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Mora (Buenos Aires)

versión On-line ISSN 1853-001X

Mora (B. Aires) vol.27 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2021

 

Artículos

“Nos organizamos en asamblea” Experiencias femeninas en prácticas de deliberación política

Juliana Díaz Lozano1 

1 Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS)- Universidad Nacional de La Plata y Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET). diazlozano.juliana@gmail.com

Resumen

En este artículo se reflexiona sobre la relación entre la participación política femenina en los barrios populares y las construcciones de subjetividad, teniendo en cuenta cómo dicha participación gravita en la totalidad de la experiencia de las mujeres. Para ello, se analizan las prácticas de deliberación que se producen en las organizaciones barriales tramadas a partir de la sostenibilidad de la vida y que promueven formas de democracia directa. Específicamente, a partir de analizar la práctica de la asamblea semanal de vecinxs organizadxs en el Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional del barrio Villa Argüello en Berisso entre los años 2012 y 2017, se atienden los modos de participación de las mujeres en este espacio, pero además se estudia cómo experimentan las tensiones y conflictos cotidianos vinculados a la división sexo-genérica del trabajo militante, la construcción de referencias, y su lugar en las prácticas de deliberación política.

Palabras claves: Mujeres; Participación política; subjetividad; organizaciones barriales

Abstract

This article reflects on the relationship between female political participation in popular neighborhoods and constructions of subjectivity, taking into account how such participation gravitates on the totality of women's experience. To do this, deliberation practices that occur in grassroot organizations plotted from the sustainability of life and that promote forms of direct democracy are analyzed. Specifically, based on analyzing the practice of the weekly assembly of neighbors organized in the Popular Front Darío Santillán Corriente Nacional of Villa Argüello neighborhood in Berisso between 2012 and 2017, the modes of participation of women in this space are addressed, but It also studies how they experience the daily tensions and conflicts linked to the gender-gender division of community work, the construction of references, and their place in the practices of political deliberation.

Keywords: Women; Political Participation; Subjectivity; neighborhood organizations

Introducción

Para las mujeres de sectores populares, las reformas neoliberales de la década de los 90 en la Argentina significaron, entre otras cosas, la pauperización de la vida y una sobrecarga de trabajo, remunerado y no remunerado, con dobles y hasta triples presencias y múltiples actividades superpuestas (Svampa y Pereyra, 2003; Cross y Partenio, 2011; Féliz y Díaz Lozano, 2018). Por una parte, por la necesidad de conseguir empleos precarios o autogenerarse formas de ingreso informales (Fraser, 1997), en lo posible cerca del hogar. Pero también porque ante los recortes estatales en servicios y derechos, las mujeres pobres y trabajadoras se vieron en la obligación de incrementar el volumen de trabajo reproductivo en los hogares y la comunidad, para garantizar cuidados básicos: alimentación, educación, salud, entre otros. Esta sobrecarga de trabajo se profundizó en los hogares monoparentales con jefatura de hogar femenina, donde las mujeres debieron garantizar el trabajo de cuidados no remunerado y un mínimo ingreso monetario al mismo tiempo. Asimismo, en los hogares con presencia masculina, continuaron siendo las mujeres aquellas a las que les “correspondía rebuscárselas en el barrio” para no descuidar las tareas domésticas (Cross y Partenio, 2011: 193).

En medio del crecimiento de la pobreza y la indigencia, se extendieron los levantamientos en diferentes lugares del país visibilizando el hambre y el desempleo masivo que, según cifras oficiales, llegó a un pico de 21,5% en 2002 (INDEC, 2003). Las mujeres, principales responsables de la supervivencia de las familias, entre finales de la década de los 90 y comienzo de los 2000, ocuparon calles y plazas, participando activamente de cada espacio de la protesta (Auyero, 2002; Svampa y Pereyra, 2003). Esta intervención femenina muchas veces se dio a partir de la politización de los roles tradicionales de “madre” o “ama de casa” (Jelin, 1985; Andújar, 2005) en la medida en que estos operaron antes socialmente como los fundamentos que motorizaron la necesidad y elección de salir a protestar. El rasgo comunitario y multisectorial de las protestas por trabajo puso en escena procesos ligados a la gestión preponderantemente femenina de las redes barriales. Precisamente, la centralidad del territorio (Merklen, 2005) en las mismas posibilitó el desempeño protagónico de las mujeres que se desenvolvían, relacionaban y trabajaban allí de manera cotidiana (Vaggione y Avalle, 2007), como un lugar privilegiado para resolver las necesidades personales, familiares y comunitarias, es decir para el sostenimiento de la vida en sentido amplio (Federici, 2013a; Pérez Orozco, 2014).

Coincidió ese momento con la configuración de las organizaciones populares de inserción barrial comúnmente conocidas como “piqueteras” surgidas a partir del reclamo ante el desempleo masivo a finales de la década de los 90 que, en la siguiente década, tuvieron una transformación paulatina de su inserción barrial, gestionando cada vez aspectos más amplios de la reproducción de la vida en los territorios.

El territorio barrial como espacio de construcción de entramados políticos y comunitarios para los sectores populares (Merklen, 2005; Vommaro, G., 2006; Grimson, Ferraudi Curto y Segura, 2009) constituye un espacio privilegiado de desenvolvimiento femenino por lo que resulta un marco propicio para el activismo de base y el aprendizaje político de las mujeres. Ellas constituyen las principales participantes (en número) y las dinamizadoras de las tareas diarias de las organizaciones territoriales (Cross y Partenio, 2004; Causa, 2007; Andújar, 2014; entre otras). Su participación mayoritaria en las protestas contra el desempleo y cada vez mayor en las organizaciones populares barriales no se explica solamente por las condiciones de vida particularmente precarias a que aludíamos al comienzo, sino que puede comprenderse en términos de tácticas (de Certeau, 1996) que ponen en juego las mujeres trabajadoras para la resolución de problemáticas cotidianas y el sostenimiento de sus familias.

En este artículo se reflexiona sobre la relación entre la participación política femenina en los barrios populares y las construcciones de subjetividad, teniendo en cuenta cómo dicha participación gravita en la totalidad de la experiencia de las mujeres. Cabe aclarar que abordamos las experiencias de las mujeres desde una perspectiva feminista que señala la vida personal como terreno político, público y lugar de transformación y (re)producción de las relaciones existentes (Vargas, 2008) y como zona de elaboración de formas variables de conciencia práctica y subjetiva (Thompson, 1981; De Lauretis, 1992; Scott, 1996; Elizalde, 2008) y modos de agencia (Grossberg, 1992).

Como puerta de entrada a la problemática, se reflexiona sobre las prácticas de deliberación que se producen en las organizaciones barriales tramadas a partir de la sostenibilidad de la vida y que promueven formas de democracia directa. Específicamente, a partir de analizar la práctica de la asamblea semanal de vecinxs organizadxs en el Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional del barrio Villa Argüello en Berisso entre los años 2012 y 2017, se atienden los modos de participación de las mujeres en este espacio, pero además cómo experimentan las tensiones y conflictos cotidianos vinculados a la división sexo-genérica del trabajo militante, la construcción de referencias, y su lugar en las prácticas de deliberación política.1

Lo comunitario femenino y la sostenibilidad de la vida

Antes de ahondar en la pregunta específica de este artículo sobre los procesos de subjetivación política femenina que escenifican las asambleas barriales en el marco de las organizaciones, diremos unas palabras sobre el enfoque en que estas reflexiones se inscriben.

Según nuestra perspectiva, no son las organizaciones territoriales2 las que contienen o agrupan, en este caso, a las mujeres, sino que son ellas quienes ponen a disposición de lo colectivo sus saberes, su fuerza de trabajo, su tiempo y deseos para co-tejer lo colectivo, dialogando con interpelaciones, definiciones y criterios que las organizaciones van generando supraindividual e históricamente. En consecuencia, pensamos esa integración de las mujeres en términos de “participación política”, entendida como involucramiento para la construcción de lazos entre personas en el marco de determinadas organizaciones sociales en base a sus necesidades y las demandas que expresan como organización (Cross y Freytes Frey, 2007). Esta mirada supone leer lo político desde abajo y desde las mujeres, empobrecidas y racializadas, pero activas en la construcción de lazos sociales para la sostenibilidad de la vida (Federici, 2013b; Gutiérrez et al., 2017; Pérez Orozco, 2014). En todos estos casos, las experiencias de las mujeres desbordan y moldean lo que ocurre en las organizaciones, que constituye un colectivo donde ellas se encuentran con otras y con una propuesta, a la que, en parte, aportan a reconfigurar.

Esta perspectiva coincide con el desplazamiento que propone Gabriel Vommaro (2006) desde el estudio de las organizaciones populares hacia el abordaje de la dimensión territorial para pensar la politicidad de los sectores populares. Justamente, aquí importan las dinámicas territoriales que conforman la vida popular y que son la malla móvil sobre la que se erigen las organizaciones sociales y políticas (Grimson, 2003; Quirós, 2006; Manzano, 2007, 2009; D’Amico, 2009; Ferraudi Curto, 2014), iluminando toda una serie de prácticas cotidianas de las personas que entrelazan, amplían y subvierten lo político. Es en esa construcción cotidiana donde podemos observar la reproducción y la innovación social, el orden impuesto y su posibilidad de ruptura (Zemelman, 1999; Reguillo, 2000; Vargas, 2008), con los procesos subjetivos que esta acción política puede habilitar.

Se impone, entonces, una mirada atenta al lugar central de las mujeres y de las relaciones de género en la construcción de esta cotidianeidad compartida en los barrios populares, que al tiempo que sostienen sus vidas, sostienen lo común. Poner en el centro a las mujeres posibilita mirar desde la sostenibilidad de la vida, cuestionando dicotomías y fronteras modernas: lo público y lo privado, el trabajo productivo y el trabajo reproductivo, lo social y lo político, y también lo individual y lo colectivo. Al correr la mirada hacia la sostenibilidad de la vida y la producción de lo común (Linsalata, 2015; Gutiérrez, Linsalata y Navarro, 2017) se exhibe el problema del cambio social desde un nuevo ángulo, con frecuencia ausente en los análisis académicos y políticos. Desde esta óptica, participar en una organización territorial forma parte de los tránsitos y apuestas cotidianas de las mujeres para sostenerse en sentido amplio: resolver necesidades materiales, afectivas y de reconocimiento que permiten la reproducción de la vida (Pérez Orozco, 2014).

La perspectiva de sostenibilidad de la vida estudiada por la economía feminista plantea la configuración de relaciones entre las personas cuyo objetivo es la resolución de las necesidades -en sentido amplio- personales, familiares, comunitarias. Aquí es clave la redefinición del concepto de trabajo, que es ampliado más allá de la idea de empleo, para abordar también el trabajo invisibilizado realizado en los hogares y en la comunidad fundamentalmente por mujeres (Pérez Orozco, 2014; Rodríguez Enríquez, 2015; Carrasco, 2017) debido a una “ética reaccionaria de los cuidados” (Pérez Orozco, 2014). En esta línea, el trabajo de cuidados es definido como aquel que se realiza para abordar las necesidades físicas de reproducción de la vida, pero también aquellas necesidades emocionales fundamentales que se satisfacen a través de los afectos y el reconocimiento (Carrasco, 2017: 28). La sostenibilidad de la vida, entonces, no se reduce a la gestión de bienes materiales, sino a la construcción de una red de relaciones sociales desde la cual las mujeres pueden sustentar sus vidas. Desde esta perspectiva, se hace hincapié en el aspecto relacional del trabajo de cuidados, es decir, que se trata de una actividad centrada en el reconocimiento de la vulnerabilidad humana y la interdependencia, por lo que la defensa de la vida está en el centro. Los cuidados intentan llegar donde el Estado no garantiza y el consumo no llega, a esos espacios dañados por la lógica de la acumulación.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando las mujeres salen de las fronteras de sus hogares y ponen en común la reproducción de sus vidas y de las personas que dependen de ellas, más aun, cuando deciden que su trabajo puesto en común permita sustentar a más personas con las que comparten territorio? En nuestro caso de estudio, -las mujeres del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso- analizamos que la organización se conforma territorialmente como un espacio de gestión colectiva de los cuidados, es decir un espacio colectivo que se organiza para resolver las necesidades no solo físicas sino también todo el conjunto de aspectos que se relacionan con la sostenibilidad de la vida.

Específicamente, es en los comedores populares del Frente donde se produce cotidianamente la colectivización de trabajos que estas mujeres -madres en su totalidad- de otra forma resolverían en el ámbito de los hogares, como la alimentación, el vestido y la crianza de los hijos e hijas. Salvo excepciones, estos cuidados colectivizados en el Frente son garantizados por mujeres. Sin embargo, a diferencia de la invisibilidad y aislamiento en que ellas garantizan este trabajo en los ámbitos privados (Dalla Costa, 2009; Federici, 2013a), algo diferente y central ocurre con los cuidados y “la ética reaccionaria” que los organiza, cuando se ponen en común. Al organizarse, incluso apelando a sus roles tradicionales, como madres de familia o esposas, -como en nuestro caso- “para parar la olla” las mujeres politizan estos lugares, con posibilidad de trascenderlos y disputar sus sentidos en el espacio público y así visibilizar la “doble naturaleza social” de la opresión, como factor intrínseco de las relaciones de producción en tanto capitalistas y patriarcales (Andújar, 2005: 6). Es decir, aunque fundamenten su participación en las responsabilidades familiares, “me organizo por mis hijos”, “para darles de comer”, “por un mejor futuro para ellos”, pudimos advertir que esta colectivización de cuidados, al tiempo de construir relaciones comunitarias, puede promover cambios subjetivos y deslizamientos en las concepciones y vivencias de género. Es decir, el proceso de subjetivación a partir de la participación política es una experiencia atravesada por el género, que afecta la división del trabajo y la construcción de liderazgos (Cross y Freytes Frey, 2007), y puede producir una redefinición de las feminidades, en algunos casos permitiendo la deconstrucción de las lógicas patriarcales en la vida de las mujeres (Chejter y Laudano, 2002; Bidaseca, 2003; Masson, 2004; Andújar, 2005, 2006; Partenio, 2006).

En este artículo nos enfocamos en la participación cotidiana de las mujeres en las asambleas barriales semanales en el marco del Frente. Consideramos que en estos ámbitos de deliberación política y organizativa se producen y escenifican cambios subjetivos y los diversos modos en que ellas elaboran esta participación política en diálogo con el conjunto de las experiencias cotidianas. A continuación, se desarrollan dos elementos importantes para analizar los procesos de subjetivación de las mujeres: la deriva antipatriarcal del Frente y el peso significativo de la propuesta asamblearia.

Sobre el Frente y su deriva antipatriarcal

Como parte del campo de las organizaciones de izquierda autónoma, el Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional -que aquí nombraremos como FPDS CN o “Frente”-, plantea como definiciones políticas estratégicas la lucha contra el capitalismo y el imperialismo y se afirma autónomo del Estado, los partidos políticos, iglesias y sindicatos. Desde junio de 2007, luego de un debate impulsado por las mujeres de la organización, también asume, entre sus definiciones políticas públicas, la de ser una organización de vocación antipatriarcal.

Si bien en la actualidad numerosas organizaciones populares incorporan este postulado, la especificidad del proceso de debate y disputa interna que generó esta autonominación y su condición inaugural entre organizaciones de su tipo en todo el país recibió la atención de diversos estudios (Cross y Partenio, 2011; Iglesias, 2012; Longa, 2017). De acuerdo con esas investigaciones, la adopción de esta definición política es incomprensible sin la combinación de diferentes sectores sociales, tradiciones y prácticas políticas que culminó en 2003 en la conformación de un Espacio específico de Mujeres -denominado desde 2007 como Espacio de Géneros (EG)- en el marco de la organización mixta. Es decir, no puede comprenderse sino en diálogo con el activismo feminista en la región y la participación de militantes feministas dentro de las filas de las organizaciones territoriales.

En particular, el Espacio de Géneros del Frente se constituyó con un carácter multisectorial y se destacó tempranamente por ser un ámbito abierto a la participación de mujeres que no tenían tareas orgánicas en el colectivo y que incluso eran integrantes de otras organizaciones o colectivos feministas. La articulación con grupos feministas y de mujeres se produjo a partir de la participación en los Encuentros Nacionales de Mujeres -ENM- (Alma y Lorenzo, 2009; Carabajal, 2019), y de la realización en los espacios territoriales de distintos talleres temáticos sobre violencia, salud sexual y reproductiva, intervenciones artísticas y movilizaciones callejeras, como la del Día Internacional de la Mujer o la del Día Internacional por la No Violencia hacia las Mujeres. Estas confluencias aportan a explicar cómo las demandas de género y feministas aparecen cada vez más en los posicionamientos del Frente entrelazadas con aquellas vinculadas al trabajo y la supervivencia en los barrios populares.

Según sus integrantes, el desafío del Espacio de Géneros fue desde sus inicios transversalizar el postulado antipatriarcal en el Frente, trabajando en todas las áreas, sectores y espacios del movimiento las problemáticas de género para poder profundizar en la práctica cotidiana la construcción de relaciones más igualitarias, problematizando la división del trabajo, y desnaturalizando la triple jornada laboral de las mujeres militantes: el trabajo doméstico, el trabajo remunerado y el trabajo militante.

En la experiencia de organización de las mujeres en el Frente en torno a las demandas de género, puede visualizarse un proceso de mutua influencia con el activismo feminista de la región. Al tiempo que los feminismos han impulsado cuestionamientos en las organizaciones populares mixtas, las mujeres de sectores populares organizadas amplían y subvierten las reivindicaciones y las formas de construcción de los activismos de géneros. Efectivamente, al mismo tiempo que organizaciones como el Frente comenzaban a debatir el antipatriarcado y los feminismos, las mujeres de sectores populares ingresaban con ímpetu dentro del movimiento de mujeres y feminista, situación que se verificaba con fuerza en los ENM desde 2000, configurando lo que Di Marco (2011) denomina el “feminismo popular”. De esta forma, según Belloti, se integraron en los encuentros con más fuerza las demandas referidas a la situación económica, el trabajo, la tierra y los derechos sociales, es decir, las “mujeres de sectores populares que a la vez que traen su esfuerzo cotidiano y colectivo por la sobrevivencia, muestran también cómo avanza en sus movimientos y en sus barrios la conciencia y las formas de lucha contra la violencia que se ejerce sobre las mujeres” (Belloti, 2018: 48).

Justamente el período de este estudio (2012-2017) coincide con los años de crecimiento y expansión de los feminismos, situación que se evidenció en el incremento de los Encuentros llegando en 2018, según algunos medios de comunicación, a 50.000 participantes (Laudano, 2017). Indudablemente la posterior masificación de las demandas feministas en el país (Alfonso et al., 2018) tuvo gravitación en las dinámicas intergéneros en las organizaciones populares como el Frente y en los procesos de politización de las mujeres que allí participan.

La propuesta asamblearia

Volviendo a la caracterización del Frente, señalamos que a pesar de que se define como una organización multisectorial, el grueso de su trabajo político se centra en las periferias urbanas de la Argentina y su base social está compuesta por familias de sectores populares, sin trabajo o con trabajo precario y participación creciente de trabajadorxs inmigrantes de países limítrofes como Perú, Bolivia y Paraguay (Díaz Lozano, 2018). Durante el período de estudio visualizamos que las mujeres constituyen más de dos tercios de la composición total de la organización, llegando a conformarse asambleas barriales solo de mujeres.3 El entramado comunitario preponderantemente femenino con epicentro en los comedores es el que sostiene y garantiza los momentos de deliberación política, como las asambleas, y también los episodios donde se escenifica y se materializa el conflicto social, como los piquetes y movilizaciones.

