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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.57 no.1 Mendoza jun. 2022  Epub 06-Jun-2022

http://dx.doi.org/10.48162/rev.44.019 

Artículos libres de historia americana y argentina

Transformaciones en las referencias identitarias y sentimientos de pertenencia en el Río de la Plata. Patria y nación para Manuel Belgrano

Transformations in identity references and belonging feelings in the Rio de la Plata. Country and nation for Manuel Belgrano

1Universidad Nacional Tres de Febrero. Instituto de Estudios Históricos. Palomar, Argentina. sebastianraya@gmail.com

Resumen

El artículo tiene por objetivo evaluar la influencia de los sentimientos que generan las identidades políticas, a partir de la figura de Manuel Belgrano. El eje discursivo en el que se indaga la correspondencia y documentos de Belgrano se encuentra dado por el contenido referencial de los términos “patria” y “nación” que se fueron transformando desde la crisis imperial, la crisis misma en Buenos Aires y luego en plena guerra revolucionaria.

En un primer momento se analizan esas referencias indentitarias en la etapa colonial, período en el que Belgrano participó de la burocracia española como secretario del consulado y en el que formó parte de las milicias urbanas en defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas. En una segunda instancia, la etapa revolucionaria a partir de 1810, su rol en la junta, y como diplomático en Paraguay y en el Norte. Una etapa en que la construcción identitaria choca con la realidad y desencadena un conflicto de sentidos que lo obligan a redefinir su pertenencia social y cultural. Finalmente, la tercera etapa independentista, la más difundida en sus proclamas de libertad e independencia, cuando subroga a Pueyrredón en el Ejército del Norte.

Palabras clave: Belgrano; emociones; referencias identitarias

Abstract

The article aims to evaluate the influence of feelings that generate political identities, based on the figure of Manuel Belgrano. The discursive axis in which the correspondence and documents of Belgrano is investigated is given by the referential content of the terms "country" and "nation" that were transformed during the imperial crisis, during the crisis in Buenos Aires and even in full revolutionary war.

At first, we analyzed the identity references in the colonial stage, a period in which Belgrano participated in the Spanish bureaucracy as secretary of the consulate and in which he was part of the urban militias in defense of Buenos Aires against the English invasions. In a second stage, the revolutionary stage from 1810, his role in the junta and as a diplomat in Paraguay and in the North. Stage in which the identity construction collides with the reality triggering a conflict of meanings that forces him to redefine his social and cultural belonging. Finally, the third stage of independence, the most widespread in his proclamations of freedom and independence when he replaced Pueyrredón in the Army of the North.

Key words: Belgrano; emotions; identity transitions

Introducción

Durante los últimos treinta años, la idea de una nación preexistente durante la revolución de mayo ha sido cuestionada por la historiografía post dictadura militar. Estos enfoques le han disputado el sentido identitario de la nacionalidad argentina a aquella vieja concepción esencialista del Estado-nación, a partir de la deconstrucción de los mitos nacionales establecidos por la historia clásica, y sostenidos sin modificación por el revisionismo1. En un primer momento, fue cuestionada la existencia de una nación pre constituida en 1810, luego se ha profundizado en el concepto de nación separándolo de su vínculo social con la identidad cultural. Finalmente se ha desarrollado una serie de estudios, con diversas perspectivas teóricas, que visibiliza la participación popular en el proceso de ruptura con la corona española y desarticula la idea de una élite política local organizadora de la revolución como paso previo a la independencia2.

A la vez, en los años anteriores al Bicentenario, los estudios sobre la Revolución ampliaron la búsqueda de sus causas desde el mito de origen hacia la propia dinámica de la crisis del imperio español. Se enfocaron en las reformas borbónicas, en el impacto de la Revolución Francesa hasta la crisis de la monarquía y las abdicaciones de Bayona en 1808. De esta manera se trazaron continuidades en los trabajos sobre la sociabilidad colonial del Río de la Plata en el siglo XVIII y XIX, por ejemplo, que mostraban cómo las circulaciones de identidades en curso le asignaban significación, nutrían su contenido e iban mutando conforme ocurrían los eventos del período. También, avanzaron en el relevamiento de los usos y significados de conceptos claves que permitían nuevas interpretaciones sobre los imaginarios sociales y políticos en el espacio colonial3.

Los últimos avances en estos asuntos interrogan sobre cómo y bajo qué circunstancias se fueron transformando los sentimientos de pertenencia en los preanuncios de la crisis imperial, durante la crisis misma en Buenos Aires y luego durante la guerra. Estas preguntas se vinculan con la idea de “identidad en tránsito” que remite a las transformaciones en los procesos de identificación y la auto-referencialidad del espacio porteño (en este caso)4. Estas “identidades en tránsito” se inscriben en el proceso de reelaboración de los sentimientos de pertenencia que transformaron los imaginarios sociales porteños. En este proceso -que no fue lineal- se registra la convivencia de distintos sistemas simbólicos que se superponen y muestran una realidad cultural heterogénea, en donde se desarrollaron confluencias y tensiones más sutiles y profundas que tienen que ver con las emociones y los afectos que impulsan la acción de los vaivenes políticos facciosos5.

Sobre la base de lo enunciado en el párrafo anterior, este artículo evalúa la influencia de los sentimientos que generan las identidades políticas desde la figura de Manuel Belgrano. Se incorpora la idea de “identidades en tránsito” para acercarse a Manuel Belgrano con el objetivo de rastrear las transiciones indentitarias en el prócer a partir del lenguaje utilizado para referirse a la patria y a la nación. Esto no responde solamente a la centralidad del personaje en el período como un estudio de caso micro en un contexto macro. También significa la posibilidad de deconstruir la figura metonímica utilizada por Bartolomé Mitre con la que sustentó al mito de la nacionalidad preexistente, y así poder situar la atención en el dinamismo con que los términos, los conceptos, los sentimientos y las identidades se resignifican y reelaboran a partir de las distintas experiencias que transitan.

