Se acordó dar prioridad a la derrota de Alemania.

-     Se establecieron en Washington un Comité Combinado de Jefes de Estado Mayor y una serie de directorios para la navegación, las materias primas y la producción bélica. Quedó así coordinada la suprema jefatura y planificación estratégica inglesa y norteamericana, aunque no la soviética.

El bilateralismo angloamericano continuó en la conferencia de Casablanca, desde el 14 al 25 de enero de 1943, Roosevelt y Churchill acordaron priorizar la lucha antisubmarina. En una nueva conferencia - Trident, del 11 al 25 de mayo de 1943- Churchill propuso a Roosevelt ideas que luego se concretarían en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, pero lo más importante fue la decisión de postergar el desembarco en Francia hasta el 1 de mayo de 1944. El plan detallado para la apertura de ese segundo frente (Operación Overlord) fue discutido y aprobado en otra conferencia bilateral, la de Québec, del 17 al 24 de agosto de 1943, pero además allí se firmó el acuerdo secreto que institucionalizaba la exclusividad angloamericana para el desarrollo, la producción y el uso de la bomba atómica. En esos meses Rusia produjo una serie de cambios que causaron muy buena impresión en Londres y Washington, siendo exageradamente interpretados por muchos como un silencioso abandono de la ideología comunista. La Internacional Comunista fue disuelta, el Patriarcado Ortodoxo restaurado y un himno nacional ruso reemplazó la tradicional canción revolucionaria Internacional.

En la 2a Conferencia de Moscú, del 18 al 30 de octubre de 1943, los ministros de Relaciones Exteriores de Inglaterra, Estados Unidos y la URSS acordaron que los planes para la futura reorganización de Europa serían elaborados por una Comisión Consultiva (EAC) y que los principales criminales de guerra serían juzgados por un tribunal conjunto de los Aliados.

En la Conferencia del Cairo (Sextant, noviembre de 1943) Churchill y Roosevelt aseguraron a Chiang Kai-shek que el Japón derrotado tendría que devolver a China todos los territorios que le había arrebatado. Pero más importante fue el encuentro de los dos estadistas occidentales con Stalin en la Conferencia de Teherán (Eureka, del 18 de noviembre al 1 de diciembre de 1943), en donde se manifestaron desacuerdos con respecto al futuro tratamiento de Alemania, coincidiendo finalmente los tres en que Polonia cedería territorios a la URSS y sería compensada en territorio alemán, hasta el río Oder.

A partir de la 2a Conferencia de Québec (Octagon, del 11 al 19 de septiembre de 1944), las cuestiones políticas, es decir, la organización del sistema internacional de la posguerra, pasaron al primer plano. Allí, el Secretario de finanzas norteamericano Henry Morgenthau presentó un plan de desmembramiento y desindustrialización de Alemania, que Roosevelt y Churchill aceptaron en un primer momento, aunque la reacción negativa de la prensa terminó por sacar el proyecto de la agenda. En un encuentro de octubre de 1944 con Stalin en Moscú, Churchill esbozó una delimitación porcentual de las respectivas esferas de influencia en la futura Europa Oriental, en un claro regreso a la política típica de los años 1870-1914. Pero el esquema general nunca fue convertido en un compromiso formal y de hecho fue alterado por acontecimientos posteriores.[3] El no muy vigoroso esfuerzo de Churchill de promover una Polonia realmente independiente fracasó y en diciembre de 1944, el pro soviético Comité de Polaco se proclamó como gobierno provisional de Polonia, recibiendo el inmediato reconocimiento de la URSS.

De gran trascendencia fue luego la Conferencia trilateral de Yalta (Argonaut, del 4 al 11 de febrero de 1945) en la que se llegó a un consenso sobre los siguientes temas principales:

-    El compromiso de Stalin de intervenir próximamente en la guerra contra Japón, a cambio de concesiones territoriales a costa de los intereses chinos.

-    La formación de una comisión interaliada para el estudio de las reparaciones.

-    La aceptación de la nueva frontera ruso-polaca siguiendo los reclamos de Stalin.

-     La Declaración sobre la Europa Liberada, que al contener unas vagas menciones sobre la democracia, fue ingenuamente interpretada por muchos observadores occidentales como una concesión de parte de la URSS y una renovada prueba de que Moscú seguía su curso de abandono del marxismo- leninismo.

Pero un alto nivel de desconfianza y tropiezos en la coalición que derrotó al Eje se hizo notar prácticamente desde el comienzo. En mayo de 1942 el canciller ruso Viacheslav Mijáilovich Molotov regresó de la firma del definitivo Tratado anglo soviético y transmitió a Stalin la errada noción de que Londres se habría comprometido a abrir un segundo frente en el continente europeo antes de finalizar ese año. Hasta el Día "D" de 1944 este tema agrió las relaciones con Moscú. En la primavera de 1943 surgió otro serio problema: la cuestión polaca. Alemania descubrió las fosas de Katyn con miles de oficiales polacos asesinados y acusó del crimen a la URSS. El gobierno polaco en el exilio, con sede en Londres, pidió que se investigara el tema y Stalin respondió con una ruptura de relaciones, a partir de la cual inició la formación de un gobierno y un ejército polaco en la URSS, ambos controlados por comunistas. El dictador sostuvo tenazmente que los autores de las ejecuciones eran los nazis, pero en 1990 el gobierno ruso terminó por reconocer la responsabilidad del régimen soviético.[4]

