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Estudios - Centro de Estudios Avanzados. Universidad Nacional de Córdoba

versión On-line ISSN 1852-1568

Estud. - Cent. Estud. Av., Univ. Nac. Córdoba  no.49 Córdoba ene. 2023

 

ARTICULOS ORIGINALES

Tiempos nebulosos. Crisis de la democracia, clima autoritario e indeterminación conceptual1
Hazy Times. Crisis of democracy, authoritarian climate and conceptual indeterminacy

Cecilia Lesgart2

Resúmen
El «malestar con la democracia» -expresión típica que expresaba en la década del 80 del siglo XX la insatisfacción por sus promesas incumplidas- hasta nuestros días, el argumento se complejizado. Vivimos una época autoritaria. Los significados con los que se nutre este concepto son variados, aunque un primer sentido es el del movimiento inverso al de la «tercera ola» democrática anunciada por Huntington, a la que le sobrevino esta «tercera ola de autocratización.
En este texto se ofrecen reflexiones de orden conceptual e histórico, que se nutren del pensamiento politológico de nuestros días, así como de los aportes de los colegas argentinos, uruguayos y españoles que escriben en este mismo número de la revista Estudios.
Palabras claves: crisis – democracia – derechas – autoritarismos

Abstract
The «discomfort with democracy» -typical expression that expressed in the 80s of the twentieth century the dissatisfaction with its unfulfilled promises- to this day, the argument has become more complex. We live in an authoritarian age. The meanings with which this concept is nourished are varied, although a first meaning is that of the movement inverse to that of the democratic «third wave» announced by Huntington, which was followed by this «third wave of autocratization».
In this text, reflections of a conceptual and historical order are offered, which are nourished by the political thought of our days as well as the contributions of the Argentine, Uruguayan and Spanish colleagues who write in this same issue of the journal Estudios
Keywords: crisis - democracy - right - authoritarianism


Estamos viviendo un tiempo de incertidumbre radical. Para decirlo de modo expresivo se puede usar una palabra aimara, kamanchaka, que es una niebla dinámica y copiosa que se produce entre el sur del Perú y el norte de Chile3. Pareciera que el mundo actual está ingresando en un territorio que se encuentra bajo esa niebla. Esta zona brumosa se entreteje entre dos climas que se teorizan casi como simétricamente opuestos. Por un lado, el de las esperanzas alimentadas por lo que parecía ser una ola indetenible de resurgimiento de la democracia a escala global tras los acuerdos posteriores a la II Guerra Mundial, las transiciones a la democracia en el Cono sur de América latina y la recuperación de las libertades (civiles y de mercado) en Europa del este. Por el otro, un escepticismo muy actual, aunque surgido tras el 11-S, que está alimentado por el desorden mundial después de la constitución de otros modelos internacionales (como China y Rusia, algunos países árabes, entre otros), que parecen marcar un tiempo en el que advienen nuevas formas autoritarias4. Pero no se trata solamente del desafío a la forma política democrática en su combinación contingente con el liberalismo, el embate contra la articulación entre igualdad y libertad, o entre soberanía popular, derechos humanos y centralidad del individuo moderno. Se trata, también, de un desafío a los consensos posteriores a la II Guerra Mundial que son embestidos por las nuevas formas que adquiere el capitalismo financiero globalizado, que pretende la desterritorialización de decisiones soberanas cruciales y que deja más raquíticas a las políticas estatales keynesianas o de intervención social entendidas actualmente como una interferencia o como un gasto excesivo, y que van tan lejos que incluso le han asestado un golpe a la idea liberal de justicia distributiva. En esta situación, nuestros conceptos establecidos, aquellos con los que representamos y hablamos sobre el mundo político y social, también se encuentran en una zona nebulosa. Por lo que solemos buscar en el pasado experiencias políticas homólogas o conceptos análogos que iluminen -al menos analíticamente- el tiempo presente. Sin embargo, tal como sucede con el mundo actual, estos conceptos no son guías inequívocas. ¿Estamos seguros de que el futuro se puede conjugar en tiempo pasado? ¿Hay algo en este clima político actual que se asemeje a la Europa de entre- guerras? ¿Existe alguna conexión de sentido entre este momento crítico de la democracia y crecientemente iliberal, con la emergencia de las derechas políticas? ¿Pueden ser las derechas democráticas, aunque no sean antisistema, tal la pregunta que formula Waldo Ansaldi en su artículo en este número de la revista Estudios?