La inserción barrial (o “territorial” en palabras de sus integrantes) de la organización se produce cotidianamente a partir de lo que desde lxs militantes definen como “trabajo de base”. Entendiendo que el mismo “se da en varias dimensiones, territorios, aspectos, acciones y espacios (…) es tan integral como la vida” y que tiene como objetivo mejorarlas condiciones materiales de vida. La “organización es la herramienta para construir el proyecto de sociedad que proponemos” (Área de formación FPDS, 2009: 71).

Los núcleos barriales del Frente se construyen en torno a trabajos de sostenimiento de la vida (Pérez Orozco, 2014) como comedores, cooperativas de trabajo, huertas comunitarias, espacios de cuidados para niñxs, educativos y de géneros, entre otros. En los diferentes comedores o sedes del Frente en Villa Argüello, la asamblea semanal constituye el momento específico de formalización de los debates y decisiones, además de ser el espacio de deliberación que debe delegar responsabilidades más allá del barrio. En este espacio se enuncian problemáticas, posturas e incluso definiciones que se fueron forjando en la cotidianeidad del trabajo compartido en el barrio y el comedor. Eso no le quita peso a este espacio de deliberación, debido a que sigue siendo el lugar donde se condensan claramente las posturas, el que rubrica las decisiones finales, o incluso donde se manifiestan los debates que quedan abiertos. “Nos organizamos en asamblea” es una frase que esgrimen reiteradamente las mujeres del Frente para explicar a personas externas la forma organizativa.4 Frecuentemente, las mujeres del Frente dicen “hay que esperar a ver qué dice la asamblea”, o “vení a plantearlo a la asamblea”, “no podemos hacer eso sin decirlo en la asamblea”, por lo que en los hechos constituye un momento esperado para volcar los sentidos producidos, “cocinados” durante la semana precedente.

En todos los casos, se trata de reuniones mixtas, aunque con presencia mayoritaria femenina, donde participa la totalidad de lxs integrantes de la organización en esa zona, se coordinan los distintos trabajos en los comedores, los locales y las zonas circundantes; se informa sobre la situación de los distintos trabajos locales y los respectivos territorios que componen la organización en la localidad; se informa sobre las reuniones regionales y nacionales de la organización. Asimismo, se comunica y debate sobre las movilizaciones proyectadas, las gestiones en los distintos ámbitos de gobierno para obtener recursos, y las problemáticas específicas del barrio: basura, contaminación, adicciones; así como la relación con las instituciones de la zona.

La práctica cotidiana de la asamblea, en tanto espacio de deliberación política privilegiado en las definiciones y prácticas del Frente en el territorio, pone en escena vínculos, tensiones y aprendizajes que dan cuenta de complejos procesos de subjetivación de las mujeres en relación con esta participación y las tensiones inter e intragéneros que de ella resultan.

La incomodidad de la asamblea

En la mayoría de los casos, como señalan las mujeres que se han integrado al Frente, “me sumé por necesidad”, “fui a buscar la comida”, “me invitaron a cocinar”. Es decir, el primer acercamiento al colectivo se vinculó con la búsqueda por sostener sus vidas y las de sus familias y a partir de saberes y prácticas asignadas a las mujeres por la división sexo-genérica del trabajo tradicional. Sin embargo, como parte de la propuesta del Frente, las asambleas semanales se imponen como un “criterio”, una práctica que integra las “obligaciones recíprocas y compartidas” -en términos de Linsalata, (2015)- imprescindibles para formar parte, como también lo son asistir a movilizaciones, espacios de formación y cumplir con los horarios de trabajo. Las mujeres afirman que el tiempo hizo que entendieran qué era una asamblea, por qué era una instancia necesaria; pero además es señalada por ellas como práctica novedosa en sus vidas, donde empiezan a opinar en voz alta, a “abrir la cabeza”, a “aprender cosas nuevas”. La asamblea cobra sentido inicialmente para ellas como organizadora de esa búsqueda colectiva de sustento: “hacemos reunión para organizar la copa de leche”, “hablamos de los problemas del barrio”, “dividimos tareas”.

En las asambleas semanales se debate sobre la organización del comedor y la “copa de leche”, sobre la infraestructura barrial, la participación en ferias de productorxs, se informan gestiones con las autoridades municipales, se organiza la cuadrilla de trabajo para el mantenimiento barrial, se dilucidan problemas con los cobros de las tarjetas de los programas estatales, se abordan conflictos entre integrantes por la organización del trabajo, se gestiona el espacio de cuidado para niñxs, se dividen las tareas de organización de un corte o movilización, se planean actividades para juntar fondos para viajar al Encuentro de Mujeres, se realiza la revisión de los “criterios” de participación, se definen responsables para tareas, entre muchos otros asuntos que integran el temario. Pero además de su papel de organizadoras del trabajo cotidiano barrial, en estas reuniones desarrollan un temario que excede la organización de la supervivencia colectiva, relacionado con lo que ocurre en el resto del Frente, con la situación política y económica general, con la elección de integrantes para desempeñar tareas por fuera del barrio, con posicionamientos nacionales de la organización. Es decir, temas más “políticos”, como las mujeres los denominan.

En los documentos orgánicos se manifiesta que la asamblea constituye el ámbito de deliberación de base, relacionado con la búsqueda de una democratización del vínculo político5 por parte de las organizaciones insertas barrialmente como el Frente. En la práctica, la legitimidad de la asamblea como espacio orgánico de definición se produce y se negocia permanentemente, cada vez que se realiza. Ella se fortalece cuando asiste la mayoría de lxs integrantes, cuando invitan a participar a personas de otras instituciones, es decir, cuando la jerarquizan como lugar de deliberación política. Se debilita con las ausencias, o cuando no circula la información entre todxs lxs participantes, pero sobre todo cuando se escuchan pocas voces. Por ejemplo, se puede escuchar “a ese tema lo pateamos para después porque éramos pocos en la asamblea”.6

Según afirman las mujeres, la asamblea es “donde decidimos todos, porque no tenemos patrón”.7 En cada instancia, es frecuente el pedido expreso a todxs lxs participantes para que den su opinión, con distintos argumentos: “el que calla otorga”, “tenemos que opinar todos”, por ejemplo. En general, esta propuesta de participar activamente es planteada por lxs integrantes más antiguos, o aquellxs que más opinan en esta instancia. En la práctica, el requerimiento organizativo-político de la participación protagónica de todxs lxs integrantes no es recibido de la misma manera por la totalidad de las personas y entre ellas, por las distintas mujeres. Si bien, como dijimos, la gran mayoría rescata la importancia de las prácticas asamblearias en sus cambios subjetivos, en algunos casos, se presentan resistencias. Por ejemplo, pudo escucharse a integrantes nuevas que consideran innecesario “hablar tanto en el lugar de trabajo”.8 Lo mismo ocurre cuando señalan: “en la asamblea se discute mucho y después se hace poco”,9 señalando esta aparente separación entre el hacer diario y la deliberación política, que la asamblea tiende a acercar, al proponerse como instancia de autogobierno de la cotidianeidad compartida. Quizá esto se deba a la tensión que Merklen (2005: 13) señala entre la “urgencia” determinada por las condiciones materiales de vida (la necesidad de sobrevivir) y el “proyecto” político colectivo que orienta y proyecta la acción y organiza las bases sociales de los movimientos. Siguiendo esta idea, podemos decir que la tensión estriba en que la asamblea, planteada al mismo tiempo como instancia de organización colectiva y producción política, pretende acercar dos aspectos de la práctica comunitaria que frecuentemente están escindidos en otras instituciones: lo social y lo político.

Más allá de que parte de las mujeres tiene experiencias previas de tránsito por instituciones barriales, para todas, la práctica asamblearia aparece como un dispositivo y un momento desconocido al integrarse. En las iglesias y en otros comedores de los que han participado, no recuerdan haber asistido a espacios semejantes. Esta propuesta de participación protagónica en las deliberaciones semanales y en otros espacios por fuera del barrio, es elaborada subjetivamente de formas muy diversas por las mujeres, pero siempre aludida como un momento que podríamos definir como de incomodidad. En algunos casos, esta incomodidad que genera tener que asistir a las asambleas y discutir fue mencionada como un motivo para dejar la organización, en conjunto con el “criterio” de participación en las movilizaciones. Para otras que deciden quedarse en el Frente, la asamblea es un espacio obligatorio de escucha, donde hablan solo de algún tema relacionado con la tarea específica que realizan. Por ejemplo, cocinar o trabajar en la cooperativa, o informar sobre una reunión que les tocó “cubrir”, o cuando son convocadas a decir su opinión. Para el grupo de mujeres que más valoran e impulsan la práctica, las asambleas también son espacios incómodos porque allí deben tomar un rol motorizador y organizador de lo colectivo que las expone en un lugar de mayor visibilidad.

Para comprender por qué las asambleas son prácticas incómodas para la mayoría de las mujeres, es clave repensarlas desde el enfoque de sostenibilidad de la vida. Si, como dijimos, las mujeres se organizan para colectivizar ciertos trabajos de cuidados y sostener sus vidas en común, no todos los temas que se conversan en las asambleas se valoran con la misma relevancia a estos efectos, o con accesibilidades semejantes a partir de los saberes vinculados a los que las integrantes consideran tener. Las temáticas organizativas de los cuidados colectivos son las que permiten una mayor participación femenina, y las autorizan a lidiar con la incomodidad que presenta la toma de la palabra para muchas de ellas. Justamente porque estos temas llegan a las asambleas luego de un debate que se produce en la cotidianeidad compartida del comedor. Es decir, frecuentemente en las asambleas se rubrican definiciones elaboradas durante el trabajo diario de las mujeres, o al menos eso ocurre con la construcción de los términos en los que el debate asambleario tendrá lugar. Por ejemplo, cambios en la organización de grupos de trabajo, horarios, nuevos proyectos, problemáticas barriales, etc., son temas conversados informalmente durante la semana de trabajo compartido en los comedores que llegan a la asamblea con esta elaboración previa, que se manifiesta en propuestas, posiciones clarificadas y hasta decisiones tomadas que se informan allí. De hecho, en las asambleas las mujeres hablan de sus problemas de salud, denuncian situaciones de violencia de género, debaten desavenencias con vecinxs y malestares del trabajo conjunto en el comedor, y estos temas aparentemente vinculados al ámbito íntimo, son la materia con la que se forjan las decisiones colectivas.