Por otra parte, Stalin quiso explorar otras alternativas diplomáticas hasta el verano de 1943, probablemente porque a pesar de los compromisos de Arcadia, seguía considerando posible un acuerdo entre los angloamericanos y el nazismo. En diciembre de 1942 la embajadora soviética en Estocolmo inició contactos con Ribbentrop, la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán, proponiendo negociaciones para concertar una paz por separado. El representante soviético sostuvo que las potencias atlánticas deseaban el recíproco desangramiento de Moscú y Berlín y que eso debía ser impedido. Es visible aquí una manera de interpretar la tardanza angloamericana de abrir el prometido segundo frente. Finalmente, en setiembre de 1943 los rusos concretaron su oferta: se trataba simplemente de volver a las fronteras de junio de 1941. Pero Adolf Hitler la rechazó, considerando que continuar negociando sobre esa base implicaría una confesión de debilidad por su parte. Poco después la URSS utilizó todo esto para presionar a sus aliados, lanzando en Washington y Londres la falsa información de que era Alemania la que había tomado la iniciativa de ofrecer una paz bilateral. Lo cierto es que en 1945 no se hablaba aún de guerra fría. El clima de la opinión pública predominante -publicada sería más exacto- era un moderado optimismo, ensombrecido por alguna desconfianza y dudas relacionadas con la evidente diferencia de ideologías y sistemas politico­económicos. Así lo vio William White después de su viaje comercial a la URSS en 1944:

Debemos tener presente que Rusia tiene derecho a que Europa no le sea hostil. Debemos también recordar que mientras los Estados Unidos ayuden en la reconstrucción de las industrias soviéticas destruídas, es altamente deseable para Rusia, pero no le es indispensable. No va a cambiarla por lo que considere su sistema de seguridad en el nuevo mundo. (...) Por el presente Rusia no necesita más territorio, pero necesita realmente varias décadas de paz. Está todavía plagada de sospechas contra el mundo capitalista, y necesita ser tratada con una base delicadamente balanceada de firmeza y amistad. (White, 1946, p. 339).

Dos campos se configuran (1945-47)

Los roces que se produjeron entre marzo y agosto, culminando en la Conferencia de Potsdam (Terminal, desde el 17 de julio hasta el 2 de agosto de 1945) ya forman parte del prólogo de la Guerra Fría. Incluso se había producido un cambio en los protagonistas: Churchill había perdido las elecciones y Roosevelt había muerto. Pero la muerte que por sí sola asestó el golpe final a la Gran Alianza fue la de Hitler, seguida por el derrumbe del Tercer Reich. Desaparecido el factor esencial que había forjado la coalición de las dos potencias atlánticas con la Unión Soviética, ese nexo se deshizo. Las coincidencias no duraron muchos meses más: la conferencia fundación de las Naciones Unidas en abril y la organización de un gobierno militar cuatripartito (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS) en junio.

Entre marzo y noviembre de 1945 se produjo una primera serie de desacuerdos y tensiones, que se sintetizan en los siguientes puntos, aunque esto no implicaba que ya el conflicto bipolar hubiese adquirido una cristalización definitiva:

-     Funcionarios norteamericanos proclamaron la política comercial de puertas abiertas (marzo) y censuraron la política económica soviética en Europa del Este (mayo).

-    Representantes de las grandes empresas norteamericanas rechazaron el Plan Morgenthau de una Alemania agro pastoril (julio), una concepción en la que los rusos habían estado de acuerdo en 1944.

-    En la campaña electoral británica Churchill denunció a los laboristas como totalitarios, sugiriendo que se inspiraban en un modelo foráneo, la URSS (julio). Esta absurda línea argumental fue adoptada y amplificada por los republicanos estadounidenses muy poco después.

En 1946, las percepciones y acciones conflictivas ocuparon la casi totalidad del escenario internacional, pasando a un segundo plano lo que ahora eran vistos como residuos del clima cooperativo de guerra pasada: los partidos comunistas de Italia y Francia siguieron participando de gobiernos parlamentarios de coalición, bajo la consigna del antifascismo y se reunieron algunas conferencias de los ministros de las potencias vencedoras, aunque en un ambiente general de desencanto ante la falta de resultados (París y Nueva York, octubre y noviembre-diciembre).

-En febrero, con el Telegrama Largo, el embajador George Kennan se planteaba la inevitabilidad de una larga confrontación de su país con la URSS, básicamente porque los rusos tendrían una cultura política incapaz de percibir la razonabilidad de las ideas norteamericanas sobre el orden mundial. En octubre Molotov sostuvo que la incomprensión estaba en Washington, con sus ataques a la política económica soviética.

-     En marzo Churchill se refirió a la cortina de Hierro creada por Stalin en Europa oriental y propuso un permanente eje anglo-americano como única garantía de la libertad para el resto del mundo. El dictador le respondió en Pravda.

-    En abril se agravó la guerra civil en Grecia, un conflicto que retomaba el esquema rojos contra blancos que había caracterizado la política europea anterior a 1939.

-     En agosto se produjeron tensiones diplomáticas entre Rusia y Turquía. De manera reservada Churchill se manifestó partidario de utilizar la extorsión con la bomba atómica en los futuros tratos con Stalin.

-     En septiembre Estados Unidos anunció el estacionamiento de una fuerza naval en el Mediterráneo oriental.

-    En octubre fracasaron las últimas negociaciones entre nacionalistas y comunistas chinos y comenzó la guerra civil... o con mayor exactitud: se reanudó la guerra que estuvo suspendida entre 1937 y 1945.

