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Análisis filosófico

versión On-line ISSN 1851-9636

Anal. filos. vol.23 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires oct. 2003

 

ARTICULOS

Comunicación y metáfora *

E. Romero y B. Soria

Universidad de Granada
eromero@ugr.es y bsoria@ugr.es


Resumen

EI objetivo de este artículo es mostrar cómo las proferencias metafóricas aIcanzan su pertinencia óptima. Para ello recurrimos a la propuesta de que una metáfora se identifica cuando el hablante percibe una anomalía contextual y un contraste conceptual y, una vez identificada la metáfora, el hablante aplica, entre otras casas, el mecanismo metafórico para su interpretación. La identificación e interpretación metafóricas conllevan mas esfuerzo de procesamiento que el esfuerzo requerido por la identificación e interpretación del uso literal del lenguaje (en contra del enfoque de la metáfora cognitiva). Esto no implica que la interpretación metafórica se produzca en dos pasos (en contra del enfoque de la metáfora como implicatura). Las proferencias metafóricas alcanzan su pertinencia óptima porque su esfuerzo adicional puede justificarse por el resultado de la interpretación metafórica. Mediante esta interpretación metafórica podemos alcanzar efectos contextuales que se producen mediante significados provisionales metafóricos subproposicionales que no están disponibles en el sistema de la lengua. Estos efectos justifican el esfuerzo adicional involucrado en su procesamiento.

PALABRAS CLAVE: Pertinencia; Identificación metafórica; Interpretación metafórica; Implicatura y metáfora cognitiva.

Abstract

The aim of this paper is to show how metaphorical utterances achieve their optimal relevance. To accomplish this objective we will resort to the proposal that a metaphor is identified when the speaker perceives a contextual abnormality and a conceptual contrast and that, once the utterance is identified as metaphorical, the speaker applies the metaphorical mechanism for its interpretation, among other things. The metaphorical identification and interpretation entail more processing effort than the effort required by the identification and interpretation demanded by the literal use of language (against the approach of cognitive metaphor). This does not imply that metaphorical interpretation is produced in two stages (against the approach of metaphor as implicature). Metaphorical utterances achieve their optimal relevance because their additional effort is justified by the result of the metaphorical interpretation. By this metaphorical interpretation we achieve contextual effects which are yielded by sub-propositional metaphorical provisional meanings not available in the system of the language. These effects, produced by the utterances which contain these meanings, justify the additional effort involved in their processing.

KEYS WORDS: Relevance; Metaphorical identification; Metaphorical interpretation; Implicature and cognitive metaphor.

1. Introducción: la teoría de la metáfora y sus problemas

Que la metáfora es comunicativamente pertinente es un hecho avalado por la amplia difusión de su uso en los distintos registros. Ahora bien, no está de más señalar cómo las proferencias metafóricas alcanzan su pertinencia óptima, dado que la mayoría de las propuestas sobre metáfora no pueden justificar su uso como pertinente y aquellas que sí lo hacen, no explican su pertinencia de un modo adecuado. El objetivo de este artículo es señalar cómo las proferencias metafóricas alcanzan la pertinencia óptima. Para ello apelaremos a las propuestas de que una metáfora se identifica cuando el hablante aprecia una anomalía contextual y un contraste conceptual y que, una vez identificada la proferencia como metafórica, se activa, entre otras cosas, el mecanismo metafórico para su interpretación.
Las proferencias metafóricas alcanzan la pertinencia óptima si el esfuerzo adicional puede justificarse con el resultado de la interpretación metafórica. Para que este resultado justifique el esfuerzo, para que se verifique la pertinencia óptima de las proferencias metafóricas, la interpretación metafórica ha de producir efectos contextuales "metafóricos" de una naturaleza distinta a la de los efectos contextuales literales. En las proferencias metafóricas hay efectos contextuales de una naturaleza distinta si los significados provisionales metafóricos que adquieren algunos vocablos al interpretar tales proferencias, no coinciden con los significados convencionales de esos ni de otros vocablos.
Siguiendo a Sperber y Wilson (1986), podemos señalar que en la comunicación se pretende ser pertinente mediante la modificación del entorno cognoscitivo del oyente. El entorno cognoscitivo del oyente se modifica cuando se producen e incorporan efectos contextuales, tarea que se lleva a cabo bajo la presunción de que lo obtenido justifica el esfuerzo que realiza el oyente. La producción de efectos contextuales depende de la intervención de procesos mentales que requieren cierto esfuerzo. En la valoración de la pertinencia encontramos dos condiciones: una positiva, los efectos contextuales, y otra negativa, los esfuerzos de procesamiento. La pertinencia óptima se consigue cuando la primera justifica a la segunda, es decir, cuando hay efectos que nos dan buenas razones para haber realizado el esfuerzo invertido.
Según esto, para valorar el poder comunicativo de las proferencias metafóricas, debemos plantear de un modo sistemático que aspectos tienen que ver con los esfuerzos de procesamiento, qué aspectos se relacionan con los efectos contextuales y cómo los primeros se justifican por los últimos, en el caso de que lo hagan, en la interpretación de proferencias metafóricas a diferencia de las literales. Este estudio nos permitirá ver cómo las proferencias metafóricas pueden alcanzar la pertinencia óptima, como los rasgos que diferencian a lo metafórico de lo literal afectan al tema de la pertinencia metafórica.
Las propuestas relacionadas con el esfuerzo de procesamiento requieren una explicación acerca de la identificación y la interpretación de las metáforas en comparación con la identificación e interpretación de lo literal. De este modo, a la hora de hacer una teoría de la metáfora que explique el valor comunicativo de ésta, hay dos problemas que deben resolverse. Por un lado, debe determinarse si disponemos de unos criterios de demarcación que permitan identificar proferencias metafóricas a diferencia de otro tipo de usos del lenguaje como literal. Una vez resuelto el problema de la identificación habrá que dar cuenta, por otro lado, de cómo se produce la interpretación metafórica. Esto no es más que saber cómo los hablantes competentes elaboran el contenido metafórico que las proferencias lingüísticas identificadas como metafóricas expresan. Es decir, habrá que determinar cómo se producen y comprenden los ejemplos de metáfora.
Las caracterizaciones tanto de la identificación como de la interpretación de la metáfora que encontramos en la amplia bibliografía que hay sobre el tema no siempre son erróneas, aunque en el mejor de los casos son parciales. De hecho, ninguna teoría de la metáfora nos ha ofrecido aún el grupo de rasgos que intervienen conjuntamente en la identificación e interpretación metafóricas y, por ello, no hay modo de caracterizar o, mejor, explicar exhaustivamente el logro de pertinencia de la metáfora. Además, las dos propuestas teóricas más extendidas hoy día que pueden explicarlo asignan a la metáfora rasgos que difícilmente pueden aceptarse. Esto es lo que Ie ocurre a la propuesta de la metáfora como implicatura y a la propuesta cognitivista de la metáfora. Pero veamos brevemente por qué estas propuestas son inadecuadas.

