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Revista latinoamericana de filosofía

versión On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.40 no.2 Ciudad Autónoma de Buenos Aires nov. 2014

 

COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS

Lorenzino de' Medici, Apología, traducción, introducción y notas de Nicolás Kwiatkowski, Buenos Aires, Centro de Investigaciones Filosóficas, 2013, 29 pp.

 

El nombre de Lorenzino de' Medici, un personaje relativamente oscuro de una rama menor de la célebre familia florentina, pasó a la posteridad con la triste fama de haber cometido actos de vandalismo en Roma durante su juventud y el asesinato del primer Duque de Florencia y supuesto pariente suyo, Alessandro de' Medici, en 1537. Perseguido por los agentes de Cosimo, sucesor de Alessandro, escribió (o encargó) desde el exilio una Apología, breve escrito que defiende sus acciones con un lenguaje claro y directo. Gracias a una cuidada traducción, acompañada de un prólogo introductorio y de notas, realizada por Nicolás Kwiatkowski, el Centro de Investigaciones Filosóficas ofrece al lector la posibilidad de acceder a una versión castellana que conserva la claridad y la fuerza retórica del original.
La Apología, como casi toda fuente del pasado, nos presenta dos claves de lectura. Una de ellas se apoya en el hecho de que entre el pasado y nuestro presente hay una brecha que no puede ser salvada inmediatamente. Como señala Peter Burke, ese mundo del Renacimiento, al que pertenecía Lorenzino de' Medici, es una especie de "cultura semiextranjera, que no solo es ya remota sino que va haciéndose más extraña año a año" (El Renacimiento europeo, Barcelona: Crítica, 2000, p. 13). De este modo, el historiador tiene la tarea de comprender los testimonios del pasado en su contexto específico y luego explicarlos, es decir, hacerlos comprensibles en nuestros propios términos. En el prólogo y en las notas Kwiatkowski realiza este doble esfuerzo, contextualizando la obra, estableciendo filiaciones intelectuales, iluminando, en definitiva, el mundo del autor y de sus primeros lectores. El lector contemporáneo hará bien en ponerse bajo su guía y, por lo tanto, no tiene sentido que en esta reseña amplíe esta cuestión.
Pero junto con esta forma de lectura, históricamente correcta, existe otra, opuesta o, si se quiere, complementaria. Umberto Eco lo resumió de la siguiente manera: "trabajad sobre un contemporáneo como si fuera un clásico y sobre un clásico como si fuera un contemporáneo" (Cómo se hace una tesis, Barcelona: Gedisa, 1998, p. 37). Esta estrategia no significa desconocer las brechas culturales, sino invertirlas para lograr una mejor observación. El extrañamiento es algo practicado ampliamente en las ciencias sociales, pero no el proceder inverso (o por lo menos nadie lo admite), ya que saltar las distancias temporales sin la adecuada preparación puede hacer que el lector caiga al profundo precipicio de los anacronismos. Pero, si se toma el riesgo, esta lectura nos permite despojarnos del temor reverencial que nos producen los monumentos del pasado y así lograr un acercamiento más personal a las fuentes. Dado que la Apología presenta problemas y conceptos que son relevantes aún hoy en la reflexión filosófica sobre la política y la ética actuales, voy a practicar esta segunda lectura, pace Burke y el resto de mis colegas historiadores.
A pesar de que las circunstancias concretas que le dieron origen nos son totalmente ajenas —un asesinato político ocurrido a principios del siglo XVI—, en el centro de la Apología se encuentra un problema filosófico más general: ¿es éticamente correcto realizar un mal con el fin de lograr un bien mayor? Y en particular, ¿es éticamente correcto matar a alguien con el fin de salvar a un número mayor de personas? Para Lorenzino de' Medici había una única respuesta correcta, tal como se desprende de sus acciones, pero no fue por ello sencilla, ya que, de hecho, tuvo que justificarse por escrito.