Una gran desilusión y la pesadilla de una nueva guerra

Lo que al cabo de un tiempo empezó a ser llamado guerra fría podía ser interpretado como un desafortunado entrecruzamiento de percepciones distorsionadas, acciones unilaterales y declaraciones conflictivas. Y todo eso evidentemente jugó un rol. Pero la cuestión central fue que la realidad de la segunda posguerra mundial produjo una gran desilusión en la opinión pública norteamericana. Las casi ilimitadas esperanzas suscitadas en 1941 se desmoronaron. El influyente empresario y publicista Henry Luce había pintado el resultado de la guerra como la perfecta fusión del interés nacional estadounidense con el de toda la humanidad. En la columna editorial de la revista Life se había preguntado: ¿Debe ser éste el Siglo Americano?, y su respuesta era una entusiasta afirmación: solo Estados Unidos podría salvar la democracia política y "la economía de libre empresa", siendo la segunda precondición de la primera y de todo progreso. En suma: los estadounidenses eran no solo ricos y militarmente poderosos, sino también "los herederos de todos los grandes principios de la Civilización Occidental". Ninguna otra gran potencia podía asumir ese rol de liderazgo para que la humanidad alcanzase un nivel cercano "al de los ángeles" (La Feber, 1971, pp. 28-30).

A medida que avanzaban las dificultades diplomáticas entre los vencedores de 1945, empezaron a multiplicarse las preguntas preocupadas: ¿habría una nueva guerra pronto?, ¿quiénes eran los responsables de la desilusión y los culpables de esta amenaza bélica? Frente a la utopía de Luce ya había aparecido el siniestro Dr. Goebbels, que en el invierno de 1945 profetizaba la llegada del imperio soviético: 1) los ingleses tenían la culpa de todos los males, porque no habían aceptado la propuesta que en 1939 Hitler les habría hecho -un Eje Berlín-Londres- capaz de mantener en "cuna" al comunismo; 2) ahora serían inevitables primero una guerra rusa contra Inglaterra, que sería derrotada, y luego de "cinco años" un ataque contra Estados Unidos; 3) toda Europa terminaría encerrada detrás de una "cortina de hierro" y Alemania ocupada por los rusos. Así presentaba el panorama del "año 2000".[5] Esta perspectiva del nazismo agonizante sería desde entonces adoptada por el ala de extrema derecha de todos partidos conservadores del mundo, aunque raras veces sus adherentes tuvieron la sinceridad de confesarse discípulos de tan impresentable personaje.

En Londres y Washington una posible y quizá probable tercera guerra mundial empezó a ser tenida en cuenta en los estudios reservados emprendidos por los máximos dirigentes políticos y militares. Winston Churchill, poco antes de perder las elecciones de 1945, ordenó un estudio de factibilidad de una amplia acción angloamericana -Operation Unthikable- para hacer retroceder la esfera de influencia soviética en Europa central. El informe que finalmente presentó el jefe del Estado Mayor británico Mariscal Alanbrooke coincidió con el nombre en clave: le pareció "impensable" en su aspecto político y de resultado por lo menos dudoso en lo militar.[6]

Durante el período del monopolio de la bomba atómica (1945-49), se vieron más partidarios de correr el riesgo, empezando por el propio Churchill y siguiendo por a varios halcones que integraban el equipo de Traman. Así, el Gral. L. Groves, que desde 1942 había dirigido el Proyecto Manhattan (la construcción de la primera bomba atómica), declaró que nunca había dictado "que nuestro (próximo) enemigo era Rusia, y que el proyecto se desarrollaba sobe esa base." (Atwood, 2010, p. 151); otro funcionario informó al presidente que "nada puede estar más seguro en este mundo que una futura guerra contra la Unión Soviética" (Alanbrook, 2015, p.139). Y entre noviembre de 1945 y marzo de 1946 el Estado Mayor Conjunto esbozó el plan de la "Operación Apriete", como respuesta a un probable ataque ruso en Europa o el Medio Oriente, riesgo que estimaban "inminente". Dicha operación incluía el uso de bombas atómicas para la destrucción de las 20 ciudades más importantes de la URSS.[7] Tampoco contribuyeron a crear un clima de confianza los muy difundidos escritos de intelectuales del establishment como James Burnham. En 1947 planteaba como deseable una arquitectura internacional que en nada se parecía a la Carta de las Naciones Unidas: en la cúspide del globo habría una Federación Mundial anticomunista, integrada por todos los países angloparlantes, pero realmente iba a ser "un Imperio Mundial", con Estados Unidos en posesión de un "poder material decisivo", que iba a resolver cualquier conflicto.[8]

¿Cómo se veía la cuestión del otro lado de la cortina de hierro? Al igual que sus adversarios, Stalin hablando en público siempre afirmó que la coexistencia de los sistemas soviético y capitalista era posible y deseable: la suya debía ser entendida como una política exterior para el fortalecimiento de la paz.[9] Pero en el círculo de sus partidarios adhirió a la tesis de que a mediano plazo una nueva gran guerra era probable. A comienzos de 1945 Stalin estimaba que Alemania estaría "otra vez de pie en 12 o 15 años" y la URSS se habría recobrado en "15 o 20" y entonces "vamos a tener otra vuelta", es decir otra guerra. En junio de 1946, un informe del Ministerio de Relaciones Exteriores para Stalin se refería a la amenaza bélica representada por un eje Gran Bretaña-Estados Unidos-Alemania que ya parecía estar en formación.[10] Si el más famoso político inglés de la época reclamaba un eje angloamericano contra la URSS, Stalin lo denunciaba duramente por la aparente continuidad de su pensamiento con el de los nazis:

Pregunta: ¿Puede considerarse que el discurso del Sr. Churchill perjudica la causa de la paz y la seguridad?