2. La teoría de la implicatura: la falsedad literal como criterio de identificación e implicatura como resultado de la interpretación metafórica

La noción de implicatura conversacional comprende, por decirlo de algún modo, varios rasgos clasificables en los dos temas que toda teoría de la metáfora debe abordar: los que hacen referencia a cómo detectar que estamos ante una implicatura, y en especial ante una metáfora, y los que hacen referencia a cómo inferir la proposición que se ha implicado pragmáticamente por la proferencia metafórica.
En relación con la identificación de proferencias metafóricas, la teoría de la implicatura señalaría que, como todas las proferencias que implican pragmáticamente algo, las metáforas se detectan porque infringen el Principio de Cooperación en el ámbito del decir. Para detectar metáforas se supone que con estas proferencias se dice algo (o se hace como que se dice algo), lo cual depende del significado convencional de las palabras proferidas bajo el supuesto de que lo que se dice se dice siempre literalmente. Una de las claves de la metáfora es cómo se infringe el Principio de Cooperación mediante ella, y lo que Grice nos ofrece es un criterio de identificación metafórica que podemos etiquetar como "el criterio de la falsedad literal". Según este criterio, las metáforas se detectan porque el hablante dice literalmente algo que cree que es falso, las proferencias que implican metafóricamente algo transgreden la primera máxima de calidad. Así, cuando consideramos (1)

(1) [A Ie pregunta a B que tal día hace y B Ie responde:] El cielo esta llorando

Hay varios problemas a la hora de usar la máxima de calidad para la identificación de la metáfora. EI primero es que no todas las proferencias en las que se viola esta máxima son casos de metáfora. Así, los ejemplos (2)-(4)

(2) [Después de que supiera que Alberto había traicionado a María en su trabajo, Ie dije a María:] Alberto es un buen amigo
(3) [De un hombre que acaba de destrozar todos los muebles, se profiere:] Estaba ligeramente bebido
(4) [A Ie dice a B:] Los marineros tienen una novia en cada puerto

se caracterizan, según esta teoría, porque con elIos se dice algo que se cree falso y no parecen ser casos de metáforas. De hecho, se ha considerado a (2) normalmente una ironía, a (3) una meiosis y a (4) una hipérbole; todas las figuras del lenguaje comparten, según Grice, este criterio.
El segundo supone que no todas las metáforas presentan una violación de esta máxima; sólo en los asertos afirmativos se produce la violación aparente de dicha máxima. Así, no parece que la emisión en un contexto normal de (5)

(5) Ningún hombre es una isla,

ejemplo que se suele clasificar como una metáfora negativa, dependa para su detección de la idea de que el hablante literalmente ha dicho algo que cree que es falso. La idea de que las metáforas son implicaturas conversacionales que se detectan por la violación de la primera máxima de calidad no parece proporcionamos un modo de determinar si estamos ante un caso o no de metáfora y, por ello, de activar un tipo de interpretación.
A estas críticas, en las que hay consenso, se les puede unir otra más conflictiva pero, a nuestro juicio, más determinante y que se plantea cuando uno se pregunta si siempre que un hablante hace una metáfora dice algo literalmente. En concreto, ¿se dice literalmente algo con (1)? o, en otras palabras, ¿tenemos p con (1)? EI hablante literalmente no dice nada con (1) porque (1) no puede interpretarse literalmente según nuestra competencia lingüística. Esta nos enseña que "llorar" es el tipo de acción que requiere, por ejemplo, la presencia de ojos de los cuales el cielo carece. Con (1) no se puede fijar condiciones de verdad literalmente expresadas. Y, por ello, (1) no puede ser una proferencia literalmente falsa porque no fija un contenido literal. No hay ninguna situación literalmente representada mediante (1), y si no hay situación literalmente representada no hay nada que pueda ser verdadero, ni nada que pueda ser falso. No hay ningún contenido veritativo-funcional literalmente expresado, no se dice nada. Si esto es así, difícilmente podremos violar la máxima de calidad del Principio de Cooperación.
Pero seguramente el peor problema que enfrenta la concepción de la metáfora como implicatura es el de los rasgos que esta propuesta señala para la elaboración de la implicatura. Desde el punto de vista de la interpretación, las implicaturas tienen que ver con la clase de inferencia que aparece cuando los hablantes al decir algo (o hacer como que dicen algo) implican pragmáticamente algo que no dicen y que no se sigue lógicamente de ello ni se significa convencionalmente. Además, lo que el hablante implica pragmáticamente sería lo que él podría esperar que su interlocutor supusiera que el cree para preservar la idea de que las máximas, después de todo, no se infringen. Solo se transgreden en el ámbito del decir pero no en el ámbito conjunto del decir y del implicar conversacionalmente.

Consideremos el ejemplo (6),

(6) [Pablo y sus amiguetes están comentando su situación de hombres disponibles y de cómo ahora es el momento oportuno de ser una isla. Es más, creen que algunos hombres son islas y que si alguien hoy día emite "Ningún hombre es una isla" dice algo claramente falso. De todas formas, comentan, dependiendo de qué tipo de isla seas la vida te va de una manera u otra. Por eso, a todos les gustaría ser una isla paradisíaca de esas que atraen a jóvenes turistas suecas. Diana, una amiga de Pablo, al oír este comentario, irrumpe en la habitación y Ie dice que nadie es una isla, a lo que Pablo añade:] Pues yo soy Ibiza

