SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.18 número1Orfeo extático en la metrópolis: San Pablo, sociedad y cultura en los febriles años veinteMasas, pueblo, multitud en cine y televisión índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Jineth Ardila Ariza,
Vanguardia y antivanguardia en la crítica y en las publicaciones culturales colombianas de los años veinte, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2013, 298 páginas

 

Es un hecho: la literatura colombiana brilla por su ausencia, o por su polémica aparición, en los estudios y las antologías clásicas dedicadas a las vanguardias en América Latina. Nelson Osorio (1988) señala que Los Nuevos (efímera y solitaria revista por la cual es conocida la generación colombiana del mismo nombre) "es representativa de las ideas renovadoras en un medio tan conservador como el colombiano de esos años", "sin ser en estricto sentido una revista vanguardista";1
HugoVerani (1990) afirma que en la literatura colombiana "no hubo actividad de verdadera vanguardia, solo figuras aisladas que acogen tendencias innovadoras y antirretóricas";2 y Jorge Schwartz (1991), sencillamente, la pasa por alto.3 El hecho no sorprende si tenemos en cuenta que Colombia entró al siglo XX de la mano de la Hegemonía Conservadora (1886-1930), régimen político que llevó a este país a incorporarse de manera tardía a los procesos de modernización en diversos campos, hasta tal punto que Luis Tejada, miembro guía de la generación de Los Nuevos, no dudó en sentenciar: "Este país es esencialmente conservador en todos los aspectos de su vida, pero singularmente en lo que se refiere a la literatura"; "Nuestra lírica, sobre todo, está retrasada cincuenta años";4 "ni los libros futuristas, ni las revistas futuristas, ni aun el eco siquiera del movimiento futurista llega hasta aquí, o si llega vagamente, no le hemos prestado atención".5 Los estudios y las antologías clásicas parecen tener, así, razón. Colombia: un país aislado y sin vanguardias. Vacío triste y vergonzoso que, de hacer caso a las palabras de Armando Romero (1988), solo llegaría a ser remediado hasta finales de los años cincuenta con el nadaísmo: "realmente no existió un movimiento de vanguardia, como tal, en la historia de la literatura colombiana hasta la aparición del nadaísmo".6
Ahora bien, que aún se tenga por cierto este vacío solo ha sido posible, en realidad, gracias a una inquietante situación: el profundo atraso del que es objeto el campo de los estudios de prensa en Colombia. Largo tiempo esperado, por fin se puede contar, sin embargo, con un libro que, además de hacer evidente este preocupante atraso, avanza en el camino abierto por la revaluación de Pöppel7 para seguir remediándolo: el trabajo de Ardila Ariza, Beca de Investigación en Literatura del Ministerio de Cultura de Colombia en 1999 (publicado, por alguna razón, solo hasta el día de hoy), cuyo objetivo (gravemente inédito, aunque por fin planteado en la historiografía literaria colombiana) no es otro que el de "confrontar con fuentes de primera mano aseveraciones recientes, como las que aún indican que en Colombia no se conocieron ni se debatieron, ni despertaron un deseo de renovación los movimientos de vanguardia" (p. 14).
Así, el primer apartado ("Dos capítulos prescindibles") analiza: 1) diversas propuestas de análisis de la vanguardia que pueden dividirse en dos: para entenderla como culmen del modernismo o para entenderla como una ruptura con este que abre la época contemporánea; y 2) la presencia de Colombia en los estudios y las antologías sobre la poesía latinoamericana de los años veinte. Al estudiar este último punto la autora señala cómo además de marginar a los poetas de transición (entre los cuales sitúa a los colombianos Luis Carlos López y León de Greiff) y olvidar la prosa de vanguardia (en la que destaca como promotor a Tejada), estos trabajos han dedicado poca o ninguna atención a Colombia.8 Tras puntualizar esto, subraya: "No es la intención de este texto demostrar si hubo vanguardia en Colombia, forzando lecturas, análisis o documentos, sino demostrar que sí hubo discusión crítica en torno a la vanguardia, así como intentos por ponerse al día frente a las exigencias estéticas del momento" (p. 66). Para demostrar el primer punto (la existencia de discusión crítica), la autora analiza e incluye diversos fragmentos de prensa en los que pueden encontrarse, por ejemplo, referencias al surrealismo en la prensa colombiana;9 para demostrar el segundo (la existencia de intentos por ponerse al día), construye el segundo apartado.