Por lo general la historiografía sobre Belgrano ha transcurrido con escasa problematización y con cuestionamientos matizados6. Las biografías suelen resaltar sus virtudes cívicas, su entrega a la patria y la capacidad de renunciar a sus privilegios. Sus aspectos negativos, sus derrotas y los procesos penales que sufrió se encuentran narrados como escenas arquetípicas del relato trágico que caracterizan un efecto explicativo en la trama heroica. La fuente más importante para estudiar su vida es su autobiografía que, respaldada por su correspondencia, suele coincidir con los relatos heroicos señalados. El abordaje de sus escritos en economía política y educación lo presenta como un adelantado en todas las materias que abordó, un pionero en las técnicas propuestas y un revolucionario no solo de acción sino en el pensamiento.

Dentro de los matices con los que se abordó su trayectoria, resulta, en efecto, novedoso e interesante el último libro de Halperin Donghi sobre el enigma Belgrano. En dicho libro vemos a Belgrano insertado en una dinámica familiar de subordinación, la cual explicaría una serie de comportamientos en su vida pública que podría deteriorar su imagen en nuestra memoria colectiva. Me refiero a la narrativa de Halperin en la que Belgrano es ingenuo con respecto a cómo funciona el mundo, a que no puede cumplir con las expectativas que su padre tiene para con él y a la sensación que tiene Belgrano de carecer las competencias necesarias para desempeñar con éxito aquellos planes que luego no pudo materializar (Halperin Donghi, 2014).

En este somero estado de la cuestión de los estudios sobre Belgrano, quisiera destacar un vacío metodológico que todavía no ha sido suficientemente profundizado. Me refiero al eje discursivo en el que se indaga su correspondencia y documentos como mirador para analizar el contenido referencial en los usos de los términos “patria” y “nación” que posibilita definir una determinada identidad cultural. Ese contenido referencial es el material con el que se puede dar cuenta de los sentimientos de pertenencia arraigados en modalidades de vínculos sociales que se fueron transformando durante la crisis imperial, durante la crisis misma en Buenos Aires e incluso en plena guerra revolucionaria. Estos tres momentos son detectables en sus documentos y correspondencia.

La compulsa de cartas, proclamas, oficios y documentos en orden cronológico y respetando los cargos y funciones desempeñados por Belgrano permiten delinear el recorrido sentimental e identitario que atravesó. Al considerar lo que señala Jaime Peire sobre el estudio de los sentimientos en los cuales:

“(…) los sentimientos serían un elemento por el cual el hombre enfrenta los cambios que se van dando en su contexto natural y sociocultural y les va otorgando una respuesta adaptativa. Esa adaptación sería una constante evaluación, una interfaz permanente entre la mente y la sensibilidad que permite tener cierto equilibrio emocional para tomar decisiones frente a esos cambios de manera inmediata. Decisiones que afectan al sujeto que los vive, que requieren a veces de respuestas instantáneas y, otras veces, generan una adaptación más estable (Peire, 2020, p.2).

Este recorrido sentimental se observa en la identificación de Belgrano como americano español mientras trabajaba para los intereses del Rey en una parte del Imperio español, y luchaba por los territorios de Carlos IV contra los ingleses, luego a favor de Fernando VII contra Napoleón, y finalmente en el político independentista que siente el ahogo del yugo español y del cual quiere librarse. En ese transcurso, Belgrano atraviesa un quiebre en su imaginario social que deshizo el sentido de pertenencia a una nación española, o por lo menos un desencanto de la idea ilustrada de la asociación de individuos libres e iguales. Los mismos españoles peninsulares que deslegitimaron su condición de español americano, llevaron a Belgrano a replantearse su propia identidad, el contenido de sus sentimientos patrióticos y el mismo fundamento por el cual la lucha tenía sentido.

La etapa hispánica de la vida de Belgrano: Bajo la burocracia virreinal

La correspondencia de Belgrano se encuentra repleta de proclamas y reflexiones sobre el patriotismo, la libertad de la patria y la salvación de la nación. Estos sentimientos se precipitan de su pluma cuando las circunstancias le imponían la lucha contra aquellos que consideraba tiranos. Belgrano animaba, convencía y estimulaba a sus interlocutores al sacrificio, a la entrega, al dejar de lado partidismos, mezquindades y honores individuales en pos de la nación, y por la patria, dos entidades espirituales que tiene la capacidad de movilizar los sentimientos más audaces7. El examen discursivo sobre el patriotismo de Belgrano denota el compromiso y ardor que sentía para lanzarse a la acción.

Sin embargo, lo que no resulta evidente en los estudios sobre Belgrano es el referente de aquel discurso patriótico con el que se identificaba, cuál era el contenido que le daba sentido a sus palabras, en fin, lo que significaba para él la patria y la nación. Sobre este asunto, los documentos de por sí no bastan para aprehender el significado que se les asignaba a dichas entidades. Resulta necesario relevar las circunstancias históricas, el entramado de relaciones e imaginarios en donde se insertan los discursos que son dichos con alguna orientación precisa. Son estos procesos los que condensan los imaginarios sociales y crean, en el camino, nuevas comunidades políticas.

En la última década del siglo XVIII el movimiento de la Ilustración que había irrumpido en Europa repercutió en América desplegándose de manera diferente pero que, sin embargo, apuntaba a lo mismo. En Europa se desenvolvió desde el secreto ante una monarquía que no admitía críticas y que se fundaba en leyes instituidas por sí misma, hasta la concreción de sociedades que llevaron el poder de la razón a la esfera pública y formaron ciudadanos con la idea de igualdad. En América, por otro lado, la difusión y evolución de dichas ideas quedaron circunscritas en los claustros universitarios o en discusiones teológicas dentro de la corporación eclesiástica. Finalmente irrumpió en la esfera pública a partir de los movimientos revolucionarios juntistas, no frente a un poder coercitivo, sino frente al vacío de poder producto de los acontecimientos napoleónicos.