Respuesta: ¡ Sin duda! El Sr. Churchill ahora toma la posición de los belicistas y en eso no está solo. Tiene amigos no solo en Gran Bretaña, sino también en Estados Unidos. [....] El Sr. Churchill y sus amigos presentan una notable semejanza con Hitler y sus amigos. [...] El Sr. Churchill trata de desencadenar una guerra basado en una teoría de la raza, sosteniendo que solamente las naciones anglófonas son naciones superiores destinadas a decidir los destinos del mundo entero.[11]

Por su parte, los diplomáticos soviéticos denunciaban las iniciativas económicas estadounidenses como maniobras capitalistas dirigidas contra los intereses soviéticos:

No es difícil de entender que, si se diese vía libre al capital norteamericano en los pequeños estados arruinados y debilitados por la guerra, como desean los abogados del principio de las "oportunidades iguales", el capital norteamericano compraría las industrias locales, apropiándose de las empresas rumanas, yugoslavas y todas las demás. Y así se convertiría en el amo en esos pequeños Estados.[12]

Resulta cada vez más evidente para cualquiera que la implementación del Plan Marshall significará colocar a los países europeos bajo el control económico y político de Estados Unidos y la interferencia directa de este último en los asuntos internos de esos países.[13]

Las visiones más belicosas y catastróficas que hemos revisado fueron una parte importante, pero no la totalidad del imaginario que influía en las políticas de los principales protagonistas de la Guerra Fría. Los diplomáticos George Kennan y Frank Roberts recomendaban a sus respectivos jefes de gobierno Truman y Clement Atlee una política desconfiada y firme, pero prudente en las negociaciones con los soviéticos. Curiosamente, casi con las mismas palabras se dirigía Stalin a sus más cercanos colaboradores: no había que caer en la ingenuidad o liberalismo de creer que los angloamericanos eran gente confiable; lo fundamental sería "no dejarse intimidar".

Por último, hay que decir algo sobre una serie de perspectivas -se podría decir terceristas- formuladas entre 1946 y 1947. Parecían inaceptables o irreales, a medida que los dos campos se endurecían. Tuvieron cierta fuerza electoral en Europa, pero nunca contaron con los enormes aparatos de propaganda ni el poder económico y militar de los guerreros fríos. Estas heterodoxias se manifestaron con una gama de matices, pero todas coincidían en su crítica al dualismo maniqueo y al belicismo cada vez más fuerte en Washington. El primer ejemplo es el de Henry Wallace, figura principal de la línea del New Deal en el Partido Demócrata; el segundo es la posición del gran dirigente socialista León Blum en el parlamento francés:

Rusia puede conservar nuestro respeto en el espíritu de un toma y daca, con la mente abierta y flexible. (...). Los mundos americano y ruso, a través de la competencia pacífica y amistosa, gradualmente se volverán más parecidos. Los rusos se van a ver forzados a conceder más y más libertades personales; y nosotros nos ocuparemos más de los problemas de la justicia socio­económica. (...) Siempre habrá un conflicto ideológico, pero eso no tiene por qué impedir que los diplomáticos construyan una base sobre la que ambos sistemas puedan vivir uno al lado del otro, con seguridad. [14] En Europa y en todo el mundo existen Estados, grupos e individuos [que] se resisten a integrarse automáticamente en uno de los campos que parecen estar repartiéndose el mundo. (...) La tarea, la misión de Francia, consiste en participar de la formación de la Tercera Fuerza Internacional, que sin descanso se ocupará de terminar con los malentendidos y las sospechas entre unos y otros, a través de la comprensión y la persuasión (...). (Loth, 1980, pp. 196-197).

El agravamiento de la confrontación (1947-1950)

A lo largo del cuatrienio 1947-1950 la confrontación tuvo, por un lado, sus primeras manifestaciones calientes en los Balcanes y Asia, y por el otro, una intensificación de los aspectos represivos en los respectivos ámbitos domésticos. En resumen, se trató de lo siguiente:

- Estados Unidos y Gran Bretaña crearon una bi-zona económica en

Alemania y Traman proclamó su doctrina en el Congreso, asumiendo el rol que ya había reclamado Churchill un año antes (febrero-marzo 1947).

-    Los comunistas se retiraron de los gobiernos de coalición de Francia e Italia; Estados Unidos inició su apoyo financiero a Grecia y Turquía (mayo 1947).

-    El Plan Marshall fue presentado en Harvard y luego en París (junio-julio 1947).

-     La URSS y los países del Este europeo fundaron un organismo de coordinación de sus políticas -el Cominform- y plantearon el antagonismo de "dos campos" (setiembre 1947).

-    Entró en acción el Comité de Actividades Anti-Americanas en Washington (octubre 1947).

-    Triunfó un golpe de Estado comunista en Checoslovaquia (febrero 1948).

-     Se produjo una crisis en Berlín con un bloqueo soviético terrestre y un puente aéreo angloamericano. Además, se rompieron las anteriormente muy estrechas relaciones entre Rusia y Yugoslavia, por los intentos soviéticos de subordinar a esta última (junio 1948).

-     Se establecieron dos Estados dictatoriales en Corea: en el sur con el apoyo estadounidense y en el norte con el ruso (agosto-setiembre 1948).

-     Se fundó la OTAN, alianza militar euro-americana encabezada por Estados Unidos (abril 1949).

-    Se fundó la República Federal Alemana (setiembre 1949). Además, se fundó la República Democrática Alemana (octubre 1949).

-     La URSS reconoció a la República Popular China de Mao Zedong; la China Nacionalista de Chiang Kaishek quedó reducida a Formosa. -

-     El senador McCarthy inició su larga campaña contra "comunistas y compañeros de ruta" supuestamente infiltrados en el gobierno norteamericano (febrero-marzo 1950). En el aniversario del cumpleaños de Abraham Lincoln proclamó que en su "opinión", el Departamento de Estado estaba "completamente infectado por comunistas", lo cual permitiría al enemigo "guiar y formar nuestra política". Una "lista" de nombres (que nunca apareció) sería la base de estas afirmaciones.[15]

-     Corea del Norte invadió Corea del Sur. Estados Unidos, con el apoyo de la ONU, intervino, pero negando la realidad de que había una guerra: solo se trataría de una acción de policía (junio 1950). Más allá de la Carta de la ONU, ahora parecía que un Estado podía autodesignarse como policía mundial.

