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Cuaderno urbano

versión On-line ISSN 1853-3655

Cuad. urbano vol.26 no.26 Resistencia jun. 2019

http://dx.doi.org/10.30972/crn.26263792 

ARTICULOS ARBITRADOS

Zonas, fronteras y sociabilidades diferenciadas en un barrio turístico de Buenos Aires

Differentiated zones, borders and sociabilities in a tourist neighborhood of Buenos Aires

Zonas diferenciadas, fronteiras e sociabilidades em um bairro turístico de Buenos Aires

 

Fabaron, Ana Clara

Doctora en Antropología Social (IDAES-UNSAM), docente e investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM), integrante del equipo “Antropología, Ciudad y Naturaleza” (IIGG, FCS, Universidad de Buenos Aires). anafabaron@gmail.com

DOI: http://dx.doi.org/10.30972/crn.26263792


Resumen

El objetivo de este artículo es reconstruir las principales demarcaciones que definen zonas y fronteras y sus relaciones con formas de segregación socio-espacial en La Boca, un barrio de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, donde confluyen procesos de reconversión urbana y déficit habitacional en el marco de un fuerte crecimiento turístico. Interesa considerar, por un lado, los contrastes materiales y simbólicos entre las áreas en las cuales se concentran las acciones de reconversión urbana y aquellas que se encuentran por fuera de los circuitos legitimados. Paralelamente, focalizando en las prácticas espacio-temporales de habitantes y usuarios, el propósito es complejizar distinciones nítidas, procurando detectar mapas, temporalidades, usos y recorridos, formas de sociabilidad diferenciados. El análisis se sustenta en una investigación etnográfica junto al uso de fuentes secundarias.

Palabras clave: Zonas; fronteras; sociabilidades; segregación.

 

Abstract

This article aims to reconstruct the main demarcations that define zones and borders and theirs relations with socio-spatial segregation forms in “La Boca”, a neighborhood in the southern area of Buenos Aires city, where urban reconversion processes and housing deficit come together in a frame of a strong tourist growth. It´s interesting to concern, on one hand, the material and symbolic contrasts between areas where concentrates urban restructuring actions and areas that are outside from the legitimated circuits. Concurrently, making focus in the space-temporal inhabitants and users’ practices, the purpose is to make sharp distinctions more complex, to obtain maps and detect temporalities, uses, itineraries and sociability shapes differentiated. The analysis is based on an ethnographic research and secondary sources.

Key words: Zones, borders, sociability, segregation

 

Resumo

O objetivo deste artigo é reconstruir as principais demarcações que definem zonas e fronteiras com formas de segregação socioespacial em “La Boca”, um bairro da zona sul da cidade de Buenos Aires, onde convergem processos de reconversão urbana e déficits habitacionais no marco de um forte crescimento turístico. Interessa considerar, por um lado, os contrastes materiais e simbólicos entre as áreas nas quais se concentram as ações de reconversão urbana e aquelas que se encontram por fora dos circuitos legitimados. Em paralelo, focalizando em as práticas espaço-temporais de habitantes e usuários, o propósito é fazer complexas as distinções nítidas, procurando detectar mapas, temporalidades, usos e itinerários, formas de sociabilidade diferenciados.

Palavras chaves: Zonas; sociabilidade; segregação.

Recibido: 10 de mayo de 2019

Aceptado: 26 de junio de 2019

 

INTRODUCCIÓN 1

En distintas ciudades contemporáneas, el turismo y los procesos de reconversión urbana involucran transformaciones socio-espaciales orientadas a segmentar y disciplinar los usos del espacio público urbano, condicionando la cotidianidad de sus habitantes. En La Boca, un barrio de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires, confluyen procesos de reconversión urbana y déficit habitacional en el marco de un fuerte crecimiento turístico. La mayoría de las personas con las que interactué allí dieron relevancia a las “zonas” del interior de este espacio social y a los límites o fronteras entre ellas. Estas distinciones fueron vinculadas con varias cuestiones: relaciones nosotros-otros, disputas por la apropiación del espacio, política, turismo, seguridad, delito, rogadicción. Dichas zonas y fronteras no tienen una institucionalización jurídica, como las que distinguen los barrios, pero tienen efectos en los modos de percibir, imaginar y habitar. En estas demarcaciones, además, habitantes de distintos sectores sociales señalaron reiteradamente distinciones socio-espaciales entre “barrio” y “turismo”, ya sea focalizando en las diferencias entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”, o bien entre los que “son del barrio” y los que “no son del barrio”. Es por ello que parto de entender que hay una experiencia de habitar La Boca que se expresa en términos territoriales (que refieren a zonas y fronteras) que resultan conflictivos.

Desde este supuesto, y desde una preocupación por un acceso desigual a la ciudad, el objetivo de este artículo es reconstruir las principales emarcaciones que definen zonas del barrio y límites entre ellas —que realizan habitantes, usuarios cotidianos y otros actores que tienen intereses allí— y sus relaciones con formas de segregación socio-espacial 2. Interesa considerar dos aspectos vinculados entre sí. Por un lado, los contrastes materiales y simbólicos entre las áreas en las cuales se concentran las acciones de reconversión urbana
orientadas al consumo y aquellas que se encuentran por fuera de los circuitos legitimados. Paralelamente, focalizando en las prácticas espacio-temporales (De Certeau, 2000) 3, el propósito es complejizar distinciones nítidas, como aquellas que aluden a una “ciudad de la belleza” y “territorios de bajo perfil” (Améndola, 2000).

Incorporando una dimensión temporal, procuré detectar mapas, temporalidades, usos y recorridos de circulación, formas de sociabilidad diferenciados. En esta dirección, tomé en cuenta los “códigos barriales” 4 implícitos y ampliamente compartidos, que se ponen en juego en una serie de prescripciones y proscripciones respecto de los usos y significados de los espacios y de la circulación por las distintas zonas, en diálogo y conflicto con códigos urbanos más amplios.

