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Cuyo

versión On-line ISSN 1853-3175

Cuyo-anu. filos. argent. am. vol.32 no.2 Mendoza dic. 2015

 

ARTÍCULOS

Ernest Renan entre nosotros: de anticristo a profeta

Ernest Renan among us: from Antichrist to Prophet

 

Hernán G. H. Taboada1

Universidad Nacional Autónoma de México, CIALC

 


Resumen

El historiador francés Ernest Renan (1823-1892) publicó en 1863 una Vida de Jesús que cuestionaba la divinidad del mismo. Causó escándalo e intentos de refutación. Se estudian algunas reacciones en América Latina y se describe el proceso por el cual Renan llegó posteriormente a ser aceptado por círculos conservadores.

Palabras clave: Ernest Renan (1823-1892); Catolicismo; Liberalismo; Anticlericalismo; Biblia; América Latina.

Abstract

The French historian Ernest Renan (1823-1892) published in 1863 a Life of Jesus that questioned his divinity. The book aroused scandal and attempts of rebuttal. This analysis examines some of the reactions in Latin America, as well as the process by which Renan came later to be accepted in conservative circles.

Keywords: Ernest Renan (1823-1892); Catholicism; Liberalism; Anticlericalism; Bible; Latin America.


 

Hoy conocen a Ernest Renan (1823-1892)2 quienes se acercan a las teorías del nacionalismo y leen ciertas consideraciones suyas sobre el tema, pero no se menciona gran cosa del resto de su obra. Fue sin embargo durante décadas, y hasta no hace mucho, una referencia obligada en el pensamiento latinoamericano. Seguir el rastro de esta influencia es por ello tarea de largo aliento, que sólo ha sido realizada parcialmente -para algunas épocas, países o personajes- pero ir más lejos espanta: cuando me propuse dibujar un panorama mejor delineado, pronto mis referencias alcanzaron un tamaño inmanejable para la extensión de un artículo. La solución escogida fue la de limitarme por ahora a la primera parte de la aventura de Renan en nuestras tierras, aquella en que apareció ante el público latinoamericano como el impío autor de un estudio sobre los orígenes del cristianismo, cuyo primer volumen, la Vida de Jesús (1863) negaba la divinidad del mismo y produjo indignada reacción; ésta fue posteriormente amansada y la bibliografía que las pasiones habían producido quedó lentamente sepultada en las bibliotecas. Recuperarla gracias a Internet y alguna pesquisa en los acervos bibliotecológicos contribuye a una útil anotación para la historia de la inteligencia criolla.

1. Los inicios

La mención más antigua que he encontrado proviene de un extraño personaje que había sido justamente olvidado: Enrique Disdier y Vázquez (1816-1864), de vieja familia cubana pero que residió en Ginebra largos años, riquísimo y autor de un grueso libro, considerado un mamotreto por quien pudo leerlo, y de varios opúsculos de tema filosófico y religioso, firmados como Henri Disdier. Fue él quien en 1858 criticó ciertas propuestas de Renan sobre los orígenes del monoteísmo, tema que le interesaba. Al parecer eran sus escritos sumamente abstrusos, cosa que se puede ver en el opúsculo de 35 páginas que publicó en Ginebra años después, a propósito de la Vida de Jesús, cuyo estilo dice admirar aunque sin concordar con sus ideas: sólo aduce vaguedades y si no nos advirtieran nadie se enteraría que el autor es cubano3.

Me adelanté un poco, retrocedo para seguir hablando de las reacciones iniciales. Las mismas no traducen mucho alboroto. Por una parte en México, invadido por las fuerzas francesas, un diario liberal, El Siglo xix, criticaba que el gobierno de Napoleón III hubiera separado a Renan de su cátedra de hebreo, caldeo y siriaco "porque en su discurso inaugural vertió expresiones que hieren las creencias cristianas", hecho "muy censurado por la prensa liberal" como "una cobarde concesión al partido clerical". No aclaraba qué creencias cristianas resultaban heridas, simplemente informaba que Renan había publicado un libro llamado De la parte que tuvieron los pueblos semíticos en la civilización. Unos meses después, el mismo diario presentaba bajo dicho título lo que en realidad era el discurso de ingreso de Renan al Colegio de Francia y que había llevado a su separación: vemos en él un examen de las diferencias entre indoeuropeos y semitas en el arte, las ciencias, la literatura, junto con alusiones a Jesucristo "divinizado por la muerte" y al cristianismo primitivo, creencia apocalíptica, que "era muy diferente de nuestro cristianismo"4.

En el México de la Guerra de Intervención esas dos o tres frases perdidas en medio de la propaganda antifrancesa no parecen haber causado mayor ruido. Como en otras regiones de Nuestra América, el nombre de Renan venía asociado a temas muy misteriosos para entonces  -el origen del lenguaje, las lenguas semíticas, Averroes- o a la retraducción al portugués del Cantar de los cantares (Pernambuco, 1865), a partir de la traducción de Renan al francés, la cual supongo que también aprovecharía sus notas críticas (Martins 1996, vol. 3, 243). Empezaba sin embargo a ser señalado por sus opiniones antirreligiosas en la prensa, que fueron traídas por obra de algunos franceses, entre ellos Amadeo Jacques (1813-1865), de vida muy aventurera, quien había sido condiscípulo de Renan y recaló en el Río de la Plata.