Crisis de la democracia liberal y resurgimiento del autoritarismo

Desde que fuera enunciado como un «malestar» con y/o dentro de la democracia hacia la década del ’80 del siglo próximo pasado, el argumento ha sido recurrente y se ha complejizado. Actualmente, y frente al avance de experiencias que transitan tanto el ejercicio arbitrario del poder político como un acceso sorpresivo y violento a través de un golpe que la quiebra, la idea de que nos encontramos frente al «declive», «corrosión» o ante la «muerte de la democracia» no ha dejado de crecer. Así, tanto como forma política y debido al avance global de modelos iliberales o porque el advenimiento del autoritarismo se relaciona con un neoliberalismo que conmociona a la democracia liberal, podríamos decir que nos encontramos ante una época autoritaria. Los significados con los que se nutre este concepto son variados, aunque un primer sentido es el del movimiento inverso al de la «tercera ola» democrática pomposamente anunciada por Huntington, a la que le sobrevino esta «tercera ola de autocratización»5.

Desvanecido el sistema institucional internacional que se edificó tras la II Guerra Mundial y desplazada la Guerra Fría por una Paz caliente también hoy en crisis, el actual desorden internacional no provee claros modelos liberales o democráticos para emular. Lo que también ha sido llamado como el retorno de la geopolítica, o el de una competencia entre grandes poderes que a algunos les hace añorar la estabilidad acordada durante la Guerra Fría. El declive pronunciado del liderazgo global de Estados Unidos, permite observar distintos países que emergen como modelos no promotores de la democracia y, aunque sí lo son del capitalismo y del mercado, son claramente antiliberales en lo político: no ejercitan el gobierno limitado y/o con separación de poderes, no promueven el pluralismo de un sistema de valores, el Estado de Derecho no es consustancial a sus tradiciones políticas o culturales, y las garantías civiles, constitucionales y los DD.HH. son permanentemente violadas al interior de sus propios países. Rusia es un caso llamativo que le continúa disputando a Estados Unidos su predominio internacional modélico con su «euro-asianismo» no occidentalizante, un liderazgo personalista que muchos ven como una autocracia electiva, sin tradición liberal, poco proclive a la paz regional. Con su política de anexamiento en Crimea primero, y posteriormente con la guerra en Ucrania, ha puesto en jaque a una Unión Europea ambigua en sus sanciones, y desgastada por las sucesivas denuncias de sus países miembros en torno a la austeridad compulsiva a la que los somete y a la burocracia de la unión. Europa ha perdido su brillo, la Unión Europea está en crisis (el Brexit es sólo una muestra), y hoy está más concentrada en sus problemas internos que en una política exterior clara que promueva valores democráticos e ilustrados. Los que también están en disputa por el avance de movimientos euroescépticos, y de una derecha que sin ser toda antisistema, es antieuropea, nacionalista, nativista, culturalmente racista, e islamofóbica. Tal como aparece reconstruido para el caso de la España de Vox, en el artículo escrito para este número de Estudios por Julio Gil Pecharromano y Luiza Lordacha. Por seguir, China ofrece un tipo de capitalismo vigoroso y fuertemente dirigido por el Estado con un régimen político autoritario. Ni el liberalismo ni la democracia representativa forman parte de un sistema cultural que provienen, tal vez de una representación confucionista del mundo. A pesar de ello, Bruselas es «socio estratégico» del gigante asiático, aunque lo perciba como un rival sistémico. Pero el caso más contundente y ambiguo es el de Estados Unidos. Trump provocó la visibilizaciòn mundial del populismo como un fenómeno autoritario6, y amplificó el uso del populismo como un concepto peyorativo que describe la persona y la personalidad de un liderazgo, en este caso surgido del mundo de la elite empresarial y que se presenta como contrario a la clase política7. Última situación, la de los liderazgos políticos surgidos del mundo privado empresarial, que se replica en muchos otros países. Como lo demuestran los textos publicados en el presente volumen de Estudios, para los casos de la Argentina de Mauricio Macri y para el Paraguay de Horacio Cartès, el artículo de Mònica Nikolajczuk, y lo expresa en el artículo sobre Uruguay Gerardo Caetano a propósito del precandidato presidencial Juan Sartori. Pero el término autoritarismo, mirado desde el fenómeno de Donald Trump, muestra una segunda variación. La de decir la concentración del poder en una persona y, a la vez, la de dar cuenta de una personalidad fuerte, viril, que llega desde afuera de la carrera política para gobernar en su papel de CEO de una empresa. Aunque esta última cualidad no está presente en Putin ni en Xi Jinping, la de la conducción personalizada y férrea es una característica compartida. Conducción férrea que ahora es llamada autocracia, y que aquí no implica que el líder surgido de las masas se separa de sus prosélitos para volverse él mismo soberano (como lo hiciera Robert Michels). Pero que es una distancia concluyente con la democracia como construcción de relaciones horizontales.