Para llevar adelante el propósito, parto de una investigación etnográfica realizada en La Boca entre 2008 y 2012. Mi aproximación procuró poner en relación modos diferenciados de imaginar y habitar, focalizando el análisis en espacios de interacción social claves. El estudio se orientó principalmente a habitantes de distintos sectores sociales involucrados con los usos y sentidos del barrio, pero también a usuarios cotidianos y a quienes no son residentes pero tienen intereses allí (el Estado a través de diversos funcionarios, planificadores urbanos, productores de imágenes, empresarios turísticos e inmobiliarios, referentes de ONG, entre otros). El trabajo de campo se complementó con la consulta de numerosas fuentes: historias del barrio; producciones literarias, visuales y musicales; políticas urbanas; material periodístico de medios nacionales y locales; mapas y folletos de promoción
turística.

El análisis procura dar cuenta de distinciones espacio-temporales y sociales que tienen efectos. En el mismo movimiento, interesa mostrar que estos límites no son fijos ni estables, sino que son simultáneamente disputados, reforzados y debilitados por múltiples “agentes fronterizos” (Grimson, 2011). Estos procesos de fronterización pueden involucrar o no límites materiales, pero siempre constituyen límites simbólicos.

 

La Boca en el marco del crecimiento del turismo en Buenos Aires

En la ciudad de Buenos Aires, desde la década de 1990, la zona sur es donde se han impulsado más activamente tanto desde el Estado como desde el sector privado procesos de reconversión urbana, que coexisten con procesos de desinversión y abandono (Herzer et ál., 2008). En efecto, esta área continúa teniendo los indicadores socioeconómicos más desfavorables de la ciudad, con déficit de vivienda, salud, educación y deterioro ambiental (INDEC, 2010). Sin embargo, a diferencia de los otros barrios del sur, La Boca fue construido por diversos actores como un barrio diferenciado, y es en el presente uno de los destinos turísticos más importantes de la ciudad.

La desembocadura del Riachuelo hacia el Río de la Plata dio origen al nombre (inicialmente“La Boca del Riachuelo”). Sus inicios, a mediados del siglo XIX, estuvieron fuertemente ligados al puerto, a sus actividades comerciales e industriales, a la población que fue asentándose en ambas orillas. Habitantes de La Boca involucrados con las principales instituciones locales fueron produciendo una tradición de simbolizaciones del barrio, en las primeras décadas del siglo XX y hasta la inauguración de Caminito —un pasaje enmarcado por conventillos multicolores promovido por el artista barrial Benito Quinquela Martín— en 1959 (véase Silvestri, 2003).

Denomino tradición de simbolizaciones del barrio a una serie de constantes en las operaciones de simbolización barrial, en las cuales la dimensión visual resulta central y que tiene una historicidad. Dicha tradición se conforma con una serie de motivos o elementos simbólicos recurrentes que ya constituyen un conjunto clásico: el Riachuelo, lo portuario, el puente transbordador, el conventillo multicolor, la combinación de colores azul y amarillo elegida inicialmente para el Club Boca Juniors, los pintores y artistas, las murgas y el carnaval, el tango. Este repertorio se nutre también a partir de la consagración de algunos héroes barriales cuyos nombres fueron adquiriendo visibilidad pública en diferentes producciones: murales, letras de canciones, formas de nominación de calles y otras. Un corpus restringido de operaciones simbólicas puede sintetizarse esquemáticamente en dos grupos, que denominé respectivamente trama multicolor y trama azul y oro. 5

Esta tradición adquiere materialidad en los paisajes urbanos, aun cuando sus usos iniciales se han ido resignificando, junto a otras transformaciones socio-espaciales. Durante el trabajo de campo, un grupo reducido de habitantes y no residentes que tenían intereses en el barrio —habitantes de sectores medios integrantes de instituciones tradicionales, comerciantes, artistas barriales, funcionarios estatales, representantes de ONG, emprendedores culturales— podían involucrarse e incidir de modo más directo en torno a los sentidos del barrio y el control de un orden simbólico y visual público 6 vinculado con esta tradición, disputando, tensionando diferentes relatos en torno a una “historia” de La Boca. 7 A su vez, un orden más legitimado era disputado y coexistía con otros “órdenes urbanos” (Duhau y Giglia, 2008).

Lo cierto es que los signos barriales eran puestos en juego en diversas escenificaciones con sentidos distintos e incluso contrapuestos, por actores que tenían posiciones desiguales dentro de la trama de relaciones de poder en La Boca. Simultáneamente, las prácticas que se nutrían de un repertorio de signos locales convivían en distintas superficies urbanas con la introducción de nuevas estéticas visuales. Dada su creciente importancia vinculada con el turismo, La Boca se fue convirtiendo en un lugar clave de producción y escenificación de “etnicidades comercializables” (Dávila, 2004) y de imágenes exportables donde se entremezclan signos visuales identitarios (de escala barrial, metropolitana y nacional), a los que se suman también signos visuales que circulan y son reapropiados de modos diversos en un contexto global (Marcus y Myers, 1995).

La Boca congrega en la actualidad a personas de diversas pertenencias culturales y sociales, que confluyen y tienen intereses superpuestos sobre los mismos espacios. El barrio tiene un perfil vinculado con la inmigración, aunque su composición sociocultural en el presente es muy distinta de la de sus comienzos (véase Redondo y Zunino Singh , 2008: 97-117). A grandes rasgos, podríamos indicar que la conformación social de la población está integrada mayormente por sectores populares y en una proporción más reducida por sectores medios. No residen allí sectores medios-altos, que eligen mayormente la zona norte de la ciudad, barrios privados del conurbano bonaerense o, más recientemente, el vecino barrio de Puerto Madero.