Parte del comportamiento de (6) debería explicarse, señalando que con (6) el hablante literalmente dice que él es Ibiza, algo que cree que es falso, aunque lo que el hablante implica pragmáticamente con (6), que él es el tipo de hombre que no depende de otros y que atrae a jóvenes turistas suecas, restablece la situación y sirve para mostrar que su comportamiento es cooperativo. Además, (6) verifica su pertinencia óptima si el esfuerzo de identificación e interpretación añadido que supone considerarla un caso de implicatura, se justifica en tanto la proposición implicada pragmáticamente no se pueda expresar usando el lenguaje literalmente. Sería el tipo de proposición que sólo puede recuperarse usando metafóricamente el lenguaje.
Esta explicación tiene, no obstante, varios problemas desde el punto de vista de la interpretación. El primero es cómo es posible determinar lo que el hablante implica pragmáticamente, cómo puede derivarse que Pablo es el tipo de hombre que no depende de otros y que atrae a jóvenes turistas suecas al interpretar (6). La noci6n de implicatura conversacional es pertinente cuando el hablante quiere decir algo que puede ser inferido desde, entre otras cosas, el significado convencional de los constituyentes de la proferencia, del seguimiento del Principio de Cooperación y sus máximas, del contexto (lingüístico o extralingüístico) de la proferencia, de otros elementos de conocimiento de fondo y del conocimiento o supuesto de que los participantes tienen acceso o conocen lo anterior. Grice (1989, pp. 30-31) defiende que en los casos en que un hablante dice que p como un modo de implicar conversacionalmente que q, el oyente, aunque capte intuitivamente q, debe poder calcular lo que el hablante ha implicado si se trata efectivamente de una implicatura conversacional. Este rasgo de las implicaturas conversacionaIes, conocido como calculabilidad, es necesario: toda implicatura conversacional debe cumplirlo.
Sin embargo, la calculabilidad de las implicaturas plantea serios problemas si la examinamos en relación con un tipo de implicatura: la metafora. ¿Cómo se calcula la proposición implicada que caracteriza a una metáfora? Grice no proporciona un mecanismo concreto de producción para lo que se infiere pragmática y metafóricamente. Lo que sabemos por el rasgo de Ia calculabilidad es que debemos construir un argumento que nos lleve a q, siendo q Ia proposición que reconcilia a la proferencia con la aparente violación de la máxima conversacional. Pero si esto es así, entonces no hay modo de calcular las implicaturas de las metáforas porque no hay proposición que añadida a alguna que se cree que es falsa pueda restablecer la situación. Una proposición que se cree que es falsa, que Pablo es Ibiza, no puede llegar a ser verdadera añadiéndole más información de carácter proposicional a ella. Si la metáfora es un tipo de proferencia con la que se dice algo que se cree literalmente falso, no hay modo de producir una implicatura que haga que la violación de la máxima en el ámbito de lo que se dice sea solo aparente. Para reconciliar la proferencia con la máxima, debe suponerse que la implicatura no se añade, como suele ocurrir, a lo que se dice para no transgredir el Principio de Cooperación. Este movimiento tiene, no obstante, en común con el que hace que las implicaturas se añadan a lo que se dice el supuesto de que el oyente asume que el hablante observa las máximas conversacionales y busca una interpretación que no ponga en duda este supuesto. Cuando hay un tropo, si el oyente quiere mantener este supuesto, el hablante no puede decir que p, sino que hace como si dijera que p. Pero si sólo hace como si dijera que p, no se violaría la máxima de calidad, porque no se ha dicho algo que se cree falso sino que se hace como si se dijera algo que se cree falso y no se dice porque precisamente se cree que es falso. Parece que no hay lugar a la implicatura (al menos por la transgresión de la máxima de calidad en el ámbito del decir).
Efectivamente, cuando se considera que, en general, el uso figurado del lenguaje debe explicarse a través de la noción de implicatura, debe admitirse que el hablante quiere implicar conversacionalmente algo que no se añade a lo que el hablante literalmente dice con su proferencia, porque de otro modo el hablante no seguiría el Principio de Cooperación; en el uso figurado del lenguaje lo que el hablante quiere decir es solo lo que el hablante implica conversacionalmente.Y lo que el hablante quiere decir se caracteriza como implicatura, porque cuando el hablante hace como si dijera que p, él no dice nada y directamente burla la máxima de cantidad, máxima que se repara con la implicatura. Para que la violación de la máxima de calidad sea aparente hacemos como si dijéramos que p y de este modo la máxima que violamos es la de cantidad que se repara con la implicatura en cuestión. La pregunta ahora es cómo calculamos la implicatura. Si no decimos p porque creemos que es falsa, ¿debe calcularse q a partir de, entre otras cosas, p? No parece razonable. La implicatura no es calculable a partir de p porque, incluso aceptando que siempre aparezca p, no podría ser la proposición pretendida por el hablante pues la cree falsa. La implicatura que caracteriza a la metáfora se procesa a partir del comportamiento metafórico de los constituyentes. EI problema es saber cómo se procesa. Aunque en la obra de Grice no encontramos ningún proceso que caracterice a la implicatura metafórica, se podría recurrir a propuestas de corte interactivo como las señaladas por Kittay (1987) para saber como se procesa la implicatura a partir del comportamiento metafórico de los constituyentes.
Otro problema aparece cuando nos preguntamos si este tipo de implicaturas es cancelable, rasgo que se ha considerado que todo tipo de implicaturas tiene. Si profiero "Yo soy Ibiza" para implicar conversacional y metafóricamente que soy una persona independiente que atrae a jóvenes turistas suecas, podría cancelar esto último sin caer en contradicción profiriendo, por ejemplo, en el contexto señalado en (6), (6')

(6') Yo soy Ibiza aunque ni soy independiente ni atraigo a jóvenes turistas suecas,

pero entonces ¿qué significa la primera oración de la proferencia de (6')? En el caso de que realmente no fuese ininteligible proferir (6') en el contexto citado1, la respuesta sería que la primera parte de la proferencia de (6') no significa nada, el hablante no sería cooperativo al emitir la primera oración en ese contexto, y esto parece inaceptable. Así pues, deberíamos pensar que en los casos como las metáforas la implicatura no es cancelable2. La noción que necesitaríamos de implicatura para la metáfora terminaría sin compartir rasgos que se consideran esenciales de la noción de implicatura más normal. Lo único que tendría en común es la idea de que la metáfora como implicatura tiene un valor de verdad que es independiente del valor de verdad de la proferencia, y como la proferencia sería un caso de hacer como que se dice algo no fijaría ningunas condiciones de verdad que deban o no adecuarse con el mundo.
No obstante, hay quien piensa que la teoría de la implicatura proporciona el único modo de explicar la asimetría que hay entre el significado literal y el metafórico; el significado literal, lo que se dice, debe procesarse primero para que se tenga acceso al significado metafórico, a la implicatura. Sin embargo, el reconocimiento de la asimetría del significado metafórico con respecto al significado literal es compatible con otro tipo de explicación: los significados literales de los constituyentes oracionales no siempre intervienen en lo que se dice sino que a partir de elIos se obtienen significados metafóricos que son los que intervienen en la proposición. Esta es la correcta interpretación de la dependencia asimétrica del significado metafórico del literal, porque de hecho en todos los casos de proferencias metafóricas no se puede decir que el hablante haga como si dijera algo literalmente. Esto es lo que ocurre con la proferencia (1) y con todas las proferencias metafóricas que se producen, entre otras cosas, por contraindicación de los términos proferidos. Como ya señalamos en la última crítica a los rasgos de identificación de esta propuesta, con (1) no se dice literalmente nada, nuestra competencia lingüística nos impide construir p. Y si no se dice nada, difícilmente podremos explicar la dependencia asimétrica del significado metafórico como una asimetría entre la implicatura y aquello que la metáfora hace como que dice literalmente.
El rechazo que aquí estamos ofreciendo de las propuestas de los teóricos de la implicatura no supone el rechazo ni de un criterio de demarcación de lo metafórico ni del supuesto de la asimetría. No se rechaza, así, la existencia de significados metafóricos como significados de una naturaleza distinta a la de los significados convencionales sin ser, por ello, significados que se caracterizan porque intervienen en proposiciones implicadas conversacionalmente. No obstante, el enfoque que hoy día más se opone a la teoría de la implicatura, conocida como teoría de los dos pasos, el enfoque cognitivista de la metáfora, termina negando ambas propuestas. Veamos qué se mantiene desde este enfoque.

