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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.2 Bernal jun. 2019

 

Dossier: Guerra fría cultural en América Latina

En busca de la “guerra fría”. Culturas políticas, procesos locales y circulaciones de largo plazo

Marina Franco* 

*Universidad Nacional de San Martín / CONICET

Introducción

En los últimos años, el campo de estudios sobre la llamada “guerra fría” se amplió para pensar la relación entre los Estados Unidos y América Latina en otras dimensiones: se incorporaron cuestiones sociales y culturales como parte de las tensiones epocales, se diversificaron los actores a analizar y se ampliaron las periodizaciones necesarias para entender el problema.(1) Para el caso de América Latina, mucho se ha insistido sobre la necesidad de una cronología más laxa que permita pensar la guerra fría, y especialmente su dimensión cultural, más allá de los eventos políticos y con raíces bastante anteriores a la segunda guerra, en especial cuando se considera la presencia y la influencia estadounidense en la región.(2) En efecto, la acción de ese país en América Latina se presentó bajo la forma de políticas culturales intervencionistas y panamericanas que comenzaron mucho antes del enfrentamiento con la Unión Soviética o la Revolución Cubana, e incluso desde la Primera Guerra Mundial.(3) De esta manera, como señala Eduardo Rey, “la guerra fría pudo ser en cierta medida una excusa para reformular una política intervencionista ya vieja”. En lo que atañe al Cono Sur, la región recibió una versión suavizada de esa influencia cultural, al menos en relación con la presencia más fuerte que se produjo en los países del Caribe y América Central.(4)

Ahora bien, estas interpretaciones hacen foco en la influencia de los Estados Unidos como elemento central de continuidad, con el efecto agregado de reducir exageradamente la guerra fría a nuestra mirada sobre ese país. Sin embargo, esa continuidad también podría ser apreciada desde otros objetos de observación.

El primero de ellos surge de cambiar el foco hacia la Unión Soviética y estudiar la circulación de representaciones sobre ese país resultantes del profundo temor local que tempranamente generó la Revolución Rusa entre las élites de la región. Si nos centramos en el caso argentino, de la mano del miedo al comunismo y al maximalismo, en las décadas del veinte y el treinta, “Rusia” o “Moscú” aparecen como uno de los “focos del mal”, prefigurando su lugar en la confrontación bipolar posterior.

El segundo es, también en la Argentina y vinculado a lo anterior, la presencia muy temprana de un fuerte anticomunismo y de una serie de representaciones del enemigo “rojo” que ya han mostrado algunos autores.

El tercer elemento a observar es que en los discursos de las élites políticas y culturales argentinas esas representaciones se fueron construyendo sobre la base de una serie de tópicos e imágenes que suelen asociarse con los años de la guerra fría, la doctrina de la seguridad nacional, las influencias militares francesa y estadounidense, el peso decisivo del actor militar en la escena política y la circulación de sentidos sobre el conflicto interno de los años setenta. Sin embargo, la exploración en una perspectiva más larga muestra que ese tipo de figuras son de larga data, incluso previas al temor al comunismo disparado con fuerza en 1917. Por ejemplo, la idea de un enemigo de origen externo que se instala dentro del territorio, la amenaza subversiva o terrorista, su ajenidad con la Nación y lo “verdaderamente” argentino, entre otras, son construcciones que fueron centrales en las representaciones más álgidas de los años sesenta y setenta, pero pueden encontrarse también en relación con el anarquismo ya desde comienzos del siglo XX y durante las décadas siguientes. La presencia y la circulación temprana de estas figuras nos obligan a repensar los procesos culturales y los elementos de la cultura política local (desde luego modelados en interacción con el contexto internacional). En efecto, parecería que esas imágenes, resignificadas para designar procesos, conflictos y actores variables en el tiempo, perduraron como una verdadera batería de ideologemas disponibles en el discurso de los sectores conservadores, nacionalistas, o más ampliamente de las “derechas” nativas, y en algunos momentos pudieron alcanzar una circulación más extendida y socialmente diversa.

En las páginas que siguen recorreremos brevemente algunos momentos clave del conflicto social y político en la Argentina antes de la segunda guerra para mostrar estas cuestiones, que si bien no son una novedad en términos del conocimiento historiográfico, no suelen ser puestas en relación con la cultura política de la guerra fría y la segunda parte del siglo XX.