Cabe destacar que el crecimiento del turismo y los procesos de reconversión urbana implicaron un aumento de los actores involucrados en torno a los usos y sentidos del barrio desde la década de 1990. Además, tomando en cuenta un enfoque relacional de la desigualdad y la exclusión (Elias y Scotson, 2000), es posible señalar que en La Boca la “sociodinámica de la estigmatización” se complejiza con actores que no viven allí: agentes estatales, empresarios (turísticos, gastronómicos e inmobiliarios), emprendedores culturales, funcionarios de ONG, comerciantes, feriantes, vendedores ambulantes, turistas. Es en ese marco en el cual podemos entender la afirmación de un habitante involucrado con los sentidos en torno a La Boca: “Porque el que es del barrio no invirtió en Caminito y porque el que invirtió en Caminito no es del barrio” (entrevista con Raúl, 58 años, 2010).

El número de visitantes, en sus comienzos en proporciones muy reducidas, comenzó a aumentar en la década de 1980, junto a la reactivación de Caminito y de otros signos tradicionales. Paralelamente, la construcción de La Boca como “área problema” 8 en la agenda política junto a percepciones de “degradación” constituyen ejes a partir de los cuales agentes estatales y privados, así como habitantes nucleados en asociaciones barriales, han estado involucrados en políticas de reconversión urbana desde la década de 1980 y más fuertemente desde mediados de 1990. Siguiendo las conceptualizaciones locales, estas acciones apuntan a la “recuperación”, “resurgimiento”, “preservación”, “rehabilitación”, “puesta en valor” o “renovación” 9 del barrio en su conjunto, de áreas turísticas o consideradas como deterioradas y de bienes patrimoniales urbanos, con el objetivo de reparar la crisis urbana, fomentar el turismo y atraer inversiones privadas.

La principal obra pública de infraestructura fue la realización de la defensa costera, inaugurada en 1998, que tuvo el objetivo de controlar las recurrentes inundaciones que provocaban las crecidas del Riachuelo (Rodríguez, Bañuelos, Mera, 2008: 73). Con la finalización de las inundaciones se inició también un ciclo de alza del valor del suelo y de los inmuebles construidos. Se abrieron, además, nuevas posibilidades para emprendimientos orientados a un “turismo cultural” mayoritariamente diurno. El circuito inicial dedicado a esa actividad —restringido a Caminito y la ribera hasta el puente transbordador— se fue ampliando, incorporando nuevos recorridos y atractivos. Conjuntamente, muchos conventillos fueron desalojados, vendidos y luego reconvertidos en locales comerciales, o bien remodelados como viviendas unifamiliares. Caminito continúa siendo hoy uno de los destinos turísticos más visitados de la ciudad. Sumado a ello, una multiplicidad de políticas y proyectos orientados principalmente al área turística introdujeron importantes transformaciones socio-espaciales, que afectaron tanto los paisajes como las prácticas urbanas y la cotidianidad de quienes habitan el barrio (Fabaron, 2016). Paralelamente, una persistencia del déficit habitacional incide principalmente en los sectores de menores ingresos, pese a la cantidad de políticas y programas sociales orientados a revertirla (Herzer y Di Virgilio, 2012).

En este contexto, es posible señalar una ambivalencia por parte de los habitantes respecto del turismo y las acciones que apuntan a una reconversión de La Boca. Por un lado, habitantes principalmente de sectores medios veían en la actividad turística una posibilidad laboral y de mejoras para el barrio. Por otro, había en parte de ellos una mirada negativa, o en el mejor de los casos escéptica, sobre las características del turismo dominante: su concentración económica en pocas manos (mayormente no residentes), la mezcla de signos locales y globales orientada al consumo o los cambios que provocaba en las rutinas barriales la presencia masiva de turistas. Por su parte, habitantes de menores ingresos no sentían contemplados sus intereses en las políticas de reconversión urbana; había entre ellos una tendencia a percibir con malestar cambios en las dinámicas barriales que modificaban su cotidianidad y que condicionaban su posibilidad de permanencia en el barrio.

 

La Boca y sus “zonas”

Aun cuando desde afuera La Boca pueda ser percibido como “un lugar”, para quienes residen allí y para quienes lo usan cotidianamente hay varias “zonas” internas, así como límites entre ellas. Como uno de los puntos de partida para explorar estas zonas y sus límites, abordo la relación entre las formas espaciales y las prácticas sociales como relaciones dinámicas e interdependientes. En esta dirección, si Bourdieu (2002) nos llama la atención sobre los “efectos de lugar”, De Certeau (2000) permite pensar las relaciones entre el espacio definido y pensado (la ciudad) y el practicado y transformado (la práctica urbana), poniendo el acento en la cotidianidad y en las prácticas espacio-temporales.

En la delimitación de fronteras, los “relatos de espacio”, en tanto “operaciones sobre los lugares”, tienen un papel decisivo (De Certeau, 2000: 134 y ss.). También es importante considerar las prácticas significantes, como los nombres propios (De Certeau, 2000: 119). Las principales formas de denominación con que mis distintos interlocutores nombraron estas “zonas”, así como las que surgen de diferentes documentos, permiten trazar una primera distinción.

Una percepción recurrente, tanto entre los boquenses como entre otros habitantes de Buenos Aires, es que a la Boca se “llega” o se “entra” 10. Así como por otros barrios de la ciudad se pasa de uno a otro, a veces sin advertirlo, la localización geográfica de La Boca hace que, si el barrio no es el destino, este quede fácilmente por fuera de los principales flujos de recorrido, o se pase por allí solo por unas pocas cuadras hacia o desde el puente Avellaneda.

Hay varias formas posibles de acceso. Cada una de ellas conecta el barrio con una zona de la ciudad o del conurbano bonaerense que moviliza usos y relaciones sociales distintos, a la vez que está conformada por espacios materiales y simbólicos muy diferentes entre sí. Desde Barracas, es posible acceder por varias calles que cortan transversalmente a la avenida Regimiento de Patricios, límite jurisdiccional entre ambos barrios. Es hacia esa dirección donde La Boca se encuentra más integrada con el resto de la ciudad, tanto a la “grilla urbana” (Gorelik, 1998) como a través de relaciones de vecindad y coparticipación de sus habitantes en actividades culturales y sociales. Desde el sur del conurbano bonaerense y la isla Maciel, se puede ingresar travesando el Riachuelo de tres formas posibles: por el puente Avellaneda, en forma vehicular, o en forma peatonal a través de su cruce reinaugurado en 2010, o bien en bote, utilizando el servicio que proveen los boteros. Quienes vienen desde San Telmo o el centro de la ciudad de Buenos Aires pueden llegar por la avenida Patricios, la calle Irala, la calle Azopardo y por la avenida Almirante Brown. Esta última vía de acceso es una de las primeras y más usadas, así como la que ha sido construida socialmente como la “entrada a La Boca”.

A poco de andar, el estadio de Boca Juniors aparece a la vista en su estructura de cemento pintada de azul y amarillo. Paralelamente, junto a otros espacios del barrio donde la trama azul y oro se combina en variadas formas de marcación visual, se va conformando un paisaje urbano particular. El uso de estos colores provee “pistas de contextualización” (Bauman y Briggs, 2000: 15) para quienes conozcan la convención, que indican que se está en territorio boquense.

La avenida Almirante Brown es una especie de columna vertebral de importante tránsito vehicular, que atraviesa el barrio desde el parque Lezama hasta la avenida Pedro de Mendoza, sobre la ribera del Riachuelo. Brown conecta y divide zonas que los habitantes del barrio distinguen entre sí: “Catalinas Sur”, “Casa Amarilla”, “el Bajo”, “el Centro” (o “el Alto”). También, más generalmente y como muchos dicen, “de Brown para un lado” y “de Brown para el otro”.

Al llegar a la ribera en la avenida Pedro de Mendoza, la imponente silueta de hierro del Antiguo Puente Transbordador —construido a inicios del siglo XX y símbolo central de La Boca— marca el inicio del área turística, que se extiende hacia la derecha. En el paseo ribereño (y en la calle Olavarría en el centro) es donde se encuentran los principales bienes patrimoniales y marcas visuales que materializan en el espacio público urbano la “historia” barrial, así como las sedes de varias instituciones tradicionales. Siguiendo por la ribera hasta la “Vuelta de Rocha” comienza “Caminito”. Como forma de nominación, “Caminito” refiere a la calle curva de una cuadra, pero en mis conversaciones con distintos habitantes el término fue también usado como signo metonímico de una zona turística más amplia y de las prácticas que operadores turísticos, comerciantes, puesteros, funcionarios estatales y policías realizaban o promovían allí. Cruzando la calle Garibaldi y la vía se llega al “Barrio Chino”, con importantes contrastes, tanto en los paisajes como en los sectores sociales que congrega. En esta área es posible encontrar en una misma cuadra viviendas muy deterioradas, cuyos habitantes no acceden en su mayoría al mercado de trabajos formales, al lado de fábricas y empresas radicadas allí debido al bajo valor inmobiliario respecto de otras zonas de la ciudad, que emplean personal altamente especializado proveniente de otros barrios.

Por cierto, salvo en unos pocos sectores más homogéneos, la distribución poblacional en el territorio es variada, tanto desde las actividades laborales y los ingresos económicos como desde los orígenes nacionales. También lo es, si lo que tomamos en consideración son las condiciones respecto de la propiedad de sus viviendas: propietarios, inquilinos y ocupantes 11 se alternan en una misma cuadra en gran parte del barrio, en distintas tipologías habitacionales.

De todos modos, cada una de estas zonas tiene particularidades propias. Habitantes y usuarios cotidianos perciben, imaginan y usan los espacios de modos diferenciados, construyendo itinerarios cotidianos que los llevan por algunas calles y lugares y no por otros. Por ejemplo, habitantes de Catalinas Sur señalaban frecuentemente una distinción con el resto del barrio, al mismo tiempo que suscribían su pertenencia a él. A su vez, para muchos habitantes de otras zonas de La Boca, Catalinas Sur no formaba parte de sus recorridos cotidianos.

Por otra parte, en los almacenes y comercios de las distintas zonas, las charlas e intercambios verbales entre comerciantes y asiduos clientes daban cuenta de conocimiento y familiaridad. Estas prácticas refuerzan lazos y contribuyen a construir la idea de un territorio más conocido, y de algún modo más propio, circunscripto en cada caso a los recorridos y a las temporalidades cotidianos. Conversando con los vendedores y propietarios de algunos pequeños comercios, apareció con frecuencia una distinción nosotros/ellos, respecto de los comerciantes del área turística: “ellos trabajan con los turistas, nosotros trabajamos con el barrio”. Esta distinción entre “barrio” y “turismo” es activada en múltiples circunstancias por habitantes y otros actores que ocupan posiciones diferenciadas, y no responde solo a demarcaciones espacio-temporales, sino también a códigos diferenciados que involucran moralidades y prácticas posibles, deseables e imposibles.

Las principales avenidas son accesos desde y hacia otros lugares, tanto para muchos habitantes y usuarios cotidianos como para visitantes. Además, un tramo de la calle Olavarría, en el centro, congrega habitantes de todas las zonas en sus locales comerciales de rubros variados.

En un espacio socialmente heterogéneo como La Boca, estas calles permiten un mayor contacto e interacción entre diversidades y desigualdades sociales que otras áreas del barrio.

Durante el día, en la ribera turística y en la calle contigua a las vías detrás de Caminito, los turistas y sus prácticas (fotografiándose unos a otros, caminando en grupo junto a un guía, deteniéndose a contemplar los paisajes o a comprar objetos en las ferias) se entremezclan con los habitantes del barrio que circulan por allí en sus recorridos cotidianos (para ir a trabajar, a la escuela, al comedor, a comprar al almacén, al hospital). Allí, los códigos del turismo, orientados a promover una urbanidad de un consumidor que pasea (Monnet, 2001), se entremezclan con los códigos barriales, vinculados con el habitar.