Lo decisivo para el caso de Estados Unidos, fueron los análisis realizados desde dentro del país tras el triunfo electoral de Donald Trump, los que se esforzaron por mostrar cómo el retroceso democrático puede comenzar en las urnas y por la vía electoral. Es decir que, en democracia, pueden utilizarse las instituciones o las constituciones para socavarlas8.

Este núcleo de sentido, en el cual la democracia carcome sus propias instituciones, o vulnera las libertades civiles, ha sido otro de los rasgos, aquí es el tercero que presentamos, por los cuales se ha vuelto a escuchar que estamos en una época autoritaria. Para algunos es una época en la que conviven formas democráticas con autoritarias, para otros son autocracias electorales, autoritarismos competitivos, o formas híbridas en que se exhiben los actuales regímenes políticos en diversos países del mundo9. Cualquiera sea el nombre que se elija, después del 11-S en que EE.UU. comenzó a mirar a Oriente más que a Occidente, otras situaciones políticas próximas al país del norte, y seguro que este las vio, han mostrado que la muerte de la democracia puede producirse de manera lenta o abrupta, utilizando las instituciones de la democracia (como el caso del impeachment a Dilma Rousseff en Brasil), o dando golpes de estado sin la presencia contundente de las FF.AA. (como en el caso de Bolivia en 2019)10. Ambos casos muestran que las derechas están activas dentro de la democracia, incluso de las coaliciones electorales que no lo son (como en Brasil). Y que usan los recursos institucionales disponibles, incluso con la presencia activa de organismos regionales (como fue el caso de la OEA en Bolivia) para golpearla, desgastarla hasta corroerla, o desplazarla si fuera necesario. Se han complejizado y transformado las maneras en que operan, tanto que ya no parecen ser las mismas del pasado, aunque las llamemos de manera similar. Así, hay actores civiles que usan, manipulan o desusan las constituciones o las instituciones de la democracia en contra de ella, o poderes fácticos que acosan a los gobiernos o a la oposición a través de la mediatización de denuncias y de causas judiciales.

