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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal jun. 2017

 

RESEÑAS

Álvaro Morcillo Laiz y Eduardo Weisz (eds.), Max Weber en Iberoamérica. Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción, México, Fondo de Cultura Económica/Centro de Investigación y Docencia Económicas, 2016, 704 páginas

 

En un libro de ensayos publicado hace más de una década, Ricardo Piglia reflexionó sobre la figura del lector, tomando como ejemplo y punto de anclaje a algunos de sus más ilustres exponentes. Personajes oriundos de la ficción, a la manera de Emma Bovary y Alonso Quijano, y otros extraídos de la realidad, como Ernesto "Che" Guevara y Sofia Tólstoi, se prestan para explorar, en palabras de Piglia, no tanto "qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia)".1 El último lector, título que enmarca la obra referida, plantea pues los rudimentos de una teoría de la lectura, bajo el supuesto de que todo texto depende, no solo del autor, sino también –e incluso sobre todo– de su posible receptor.

Aunque con otro ángulo y objeto, tal es igualmente la premisa que subyace en Max Weber en Iberoamérica, volumen ideado, según se indica en las páginas introductorias, como una "invitación a leer a Max Weber y, por esa vía, pensar sobre la trayectoria de las ciencias sociales después de 1945" (p. 19). A cumplir ese propósito se orientan los 24 ensayos allí reunidos, distribuidos en función de cuatro divisiones temáticas y de enfoque. En esa lógica, mientras ofrecer claves explicativas para adentrarse en la obra de Weber, entendida como un todo, constituye el propósito de la primera sección, la siguiente se detiene en aspectos más acotados, se trate de su concepción de la historia, de sus análisis en torno a la religión o de aquellos estudios que se centran en la economía. Siete ejercicios de teoría aplicada al ámbito latinoamericano conforman el contenido de la tercera sección, con lo cual se confirma el valor y la pertinencia de los conceptos weberianos en distintos tiempos y lugares. En reconstruir, desde una perspectiva histórica, las lecturas que han pautado la comprensión de su obra en el mundo ibérico radica, por último, el cometido de la cuarta sección, central para fundamentar la principal tesis que rige el volumen. Ella consiste en afirmar que "el proceso de recepción de Weber en el medio académico de habla hispana ha sido parcial y, a menudo, sesgado", con lo cual se alcanzó una singular paradoja: "Mientras que los lectores de nuestra lengua tenían en los años cincuenta mayor acceso a Weber que los de inglés o francés, en los sesenta no sólo habían perdido el tren de las traducciones sino también el de las interpretaciones" (p. 21).

Sin posibilidad de abarcar en detalle el conjunto y con ánimo de subrayar los elementos de interés para una historia de tipo intelectual, este comentario se ciñe a la sección final del libro, cuyo significativo título –"Las lecturas de Weber"– no debe pasarnos inadvertido. Quién lee, dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia, constituyen, en efecto, las preguntas que articulan los cuatro capítulos ahí reunidos, concebidos para explicar, interpretar y hacer inteligible la recepción de Weber en Iberoamérica. Pese a la amplitud anunciada, la referencia no resulta en exceso desmedida, dado que el espacio contemplado incluye grandes porciones del mundo luso e hispanohablante y, más en concreto, México, Argentina, España, Chile y Brasil. Así, mientras el capítulo inicial, a cargo de Álvaro Morcillo Laiz, ofrece algunas instantáneas de los primeros tres países mencionados, Juan Jesús Morales Martín se ocupa en el siguiente del ambiente que en las ciencias sociales primó en el Cono Sur hacia mediados del siglo anterior. Las discusiones, en ocasiones encendidas, acerca de la validez y pertinencia de los conceptos weberianos en la sociología brasileña fue el tema que eligió, por su parte, Glaucia Villas Bôas en un ensayo que examina cuatro décadas en el desarrollo de la disciplina. Solo el último trabajo trasciende las fronteras regionales, al centrarse en el proyecto que condujo a la edición y publicación de las Obras Completas de Max Weber en alemán. Al tomarse esa licencia geográfica, sin embargo, Edith Hanke no solo lanza una velada advertencia sobre el potencial error de limitar la historia intelectual a un confín territorial; también aborda un aspecto esencial en cualquier estudio enfocado en las particularidades de una recepción. Se trata de la construcción de un corpus textual y sus respectivos referentes, mismos que, junto con la circulación de las ideas y los procesos de apropiación, permiten entender cómo se configuraron las claves de lectura prevalecientes en cierto tiempo y lugar.