A pesar de la incomodidad inicial ante la propuesta de la toma de la palabra, el hecho de que una buena parte del temario de las asambleas esté relacionado con esos trabajos cotidianos habilita la participación femenina y la pondera, politizando estos trabajos como generadores del entramado comunitario. En cambio, aquellos temas que exceden la organización cotidiana del trabajo y las problemáticas barriales locales y que las mujeres definen como “más políticos”, son volcados en las asambleas por delegadxs que traen informes de otras reuniones realizadas por fuera del barrio. Los análisis de coyuntura, los debates organizativos y políticos a nivel nacional y provincial, por ejemplo, son caracterizados por una parte de las mujeres como asuntos “más lejanos”, o “no tan necesarios” para un debate en el barrio. Ocurre de igual manera con la participación en reuniones por fuera del barrio, donde los debates se alejan de la resolución del sostén local, por lo que las mujeres van perdiendo esa “ventaja” que facilitara su participación en las deliberaciones, como dice Marta, “no es lo mismo hablar en tu asamblea que afuera”.10 Precisamente, conversar otros temas, y/o hacerlo fuera del barrio, torna a las asambleas instancias más tensas, desafiantes e incluso cansadoras para muchas mujeres, lo que se manifiesta en una toma de la palabra menos extendida y en mayores grados de dispersión de lxs asistentes.

Aunque la interpelación desde el Frente en relación con la toma de la palabra plantee distintos grados de incomodidad para todas porque compele a opinar, tomar posición, decidir, y/o ser juzgada por no hacerlo, esta incomodidad es productiva, en el sentido que transitarla aporta a un proceso de subjetivación política. Viviana, una de las participantes de la asamblea del comedor “Juanito Laguna”, explica en una entrevista,

V.: -(…) Haber llegado a “Juanito”, poder hablar en una asamblea, como que empezaba a sentirme bien conmigo misma por esos logros, esos pequeños logros que tenía tan incorporado en mí que no lo merecía.

J.: - ¿Qué es lo que hizo que ahí te animaras?

V.: -Esto de que los mismos compañeros pidan que vos hables, que opines, ver también a muchas mujeres que no hablaban, también como decir: no quiero seguir con esa postura.11

En las palabras de Viviana puede entreverse que sentirse convocada a hablar en una asamblea, a pesar de generar inicialmente incomodidad, movilizó en ella procesos de subjetivación que se entrecruzan con interrogarse sobre su lugar como mujer y acerca del lugar de las mujeres en esta práctica colectiva.

Después del tiempo transcurrido por las mujeres dentro de la organización, se observa una apropiación paulatina de la práctica asamblearia como instancia legítima y útil de organización. Incluso, la práctica asamblearia es también el mecanismo de organización de los grupos de trabajo productivo y de las cooperativas en el marco del Frente, como vemos a continuación, en una nota de campo tomada en la asamblea de “Juanito Laguna”:

Faltaba media hora para la asamblea y Marta y Margarita estaban hablando cerca del invernáculo, afuera del comedor. Marta, quien había decidido hacía unas semanas cambiar de grupo de trabajo, “pasarse” de la cooperativa de mantenimiento barrial a la que trabaja en la huerta, hablaba contra sus compañeros varones: Leo y “El viejo”, porque “quieren liderar ese espacio y no dejan decidir a los demás”. Decía: “el problema es que no se hace asamblea del grupo”. Según ella comentaba a Margarita, “No quieren hacer reunión, todos vienen, trabajan y se van. Y yo les digo: es importante, sino no nos llega la información, tenemos que discutir”. Resultaba llamativo que Marta fuera quien estaba proponiendo hacer asamblea, teniendo en cuenta que un año antes se le había escuchado decir: “para qué la asamblea, no sirve para nada, siempre igual, no se soluciona nada, no cambia nada, hablan y hablan y no cambia nada”.12 Más tarde, durante la asamblea barrial, sus compañeros y compañeras pidieron a Antonita que informara sobre la gestión en obras públicas a la que había ido en representación del barrio. Mientras revolvía la olla, comenzó a hablar con mucha timidez, en voz muy baja. Y entonces sucedió algo aún más curioso: Marta, de reojo y en voz baja, pero con una sonrisa le dijo a otra compañera: “viste como se está animando a hablar”.13

Esta nota de campo centrada en Marta conecta dos momentos en su involucramiento en “Juanito Laguna”, mostrando un viraje en sus concepciones sobre la asamblea como práctica, desde una impugnación inicial, hasta la asignación de legitimidad como espacio de gestión barrial. Pero, además, en este segundo momento, la asamblea constituye para ella un modo de cuestionar una relación de poder en la que se encuentra desfavorecida con respecto a sus compañeros de la cooperativa. Por último, ella misma advierte otra posibilidad de la asamblea: la de impulsar la toma de la palabra de otras mujeres que antes de participar en esa instancia demostraban dificultad para hacerlo. En consonancia con la percepción de Marta, la totalidad de las mujeres señala que la participación en las asambleas redundó en vencer ciertos miedos a hablar y a animarse a opinar. “Antes era muy callada”, “muy sumisa, no decía nada”, “me sirvió para vencer la timidez”, son algunas de las expresiones utilizadas para referirse a la toma de la palabra en ámbitos públicos o colectivos como una dificultad propia en la mayoría de las entrevistadas. Algunas de ellas, migrantes, como Dominga, Margarita y Antonia, cuentan que hablar en asambleas les permitió cambiar una característica de las mujeres en Bolivia, su país de origen, donde “no somos mucho de hablar”.14

Estos relatos de experiencias dan cuenta del vínculo que Pablo Vommaro (2012) establece entre la construcción de entramados territoriales por parte de las organizaciones autónomas y autogestivas y los “procesos de subjetivación” (Guattari, 1995 y Berardi, 2003, en Vommaro, P., 2012) de las personas que en ellas participan. Estos cambios subjetivos se producen para el autor en movimiento y en colectivo de forma particular en colectivos que construyen con valores solidarios y participativos, generando subjetividades políticas singulares. Consideramos interesante, desde esta perspectiva, pensar que el proceso de toma de la palabra en espacios de deliberación comunitaria por parte de las mujeres es clave en ese proceso de construcción de subjetividades políticas y en las asambleas como espacios subjetivantes (Vaggione y Avalle, 2007) que habilitan en las participantes mujeres traspasar las barreras entre lo doméstico (privado) y lo político (público). Justamente, por tratarse de espacios de deliberación apoyados en la gestión del sustento colectivo -de la sostenibilidad de la vida- las asambleas en el Frente impulsan la generación de diferentes capacidades políticas por parte de las integrantes, que toman la palabra, escuchan, deliberan, acuerdan, entran en conflicto con otras a partir de la necesidad de organizarse.

Observar las prácticas asamblearias, permite abordar lo político como una dimensión constitutiva de los sujetos (Arditi, 2005) y, en este caso, como la capacidad de lxs participantes de dar forma y de autodeterminar los fines y medios de su vida práctica en común (Echeverría, 1998). Estos procesos de subjetivación política se producen atravesados, entre otros clivajes, por los condicionamientos de género, porque las mujeres y los varones no llegan de la misma forma a participar en estas instancias. Para poder analizar las subjetivaciones políticas femeninas que allí se manifiestan, construimos dos ejes ordenadores profundamente relacionados: la división sexo-genérica del trabajo militante y la construcción de las referencias políticas.

La división sexo-genérica del trabajo militante en las asambleas

En numerosos trabajos sobre las organizaciones populares y el activismo (Partenio, 2005; Falquet, 2007; Andújar, 2014; entre otros) se ha señalado la existencia de un cierto correlato entre la división sexo-genérica del trabajo en la sociedad -que asigna el trabajo invisible y de reproducción a las mujeres, y adjudica a los varones mejores condiciones en el trabajo asalariado en el ámbito público-, y la división sexo-genérica del trabajo militante en diversas experiencias colectivas. En estos estudios se hace referencia a la escasa representación femenina en ámbitos de dirigencia (Falquet, 2007), la menor presencia de las mujeres en los espacios de referencia de las organizaciones de desocupadxs a pesar de su centralidad durante los cortes de rutas (Andújar, 2014), y en la segmentación de tareas por género dentro de los emprendimientos autogestionados y sus ámbitos de decisión (Partenio, 2005). Sin dudas existen otros trabajos que constatan esta división sexo-genérica de tareas en los ámbitos colectivos y también apuntan a analizar los diversos procesos de subjetivación política de las mujeres al calor de estas experiencias. En la mayoría de los casos, los análisis abordan lo que ocurre con los varones y las mujeres en los espacios de deliberación, de toma de decisiones, y cómo se produce la toma de la palabra y la delegación de tareas, en relación con el resto de los trabajos y ocupaciones que se realizan en colectivo.