Para el autor de la Apología, el mayor bien al que pueden aspirar las personas es su libertad política, que solo podía lograrse y conservarse bajo una forma republicana de gobierno como la que había regido a Florencia en el pasado. Cualquier gobierno que se erige contra la libertad política de los ciudadanos es para él una tiranía. Este concepto es fundamental, ya que separa el tiranicidio de cualquier otra forma de asesinato político. Dado que se hace en nombre de un bien mayor —en este caso es la libertad pero podría ser cualquier otro—, no solo es bueno, sino que además es el deber de cada ciudadano.
Si se aceptan estas premisas como correctas, Lorenzino debía simplemente demostrar que había matado a un tirano, no a un gobernante legítimo. Los argumentos son sencillos: había sido puesto en el trono con el apoyo de una fuerza extranjera en contra del consentimiento de los florentinos, su gobierno era corrupto, arbitrario y cruel, al punto tal de ser calificado de "monstruo" y de "portento". Precisamente, ese calificativo no es menor, ya que retóricamente Lorenzino aparta a Alessandro del género humano, quitándole el derecho a ser protegido por la ley, la amistad o los vínculos de confianza, que según él son la base de lo social. Al mismo tiempo, concebía el tiranicidio no como un crimen, sino como una acción que debía ser celebrada.
Aunque la palabra "tirano" no sea utilizada con frecuencia en nuestro lenguaje cotidiano, su significado es todavía comprensible. El lector de la Apología encontrará varios elementos que le serán bastante familiares, además de los ya mencionados: un pueblo inocente, pero que en su pasividad se hace cómplice de su propia opresión; lujuria y escándalos sexuales; torturas, ejecuciones sumarias y demás arbitrariedades judiciales. En su imaginación histórica, los lectores se habrán representado de inmediato las tiranías de la Antigüedad que explícitamente menciona Lorenzino, así como otras tantas tiranías de los tiempos modernos. A mí imaginación, por ejemplo, vino el nazismo y el problema de la "culpa" del pueblo alemán, la deshumanización retórica del pueblo judío (culpabilizado de conspiraciones imaginarias). Paradójicamente, la figura de un verdadero criminal como Adolf Eichmann se resistía a ser presentada como un monstruo, para mayor frustración de quienes lo juzgaron en 1961.
La retórica del tiranicidio tiene, en efecto, varias ramificaciones y sus descendientes son variopintos, precisamente porque se trata de una forma casi arquetípica cuyo contenido varía según los contextos, las ideologías, los puntos de vista. Por esa razón aparece una y otra vez, en momentos distintos de la historia de Occidente, simultánea o alternativamente por bandos contrarios. Está presente, de forma solapada, en los medios de comunicación, en los libros de historia, en el discurso político.
Muchos historiadores podrán dudar de la legitimidad de esta lectura y le objetarían que reduce contenidos y contextos muy diferentes a sus aspectos más superficiales para construir un modelo que mucho abarca y poco explica. Confundir nuestras experiencias con las del pasado da lugar, sin duda, a graves errores. Sin embargo, esta cautela no debe llevar al otro extremo, es decir, a la afirmación de que el historiador debe despojarse de sus propios valores a la hora de abordar los testimonios históricos. Este falso ideal de objetividad conduce al desconocimiento de que toda interpretación histórica implica, necesariamente, un compromiso entre nuestras concepciones y las de las sociedades del pasado y por esa misma razón, es imposible escribir una historia definitiva. Tal como dijo E. P. Thompson, "[s]olo nosotros, los que ahora vivimos, podemos dar un 'sentido' al pasado. Ahora bien, este pasado siempre ha sido, entre otras cosas, el resultado de un razonamiento sobre valores. Al recuperar ese proceso, al mostrar cómo aconteció realmente la secuencia causal, debemos, hasta donde la disciplina lo permita, mantener nuestros propios valores en suspenso. Pero una vez recuperada esta historia quedamos en libertad para expresar nuestros juicios sobre ella" (Miseria de la teoría, Barcelona: Crítica, 1981, p. 72).

Federico Andrade Marambio
Universidad Nacional de La Plata

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