Cuatro momentos históricos

La primera evocación nos lleva a comienzos del siglo XX. Los conflictos generados por el crecimiento de la movilización social y obrera y la presencia dominante del anarquismo entre los trabajadores generaron fuertes alarmas en las élites políticas. Las réplicas a esos conflictos oscilaron entre la preocupación por dar respuestas con un tímido avance de ciertas reformas sociales y reacciones coercitivas a través de la represión policial de las huelgas y las movilizaciones, una creciente legislación punitiva para tratar los conflictos más álgidos y la criminalización del anarquismo y de los sectores obreros considerados “perturbadores”.(5) En ese contexto, las maneras de representar a los actores “peligrosos” -con variaciones entre los sectores gobernantes y los sectores más reformistas de las élites- se centraron en la figura de un enemigo peligroso, ajeno y perturbador, venido del exterior. Así, por ejemplo, la presentación parlamentaria de la célebre “Ley de residencia” para la expulsión de extranjeros señalaba:

Se trata de una ley eminentemente política, de una ley de excepción y de prevención, destinada a evitar que ciertos elementos extraños vengan a turbar el orden público, a comprometer la seguridad nacional; […] se trata de […] salvar la tranquilidad social, comprometida por movimientos esencialmente subversivos, que no son los movimientos tranquilos del obrero trabajador, ni del extranjero honrado […] sino agitaciones violentas, excesos y perturbaciones producidas por determinados individuos que viven dentro de la masa trabajadora para explotarla, abusando así de la hospitalidad generosa […] Entonces es natural que el poder ejecutivo esté armado de esta ley de defensa para conjurar esos peligros asegurando en todo tiempo la tranquilidad y el bienestar de la comunidad.(6)

De esta manera, la amenaza subversiva que representaban los grupos anarquistas -y por extensión los sectores trabajadores cuando sus conflictos crecían más allá de la intensidad considerada tolerable-, se centró en la figura de un peligro ajeno al cuerpo nacional. Imagen que efectivamente explicaba una realidad material precisa: la llegada masiva de trabajadores inmigrantes, muchos de ellos, fuertemente politizados.

La segunda evocación nos lleva, pocos años después, a la “semana trágica” en enero de 1919, durante el conflicto obrero en los talleres Vasena y la reacción popular frente a la represión policial a ese conflicto. Durante los acontecimientos, la lectura de los hechos fue bastante similar a las de los años previos, ahora con mayor intensidad y temor concreto en torno a la amenaza bolchevique y el fantasma instaurado por la caída del zarismo y la revolución de 1917.(7) Aunque radicales y conservadores intentaban distinguir entre los trabajadores con reclamos legítimos y medios no violentos, durante el conflicto se insistió desde diversas áreas del gobierno y la prensa en que había un verdadero movimiento revolucionario y subversivo que estaba expandiéndose a distintas ciudades del país, incluso a Montevideo. Se señalaba que eran fuerzas “oscuras”, “venidas de afuera”, con “fines subversivos ajenos a la nacionalidad”, que venían con un plan ruso-judío para establecer soviets en el Río de la Plata, porque buena parte de los rusos estaban -se decía- “afiliados a sociedades terroristas o propagan con fanático ardimiento las doctrinas maximalistas”.8 Estas representaciones dieron lugar no solo a la represión de los trabajadores sino a una verdadera caza de judíos en la ciudad de Buenos Aires, especialmente en el barrio de Once. En este caso, la representación sobre el peligro ruso articulaba dos objetos amenazantes: los judíos y los revolucionarios, reuniendo así antisemitismo y anticomunismo bajo una misma mirada conspirativa -asociación que tendría larga vida en el seno de las derechas argentinas-. (9)

En el mismo ciclo de huelgas de esos años, la presencia de soviets y el fantasma ruso se esgrimió con frecuencia como la representación máxima del peligro obrero en ascenso.10 Esta asociación de Rusia como la fuente del mal de un maximalismo importado también estuvo presente en el centro de las representaciones de la Liga Patriótica -la organización civil y nacionalista de extrema derecha que se autoerigió en guardia armada desde enero de 1919-; y en amplios sectores sociales de aquellos años.(11)