Es en este ambiente intelectual en el cual Belgrano viajó a España para estudiar leyes y, de vuelta en el Río de la Plata, comenzó a trabajar en el consulado de comercio de Buenos Aires. En 1797, el Virrey de ese entonces, Don Pedro Melo de Portugal y Villena nombró a Belgrano como capitán del regimiento de milicias urbanas de infantería al servicio de su majestad para proteger sus dominios en América (Museo Mitre -en adelante MM, 1913, tomo I, pp. 23-24).

A comienzos de 1806, cuando las costas de Buenos Aires y Montevideo se veían amenazadas por una posible invasión inglesa en el marco de la guerra anglo-española iniciada unos años antes, la capital del virreinato del Río de la Plata se dispuso a defenderse. En ese contexto de amenaza, el Virrey de Sobremonte nombró a Belgrano como agregado en el batallón de milicias urbanas al servicio de su majestad para proteger, otra vez, sus dominios en América (MM, 1913, tomo I, p. 25). El 14 de marzo de 1806, antes de que la flota inglesa arribara a las costas de Quilmes, Belgrano lanzó una proclama que hacía referencia a una defensa, no solamente a la patria geográfica, sino a lo que él entendía que era una patria de derecho (Lomné, 2014, p.23). En esa proclama, Belgrano, siendo el secretario del consulado, consideró que una de las más estrechas obligaciones que un ciudadano podía tener era auxiliar a la patria. Y que por ser bienhechor con el monarca que la gobierna, la acción debía ser más ejecutiva conforme sea la necesidad. Textualmente expresaba:

Si el dar á la patria los auxilios que necesita es una de las más estrechas obligaciones de un ciudadano, es preciso que sea tanto más ejecutiva, cuanto es más apretada la necesidad, mayores los beneficios que se deben, y más grande bienhechor el monarca que la gobierna: tal es la honrosa situación en que se halla al presente todo vasallo español y de un modo especial todo español americano (MM, 1913, tomo I, p. 5).

En esta proclama podemos ver un Belgrano español y monárquico muy alejado de la imagen que solemos tener de él como americanista e indigenista. Sin duda lo fue y, entre otras cuestiones, lo recordamos por eso, sin embargo, en un momento tan temprano como 1806 no sorprende este lenguaje en tanto responde a un patriotismo americano como defensa de la nación española (Lomné, 2014, p. 26), un patriotismo cívico que se desarrollaba desde el tiempo de los Borbones y en el cual Belgrano estaba inmerso. Este compromiso cívico está ligado a la idea de identidad en tránsito como proceso en el que “toda colectividad produce un sistema simbólico que designa su identidad elaborando una representación de sí misma” (Baczko, 2005, p.42). De esta manera, como funcionario colonial del imperio español indica que los monarcas se afanaron por “arrancar del suelo de la América la gentilidad y la barbarie para sustituir en su lugar la religión, sus leyes, la ciencia y las artes” (MM, 1913, tomo I, p. 50).

Llama héroes a “los peninsulares que atropellaron los intrépidos mares para ostentar los triunfos de estos dominios para el trono y la iglesia”; y que “hicieron de América su heredad con el amor y virtud a los leales vasallos que cuentan bajo su dominación”. Califica a Carlos IV como “el rey que gobierna y manda por beneficencia y que utiliza sus luces y poder para afianzar la felicidad de los americanos”. También señala que “lleva adelante una guerra heroica contra una nación execrable por sus felonías” (Inglaterra). Belgrano se incluye en una nación cuya característica a destacar es el valor castellano, es decir lo español bajo la corona de Castilla. Finaliza su proclama indicando que “jura gustoso un constante vasallaje como deber consagrado por la religión misma” (MM, 1913, tomo I, pp. 52 y 53).

Wasserman (2009), en el artículo sobre el concepto Nación en el diccionario de Iberconceptos, señala que la nación, muchas veces escrita con mayúscula, podía designar a la totalidad de los reinos, provincias y pueblos que le debían obediencia, así como su población, con excepción de las castas y, en muchas ocasiones, de los indígenas. Para las élites criollas, de las cuales Belgrano era miembro, el mayor referente de nación era la «nación española», de la que se consideraban legítimos integrantes (p.855). Acá vemos una primera aproximación al imaginario colectivo en el que se inserta Belgrano y a lo que él considera patria y nación. Él es un español americano, vasallo del rey Carlos IV, católico y liberal. El patriotismo que se destaca en su proclama como secretario de comercio del consulado denota el patriotismo imperial y popular en el que comulgaban tanto la España peninsular como en América (Guerra, 1997, pp. 103-105), una identidad extendida y arraigada a lo largo y ancho de los diferentes virreinatos y provincias, en los grupos sociales y grupos étnicos, incluidos, también, los indígenas.

Es este el mismo patriotismo de los estados del Antiguo Régimen europeo compuestos, con frecuencia, por pueblos diferentes. Ese patriotismo que Belgrano compartía se fundaba en la noción de patria como parte de tres elementos organizadores de la monarquía española junto con el rey y la religión. Es un patriotismo centrado, en el caso americano, en los valores que aseguraron durante siglos la unidad de la Monarquía hispánica: la fidelidad de los vasallos hacia su señor, la defensa de la fe, el providencialismo religioso y la conservación de las propias leyes y costumbres (Guerra, 1997, p.105).

