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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.10 no.1 Bernal jun. 2006

 

RESEÑAS

Sabina Frederic y Germán Soprano (comps.)
Cultura y política en etnografías sobre la Argentina, Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2005, 341 páginas

 

A fines de la década de 1960, Florestan Fernandes editó una monumental obra en cuatro volúmenes alrededor de los términos de la dicotomía que había planteado Ferninand Tönnies en su clásico Gemeinschaft und Gesellschaft, de 1887. El primer volumen se titulaba, precisamente, Comunidade e Sociedade. El segundo, Comunidade. El tercero, Sociedade. El cuarto volumen -que recogía colaboraciones de sociólogos, antropólogos, historiadores y ensayistas brasileños como Darcy Ribeiro, Caio Prado Júnior, Gilberto Freyre, Otávio Ianni, Héglio Jaguaribe, António Candido, Fernando Henrique Cardoso y Celso Furtado- se titulaba Comunidade e Sociedade no Brasil, y tenía un subtítulo sugerente: Leituras básicas de introdução ao estudo macro-sociológico do Brasil. El volumen considera sucesiva y sistemáticamente un conjunto de formaciones comunitarias típicas (la aldea tribal, la pequeña comunidad, las villas, la ciudad tradicional.) y se plantea después la tarea de comprender la gestación, evolución y estructura de la sociedad nacional brasileña y las relaciones entre esta "sociedad nacional" y los fenómenos de desarrollo económico, demográfico y cultural en un contexto de fuerte sobredeterminación de los sistemas locales y nacionales de poder por la historia de las formas específicas de integración de la economía brasileña a la economía mundial.
Tres décadas y media más tarde, el libro que ahora tenemos entre manos también se propone volver a recorrer el itinerario conceptual que lleva -como reza uno de los subtítulos de la Introducción que suscriben los compiladores- "de la aldea a la nación", si bien en una perspectiva que es ahora muy distinta de la que animaba el clásico trabajo de Fernandes. Porque de lo que se trata aquí no es tanto de construir esa mirada "macro-sociológica" en la que se empeñaba el autor de A revolugáo burguesa no Brasil, sino de formularse la pregunta acerca del lugar, las potencialidades y los límites de una específica disciplina universitaria (la antropología social) a la que, en la "división del trabajo intelectual" operante en la organización de nuestras ciencias sociales, le ha quedado reservado un campo de trabajo mucho más asociado con el polo de la "comunidad" y de lo "micro" que con el de la "sociedad" y de lo "macro". Lo que pone en el centro de las preocupaciones de los compiladores -y de la mayor parte de los autores por ellos convocados- las preguntas por la propia pertinencia de esta serie de asociaciones, por los problemas vinculados con la construcción de "escalas de análisis" y con la generalización de hipótesis localmente situadas, y, de manera más general, por la posibilidad de la antropología de contribuir a la comprensión y a la discusión de los grandes problemas nacionales. Grandes problemas nacionales en cuya identificación y exploración la antropología puede, sin duda -ésa es la apuesta que aquí se hace, con mucha fuerza y excelentes argumentos-, tener un papel importante, a condición de que se atreva a dar el paso que le permita ampliar su campo de problemas más allá del restringido universo de las poblaciones "subalternas" a las que tradicionalmente ha limitado su interés y encarar el estudio de los modos en los que muy distintos tipos de poblaciones (políticos, burócratas, intelectuales, profesionales) traman sus relaciones, complejas y diversas, con el Estado, la producción, los medios de comunicación, los mecanismos de construcción de hegemonías y las formas de definición de la identidad nacional y de la memoria colectiva. De manera que si por un lado se trata de postular, como lo hace Frederic en su artículo, la posibilidad de ampliar el alcance de los estudios etnográficos rechazando la reificación de lo "micro" y las miradas cerradas y homogeneizantes sobre la comunidad (sobre la idea misma de comunidad), por otro lado se trata de permitir a los estudios etnográficos jugar un papel diferente del que tradicionalmente se les ha reservado poniéndolos al servicio de la iluminación de los muy diversos sistemas de cruces y sobredeterminaciones en el seno de los cuales se define la propia identidad de los actores sociales y políticos.
Así, Jorge Pantaleón estudia los mecanismos a través de los cuales fue construida, hace sesenta años -en un contexto signado por la creciente presencia organizadora del Estado nacional, el desarrollo de la planificación como disciplina científica y la centralidad de la dicotomía peronismo/antiperonismo- la "región" del noroeste argentino, que no por no preexistir al conjunto de prácticas de los actores que la re-crean permanentemente deja de organizar fuertemente sus representaciones. Por su parte, Beatriz Ocampo y Carlos Kuz discuten el papel de dos activos intelectuales en la forja de una identidad cultural "santiagueña", asociada, en Bernardo Canal Feijóo, a la búsqueda de una identidad nacional más genuina que la que proponía el modelo de los hombres del 37 y del 80 (y a la consiguiente lucha contra la idea que ese modelo había construido sobre "el interior"), y en Domingo Bravo, a la recuperación del bilingüismo como expresión de la doble pertenencia de los santiagueños a la nación argentina y a una tradición cultural propia. La situación es análoga a la de los judíos argentinos cuya "doble identidad" estudia Emmanuel