Aquí un episodio bien estudiado es el del Uruguay, donde también vemos al consabido francés, en este caso Adolfo Vaillant, incorporado al país desde 1840, quien dedicó en 1863 unos artículos a dos obras de Renan: Del origen del lenguaje (1848) e Historia y sistema comparado de las lenguas semíticas (1855); también mencionaba Averroes y el averroísmo (1852). Utilizaba Vaillant esta bibliografía en una polémica contra la Iglesia y los jesuitas, argumentando que el espíritu de las razas semitas, de índole teológica, estaba cediendo en el mundo ante el espíritu de las razas indoeuropeas, científico y filosófico. Dicho espíritu semita se mantenía en Asia, dominio del islam, pero en Uruguay, donde estaba representado por la Iglesia, el aire de los nuevos tiempos barrería con él. Era más o menos lo expresado en el discurso que el diario mexicano había publicado, pero también en Uruguay estaban con otros problemas encima, en medio de una guerra civil, probablemente la mayoría poco y nada entendía de esas abstracciones, ni le interesaba o no creería que el científico y filosófico espíritu indoeuropeo descendiera sobre las masas de negros, mestizos y mulatos que poblaban las calles de Montevideo. Escándalo mayor no se suscitó, pero a continuación anunciaba Vaillant la próxima aparición de la Vida de Jesús (1863) y reproducía las noticias de una revista belga que señalaba el temor de las autoridades eclesiásticas, elogiaba el tono del libro, "escrito en Oriente", y su sabiduría, previendo que sería bien acogido por las gentes de ideas cristianas e ilustradas pero también pronosticaba polémicas y hasta intentos de prohibición (Ardao, A. 1955). En París el libro salió en junio y ahí sí que se armó, efectivamente.

Un testigo inicial de ello fue un tercer francés, Martin de Moussy -quien había estado en el Río de la Plata y mantenía correspondencia con personajes de la región- ,  el cual escribía a Bartolomé Mitre a Buenos Aires y mencionaba la bulla que había originado "un tal Renan" (24 de septiembre de 1863). Algo estaría en antecedentes el prócer porque un mes antes Héctor Varela le había enviado la Vida de Jesús informando que "es libro que ha producido una gran revolución" (González Arrili, B. 1984, 173-174). Recordemos que la empresa de Renan, no muy novedosa en la crítica neotestamentaria, consistió en utilizar los métodos modernos de exégesis para analizar las fuentes bíblicas, pero al hacerlo traducía la indigesta literatura eclesiástica y la erudición germánica sobre el asunto a un lenguaje accesible para el lector de cultura media y lo volcaba al gran relato de la modernidad ya triunfante, aderezándolo de consideraciones generalmente aceptadas por el público bienpensante. Todo en un estilo melodramático del gusto de la época.

"Puro mercantilismo", denunciaba un diario católico uruguayo, pero más bien era "el talento de la oportunidad", como expresó un sanjuanino de valía que también lo tuvo (Sarmiento, D. F. 2001a, 191). Por ello conoció la Vida gran cantidad de ediciones sucesivas, reimpresiones de una versión popular sin notas y más sencilla, traducciones, reseñas y comentarios. Marcó una época, condicionó lo que el lector medio iba a pensar sobre Jesucristo, por lo menos en los países de tradición latina, durante un siglo, y tuvo defensores y críticos acérrimos. Ello sucedió en Francia y en la Europa católica, un poco menos en la protestante, y de todo se hizo oír poderoso eco en nuestros países. El libro llegó justo cuando los criollos que fungían como socios menores de aquella burguesía metropolitana victoriosa estaban reforzando su tácito pacto con ella y aspiraban a igualarla adoptando ávidamente sus modas y luchando contra los sectores tradicionales que se les oponían localmente.

Como del otro lado del Atlántico, aquí se entabló la contienda tan temida por la revista belga que Vaillant había esgrimido y hubo intentos de impedir la difusión del libro. "Apenas aparece una obra a luz, llena del más puro amor de la humanidad, como las de Quinet, Proudhon, Michelet, Renan, etc., cuando los frailes de todos los pueblos se agitan como unos furiosos en sus recintos de superstición, y con energúmenas contorsiones, fulminan a todos los vientos sus imprecaciones sacrosantas, sus anatemas, excomuniones, maldiciones celestes, sobre esos hombres benéficos que destruyen con la ciencia todos los desatinos de la Iglesia", escribía al calor de la polémica el uruguayo Amadeo Errecart (1866) (citado en Ardao, A. 2013, 148). Por su parte los diarios católicos reimprimieron sueltos de los de allá, repitieron que era obra impía, reprodujeron documentos, pastorales, noticias de la quema de ejemplares, del destierro oficial del libro en toda Europa. En esto último mentían, siendo a esa altura ya imposible en la Europa occidental una prohibición por motivos religiosos, pero en nuestra Bolivia por lo menos se intentó y se vetaron dos libros de Renan, no la Vida, si bien parece que sin efecto, porque uno de ellos siguió figurando en el catálogo de una librería5. En Chile hay noticia de una pastoral del arzobispo de Santiago y del obispo de Concepción sobre la prohibición de la Vida6, aunque supongo que se trataría sólo de una admonición para los fieles. Nos dice José Manuel Groot, del que enseguida hablaremos, que le costó trabajo conseguir un ejemplar de la Vida en Bogotá.