En esta triada no se especificaba cuál era el referente del término patria. Como apunta Di Meglio (2014) en su artículo sobre la patria en el Río de la Plata:

(…) podía implicar el espacio virreinal, a la América española o a toda la monarquía, pero era seguro una referencia amplia a la comunidad en la que se vivía. Era un principio más que un territorio, un elemento casi sagrado que generaba sentimientos profundos y al que había que consagrar los esfuerzos (p.38).

Sin embargo, podemos distinguir esas referencias en sus cartas. Por ejemplo, ya en 1790, mientras realizaba sus estudios y prácticas profesionales de abogacía en Salamanca, Belgrano mostraba su fidelidad de vasallo hispánico y católico cuando le envió una carta al Sumo Pontífice Pío VI en la que solicitaba permiso para “leer y retener libros prohibidos con el fin de aumentar su erudición” (MM, 1913, tomo I, p.17), de donde finalmente obtuvo su pensamiento liberal e ilustrado. Más aún, su famoso desprendimiento material no era una cuestión netamente revolucionaria, sino que el 13 de julio de 1807, Cornelio Saavedra como Comandante del cuerpo de Patricios, certificó que Belgrano donó, con desinterés y pureza, cuatrocientos pesos para pagar el vestuario del cuerpo y otros gastos de la expedición de auxilio desde Montevideo Belgrano donó con desinterés y pureza para la expedición de auxilio desde Montevideo pagando el vestuario del cuerpo y otros gastos en un valor de cuatrocientos pesos (MM, 1913, tomo I, p. 17).

No sólo era empleado del consulado, sino que se presentaba voluntariamente para defender los dominios del rey, de acuerdo al certificado de méritos contraídos en las invasiones inglesas; y como secretario por su majestad del Real Consulado fue nombrado sargento mayor de los tres batallones de patricios y ayudante del Coronel de los reales ejércitos (MM, 1913, tomo I, p. 31). El regimiento de Patricios surgió como un grupo de ciudadanos nacidos en la patria, marcó, así, una distancia con aquellos defensores de la ciudad frente a las invasiones inglesas, pero de origen norteño, indígenas, de distintas castas y europeos (Di Meglio, 2014, p.37). Es decir, luego de esta lista de servicios, del lenguaje relevado en la evidencia documental y en las referencias identitarias en la comunidad política de la que formaba parte, podemos afirmar que Belgrano era un vasallo comprometido con la territorialidad de su patria, que era la Buenos Aires criolla.

En ese territorio, la identificación de la nación con el conjunto de súbditos de la corona estaba muy extendida en el mundo iberoamericano de fines del siglo XVIII. Y a pesar de tener acepciones de diferente naturaleza, en todos los casos el concepto de nación cumplía con una función precisa: distinguir, delimitar o definir conjuntos sociales caracterizados por compartir determinados atributos como lugar de origen, rasgos étnicos o estar subordinados a un mismo poder político (Wasserman, 2009, p. 854). Belgrano estaba inmerso en esta noción, pero su práctica como funcionario de la corona iba más allá de la pasividad del sujeto en la aceptación del binomio protección real-obediencia política: en su caso admitía el despliegue de algún tipo de acción cívica entre los súbditos que componen la nación sin por ello cuestionar la soberanía del rey (Souto y Wasserman, 2009, p.870). Belgrano era un activo defensor del bien público y de la libertad de su nación española representada en el Estado monárquico de Carlos IV. A eso se dedicaba en el consulado, a generar las condiciones técnicas para la felicidad del país (Belgrano, 1913, pp.173-193), y si sus ideas no se concretaban era por causa de la burocracia del gobierno virreinal en Buenos Aires, la corte en la península e incluso por los propios miembros de su corporación.

Revolución de 1810: Conflicto de sentidos

La trama se complica cuando se desencadenan las discusiones, intrigas y planes que desembocaron en la Revolución de Mayo. Con este sustento documental podemos comprender mejor cuando Guerra sostiene que la revolución se hizo en lealtad a Fernando VII en ambos hemisferios, y los acontecimientos, las pujas de poder y el choque conceptual por la disputa del sentido de la nación española son los que finalmente quiebran la unidad moral del mundo hispánico (Guerra, 1992, p.147). Pero dicho proceso, la irrupción del pensamiento ilustrado en la esfera pública, sólo comenzó a movilizar los cambios en la sociedad a partir de las circunstancias posteriores a los acontecimientos de Bayona y de las revoluciones en América (p.154). La Revolución de Mayo encontró a los individuos formados en una nueva cultura política, y una sociedad abierta a la avalancha de impresos de todo tipo que encauzaron la evolución de la opinión pública (p.227).

En América, la revolución no fue un producto de la resistencia al absolutismo en pos de implantar las ideas ilustradas, sino que fue una revolución de corte conservadora en donde la base teórica del sistema absolutista quedó deshecha por los acontecimientos, no por el peso de las ideas (Guerra, 1992, pp. 123-125). Entonces la acefalía del poder real fue la que obligó a los habitantes a asumir poderes que detentaba el rey, y a debatir sobre el fundamento y el sujeto de la soberanía, sobre la representación y sobre el ciudadano, sobre la necesidad de dar una nueva constitución a la Monarquía. Es en ese momento en el que irrumpe la nación en la parte anterior del escenario como referencia central e ineludible del discurso político (Guerra, 1992, p.8).

La naturaleza revolucionaria de la situación abierta por la vacancia del trono no resulta de la voluntad de los sujetos de trastocar la historia (tantos peninsulares como americanos buscaban, en realidad, preservar el orden tradicional), sino del hecho de que aquella se había vuelto también objeto de debate y no solo mera opinión. Como señala Elías Palti (2007) “No se trató tanto de una «revolución en las ideas»; no es en el plano de las creencias subjetivas en que se puede descubrir la profunda alteración ocurrida, sino en las condiciones objetivas de su enunciación” (p.65).

