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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

RESEÑAS

Gilberto Loaiza Cano, El poder letrado en Colombia. Ensayos sobre historia intelectual colombiana, siglos XIX y XX, Cali, Editorial Universidad del Valle, 2014, 292 páginas

 

En Colombia, la historia intelectual es una disciplina reciente. Son pocos los autores que han estudiado las ideas desde esta perspectiva metodológica, dejando de lado una tradición que consideraba que las ideas se estudiaban a partir de los textos clásicos y que tenía como resultado la concepción de que las mismas evolucionaban endógenamente. La nueva disciplina considera importante explicar las ideas en relación con los contextos, las instituciones y los artefactos materiales que las vehiculizan, como revistas, epistolarios, imprentas, periódicos y demás. El objeto de estudio de la historia intelectual no son, necesariamente, las grandes personalidades o las ideas universales. La espectacularidad de las ideas y de los personajes es desplazada por aspectos aparentemente marginales, pero que contribuyeron al desarrollo de las mismas. Para la historia intelectual son importantes los personajes y las instituciones que, anteriormente, eran secundarios: editores, impresores y escritores de panfletos, pasquines, libelos y folletos. Uno de los aportes más recientes para Colombia, dentro de esta nueva perspectiva, es la publicación del libro del profesor de la Universidad del Valle Gilberto Loaiza: El poder letrado en Colombia. Ensayos sobre historia intelectual en Colombia siglos XIX y XX.

Si bien el libro no fue pensado sistemáticamente por el autor, para el lector sí tiene una unidad. Estudia la vida intelectual y política colombiana, cuya relación desde la independencia hasta la primera mitad del siglo XX es estrecha. Loaiza muestra cómo a lo largo de este período el intelectual colombiano va a estar henchido de poder y cómo el poder, históricamente, está destinado a las personas que han asimilado el mundo de la lectura y la escritura. Dicho en otros términos, el autor muestra que el dominio de los artefactos intelectuales era la expresión de una autoridad unas veces absoluta, otras, relativa. En algunos casos, ese dominio era el camino para que los políticos letrados llegaran al poder o para que ciertos grupos sociales, a través de él, generaran opinión pública, legitimaran ideas y formas de gobierno o, por el contrario, socavaran el poder establecido. Toda transformación política estaba sustentada en una serie de redes institucionales e intelectuales que legitimaban o deslegitimaban las formas de gobierno.

Un estudio tradicional de las ideas políticas en Colombia tendría como unidad de análisis los escritos y las ideas de las figuras señeras de Simón Bolívar, Francisco José de Caldas o Miguel Antonio Caro. En El poder letrado se observa en cambio un interesante desplazamiento del objeto de estudio. Aunque estos autores no dejan de ser mencionados, la voz la tienen las personas que hacen uso de los artefactos de la vida intelectual que posibilitaron el desarrollo de las ideas o los artefactos mismos, a través de los cuales se construye el contexto de enunciación.

El libro de Loaiza se divide en cinco partes, cada una de las cuales analiza las prácticas intelectuales correspondientes a diferentes períodos históricos y sus consecuencias políticas y sociales. En cada época se destacan redes y asociaciones intelectuales que legitiman una serie de ideas políticas. La historia conflictiva de Colombia tuvo lugar no solo en el plano militar, sino también en el plano de las ideas. Las luchas fueron libradas por periodistas, editores, elites intelectuales y, en algunos casos, por mujeres que pertenecieron a asociaciones de lectura o por artesanos cercanos a la imprenta. Cada uno de estos personajes pudo participar en la contienda en la medida en que tenía acceso a las instituciones legitimadas para intervenir en la opinión pública.

Los primeros personajes que libraron luchas intelectuales fueron los criollos ilustrados que luego de la Independencia construyeron lo que Loaiza llama la "república de los ilustrados". Como consecuencia del vacío de poder ocasionado por la invasión napoleónica a España, los intelectuales se legitimaron como portadores de un orden simbólico. Los criollos se hicieron con el control de los impresos, pues el poder está destinado a quienes controlan la lectura y la escritura. Fueron importantes, en este proceso de consolidación de la independencia y la construcción de la república, periódicos como El diario político de Santafé de Bogotá, La bagatela, La gazeta ministerial de Cundinamarca, El diario Político, El semanario del Nuevo Reyno de Granada, entre muchos otros, que circularon entre 1808 y 1830. Desde esta variedad de medios, el criollo se legitima como categoría social, expresa las ideas legislativas y se construye un contexto de enunciación que legitima la Revolución de Independencia. Los criollos se erigen como clase social legisladora y ordenadora. Desde la prensa y las constituciones vigilan la opinión pública y controlan la libre asociación de las clases populares. Esto es analizado por el autor en el apartado intitulado "República de los ilustrados". Los impresos "tenían un reto apremiante, construir una estabilidad en la comunicación política, fabricar la ilusión de noticias ciertas, sistemáticas y, por supuesto, oficiales, provenientes de la nueva autoridad" (p. 45). La idea era crear un lenguaje oficial.

En la segunda parte, "La irrupción del pueblo", el autor se propone la reconstrucción de otros artefactos intelectuales -diferentes de los tradicionales- a través de los cuales circulan las ideas. Periódicos de diferentes ciudades colombianas como La sociedad de artesanos, El obrero, La libertad, La alianza, etc. les permiten a los grupos de artesanos hacer su aparición en la escena intelectual y política desde la década del cuarenta hasta fines del siglo XIX. Los artesanos escribieron para estos medios y conformaron asociaciones de lectura, grupos de discusión a través de los cuales se introdujeron en Colombia las primeras ideas socialistas. Se destaca al importante librero de origen francés Jules Simonnot, quien vivió en Bogotá y posibilitó la recepción de los autores socialistas: Fourier, Saint-Simon, Proudhon. Loaiza le da mucha importancia a los lugares por donde circulan las ideas y a los mediadores en su difusión -artesanos, en este caso-. Las ideas provienen de las elites pero ciertos caminos las conducen a las clases populares. Muchos de esos artesanos fueron autodidactas y, a través de la prensa y ciertos folletos, demostraron su capacidad de pensar y actuar autónomamente, sin la tutela de la elite liberal.