Una nota adicional es necesaria con respecto a cómo nombramos todos estos eventos. Si bien en el mundo actual las situaciones democráticas y autoritarias parecen que pueden convivir, los nombres y conceptos que usamos para decirlos y analizarlos no son neutrales y, por el contrario, muestran la lucha política que persiste a través, aunque no sólo, de los términos que usamos. Hablamos antes de Bolivia y del golpe de estado más bien clásico, aunque sin la presencia contundente de las FF.AA., que se produjo en 201911. Evento crucial que otros han llamado crisis política aguda, suavizando cuando no negando la existencia de un golpe. Y nombramos el caso de Brasil, y del impeachment contra Dilma Rousseff, que fue nombrado por otros como golpe institucional o golpe blando. Con estos casos, no sólo podemos observar cómo se han reavivado las posibilidades de muerte lenta o de caída abrupta de la democracia en una temporalidad sincrónica. También podemos agudizar los sentidos en torno a la multiplicidad de controversias y de términos surgidos para nombrar política y analíticamente una misma situación. Conceptos cada vez más adversativos que, más que guías seguras para el análisis, parecen armas de combate que disputan el sentido sobre un mundo incierto. Estamos en una época nebulosa en donde no estamos seguros qué conceptos utilizar, y en la que incluso, tomando libremente las palabras que Hannah Arendt empleara para una situación terriblemente más oscura, nuestros estándares de juicio moral también son borrosos.

Avance de las derechas y retaguardia de la democracia

Desde la posguerra, y en América del sur, Europa mediterránea y Europa del este con las transiciones, un núcleo central de la recuperación de la democracia liberal y representativa fue la realización de elecciones libres y sin proscripciones, inclusivas, limpias, y a intervalos regulares de tiempo. La hipótesis, de índole schumpeteriana, era que la competencia libre para la participación en las elecciones permitiría el despliegue de las libertades civiles (de asociación, de expresión, de opinión). Sin embargo, quienes parangonan la emergencia de Putin o de Trump con la de Hitler, lo hacen precisamente señalando que todos llegaron al gobierno por la vía electoral. Esto daña severamente el núcleo de sentido de recuperación de la democracia política y el poder revolucionario que tienen las elecciones.

Lo mismo puede decirse de quienes analizan el escenario híbrido actual con los términos oxímoron autoritarismo competitivo, electoral, o autocracias competitivas. Se reconoce la presencia, más débil o más vigorosa, de la competencia por el liderazgo a través del voto, pero se entiende la insuficiencia del método democrático. Este argumento no proviene de las izquierdas que, desde que transitaron el camino de la democratización tras la derrota de los ideales revolucionarios y socialistas después de los años ‘60/‘70, remarcaron que la democracia no puede agotarse en las elecciones y que debe combinar lo institucional con la promoción de la justicia social (la vieja relación tensa entre lo formal y lo sustantivo). Y que, además, ella es un marco de sentido común, siempre litigioso, entre los hombres.

Si las elecciones no fueran centrales, como valor, como derecho y como procedimiento (tal como lo recuerda Pierre Rosanvallon12), no habría tantos conflictos desatados alrededor de ellas. Pensemos nuevamente en el caso de Bolivia en 2019 y en cómo una disputa fundamental se ordenó en torno a las elecciones, los candidatos habilitados para la contienda electoral, el procedimiento de conteo la noche de las elecciones, el reconocimiento y/o desconocimiento de los resultados. Todo esto fue lo que desató de manera inmediata la crisis política aguda que culminó en golpe. Y a la democracia se retornó con una resistencia pacífica en la que el MAS-ISPS ordenó su estrategia en lo electoral13. Las elecciones, que de ninguna manera agotan a la democracia, constituyen aún un poderoso instrumento transformador que resguarda y defiende las libertades políticas y civiles, aunque el resultado no sea el esperado o el deseado.