Ahora bien, al volver a Belgrano y a la representación del imaginario colectivo en momentos de la revolución, vemos que no se lanzó a la revolución emancipadora como más adelante arderá su espíritu independentista, sino que se comportó de manera similar a los que tenían que votar en el Cabildo Abierto del 22 de mayo. En una lectura sobre los votos del Cabildo del 22, vemos que todos los cabildantes coinciden en que Buenos Aires, y América toda, son parte de España, y como provincia igual a Madrid, Valencia, Sevilla, etc., deben formar un gobierno provisorio hasta el retorno de Fernando VII, quien nadie discute como su legítimo rey y a quien se le debe la obediencia y lealtad.

Con el rey preso y la entronización del hermano de Napoleón, la crisis de la monarquía española se aceleró. Las ciudades peninsulares formaban juntas e iniciaban la resistencia armada, que fue sostenida desde mediados de 1808, hasta comienzos de 1810, por la Junta Central. Tras las sucesivas derrotas frente a la ocupación napoleónica, se disolvió esa Junta y se formó el Consejo de Regencia. En América las agitaciones estaban a la orden del día, y en el Virreinato del Río de la Plata las reacciones mantenían un curso menos violento. Una de las reacciones fue la aparición del Carlotismo, movimiento que proponía una regencia de la hermana de Fernando VII, instalada en ese momento en Brasil por ser la esposa del príncipe regente portugués. Belgrano adhirió a este movimiento como una posible solución dentro del sistema monárquico al que pertenecía.

El sentido de pertenencia a una nación de españoles americanos junto con los españoles europeos recorrió la discusión del 22 de mayo en la cual se buscaba reaccionar ante los sucesos poco claros que ocurrían al otro lado del océano. La falta de información precisa desde la metrópoli dificultaba la toma de decisiones con respecto a dar fin a la autoridad que el virrey ejercía en representación de la figura del rey, ahora preso. No hay duda de que debían hacerse cargo del gobierno, pero lo que genera discusión es sobre cuán cautelosos o expeditivos deben moverse para tal fin. El sentirse una provincia en igualdad de derechos que las provincias metropolitanas y disponer la formación de una junta como lo hicieron aquellas provincias peninsulares fue, lo que finalmente comenzó a romper la unidad de esa identidad española a la cual los americanos sentían pertenecer.

Con el espíritu de los cabildantes del 22 de mayo y siendo parte de la decisión de formar una Junta provisoria de Buenos Aires, Belgrano emprendió la expedición a Paraguay en septiembre de 1810. Su misión era garantizar que la decisión adoptada en Buenos Aires -formar juntas de gobierno que reemplazaran el poder real sobre la idea de retroversión de la soberanía a los pueblos- fuera obedecida por todos. En una proclama a los paraguayos afirmaba que era representante de la excelentísima Junta provisional gubernativa a nombre de su majestad Fernando VII, regidor de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Les prometía “todos los bienes que nuestras leyes otorgan por la buena voluntad del rey”, es decir que se regía por las leyes españolas. Al final de la proclama unificaba su causa con la de los paraguayos que es la de la patria. Esta quiere su felicidad (MM, 1913, tomo III, pp. 126-129). Belgrano apelaba a vincularse con el pueblo paraguayo a través de la causa de la patria en el sentido de traer orden y tranquilidad frente a las convulsiones en la península, y para que percibieran los cambios en Buenos Aires como la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida.

La Junta de Paraguay había decidido reconocer al Consejo de Regencia y no aceptar la superioridad de la Junta de Buenos Aires frente a la vacancia de poder. Por este motivo, antes de enviar a Belgrano, el gobierno juntista de Buenos Aires tomó medidas contra la economía y el comercio paraguayo poniendo en alarma a toda aquella provincia (MM, 1913, tomo III, pp.112-116). Cuando Belgrano llegó con su ejército y lanzó su proclama, la Junta de Paraguay, en comunicación constante con el Marqués de Irujo que oficiaba de embajador español en Río de Janeiro, lo combatió como a un insurgente. Al ver que por las armas no iba a poder vencer, Belgrano envió cartas a la Junta de Paraguay en donde sostenía que eran hermanos engañados, que sus acciones estaban motivadas por “el estado infeliz en el que se encontraba España oprimida por yugo extranjero” y que las provincias de España daban ejemplo a América en ejercer el derecho a asumir el propio gobierno para prevenirse del usurpador (MM, 1913, tomo III, pp. 130-135).

Luego de enfrentamientos entre el ejército expedicionario y las fuerzas paraguayas, los miembros de la Junta de Paraguay y Belgrano coincidieron en que tanto Paraguay como Buenos Aires eran provincias de la nación española (MM, 1913, tomo III, pp. 130-135). Esas ideas en común le permitieron a Belgrano negociar favorablemente con la junta gubernativa de Asunción para que ésta impidiera un avance portugués por la zona (MM, 1913, tomo III, pp. p.189). En un oficio de Belgrano a la Junta del Paraguay, proclamó que su ejército expedicionario iba a entrar al territorio de “nuestro amado rey Fernando VII que se haya oprimido por unos cuantos funcionarios”. Les reclamaba unión y paz para los españoles amantes de la patria y el rey, y sostiene que el resto eran agentes de José Napoleón. También saludaba a sus camaradas de Perú que fueron fieles a la patria (MM, 1913, tomo III, pp. 146-147). Si la nación se define por el tipo de lazo que une a los individuos del conjunto de los estados y que, al mismo tiempo, los une al gobierno (Chiaramonte, 2004, p. 38), vemos cómo Belgrano buscaba ese lazo en común que se sustentaba en la identificación con la nación española; diferentes provincias, distintos pueblos, pero la misma patria bajo la misma nación.