En este caso de estudio, las asambleas también son un espacio interesante para mirar las diferencias en la participación entre las mujeres y los varones, ya que como se dijo, son espacios semanales y obligatorios para todxs lxs integrantes, además de ser instancias clave de organización cotidiana y de circulación de la información hacia y desde el resto del Frente. La nota de campo que transcribimos a continuación da cuenta de cómo la división del trabajo es parte de la deliberación asamblearia:

Ni bien llega Evangelina a la asamblea introduce el tema del “Taller intergéneros” que se haría el fin de semana. Dijo que era un encuentro de formación feminista, que podían ir varones y mujeres, quienes tuvieran ganas. Dijo “nos puede servir para ver cómo construimos en el barrio, porque tenemos una definición de antipatriarcado y de la definición a la práctica hay mucho trecho”. Afirmó que la división de las tareas entre varones y mujeres en los comedores es machista, porque “casi siempre nosotras terminamos cocinando”. Rosita, que miraba a Evangelina con el ceño fruncido, le responde que “las mujeres cocinamos porque nosotras queremos, porque nosotras lo elegimos”. Fernando dijo entre sonrisas: “una candidata para el taller”. Viviana, mirándolo de frente le respondió “vos te hacés el ‘copado’, Fernando, en tu casa te ocupás de todo, cocinás, lavás porque vivís solo, y venís al comedor y esperás que lo hagamos nosotras”. Leo tomó la palabra: “yo siempre hago las tortas fritas, así que no me digan”. Evangelina continuó: “creo que todas las mujeres tenemos que animarnos a participar más en las asambleas, ir a las reuniones, hacer los papeles, hacer gestión con los funcionarios. Bueno -dice Marta-. y entonces ¿quién va a cocinar todos los días?”15

En la cotidianeidad del trabajo en el Frente de Villa Argüello, verificamos, en parte, esta división del trabajo por género que señala Evangelina más arriba. Es decir, una dinámica donde la totalidad de las mujeres participa en el sostén del entramado de trabajo comunitario, de gestión de cuidados colectivo, y autogestivo cada día, -comedores, roperos comunitarios, copas de leche, espacios de cuidado, apoyo escolar-, pero no necesariamente interviene activamente en los debates o en las tareas de delegación por fuera del barrio, en comparación con los varones. Como correlato, los pocos varones, trabajan diariamente en las cooperativas como sus compañeras, pero no suelen gestionar los cuidados colectivos, aunque sí “se animan” a hablar en las asambleas y a asistir a otras reuniones. Es decir, cuando hay un varón en la asamblea, este suele opinar, proponer y proponerse en tareas de delegación, lo que ocurre solo con una parte de las mujeres, mientras que otra tiende a opinar a hacerlo y son renuentes a tomar aquellas tareas “hacia afuera” del núcleo barrial.

Sin embargo, esta división sexo-genérica del trabajo no es estanca. Con el paso de los años se verifica una visibilidad mayor de las mujeres en los ámbitos de debate (más mujeres y muchas más opinando), sumada a una progresiva ocupación de tareas de responsabilidad en instancias por fuera del núcleo barrial. En parte, podría afirmarse que esta mayor participación se genera por la feminización creciente de la composición del Frente -y de las organizaciones barriales en la etapa estudiada- (Díaz Lozano, 2018), que produce que, ante la necesidad de sostener la estructura organizativa, las mujeres progresivamente estén presentes en todas las tareas. El crecimiento en la proporción de mujeres, entonces, lleva a que ellas desempeñen las tareas que antes fundamentalmente ocupaban varones, aunque ellos, cada vez menos en número, siguen sin tomar a su cargo la gestión de los cuidados. Esta mayor participación femenina en espacios de delegación no se explica por sí sola por el crecimiento cuantitativo de las mujeres, que podrían seguir colocando a los escasos varones en aquellos lugares de delegación. Por el contrario, la progresiva apropiación de las mujeres de las tareas no tradicionalmente femeninas parece vincularse con cómo elaboran las propuestas político-organizativas del Frente: por una parte, la definición de organización antipatriarcal y, por la otra, la forma organizativa asamblearia.

Las dinámicas instaladas en las asambleas para la circulación de la palabra -como las rondas de opiniones, la realización de memorias escritas de lo debatido y acordado, y el hecho de discutir el mismo tema en encuentros sucesivos cuando no se llega a un acuerdo la primera vez- propicia la intervención de gran parte de lxs presentes en las reuniones. Los mecanismos rotativos de delegación, como parte de los “criterios” del Frente, llevan a que todxs tengan que realizar tareas por fuera del núcleo barrial, asistiendo en algunas ocasiones a reuniones con delegadxs de otros barrios de Berisso o de la región, lo que impulsa la participación en nuevos espacios asamblearios y la tarea anexa de dar el informe de vuelta en la asamblea barrial. Esta búsqueda por la “democratización del vínculo político” (Andújar, 2014) que habilita la dinámica asamblearia, propicia a lo largo del tiempo la adquisición de capacidades políticas para quienes pueden transitar la incomodidad.

La propuesta antipatriarcal del Frente genera algunos mecanismos que gravitan en la participación femenina y en la división sexo-genérica del trabajo en lo colectivo. Son aquellas participantes más comprometidas con la definición citada las que suelen intervenir en las asambleas convocando a hablar, a opinar, a decidir a otras mujeres, y esta interpelación tiende a limitar las intervenciones de los varones, “vos ya opinaste”, “escuchemos a la compañera”. Claro que no necesariamente más mujeres venciendo la incomodidad y opinando redunda automáticamente en una morigeración del protagonismo o autoridad masculina en dichos espacios pero, sin dudas, produce deslizamientos en los modos de intervención de las mujeres, que toman la palabra en algunos casos por primera vez en ámbitos colectivos. Además, los acuerdos de cupos establecidos, producto de los procesos de conflicto y deliberación interna de las mujeres en el Frente (Cross y Partenio, 2005; Partenio, 2011; Iglesias, 2012), son un elemento a tener en cuenta para entender los cambios y también las continuidades en la división por género del trabajo militante. De igual forma, el impulso desde las integrantes del Espacio de Géneros para que las vecinas se propongan para realizar tareas por fuera del comedor, como gestionar ante las autoridades o ser voceras en los medios de comunicación, son intervenciones directas para alterar la división sexo-genérica del trabajo militante. Esto se acompaña de la propuesta para que las mujeres se incorporen a espacios de formación sobre género promovidos por el Frente, participen de los ENM y de otros espacios de coordinación feminista, movilizaciones específicas por demandas de género, etc., lo cual apunta a buscar la reflexión de cada mujer sobre su situación, como fue estudiado por Cecilia Espinosa (2009) en su investigación sobre las dinámicas de formación en géneros del Frente. Participar de estos espacios, además, configura un ida y vuelta sistemático entre necesidades, debates e intereses de las mujeres del Frente y el resto del movimiento feminista que puede reconocerse por ejemplo, en la incorporación paulatina de las temáticas de violencia de género y aborto a los temarios de las asambleas barriales.

Entonces, en las asambleas, se visualiza, con el paso de los años y producto de la feminización en el Frente, pero también de mecanismos políticos cotidianos, que todas las mujeres van ocupando lugares de rotación obligatoria en los barrios como tareas de administración de las cooperativas, gestión de la mercadería, entre otros. Pero, además, algunas mujeres progresivamente deciden adoptar -tareas más allá de los “criterios” obligatorios- que en otros momentos desempeñaban mayoritariamente los varones como aquellas de gestión ante las autoridades, ser voceras ante los medios y delegadas en reuniones regionales del Frente o con otras organizaciones.

Con todo, a pesar de estos cambios en la división sexo-genérica de ciertas tareas, que son asumidas por mujeres que comienzan a animarse a lugares menos tradicionales, siguen siendo ellas las que continúan a cargo de la gestión del trabajo colectivo de cuidados de cada día.

La construcción de “referencias”

El hecho de que en el transcurso del tiempo se verifique que hay una mayor cantidad de mujeres opinando o elegidas como delegadas de las asambleas “hacia afuera del barrio”, no explica el modo en que esto ocurre. Para poder profundizar sobre cómo se produce la división sexo-genérica del trabajo militante es importante abordar el modo de asignación de referencias dentro del Frente en Berisso. La denominación de “referente” es una categoría nativa, utilizada por las mujeres para aludir a aquellxs participantes que en las reuniones recuerdan los acuerdos o “criterios” organizativos, incentivan a otrxs para que tomen la palabra, e intentan sintetizar las conclusiones de lo debatido. Pero fundamentalmente, hacia el interior de los comedores, lxs “referentes” son quienes propician el momento de la asamblea, proponiendo el abandono de las actividades que se estaban haciendo, o su postergación, para poder debatir, instalando progresivamente la práctica en la dinámica del movimiento.

En conjunto con la palabra “referente” es frecuente escuchar la de “militante”, que es utilizada como un sinónimo por las vecinas. Lxs “referentes” o “militantes”, además de las actitudes mencionadas dentro de sus núcleos barriales, suelen desempeñar tareas “voluntarias” por fuera del espacio del comedor o local barrial, tanto hacia el barrio, como hacia otros niveles de la organización, o se proponen para tareas de representación hacia afuera del colectivo. Es decir, si bien la participación de cualquier vecinx en el Frente supone participar de asambleas, quienes son señaladxs como “referentes” deciden participar de otros espacios por fuera de los “criterios” requeridos por la organización.

Si bien lxs “referentes” o militantes no solo se desempeñan en las asambleas, es en ellas donde claramente se ve la forma en que se construye su referencia.16 Ser “referente” en el marco del Frente no depende de un nombramiento formal, aunque sí sea explícita su delegación en ciertas tareas. Muchas veces ni siquiera hay un acuerdo entre lxs integrantes sobre a quiénes nombran como “referentes” y a quiénes no, sino que es una construcción de la práctica, del hacer cotidiano que se renueva y modifica permanentemente, y que forma parte constitutiva del entramado político-organizativo del Frente en Berisso y en otras regiones. Está ligada al prestigio generado en el tiempo por ciertas personas en el territorio compartido, por lo tanto solo pueden analizarse mirando este devenir.

En las asambleas, como venimos diciendo, se visualizan los diversos roles en el ámbito de la organización, así como tensiones entre los significados asignados a la participación política. Por una parte, están las personas que coordinan las reuniones, proponen, incentivan a opinar al resto, toman registro de lo discutido, y participan de otras instancias fuera del barrio que intentan vincular con lo debatido en la asamblea; ellas son las nombradas como “referentes”. Por otra parte, hay un conjunto más numeroso que tiene una participación menos protagónica, habla menos, no propone temas a discutir, interviene solo cuando es interpeladx directamente o en temas relacionados con las tareas de sostenimiento diario del comedor. Sucede esto con integrantes nuevxs y, en otros casos, con personas que participan desde hace años, pero que aun así no toman un rol protagónico en las asambleas. Si bien en el devenir histórico de cada núcleo barrial estos papeles varían permanentemente y en algunos casos se intercambian, en todas las asambleas se visualizan estos rasgos diferenciados entre lxs participantes.