 

Mapas y temporalidades del turismo y de la “inseguridad”

A las principales distinciones de zonas del barrio podemos superponer un segundo criterio de segmentación espacial y temporal. Exploraremos los modos de representar el territorio en los mapas y temporalidades del turismo y de la “inseguridad” 12, así como las prácticas y dispositivos que, una vez en el territorio, apuntan a confirmar esos mapas y temporalidades.

Los mapas turísticos son producidos y reproducidos por el Estado, empresas vinculadas con el turismo, ONG, medios masivos de comunicación nacionales y barriales. Estos mapas son reforzados por los discursos que apuntan a delimitar otro mapa: el de la “inseguridad”. El tema de la inseguridad ocupa un lugar relevante en las estrategias de planeamiento urbano, involucra cambios en el paisaje, y se encuentra asociado a un mercado de seguridad cada vez más sofisticado (Kessler, 2009). Distintos agentes —medios masivos, partidos políticos, la policía, ONG, empresas vinculadas con la seguridad— han multiplicado los intentos de “imponer el ‘mapa que antecede el territorio’” (Reguillo, 2006: 66). Así, los mapas del turismo seguro se superponen con los mapas de la inseguridad, y ambos se refuerzan mutuamente.

Los imaginarios urbanos sobre La Boca desde fuera del barrio (que suelen asociarlo con el peligro y el delito), los mapas del turismo seguro y de la inseguridad, así como las recomendaciones para circular que fui recibiendo de mis primeros interlocutores incidieron en mi propia experiencia al comenzar a frecuentar el barrio como investigadora. El registro de mi vulnerabilidad aumentaba al circular por algunas cuadras o al caer la tarde.

Encuentro útil retomar aquí un esquema analítico que propone Rossana Reguillo (2006) a partir de la idea de mapas diferenciales, que permite focalizar en los miedos sociales y su incidencia en la configuración de fronteras espacio-temporales. El esquema, basado en las conceptualizaciones de Foucault, distingue entre tres tipos de espacio: un “espacio tópico”, que refiere al territorio propio y reconocido, lugar “seguro” y al mismo tiempo amenazado; un “espacio heterotópico”, que refiere al territorio de los “otros” y que representa una geografía atemorizante y un “espacio utópico”, que alude a un territorio que apela a un orden que se asume no solo como deseable, sino que funciona como dispositivo orientador en la comprensión del espacio tópico en sus relaciones con el espacio heterotópico.

Por su parte, Proença Leite (2007) buscó reconstituir el modo en que se espacializan usos y se construyen fronteras en el turístico barrio de Recife, en el nordeste de Brasil, prestando especial atención a las temporalidades. El autor señala que en Recife, aun cuando durante el día es posible notar la desigualdad que separa el perímetro “revitalizado” de las demás áreas, es la noche, con la presencia de los turistas, el tiempo que fragmenta los espacios del barrio y demarca diferentes usos de sus lugares (Proença Leite 2007: 246). En La Boca, en cambio, es durante el día cuando es posible percibir con mayor nitidez las desigualdades que separan el área turística de las demás zonas. Es a la luz del sol cuando se refuerzan las fronteras entre usos y sociabilidades diferenciadas y desiguales.

 

Progresivas expansiones del área turística

Siguiendo el criterio predominante en los actuales mapas urbanos, los mapas turísticos de La Boca indican un “recorrido” o “itinerario”, destacado en línea de color, con “puntos de interés” y un “tiempo” estimado para realizarlo. El circuito turístico marcado en todos los mapas entre 2000 y 2012, y el más frecuentado por los turistas, proponía llegar hasta la ribera ingresando al barrio por la avenida Almirante Brown. Desde allí, los principales “puntos de interés” destacados en todos los recorridos eran Caminito y el estadio de Boca Juniors, seguidos por el Antiguo Puente Transbordador y el Museo Benito Quinquela Martín. El tiempo estimado por los productores de estos mapas para realizar este recorrido a pie promediaba las tres horas (incluyendo el ingreso a museos, galerías y comercios), aunque muchos turistas realizaban un paseo más corto, ya que, de acuerdo con la opinión de varias guías y operadores turísticos, “una hora es suficiente para dar un vistazo a todos los puntos de interés” 13.

La principal oferta turística funciona durante todo el año de lunes a lunes, desde las 10 de la mañana hasta las 18 horas, aproximadamente. Pasado este horario, la mayoría de los locales cierra hasta el día siguiente. El consumo de sectores medios y altos de la ciudad hoy tiene otros circuitos nocturnos preferenciales, como los teatros de la calle Corrientes o los restoranes de Puerto Madero y Palermo. Solo en una proporción mucho menor hay quienes eligen algunos restoranes o espectáculos que se ofrecen en La Boca.

Sin embargo, con el crecimiento de la actividad turística, en La Boca comenzaron a aparecer nuevos mapas e iniciativas públicas y privadas que apuntan a expandir las fronteras espaciales y temporales del turismo, así como a reforzar el circuito ya instalado. Esta tendencia viene sucediendo también en otros barrios de la ciudad, como San Telmo y Palermo. Entre los emprendimientos del Estado local, cabe destacar la inauguración de la Usina del Arte en 2011 y el proyecto del Distrito de las Artes (aprobado en 2012), que forman parte de una estrategia más amplia de impulsar inversiones en la ciudad; entre los emprendimientos privados, podemos mencionar la reinauguración de la Fundación Proa en 2008.