En el caso de las derechas, ¿las vuelve democráticas su disposición a presentarse a elecciones? Como muestran algunos de los artículos de este número de la revista Estudios, incluso con lideres pertenecientes a elencos de un anterior gobierno dictatorial (como en la España de la transición), o claramente militares, como muestra en Uruguay el líder del partido político derechista Cabildo Abierto, las derechas pueden avenirse al juego electoral. Actualmente, y como lo describe –en este mismo número de Estudios- el texto de Julia Velisone sobre los usos del republicanismo para la Argentina de Cambiemos, las derechas pueden ganar la calle, expresarse y movilizarse con la consigna de recuperar la «república». Otro de los conceptos controvertidamente disponibles en el último lustro, y que deja disponibles diversas ideas de libertad, las que no siempre se condicen con aquellas que los gobiernos de derecha ponen en acto. Por lo que una manera de observarlas, más allá de su disposición al juego electoral, es indagando en la idea de república que reclaman y las nociones de libertad que despliegan retóricamente. La democracia no constituye una reivindicación per se, sino cuando es acompañada del adjetivo republicana, Una «democracia republicana» que es contrapuesta a una democracia peyorativamente nombrada como populista. Asimismo, en vez de presentarse en el espacio público con alguna idea de igualdad que es constitutiva de la democracia moderna, reclaman libertad. Esta idea de libertad no es una libertad pública, en el sentido de hacer vívida la vida pública común. Se trata de una libertad entendida en oposición a las interferencias que cualquier entidad colectiva o autoritativa (gobierno, estado, demos) pueda propiciarle al camino de la libertad personal, de la consecución de los objetivos individuales, neutralidad del estado frente al libre mercado y de gestión de la propiedad privada. Por lo que otra línea de indagación en su promoción o no de la democracia, tal como lo propone Ansaldi en su artículo, es observar cómo se posicionan ante los derechos sociales que portan alguna idea de igualdad en derechos. Aunque las derechas son diversas y se expresan diferencialmente en donde se presentan, en España, Vox -a diferencia del PP- abandona el localismo y asume los postulados comunes a la ultraderecha de la Unión Europea expresando un anti-marxismo cultural que se opone fervientemente a las políticas igualitarias y pluralistas en torno a lo sexo- genérico (lo que se llama la ideología de género), es nativista y nacionalista por lo que reproduce la islamofobia y el odio hacia los inmigrantes creciente en Europa. En Uruguay, Cabildo Abierto asume algunos postulados comunes a otras derechas como concebir una «normalidad natural» entre los géneros, o el nacionalismo, y propone algunas cuestiones contextuales, como recuperar la «autoridad y el orden» frente a la inseguridad ciudadana, propone el «fin del relajo» económico y social, y confronta la «honestidad» con la corrupción creciente de la clase política.

Por todo lo dicho, las derechas actuales no pueden observarse homólogamente en el espejo del pasado. Se parecen y no se parecen. Toman características particulares de los países en que emergen, como la ausencia de novedad de un liderazgo surgido de las filas del Ejército en Uruguay. Buscan un parecido de familia en las que germinan en otros países de una misma geografía, como VOX. Y, sin embargo, el texto de Pablo Sánchez sobre los años ’90 menemistas y argentinos, una década que «amamos odiar», deja resonando la pregunta «(…) sobre si es posible y legítimo que, desde la discursividad política, se proponga una apología de los noventa y una programática que la reivindique como horizonte de lo deseable».

Conceptos agónicos en un futuro nebuloso

Si la democracia liberal y representativa, tomada como un parecido de familia de la democracia atlántica, de las del cuadrante occidental de norte del mundo, o del modelo teórico de la poliarquía ya se encontraba erosionada, el estado de emergencia sanitario en que nos puso la situación pandémica generalizada a partir del mes de marzo de 2020, desencadenó el fortalecimiento de su crisis.
La sensación de falta de libertad, esgrimida como insatisfacción frente a las regulaciones emanadas desde el Estado o desde los gobiernos, consolidó el divorcio entre libertades públicas y de las libertades individuales, no entendidas estas como garantías civiles, y centradas en el sentimiento de control sobre la vida y de las decisiones personales y sobre la posibilidad de movimiento. Las medidas sanitarias de diferente índole -el cierre de fronteras, la obligatoriedad de aislamiento por cuarentena en el hogar, la obligación de vacunación fue tomadas de muy distintas maneras, pero amplificaron el miedo al contacto y la reunión con los otros y un sentimiento de control sobre la vida personal que dejaron disponible, también, una libertad más asociada con la interacción entre personas aisladas y desprendida de la posibilidad de entretejer una vida común. Los sentidos de la libertad se han transformado y ya no dicen lo mismo que en el pasado.