En la tercera parte, "La invención de la nación", el autor muestra la relación que hubo entre ciertas instituciones y las prácticas intelectuales. Fue la Comisión Corográfica, que entre 1851 y 1859 procuraba el conocimiento de las diferentes regiones en aspectos geográficos y culturales, la que ofreció un campo de acción para dibujantes, "científicos" y escritores de viajes. Para gobernar la nación era necesario conocerla, describirla, pintarla y tener las estadísticas de su riqueza natural. Manuel Ancízar fue una figura destacada en este proyecto y muchos de sus escritos -algunos muy cercanos al costumbrismo- fueron producto de su trabajo para la comisión. En El Neogranadino aparecieron muchos de estos relatos de carácter literario. La compilación de los comportamientos y los tipos humanos, tanto como la representación de las costumbres populares, generó espacio para una forma de escritura como el costumbrismo. Luego El Mosaico, periódico que apareció entre 1858 y 1872, publicaría y legitimaría toda esa literatura que provenía del contacto con las diferentes regiones.

En "La utopía de la República católica" el autor registra cómo la Regeneración fue un período de la historia de Colombia en el que se construyó una república católica ultraconservadora. Se ha dicho que el éxito de la hegemonía conservadora se debió al aporte que hicieron, desde la redacción de la Constitución de 1886, Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez. Sin quitarles méritos a estos dos políticos letrados, Loaiza llega a la conclusión de que ese proyecto se afianza gracias al apoyo de una amplia gama de redes intelectuales conservadoras y católicas. Se distingue la capacidad publicitaria de esa tentativa a través de la red de impresos, publicaciones y asociaciones confesionales. Se destacan los periódicos El catolicismo, La unión Católica, La esperanza,

La caridad, El mosaico y asociaciones e instituciones como la Sociedad San Vicente de Paul y la Asociación del Sagrado Corazón. Se puede mencionar la importancia de los libros de historia y de poesía católicos, lo mismo que los sermones. Se destacan tanto el escritor sacerdote como el escritor laico: ambos introducen en Colombia las obras del catolicismo europeo de Ernest Renan, Jaime Balmes o Juan Donoso Cortés. Ellos advierten sobre el peligro del advenimiento del protestantismo y la masonería. La Iglesia católica censura la circulación de impresos que considera un peligro para la sociedad.

En la última parte del libro se analiza a los grupos intelectuales que representaron la disidencia de la hegemonía conservadora -vigente en Colombia hasta 1930-, portadores de una estética vanguardista e introductores de un ideario socialista en el país. Aunque en este caso el autor se centra en ciertos personajes importantes como Luis Tejada o León de Greiff, deja claro que lo hecho por ellos no es producto de su insularidad, sino más bien de la red que lograron construir durante la década del veinte. Para esta época habían aparecido en el país una serie de espacios de vanguardia como la revista Voces, de Barranquilla, Panidas, en Medellín, y los Arquilókidas, grupo que reunió a una intelectualidad que cultivó la bohemia y la disidencia.

El libro pretende centrar su atención en las elites, pero su concepción del poder es amplia. En la perspectiva del autor, el poder surge de la capacidad de ciertos grupos sociales para apropiarse de la letra y dominar el mundo simbólico. Las elites de las que se ocupa no son solo las que representan a los grupos económicos, sino también las que legitiman su poder letrado, aun cuando no se trate necesariamente de los intelectuales que la historia tradicional ha resaltado. Por un lado está el caso de los artesanos, que fueron, efímeramente, partícipes de las contiendas intelectuales porque se apropiaron de algunos artefactos. Por otro, está el poder que adquirieron las mujeres cuando asumieron su papel de letradas, fortaleciendo desde sus asociaciones de lectura el proyecto de la república católica, y siendo mecenas de algunos escritores. Lo mismo se puede decir de los intelectuales disidentes de la década del veinte que, por su control de los medios intelectuales, tuvieron capacidad para cuestionar la hegemonía conservadora.

Loaiza estudia a las elites, pero construye un panorama de la vida intelectual colombiana menos lineal y más democrático. En otras palabras: a la vida intelectual y política del país no fueron ajenos ciertos sectores sociales considerados marginales en términos culturales. En el libro no hay genios ni personalidades que sobresalgan por su heroicidad. Loaiza escucha la voz de un periódico tan importante como El mosaico, lo mismo que los folletos que, por ejemplo, publicaron el artesano Ambrosio López y el ebanista Emeterio Heredia. También pone atención en la obra pictórica del artesano Ramón Torres Menéndez, quien recreaba las costumbres populares de la época. Los personajes que tradicionalmente se han destacado, como Rafael Núñez, son referenciados pero para ejemplificar un contexto de enunciación construido también, a través de otros términos, por otros personajes. Para decirlo en términos de Pocock, Loaiza estudia los actos de habla que constituyen los contextos del lenguaje. El gran aporte del libro de Loaiza es metodológico; permite reevaluar ciertas posturas de la historia de las ideas tradicional y al mismo tiempo dialogar con dicha disciplina. De un modo no necesariamente deliberado, el libro acoge la tradición que el giro materialista y el giro lingüístico le han dado a la historia intelectual.

Diego Zuloag
Universidad Autónoma Metropolitana (México) / GELCIL-Universidad de Antioquia

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