En cada asamblea barrial suele haber varias personas referenciadas por sus compañerxs y en las reuniones conviven frecuentemente varones y mujeres que son consideradxs “referentes” por el resto de lxs integrantes. Ahora bien, ¿cómo se construye un referente o un militante teniendo en cuenta las desigualdades de géneros? Las condiciones de construcción de esos roles se advierten muy diferentes. Los varones que son señalados como “referentes” por las entrevistadas son en general adultos -siendo irrelevante su situación familiar-, participan en las reuniones de la organización por fuera del barrio, frecuentemente tienen información para aportar sobre movilizaciones y gestiones, hablan fuerte y tienen posición tomada sobre los diferentes temas. Para ser consideradas “referentes” las mujeres, además de estar informadas sobre lo que ocurre en distintos niveles de la organización y participar de las reuniones, también consideran que deben lograr legitimarse en el resto de los trabajos de sostén que realizan cotidianamente dentro y fuera de la organización. Esto se evidencia en que todas las señaladas por otras como “referentes” fueron tomando de manera progresiva lugares de responsabilidad y exposición en el Frente, sin dejar de realizar ninguna de sus tareas previas ligadas a la reproducción de sus vidas y del colectivo barrial.

Para las mujeres y para los varones la referencia también está ligada a la participación en movilizaciones, asambleas y la toma de la palabra en distintos espacios, es decir: hablar bien y bastante.17 Pero, a diferencia de lo que ocurre con los varones, esto último conlleva una práctica menos conocida para las mujeres en sus recorridos biográficos, no solo en espacios públicos, sino también dentro de las familias. Los rasgos asociados a la masculinidad como el raciocinio, la determinación, la seguridad allanan el camino hacia este puesto de prestigio, por lo que, para ellos, el camino hacia la referencia suele comenzar desde un piso más alto, porque, al menos en las asambleas, sus palabras tienden a ser más escuchadas y valoradas. Esto se evidencia, por ejemplo, en que las propuestas realizadas por varones en las asambleas, repitiendo (sin citarlas) las ya realizadas por sus compañeras sin mayores respuestas, suelen tener mayor escucha y aceptación.

El proceso más dificultoso y paulatino de toma de la palabra se advierte también en los modos de intervención de las mujeres “referentes” en las asambleas “yo no sé, pero…”, “no estoy tan segura…”, “si no me equivoco…”. Para algunas, animarse a hablar entra en relación directa con lograr “hacerse escuchar” a la par que los “referentes” varones. Para las más referenciadas, esto se traslada a espacios menos habituales y cercanos al quehacer diario: otros barrios, otras organizaciones, la calle, los medios de comunicación. En estos nuevos espacios, ser referente es difícil porque “tenés que luchar contra que el hombre no te tape por ser mujer” (ibídem).

Efectivamente, si bien en las asambleas los varones son una minoría, frecuentemente son quienes hablan más y más alto y se proponen con menos dudas para tareas que se realizan por fuera del barrio. Viviana, una de las mujeres activas en la asamblea de “Juanito Laguna” ofrece una clave explicativa: “un varón y una mujer ‘referentes’ se parecen en que asumen mucha responsabilidad”, sin embargo, se diferencian en el modo de ejercer el rol: para Viviana, mientras el varón se impone en los debates, la mujer “hace trabajo de hormiguita”.18 Las mujeres “referentes” siguen presentes en el sostén diario de las actividades en los comedores, crean su referencia a partir de este compartir el sostenimiento diario con otras mujeres. Incluso ella señala que mientras que los varones “referentes” tienden a mostrarse más autoritarios, las mujeres construyen su referencia en la búsqueda de consenso, y en una búsqueda de acuerdos que atraviesa el trabajo diario entre las mujeres. Quizá la diferencia tajante que Viviana advierte en “Juanito Laguna” en relación a cómo se construye una lógica política no es generalizable a una diferencia esencialista entre varones y mujeres. Podríamos decir, en cambio, que sí hay modos de hacer política identificados con lo femenino y lo masculino que tienen que ver con el lugar de las mujeres en el sostenimiento del entramado comunitario.

Andrea Andújar advierte la confrontación en los movimientos de “dos lógicas y formas de hacer política diferentes portadas por varones y mujeres, y que traspasan su pertenencia de clase”. Según ella, los principios que rigen la acción política, a pesar de presentarse como neutros, resumen características que genéricamente “se inscriben en las normas pautadas socialmente para el comportamiento masculino: dureza de carácter, firmeza en el uso de la palabra, seguridad amparada en la razón para la expresión de las ideas, coraje, etc.” (2005: 15). En cambio, por oposición, deja afuera de esta práctica toda forma de expresión que contemple emociones, referencias afectivas o demostraciones de sensibilidad ya que, según estos mismos principios, todas ellas constituyen parte de una “debilidad” asociada a características femeninas que no condice con el ejercicio del liderazgo.19

En esta línea, Gutiérrez Aguilar, Navarro Trujillo y Linsalata (2017) decidieron nombrar como “política en femenino”, aquellas lógicas políticas vinculadas a la construcción de espacios comunes y comunitarios, que se enlazan con propuestas de sostenibilidad de la vida. La política en femenino es un modo de hacer que no escinde la práctica cotidiana de los debates “políticos”, pero que además no tiende a imponer sino a disputar, más con el cuerpo que con la voz, terreno tradicionalmente masculino de interlocución y visibilización. Pensando esta distinción en la práctica política del Frente, podríamos decir que existen estas lógicas en disputa que se manifiestan en las asambleas. Una masculina dominante donde se restringe la politicidad a la presentación -y a veces imposición- de argumentos y que, por tanto, no asienta su legitimidad en el trabajo de sostenibilidad cotidiano. En segundo lugar, otra lógica donde las posiciones, propuestas y argumentos se forjan en el hacer cotidiano comunitario, que no separa los cuidados y los afectos de la organización. Esta distinción no es, sin embargo, esencialista, es decir, no clasifica a varones y mujeres, sino que diferencia lógicas de construcción influidas por la división sexo-genérica del trabajo cotidiano dentro y fuera de la organización. La complejidad estriba en que esta “política en femenino”, así conceptualizada, sigue encargando a las mujeres el sostén principal de las tareas de reproducción, aunque reivindique su protagonismo en las prácticas deliberativas.

Ser mujer “referente”: hacer de todo en todas partes

Cuando Viviana afirma que las mujeres “referentes” “hacen trabajo de hormiga” en el barrio, alude a un uso del tiempo profundamente intensivo: trabajar diariamente en la autogestión barrial, cocinar, llevar adelante tareas administrativas, participar en asambleas y movilizaciones; y además tomar otras tareas fuera del barrio. Este esfuerzo se asocia a que las “referentes” perciben que “ganan” su referencia a partir de cumplir una doble responsabilidad: la del trabajo de sostenibilidad colectiva en el barrio y la de delegación hacia otras instancias. Y el doble esfuerzo tiene que ver con mantener su referencia hacia adentro del barrio y construirla hacia afuera. Esto se manifiesta en la siguiente explicación de Caty: “yo por más que me ocupo de la gestión (con las autoridades municipales) me voy a trabajar más tempranito al barrio, y de ahí a hacer los trámites a la otra punta, así evito que haya comentarios en la cooperativa”.20 O cuando Luz dice “a veces me siento criticada por ir a reuniones y no cocinar todos los días. Las reuniones también son trabajo”.21

La referencia es un lugar ganado en la práctica, permanentemente renovado, no está dado de una vez y para siempre y por ende, para las mujeres se experimenta como un proceso de competencia desigual. Para Luz esa competencia no es con los varones, sino con el machismo: “es más difícil ser referente porque la mujer, aparte de que tiene que estar con los hijos y el trabajo y el barrio, y la organización, también tiene que ser mujer, y como que se pone en competencia con el hombre. Mejor dicho, con el machismo que va más allá del hombre, que hace que la mujer no pueda estar en ciertos lugares, por más que estén las condiciones dadas y que ella tenga la capacidad”.22 Las múltiples responsabilidades femeninas que señala Luz pueden definirse como diferentes “presencias” que sostienen las mujeres cotidianamente. Utilizamos el concepto de doble y triple presencia, acuñado por teóricas italianas como Laura Balbo, Chiara Saraceno y Antonela Picchio -a diferencia de la idea de “dobles y triples jornadas” planteada por algunas referentes de la Economía Feminista-, porque permite visualizar el trabajo femenino como un conjunto de actividades superpuestas, entrelazadas y no claramente secuenciadas (Carrasquer Oto, 2009; Sciortino, 2018) que en las mujeres militantes incorpora el trabajo comunitario y en la organización.

Además del esfuerzo físico y mental incesante que implican estas múltiples presencias en lo colectivo, frecuentemente las mujeres “referentes” también enfrentan un señalamiento por parte de otras mujeres dentro y fuera de la organización. Reclaman de ellas que mantengan y refuercen sus roles tradicionales, que “no quieran ser más que las otras”, que “no abandonen a su familia” o las “tareas que debe hacer una mujer”. Incluso, algunas mujeres señaladas por otras como sus “referentes” y que desempeñan tareas de responsabilidad visibles, prefieren no definirse como tales. Caty, por ejemplo, que desarrolla tareas dentro y fuera del barrio, participa en gestiones con funcionarios municipales y provinciales, y se ocupa de tareas administrativas, prefiere no autodefinirse como “referente”:

¿Una referente yo? Nooo. Yo veo que las compañeras son cómodas. Que quieren que les hagan todo, no quieren hacer nada, últimamente están así. Vos tenés la obligación de, en realidad todo, hace como dos años que están tranquilas, cómodas, bien como están. Para qué vas a hacer, no quieren hacer, están ahí nomás. Poca participación. (Entrevista a Caty, 12/04/2015)

Efectivamente, como plantea Andújar (2014), cuando las mujeres portan visiblemente coraje, convicción, experiencia política, arrojo, etc., la preeminencia que adquieren es frente a otras mujeres, que deciden delegar en ellas ciertos espacios y tareas.