La tercera escena nos lleva a los años treinta, durante el gobierno de Agustín P. Justo, donde el anticomunismo fue un fenómeno extendido y fuertemente instalado en las élites gobernantes. (12) Durante esos años de signo conservador y fraudulento, circularon representaciones y temores similares sobre el “peligro rojo” y la Unión Soviética, y desde el gobierno se pusieron en marcha diversos dispositivos tendientes a la represión de esa amenaza. Así, el uso de los instrumentos estatales -legislación, políticas y agencias policiales específicas- contra el comunismo reconoce antecedentes importantes antes de su apogeo en la legislación de los años cincuenta y sesenta en plena guerra fría. En el plano de las iniciativas estatales, en 1932 se creó la célebre “Sección Especial de Represión contra el comunismo” de la Policía de Buenos Aires que se concentró en la recopilación de información, relevamiento, confección de prontuarios, persecución y encarcelamiento de miembros de grupos comunistas.(13) Un rasgo que se desprende de las memorias policiales y de los informes del Poder Ejecutivo sobre estas actividades es un fino conocimiento y seguimiento de la evolución política de la Unión Soviética, así como de otras organizaciones europeas, y el análisis de los núcleos locales como receptores de iniciativas y propaganda cuyo epicentro serían las políticas soviéticas.(14) Así, por ejemplo, el ministro Melo denunciaba en 1934 la existencia de más de 200 publicaciones de “prédica disolvente y subversiva”, en idiomas ruso, judío (sic) o ucraniano, consideradas como amenazas al “orden social”.(15) De esta manera, tal como constaba en los fundamentos de la legislación anticomunista de la provincia de Buenos Aires de 1936, o en las iniciativas similares del senador nacional Matías Sánchez Sorondo, uno de los principales argumentos contra el comunismo recaía en su origen no nacional y en su dependencia directa y total de “Moscú” y de las autoridades del Partido Comunista ruso, tanto en lo ideológico como en su práctica y su financiamiento.(16)

Estas perspectivas desde luego coincidían con un fenómeno político-cultural central de los años veinte y, especialmente, los treinta: el crecimiento de grupos intelectuales de nacionalistas y católicos integrales, cuya prédica antiliberal, anticomunista y muchas veces antisemita llamaba a luchar contra “el invasor dentro de nosotros mismos” y a una “guerra lícita para el argentino que debe defender la patria amenazada”. En la base de esas construcciones contra “las hordas rojas”, entre otras amenazas, se adivinan las matrices discursivas que ya vimos surgir en torno al anarquismo.(17) Sin embargo, como fenómeno diferente y al calor de los procesos mundiales, estos grupos aportaron fuerza doctrinaria y redes político-culturales que dieron al nacionalismo católico un peso clave en las décadas siguientes.

Este recorrido nos lleva así a una última escena: el nudo histórico que representa el golpe de estado militar de 1943, momento en el cual convergen tradiciones y sedimentaciones culturales claves para entender, luego, el proceso de guerra fría. En efecto, allí coinciden la cultura y las tradiciones de la corporación militar con sectores del catolicismo, el nacionalismo más conservador, y lo que luego será, diferenciándose de lo anterior con contornos propios, el peronismo. De esa manera, la alianza entre la Cruz y la Espada en torno al mito de la “nación católica”,(18) que conformó la estructura ideológica de las Fuerzas Armadas en el poder, fue un espacio propicio para un anticomunismo en su vertiente más antiliberal. Ya en los documentos fundantes del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), el grupo militar golpista, el comunismo aparecía como un enemigo interno a combatir, mientras que para la Iglesia la “revolución” del ’43 emergía como una garantía de alejar a las masas del estado “preinsurreccional”, mientras los partidos de la oposición eran vistos como “infestados por células comunistas”.(19) La persecución de las organizaciones y la prensa comunista (y de izquierda en general) se inició con el mismo golpe de Estado.(20) Poco después, el ministro del Interior, general Perlinger, consideraba que a quienes intenten “perturbar la acción de gobierno […] se les tratará como enemigos de la patria. El comunista y los comunizantes son enemigos de la patria y en tal sentido deben ser extirpados del país”.(21) Atravesado el gobierno por los conflictos internacionales de la segunda guerra y por una auténtica preocupación por la situación social y obrera, en boca de estos actores el comunismo fue profundizando su lugar privilegiado como definición del peligro. Sin duda, ello estaba sostenido por una amalgama nacionalista exacerbada, propia de los grupos en el poder en esa coyuntura, pero no era en absoluto novedosa como forma de delimitar al “otro” peligroso.