3. EI enfoque cognitivista: la negación de un criterio de identificación metafórica y el rechazo de la metáfora como implicatura

Aunque, estrictamente hablando, la propuesta cognitivista de la metáfora, inaugurada por Lakoff y Johnson (1980) y ampliamente desarrollada en las dos últimas décadas por estos y otros autores, es fundamentalmente una propuesta sobre la naturaleza de los conceptos, de ella se derivan algunos supuestos relacionados con el plano lingüístico. Uno de ellos es el del rechazo de cualquier criterio de identificación de las proferencias metafóricas. El otro es la defensa de procesos de interpretación indiferenciados para lo literal y lo metafórico. Así, el problema de la pertinencia de la metáfora se reduce al problema de la pertinencia del uso literal del lenguaje.
Las propuestas de este enfoque dependen de los resultados de ciertos experimentos y de su interpretación. Los experimentos psicolingüísticos, llamados "estudios de tiempo de reacción", están dirigidos a comprobar si en la interpretación de proferencias metafóricas se invierte más tiempo que en la interpretación de proferencias literales, bajo el supuesto de que el esfuerzo de procesamiento es directamente proporcional al tiempo de reacción.
En ellos se asegura que se invierte el mismo tiempo en interpretar proferencias literales que metafóricas, lo que conduce a sostener que la interpretación de proferencias metafóricas no puede ser el resultado de interpretarlas primero literalmente y luego metafóricamente. De ser así, se invertiría más tiempo en la interpretación de proferencias metafóricas que en las literales. Luego, la tesis de la anomalía, entendida como falsedad literal, hay que rechazarla porque nos conduce a una propuesta acerca de Ia interpretación metafórica, la tesis de los dos pasos, que es inaceptable pues va contra los resultados de los experimentos.
Si efectivamente el esfuerzo de procesamiento fuese directamente proporcional al tiempo empleado y si estuvieran bien diseñados los experimentos, esta conclusión sería válida y con ella habría que rechazar la teoría de Ia metáfora como implicatura conversacional o cualquier otra que supusiera un esfuerzo de procesamiento adicional. Sin embargo, no permitirían concluir, como defienden los cognitivistas, que lo literal y lo metafórico se interpretan del mismo modo3, porque es compatible tener mecanismos de identificación e interpretación distintos que supongan la misma inversión de tiempo en aplicarlos4. Además, los cognitivistas al defender la identidad de la interpretación literal y la metafórica concluyen no sólo que la anomalía como falsedad literal no es un criterio adecuado de identificación, sino que no tiene sentido establecer un criterio de identificación metafórica. De estar bien hechos los experimentos, lo que desde luego no prueban es ni la identidad de procesos de interpretación de lo literal y lo metafórico ni la ausencia de criterios de identificación. Sólo probarían que sean los que sean los procesos de interpretación metafórica y literal o sean los que sean sus criterios de identificación, suponen el mismo esfuerzo en la medida en que requieren el mismo tiempo, siempre que el esfuerzo de procesamiento sea directamente proporcional al tiempo empleado5.
Ahora bien, ¿están bien hechos los experimentos? A nuestro juicio, los únicos experimentos que pueden mostrar algo serían aquellos que comparan proferencias metafóricas y literales de la misma oración, ya que no se debe permitir que el tiempo de reacción se vea afectado por otros aspectos ajenos a la distinción del uso metafórico del literal. Por eso, debemos contemplar que los constituyentes básicos en un uso y otro sean los mismos y que requiramos una cantidad de información contextual parecida. Esto nos lleva a considerar sólo los experimentos que miden el tiempo de reacción para proferencias metafóricas y literales de una misma oración porque en otras situaciones los resultados son irrelevantes. Además, en esta tarea debemos comprobar que efectivamente se comparen usos metafóricos del lenguaje y usos literales del lenguaje. Así, descartamos estudios como los de Ortony, Schallert, Reynolds y Antos (1978) porque usan oraciones que incluyen palabras que tienen tanto una acepción literal como otra figurada. De este modo, creen que comparan usos literales con metafóricos de una misma oración usando ejemplos de metáforas convencionales (semidesnaturalizadas o desnaturalizadas). El problema de los experimentos que se llevan a cabo con ejemplos de metáforas desnaturalizadas o semidesnaturalizadas es que estas, como hemos defendido en Romero y Soria (1998), no se identifican ni se interpretan mediante los criterios con los que se identifican e interpretan las proferencias de metáforas novedosas. En estos experimentos lo que se estudia son casos de ambigüedad semántica de los constituyentes y cómo la información contextual permite elegir en el mismo tiempo de reacción una acepción u otra, pero no dicen nada acerca de la distinción literal/metafórico desde el punta de vista de la interpretación; comparan dos casos de interpretación literal6.
No obstante, hay experimentos que, a diferencia de los del tipo anterior, efectivamente comparan usos literales y usos metafóricos de una misma oración. Keysar y Glucksberg (1992), tras considerar experimentos de este tipo, concluyen tanto en el rechazo de la anomalía o de la falsedad literal como condición de identificación metafórica, como en la propuesta de que la interpretación metafórica se calcula sin que ningún criterio de identificación active un proceso de interpretación del que se necesita para elaborar implicaturas. Uno de los experimentos considerados está incluido en Keysar (1989) y consiste en presentar a distintos sujetos la oración (7)

(7) Rena vive en un castillo

que, señalan, puede tener tanto un significado literal como metafórico. Esta oración, dicen, se interpreta literalmente si se sitúa en el contexto en el que Rena, una estrella de rock retirada, tiene un castillo en Francia. En cambio, se interpreta metafóricamente si se enmarca en el contexto donde se sabe que Rena compró una casa de ladrillos pequeña en mitad del desierto de Arizona, un sitio apartado y privado. No obstante, los sujetos invierten el mismo tiempo en interpretar la oración en un contexto o en el otro, luego Ia teoría de la implicatura para la interpretación metafórica no se justifica.
Además, estos autores consideran que la idea de que Ia interpretación metaforica de (7) en el segundo contexto requiera que la oración en ese contexto sea literalmente falsa, de modo que se active una interpretación metafórica verdadera, tiene el defecto de no ser una explicación siempre posible del uso metafórico porque, dicen, en algunos contextos no solo la interpretación literal es falsa sino que la metafórica también lo es. Así ocurre si el contexto en el que aparece (7) señala la falta de privacidad de la vida de Rena debido al desarrollo inmobiliario que rodea a la pequeña casa de ladrillos en la que vive en la mitad del desierto de Arizona. La interpretación de (7) en este contexto es literal y metafóricamente falsa. Como la falsedad literal no siempre activa una verdad metafórica, entonces, a juicio de estos autores, la falsedad literal no es el criterio de identificación de la metáfora. La metáfora no supone una desviación comunicativa. Ni que decir tiene que este último modo de argumentar no es correcto y no consigue atacar a la teoría de la metáfora como implicatura. Basta con pensar que la emisión de (7) en el último contexto señalado fuese un uso metafórico del lenguaje irónico en el que Ia falsedad metafórica, junto con otras cosas, activaría la ironía.
Lo curioso es que estos autores, que dicen que se tarda el mismo tiempo en interpretar proferencias metafóricas que literales, creen que por el hecho de negar que las metáforas sean implicaturas ya pueden pensar que son usos que dependen de los mismos mecanismos de interpretación que los usos literales, mientras que negar que las metáforas sean implicaturas sólo significa que tanto el uso metafórico como el literal conforman lo que se dice con nuestras proferencias7. Pero de aquí a que ellos realmente defiendan que se trata del mismo mecanismo de interpretación va un abismo. Hoffman (1984, p. 154), en este sentido, señala:

En contextos ordinarios, no se tarda más en comprender el lenguaje figurado, porque el lenguaje figurado es comunicación ordinaria. No parece requerir procesos de comprensión especiales, si ser "especiales" significa "llevar más tiempo".

De esta cita se desprende que el lenguaje figurado puede requerir procesos de comprensión distintos que no supongan más tiempo. La posición cognitivista en la que se afirma explícitamente que no hay ningún proceso especial (o adicional o diferente) mediante el que interpretar una proferencia metafórica (Gibbs, 1994, p. 106), significa sólo que el tipo de proceso interpretativo involucrado en la metáfora es un tipo de proceso pragmático subproposicional, previo a la elaboración de lo que se dice, distinguible de otros procesos pragmáticos subproposicionales, pero que en conjunto se oponen en su funcionamiento a los procesos de elaboración de implicaturas que requieren un proceso de interpretación que toma como punta de partida una proposición. No se trata de que no haya un proceso de interpretación metafórica específico sino que este, al igual que todos los que intervienen en el plano del decir, es distinguible de los fenómenos de implicatura. Y, a grandes rasgos, la vaguedad, el desequilibrio entre rasgos prominentes, la aplicación entre dominios, la proyección de estructura, la creación de categorías ad hoc, el procesamiento concurrente literal-metafórico, son procesos distintos de interpretación que se han considerado como propios de lo metafórico dentro del enfoque cognitivista8. El problema de estas propuestas es que, a nuestro juicio, hacen que los resultados de los experimentos que les llevaron a rechazar la teoría de la implicatura se vuelvan contra ellos. Si los experimentos que comparan proferencias metafóricas y literales de Ia misma oración con una cantidad de información contextual parecida se interpretan con el mismo esfuerzo, ¿cómo explican que en Ia interpretación metafórica intervenga uno de los procesos señalados más arriba además de los que intervienen en su homólogo literal? Que estos se apliquen para determinar lo que se dice con el uso metafórico del lenguaje no significa que no sean procesos de interpretación adicionales que supongan mas esfuerzo. Si la diferencia entre la interpretación literal de (7) en el primer contexto y la metafórica de (7) en el segundo es que en esta última interviene uno de los procesos de interpretación citados, entonces esta interpretación debe suponer más esfuerzo. El problema de la justificación de la pertinencia de la metáfora no puede, entonces, reducirse al problema de la pertinencia del uso literal del lenguaje. La salida a esta situación sería, a nuestro juicio, entender que no es correcto considerar que el esfuerzo de procesamiento añadido que requiere la interpretación metafórica tenga que ser siempre directamente proporcional al tiempo que se tarda en interpretar la proferencia, así como tendría que entenderse que el resultado del esfuerzo extra llevado por la interpretación metafórica debe justificarlo. Pero esta salida, aunque evita la incompatibilidad de los resultados de los experimentos con las propuestas de los autores que los consideran, también evita la crítica que ellos hacen a la teoría de la implicatura.
Si para salvar de inconsistencia a las propuestas de los autores que defienden un enfoque cognitivista hay que admitir que el esfuerzo de procesamiento no tiene por que ser directamente proporcional al tiempo invertido en realizarlo, entonces la identidad en el tiempo invertido cuando se interpreta el uso metafórico y el literal del lenguaje, la evidencia, no nos permite favorecer ninguna propuesta teórica.
El rechazo de la teoría de la metáfora como implicatura es legítimo del modo en el que lo rechazamos en la sección segunda pero no del modo en el que los teóricos de la metáfora cognitiva lo hacen apelando a la evidencia. La crítica a la teoría de la implicatura tal y como la hicimos en la sección segunda es coherente, no obstante, con la admisión de que el uso metafórico del lenguaje afecta a lo que se dice con las proferencias, aunque debe reconocerse que el esfuerzo requerido para la interpretación metafórica supone más esfuerzo de procesamiento que el requerido para la interpretación del uso literal del lenguaje. La interpretación metafórica recurre a un proceso de interpretación añadido y como tal debe activarse por un criterio de identificación. Defender esto último es lo que haremos en el siguiente apartado.

4. Rasgos característicos de la metáfora y pertinencia

Si las propuestas que acabamos de exponer deben abandonarse porque, aunque pueden explicar de algún modo la pertinencia de la metáfora, la caracterizan inadecuadamente, ¿Cuáles son los rasgos de las metáforas que permiten explicar su pertinencia sin incurrir en los defectos de las propuestas anteriores? Responder esta pregunta es la motivación que originan las propuestas que vamos a defender en relación con la identificación e interpretación metafóricas, atendiendo a sus diferencias con la identificación e interpretación de lo literal.
Lo que vamos a defender es que, a diferencia de las proferencias literales, las proferencias metafóricas se identifican cuando muestran una anomalía contextual y un contraste conceptual. Una vez identificada la proferencia como metafórica, se aplica, como hemos defendido en Romero y Soria (1998), entre otras cosas, el mecanismo metafórico para su interpretación. A diferencia de la aplicación de los mecanismos de lo literal, mediante la aplicación del mecanismo metafórico se obtiene al menos un significado provisional metafórico, significado que interviene en los efectos contextuales de la interpretación metafórica y que podemos entender como un efecto "metafórico", como un efecto de una naturaleza distinta a la de los efectos de la interpretación literal. Mas veamos qué significa todo esto recurriendo a ejemplos tanto de uso literal como de uso metafórico del lenguaje.

4.1. Identificación literal vs. identificación metafórica

Para identificar un uso del lenguaje como literal hay que atender, al igual que para identificar un uso metafórico, tanto a la competencia lingüística de los interlocutores como al contexto en el que aparece usado el lenguaje. Para las unidades léxicas, la competencia lingüística del individuo prevé posibles contextos de uso, lingüísticos y extralingüísticos9. El uso literal del lenguaje se caracteriza como aquel en el que las expresiones aparecen en contextos lingüísticos y extralingüísticos normales. Si no hay nada que indique que se debe interpretar la proferencia de otro modo, será identificada como literal. Si consideramos (8),

(8) [Sara Ie pregunta a Marian dónde está su mascota y esta Ie responde:] Mi gato está sobre la alfombra

Sara percibe que el contexto lingüístico, así como el contexto extralingüístico en los que aparecen cada una de las palabras incluidas en la oración "Mi gato está sobre la alfombra", coinciden con alguno de los contextos potenciales fijados para ellas en su competencia lingüística. Cuando no se transgrede ninguna de las normas en las que se concreta el potencial combinatorio y situacional de las entradas léxicas al usarlas, se esta haciendo un uso literal del lenguaje.
En el caso de que un hablante advierta en una proferencia una anomalía contextual y un contraste conceptual, detectará que el uso del lenguaje es metafórico. La anomalía contextual se entiende al considerar que en algunas proferencias el oyente aprecia una contraindicación entre el contexto concreto en el que aparece la expresión proferida y los posibles contextos de aparición de esa expresión, que figuran en la competencia de los hablantes de determinada comunidad lingüística. Si el contexto concreto en el que aparece una expresión no coincide con los posibles contextos que figuran en el sistema conceptual convencional de los hablantes, el oyente no puede interpretar textual y literalmente la proferencia de esa expresión desde su sistema conceptual convencional. La anomalía contextual es, por tanto, la aparición de una expresión lingüística en un contexto lingüístico o extralingüístico inusual. La palabra "mosca" en (9) y (10) sirve como ejemplo. La palabra "mosca" puede usarse metafóricamente en un contexto lingüístico como el presentado en una proferencia normal de (9) o en un contexto extralingüístico como el señalado entre corchetes en (10)

(9) Daniel es una mosca. No para de moverse y molestar a todo el mundo
(10) [Apuntando a Daniel, que no para de moverse, su hermana Ie dice:] iMosca!

Otro ejemplo de este último tipo es (11),

(11) [Sara Ie pregunta a Marian dónde está su hijo y esta Ie responde:] Mi gato está sobre la alfombra

donde la anomalía se produce también por la aparición de un vocablo en un contexto extralingüístico inusual. Pero la anomalía, aunque es una condición necesaria de identificación metafórica, no sirve siquiera para delimitar los usos no Iiterales del lenguaje de otros usos: hay anomalía en proferencias que no tienen sentido, como en (12), en proferencias del discurso de ficción, como (13), y como ya defendiéramos en Romero y Soria (2002) en las metonimias referenciales, como (14)

(12) [Un niño Ie dice a su padre en el zoo:] Los cacahuetes comen elefantes
(13) [En la película de los Aristogatos, una gata dice de su cachorro:] Berlioz toca el piano
(14) [En una cafetería, una camarera le dice a otra:] El sandwich de jamón está esperando la cuenta

Así, se necesita alguna otra señal que permita distinguir las proferencias metafóricas de las no metafóricas que tienen una anomalía. La señal que cumple esa función es el contraste conceptual. La anomalía de llamar a un niño, al hijo de Marian, "gato" va acompañada de un contraste conceptual entre el concepto GATO y el concepto NIÑO. EI contraste conceptual se comprende al ver que en ciertas proferencias se habla de un tema, del dominio objeto, con vocablos que describen usualmente a otro, que hace de dominio fuente. El contraste conceptual no es más que detectar la presencia de un dominio objeto y un dominio fuente. De todas formas, hay que tener en cuenta que la anomalía es una condición de posibilidad del contraste: no hay contraste conceptual si no hay una anomalía contextual.
Apreciar la anomalía contextual que nos lleva a contrastar dos o más conceptos que no estaban relacionados según nuestro sistema conceptual supone un esfuerzo que no es necesario en el uso literal del lenguaje; es un esfuerzo de procesamiento añadido. Una vez detectado qué uso estamos haciendo de las expresiones al proferirlas, pasamos a interpretar las proferencias. Esta tarea es diferente para el uso literal y el metafórico.