Para las mujeres que son nombradas como “referentes”, esta asignación opera con la doble cualidad de vivirla como un logro y un orgullo, pero también como una pesada carga.

Yo creo que es una responsabilidad muy grande. Para ser un “referente” una tiene que formarse, hacer, informarse, estar, trabajar. Es un conjunto de cosas. Por algo se llama “referentes”, es el que se refiere a las buenas cosas que hay que hacer. Te muestra el camino, pero también está la parte difícil, que es el que el “referentes” no se puede equivocar. Y es una responsabilidad aún mayor. Porque el hecho de que se equivoque sale el cuestionamiento inmediato. (Entrevista a Luz, 15/08/2017)

Por eso, también es común escuchar a las mujeres “referentes” decir en las asambleas: “bueno, si no les gusta como hice esta tarea, que la tome otra persona”, “critican a la que hace en lugar de mirar a la que se queda en su casa”, al tiempo que piden una participación más activa de otras mujeres que prefieren no involucrarse más allá de sus tareas en la sostenibilidad cotidiana colectiva.

Viviana, quien además de ser considerada “referente” por sus compañeras participa del Espacio de Géneros, realiza la siguiente distinción:

Dentro de las mujeres están divididos los roles, están las que hablan más y otras que solo están por algún interés de trabajo. No quieren salir de esa estructura, vos querés sacarlas y ellas no. Vienen con la cultura del patriarcado que no pudieron ver. Es normal para ellas, lo siguen reproduciendo. No fueron a un ámbito de debate, las cuestiones que una les plantea las miran como descabelladas. Ellas se conforman con esa vida, no quieren cambiar, está bien para ellas. (Entrevista a Luz, 15/08/2017)

Esta situación se pone de manifiesto en su espacio de participación cotidiano, el comedor “Juanito Laguna”, donde Viviana ve desarrollarse relaciones patriarcales. “Hay una distancia entre la definición [de antipatriarcal] y la práctica. Una parte de la organización no tiene ni idea”, afirma. Como “referente” se plantea una tarea pedagógica, militante en relación con estas mujeres: “ir de a poco”, “que entiendan”. Producto de sus intervenciones en el ámbito de las asambleas cuestionando por ejemplo la división del trabajo, pudieron advertirse conflictos que evidencian tensiones entre las mujeres. El asunto principal que atraviesa estos conflictos podría sintetizarse con esta pregunta: qué debe hacer y cómo debe usar su tiempo una mujer con responsabilidad de cuidados.

Entonces, la división desigual del trabajo militante entre mujeres y varones se combina con una diferenciación intragenérica (entre las mujeres) que nos hablan de modos de agenciamiento diversos y frecuentemente en tensión, es decir, modos diferentes de significar la feminidad. Esta aparece como un proceso de construcción y autoconstrucción con permanencias y cambios, como una entidad “que no es fija, [sino] un proceso activo, complejo, variable, que implica contradicciones y redefiniciones” (Guadarrama Olivera, 2001: 88). Como consecuencia, esta definición dinámica de feminidad indica la posibilidad abierta por este tipo de participación política adherida a la sostenibilidad de la vida, de habilitar la creación de herramientas subjetivas de cuestionamiento de los roles tradicionales y la subordinación de género. Pero también el agenciamiento femenino puede expresarse en forma de resistencias a realizar estos cuestionamientos en clave antipatriarcal de los sentidos y prácticas de género por parte de algunas mujeres.

Además de los conflictos en la organización, la participación política con sus diferentes grados y niveles de compromiso significa para toda las mujeres la generación de tensiones al interior del “espacio doméstico” entre el tiempo dedicado al trabajo reproductivo del hogar y aplicado a las tareas comunitarias (Partenio, 2005) que tiene diversas resoluciones: en algunos casos produce la ruptura de vínculos familiares o su cuestionamiento, pero en otros, se resuelve en una negociación por grados mayores de autonomía para las mujeres en el uso de su tiempo. Para las mujeres “referentes” el esfuerzo para sostener las múltiples presencias se extrema. No solo participan en el ámbito de deliberaciones, en todas las movilizaciones, en las reuniones por fuera del barrio como sus compañeros “referentes” varones, sino que el rol de “referente” supone para ellas una reorganización de toda su cotidianeidad, más compleja que para el resto de sus compañeras, por la necesidad de salir frecuentemente de los límites barriales y de los horarios preestablecidos para las tareas rutinarias. Sin dudas, estas condiciones de desigualdad en la división del trabajo, que asigna la gestión de los cuidados casi en su totalidad a las mujeres, son gravitantes a la hora de proponerse y de ser elegidas para ciertas responsabilidades. Es decir, las tareas de referencia demandan un uso del tiempo poco compatible con las tareas de cuidados familiares y comunitarios que continúan realizando, lo que incide en el hecho de que referenciarse tenga un precio alto para las mujeres.

Efectivamente, por lo que se recupera de las observaciones y los testimonios de las mujeres, ser una “referente”, además de dar disputa en el terreno de la palabra, y seguir trabajando en el barrio, implica realizar un trabajo de tiempo completo en todos los terrenos de sus vidas. En las casas, las mujeres “referentes” siguen garantizando las tareas de cuidados, muchas veces como precondición para permitirse una participación política más activa. Según Viviana, los varones

(…) se desenvuelven mejor en la organización, o eso es lo que nos hacen creer (…) como que ellos tienen todo el tiempo para estar en las actividades, como que siempre están disponibles, si no están haciendo una, están haciendo la otra. Y en cambio las mujeres como que estamos más pendientes de otras cosas: familia, hijos, la casa. Y a muchas les cuesta dejar eso. (Entrevista a Viviana, 18/12/2012)

Para Caty,

(…) a veces a la mujer se le complica un poco por el tema... está bien que nosotras digamos más derechos para las mujeres, etc., en la casa sigue igual, a pesar de que el hombre diga, y nosotras digamos que tenemos más libertad, que el hombre se tiene que quedar con los chicos todavía cuesta eso, que la mujer tiene que estar en el movimiento, que tiene que hacerse cargo de los hijos, de la escuela, sigue todavía eso. (Entrevista a Caty, 12/04/2015)

Para la mayoría de las mujeres “referentes” seguir haciendo de todo en todas partes constituye un valor positivo. De esta forma, la participación más activa, completamente voluntaria, es una licencia que se permiten cuando el trabajo de cuidados es garantizado.

En los cuadernos y libretas que llevan las mujeres a las asambleas se agolpan memorias de reuniones con la lista de la compra, los horarios de lxs hijxs y las declaraciones de un funcionario por televisión sobre las cooperativas, consignas de lucha en los márgenes y tareas pendientes. Ese aparente desorden en el papel ilustra una dinámica de vida, en la que se invita a participar a vecinas en la puerta del colegio, se mira el cuaderno del colegio durante un descanso de la asamblea, se negocia con la pareja para poder asistir a una gestión con funcionarios. Como venimos diciendo, participar del Frente supone para todas las mujeres una ingeniería de tiempos que implica antes negociaciones familiares, sobrecargas, redes feminizadas de cuidados, colectivización de ciertas tareas de sostén, etc. Pero esta necesidad de reorganización se potencia cuando una mujer decide ocupar nuevos espacios en la organización. En algunos casos las mujeres dicen sentirse culpables por haber estado menos con sus hijxs por el trabajo en el Frente, pero esto convive con una reivindicación de su decisión, como dice Viviana: “también lo hago por él, que sepa que su mamá luchó para cambiar las cosas”. Muchas veces, las mujeres se redefinen a partir de trabajar mucho, de una ponderación del esfuerzo permanente como posibilitador del cambio: hacer “de todo”. En ellas convive el cansancio con la posibilidad que habilita la participación política de generar cambios que ellas valoran positivamente: “aprendí mucho”, “soy otra persona”, “soy más libre”, “ya no me pasan por arriba”, “cuando veo que las mujeres estamos reclamándole a un funcionario de igual a igual me siento orgullosa”.

La valoración positiva por parte de las mujeres “referentes” de su creciente involucramiento en tareas militantes coincide con una lectura problematizadora de la sociedad en términos de género, en parte atizada por la propuesta política. Esta convocatoria, por una parte, a tener un rol protagónico en la elaboración política cotidiana en las asambleas y, por el otro, a cuestionar las relaciones patriarcales, la experimentan de formas diversas las mujeres, en relación con sus experiencias anteriores y condiciones de vida presentes, sus creencias, matrices culturales de las que provienen, etc., generando diversos modos de construir la feminidad. Pero en todos los casos, se cruza de manera conflictiva en las biografías porque implica una reorganización de los tiempos y trabajos cotidianos en la familia, en el barrio, en la organización y más allá.

Reflexiones finales: ¿política en femenino?

El objetivo de poner la mirada analítica en las asambleas barriales del Frente en Villa Argüello consistió en pensar cómo esta práctica de deliberación política cotidiana que integran o integraron todas las mujeres entrevistadas se fue entrelazando con otras experiencias vividas por ellas dentro y fuera de la organización influyendo en su subjetivación política, en tanto proceso generizado.

La asamblea constituye una instancia de presencia mayoritaria femenina en la que las mujeres son invitadas a participar con la escucha y la palabra, como parte de una propuesta política que incluye el trabajo sin patrones y la vocación antipatriarcal. En este sentido, se visualizan en las mujeres cambios subjetivos vinculados con animarse a hablar, relacionase, postularse para tareas de delegación, transformaciones que señalan mayoritariamente como positivas en sus vidas. En conjunto, la instancia asamblearia impulsa una forma especial de politicidad, que vincula el hacer cotidiano para la sostenibilidad de la vida con las interpelaciones políticas del Frente, que promueve la toma de responsabilidades y la rotación en las mismas. Esta propuesta interactúa de formas diversas con las experiencias, mandatos y prácticas cotidianas generando diversos procesos de subjetivación en las mujeres.