Asimismo, las decisiones gubernamentales rápidas y audaces eran capitales en un momento de incertidumbre y de peligro, por lo que al mismo tiempo que las disposiciones restrictivas generaban malestar, los liderazgos férreos para la toma de medidas eficaces se apuntalaron.

El estado de agitación en torno a los posibles contagios, endurecieron la sensación de fobia ante los «otros» -inmigrantes, viajeros y extranjeros- posibles portadores y difusores del virus «chino» que se transformaba en cada una de las geografías por las que transitaba. Que el «otro» sea percibido como un extraño o como una amenaza vuelve muy endeble la posibilidad de reconstrucción de la igualdad como un valor o como un derecho. Por este lado, esgrimir que la democracia supone «la igualdad de cualquiera con cualquiera», no parece un postulado que genere algún consenso.

Toda esta situación generó un sentimiento de que el momento presente es precario, pero que es necesario vivirlo mientras se pueda porque tal vez no haya futuro. El tiempo por venir puede no llegar, porque concluya la propia vida o porque se acerca el fin del mundo, y suele presentarse como un tiempo amenazante o catastrófico. El virus y sus sucesivas transformaciones, la crisis ecológica que pone en primer lugar el problema de la finitud de los recursos naturales necesarios para la vida de las personas, la guerra, la recesión económica que esta consolida y la crisis de los recursos energéticos y gasíferos, no deja mucho lugar para el futuro como utopía. Por el contrario, afirma una idea de finitud de la humanidad. Crisis de la humanidad, del mundo humano imaginado hasta aquí, y de una catástrofe causada por los propios habitantes del planeta, que se confronta con un mundo que es habitado por otros seres vivos y personas que, aunque no son humanas, poseen derechos. ¿Què queda del espacio central de la humanidad en este mundo en el que incluso la inteligencia puede no ser humana (artificial), o donde la tecnología es inteligente?

Por todo esto, el futuro no aparece como un tiempo de promesas, y nuestro imaginario político también palidece. Ha quedado atrás el tiempo en que la política tenía la capacidad de presentarse como una discusión sobre el marco de sentido común, nunca armónico ni cerrado, entre los hombres y las mujeres que además de poseer experiencias pasadas, podían construir horizontes de expectativas. ¿Qué palabra política ordena hoy un horizonte futuro? ¿Fue la democracia nuestra última utopía?

En este clima, las series, el cine, las novelas, son capaces de imaginar esos futuros como distopías o como ucronías, pero difícilmente como utopías. Ellas se han desvanecido, y no emerge aún alguna nueva palabra o concepto que nombre la posibilidad que tiene el futuro para ser construido, o que anticipe lingüísticamente un espacio a construir. La política ha perdido su capacidad para imaginar y para proveer sentido.

Asimismo, como hemos visto más atrás, todos los conceptos contemporáneos que dicen la política se han transformado y están atravesados por la lucha partisana que los indetermina. No se avizora, por ahora, algún acuerdo sobre cómo significarlos. Sin una mirada segura hacia la tradición o hacia el pasado, y sin conceptos que ordenen las esperanzas, estamos viviendo inmersos en kamanchaka.