Asimismo, nuevos recorridos como el del bus turístico, inaugurado en 2009, avanzaron por calles que antes no formaban parte del mapa del turismo. En estos nuevos recorridos los ómnibus construyen a su paso espacios liminares (Zukin , 1996), donde los códigos y prácticas del turismo se superponen a los códigos y prácticas barriales (y a su vez los disputan), lo que provoca incertidumbre y desconfianzas mutuas, tanto entre los “vecinos” como entre los “turistas”. Entre los “vecinos”, que veían pasar por angostas calles y por las puertas de sus casas los ómnibus amarillos de dos pisos, varios señalaban que se sentían “invadidos”, en espacios que consideraban “lugares del barrio”. Unos pocos propietarios de pequeños comercios, en cambio, veían allí una nueva posibilidad de generar ingresos y pintaban las fachadas con mezclas de colores vibrantes o en variantes de la trama azul y oro. Por su parte, los “turistas” que llegaban en búsqueda del “barrio pintoresco”, de acuerdo con códigos globalizados que prometen “un mundo fuera de este mundo” (Cunin, 2006), se encontraban a veces frente a una “realidad” no esperada. A su vez, los empresarios y comerciantes vinculados con el turismo percibían frecuentemente a los habitantes como un “problema” para la comercialización del barrio.

Paralelamente, en el marco del crecimiento del turismo, algunas organizaciones sociales y ONG buscaban impulsar iniciativas turísticas que generaran puestos de trabajo y beneficios para la población residente, promoviendo recorridos y una oferta de actividades alternativa a las propuestas del turismo hegemónico.

Por otra parte, en las cartografías del turismo seguro y de la inseguridad, algunas áreas fueron conceptualizadas como “zonas peligrosas” o “zonas rojas”14. Desde estas percepciones, compartidas por una parte de los vecinos de sectores medios o de mayor tiempo de permanencia, esas zonas representaban los espacios heterotópicos.

 

Figura 1. Progresivas expansiones del área turística. Izquierda arriba: circuito turístico más instalado. Derecha arriba: Circuito propuesto en la Guía Oficial de Turismo de la Ciudad de Buenos Aires 2009. Izquierda abajo: recorrido del Bus Turístico, 2009. Derecha abajo: circuito recomendado por autoridades de la Comisaría 24 a operadores turísticos, 2010. Elaboración propia sobre la base de las fuentes citadas y el Mapa Interactivo de Buenos Aires V 1.6

 

Fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”

Una vez llegados al territorio, una serie de prácticas y dispositivos que apuntan a confirmar los mapas del turismo seguro y de la inseguridad se desplegaban demarcando asimetrías entre habitantes y turistas, contribuyendo a delinear fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”. El uso de la convención multicolor en las fachadas de los edificios emblemáticos de la ribera y de los conventillos convertidos en locales comerciales de Caminito y Magallanes constituía un límite visual (véase Lacarrieu, 2007). A solo una cuadra de Caminito, cruzando las vías del ferrocarril, el paisaje cambiaba.

En muchas fachadas los colores perdían saturación, brillo e intensidad cromática, como si se hubieran apagado las luces de un set de filmación indicando que el show terminó. Sin embargo, es importante notar que esta frontera cromática ha ido perdiendo nitidez. Recurriendo al signo multicolor (en su versión saturada y con brillo) como metáfora de Caminito, nuevos locales se fueron instalado en las primeras cuadras más allá de las vías, sobre las calles cercanas al pasaje. Las vías, entonces, en el tramo que abarca desde Caminito hasta la cancha de Boca, se volvieron un espacio-tiempo liminar donde se disputan las fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”. En el período de la investigación, las paredes que dan a las vías de ambos lados, las vías mismas, fueron el soporte material de intensas prácticas de imagen 15, en distintas iniciativas que se superponían.

Por otra parte, los usos de las tramas multicolores y azul-oro de imbolizaciones del barrio se entremezclaban con prácticas de imagen que también recurrían a estas combinaciones específicas en distintas zonas de La Boca, pero que daban cuenta de motivaciones y pertenencias distintas de aquellas vinculadas con el turismo o con fijar la memoria barrial hegemónica. Entiendo entonces que el uso diferenciado del color en los paisajes barriales, aunque tiene efectos, no segrega por sí mismo. Importa analizar cuáles son las prácticas
urbanas que refuerzan y contribuyen a producir esa frontera, por un lado, y cuáles son las prácticas que disputan, desafían, permiten atenuar o resignificar ese límite, por otro. En esa dirección, es posible sugerir que el uso del color se articula con una frontera de lo popular. La búsqueda de autenticidad en el área turística opera a partir de una idea de cultura popular, que queda fijada a los signos diacríticos de una “historia” barrial (o nacional) y tiende a excluir otros signos menos legitimados. Así, por ejemplo, a diferencia de los difuntos populares que han alcanzado una fama y difusión internacional representados en Caminito (Evita, el Che y Gardel), difuntos milagrosos como el Gauchito Gil y Gilda, “que solo resuenan en una memoria popular local” (Carozzi, 2006), tenían sus altares y espacios de devoción más allá del circuito turístico.

Además, en distintas calles interiores, monumentos y murales en memoria recuerdan a jóvenes fallecidos en incendios o asesinatos, realizados por familiares y vecinos, que también pueden apropiarse de una tradición local de simbolizaciones visuales.

Conjuntamente, podemos sugerir que “muralistas” y “grafiteros” alternan sus producciones en todo el barrio. Aun así, lo que surge de la etnografía es que la apropiación de espacios extensos en las áreas turísticas por parte de habitantes que ocupan posiciones subalternas ha tendido a restringirse crecientemente hacia un sobresimbolismo de lo barrial y la invisibilización del conflicto.

Otro indicador que refuerza las fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo” es el cambio en el “ambiente sonoro” (Carvalho y Vedana, 2009). El sonido alcanzaba altos volúmenes, proveniente de los locales de la calle Magallanes y en Caminito. “Caminito que el tiempo ha borrado...”, el tango que dio nombre al pasaje se repetía una y otra vez, junto a otras canciones reconocidas del género y del folklore. Bailarines vestidos con trajes típicos bailaban al ritmo del dos por cuatro, pero también de una chacarera, una zamba o un gato.

Alejarse de Caminito implicaba también cruzar una frontera sonora e ingresar en calles donde otras sonoridades se superponían y donde incluso el silencio era posible.