Vanos intentos; en Montevideo ofreció Vaillant su biblioteca a quien quisiera leer éste y otros libros de Renan, después publicó una traducción, obra de "tres jóvenes orientales", que posiblemente sea la primera en castellano (Ardao, A. 1955, 20-21). En Buenos Aires hubo otra de Francisco Bilbao, radical chileno, que le agregaba notas y una introducción de su cosecha (Renan, E. 1863). Una tercera de A. Núñez se imprimió en Valparaíso. La más difundida parece haber sido la del español Federico de la Vega (1834-1888), quien posteriormente se trasladó a México, donde murió (Pérez Gutiérrez, F. 1988, 121n). Fue la que apareció en Bogotá  en 1865). En Brasil, se difundió la traducción portuguesa de 1864. Además del formato en volumen, se ofreció el de entregas: así la montevideana, que se pudo vender en dos patacones, y la porteña de Bilbao, aunque tal sistema hizo que ejemplares de dichas ediciones no perduraran. También retomaron la obra algunos periódicos liberales, como unos artículos de La Opinión en Bogotá, y llegaban las ediciones en francés: en Montevideo el primer embarque (en medio de una guerra civil) se agotó en un día y muchos quedaron sin su ejemplar, "más vale así, porque de no vendríamos a quedar todos excomulgados", decía con sorna un periódico moderadamente renaniano (Ardao, A. 1955, 27). Después de la Vida circularon los sucesivos volúmenes de Renan sobre los orígenes del cristianismo: Los apóstoles, San Pablo, Marco Aurelio. Las editoriales populares españolas como Sempere y Maucci comenzaron a publicar a Renan y a venderlo en América, y a su lado hubo ediciones en castellano hechas en Francia.

2. Las refutaciones

Ante el alud, que en la Cuba aún española no se pudo detener, el arzobispado se limitó a publicar el Discurso sinodal del obispo de Poitiers sobre la Vida, para conocimiento de los sacerdotes pero aclarando que no se daría lectura pública del mismo porque "nuestras poblaciones son por lo general extrañas a los errores que en él se exponen y condenan. Por otra parte, para todo hombre dotado de razón y buena fe, el libro de Renan ha sido superabundantemente refutado por infinitos escritos que han quedado sin réplica"7. A un pataleo se tuvo que limitar el doctor Joaquín Requena, ilustre jurisconsulto uruguayo, que se conformaba con los documentos de la prensa católica y pidió inútilmente la prohibición del libro que decía no haber leído (Ardao, A. 1955, 30-31). Los más vieron la necesidad de combatirlo con la pluma: "Puesto que se hacen valer las doctrinas de E. Quinet, de Bilbao, de Renan, etc., nosotros procuraremos rebatirlas y pulverizarlas con los escritos luminosos de hombres de otra talla, de otros antecedentes y de otra reputación más bien sentada y más bien merecida entre la parte verdaderamente culta del mundo ilustrado", proclamaba un diario católico uruguayo (Ardao, A. 2013, 159).

Ya en Europa, era lo que decía el arzobispo cubano, habían aparecido con ese intento"un tonnerre de refutations" (St. Beuve) y "los buenos y los malos discípulos del Nazareno tomaron a punto de honra esgrimir la pluma contra Renan" (González Prada, M. 1976, 121). Entre los más citados figuran Auguste Nicolas, Auguste Gratry y Charles-Émile Freppel; en España fueron Miguel Sánchez López o Juan Juseu y Castanera. Aparecieron biografías de Jesús sobre un plano tradicional, que implícita o explícitamente se dirigían contra la novedad renaniana (Joseph Épihane Darras, Henri Alexandre Wallon). Un historiador de la Iglesia nota la flojedad de estos intentos, prueba de la debilidad del pensamiento católico en Francia durante el Segundo Imperio (Aubert, R. 1978, 870). El estudioso Francisco Pérez Gutiérrez ha seguido el recorrido de la prensa periódica eclesiástica en España sobre el tema, de tenebrosa cerrazón (Pérez Gutiérrez, F. 1988), y podemos suponer que millares de sermones le harían eco desde el púlpito, el club o la mesa familiar.