- La contraofensiva norteamericana penetró en Corea del Norte y tropas chinas intervinieron en la guerra (noviembre 1950). Las hostilidades duraron hasta 1953, pero nunca se firmó una paz. Hasta hoy se mantiene un tenso y amenazante armisticio.

El legado mitológico y la proyección de la Guerra Fría hasta el presente

Nos ocuparemos ahora de una serie de tesis que surgieron en esos años, como parte integrante de las campañas de propaganda de los gobiernos occidentales. Estas tesis se organizaron en un discurso que pretendía mostrar los nexos causales y las responsabilidades de los gobiernos en la formación de la nueva constelación de poder y de las nuevas amenazas. Esas afirmaciones, que aquí serán presentadas y criticadas como seis mitos sociopolíticos, parecieron dar una repuesta definitiva a las preguntas que habían surgido de la desilusión que muchos norteamericanos sintieron desde el bienio 1945-46.[16]

Primero: Europa Oriental se había perdido en Yalta por la debilidad e ingenuidad de los angloamericanos, que en esa y las demás conferencias interaliadas habrían cedido a todas las imposiciones de Stalin. O -en una versión más blanda del mito- los rusos nunca habrían respetado lo que allí se acordó. Pero de cualquier manera habría que interpretar la subsiguiente consolidación de los regímenes satélites en esa región como la primera etapa -exitosa- de un "plan soviético de dominación mundial".

En ese marco se ubican las quejas de funcionarios del Departamento de Estado, que se multiplicaron denunciando lo que consideraban violaciones rusas de acuerdos preexistentes,:

Marzo de 1945: "(El regreso de nuestras exportaciones a las sumas de 1932 no puede ser tolerado). Eso haría casi segura otra depresión (...) pero eso ocurriría si llegamos al fin de la guerra sin un bien elaborado programa de comercio exterior (basado en) remover barreras opuestas al comercio exterior, sean estas barreras públicas o privadas. (...) Algunos de nuestros mejores economistas estiman que probablemente tendremos que vender al exterior bienes por valor de 10 billones de dólares anuales si queremos tener un nivel de empleo relativamente alto y una renta nacional en la cercanía de los 150 billones." (Will Clayton cit. en La Feber 1971, pp. 46-47).

Mayo de 1945: "Las políticas comerciales restrictivas del gobierno soviético (...) A través de este método van a crear un oscurecimiento económico casi total en toda la superficie al Este de la línea Stettin- Trieste. Este oscurecimiento, unido con el efectivo bloqueo de noticias de esa área presenta un problema muy serio, al que debemos dar inmediata consideración" (Ibid., pp. 54-55).

La realidad fue muy diferente. Basta comparar el mapa del avance de las tropas soviéticas a comienzos de mayo de 1945 con el de los Estados satelizados por el Kremlin en 1949 para comprobar que esa esfera de influencia nunca sobrepasó el territorio de las victorias rusas obtenidas durante la guerra. No fue una conferencia la que los entregó. Por un lado, es verdad que en toda esa región no se instaló un sistema político y económico acorde con la definición angloamericana (y europea en general) de democracia. Pero no es menos cierto que la URSS jamás prometió formalmente que allí habría de tolerar lo que ella definía como "democracia burguesa" y "liberalismo". Stalin disimulaba la efectiva, aunque no inmediata sovietización de Europa oriental, bajo la consigna de no permitir un resurgimiento fascista. En realidad, se refería a su interés en reprimir la tradicional rusofobia de los polacos.

En octubre de 1944, Stalin y Churchill parecían haber acordado sus respectivas esferas de influencia, violando con gran tranquilidad la Carta del Atlántico firmada tres años antes. Churchill recordó ese trato en los siguientes términos:

Pongámonos de acuerdo sobre nuestros asuntos en los Balcanes (...) no persigamos propósitos contrapuestos en cosas pequeñas. En lo concerniente a Gran Bretaña y Rusia, ¿que le parece si Usted queda con un 90 % de predominio en Rumania, y nosotros con un 90% en Grecia y en Yugoslavia acordamos 50 y 50? (La Feber 1971, p.51).

A comienzos de 1945, Stalin decía lo siguiente ante camaradas de confianza:

Esto no es como en el pasado; (hoy) quienquiera ocupa un territorio, también impone su propio sistema social. Todos imponen su propio sistema tan lejos cómo su ejército pueda llegar. No puede ser de otra manera. (Djilas, 1962).

En junio de 1945 Harry Hopkins oyó lo siguiente de Stalin:

(...) En el pasado Polonia fue considerada como una parte del 'cordón sanitario' que rodeaba la Unión Soviética. La política previa de Europa era que los gobiernos polacos debían ser hostiles a Rusia. (...) De esa manera ha servido como un corredor para los ataques alemanes contra Rusia. (...) Por lo tanto es un interés vital de Rusia que Polonia sea tanto fuerte como amistosa (...) y ese interés soviético en Polonia no excluye de modo alguno los intereses de Inglaterra y Estados Unidos. (En cuanto a las libertades como las de prensa) no pueden ser concedidas a los partidos fascistas, por ejemplo, que tienen la intención de derrocar a los gobiernos democráticos (La Feber 1971, pp. 49-50).

Segundo: Entre 1946 y 1949 se habría perdido China, por no intervenir allí abierta y masivamente en apoyo del bando nacionalista. Los principales responsables de ese fracaso serían los filocomunistas del Departamento de Estado norteamericano encabezados por Dean Acheson.