Notas

1 Trabajo recibido:4/11/2022 - Aceptado: 2/12/2022
2 Doctora en Ciencia Política. FLACSO-Sede Académica de México (2000). Postdoctorado en el Centro de Estudios Avanzados (CEA). Universidad Nacional de Córdoba. Argentina (2017). Investigadora de CONICET. Profesora Titular regular de Teoría Política. Directora del Centro de Estudios en Teoría Política y Social (CETePoS). Facultad de Ciencia Política y RR.II. Universidad Nacional de Rosario. celesgart@hotmail.com
3 Esta imagen suele usarla el politólogo Fernando Mayorga citando al sociólogo Fernando Calderón, ambos bolivianos.
4 Consultar la distancia conceptual y temporal entre estas dos obras: Diamond, L. y M. Plattner (comp.) (1996): El resurgimiento global de la democracia. UNAM. México. Y Diamond, L., M. Plattner, C. Walker (ed.) (2016): Authoritarianism goes global. The challenge to democracy. Johns Hopkins University Press.
5 Diamond, L., M. Plattner, C. Walker (ed.) (2016): Op. Cit. Brown, Wendy (2020): En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente. Traficantes de sueños. Madrid.
Chaui, Marilena: «O totalitarismo neoliberal». Revista Anacronismo e irrupción. Volumen 10. Número 18. 2020. Lûrhmann, A. y S. Lindberg (2019): «A third wave of autocratization is here: what is new about it?». En Democratization. 26(7). Cassani y Tomini (2019): AUTOCRATIZATION in Post-Cold war Political Regimes. Cham. Palgrave. Lesgart, Cecilia y A. Chaguaceda (2022): «Autoritarismo». Diccionario de Injusticias. SXXI. Argentina, México, España.
6 Aunque la discusión del populismo como autoritarismo, o como cara interna autoritaria de la democracia nunca estuvo ausente de las teorizaciones latinoamericanas sobre la política, y se había reflotado vigorosamente en los últimos tiempos. Consultar Arditi, Benjamín (2010): «El populismo como periferia interna de la política democrática» En La política en los bordes del liberalismo: diferencia, populismo, revoluciòn, emancipación. Gedisa. Barcelona y Aibar Gaete, Julio: «Introducción». En Aibar Gaete, Julio (coord.) (2013): Vox Populi. Populismo y democracia en Latinoamérica. FACSO. UNGS. UNDAV. México. Argentina.
7 Consultar Ben-Ghiat, Ruth (2021): Strongmen. Mussolini to the present. WW. Norton & Co.
8 Consultar Levitsky, Steven y D. Ziblatt (2018): ¿Cómo mueren las democracias? Ariel, Buenos Aires. Argentina.
9 Consultar Lesgart, Cecilia (2020): «Autoritarismo. Historia y problemas de un concepto contemporáneo fundamental». Revista Perfiles Latinoamericanos. Flacso México. Volumen 28. Nº 55
10 Lesgart, Cecilia (2019): «Golpes de estado y golpes constitucionales. Usos e innovación de un concepto político fundamental». PolHis. Año 12. Número 23. Enero-junio.
11 Lesgart, Cecilia (en prensa): «Autoritarismos y golpes: ¿deriva de qué democracia? Reflexiones en torno a dos experiencias recientes en América latina». En Delgado Parra, Concepción, Ángel Sermeño Quesada y Álvaro Aragón Rivera (coord..): El reverso de las democracias reales. Agravios históricos e injusticias presentes. Editorial GEDISA. UNAM. México. En prensa (fecha probable de publicación, diciembre 22/enero 23)
12 Rosanavallon, Pierre (1999): La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal. Instituto Mora. México
13 Mayorga, Fernando: «El MAS-IPSP ante un nuevo contexto político: De «partido de gobierno» a «instrumento político» de las organizaciones populares». En Souverein, Jan y J.L. Exeni Rodrìguez (2020): Nuevo mapa de actores en Bolivia: crisis, POLARIZACIÓN e incertidumbre 2019/2020. FES-Bolivia. La Paz, Bolivia

Bibliografía Básica

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