Asentado en Suiza escribió el citado Disdier, al parecer sin ecos ni acá ni allá. De este lado del Atlántico hubo apoyo entre los liberales y librepensadores pero también prudencia. En Buenos Aires, el mismo Domingo Faustino Sarmiento, que tendré ocasión de mencionar como favorable a Renan y que entonces como inspector de escuelas dejaba a los docentes elegir sus propios textos, para las clases de religión obligaba a usar la Vida de Jesús de Henri Alexandre Wallon ("Hallan 41 cartas inéditas escritas por Sarmiento"), una de las biografías tradicionales escritas como repuesta a Renan; supongo que con ello buscaba evitar conflictos, de los que ya había muchos en la Buenos Aires de entonces. En México, se vio que la prensa liberal opuesta a la invasión francesa había condenado la expulsión de Renan de su cátedra por obra de Napoleón III, un acto de oscurantismo clerical, sin embargo, durante muchos años estos liberales y librepensadores combatieron sí la Iglesia, "pero se cuidaron mucho de no ser asociados a Renan, que resultaba demasiado heterodoxo, demasiado extremista, demasiado explosivo" (Ortiz Monasterio, J. 2009, 408).

Por su parte los diarios católicos reproducían notas de la prensa europea, verosímilmente a través de lo que copiaban diarios madrileños: así hicieron en México La Sociedad, de la capital, y La Religión y la Sociedad, de Guadalajara (Ortiz Monasterio, J. 2009). En Brasil circularon refutaciones en portugués. El católico liberal José Manuel Estrada acusaba a Renan de falsa ciencia, de no saber hebreo; como él tampoco sabía, en vez de lanzarse a discutir personalmente sus ideas mandó traducir y publicar la refutación hecha por Freppel (Buenos Aires, 1863) (Freppel, Ch-É. 1863;  cf. Estrada, J. M. 1864). Se agregaron intentos caseros: Lucio V. Mansilla menciona a uno de ellos en sus memorias (Mansilla, L. V. 2006, 101). En Venezuela, ante el anuncio, el arzobispado se preocupó por aquel "dulce veneno que ha venido de Francia" y el versátil estudioso Juan Vicente González, de amplia obra, escribió una serie de artículos contra "ese hombre desgraciado", "orgulloso heresiarca", del que enumeraba las obras y esbozaba la biografía, arremetiendo "la refutación del libro impío que acaba de escandalizar al mundo". Esta frase entre comillas era sin embargo la que terminaba la serie de artículos. Poco después González moría (González, J. V. 1865; cf. Raynero, L. 2002).

Continuaron en la empresa otros personajes, de los que conozco tres eclesiásticos. Declamatorio se explayaba el venezolano Amenodoro Urdaneta, desde las páginas de dos diarios católicos y en un libro posterior (1866), con una argumentación de tipo teológico y filosófico, donde desplegaba nombres de autores que habían atentado contra la fe, de los cuales Renan es el último, el heresiarca del siglo xix: "Preciso es hacerle justicia de su vasta erudición, aunque falsa y superficial a veces, y contestada por profesores de nota, sobre todo en Alemania, donde un congreso de sabios ha declarado el libro ‘indigno de pertenecer a la ciencia’". Señalaba contradicciones en su discurso y algunos hechos que considera expuestos equivocadamente. Me parece bastante moderado (Urdaneta, A. 1866).

En Lima, la tarea fue acometida por Pedro Gual y Pujadas (1813-1890), franciscano barcelonés que había llegado a Perú en 1845, a los 32 años, y considerado muy activo y capaz -existe bibliografía acerca de su obra. Fueron dos los libros contra Renan que publicó en Lima, en 1866 y 1867, y reelaboró para una edición barcelonesa en 1869-1870. Da por sentado que su contenido ha sido ampliamente refutado, por lo que entiende su labor como la de sencillamente "perseguir su sombra y memoria en la América, y pulverizar hasta la semilla de los principios de la escuela incrédulo-racionalista de Tubinga y Heidelberg, que de contrabando se ha pretendido introducir en nuestro suelo", porque hasta ahora ha hallado sólo algunos libros sobre el tema en Perú y Chile. Por ello procede con plétora de citas, latinajos y argumentaciones contra Renan y su "tecnicismo oriental ininteligible para los lectores de raza latina" (Gual y Pujadas, P. 1866).

En la provincia argentina de Salta salió un folleto contra Los apóstoles, escrito por el presbítero Juan Francisco Castro: nada nuevo, dice el santo varón, que se preguntaba si era una historia de los orígenes del cristianismo o "una novela de libre imaginación sobre hechos históricos" (en lo cual coincidía con el estado actual de la cuestión). "Dejemos a esos pretendidos filósofos e historiadores con sus hipótesis, delirios y aberraciones", aconsejaba, para finalizar: "Quiera Dios que doctrinas tan siniestras no encuentren eco en mi país y que esas máximas disolventes no marchiten la vida moral de esta sociedad que marcha feliz a su destino a la sombra fecunda de la Cruz" (Castro, J. F. 1867).