4.2. Interpretación literal vs. interpretación metafórica

Si bien el contexto siempre interviene y ayuda a determinar a qué tipo de interpretación nos enfrentamos, el papel del contexto no se agota en esta tarea. Es, hoy día, un denominador común en las teorías del significado admitir que el contexto es imprescindible para la elaboración de la interpretación de proferencias. En lo que no hay acuerdo es en las propuestas que especifican su función o funciones. En lo que sigue ejemplificamos, como ya hiciéramos en Romero y Soria (1997-1998), el tipo de propuestas que defendemos acerca del papel del contexto en la interpretación sin incluir explícitamente aquellas de las que disentimos.
Si consideramos de nuevo (8), identificamos un uso literal del lenguaje que nos lleva a interpretarIa literalmente, a construir el contenido informativo literal que (8) expresa. El contenido o el significado del hablante de (8) se especifica señalando, entre otras cosas, lo que el hablante dice con (8) que, a su vez, depende del significado lingüístico de los constituyentes de la expresión oracional contenida en (8), así como de las reglas sintáctico-semánticas que permiten combinarlos. Los componentes más básicos del contenido literal son, al igual que los del metafórico, los significados convencionales de los vocablos que intervienen en una proferencia. Estos significados son los que están disponibles en la competencia lingüística del individuo que, como dijimos, prevé posibles contextos de uso para las unidades léxicas que se aprenden y almacenan ligadas a contextos. Los posibles contextos asociados a un vocablo forman parte del sistema conceptual-convencional del individuo.
El contenido que expresa (8), al igual que (11), dependerá en gran medida del significado convencional de "mi", "gato", "estar", "sobre", "la" y "alfombra". Algunos de estos vocablos distan de tener un solo significado convencional, son términos polisémicos. Es el contexto, lingüístico y extralingüístico, el que nos permitirá elegir uno de los significados convencionales posibles de tales vocablos; seleccionamos contextualmente uno de los sentidos como el apropiado. En el caso de (8), el significado convencional de "gato" que contextualmente se elige es el de "Mamífero carnívoro de la familia de los félidos, digitígrado, doméstico ... ", descartando así las otras acepciones de este término. Optamos por esta acepción de "gato" porque el contexto extralingüístico confirma que estamos hablando de un felino doméstico, la mascota de Marian.
No obstante, el valor semántico contextualmente asignado a un constituyente de la oración en el proceso de interpretación de proferencias no siempre es meramente convencional. Así, en muchas ocasiones nos vemos obligados, como señalan Sperber y Wilson (1986, pp. 188-191), a enriquecer el significado de los constituyentes contextualmente y esta acción puede adquirir, al estilo de Recanati (1995, pp. 209-210), distintas formas, como son la construcción de sentido, la especificación y la asignación de referencia10. "Mi" funciona como determinante de "gato" que es el núcleo del sintagma nominal "mi gato". Este sintagma es una expresión que presenta indeterminación referencial en la medida en que no se sabe de qué gato se está hablando, mientras no se sepa quién es el hablante de la proferencia. En este caso con "mi gato" estamos hablando del gato de Marian, pero, en otras ocasiones, podríamos estar hablando del gato de otra persona. Aquí surge otra indeterminación semántica que solemos eliminar recurriendo al contexto, a saber, la indeterminación de la relación de posesión entre el hablante y el gato. En un discurso de ficción se podría hablar del gato descendiente de una gata que emitiera esa expresión, la relación sería entonces de progenitura, mientras que en el caso de (8) la relación es meramente de posesión, bajo el supuesto de fondo de que Sara y Marian son personas. Cualquiera de estos usos de "mi gato" son usos literales de la expresión y parten del mismo significado convencional, aunque según los casos el objeto al que se refiere y la relación que el hablante mantiene con ese objeto no son los mismos.
Al sintagma nominal, "mi gato", que aparece como sujeto en (8) se unen otros dos sintagmas, el verbal "está" y el preposicional "sobre la alfombra", cuyos significados dependen, a su vez, del significado convencional de los constituyentes y, si lo requieren, del contexto. Lo que significan los sintagmas se vuelve a combinar hasta construir lo que se dice con (8). Una vez que apelamos a la composicionalidad parece que el proceso de elaboración de significados literales es claramente contextual.
Pero no siempre el valor semántico contextualmente asignado al constituyente es convencional o depende del enriquecimiento de un significado convencional, sino que a veces es una transformación de uno de los significados convencionales, enriquecido o no, que sustituye a ese significado. Ahora estamos pensando en el valor semántico que adquieren contextualmente algunos términos proferidos en sus usos no literales como los metafóricos.
La diferencia entre los significados metafóricos y los literales de las proferencias es la siguiente. Lo literal es una forma de expresión en la que se pone en juego hasta el final del proceso de interpretación uno de los significados convencionales, incluso si se reduce o si se amplía, de cada una de las unidades léxicas que intervienen en la proferencia. En lo metafórico, una vez establecido uno de los significados convencionales de los componentes más básicos, aplicamos una serie de procedimientos que nos permiten elaborar algún significado provisional metafórico relacionado con alguno de los componentes, al menos para aquellos componentes que conforman el vehículo de la metáfora. Hay una dependencia asimétrica del significado provisional metafórico con respecto al significado literal de las unidades léxicas en la medida en que el significado provisional metafórico se elabora a partir del significado convencional-literal de los constituyentes más básicos.
El significado metafórico de las proferencias se elabora no sólo con los procedimientos de interpretación de lo literal sino con unos procedimientos añadidos de significado. Los procedimientos añadidos dependen de describir los conceptos que intervienen en la proferencia metafórica y de establecer cuál es la relación entre ellos. En concreto, la metáfora, como señalan Black (1954) o Indurkhya (1992), redescribe el dominio objeto mediante el dominio fuente, seleccionando, destacando, omitiendo y organizando los rasgos del dominio objeto. Además, algunos rasgos se crearán a menudo dentro del dominio objeto, dominio que representa el concepto relacionado con aquello de lo que se habla en la metáfora. Los dominios representan el significado convencional de los términos incluidos en su caracterización, significado que se muestra por las relaciones que tienen con otros términos en la descripción del concepto. La relación entre los dominios se puede explicar elaborando una aplicación T formada por una aplicación parcial F desde términos del dominio fuente, D1, a términos del dominio objeto, D2, y un subconjunto de oraciones o0 del dominio fuente cuya transformación a oraciones expresadas sólo en términos del dominio objeto al aplicarle F es coherente con este dominio. La aplicación T genera un dominio objeto reestructurado metafóricamente D2' donde D2' = D2 U F(O). La aplicación F permite, a primera vista, determinar el significado provisional metafórico de los vocablos del dominio fuente, a saber, dicho significado es el significado de sus contrapartidas en dicha aplicación. El significado de estas contrapartidas y de los vocablos que aparezcan en Ia proferencia metafórica depende del dominio objeto reestructurado metafóricamente, en concreto, de la información que se deriva de la información asociada al dominio objeto unida a la que se puede traspasar del dominio fuente o sólo de esta. Esta información fija el contexto desde el que se interpreta la proferencia metafórica. El uso metafórico del lenguaje, como hemos defendido en Romero y Soria (en prensa), supone un cambio de contexto para su interpretación. El contexto nuevo es lo que permite establecer en última instancia el contenido metafórico de una proferencia metafórica.
En (11) se ha identificado un uso metafórico del lenguaje y, por ello, debemos interpretar metafóricamente al menos sus vehículos metafóricos, los términos que se atribuyen metafóricamente a aquello de lo que se habla. En (11) los vehículos son los términos que intervienen en la descripción del GATO. ¿Cuál es el significado de "gato" en (11)? EI contexto extralingüístico señala a un niño, al hijo de Marian. No estamos hablando de un gato en ninguna acepción convencional del término "gato" y, de las acepciones de "gato", la que nos sirve para clasificar al niño no literalmente es la acepción de "gato" que intervino también en la interpretación de (8).
Para establecer los significados provisionales metafóricos hay que establecer cual es la relación metafórica de los conceptos que intervienen en (11). Esa relación consiste en traspasar un subconjunto de información asociada con el dominio fuente, información acerca de los rasgos típicos de los gatos, al conjunto de información asociada con el dominio objeto; en concreto, traspasar aquella que sea coherente con la descripción del dominio objeto, con el concepto de niño. Esta información que se traspasa es la información que junto a la asociada con el dominio objeto conforma el significado provisional metafórico de "gato". El significado de "gato" es el significado que "niño" tiene en el dominio objeto reestructurado metafóricamente, es la información que puede describir coherentemente a los niños cuando son vistos con algunas de las propiedades típicas de los gatos, se trata de ver a un niño como un ser pequeño, que suele estar a cuatro patas y que juguetea con lo que tenga a su alcance.
Esa información es el marco que representa el conocimiento desde el que se interpreta la proferencia metafórica. Por tanto, es aquello que permitirá establecer lo que se dice mediante (11). Puesto que "gato" aquí significa provisional y metafóricamente lo especificado anteriormente, niño con rasgos típicos del gato, "mi gato" en (11) denota al niño de Marian y la relación entre Marian y el niño es de progenitura. Una vez realizados estos cambios, lo que se dice con (11) se construye del mismo modo que lo que se dice con (8), lo que ya varía es un proceso de interpretación contextual que intervino en el nivel de los constituyentes, el proceso de interpretación característico de lo metafórico. Lo palpable aquí es que el hablante en ningún momento tiene la interpretación literal de la oración incluida en (11).
En la interpretación de las proferencias metafóricas no hay dos pasos que produzcan dos proposiciones, una literal y otra metafórica, lo que va en contra de lo que la teoría de la implicatura postula para la explicación de la metáfora. Cuando decimos que el hijo de Marian es su gato no decimos que ese niño es literalmente un gato, aunque sea falso; lo que decimos depende del significado transferido que "gato" adquiere en la reestruturación que se hace del dominio que representa el concepto NIÑO por el dominio que representa el concepto GATO. La nueva recategorización del concepto NIÑO, EL NIÑO ES UN GATO, producida por esta metáfora creativa mediante la aplicación de información del dominio fuente al dominio objeto, muestra que la metáfora es un mecanismo usado para producir significados provisionales metafóricos no disponibles en el sistema de la lengua. En la metáfora, como diría Goodman (1968), se usan palabras viejas para trabajos nuevos; la metáfora constituye un modo creativo, práctico y económico de usar los términos. Las proferencias metafóricas, independientemente del ámbito en que se usen, producen una recategorización del concepto metafóricamente reestructurado.
Lo que los ejemplos de metáforas novedosas muestran, sobre todo si comparamos ejemplos como (11) y (8), es que el esfuerzo de su procesamiento es mayor al percibir que hay dos dominios en una relación no prevista por nuestro sistema conceptual convencional que han de ser contrastados y al incluir el proceso de traspaso de información de un dominio a otro de modo que se genere un contexto nuevo de interpretación. Lleva menos esfuerzo seleccionar un significado adecuado a un contexto usual de entre los posibles significados disponibles en el sistema de la lengua que seleccionar un significado convencional desde el que elaborar un significado no-convencional o provisional que se adecue a un contexto inusual. Además, el efecto es distinto al del uso literal del lenguaje al conseguir que se generen significados no disponibles las convenciones fijadas en el sistema conceptual del hablante; los efectos contextuales producidos son de distinta naturaleza.
La identificación e interpretación metafóricas suponen, como hemos ejemplificado, más esfuerzo de procesamiento que el esfuerzo requerido por la identificación e interpretación del uso literal del lenguaje. Este esfuerzo adicional debe justificarse por el resultado de la interpretación metafórica para que proferencias metafóricas alcancen la pertinencia óptima y, a nuestro juicio, se justifica con los significados provisionales metafóricos que son significados no convencionales que no estaban disponibles en el sistema de la lengua. El esfuerzo de procesamiento metafórico es mayor, en principio, que el esfuerzo de procesamiento literal pero no es gratuito al justificarse por efectos contextuales metafóricos que difieren de los literales en tanto incluyen la comprensión del significado provisional metafórico.