En las principales avenidas, con intenso tránsito vehicular que incluía grandes camiones, el fuerte ruido de motores y bocinas es el que predominaba. En las calles interiores, la música que desde algunas viviendas se proyectaba hacia afuera abarcaba géneros variados, tales como cumbia, tango, música popular paraguaya y rock. En algunas cuadras, sonidos industriales de sierras, martillos, carga y descarga de camiones provenían de aserraderos, herrerías y talleres mecánicos, entremezclándose con otros sonidos domésticos.

Volviendo al área priorizada para el turismo en las planificaciones urbanas, a las formas de fronterización señaladas se suma un tratamiento diferenciado de los servicios urbanos de seguridad, limpieza e iluminación. La constante presencia policial en la ribera y en esquinas y puntos estratégicos, especialmente durante el día, contribuía a delimitar un área para “consumidores bajo vigilancia” (Monnet, 2001: 143).

Es en los pasajes peatonales Caminito y Magallanes donde las fronteras simbólicas se marcaban con mayor nitidez para los habitantes del barrio, dentro del horario turístico. Más allá de poder circular por allí, las asimetrías en cuanto a las posibilidades de “participación” eran notables. Las oportunidades de obtener ganancias estaban reducidas a unos pocos. Quienes no conseguían instalarse con un puesto en Caminito tenían más posibilidades en las ferias contiguas. Por otra parte, los jóvenes —varones y mujeres que vivían a pocas cuadras de allí— que se acercaban buscando obtener algún ingreso podían repartir volantes a los turistas a la vez que se ocupaban de mantenerlos dentro de un área reducida y de que ellos “no pasen al barrio”. Los encargados de los locales se ocupaban de reunir y organizar a “los pibes para volantear”. Sumándose a ellos, los guías turísticos y el personal de los museos y de los comercios advertían a los turistas sobre el “peligro” de salirse del recorrido señalado en los mapas.

Todos estos dispositivos y prácticas que apuntan a reforzar las fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo” tienen un carácter performativo, inciden en la transformación de los espacios en una determinada dirección. A través de ellos se busca objetivar ciertos territorios y usos, construir un espacio tópico o “zona de riesgo cero” para los turistas y para un sector de ciudadanos. Paralelamente, en esta operación, los territorios y usos que quedan por fuera del espacio tópico se constituyen en el espacio heterotópico o “zona de alto riesgo” para estos mismos actores. La demarcación de esos circuitos va construyendo en las áreas y temporalidades del turismo una noción de ciudadanía en la cual los usos de la calle se restringen y se reorientan prioritariamente hacia actividades de consumo, paseo y entretenimiento.

Las calles interiores, en cambio, resultan espacios por los que se puede pasar, circular, caminar, y donde también es posible estar: instalarse con sillas en la vereda, cocinar, comer y jugar al fútbol, especialmente en los “espacios de proximidad” (Duhau y Giglia, 2008) en los alrededores de la vivienda. Cada una de estas prácticas, sin embargo, tiene reglas o códigos barriales implícitos, como la zona (y sentidos de pertenencia a ella), la temporalidad o las apariencias y comportamientos de los actores. Pero, aun con todos los procesos de fronterización descriptos, acuerdo con Proença Leite (2007: 251) en que las transformaciones en los paisajes de un sector del barrio, orientadas al turismo y a un consumo visual, no necesariamente impiden la existencia de sociabilidades públicas diversas. Así, vimos que la ribera turística era utilizada intensamente durante el día también por los habitantes del barrio, aunque principalmente como parte de sus itinerarios cotidianos y no como un lugar para estar.

Por otra parte, más allá de las demarcaciones espacio-temporales entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”, el resto del territorio de La Boca permitía una variación mayor de los mapas subjetivos vinculados con el aumento de la inseguridad y de los miedos urbanos, de acuerdo con el posicionamiento social de los actores y las configuraciones culturales de
las que formaban parte.

 

Otras temporalidades, otros usos posibles de los espacios

La noche era un tiempo en que las fronteras entre “barrio” y “turismo” se atenuaban, y cuando otras experiencias de algunos lugares —y por lo tanto otros “sentidos de lugar” (Escobar, 2001)— eran posibles. Aunque con mucho menos movimiento que durante el día, había algunos almacenes y kioscos abiertos, además de personas que circulaban en las calles hasta tarde. Caminito, entonces, era usado por las noches por quienes “son del barrio”. Nuevas prácticas se instalaban en esta cuadra que permanecía iluminada, donde casi nadie residía. Los usos del pasaje por las noches subvertían los fines previstos por los planificadores urbanos. Quienes habitaban en las cercanías del pasaje simplemente cruzaban por allí para ir de un lugar a otro, en un itinerario que difería del realizado durante el día, cuando muchos preferían hacer un recorrido más largo para evitar circular entre los turistas. Grupos de jóvenes utilizaban el pasaje como lugar de encuentro y se instalaban allí hasta altas horas. También era por las noches cuando algunos jóvenes desafiaban el mapa del turismo seguro: firmas y grafitis con aerosol que resignificaban monumentos y esculturas.

Estas prácticas de imagen ponen en evidencia que es posible también marcar el territorio de los “otros”, aquel cuyos sentidos de lugar buscan fijar planificadores urbanos y otros agentes estatales y privados. Para estos agentes así como para una parte de los boquenses, estas marcas y grafitis eran interpretados como “desorden”, “degradación”, una marca visible de la presencia de un “otro”, que no asimila el orden simbólico y visual público legitimado. Además, aun cuando los habitantes más “establecidos” (Elias y Scotson, 2000) tuvieran una mirada negativa o escéptica sobre las características de La Boca turística, Caminito se ha ido configurando con un sentido de lugar predominante —en tanto materialización de una memoria barrial— que algunos de ellos podían unir además a una memoria personal, vinculada con los afectos.