Kahan (quien también se ocupa del rol de un núcleo de "productores de cultura" especialmente significativo: el de los redactores de la revista Nueva Sión durante los meses del affaire Eichmann): en todos estos casos, lo que tenemos es la permanente tensión entre un poyecto nacionalizador promovido por el Estado y el desarrollo de diversas identidades sociales particulares.
Pero no se trata sólo de las formas que asume la tensión entre identidades particulares y vocación estatal por la construcción de una identidad nacional uniforme, sino también de los modos en que los actores van construyendo su propia identidad, definiendo su lugar y tejiendo sus relaciones con los otros a través del uso -alternativo o simultáneo- de categorías que remiten a diferentes formas de delimitación y organización de sus comunidades de pertenencia. Así, Soprano estudia, a partir del análisis etnográfico de una serie de actos desarrollados por organizaciones peronistas misioneras durante la campaña electoral de 1999, las maneras en las que los sujetos, nombrándose y nombrando sus grupos de referencia ("argentinos", "misioneros", "peronistas", "mujeres", "mujeres peronistas"), diseñan y ponen a funcionar sus esquemas de clasificación del mundo, construyen relaciones de alianza o de antagonismo, generan o buscan generar consensos y legitiman organizaciones, jerarquías y liderazgos. No menos complejos son los sistemas identificatorios puestos en
juego en la ONG de "mujeres mercosureñas" estudiada por Laura Rodríguez, cuyo trabajo revela los muy sugestivos modos en que algunas de las militantes de esta organización articulan las "cuestiones de género" con las de la nación, la región y la "frontera", con la identidad provincial "misionera" y con la tradición del peronismo.
El problema de la relación entre lo local y lo nacional es central en el trabajo de Julieta Gaztañaga sobre la historia de la construcción de consensos alrededor de la necesidad de la construcción del puente Rosario-Victoria, que le permite adicionalmente a la autora una sugestiva reflexión sobre la propia idea de "puente" como "metáfora conceptual" para pensar este tipo de articulación entre distintos niveles de análisis. Igualmente inspirador resulta el análisis de Virginia Vecchioli sobre otro tipo de metáforas: las que de manera no poco problemática han poblado el discurso de las luchas por los derechos humanos de referencias al mundo primario -y "natural"- de los lazos de sangre, tendencia contra la cual Vecchioli invita a recuperar tanto la identidad política (y no la de puras "víctimas") de los militantes del pasado como el carácter también político de la lucha de los organismos de derechos humanos del presente. Está en juego aquí, desde luego, el problema de la relación entre ese pasado y este presente, y por eso la cuestión de la memoria adquiere una importancia primordial. El trabajo de Sergio Visakovsky la aborda como parte de un ejercicio de reflexión sobre una
investigación propia acerca de un importante centro de salud mental de la Argentina y sobre la tarea de la antropología frente a los modos en que los propios protagonistas de la historia tienden a -en todos los sentidos de la palabra- interpretarla.
Lo que en cierto sentido no es más que una dimensión de un problema más general: el de la tarea de la antropología frente al modo en que los actores interpretan el conjunto de sus historias, de sus vidas, de sus relaciones y del mundo. De eso se trata, en realidad, todo a lo largo de esta compilación: del permanente careo, de la permanente
confrontación y ajuste recíproco entre las perspectivas de los actores y las teorías del antropólogo -entre las "teorías nativas" y la "teoría social"-, único modo de dar cuenta, en sociedades nacionales complejas como la nuestra, de las múltiples e intrincadas relaciones entre cultura y política a las que alude el título del libro. Y que si por un lado exigen tener un ojo atento a los movimientos y las estrategias integradoras desplegadas desde el Estado nacional, por el otro lado reclaman tener en cuenta no sólo que ese Estado nacional -como escriben los compiladores- es una entidad compleja en permanente proceso de definición, un campo de fuerzas múltiples que, lejos de poder presentarse alguna vez como plenamente constituido, está todo el tiempo re-produciéndose y re­estructurándose, sino también que ese Estado nacional siempre dinámico y cambiante es significado y resignificado a cada paso -como lo revelan las etnografías recogidas en este libro- por los más diversos y heterogéneos actores sociales y políticos.

Eduardo Rinesi
UNES

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