De igual modo lo intentó en una carta a Diego de Souza, capitán general de Porto Alegre, del 19 de abril de 1811. En ella, Belgrano describía la guerra que se llevaba a cabo como una lucha entre vasallos del mismo rey, es decir una guerra civil más que una guerra por la independencia. En esta carta cuyo interlocutor no es americano ni español, cuando se refiere a Fernando VII se refiere como “mi rey” (MM, 1913, tomo III, p.350). En otra carta, enviada unos días después que la anterior, animaba a uno de sus oficiales de Entre Ríos indicando que la patria consolidaba su sistema y estos dominios de Fernando VII se harían eternamente memorables por su lealtad (MM, 1913, tomo III, p.344).

De similar modo caracterizaba la guerra que se llevaba a cabo en una carta al gobernador realista de Montevideo Gaspar Vigodet del 27 de abril de 1811, en la cual expresaba su intención de evitar la efusión de sangre entre hermanos, vasallos de un mismo rey y cuyos dominios se pretendía conservar. Le expresaba a Vigodet, que desde Montevideo intentaba convertirse en el gobernador de las provincias unidas del Río de la Plata, que la intención de los españoles americanos era sostener la monarquía española en América del mismo modo y bajo el mismo derecho en que lo hacen en la península (MM, 1913, tomo III, pp. 351-355). Para Belgrano existía en ese momento una España americana y una europea, y entre ambas había una guerra civil.

Sin embargo, la respuesta de Gaspar Vigodet del 3 de mayo de 1811 a la carta de Belgrano muestra la mirada europea del conflicto. No lo veían como una guerra civil sino como la lucha contra una revolución traidora al rey Fernando VII por no aceptar la legítima autoridad del virrey Elio, designado por el Consejo de Regencia. Lo señalaba a Belgrano como el caudillo ingrato de una revolución que iba en contra de la causa de la nación y de Fernando VII, por lo cual lo acusaba de ser el causante del derramamiento de sangre. Con palabras graves procuraba la sumisión al excelentísimo virrey Elio, digno jefe e imagen de Fernando VII. Finalmente, amenazaba a Belgrano y le indicaba que, si volvía a enviar un emisario con una carta similar a la anterior, le daría el tratamiento de traidor y delincuente que merecía (MM, 1913, tomo III, p.354).

Belgrano, de esta manera, recibió en la guerra la misma deslegitimación que los cabildantes del 22 de mayo recibieron de sus semejantes peninsulares, y también que los diputados americanos que fueron a Cádiz. La vida colectiva de los americanos se quebraba ante el choque que produjo la negación de hecho de la tan proclamada unidad identitaria española, la concepción ilustrada de igualdad y la identificación de vasallaje bajo la misma dominación. Ante el vacío de poder real, los americanos intentaron reconfigurar su imaginario social a partir de las tradiciones españolas como la juntista, pero las reiteradas negaciones a su pertenencia identitaria dejaron en evidencia la cuestión del colonialismo en la patria imperial. Sostiene Xavier Guerra (1992) que, durante la colonia, mientras los conflictos eran querellas sin importancia por cargos públicos, el problema de la igualdad se resolvía de forma legal, sin embargo, cuando la disputa fue por el poder, los peninsulares hicieron sentir a los americanos que los territorios de América eran la colonia de una metrópoli, no la extensión territorial del imperio transoceánico y los americanos no eran concebidos como iguales por los peninsulares (p.45). Este choque entre el discurso y la práctica llevaría a los americanos en guerra a decidirse por la búsqueda de nuevos contenidos a sus referencias identitarias.

Rumbo a la independencia: En busca de nuevas referencias

Sorprendido por la conducta y respuesta del Gral. Vigodet, Belgrano comenzó a replantearse por primera vez las referencias identitarias que formaron parte de su vida desde que nació hasta ese momento. Durante los años en que se desempeñó en el consulado tuvo innumerables conflictos con criollos y españoles peninsulares, pero nunca se cuestionó, al menos abiertamente, su identidad de español americano y súbdito del rey. El golpe más duro no llegó de un fusil ni de una espada, sino de ciertos discursos donde se lo marginaba de aquellos espacios en los que antes solía pertenecer. En el contexto revolucionario del espacio rioplatense, Belgrano asimiló semejante golpe optando por redireccionar su mirada política en busca de nuevas referencias.

En medio de este proceso de quiebre en su imaginario, la Junta de Buenos Aires lo convocó, entre abril y junio de 1811, para juzgarlo por los procedimientos y conductas en la expedición al Paraguay. Al recibir la notificación, Belgrano respondió que pensó en no acatar la orden, sin embargo, sentía que era su deber cumplir con la presentación dado que los enemigos se multiplicaban en las campañas que llevaba a cabo, por lo cual no quería exponer a la patria a ningún conflicto que impidiera “la unión que concluya con los enemigos y establezca en la tranquilidad al sabio gobierno de esa Junta” (MM, 1913, tomo III, p.362).

Durante el proceso, Belgrano consideró que su honor estaba manchado y que lo presentaban como un delincuente (MM, 1913, tomo III, p.377). Solicitaba que se declarara públicamente su inocencia y se le repusiera el grado militar para continuar con su labor. El 9 de agosto de 1811 se decretó el valor, celo y constancia, digno de reconocimiento de la patria, y se le repusieran los cargos que tenía antes del proceso (MM, 1913, tomo III, p.379). Restituido su honor, Belgrano retomó su labor revolucionaria en una misión diplomática al Paraguay bajo órdenes del Primer Triunvirato. Esta vez, despojado de cualquier sentimiento de hermandad hacia los españoles europeos, ya no pretendía resguardar el territorio para Fernando VII y sus motivos para la lucha quedaron depositados en otras referencias.