Más allá de las noches, hay “tiempos extraordinarios” (Tambiah, 1985) que transforman los paisajes del barrio y conforman “territorialidades efímeras” (Arantes, 2000: 122) que tienen sus propias lógicas. Una temporalidad específica ocurre en los días de partido de fútbol en el estadio de Boca, desde varias horas antes del encuentro y hasta unas horas después. En esas ocasiones, el flujo de vehículos en dirección a la cancha es enorme. La cantidad de agentes policiales se multiplica en todas las avenidas y en las calles que rodean la cancha. El azul y amarillo cubre los paisajes barriales en banderas, camisetas, carteles y autos embanderados. Tales prácticas, con sus fórmulas y procedimientos repetidos en tiempo y lugarestablecidos, constituyen “la inscripción performática del espacio por un grupo humano” (Segato, 2007: 75). En estos casos, lo que puede resultar provocador y hasta peligroso es ser hincha del equipo contrario y querer exhibirlo en el cuerpo en una camiseta circulando por calles cercanas a la cancha.

Hay, además, demarcaciones espacio-temporales en eventos de alcance barrial. Por ejemplo, para el festejo del “Día del Niño”, los encargados de algunos comedores sociales suelen utilizar la calle contigua para realizar juegos y servir la merienda, e instalan escenografías decorativas como globos y carteles, lo que modifica el paisaje, aunque solo mientras dura la celebración.

 

Palabras finales

He procurado reconstruir las principales demarcaciones que definen zonas y fronteras, y sus relaciones con formas de segregación socio-espacial, en un barrio cuyos espacios son disputados simultáneamente por intereses vinculados con el mercado global del turismo e inmobiliario y por sus habitantes. La investigación realizada permite concluir que las prácticas y representaciones que dan cuenta de la existencia de varias zonas y límites en La Boca, así como de una tendencia a reforzar las fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo”, coexisten con territorialidades, formas de sociabilidad y usos diferenciados de los espacios barriales. Tales usos, sin embargo, están sujetos a distintos condicionamientos que recaen con mayor intensidad en la población más precarizada.

Es importante entonces subrayar algunas cuestiones. Primero, que los discursos y prácticas que apuntan a producir fronteras entre “lugares del barrio” y “lugares del turismo” para reconvertir los espacios para el consumo tienen un carácter performativo, e inciden en la transformación de estos en una determinada dirección. Segundo, que hay una incompatibilidad entre las prácticas consideradas deseables en los espacios orientados a un consumo turístico y las prácticas urbanas de los sectores de menores recursos económicos, como los usos de los espacios urbanos para “estar”. Tercero, que la demarcación de esos circuitos va determinando prioridades en las inversiones estatales y privadas que tienden a privilegiar un cierto tipo de actores: empresarios y consumidores, así como desinversiones en otras zonas, lo que refuerza fronteras entre distintos tipos de ciudadanía.

 

NOTAS

1. El artículo se basa en la tesis doctoral de la autora, que contó con financiamiento de una beca doctoral UNSAM. Asimismo, la investigación se desarrolló en el marco del Programa
“Procesos de legitimación de la desigualdad social en la Argentina actual” (IDAES / UNSAM) y del proyecto UBACYT 20020130200097.

2. La segregación socioespacial “no se reduce a un fenómeno de desigual distribución espacial de bienes y servicios. En la base de tal proceso hay límites sociales, imaginarios y clasificaciones sociales” (Carman, Vieira y Segura, 2013: 18).

3. De Certeau (2000) denomina “prácticas de espacio” a las experiencias múltiples de los actores en los espacios que habitan. Desde este enfoque refiero a ellas como prácticas
espacio-temporales, para no perder de vista la dimensión temporal, que este autor toma en cuenta.

4. Conjunto de reglas tácitas, no escritas, que regulan las interacciones sociales entrequienes habitan el barrio (véase Míguez y Semán, 2006: 27).

5. Desarrollé más ampliamente la idea de “tradición de simbolizaciones del barrio” en Fabaron, 2013.

6. Retomo aquí la noción de “orden simbólico público” utilizada por Scott (1985). Mi traducción, como todas las traducciones de textos en idioma extranjero en este trabajo.

7. El relato local hegemónico tendió a sobreestimar algunos colectivos de inmigrantes, como los genoveses, e invisibilizar a otros.

8. A través de un decreto municipal, en 1985 se declaró a La Boca como “áreaproblema” (Programa Recup-Boca, 1987).

9. Estas nociones, utilizadas localmente en las políticas orientadas a una reconversión urbana, refieren, de un modo general, a operaciones de transformación de lo existente para destinarlo a nuevos usos públicos. Si bien los sentidos de estas expresiones se superponen, hay matices en cada una que conviene tomar en cuenta (aunque no es posible hacerlo
este texto).

10. Formas de conceptualizar el espacio, frecuentes en barrios que por su localización se encuentran por fuera de recorridos “de paso” hacia otros lugares. Véase, por ejemplo, Proença
Leite, 2007: 216; Segura, 2009: 46-48).

11. La ocupación de inmuebles vacantes de propiedad privada constituye una modalidad de autoproducción del hábitat popular en la ciudad.

12. Este análisis se sustenta en el relevamiento de mapas, folletos y circuitos turísticos sugeridos entre 2000 y 2012 por las áreas de Turismo y de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la comisaría barrial, diarios locales (Conexión 2000) y nacionales (Clarín y La Nación), el Bus Turístico de la Ciudad de Buenos Aires, guías turísticas (Clarín, Ñ, Mapa de
las artes, entre otras).

13. “Guía visual de Buenos Aires. Los barrios”, 2001, Clarín, Buenos Aires, pág. 99.

14. Véase por ejemplo: “Inseguridad en La Boca. Realidad y mito”, Diario Conexión 2000, abril de 2010, en: http://conexion2000.com.ar/inseguridadenlaboca.htm (última visita: abril de 2018).

15. Entiendo como “prácticas de imagen” a los procesos (sociales, culturales, afectivos y políticos) que involucran la producción, circulación y/o interpretación de imágenes materializadas en distintas superficies urbanas, así como en otros objetos. Para ampliar, véase Fabaron, 2013.

 

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