La asamblea en tanto “criterio” organizativo-político del Frente es aludida como práctica incómoda por las mujeres. Para las que se han alejado del Frente la asamblea se define como un espacio de conflicto, “me fui cansada de discutir” porque era “mucho lío, ahora trabajo sola”.23 Es decir, una práctica que entra en tensión con experiencias pasadas o con otros tránsitos institucionales paralelos, obligándolas a posicionarse en roles no acostumbrados en otros marcos colectivos. Para las que decidieron quedarse, es un ámbito que las pone en juego, porque fuerza a la deliberación, a la palabra y a la escucha, prácticas menos habituales en otros espacios barriales o laborales.

En ellas esta incomodidad es productiva. La forma organizativa, que compele a la deliberación en torno a cómo organizarse colectivamente, posibilita una participación creciente de la mayoría de las mujeres, quienes ven posible hablar sobre el trabajo que conocen y realizan cotidianamente. El hecho de que los debates partan del hacer reproductivo posiciona a las mujeres en un lugar jerarquizado para cuestionar los límites masculinos de la política. Entonces la centralidad de las dinámicas de sostenibilidad cotidianas (o de una “política en femenino”) y de construcción comunitarias del Frente pareciera convertir a las asambleas barriales en un lugar que habilita la palabra de quienes realizan diariamente ese trabajo. Pero, a medida que los debates se alejan de la resolución del sostén local, las mujeres van perdiendo esa “ventaja” que facilitara su participación en las deliberaciones.

La división genérica del trabajo militante y la construcción de las referencias son dos procesos dinámicos interrelacionados en los que se visualizan diversos modos de subjetivación de la práctica política y ambos pueden observarse con claridad en las asambleas. Con el transcurso de los años, se advierte la presencia de una creciente cantidad de mujeres ocupando espacios de delegación por fuera del barrio, lo que redunda en que la mayoría de los lugares de referencia son encarnados por mujeres. Este proceso es fogoneado por la propuesta de participación del Frente, además de las políticas de cupos y la promoción de las mujeres impulsada por el Espacio de Géneros de la organización en el marco de la definición del antipatriarcado y de las diversas articulaciones con el movimiento feminista en auge.

En el proceso de construcción de referencias se visualiza un atravesamiento genérico, con diferentes lógicas conviviendo con la de la política masculina, centrada en la imposición de argumentos y la femenina, que plantea una continuidad entre el trabajo y las necesidades cotidianas y las instancias de deliberación. Además, con los varones “referentes” se plantea una relación de desigualdad básica en relación con los usos del tiempo. Las mujeres “referentes” en gran medida continúan realizando trabajo comunitario en el barrio. Pero, además, intentan seguir realizando trabajos de cuidados en sus casas, en algunos casos como precondición para asumir tareas de referencia. En concreto, las que deciden asumir responsabilidades políticas por fuera de los “criterios” encuentran dificultades derivadas de las desigualdades de género para sostener esta participación. La toma de estas nuevas responsabilidades genera tensiones entre las mujeres en el Frente, que podrían asociarse con los diferentes modos de construcción de la feminidad en relación con sus mandatos de género y los modos de entender la participación comunitaria. Las “referentes” no se desligan de las tareas de cuidados en el barrio y en las casas, para evitar el señalamiento por parte de otras compañeras.

Para quienes deciden plantearse el desafío de ocupar espacios por fuera de la ética reaccionaria transformando los sentidos en torno a qué es y qué “puede” hacer una mujer con responsabilidad de cuidados, este despliegue de capacidades políticas no asegura el corrimiento de las mujeres de su papel como garantes últimos de la sostenibilidad de la vida familiar y comunitaria.

A pesar de estas tensiones, y de la dificultad de construir estrategias cotidianas para compatibilizar las múltiples presencias femeninas, con el paso del tiempo en estos lugares de referencia las mujeres integran nuevas actividades, vínculos y espacios a su cotidianeidad, incluso visualizando las desigualdades de género por primera vez. Esto no trasunta en un camino lineal hacia la liberación de los roles tradicionales, o de las concepciones patriarcales, sino en un conflicto subjetivo que se encarna en decisiones cotidianas sobre la organización del tiempo, de los trabajos y de los vínculos afectivos, también.

Por último, una reflexión colateral a este trabajo en relación con las organizaciones territoriales y comunitarias. Para las organizaciones como el Frente, tramadas a partir de la sostenibilidad de la vida colectiva, parece plantearse un dilema práctico y político en torno a las relaciones de géneros. Al tiempo que se promueven la conformación de nuevas feminidades y el acceso a los diferentes espacios de responsabilidad y crecimiento político por parte de las mujeres, no se logra configurar mecanismos para una gestión de los cuidados que mitiguen para ellas la sobrecarga que supone la transformación. Este esfuerzo femenino que despliega nuevas lógicas políticas sigue sosteniendo la vida en los sectores populares, en las casas, en los barrios y en las organizaciones.

Bibliografía consultada

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1 Este artículo es una derivación de la tesis de investigación “Mujer Bonita es la que sale a luchar. Experiencias de vida de mujeres participantes del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional de Berisso” (disponible en http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1800/te.1800.pdf). El trabajo, eminentemente etnográfico —realizado entre los años 2012 y 2018—, consistió en entrevistas en profundidad a veinte mujeres y la observación de su desempeño en tres de las asambleas barriales del Frente en Berisso realizadas en los tres comedores del Frente en el barrio Villa Argüello, “Juanito Laguna”, “Los Amigos” y “Madres Unidas”, así como la reconstrucción de sus tránsitos barriales cotidianos. Las entrevistas y notas de campo citadas aquí fueron realizadas en el marco de esta tesis.

2Utilizaremos indistintamente los términos “organizaciones territoriales” y “organizaciones barriales”, para nominar a colectivos como el Frente, cuyo trabajo central está enfocado en vecinxs de los barrios populares que se reúnen alrededor de la demanda de trabajo y sustento.

3Este dato atraviesa no solo al Frente sino a las organizaciones populares de base territorial en general, donde las mujeres tuvieron una presencia mayoritaria desde los albores de 2000 (Partenio, 2008), y se han ido feminizando en su conformación en los últimos años.

4Un intelectual integrante del Frente argumenta sobre la centralidad de la asamblea en esta misma dirección: “[Las] asambleas son las fuentes generadoras de la política, no solo por una cuestión de justicia en el sentido que expresan a la mayoría de un proyecto político, sino por una cuestión de conveniencia. La asamblea es el punto que mejor vincula lo desorganizado y espontáneo, con lo organizado y direccionado (…). Es el mejor lugar para ver lo que es políticamente aconsejable y tomar las decisiones que marcan el trazo grueso de una política de transformación.” (Cieza, 2006: 6, en Bertoni, 2014: 54)

5Efectivamente, la asamblea constituye un componente organizativo y político presente desde la génesis de la experiencia piquetera de los 90 (Delamata, 2004; Pacheco, 2004) que se conjuga con el piquete o corte de ruta, como otro elemento distintivo que se mantiene en una parte importante de los movimientos territoriales actuales. Desde aquellos años, la dinámica asamblearia se mantiene como el espacio central de deliberación y de toma de decisiones en la variante autónoma de las organizaciones barriales, pensada como la forma más democrática y participativa que contribuye a formular un sentido más colectivo de lo político (Bertoni, 2014). Para Arditi, justamente, el modo particular de organización de estos movimientos sociales “contribuyó a renovar la cultura política, a ampliar el ámbito de lo público, y a extender la revolución democrática más allá de los confines de la ciudadanía” (Arditi, 2005: 11).

6Nota de campo Nº 5, 09/08/2012.

7Evangelina en nota de campo Nº 4, 09/08/2012.

8Nota de campo Nº 4, 04/08/2012.

9Nota de campo Nº 5, 06/09/2012.

10Nota de campo Nº 13, 18/11/2012.

11Entrevista a Viviana, 12/10/2012.

12Nota de campo Nº 5, 09/08/2012.

13Nota de campo Nº 36, 21/12/2013.

14Entrevista a Margarita, 25/03/2015.

15Nota de campo, Nº 9, 13/09/2012.

16El término “referente” es utilizado en distintas organizaciones de la variante autónoma de izquierda, en lugar de la palabra “dirigente” o “líder” que, según recupera Andújar en relación a la Unión de Trabajadores Desocupados de Mosconi, prefiere usar ese término “quizás por las connotaciones negativas referidas a la verticalidad, corrupción y burocratización que esta palabra adquiere ya que para ellos remite a experiencias de participación, organización política y formas de ejercicio del poder que rechazan, tales como las correspondientes a las organizaciones sindicales o político-partidarias (Andújar, 2014: 10).

17Entrevista a Luz, 15/08/2015.

18Entrevista a Viviana, 12/12/2012.

19En el caso del Frente, además, ser “referente” frecuentemente se asocia con una cualidad: estar presente en todas las movilizaciones, al decir de las mujeres: “poner el cuerpo en las luchas”, lo que constituye un valor rescatado por ellas, y también parte de los valores militantes esgrimidos desde esta organización en sus materiales públicos y en escritos editados por sus integrantes. La figura de Darío Santillán, sin dudas, condensa la centralidad del poner el cuerpo en la calle como valor positivo en el MTD y posteriormente en el Frente. Se puede consultar al respecto Pérez, García y Vázquez (2007) y Hendler, Pacheco y Rey (2012), entre otros.

20Entrevista a Caty, 13/04/2015.

21Nota de campo, Nº 2, 23/08/2012.

22Entrevista a Luz, 15/08/2015.

23Nota de campo Nº 48, 05/05/2015.

Recibido: 28 de Mayo de 2019; Aprobado: 07 de Julio de 2020

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