Notas

* El contenido fundamental de este artículo fue presentado en Barcelona el 23 de abril del 2003 en una conferencia organizada por el grupo LOGOS. El debate que suscitó su presentación nos ha llevado a hacer algunos cambios, por lo que agradecemos a los integrantes de LOGOS sus comentarios, especialmente a M. García-Carpintero que fue el encargado de comentar nuestra presentación detenidamente en aquella ocasión. Asimismo, agradecemos las útiles observaciones que los asesores editoriales de Análisis Filosófico nos han hecho llegar. El resultado final ha dado lugar a una de las producciones del trabajo de investigación que se está llevando a cabo en el Proyecto "Metáfora, Significado y Comunicación Verbal" (BFF2000-1528) financiado por la DGICYT.

1 Hay distintas razones para pensar que Grice entendía que la cancelación debe producir una proferencia inteligible. Una de ellas la proporciona Grice (1989, p. 39) cuando señala que la cancelación depende de la posibilidad de no tener que seguir el Principio de Cooperación en tanto afecta a la producción de la implicatura, lo que es compatible con seguir cooperando en parte con lo que se dice. Otra puede encontrarse en Grice (1989, p. 44) al afirmar que una implicatura es cancelable si "es admisible" añadirle a la proferencia que implicatura provisionalmente que p, pero no p. Y, por último, esto está más claro cuando se señala por qué las presuposiciones no son cancelables. En Grice (1961. p. 128) se dice que las presuposiciones no son cancelables porque si las cancelamos corremos riesgo de ininteligibilidad. El resultado de la cancelación debe ser admisible, inteligible.

2 Se puede cancelar el contenido proposicional implicado metafóricamente si al cancelarlo pongo de manifiesto que esta implicatura no es la adecuada sino que la adecuada es otra que el auditorio tendrá que calcular si quiere entender la proferencia. Pero no se puede cancelar toda implicatura en una metáfora.

3 La pregunta que uno puede hacerle a los teóricos que defienden esta tesis es que si no hay diferencia en la interpretación de las proferencias metafóricas y de las literales, ¿por qué unas son clasificadas como metafóricas y otras como literales? La clasificación para estos teóricos no se debe al reconocimiento de que son usos del lenguaje que se interpretan con procesos diferentes, sino más bien al reconocimiento de usos del lenguaje que se interpretan del mismo modo pero que resultan en interpretaciones que presentan rasgos distintos. Por poner un ejemplo, Recanati (2003, epígrafes 5.4 y 5.5) apela a la Condición de Transparencia como rasgo que satisfacen los usos metafóricos de lenguaje, pero esta condición sólo es detectable en el resultado de la interpretación.

4 Recientemente, Glucksberg (2003) señala que los datos psicológicos de los que se disponen son compatibles con la defensa de que aunque los significados metafóricos se obtienen tan rápida y automáticamente como los literales, eso no significa que intervengan los mismos procesos de interpretación para metáforas novedosas y convencionales.

5 Según Gibbs (1994, p. 337), las expresiones contextuales figuradas, es decir, novedosas se explican mediante el modelo de procesamiento paralelo que permite reflejar que la interpretación literal no es previa a la metafórica. Sin embargo, aún siendo el procesamiento de lo literal y metafórico simultáneo, no tiene por qué procesarse con el mismo tiempo y desde luego está claro que se necesita más esfuerzo: por un lado, se requiere un proceso adicional de creación de sentido y, por otro, hay que procesar dos proposiciones en lugar de una. Así queda claro que la relación proporcional entre el tiempo y el esfuerzo empleado en la interpretación de proferencias metafóricas novedosas es difícil de mantener incluso si se defiende el modelo concurrente de procesamiento.

6 A juicio de Recanati (1995), hoy día sigue defendiéndose el modelo de la interpretación metafórica en dos pasos porque los experimentos de tiempo de procesamiento, por muy sugerentes que sean, no permiten rechazarlo de modo concluyente y porque hay un argumento filosófico, a priori, a su favor. El argumento puede resumirse del siguiente modo: una vez admitida la dependencia asimétrica que el significado no literal tiene del significado literal, si encontramos ejemplos donde el significado no literal se obtenga sin procesar el significado literal previamente es porque el significado no literal ha llegado a convencionalizarse y no son "no literales" en sentido estricto. Es decir, los ejemplos que no son "no literales" en sentido estricto se interpretan en el mismo tiempo de procesamiento porque se interpretan literalmente. No es coincidencia, por ello, que muchos de los experimentos lingüísticos propuestos para refutar el modelo estandar, los de Clark (1979), los de Gibbs (1983 y 1986) y los de Ortony et al. (1978), recurran a expresiones idiomáticas, pero nada queda así demostrado con respecto a los ejemplos "no literales" en sentido estricto. El argumento a priori que nos llevaría a defender el modelo de la interpretación metafórica en dos pasos, no es sin embargo, según Recanati, concluyente porque la dependencia asimétrica que el significado no literal tiene del significado literal no sólo puede explicarse recurriendo a la dependencia asimétrica de una implicatura de lo que se dice literalmente, sino que también puede explicarse la dependencia asimétrica, según Recanati, en el ámbito subproposicional.

7 En este sentido cabe destacar que el usa literal del lenguaje puede demandar diversos procesos de interpretación pragmáticos que no tienen que aparecer en todas las proferencias literales. Una proferencia literal de una oración que tenga términos semánticamente indeterminados precisa de un proceso de especificación del significado que no interviene en una proferencia que no incluya tales términos (véase nota 10).

8 Sirvan como ejemplo de autores concretos que defienden uno de estos procesos para lo metafórico los siguientes: Sperber y Wilson (1986) defienden que la vaguedad es el proceso que caracteriza al uso metafórico del lenguaje; Ortony (1979) señala que el proceso se caracteriza por el desequilibrio entre rasgos prominentes; Tourengeau y Stenberg (1981 y 1982) defienden la aplicación entre dominios; Gentner (1983), la proyección de estructura; Glucksberg y Keysar (1990) y Carston (2002), la creación de categorías ad hoc, y Gibbs (1994), el procesamiento concurrente literalmetafórico.

9 Nuestro uso del término "competencia lingüística" difiere del chomskiano. Añadimos "del individuo" para destacar el hecho de que, aunque hay convencionalidad, se debe hacer referencia al sistema conceptual de hablantes concretos. Así, se incluye su experiencia, lingüística y extralingüística, pasada.

10 Estos procesos de interpretación pragmáticos son característicos del uso literal pero no intervienen en todas las proferencias literales. Aquellas que requieran más procesos de este tipo, exigen más esfuerzo de procesamiento aun siendo literales.

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