El contraataque más macizo parece sin embargo haberlo emprendido el cruzado José Manuel Groot. También el más conocido: el arzobispo bogotano aseguró que en Europa no se había escrito ninguno mejor. Hubo plan de traducirlo al francés y si no se lo hizo; por lo menos recibió su autor el respaldo del papa Pío IX en una carta satisfecha de ver en derrota "nefaria Renan i commentas". Derivaba de unos artículos en El Catolicismo y otros diarios, los cuales, con la ayuda del arzobispado, publicó en forma de libro, en París, en 1869. Consideraba haber escrito libro un poco desordenado, pero en esto se excusaba diciendo seguir el desorden de la Vida. Aunque la intención que expresa era la de poner en manos de la grey devota un libro corto, se extiende por más de 300 páginas (Pujadas había llegado a las 630). Por otras obras es más conocido José Manuel Groot, sobre todo una investigación historiográfica pionera sobre la época colonial en Nueva Granada, en la cual manifiesta los sentimientos más conservadores. Ni decir hace falta que con mayor contundencia aparecen éstos en la refutación. Su fuerte parece haber sido la invectiva, de la cual recojo al voleo adjetivos, sustantivos y juicios: "impudente", "trapacero y malvado", "Anticristo", consulta textos "de filósofos impíos, de rabinos y de protestantes", sospechoso de que "ha escrito su libro para hacer su estrago en el vulgo", "imbécil", "no tiene sentido común", "resucitador de viejas herejías", "desfachatez", "chicana", "mentira, mentira infame", "aberraciones", "incoherencia", "moral peligrosa", "embustes, tergiversaciones y sofisterías", "imaginación, malicia y mala fe", "más de aparato y malas intenciones que de fondo", se basa en fuentes judías, por lo que "en mucha parte es obra de un judío", por lo que sería como una vida de Garibaldi escrita por un jesuita, y ni siquiera "porque  "ninguno de éstos escribiría mentiras como los talmudistas" (Groot, J. M. 1869).

Seguramente la búsqueda arrojará más resultados de la prensa católica. La tónica que he visto oscila entre el berrinche y el sereno sermón que pretende una autoridad científica mayor a la de Renan, desde "el tribunal de la razón" o de la "ciencia", que expone una "sana crítica histórica", da por supuesto que las fantasías de Renan habían sido ampliamente refutadas y alude a "impugnadores", "sabios", "ciencia", "congresos". Sospecho que comparando con cuidado las producciones criollas se encontraría que simplemente recogían lo que los círculos católicos europeos habían argumentado contra Renan y tomarían tal cual las citas de textos orientalistas (el diccionario de D’Herbelot, estudios de Anquetil-Duperron, Anécdota Syriaca de M. Laud, "manuscritos hebreos", revistas) que ni por asomo estarían en nuestras bibliotecas.

Apenas hay alguna concesión al estilo literario de Renan. Si algunos mostraban comprensión, partían de posiciones católicas liberales como José Manuel Estrada, Juan Vicente González o Amenodoro, quien elogiaba la "revolución cristiana", pero para Groot esta palabra era anatema, se escandalizaba en ver que se atribuían a Jesús ideas contra la propiedad y se lo calumniaba como "reformador socialista que estableció el comunismo contra el principio de la propiedad que sostiene la Iglesia", "¿no se ve aquí la obra de los demonios?". Por su parte Pujadas agradecía irónicamente "al Sr. Ernesto" por haber revelado que "en su escuela demócrata y pobre significa comunista, contrario a la propiedad".

Se echa de ver entonces que el primer desembarco de Renan en nuestras tierras fue poco prometedor. Cuidado y no fueran a quemar sus libros, y él con ellos, si se le hubiera ocurrido alguna vez viajar hasta aquí. Acertaron sus impugnadores (aunque no creo que por sereno análisis) en señalar el Jesucristo de Renan como fantasioso y novelesco, y la crítica posterior estuvo de acuerdo en ello, al equipararlo con ciertos autores clericales. Sin embargo, una respuesta realmente convincente para el nuevo público no apareció; en la misma Europa, donde la ciencia eclesiástica era más amplia, la Iglesia tardaría muchos años en asimilar e incorporar la exégesis bíblica moderna. Nuestros lectores quedaron divididos en bandos que despotricaban entre sí.