Este segundo apartado ("Vanguardia: crítica, reacción y revolución") analiza, así, diversas iniciativas nunca antes estudiadas en conjunto: 1) la labor crítica de Voces (1917-1920), revista dirigida por Ramón Vinyes (el sabio catalán de Cien años de soledad) que, desde la ciudad de Barranquilla, quiso dar a conocer, por primera vez en español, los movimientos de vanguardia ("la primera de América en traducir y reproducir textos de Apollinaire") (p. 65); 2) los ataques de Los Arquilókidas (1922), grupo de nuevos que, tras este seudónimo, atacó a la generación anterior (la Generación del Centenario) desde el diario La República, dirigido por el centenarista Alfonso Villegas Restrepo;10 3) la efímera Caminos (1922), revista creada por antiguos colaboradores de Voces que, desde Barranquilla, buscó continuar la tarea de Los Arquilókidas;4) el fugaz diario El Sol (1922), que bajo la dirección de los nuevos Luis Tejada y José Mar, y en un camino que va del liberalismo al socialismo, atacó e hizo "por primera vez una evaluación global acerca de los centenaristas como generación" (p. 127); 5) la revista Los Nuevos (1925), dirigida por el nuevo Felipe Lleras Camargo, de la que se subraya cómo la falta de un programa unitario (estético o político) hizo que "no tuviera la importancia que debía haber tenido como renovadora de las ideas y de la estética del momento" (p. 133); 6) la acogida de Los Nuevos en las "Lecturas Dominicales" del diario El Tiempo (1925-1927), dirigido por el centenarista Eduardo Santos; 7) en el "Suplemento Literario Ilustrado" del diario El Espectador (1924-1927), dirigido por Luis Cano; y, por último, 8) la labor del diario socialista Ruy Blas (1927-1928), dirigido por Felipe Lleras Camargo, que permitió a su generación atacar, tras seudónimos, en escritos y caricaturas, a varios políticos y cronistas, pero que publicó "algunos artículos de tono más bien antivanguardista" (p. 234).
El tercer apartado ("Antivanguardia: centenarismo y tradición") analiza, entonces, dos ataques contra Los Nuevos: 1) el realizado en 1925 por El nuevecito escritor (seudónimo) desde Patria, revista bajo la dirección del centenarista Armando Solano;11 y 2) el realizado desde "El Nuevo Tiempo Literario" (1927-1929), suplemento del diario El Nuevo Tiempo, dirigido por Ismael Enrique Arciniegas, que además de atacar a Los Nuevos, se impone la labor de divulgar las vanguardias europeas y latinoamericanas con el objetivo de ridiculizarlas.
Finalmente, en el epílogo del libro, la autora refiere cómo, a partir de 1927, Los Nuevos salieron del país incorporándose a proyectos del último gobierno de la Hegemonía, "bien como periodistas, como diplomáticos o como directores de obras públicas" (p. 282), acción con la cual, afirma, su proyecto parece haber muerto para dar paso a la realización de otros: el de la Generación del Centenario y el de la Generación de los Bachués ("post-nuevos") (p. 284).
La importancia de este libro salta, así, a la vista, al enriquecer la imagen de una época, y de una generación que era conocida, aún, por una sola y efímera publicación, para lograr un mapa mucho más rico y complejo de la trayectoria literaria, política e intelectual de ambas. Puntualicemos, sin embargo, algunas observaciones. Además de tratar con más precisión la labor de algunos seudónimos (Lope de Azuero, sobre todo, merecería un libro aparte, pero es pobremente referido) y de hacer evidente que muchos procesos de la década del veinte tienen su raíz en la década anterior (y el título del libro, en este sentido, debería cambiar, pues incluye a Voces), es esencial subrayar que si bien este libro se propone remontarse al origen de Los Nuevos "como generación, y a los inicios del enfrentamiento con sus antecesores" (p. 16), cumplir este objetivo a cabalidad exigirá analizar otras publicaciones, realizar una verdadera genealogía de su nombre12 e indagar por el origen de la generación antecesora (ampliamente ignorado por la historiografía colombiana). Aun más urgente deberá ser, de igual modo, emprender un estudio puntual de la recepción de las vanguardias en Colombia (aún no realizado hasta el día de hoy), pues, tal y como este libro hace evidente sin lograrlo del todo, ese debe ser el primer paso para aclarar si la discusión en torno a las vanguardias fue tal en verdad (Tejada, por ejemplo, habla de "futurismo" para referirse a toda vanguardia). Estos elementos permitirán corregir y/o ampliar el libro de Ardila Ariza como base fundamental para hacer a Colombia contemporánea de América Latina en los estudios sobre las vanguardias y la prensa: otra parte olvidada de su memoria que comienza, no obstante, a recuperar. Aún no se cuenta, sin embargo, con una edición de las fuentes analizadas que les permita salir de los archivos (a excepción de los tardíos facsímiles de Voces y Los Nuevos), pero una cosa es segura: pronto llegarán.