Lo que realmente ocurrió se puede sintetizar del siguiente modo: China fue "perdida" -como aliada, pero no como posesión norteamericana, que nunca había sido- al cabo de una guerra civil por el generalísimo Chiang Kai- shek, que no sufrió ninguna invasión soviética. Esa derrota no fue por alguna supuesta escasez del armamento suministrado por Washington. Enormes cantidades del mismo fueron capturadas por las tropas comunistas de Mao- zedong. Ningún observador occidental sobre el terreno -que los hubo- pudo afirmar otra cosa.

Es absurdo presentar a Chiang como jefe de un régimen asimilable a la democracia. La retórica de su lobby en Estados Unidos logró que la mayor parte de la prensa lo aceptase como parte del mundo libre, maniobra propagandística que también resultó exitosa en el caso de la España franquista.

Tercero: Los avances comunistas se verían favorecidos por la existencia de una supuesta regularidad geoestratégica, la teoría del dominó. En determinadas regiones claves de Eurasia, el establecimiento de un régimen comunista en un único país sería suficiente para desencadenar una avalancha, explotada por la URSS y dotada de capacidad para cambiar el equilibrio mundial de fuerzas en perjuicio del mundo libre.

En el sudeste europeo, el Presiente Truman creía ver lo siguiente:

Solo hace falta una mirada al mapa para darse cuenta de que la supervivencia e integridad de la nación griega son de gran importancia en una situación mucho más amplia. Si Grecia cayese bajo el control de una minoría armada, el efecto sobre la vecina Turquía sería inmediato y serio. La confusión y el desorden bien podrían expandirse a lo largo de la totalidad del Medio Oriente. (...) Si no damos ayuda a Grecia y Turquía en esta hora fatídica, el efecto será de largo alcance tanto en el Oste, como en el Este" (La Feber, 1971, pp. 151-156).

Al respecto cabe hacer un par de observaciones críticas. La teoría también se invocó para el caso de Corea, pero ¿era realista la imagen de ese pequeño país capaz de hacer caer como fichas de dominó a Taiwán, Japón y Filipinas? Los problemas reales eran más bien los siguientes. La frontera intra-coreana (el paralelo 38) que marcaron Estados Unidos y la URSS para separar sus respectivas esferas de influencia en Asia Oriental era una imposición externa. En las dos Coreas había dictadores oportunistas tentados por una solución armada, la cual ya había comenzado con acciones de mediana y baja intensidad en 1948 a ambos lados de la frontera intercoreana. Kim Il Sung dependía de ayuda rusa y china, Syngman Rhee de ayuda norteamericana.

Las fichas verdaderas del juego de las potencias nunca han sido igualmente débiles e inestables. En la segunda posguerra mundial demostraron ser particularmente vulnerables a los intentos comunistas de tomar el poder, intentos solo algunas veces exitosos en países con tres rasgos estructurales: dominios coloniales europeos en proceso de descolonización; historias y estructuras políticas desprovistas de tradiciones democráticas; y sociedades caracterizadas por el peso político de los latifundios, desprovistas de un sindicalismo fuerte y carentes de un denso tejido de empresas pequeñas y medianas , rurales y urbanas. Tanto la primera década de la Guerra Fría como las siguientes, demostraron que en las regiones periféricas del poder mundial, esas fuerzas profundas de las sociedades en cuestión ciertamente favorecían el establecimiento de regímenes de partido único, que podían ser comunistas, pero en otros numerosos casos produjeron gobiernos de ultraderecha que se integraron en la estrategia global norteamericana.

Cuarto: La conjunción de los tres procesos arriba resumidos no constituiría otra cosa que la realización progresiva de un "plan sistemático de dominación del mundo", elaborado por Moscú desde los orígenes de la URSS y a partir de entonces conducido de manera centralizada, con fuerzas satélites y "quintas columnas" ubicadas en el globo entero. Aún en el interior de Estados Unidos el comunismo contaría con capacidades enormes para destruir "la civilización entera".

La síntesis más clara de este dogma fue presentada a Traman en abril de 1950 por el Consejo Nacional de Seguridad:

"La Unión Soviética, a diferencia de previos aspirantes a la hegemonía, está animada por una nueva fe fanática opuesta a la nuestra, y aspira a imponer su autoridad absoluta al resto del mundo. Por lo tanto, el conflicto se ha vuelto endémico, y por parte de la Unión Soviética es concretado a través de métodos violentos o no-violentos, siguiendo los dictados de lo más expediente. Con el desarrollo de armas de destrucción masiva cada vez más terribles, cada individuo se encuentra con la siempre presente posibilidad del aniquilamiento si el conflicto llegase entrar en la fase de guerra total. (...) Las cuestiones que afrontamos son de gran envergadura, incluyendo la realización plena o la destrucción, no solo de esta república, sino también la de la civilización misma (National Security Council Report NSC-68, p. 4).

El panorama real no responde a la imagen simplista proyectada por este mito. Ni a lo largo de los 40 años de la Guerra Fría, ni en los que han transcurrido desde su fin hasta hoy apareció evidencia documental relativa a ese plan. Sin ir a los terceristas ya mencionados en una sección anterior, existieron evaluaciones mucho menos catastróficas realizadas por militares estadounidenses que vieron una URSS en postura defensiva y solo empeñada en crearse en Europa oriental una especie de Doctrina Monroe Soviética.[17] Sí es verdad -y nunca fue algo secreto- que desde los tiempos de Lenín la ideología soviética incluía la esperanza de un triunfo universal del socialismo de modelo ruso en un plazo no demasiado lejano, aunque de perfiles imprecisos.