3. La aceptación

Siguió siendo anatema por mucho tiempo Renan para importantes sectores de la Iglesia católica. Entró en el Índice de libros prohibidos, en su natal Bretaña amenazaban a los niños malportados con su nombre, se le lanzaban las peores acusaciones y éstas cruzaron el océano: "El mismo grito de airado escándalo repercute en las vírgenes tierras de América y las cofradías y pastores espirituales aseguran a las almas crédulas -con la convicción con que, en tiempos de la conquista, se adiestraban a los míseros indígenas, fulminando cualquier resistencia con la maldición eterna -que es el mayor enemigo de Dios" (Pérez Petit, V. 1944, 85). "Todavía a mí de niño me tocó oírle decir a los curas salesianos que Renan era el Diablo", recordaba José Asunción Silva en 1892 (Carta a Rafael Uribe Uribe, Bogotá, 3-01-92, en Silva, J. A. 1996, 677-678). Y evocaba Sarmiento el miedo que en la ciudad de Córdoba se manifestaba por "algún alacrán que se ha introducido de Buenos Aires, tales como Darwin, Renan" (Sarmiento, D. F. 2001c, 155). En otra ciudad provinciana, la neogranadina Medellín, y décadas después, se lo incluía entre los pecaminosos ejemplos de la modernidad: "¡Jesús! ¡Una niña que, en vez de coser y arreglar la casa, agarraba el libro prohibido y el papelón inmoral...! [...] ¿Niñas cristianas leyendo a Schopenhauer y a Renán, a Darwin y a Zarathustra? ¿Hijas de María con Valle-Inclán y con Trigo sobre sus mesas de noche? ¿A qué abismo iríamos a dar?"8. Concurrente a una vieja librería de Bogotá, cierto individuo a quien se preguntó si conocía una biografía de San Francisco escrita por Renan contestó acremente: "¿Cómo puede suponer usted que yo me haya ensuciado el alma leyendo una página de ese hombre?" (García Ortiz, L. 1932). No sólo eran sus ideas sobre religión, podía también aludirse al "maestro Renan, bisabuelo espiritual de muchos de nuestros decaídos y a quien, especialmente en los últimos años señoreó la manía sistemática de exhibirse saboreando las dulzuras de la existencia y paladeando las mieles de este valle de risas y contento" (Suárez, M. F. 1912, 1391).

Extremistas, que de todos modos fueron bajando el tono. En Inglaterra fue Renan invitado a dar conferencias a una institución religiosa, en Francia los católicos ilustrados lo fueron de a poco aceptando, para disgusto de las autoridades eclesiales: "Nombre de chrétiens frivoles à qui les grâces du style, le charme des peintures, la molle séduction d’une pensée flottante, firent illusion sur le caractère du livre", tronaba un monseñor9. Otros en la cúpula sin embargo fueron paulatinamente asimilando algunas de sus exégesis, se vieron sacerdotes que asistían a las clases de Renan y pasajes de éste eran incorporados en las antologías de escuelas religiosas.

También aquí, igual que en Europa, los sectores conservadores fueron cediendo. En la prensa mexicana se ha notado a partir de 1880 menos apasionamiento y por primera vez se habló de él extensamente, por obra de Vicente Riva Palacio (1832-1896) (Ortiz Monasterio, J. 2009). El mismo Sarmiento, que hablaba del temor cordobés a los alacranes, advertía: "¿debemos aborrecerlo? Trabajo inútil, porque toda la generación presente lo ama" (Sarmiento, D. F. 2001e, 256). Por doquier las elites, que estaban instalándose cómodamente en el nuevo pacto colonial con las potencias y que se europeizaban a ritmo acelerado, gustaron crecientemente de Renan, que dentro de todo expresaba la mayor admiración por Jesucristo como un incomparable ser humano. Después llegaron otras mucho menos aceptables. Tuvo que empuñar nuevamente la pluma Juan Manuel Groot (1874) cuando Louis Jacolliot aseguraba, y un colombiano retomaba, que los Evangelios no eran sino adaptación de los Vedas: "a nosotros, que no nos asustamos con Renán, que logró llamar tanto la atención con su boato de ciencia orientalista, no nos puede asustar Jacolliot"10. Más tarde fue muy traducida (y citada por Rodó) la obra del suizo Emilio Bossi Gesù Cristo non è mai esistito (1900)11. También se podía leer en Jesus e os Evangelhos (1887), traducción portuguesa de Jules Soury hecha por Clóvis Beviláqua y Martins Júnior, una interpretación materialista en que aparecía ya no el Jesús soñador de Renan sino un judío frenético y violento a consecuencia de un mal terrible que había reducido su masa encefálica, todo ello científicamente probado (Martins, W. 1996, vol. 4, 238).

Estaba pasando a convertirse Renan en el autor más citado, glosado, imitado y hasta visitado en su casa y su cátedra por los latinoamericanos, pero esta parte de su carrera demanda capítulo aparte: sigamos en lo que estábamos, viendo cómo los círculos católicos asimilaron su exégesis de Jesucristo, posiblemente porque estuviera en consonancia con ciertas modalidades del pensamiento criollo decimonónico y con el catolicismo barroco de nuestros países12. Entre los latinoamericanos que peregrinaban a Tierra Santa hubo varios que escribieron relatos de tal viaje, siendo entonces una de las guías indispensables precisamente Renan, y, cuando no lo copiaban lisa y llanamente, adaptaban, a sabiendas o no, su estilo, calificativos y juicios en las descripciones de Jerusalén, Galilea, muchachas en la fuente, Magdalena acicalándose o beduinos en caravana. Ahí están los relatos del mexicano Luis Malanco por esas tierras.