Aunque en distinta escala y dimensión, igualmente amplio es el número de actores que desfilan por esas páginas. Sociólogos, filósofos y politólogos de renombre, como José Medina Echavarría, Gino Germani, Javier Conde, Francisco Ayala, Maria Sylvia de Carvalho Franco, Fernando Henrique Cardoso y Florestan Fernandes, aparecen como los protagonistas del relato, en su doble papel de intérpretes y mediadores del pensamiento weberiano en la región. A partir de una serie de diálogos, colaboraciones y entrecruzamientos, pero también de contradicciones, antagonismos y enfrentamientos, todos ellos contribuyeron a forjar aquello que Juan Jesús Morales Martín denominó, en el segundo capítulo que integra esta sección, "corredores de ideas" y "puentes de papel". A contracorriente de la antigua historia de las ideas, tendiente a privilegiar el examen abstracto y en ocasiones casi etéreo de la esfera espiritual, estas nociones tienen la virtud de subrayar el carácter concreto que reviste el intercambio intelectual, configurado a partir de individuos, redes, instituciones y circuitos editoriales. Y pese a poseer la desventaja de connotar una transferencia sin fisura o distorsión, referirse a "corredores de ideas" permite calibrar el peso específico que la circulación de personas adquiere en el momento de difundir un sistema, una teoría o una doctrina más allá de su particular contexto de origen.

Un ejemplo eminente de dicha movilidad aparece en la figura de José Medina Echavarría quien, en sus sucesivos traslados de México a Puerto Rico y, finalmente, a Santiago de Chile, enfrentó el reto de adaptar su lectura de Weber a los distintos entornos que le prestaron acogida. Al colocar el acento en las condiciones estructurales de llegada, compuestas por el índice de receptividad, las redes académicas y el entramado institucional preexistente, Morales pone de manifiesto el constante proceso de negociación que interviene en el momento de establecer cualquier vaso comunicante entre distintos espacios y actores. Ello se debe a que únicamente al reconocer el carácter a la vez individual y colectivo que distingue a la transmisión es posible comprender cómo se articulan, transforman y asientan las normas, los patrones de conducta, los códigos de lectura y los mecanismos impersonales que regulan y van fijando una disciplina como lo es, en este caso, la sociología.

Quien recorra esas páginas se encontrará igualmente con mediadores que hasta ahora habían permanecido en la penumbra, quizá debido a la renuencia a admitir la inevitable injerencia de factores económicos en un saber concebido –o al menos pretendido– como científico y desinteresado. Se alude así a los proveedores de financiamiento, papel que desempeñaron, en el examen de Morcillo Laiz, las fundaciones filantrópicas estadounidenses durante el período comprendido entre los años cuarenta y setenta. Cuatro estudios de caso, situados respectivamente en Argentina, España y en dos momentos del desarrollo institucional mexicano, sirven para contrastar y evaluar la incidencia de estas corporaciones en la recepción de Max Weber en español. Al proponer como variable la captación o ausencia de fondos extranjeros, el autor articula una no por sólida menos polémica tesis, consistente en convertir los recursos materiales en un factor decisivo en el momento de elegir cierta orientación interpretativa. Siguiendo el hilo de la argumentación se descubre, no solo por qué terminó por triunfar una ciencia social de signo no marxista, sino cómo las fundaciones lograron subvertir las correlaciones de fuerzas en el contexto local. Una prueba radica en que, al establecer una relación de dominación racional con sus beneficiarios, los mediadores económicos favorecieron que personajes de rango intermedio, como Gino Germani, se encumbraran en la escena académica argentina, mientras que otros, como Alfredo Poviña, sufrieron un paulatino declive al verse privados de tan preciados insumos financieros. Aunque haría falta todavía calibrar las aptitudes individuales de los actores y sus estrategias de negociación, evitando así cualquier viso de mecanicismo, Morcillo Laiz hace de este modo evidente que las consideraciones teóricas fueron también respuestas prácticas a los problemas y necesidades que imponía su presente y, más en particular, que en esas prácticas se puso en juego no solo la estima social y el prestigio profesional de los participantes, sino la manera de definir la disciplina y los criterios que guiaron su cultivo.