La centralización y verticalización de los partidos comunistas fue una política constante de Stalin, aunque la motivación pública y reservadamente presentada fue la necesidad de preservar a la URSS y su esfera de influencia de la continua amenaza del cerco capitalista. Pero esa regimentación ya empezó a fracasar en vida de Stalin: Yugoslavia se rebeló y con China comunista surgió un centro soberano que nunca fue un simple satélite.

La fuerza supuestamente enorme de los comunistas norteamericanos nunca alcanzó los niveles pretendidos en las declaraciones delirantes del Director del FBI, J.E. Hoover, según el cual en 1946 los "satélites, compañeros de ruta, sedicentes progresistas y aliados liberales" sumarían un millón de personas en suelo norteamericano, todas "manipuladas" por el Kremlin (Levering, 2001, p. 76).

Resumir la política rusa después de 1945 como un gran plan no es coherente con la evidencia. Sí existe una firme base empírica para hablar de un oportunismo de oscilante intensidad, tanteando cautelosamente los puntos real o aparentemente más débiles del sistema de alianzas organizado por Estados Unidos.

Nunca hubo ningún real equilibrio entre los dos bloques. Estados Unidos y sus aliados constituían la más grande acumulación de poder económico, productivo y militar del globo y el bando comunista siempre estuvo en un segundo lugar. En el bloque comunista de 1950 solo poseían equipamiento industrial moderno, además de la URSS, Alemania del Este y Checoslovaquia. En el otro bando figuraban Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania Occidental, Francia, Japón e Italia. La superioridad rusa en tanques estaba más que compensada por el poderío aeronaval de sus adversarios, cuya ventaja geoestratégica preocupaba a Molotov. Para éste el problema parecía ser un plan sistemático de Washington:

No hay un rincón en el mundo donde Estados Unidos no esté presente. Tiene bases aéreas en todas partes: en Islandia, Grecia, Italia, Turquía, China, Indonesia y otros lugares; y un número aún mayor de bases aéreas y navales en el Océano Pacífico. (...) Esta es la evidencia de un real expansionismo y expresa la aspiración de ciertos círculos americanos a una política imperialista (Roberts 2006, p. 395).

Quinto: En total contraste con la política exterior soviética, la conducta angloamericana posterior a 1945 nunca habría sido una amenaza para los "verdaderos intereses rusos". Esa constante moderación no tendría componentes peligrosos para la seguridad de la URSS.

Este mito se derrumba porque se basa en un absurdo por una parte y en el desconocimiento de dilema por el otro.

Es absurdo suponer que un Estado independiente -y menos aún una gran potencia como la URSS- permita que sus verdaderos o legítimos intereses los defina otra potencia. Eso no ha ocurrido en el pasado y tampoco sucede en nuestros días. La extraña idea norteamericana de que su política exterior -un hegemonismo bondadoso- siempre armonizaría con la de todos los pueblos y dirigentes moderados y racionales del mundo, era el marco ideológico de eso. ¿Qué podría haber pensado cualquier dirigente ruso si hubiese podido escuchar las palabras de un alto funcionario al presidente Truman en julio de 1945, luego de la prueba exitosa de la bomba atómica?: "La bomba bien podría ponernos en la posición de dictar nuestros propios términos al finalizar la guerra" (Alperovitz 1996, p. 127).

Frente a los países en que el ejército soviético había destruido a las fuerzas de Hitler, Stalin tenía dos opciones ineludibles: resignarse a la probabilidad de que aceptasen el modelo político y económico propugnado por los angloamericanos, seducidos además por la oferta de ayuda económica hecha en 1947; o construir allí, con la colaboración de los únicos confiables para él -los comunistas locales- un sistema político y económico similar y dependiente de la URSS.

Diversas elecciones que hubo en los primeros años de la posguerra demostraron que a Rusia no se le podía garantizar un sólido cinturón defensivo sobre la base de la libre opinión pública: la posición filocomunista era minoritaria en todos los países y solo con cierto peso en Checoslovaquia; la rusofobia, mucho más antigua, era mayoritaria en dos de ellos, Polonia y Hungría. En vista de esto, ¿realmente era tan incomprensible la conducta del Kremlin?

Sexto: Las terceras vías propuestas o realizadas en esos años habrían tenido dos defectos muy graves: por un lado supuestamente debilitaban y obstaculizaban toda la política de alianzas militares que estaba desarrollando Estados Unidos; por el otro, sus críticas al mercado libre y políticas de nacionalismo económico serían sospechosamente similares con las ideas de los New Dealers de Roosevelt -es decir con quienes por incapacidad y/o filo comunismo ya habrían perdido Europa Oriental y China.

Pocos años bastaron para demostrar que el tercerismo en las sociedades del hemisferio norte no era un obstáculo realmente serio para la política exterior norteamericana: se mantuvo a través de las décadas como una tendencia crítica especialmente fuerte en los partidos socialdemócratas, forzados por la deriva maniqueísta de la época a defenderse de las acusaciones y presiones del liberal conservadorismo dominante.

Más compleja era la cuestión del tercerismo en la periferia del poder mundial, por ejemplo, en América Latina. Allí ciertamente se desarrollaban ideas y políticas no compatibles con la creencia de que Estados Unidos tenía una misión universal y un rol de liderazgo mundial. El nacionalismo y aún regionalismo de Perón eran denunciados por sus adversarios exteriores e interiores como un peligroso residuo de maquinaciones nazi-fascistas y una rebelión contra la única y eterna verdad económica -la de las puertas abiertas y la exclusiva vocación agroexportadora de esta parte del mundo. Pero, ¿la autodeterminación de los pueblos proclamada desde 1941 acaso no había triunfado en la Segunda Guerra Mundial? El tercerismo económico no solo tenía una tradición intelectual, sino que había sido votado en 1946. En nuestros tiempos hay estudiosos que se refieren a esa tradición -el nacionalismo económico- como "una de las tres principales ideologías de la economía política moderna", perfectamente capaz de competir con las otras dos, "el liberalismo económico y el marxismo" (Nakano, 2004).