Volvemos a mencionar, creo que en pocos temas se lo pueda evitar, a Domingo Faustino Sarmiento. Éste había entre traducido y compuesto en 1844 una Vida de Jesús para uso escolar durante su exilio chileno. La veo enteramente tradicional, faltando incluso las anotaciones eruditas de otro tipo de obras piadosas: habla del ángel, de la tentación de Satanás, de milagros, de la transfiguración y la resurrección13. Recientemente fue publicada por una editorial católica. Ya dije que Sarmiento tácitamente prohibió el libro de Renan en las escuelas, imponiendo la ortodoxa biografía de Wallon. A pesar de todo ello, pretendió que había coincidido con Renan (y hay panegiristas suyos que siguen insistiendo en que "anticipó" al vate bretón), aunque concedía que "ni Renan plagió a Sarmiento ni éste a Renan". También mencionaba que ambos habían tenido un antecesor en Julián Segundo de Agüero, en cuyos escritos de la vejez "sin los profundos estudios de M. Renan, llegó a las mismas conclusiones" (Sarmiento, D. F. 2001d, 181). Fue precisamente Sarmiento el que alentó a Luis María Gonnet a que tradujera los Recuerdos de infancia  y juventud de Renan, y él los comentó en la prensa, ofreciendo ahí interesantes notas, muy a su estilo, sobre la recepción americana de sus libros (Sarmiento, D. F. 2001e; cf. González Arrili, B. 1984, 212).

Ahí es donde decía Sarmiento que era inútil odiarlo y en otra parte lo llamaba "el último padre de la Iglesia católica" (Sarmiento, D. F. 2001b, 230-231). Por ese entonces un autor penetrante y devoto escribía:

Renan, Peyrat y todos los que se han levantado en nuestro tiempo a negarle su parte divina a Jesucristo no le habrían hecho buena obra a la especie humana aun cuando hubieran demostrado sus proposiciones. En todo caso, una gran alegoría levantada en el Oriente y crecida hasta llenar el mundo; alegoría sublime que simboliza la sabiduría, la virtud y felicidad, respeto y veneración infundiera, y no deseo de arruinarla, por flujo de erudición y soberbia [...]. Si es error mío, no me lo arranquéis: ese error me consuela, me salva (Montalvo, J. 1977, 164).

Así se apartaba Juan Montalvo de la polémica hasta entonces acostumbrada y volcaba su inimitable estilo y su inteligencia hacia otros rumbos de interpretación. Fue la línea que siguieron más tarde los comentaristas católicos, como vemos en dos mexicanos conservadores en el siglo xx, que ya carecen de todo filo: son graves y comprensivos (Caso, A. 1943; Chávez, E. 1940). El presidente colombiano Miguel Antonio Caro, al frente de un régimen reaccionario y clerical, decretó una conmemoración al saber la muerte de Renan, aunque le costara la crítica de los sectores más intransigentes, supongo que entre ellos aquel concurrente a la librería que no quería ni por asomo leer la biografía de San Francisco. El peruano Víctor Andrés Belaunde quedó muy impresionado por la lectura de la Vida pero ésta no le hizo perder la fe, como en otros casos, sino que reforzó sus creencias religiosas, y pensaba que "Renan tenía en el fondo la convicción de la divinidad de Cristo" (Benavides Torres, E. 1987, 408).

Sobre esta transformación influyeron los cambios que habían experimentado el pensamiento católico y la erudición en general. El primero fue aceptando la crítica bíblica que al principio había rechazado, aunque inicialmente fue por obra de personalidades aisladas, y todavía hubo lugar al escándalo protagonizado por Alfred Loisy al inaugurarse el siglo xx. En cuanto a la erudición, sus avances fueron dejando a la Vida como una obra de fantasía al mismo nivel que las producidas por círculos eclesiásticos.

Hubo algunos autores latinoamericanos que algo conocían de la producción europea y repetían sus aserciones. Ya el peruano González Prada, que había asistido al curso de Renan, manifestaba sus reservas desde un ángulo librepensador14. Unas conferencias de Clemente Ricci juzgaban a Renan un divulgador, "como escritor es un funámbulo desconcertante", cuyos libros habían sido superados y que "no estuvo a la altura, ni mucho menos, de un Ewald, de un Eichhorn, de un Baur, de un Reuss, de un Strauss" (Ricci, C. 1923, 7, 16, 18). El chileno Armando Donoso, conservador, asentaba que sus doctrinas "han sido muchas veces rehechas y de sus libros se recordará con preferencia la elegancia de un estilo incomparable y la magia de evocaciones"; son, y aquí citaba a Guignebert, "más una curiosidad interesante para la literatura que una fuente de afirmaciones para la ciencia". Había aceptado la existencia de Jesucristo cuando aún no había aparecido "la exégesis demoledora de Diews, Bultmann, Bacón, Loisy, Kalthoff, que va a descomponer en sus elementos iniciales la epopeya ingenua de los cuatro libros fundamentales del cristianismo" (Donoso, A. 1925, 132, 166).