Otro novedoso objeto de estudio, prácticamente ausente en las investigaciones en la materia, surge a la luz por la pluma de Glaucia Villas Bôas, quien se centra en el silencio que durante largo tiempo envolvió el pensamiento de Max Weber en el Brasil. Una tradición local, a la vez crítica, autónoma y altamente creativa, propició el desinterés por amplias dimensiones de su obra, así como el rechazo de ciertos postulados, en particular aquellos que conciernen a los tipos ideales. El análisis, sin embargo, no se reduce a una página en blanco, sino que, a la manera de una imagen en negativo, la no recepción de Weber ofrece un mirador privilegiado para explorar cómo se configuró la historia de la sociología en el Brasil. Los motivos para impugnar su validez y los argumentos esgrimidos en su contra, tal como se blandieron en la polémica entre Maria Sylvia de Carvalho Franco y Fernando H. Cardoso en los años sesenta, revelan la clase de estrategias, actores y redes que operaban en el campo, junto con sus reglas de juego, sistemas de valores y normas de conducta. La autora logra así extraer la controversia de su anclaje meramente coyuntural para ofrecernos un amplio mapa de este campo y nos recuerda, al mismo tiempo, que "la apropiación de las ideas es selectiva e interpretativa, y se somete a valores e intereses" (p. 654).

Una lección análoga se deriva del último capítulo, centrado en el largo y en ocasiones tortuoso proceso de edición de la Max Weber-Gesamtausgabe (MWG). Las casi cuatro décadas transcurridas entre el planteamiento inicial y la publicación de los 33 volúmenes que hasta ahora han aparecido conforman el marco temporal en que Edith Hanke, la actual directora de ese proyecto editorial, encuadra el relato. Su contenido, por otra parte, se encuentra punteado por datos del mayor interés, como el hecho, en modo alguno trivial, de que en el origen de la empresa se hallara la búsqueda de una matriz intelectual alternativa a la que representaban Karl Marx y Friedrich Engels, cuyas Obras Completas se editaban entonces en la República Democrática Alemana. A largo plazo, no obstante, la puesta en marcha de esta serie consiguió trascender su objetivo circunstancial, no solo al promover un renacimiento de los estudios weberianos dentro y fuera de las fronteras nacionales, sino al fijar un modelo editorial, a la vez riguroso, crítico y científico, todavía vigente en el ámbito académico. A esa permanencia y resonancia sin duda responde la confianza de Hanke al afirmar que "la MWG ofrece un acceso directo a la obra completa de Max Weber y contribuye a una comprensión mejor de la obra mediante la elaboración y la contextualización histórico-crítica" (p. 676). Además de olvidar que el acto de seleccionar, clasificar y ordenar un conjunto de textos incide de manera necesaria en la interpretación que en cada momento se alcanza, se pone de este modo en evidencia un gesto común en la academia: el deseo de convertirse en el último lector y aportar la versión definitiva acerca de un tema, una obra, un autor. Lejos de satisfacer deseos semejantes, sin embargo, libros como este garantizan que no haya últimas palabras, sino tan solo un proceso, continuamente renovado, de lecturas y relecturas de Max Weber.

Aurelia Valero Pie
UDIR-UNAM

 

1 Ricardo Piglia, El último lector, Barcelona, Anagrama, 2005, p. 24 (cursivas en el original).

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