El conjunto de estos mitos constituyó una fuerte barrera para el progreso de la historiografía rigurosa y crítica del origen del fin de la Segunda Guerra Mundial y el origen del conflicto bipolar posterior. En consecuencia, tampoco contribuyó a enriquecer la fundamentación empírica de las pocas - pero no inexistentes- generalizaciones históricas que pueden servir para orientar la política del presente. Muchos dirigentes han defendido sus decisiones y explicado sus éxitos mencionando tales "lecciones de la historia". ¿Cuáles serían las más importantes que realmente pueden extraerse de esta temática? Parece que son dos.

La primera generalización histórica: las alianzas internas (entre partidos y grupos de interés) y las externas (entre los gobiernos y sociedades de varios Estados) logran mantener su efectividad y duración si: a) responden a la percepción compartida de un enemigo común; b) cuentan con ideologías dominantes y sistemas político-económicos similares. Por eso la triple Gran Alianza de 1941 encontró una muerte bastante natural a fines de 1945, mientras se mantuvo la cooperación de Londres y Washington. El enemigo común ya no estaba y las similitudes nunca habían existido. Situaciones históricas comparables habían sido los bandos católico y protestante en los siglos XVI y XVII.

La segunda: En una situación de conflicto bipolar entre superpotencias, los partidos y gobiernos que opten por alguna forma de tercerismo, siempre se verán hostilizados por ambos hegemones principales, cuyas continuas presiones buscan ensanchar sus respectivas esferas de influencia. En el nivel doméstico de los países periféricos del poder mundial estas presiones serán muchas veces más decisivas y costosas en pérdidas humanas -a través de golpes de Estado y guerras civiles- que en las relaciones interestatales.

¿Comenzó una nueva época de las relaciones internacionales en 1945? Sí, la era bipolar reemplazó a la tripolaridad de 1919-45. Pero ¿se estableció un Nuevo Orden Mundial en 1989/91? Treinta años después, hoy más bien parece que solo se produjo una nueva versión de lo que habían sido los 40 años de la Guerra Fría: continúa lo que ahora es una Guerra Fría permanente. Ésta última no se habría instalado con tanta facilidad si los mitos de la Guerra

Fría no se hubiesen conservado en una sobrevida absurda e incompatible con la historiografía crítica. ¿Creeremos como James Burnham en la existencia de un dilema insuperable? Este ideólogo, partidario de un elitismo científico, decía en 1943:

Cualquier sección de la élite que desee actuar científicamente se ve abocada a un dilema. La vida política de las masas y la cohesión de la sociedad exigen la aceptación de mitos. Una actitud científica con respecto a la sociedad no permite creer en la verdad de los mitos. Pero los líderes deben fingir que profesan y aún estimular, la creencia en los mitos, o de lo contrario la armazón social se vendría abajo y ellos serán derrocados. Dicho en pocas palabras, si los líderes son científicos, deben mentir. (...Por eso) Los que engañan manejando mitos generalmente suelen ser ellos mismos engañados por esos mitos (Burnham, 1945, pp.334-335)

Por último, un tema delicado, el de los nexos entre política interior, economía y relaciones internacionales. ¿Pueden las democracias capitalistas vivir sin pedir a sus pueblos continuamente grandes esfuerzos financieros y restricciones de derechos, en función de la preparación para una nueva guerra caliente... o la persistencia de una fría? La experiencia desde 1945 hasta hoy parece indicar que muchos países medianos y pequeños pueden hacerlo. Pero la superpotencia más grande del mundo no ha podido.

 

Lista de referencias

 

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[1] Doctor en Historia y Ciencia Política por la Freie Universitat Berlin. Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Cuyo y docente en esta Universidad.

[2] De todas maneras también debe señalarse que existe gran continuidad en las explicaciones de los mejores trabajos anteriores a 1989 y las que aportan los posteriores. Véanse en este sentido Graml (1985), Horowitz (1969), La Feber (1971) y Loth (1980), por un lado; y por el otro Jensen (1993), Booth (1998), Aperovitz (1996), Craig y Logevall (2009), Westad (2007) y Atwood (2010).

[3] Véanse los detalles del acuerdo en la quinta sección de este trabajo.

[4] Sobre el tema Katyn, ver Benz 1992.

[5] Ver una glosa de este artículo en Riess 1960, pp. 292-294.

[6] Ver Alanbrooke (2015), entrada del 23 de julio 1945 y Walker (2013), capítulo 9.

[7] Ver Atwood (2010), pp. 154-155.

[8] Ver Burnham 1947, un libro de gran impacto en ese año.

[9] Ver sus declaraciones de 1946, 1947 y 1948 en Leonhard (1962), pp. 228-229.

[10]             Ver Levering y otros (2001), Doc. 2 de Novikov y Zarubin en la Segunda Parte, The Russian Perspective.

[11] En La Feber 1971, pp, 139-140. Este artículo de Pravda, escrito por el dictador incluye a un periodista ficticio que hace las preguntas.

[12] Molotov en la Conferencia Internacional de París, octubre 1946, ibídem, p. 57.

[13] Vyshinsky en la Asamblea General de la ONU, septiembre 1947, ibídem, p. 161.

[14] Ver discurso en N. York, 12 de setiembre de 1946, Doc.2 de "The American Perspective" en Levering y otros 2001.

[15] Ver Leopold y Link 1957, pp. 688-690.

[16] Sobre la utilidad del concepto de mito sociopolítico para una concepción crítica de la historia, ver Buchrucker y otros (2010), pp. 82-83.

[17] Ver Atwood (2010), p. 155.

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