El filósofo polaco Bronislaw Baczko (1999) afirma que:

(…) los imaginarios sociales no indican solamente a los individuos su pertenencia a una misma sociedad, sino que también definen, más o menos precisamente, los medios inteligibles de sus relaciones con ésta, con sus divisiones internas e ilusiones. Por esto, en el corazón mismo del imaginario social se encuentra el problema del poder legítimo o de las representaciones fundadoras de legitimidad. Toda sociedad debe inventar e imaginar la legitimidad que le otorga al poder (p. 28).

De esta manera, antes de ser convocado por el Primer Triunvirato, Belgrano atendía a las obras de fortificación de campaña para cerrar el paso del Rosario contra las insidias de los marinos de Montevideo, se refería a ese trabajo como órdenes de nuestro gobierno de Buenos Aires (MM, 1913, tomo V, pp.176-199). Pasado el juicio, sin ningún rencor de por medio, en unas cartas que envió cuando tuvo que subrogar a Pueyrredón en el norte por la enfermedad de este, señalaba que el reemplazo a Pueyrredón en la comandancia del ejército auxiliar del Perú es una orden de nuestro gobierno en Buenos Aires.

Las constantes referencias a la libertad de la patria, el patriotismo, a la suprema ley que es la salud del pueblo, dan cuenta del cambio de registro en el imaginario de Belgrano. En una carta del 19 de agosto de 1812 escrita al secretario y ministro del Primer Triunvirato, Bernardino Rivadavia, Belgrano comentaba, desde Jujuy, la situación en la península en los siguientes términos:

(…) sé que la España no ha de ser sino lo que quiera Napoleón, y que en nada nos puede perjudicar: nosotros jamás debemos aspirar á tener relaciones con ninguna de las naciones que la habitan; ellas tendrán cuidado de traernos lo que necesitamos y de buscar nuestra amistad por su propio interés (Museo Mitre, 1913, tomo VII, p. 38).

Es interesante, por un lado, el cambio en el lenguaje de Belgrano que se puede apreciar en las distintas referencias sobre la nación. “La España” es un otro distinto al que habitan Rivadavia y Belgrano. Este utiliza la voz naciones en su acepción étnica (Wasserman, 2009, p.852) para señalar la variación en el referente del término que ya no lo asociaba al aspecto político de nación como la subordinación a un mismo poder, sino que lo asociaba al lugar de nacimiento (patria) y a compartir determinados rasgos similares (p.854). Como señala Di Meglio (2014) en su trabajo en Iberconceptos:

(…) la patria se fue transformando en un principio identitario colectivo luego de la revolución. Se fue desarmando la triada colonial en donde en un primer lugar, se hizo la revolución en nombre del rey pero pronto se volvió contra su figura, la religión continuó invariable pues era algo compartido por ambos bandos en pugna, y la patria quedó como el principio aglutinador, con fuertes contenidos emotivos y afectivos en su invocación (p.38)

A esta altura Belgrano ya no se configuraba como un español americano, no se sentía parte de esa nación. Al igual que en una carta del 31 de agosto de 1812 escrita al secretario del Primer Triunvirato, Rivadavia, se preguntaba a quién quiere que se solicite ayuda en las necesidades sino a los padres de la patria. Y se contestaba a sí mismo indicando que “ustedes lo son” es decir el gobierno de Buenos Aires (MM, 1913, tomo VIII, p.41). En este contexto, el referente de la voz patria dejó de ser una ciudad específica o una territorialidad más amplia, sino que se entendía que la patria era la causa revolucionaria. La referencia a la patria como causa legitimadora de las acciones, intentaba mantener aquella misma funcionalidad de la tríada colonial para mantener el orden: rey, patria y religión. En esta nueva acepción revolucionaria, quitando la referencia al rey, la patria adquiere un fuerte carácter político que transformaba un sentimiento por el espacio territorial y comunitario de pertenencia en una causa colectiva (Di Meglio, 2014, p.39). De esta manera, el patriota era aquel que había brindado servicios a esa causa, era motivo de orgullo y convertía a los habitantes de las repúblicas modernas en ciudadanos con la capacidad de formar pactos o asociación voluntaria (p.45).

El viraje en el imaginario rioplatense producto de la desigualdad manifiesta al pretender que la junta de Buenos Aires se sometiera a una junta de similar conformación pero peninsular, y la posterior guerra que desencadenó la formación de la junta de Buenos Aires provocó modificaciones en el discurso: como lo señalan Goldman y Souto (1997), si antes los referentes de los vocablos nación y patria eran polisémicos, ahora aparecen con claridad que aluden a las denominadas Provincias Unidas del Río de la Plata (p. 7). Y Belgrano, que llama padres de la patria al que represente el gobierno de Buenos Aires, mostraba lo que más adelante indicará en sus memorias: que por su cabeza pasaban sus deseos de formar una de las naciones del mundo. Es decir, que escindió de la nación española una nueva nación, un nuevo país (MM, 1913, tomo I, p.189).

Ya en la comandancia del ejército del Norte con base en Jujuy, en junio de 1812, escribió al Primer Triunvirato que su lucha estaba encauzada en el objetivo justo y benéfico de conseguir el título de nación que les correspondía adquiriendo el respeto que se merecen (MM, 1913, tomo IV, p.208). Antes, en Tucumán señalaba que iba a sacrificarse para ayudar a aniquilar a los tiranos y restituir la libertad a sus compatriotas en Perú (MM, 1913, tomo IV, pp.316-317). En esta carta y otras similares, la referencia a los tiranos ya no encuentra su carnadura en Napoleón ni en Inglaterra sino en quienes los obligaban a respetar una autoridad sin legitimidad y quienes les quitaban la libertad de gobernarse. Se hacía uno con sus compatriotas peruanos revolucionarios, y no compartía esa hermandad con ningún español realista.