El “peronismo” surgido del golpe de 1943 tendrá un largo camino que alejará a Perón de sus orígenes golpistas, católicos y del nacionalismo más conservador. No obstante, aquel anticomunismo -junto con el nacionalismo y, en menor medida, el antiliberalismo- que se expresaron en la “revolución” del ’43 serán vectores firmes y bases de construcción ideológica de largo plazo en el seno del peronismo, profundizados por el contexto del enfrentamiento bipolar de las décadas siguientes. Entre el discurso de Perón en la Bolsa de Comercio en 1944 en el cual alertaba acerca del peligro de que las masas obreras argentinas estuvieran “en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino importados, sostenidos y pagados desde el exterior”, y el llamado a la “depuración interna” para expulsar del movimiento “la infiltración marxista” en 1973,(22) el país cambió varias veces, y Perón también con él, pero el anticomunismo se mantuvo como un elemento importante de esa constelación política.(23) De igual manera, el anticomunismo fue un componente central de los sectores liberales antiperonistas durante los años siguientes, y se plasmó en la política y la legislación de los gobiernos tanto dictatoriales como constitucionales que siguieron a la caída del peronismo. Así, es en ese anticomunismo transversal -que abreva en orígenes y tradiciones diversos, incluso opuestos, y que llegó a adquirir legitimidad social multiclasista- donde reside parte del potencial cultural que tuvo la guerra fría en la Argentina. A su vez, esa potencia derivó de los componentes simbólicos de las representaciones esencialistas, que permitieron que el enemigo -marxista, anarquista o subversivo- pudiera ajustarse a contenidos y conflictos variables en el tiempo.

Conclusiones

El ejercicio histórico propuesto permitió inscribir elementos habitualmente asociados con la guerra fría como parte de procesos políticos y culturales locales y más tempranos. Se buscó, por un lado, devolver centralidad al anticomunismo y mostrar la temprana tensión con la Unión Soviética -tema ausente de las miradas que enfatizan la presencia temprana de los Estados Unidos en América Latina-. Por otro lado, se iluminaron matrices discursivas de largo plazo que suelen ser consideradas importaciones características de la guerra fría y la doctrina de la seguridad nacional. El interés en estas figuras discursivas reside, además, en que ellas no remiten exclusivamente al anticomunismo, sino que ya estaban presentes en relación con el anarquismo y pervivieron, resignificadas, para expresar otras tensiones sociales.

Es importante aclarar que el objetivo de iluminar matrices de larga duración no significa afirmar una continuidad inespecífica de ciertos procesos históricos, ni disolver el concepto de guerra fría haciéndole perder todo contorno temporal o político-cultural preciso e históricamente situado, sino mostrar hasta qué punto algunos elementos habitualmente identificados con ese período son anteriores y no son exclusivos del conflicto bipolar de los años cincuenta en adelante. Así, el anticomunismo, el miedo a “Moscú” y los tópicos discursivos que sostuvieron las representaciones del enemigo registran una larga historia de producción, circulación, apropiación y resignificación locales, imbricada con fenómenos políticos y culturales propios del proceso de modernización político-económica argentino.

En función de estos elementos, el objetivo de este recorrido ha sido insistir en que lo que llamamos guerra fría, y los elementos de la cultura política que suelen asociarse a ella, son resultado de sedimentaciones de más largo plazo en la cultura política local (y de sus interacciones internacionales tempranas). Sin estas sedimentaciones, la guerra fría -entendida como escenario político-cultural fundamental de la historia argentina de las décadas del cincuenta al setenta- no hubiera tenido la amplitud que alcanzó.

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1 Véase Daniela Spenser (ed.), Espejos de la Guerra Fría. México, América Central y el Caribe, México, CIESAS/Porrúa, 2004, y Gilbert Joseph y Daniela Spenser (eds.), In from the Cold: Latin America’s new Encounter with de Cold War, Durham/Londres, Duke University Press, 2008.

2Eduardo Rey, “Estados Unidos y América Latina durante la guerra fría, la dimensión cultural”, en B. Calandra y M. Franco, La guerra fría cultural en América Latina, Buenos Aires, Biblos, 2012, pp. 51-65; Antonio Niño, “Uso y abuso de las relaciones culturales en la política internacional”, Ayer, 75 (3), 2009, pp. 25-61.

3Cf. Niño, “Uso y abuso”.

4Véase Sol Glick, “No existe pecado al sur del Ecuador. La diplomacia cultural norteamericana y la invención de una Latinoamérica edénica”, e Ixel Quesada, “Los orígenes de la presencia cultural de Estados Unidos en Centroamérica: fundamentos ideológicos y usos políticos del debate sobre los trópicos”, ambos en Calandra y Franco, La guerra fría.

5Juan Suriano (comp.), La cuestión social en Argentina. 1870-1943, Buenos Aires, La Colmena, 2000.

6Senador Pérez, Diario de Sesiones, Cámara de Diputados de la Nación, 22/11/1902, p. 657.