Fue ahí que lo retomaron círculos católicos conservadores. El Renan que ya no asustaba como Anticristo, que había perdido su autoridad como orientalista y que pasaba lentamente de moda como prosista recuperaba un lugar debido a ciertas concepciones generales suyas sobre la sociedad y la política. Es sabido el eco que tuvieron éstas en el Ariel de Rodó (1900), con su enorme prestigio. Si dicha obra todavía rescataba la democracia como sistema político, sucedió cada vez menos con muchos de los renanianos posteriores. La utilización, para variar, ya había sido ensayada en Francia, y lo notaba Francisco García Calderón: "Cuando los teóricos del "nacionalismo integral" buscan antecedentes a su doctrina política, no sólo acuden a De Maistre, o a de Bonald, o a Taine, sino a Renán, aristócrata, partidario de la tradición y del orden cristalizado". Tras lo cual parece expresar cierta aprobación al aristocratismo e ideal de raza: "corregidos y renovados en sus formas, tales principios son del presente y quizás del porvenir [...] bello y generoso idealismo" (García Calderón, F. 1907, 66-67).

No se oponía tampoco el peruano a la democracia política, pero no sucedió lo mismo con la mayoría de quienes en nuestros países se convirtieron en seguidores de Maurras, que fue aquí una influencia profunda antes de que lo sustituyeran Mussolini o Hitler y después Francisco Franco. Un grupo maurrasiano surgió entre los allegados a García Calderón entre París y Perú, que retomaba la visión idealista de la nación de Renan, el único europeo por ellos citado, mientras que las opiniones contemporáneas de los autores norteamericanos brillaban por su ausencia (Nalewajko, M. 1985-1986). La crítica antirreligiosa había pasado a segundo lugar y de Renan recordaba Ventura García Calderón, hermano de Francisco, aquello que "Dios apoya siempre al pueblo que tiene mejor artillería",15 mientras escribía en una carta: "Jesucristo sigue pareciéndome como a Renan [...]. Yo consiento en arrodillarme ante el sublime Perdonador siempre y cuando no me quiten el revólver del cinto"16. Otro representante del grupo lamentaba que no habíamos sabido sacar "enseñanzas favorables a la autoridad y la represión social [...] pues Augusto Comte y Le Bon, Renan y Taine serán irreligiosos y agnósticos, pero su filosofía política, fruto al cabo de tan nutridos y eximios intelectuales, es la antítesis más completa y la más cruel sátira de la oclocracia y la callejera demagogia" (Riva Agüero, J. 1963, 296-297).

No todas las variaciones del arielismo tuvieron esta carga pero sí las de muchos sectores criollos que sirvieron a los regímenes más represivos y antipopulares. La crítica a Rodó y a los suyos, que recogió José Luis Sánchez y continuaron los ensalzadores de Calibán en contra de Ariel, en una comentada línea que inició Aníbal Ponce (1935) y que es más conocida por los escritos de Roberto Fernández Retamar, comprendía también una crítica a su inspirador Renan, que de Anticristo había pasado a profeta del conservadurismo17.

Notas

1 Profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, CIALC. <haroldo@unam.mx>

2 Adoptado por la escritura criolla, Ernest Renan era con frecuencia citado como Ernesto Renán; conservo esta grafía cuando la fidelidad a la fuente lo requiera.

3 Sobre el personaje, véase Fernández de Castro, J. A. 1938, y sobre esta obra, Disdier, H. 1863.

4 El Siglo xix (México), 14-V-1862, 3 y 18-I-1863, 1-2. Una guía para el tema lo constituye Ortiz Monasterio, J. 2009.

5 Argueta Villamar, A. 2006, 194. La prohibición, de 1869, se refería a Las cuestiones contemporáneas y a San Pablo.

6 Anales de la Universidad de Chile, 1864, 286.

7 La Verdad Católica (La Habana), tomo 12 (1863-1864), 160-175.

8 Tomás Carrasquilla en su novela Grandeza (1910), citado en Gómez García, J. G. 2005, 364.

9 Era monseñor D’Hulst en 1892, citado en Mourret, F. 1928, 488.

10 Fue en una polémica en torno al fantasioso La Bible dans l’Inde, Vie de Iezeus Christna (1869), de Jacolliot, véase la cita en Cuervo, A. y R.1990, 18-21.

11 En un escrito mío anterior cometí un error diciendo que Bossi era italiano; me acabo de enterar que no, era un suizo anticlerical muy retomado por las imprentas radicales, socialistas y anarquistas, de ahí su fama en el Plata.

12 Se refiere Vamireh Chacon a un catolicismo brasileño más estéticamente barroco que apostólicamente tridentino (Chacon, V. 1970, 147).

13 Sarmiento, D. F. 1877; la primera edición es de 1844 (previa, por ende, a la Vida de Renan) y se nos dice que deriva de una serie de historias sacadas de la Biblia compuesta por el alemán Schmid, de cuya traducción al francés abrevó Sarmiento.

14 Para las fuentes y puntos de vista de González Prada, véase Delhom, J. 2006.

15 No recordaron los castizos versos: "Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos". Modalidad del grupo que criticaba Víctor Andrés Belaunde al rememorar que uno de ellos citaba a Nietzsche para expresar lo que hacía más sencillamente el popular refrán "lo que no mata engorda".

16 Véanse las citas en Rivera Calderón, V. S. 2012.

17 Sobre esta crítica véase, Sánchez 1968; Jáuregui.

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