Modificar el contenido referencial del concepto “patria” le permitió a Belgrano tener la capacidad de delinear cursos de acción posibles, además de dotar de inteligibilidad a los acontecimientos. Así, en un libro copiador del ejército del Perú, Belgrano reportaba el notable aumento y exorbitante superioridad de fuerzas que había adquirido el campamento de los antipatriotas en Suipacha (MM, 1913, Tomo IV, p. 79) Para Belgrano, esta lucha es por la libertad de su país, término que refiere a la patria territorial sin cargarlo con el carácter político que había adquirido el término para referirse a la causa colectiva, y en ella un otro “anti patria” que intenta impedir al ejército revolucionario ejercer el patriotismo, ahora sí, revestido de causa en la construcción de nuevos lazos de unión. La identificación de un otro conjuga la delimitación de un nuevo imaginario para poder crear una comunidad política en ciernes con la cual robustecer aquellos viejos conceptos utilizados y rotos por la guerra.

Mientras políticamente el Primer Triunvirato mantenía el carácter ficticio de su lucha por sostener los territorios de Fernando VII, Belgrano en Jujuy festejaba el segundo aniversario de la libertad de la patria cuya tropa había demostrado el patriotismo al conducir la bandera nacional para enarbolarla en el ayuntamiento (MM, 1913, Tomo IV, pp. 35-137). Este es uno de los episodios utilizados por Mitre como argumento del mito fundacional de la nación. Sin embargo, vemos que, en el momento de izar la bandera, la idea de una nación no tenía un referente identitario concreto y que recién en 1814, cuando Belgrano escribe su autobiografía, comenzó a identificar el sueño posible de formar una nueva nación.

Conclusiones

Para Belgrano luchar por la patria contra los invasores o los mandones fue una premisa de vida, y defender la nación fue una acción concreta que llevó a cabo. Ahora bien, los términos patria y nación con los que él identifica los objetos de su lucha sufrieron un desplazamiento de sentido a lo largo de su vida pública en los primeros decenios del siglo XIX: primero contra los ingleses defendiendo el territorio de su rey Fernando VII, luego en la Revolución de Mayo defendiendo el territorio de su rey Fernando VII cautivo por Napoleón, y finalmente pelear contra los realistas con miras de constituir una nación nueva. Para Belgrano la nación no remite ni a un pasado histórico ni a un pasado étnico, sino a la constante voluntad política de asociación.

Esta voluntad de asociación se ve primeramente en su vínculo como vasallo en la dominación suave y dulce al estilo barroco que suponía ser un americano español bajo la monarquía, y luego en la idea ilustrada de la asociación de individuos libres en virtud del pacto que reinstaló al Congreso, los habitantes de las provincias (Goldman y Souto, 1997, p.11). Por supuesto que la idea de asociación de individuos libres no permitía aún a pensar en una nación moderna que produjera nacionalidad dado que, como nos indica González Bernaldo (1997), para hablar de nacionalidad con referencia a la nación moderna tiene que existir un Estado con un aparato administrativo central y nacional que asegurara el proceso social de asimilación nacional, entre otras funciones (pp.109-110).

Tal como mostraron los estudios sobre el concepto de nación, se encuentra bastante trabajada la imposibilidad de invocar a la nación como sujeto de soberanía sin que exista un estado. Sin embargo, atento a lo que recalca Chiaramonte (2004), la aparente incongruencia en el uso sinonímico en el siglo XVIII de nación y Estado está asociado al modo de considerar la nación como un conjunto humano unido por un mismo gobierno y leyes, en un momento en que el Estado era pensado como un conjunto de gente y no de instituciones (p.35). En ese marco, como vimos a lo largo del artículo, el sentimiento patriótico y la identificación nacional transitan diferentes referencias que determinan distintos objetivos en la acción. Y son esos cursos de acción los que van modificando la postura del portador, en este caso la persona de Belgrano, para poder desplazarse a través de los discursos sobre el amor a la patria y la protección de la nación.

Es en el lenguaje político donde los términos patria y nación se mantienen indeterminados semánticamente. Estos términos son entidades objetivas que se encuentran públicamente disponibles para diversos usos posibles por distintos interlocutores y existen de manera independiente de su voluntad (Palti, 2007, p.73). De esta manera, tanto Belgrano como Vigodet, al igual que los miembros de las distintas Juntas gubernativas reclamaban como propia una noción de patria y de sentimientos patrióticos que los vinculan, de alguna manera, entre sí. Ese vínculo imaginario, transitorio y cambiante, transformaba sus experiencias y las referencias identitarias que contenían sus discursos. En el contenido de los términos utilizados se produce aquella relación imaginaria de los sujetos con sus condiciones reales de existencia, donde el choque de esas referencias produjo una reconfiguración discursiva en Belgrano y determinó otro tipo de referencias para escenificar sus acciones.

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1 Véase un detalle historiográfico más exhaustivo en: Amadori y Di Pasquale, 2013.

4Concepto tomado del proyecto de investigación “Identidades en tránsito: La diversidad del espacio cultural porteño, 1660-1880” en el cual participé bajo la dirección del Dr. Jaime Peire en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Tres de Febrero (IEH-UNTREF).

5Véase: Peire, 2013, 2019, 2020.

6Sin ánimo de ser exhaustivo, véase: Ravignani, 1920; Furlong, 1952; Antonelli, 1998; De Marco, 2012.

7“A partir del Siglo XVIII y durante el siglo XIX las ideas de patria y nación, para la modernidad, son un hecho espiritual; la nación es, antes de todo, alma y espíritu más que una materia corpórea; la patria es individualidad espiritual, antes que entidad política”. Véase en Romano, 1994, pp. 21-43.

Recibido: 17 de Septiembre de 2020; Aprobado: 11 de Julio de 2021

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