7En realidad, el contexto inmediato era la revolución espartaquista en Alemania pero la referencia privilegiada local era el fantasma soviético. Sobre el conflicto, véanse, David Rock, El radicalismo argentino, Buenos Aires, Amorrortu, 1977; Horacio Silva, Días rojos, verano negro, Buenos Aires, Anarres, 2011; Beatriz Seibel, Crónicas de la semana trágica, Buenos Aires, Corregidor, 1999.

8Estos términos se repiten en las sesiones parlamentarias de enero (8/1 al 28/1, Diario de Sesiones, Cámara de Diputados de la Nación) y en las declaraciones de los más diversos actores y medios. La última cita corresponde a la delegación diplomática argentina en Montevideo en diciembre de 1918, cit. en Daniel Lvovich, “La Semana Trágica en clave transnacional. Influencias, repercusiones y circulaciones entre Argentina, Brasil, Chile y Uruguay (1918-1919)”, J. F. Bertonha y E. Bohoslavsky (eds.), Circule por la derecha. Percepciones, redes y contactos entre las derechas sudamericanas, 1917-1973, Buenos Aires, UNGS, 2016, pp. 21-40.

9Véase Daniel Lvovich, Nacionalismo y Antisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones B, 2003, y Leonardo Senkman, “El antisemitismo bajo dos experiencias democráticas: Argentina 1959/1966 y 1973/1976”, L. Senkman (ed.), El antisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1989, pp. 18-42.

10Recientemente salió a la luz una red de espionaje de las grandes potencias internacionales con base en Buenos Aires para controlar a los “maximalistas” en el seno del movimiento obrero local, véase Hernán Díaz (coord.), Espionaje y revolución en el Río de la Plata, Buenos Aires, Imago Mundi, 2019.

11Hernán Camarero, Tiempos rojos, Buenos Aires, Sudamericana, 2017; Roberto Pittaluga, Soviets en Buenos Aires: la izquierda de la Argentina ante la revolución en Rusia, Buenos Aires, Prometeo, 2015.

12Véase Mercedes López Cantera, “El anticomunismo argentino entre 1930 y 1943. Los orígenes de la construcción de un enemigo”, The International Newsletter of Communist Studies XXII/XXIII (2016/17), nº 29-30; Juan Luis Carnagui, “La ley de represión de las actividades comunistas de 1936: miradas y discursos sobre un mismo actor”, Revista Escuela de Historia, n° 6, 2007.

13Viviana Barry, “Usos policiales para la represión política en las primeras décadas del siglo XX”, Foro “Las formas de la violencia estatal en la Argentina del Siglo XX”, Historia política, en prensa; Mercedes López Cantera, “El anticomunismo argentino” y Mercedes López Cantera, “Criminalizar al rojo. La represión al movimiento obrero en los informes de 1934 sobre la Sección Especial”, Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, 4, 2014, pp. 101-122.

14Ibid.

15Leopoldo Melo, “Mensaje contestando el pedido de informes acerca de las razones que determinaron la creación en la Policía de la Sección especial de represión contra el comunismo”, 8/8/1934, Archivo Memoria Legislativa, Cámara de Diputados de la Nación, p. 54.

16Decreto 21/5/1936; Matías Sánchez Sorondo, Represión del comunismo. Proyecto de ley, informes y antecedentes, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1934, pp. 290 y 542, respectivamente). Sobre el debate parlamentario, véase Carnagui, “La ley de represión”.

17Todas las expresiones entrecomilladas corresponden a Eugenia Silveyra de Oyuela, en Clarinada, reproducidas en Federico Finchelstein, La Argentina fascista, Buenos Aires, Sudamericana, 2008, p. 66.

18Loris Zanatta, Perón y el mito de la nación católica, Buenos Aires, EDUNTREF, 2013.

19Ibid., pp. 39 y 32.

20Cf. Robert Potash, El ejército y la política en la Argentina, 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana, 1981; Zanatta, Perón.

21Potash, El ejército, p. 323.

22Discurso de Perón en la Bolsa de Comercio como secretario de Trabajo y Previsión en 1944 (en <www.archivohistorico.edu.ar>). Sobre la depuración marxista en 1973, cf. Marina Franco, Un enemigo para la nación, Buenos Aires, FCE, 2012.

23Sobre el anticomunismo como elemento de la identidad peronista de la clase obrera, véase Omar Acha, “El peronismo y la forja del anticomunismo obrero”, Cuarto Congreso de Estudios sobre el Peronismo (1943-2014), Tucumán, 2014.

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