Sergio Andrés Salgado Pabón
PUJ

Notas

1 Nelson Osorio, Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana, Caracas, Ayacucho, 1988, p. 157.

2 Hugo Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica (manifiestos, proclamas y otros escritos), México, Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 27.

3 Jorge Schwartz, Las vanguardias latinoamericanas. Textos programáticos y críticos, Madrid, Cátedra, 1991.

4 Luis Tejada, "Un poeta nuevo", en Gotas de tinta, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977, p. 158.

5 "El futurismo", en Mesa de redacción, Medellín, Universidad de Antioquia, 1989, p. 269.

6 Armando Romero, El nadaísmo colombiano o la búsqueda de una vanguardia perdida, Bogotá, Tercer Mundo/Pluma, 1988, p. 9.

7 Hubert Pöppel, Las vanguardias literarias en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Bibliografía y antología crítica, Frankfurt/Madrid,Vervuert/ Iberoamericana, 1999; 2ª edición corregida y aumentada: Hubert Pöppel y Miguel Gomes, Las vanguardias literarias en Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Bibliografía y antología crítica, Frankfurt/ Madrid,Vervuert/Iberoamericana, 2008.

8 Ardila Ariza señala a Verani, además, como el único que incluye en su trabajo uno de los pocos libros de vanguardia que tuvo, en efecto, Colombia: Suenan timbres (1926), de Luis Vidales, y cómo este fue olvidado, incluso, por el colombiano Óscar Collazos en Los vanguardismos en la América Latina, Barcelona, Península, 1977.

9 Lamentablemente, muy rara vez se refieren y se datan las fuentes del material gráfico recuperado.

10 La autora comete un error al afirmar que fue Gilberto Loaiza Cano quien encontró las arquilokias, por primera vez, en 1995: "No hay rastro de que alguien haya hablado de ellas antes de él" (p. 87). Germán Colmenares ya las había referido en Ricardo Rendón. Una fuente para la historia de la opinión pública, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1984. La autora se equivoca, también, al afirmar que todos estos textos iban acompañados "por una caricatura de Rendón" (p. 89), pues otros caricaturistas participaron en la contienda.

11 La autora se equivoca al afirmar que los textos de esta polémica fueron comentados por primera vez por Pöppel en Tradición y modernidad en Colombia. Corrientes poéticas en los años veinte, Medellín, Universidad de Antioquia, 2000 [septiembre]. Pöppel ya lo había hecho en "La vanguardia literaria colombiana y sus detractores", en Estudios de Literatura Colombiana, No. 6, enero-junio de 2000, pp. 35-50, en donde refiere, además, un comentario anterior: el de Maryluz Vallejo en Vida y obra periodística de Luis Vidales (investigación inédita), Medellín, Universidad de Antioquia, 2000.

12 El líder estudiantil Germán Arciniegas habla ya de "los nuevos" en carta a Carlos Pellicer del 14 de abril de 1920, en Correspondencia entre Carlos Pellicer y Germán Arciniegas, México, Conaculta, 2002, p. 32.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons