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Delito y sociedad

versión impresa ISSN 0328-0101versión On-line ISSN 2468-9963

Delito soc. vol.29 no.49 Santa Fé jun. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.14409/dys.2020.49.e0007 

DOCUMENTOS

El rol de la Policía como amplificadora de Desviación, Negociadora de la realidad y traductora de la fantasía. Algunas consecuencias del sistema actual de control de drogas observadas en Notting Hill1

 

Jock Young

Universidad de la Ciudad de Nueva York, Estados Unidos2. https://orcid.org/0000-0002-3179-6465

 

DOI: https://doi.org/10.14409/dys.2020.49.e0007


 

El punto de partida de este artículo es la famosa afirmación de W. I. Thomas que establece que una situación definida como real en una sociedad será real en sus consecuencias. En dichos términos, aquellos individuos definidos como desviados por la sociedad, al ser estereotipados de tal modo, es esperable que evidencien consecuencias reales tanto en su comportamiento futuro como en la percepción que tiene sobre ellos mismos.

Deseo describir la manera en la cual los estereotipos de la sociedad de los consumidores de drogas alteran y transforman, fundamentalmente, el mundo social de los fumadores de marihuana. Para hacer esto me baso en un estudio de observación participante del consumo de drogas en Notting Hill que realicé entre 1967 y 1969. Me centraré en el efecto de las creencias y los estereotipos que tiene la policía respecto a los consumidores de drogas, teniendo en cuenta que la creciente segregación entre grupos sociales y el hecho de que ciertos individuos son elegidos para mediar entre la comunidad y los grupos desviados, constituyen características importantes de nuestra sociedad. El principal ejemplo de estos individuos es el policía y me gustaría sugerir:

  • (i) que el policía, en razón de su posición de aislamiento en la comunidad, es particularmente susceptible a los estereotipos, a las nociones fantásticas que los medios de comunicación tienen respecto a los consumidores de drogas,

  • (ii) que en el proceso de la acción policial —particularmente en las situaciones de arresto, pero que se extiende a la actividad de los Tribunales— el policía, por su posición de poder, inevitablemente, se encuentra negociando la evidencia y la realidad del consumo de drogas, con el objetivo de ajustarse a esos estereotipos preconcebidos.

  • (iii) que en el proceso de acción policial contra los consumidores de drogas se producen cambios al interior de dichos grupos que involucran una intensificación de su desviación y de ciertos aspectos importantes del estereotipo que buscan ser cumplimentados. Es decir, se evidenciará una amplificación de la desviación, una traslación de los estereotipos hacia hechos concretos, un pasaje de la fantasía a la realidad.

En este artículo estoy preocupado, no tanto en los orígenes del consumo de drogas —tema que he tratado en detalle en otros trabajos (Young, 1971)— sino más bien en la reacción social contra el uso de drogas. La posición de la policía es vital en este proceso, ya que se encarga de mantener las barricadas que la sociedad establece entre ella y los desviados.

Hay dos factores interrelacionados indispensables para explicar la reacción de la policía contra los consumidores de drogas: las motivaciones detrás del conflicto y la manera en que perciben al típico consumidor de drogas.

El conflicto entre la policía y los fumadores de marihuana

Nos parece esencial entender las bases del conflicto entre la policía y los usuarios de drogas. No es suficiente sostener que los policías arrestan a todos aquellos individuos que cometen ilegalidades en la comunidad, pues si un curso de acción de tales características fuera puesto en marcha las prisiones serían llenadas una y otra vez y sería necesaria una fuerza policial gigantesca. Desde el momento en que se reconoce que los actos criminales ocurren a lo largo y a lo ancho de la sociedad y la policía es un recurso con un flujo de trabajo limitado, resulta evidente que debe haber criterios de elección, en términos de una jerarquía de prioridades, de ciertos grupos que merecen atención y preocupación. Existen tres razones principales por las que un grupo amerita ser percibido por otro como un «problema social» que requiere intervención.

1. Conflicto de Intereses

Hay casos en los que se considera que un grupo desviado amenaza los intereses de grupos poderosos de la sociedad o en los que la reacción contra los delincuentes es ventajosa en sí misma. El fumador de marihuana representa una amenaza para la policía en la medida en que, si la ocurrencia del hábito se hace más frecuente y su práctica se manifiesta sin vergüenza, las autoridades locales y la opinión pública comienzan a ejercer una presión considerable sobre ella para que detengan su progreso y, en particular, para que limpie la zona en cuestión. Al mismo tiempo, los fumadores de marihuana constituyen un grupo que tiene la ventaja para los policías de calle —y particularmente para los miembros de los escuadrones de drogas— de permitir satisfacer su interés de disponer de una fuente regular de villanos fácilmente aprehensibles. Pero para eliminar el problema —especialmente en áreas tales como Notting Hill donde el consumo de drogas se encuentra ampliamente extendido— se tornaría necesario el despliegue de una considerable cantidad de agentes y disminuir severamente la capacidad de la policía de lidiar con otras formas de criminalidad más reprochables. A la vez, para los escuadrones de drogas esto sería una un suicidio institucional y las burocracias no suelen ser conocidas por su capacidad de poner fin a sus propias existencias. La solución, por lo tanto, es contener el problema antes que eliminarlo. De esta manera se alivia la preocupación del público, se garantiza la contribución a las estadísticas de arrestos y la proporción de tiempo policial dedicado a esta problemática se corresponde con la gravedad acordada para el mismo.

2. Indignación Moral

Si bien hemos explicado, en parte, el modo en que los intereses burocráticos de las fuerzas policiales moldean sus acciones contra los consumidores de drogas, aún no hemos explorado el grado de fervor con el cual se embarcan en ese objetivo. Para lo cual debemos examinar la indignación moral que los agentes policiales evidencian hacia los individuos consumidores.

A.K. Cohen (1965) escribe respecto a la indignación moral:

La comprometida búsqueda de metas culturalmente aprobadas, la renuncia a objetivos prohibidos pero tentadores, la adherencia a medios legalmente consagrados, implican un cierto retraimiento, esfuerzo, disciplina, inhibición. ¿Cuál es el efecto de esos otros que, aunque no dañan manifiestamente nuestros propios intereses, son moralmente indisciplinados, se entregan a la ociosidad, a la autocomplacencia o a los vicios prohibidos? ¿Qué efecto tiene la propensión de los malvados a éstas en la paz mental de los virtuosos?

Existe un conflicto manifiesto entre los valores de la policía y los de los bohemios fumadores de marihuana. Mientras que los policías valoran la masculinidad, la gratificación diferida, la sobriedad y la respetabilidad, el bohemio sostiene valores preocupados por la amplitud expresiva, en su comportamiento y en su vestimenta, y la búsqueda de placer que no está relacionado con —sino más bien despreciando— el trabajo. El bohemio de hecho amenaza la «realidad» de los agentes policiales. Viven sin trabajar, persiguen el placer sin aplazar la gratificación, ingresan a relaciones sexuales sin sucumbir a la obligación del matrimonio, se visten de manera libre en un mundo donde la uniformidad en el vestir es vista como una marca de respetabilidad y fiabilidad.

En este punto, resulta ilustrativo considerar el estudio realizado por R. Blum y asociados (1965) sobre agentes policiales de Norteamérica que trabajaban en el campo de los narcóticos. Cuando se les solicitaba que describan las características sociales y personales más destacables de los usuarios ilegales de drogas, lo que los oficiales mencionaban con mayor frecuencia era la degeneración moral, falta de deseo de trabajar, inseguridad e inestabilidad, orientación hacia el placer, falta de habilidad para lidiar con los problemas de la vida diaria, personalidad débil y deficiente. Incluso calificaron a los usuarios de marihuana como una amenaza mayor para la comunidad que la mafia. La siguiente cita de una oficial capaz e inteligente resulta esclarecedora:

Te digo que hay algo sobre los usuarios que me molesta. No sé bien qué es exactamente. ¿Querés que sea honesto? Bueno. Bien, no puedo soportarlos; quiero decir que realmente no los aguanto. ¿Por qué? Porque ellos me molestan a mí personalmente. Ellos son sucios, eso es lo que son, mugrientos.  Me erizan la piel.

Es gracioso pero criminales ordinarios no me generan esa reacción. Cuando agarras a un ladrón o a un carterista, nos entendemos; sabéis cómo es, te quedas por ahí charlando, incluso haciendo algunos chistes. Pero Jesús, esos tipos, son un peligro. Sabes a lo que me refiero, son como comunistas o algunas de esas personas del CORE.

Hay alguna gente de la que podés sentir pena. Sabes, salís y levantas un pobre tonto que porta un papel (alguien que escribió mal un cheque) y es un borracho y la vida lo tiene bastante jodido. Podes entender a un pobre tipo como ese. Es diferente con cualquier persona que consuma drogas.

De manera similar se cita a un policía británico —Inspector Detective Wyatt, ex director del escuadrón de drogas de Essex— que afirmó respecto a los consumidores de cannabis: «Nunca en mi experiencia me he encontrado con tal suciedad y degradación en personas que, por lo demás, son bastante inteligentes. Te convertís en un maldito idiota solo para poder ser un poco más adorable» (Comfort, 1967).

Así, los usuarios de drogas evocan una inmediata reacción visceral, mientras que las motivaciones y los estilos de vida de muchos criminales resultan mucho más compresibles. Los delincuentes simplemente hacen trampas en un juego en el que también participa la policía, mientras que el bohemio es escéptico respecto a la validez del propio juego y pone en duda la visión del mundo tanto de los policías como de los criminales.

3. Humanitarismo

Esto ocurre cuando un grupo poderosos busca frenar la actividad de otro en la persecución de su propio interés. Los definen como un problema social y demandan que se tomen acciones para aminorar las situaciones que protagonizan. Este proceso es complicado en el caso de los fumadores de marihuana, en el que los propios individuos que dan cuerpo al problema social negarían que exista problema alguno.

En mi opinión los motivos humanitaristas son muy sospechosos; en razón de que es habitualmente —aunque no necesariamente— una racionalización detrás de la cual se ocultan conflictos de intereses o indignación moral. Por ejemplo: Alex Comfor en The Anxiety Makers (1967) ha trazado el camino a través del cual la profesión médica ha trasladado repetidamente su indignación moral respecto a ciertos «abusos» en un humanitarismo respaldado clínicamente. Por caso, la masturbación fue vista en una época como causante de psicosis, sordera e impotencia, y varios dispositivos bárbaros fueron desarrollados para prevenir que personas jóvenes se toquen sus órganos genitales.

Sugiero que hay una tendencia en nuestra sociedad a encubrir lo que podrían ser considerados conflictos morales o materiales detrás del manto del humanitarismo. Esto se da porque conflictos de intereses serios resultan inadmisibles en un orden político que obtiene su legitimidad moral mediante la evocación de un consenso de opinión ampliamente difundido en todos los sectores de la población. Más aún, en este siglo, gracias a un liberalismo generalizado, detestamos condenar a otro hombre por el mero hecho de que actúe de un modo distinto al nuestro, siempre que no lastime a otros. La indignación moral, entonces, entendida como la intervención en los asuntos de otros porque pensamos que son malvados, necesariamente debe ser reemplazada por el humanitarismo, que, utilizando el lenguaje de la terapia y la sanación, interviene a través de que lo es percibido como el medio de defensa del interés y del bienestar de las personas en cuyas esferas buscamos incidir. La herejía o la impiedad se convierten en patología personal o social. Con esto en mente, el humanitarismo justifica su posición por conllevar la existencia de un mecanismo de justicia que automáticamente castiga a quien actúa mal. Así, las relaciones sexuales prematrimoniales están mal porque conllevan el riesgo de contraer enfermedades venéreas, la masturbación porque causa impotencia y el fumar marihuana porque algunos usuarios se subirán sin darse cuenta a una escalera mecánica que los llevará a convertirse en adictos a la heroína.

Los agentes policiales, por ende, están motivados a proceder en contra de los consumidores de drogas en razón de sus intereses directos como miembros de una burocracia pública, actúan con un fervor arraigado en la indignación moral y están en condiciones de racionalizar su conducta mediante la ideología del humanitarismo.

Los fumadores de marihuana como un blanco visible y vulnerable

No es suficiente argüir que los fumadores de marihuana dan forma a un grupo con el que la policía es propensa a tener conflictos. Dos variables determinarán si un conflicto tendrá lugar o no realmente: su visibilidad y su vulnerabilidad. El consumidor de drogas, por su pelo largo y por su —a los ojos de la policía— vestimenta extraña, es un blanco ostensiblemente visible para la policía. En la clase media blanca, el descuido personal crea los estigmas a partir de los cuales se puede construir el prejuicio, se coloca por su desidia en la posición en la que se encuentra los negros sin ser conscientes de ello. Más aún, se mudan a áreas tales como Notting Hill donde son particularmente vulnerables a ser arrestados y aprehendidos, a diferencia de los vecindarios de clases medias de donde provienen en los que gozaban de una extendida protección gestada por ser zonas de residencia de «buenas» familias y por la escasa vigilancia policial existente.

La amplificación de la desviación

Hemos examinado las razones por las que la policía acciona sobre los consumidores de drogas. Debemos examinar ahora los modos en que procede. No es una pregunta que apunta meramente a la reacción policial en virtud de sus estereotipos y que lleva a que los usuarios de drogas sean golpeados una y otra vez. La relación entre la sociedad y el desviado es más compleja que eso. Es una interacción muy próxima que puede ser entendida de mejor manera a partir de una miríada de cambios que se dieron tanto en la policía como en los consumidores. De este modo:

  • (i) la policía reprime a los consumidores a partir de sus propios estereotipos;

  • (ii) los consumidores de drogas se encuentran en una nueva situación, que debe ser interpretada y adaptada, dando forma a nuevas maneras de actuar;

  • (iii) la policía reacciona de una manera ligeramente diferente ante este grupo que ha cambiado;

  • (iv) los consumidores de drogas interpretan y se adaptan a esta nueva situación;

  • (v) la policía reacciona a estos cambios; y comienza así nuevamente.

Una de las secuencias de eventos más común de este proceso es la que ha sido denominada como amplificación de la desviación. El mayor exponente de este concepto es el criminólogo Leslie Wilkins, quien advirtió cómo cuando una sociedad define como desviado a un grupo de personas tiende a reaccionar en contra de ellas, para aislarlas y para evitar el contacto con las personas «normales». En esta situación de aislamiento y alienación, el grupo —por varias razones que serán discutidas luego— tienden a desarrollar sus propias normas y valores, que la sociedad percibe aún más desviados que en la primera evaluación. Como consecuencia de este aumento de la desviación, la reacción social se recrudece, el grupo se encuentra aún más aislado y alienado, y actúa mediante modos que insisten en las formas consideradas desviadas, la sociedad reacciona de un modo más virulento aún y se produce la espiral de la amplificación de la desviación.

El diagrama sería el siguiente:


Gráfico 1

No debe pensarse que el grupo desviado es, por así decirlo, una bola de pinball que es inevitablemente propulsada en una dirección desviada, o que la policía representa los engranajes de una máquina que invariablemente, ante los cambios de acción de los sujetos desviados, se activa en forma reactiva. Visualizar la acción humana bajo esta luz sería reducirla al reino de lo inanimado, relegarla a lo no humano. A pesar de que el mismo Leslie Wilkins utilizó un modelo mecánico no es necesario que nosotros nos limitemos a tales interpretaciones. Como David Matza se vio forzado a reconocer, la condición humana está caracterizada por la capacidad de las personas de mantenerse por fuera de las circunstancias que los rodean. «Un sujeto se dirige activamente a sus circunstancias o se encuentra con ellas; por lo tanto, su capacidad distintiva es la de reformar, esforzarse por crear y realmente “trascender” sus circunstancias»(Matza, 1969, 93). El grupo de los consumidores de drogas crea sus propias circunstancias en la medida en que interpreta y da sentido a las reacciones de la policía en su contra; tanto la policía como dicho grupo desarrollan teorías que intentan explicar al otro y las ponen a prueba en el marco del curso real de los acontecimientos: la situación de arresto, encuentros en la calle, retratos en los medios de comunicación y conversaciones con amigos. Estas hipótesis de la policía en relación al uso de drogas y la de los consumidores de drogas respecto a la mentalidad de la policía, determinan la dirección y la intensidad del proceso de amplificación de la desviación.

Amplificación de la desviación en Sociedad Industriales

Un factor determinante de nuestro trato hacia individuos es el tipo de información que recibimos sobre ellos. En las sociedades urbanas modernas existe una extrema segregación social entre diferentes grupos, lo que hace que la información se obtenga de segunda mano a través de los medios de comunicación antes que a través de contactos cara a cara.

El tipo de información que los medios de comunicación exponen es aquella que puede ser considera newsworthy.3 Seleccionan eventos que son «atípicos», para presentarlos de forma estereotipada y contrastarlos con un telón de fondo de normalidad «sobre–típica».

Lo atípico es seleccionado porque lo cotidiano o lo rutinario no es lo suficientemente interesante para ser leído o mirado tiene escaso valor noticiable. Como resultado de esto, si uno tiene escaso contacto cara a cara con los jóvenes, las conclusiones respecto a ellos oscilarán entre los extremos; consumo de drogas, sexo y violencia sin sentido, por un lado, y Servicios Voluntarios y Cursos en el extranjero, por el otro. Pero la peculiaridad estadística por sí sola tampoco es suficiente para crear una noticia. Los diarios de circulación masiva han descubierto que la gente lee ávidamente noticias que apelen a sus sensibilidades y confirmen sus prejuicios. El ethos de «darle al público aquello que desea» implica una constante puesta en escena de las preocupaciones normativas de amplios segmentos de la población; utilizan grupos externos como los que viven en Rorschach Blots para proyectar dudas y temores colectivos. La imagen estereotípica y tergiversada del desviado es contrastada con la sobretípica e hipotética del «hombre en la calle», un modelo persistente que goza de cierto consenso político y sociológico. De todo esto deriva que simples directivas morales se vuelven demandas que exigen que se haga algo al respecto: el desviado solitario se enfrenta a la ira de toda la sociedad representada en su conciencia moral, el diario popular. Como muestra de esto, si tomamos el titular del People del 21 de septiembre de 1969, lo atípico, lo estereotípico y lo sobretípico se fusionan para dar lugar dos magníficas oraciones:

HIPPIES MATONES–LA SÓRDIDA VERDAD. Parejas de consumidores de drogas hacían el amor mientras otros presenciaban la escena, guiados por un mafioso munido con una barra de acero, lenguaje soez, suciedad y hedor, dentro de una fortaleza hippie en Piccadilly en Londres. Estos no son rumores sino hechos, sórdidos hechos que impactarán a cualquier persona de bien miembro de una familia decente y corriente.

Christopher Logue (1969) fue quien más se acercó a describir la distorsión que sufre la información por parte de los medios masivos de comunicación, cuando escribió:

De algún modo, pero no estoy seguro del cómo, los periódicos populares reflejan las actitudes de aquellos cuyo peor lado profundizan y confirman. Es difícil demostrar su influencia exactamente, mediante un ejemplo o una imagen: usan palabras comunes con franqueza; ciertas figuras públicas nutren su vocabulario; en pocos años hemos visto que «permisivo» e «inmigrante» adquirieron nuevos significados.

Una técnica para envilecernos parece ser la siguiente: tomar una duda genuina, formularla como una pregunta cuyas palabras enfatizan su peor resultado posible, publicarla o ponerla en la boca de los alarmistas respetables tantas veces como sea posible, empaquetar esta abstracción con algunos ejemplos de culpabilidad judicial; así, cuando se reitera, la pregunta se convierte en un argumento que certifica el aspecto ilusorio de la duda original y verdadera.

Los factores emparentados de la segregación social y los medios masivos de comunicación introducen en la relación entre grupos desviados y la sociedad un elemento importante que conduce a percepciones erróneas; y el proceso de amplificación de desviación es iniciado siempre en términos de, y generalmente en razón de, percepciones incorrectas.

Más aún, una de las características de las sociedades complejas es que ciertas personas están avocadas a roles especiales en el proceso de control social. Tales roles —como el de los agentes policiales, funcionarios y jueces— tienden a ser desempeñados por personas que habitan en una parte segregada del sistema. Sugiero que individuos asignados a la administración de acciones legales contra los desviados coexisten en sus esferas segregadas y que los procesos de arresto, sentencia y prisión tienen lugar a partir de sus propias percepciones equivocadas de la desviación.

Por otra parte, nuestro conocimiento de la desviación no es solo estereotípico, por las distorsiones que genera el modo en el que operan los medios masivos de comunicación, sino también, a diferencia de sociedades de pequeña escala, unidimensional. Como ejemplo, sabemos muy poco sobre los tomadores de bebidas alcohólicas de base metílica en relación a sus actitudes para evaluar el mundo. Lo poco que conocemos de ellos deriva de la etiqueta de meths–drinkers4 y de las nebulosas actividades que se asocian a este estereotipo. Muy pocas veces —o quizás nunca— los hemos visto o hemos hablado con ellos en las primeras horas de la mañana.

Somos plenamente conscientes de la desviación en las sociedades modernas por el constante bombardeo de información de los medios de comunicación masivos. Marshall McLuhan (1967) grafica que el mundo en un primer momento se expande en razón del crecimiento de las ciudades y los medios de transporte, pero luego la irrupción de los medios de comunicación lo vuelve a hacer cercano y accesible. «Es este factor de implosión mediática», escribe el autor, «el que altera la posición de los negros, los adolescentes y de algunos otros grupos». No pueden ser contenidos en el sentido «político» de asociaciones limitadas. Están ahora involucrados en nuestras vidas y nosotros en las de ellos, mediante los medios eléctricos. Ya no podemos pensar la convivencia sin incorporar la desviación. Son traídos a nuestros hogares por las puestas en escena de la televisión, y servidos en nuestras mesas durante el desayuno por las imágenes de los periódicos. Empero, los medios de comunicación no ofrecen opiniones respecto a todos los grupos desviados, sino que crean un universo discursivo en torno al mundo social de la desviación en el cual muchos grupos son ignorados: simplemente no existen en la consciencia de la mayoría de los hombres. «Cathy Come Home» forma parte de la grilla televisiva y de repente, de modo dramático, el público es consciente de un nuevo problema social. Los «homeless» se han convertido en un problema para ellos. Los consumidores de bebidas alcohólicas metílicas, en cambio, a pesar de ser un grupo numeroso, se encuentran al margen del universo discursivo de los medios de comunicación: existen en un limbo fuera de la preocupación de la gran mayoría de la población.

Los medios de comunicación, entonces —en un sentido— pueden crear problemas sociales, pueden presentarlos de manera dramática y sobrecogedora y, más importante aún, de forma repentina. Los medios pueden de modo muy rápido y efectivo activar la indignación pública y estructurar lo que uno podría llamar un «pánico moral» en relación a un cierto tipo de desviación. En efecto, debido al fenómeno de sobreexposición —el exceso de información en corto tiempo sobre un tema lo vuelve objeto del desinterés— se institucionaliza en los medios de comunicación la necesidad de crear pánicos morales y tópicos que capten la imaginación del público. Por caso, podemos trazar el derrotero del gran pánico sobre el uso indebido de drogas que se produjo durante 1967 a partir del examen de la cantidad de espacio dedicado a este tema en los periódicos. El número de pulgadas de columna5 en The Times durante el período de cuatro semanas que comenzó el 29 de mayo fue de 37; a partir del juicio de Jagger, éste se disparó a 709 en el período que comenzó el 27 de junio; continuó en un alto nivel de 591 durante las siguientes cuatro semanas; y luego comenzó a disminuir a partir del 21 de agosto, cuando el número de pulgadas de columna fue de 107.

Para resumir, el tipo de información disponible respecto a los desviados en las sociedades modernas es la siguiente:

  • (i) Existe un grosero error de percepción de los desviados en razón de la segregación social y la información estereotipada proveída por los medios de comunicación. Este equívoco, a su vez, guía la reacción social ante los desviados, la que se estructura a partir de una «fantasía» en diálogo con los estereotipos, antes que con un conocimiento empírico de la «realidad» conductual y actitudinal de los estilos de vida de las personas ante las que se reacciona.

  • (ii) Un conocimiento unidimensional de la desviación con base en la «etiqueta» estereotipada que hemos adherido a estos sujetos que edifica un umbral bajo que, al ser superado, motiva la expulsión del desviado de nuestras sociedades y pone en funcionamiento un proceso de amplificación de la desviación. Es menos probable que en una sociedad de menor escala con un conocimiento multidimensional de sus miembros se produzca esta expulsión.

  • (iii) En lugar de utilizar modalidades de control social informal, asignamos roles de carácter especial a personas, a partir de los cuales ocuparán un sector particularmente segregado del resto de la sociedad, siendo así especialmente susceptibles a los errores de percepción.

  • (iv) En razón de la implosión de los medios masivos de comunicación, somos marcadamente conscientes de la existencia de desviados; a su vez, por los criterios de noticiabilidad que accionan sobre los contenidos, es posible la creación de pánicos morales específicos sobre tipos particulares de desviación, a partir de la diseminación repentina de información sobre ellos.

Por ende, al comparar esta realidad con otras sociedades, la comunidad urbana moderna tiene una especial aptitud para iniciar procesos de amplificación de desviación, que sirven de justificación para la expulsión gradual de los desviados de la comunidad por una percepción errónea de su categoría.

La posición de las policías en una sociedad segregada

La policía ocupa una región particularmente segregada de la estructura social. Lo que ocurre en virtud de cinco factores:

  • (i) Existe una política de aislamiento limitado, basada en la premisa de que si se da una relación demasiado amistosa con la comunidad aumentan las posibilidades de acciones corruptas.

  • (ii) Las actitudes públicas oscilan entre una sospecha omnipresente, en áreas como Notting Hill, y la manifiesta hostilidad.

  • (iii) Respecto a los contactos personales, la Encuesta de la Royal Commission sobre la policía descubrió que apenas menos de la mitad de los policías de la ciudad y tres cuartos de las policías del país sostienen que podrían tener más amigos tuvieran un trabajo diferente. Dos tercios de los integrantes de la fuerza policía piensan que su trabajo afecta de manera negativa sus relaciones por fuera de la institución.

  • (iv) Una parte importante de los agentes policiales residen en espacios segregados. Así, un cuarto de los policías de la ciudad habita zonas donde se establecen seis o más hogares de policías.

  • (v) Entonces, en lo referente al consumo de drogas en las clases medias en Notting Hill, los policías tienen muy poco conocimiento directo, más allá de las situaciones de arresto y del comportamiento normal de la juventud de clase media.

La segregación que sufre la policía lleva a que sea particularmente susceptible a los estereotipos de desviados que prevalecen en los medios de comunicación. Por supuesto, por la misma naturaleza de su rol, tienen un alto grado de contacto cara a cara con desviados; pero ese contacto, como sostendré luego, es de una naturaleza que, por la posición de poder que ocupa el agente policial, refuerza el estereotipo de la prensa antes que eliminarlo. De hecho, una persona en una posición de poder vis–à–vis con un desviado tiende a negociar la realidad de modo tal que pueda encajar con su preconcepto. Como consecuencia del aislamiento de la policía y su conciencia de la sospecha pública y de la hostilidad, se advierte una tendencia a que el agente policial visualice su rol como un medio para hacer cumplir la voluntad de la sociedad y para representar el deseo de un hipotético ciudadano «normal» y decente. En esta línea, es sensible a las presiones de la opinión pública expresada en los medios de comunicación, y dado que la policía no es capaz de hacer frente a todos los delitos, por su cantidad, centrará su atención en aquellos ámbitos en los que la indignación pública sea mayor y que, al mismo tiempo, estén de acuerdo con sus propias ideas preconcebidas. Se convierte así —aunque de modo inconsciente— en un instrumento de la voluntad de un tipo particular de pánico moral sobre la desviación que es diseminado de modo regular por los medios de comunicación. Estamos en condiciones de confirmar, entonces, la presencia de un conflicto real entre la policía y los consumidores de drogas en relación a intereses directos e indignación moral, estructurada a partir de ciertas imágenes distorsionadas presentadas en los medios de comunicación.

La fantasía y la realidad en el consumo de drogas.

Me gustaría describir el mundo social de los fumadores de marihuana en Notting Hill, tal como se desarrollaba en 1967, contrastándolo con el estereotipo fantástico del consumidor de droga presente en los medios de comunicación.

  • 1. Es un típico escenario bohemio, con una comunidad altamente organizada que involucra redes de amistad estrechamente interrelacionadas y patrones especialmente intensos de visitas.

El estereotipo que sostienen los medios de comunicación es el de un consumidor de drogas aislado, viviendo en un área socialmente desorganizada o, en el mejor de los casos, una existencia de vagabundeo en el marco de un conglomerado de inadaptados.

  • 2. Los valores de los hippies que fuman marihuana son relativamente claros y confrontan con los valores de la sociedad en general. La principal preocupación de la cultura es el hedonismo de corto plazo, la espontaneidad, la expresividad y el desdén por el trabajo. Éstos se asemejan a lo que David Matza (1961) denominó los valores subterráneos de la sociedad.

El estereotipo sostiene que son un grupo de individuos que son esencialmente asociales, caracterizados por una «falta» de valores, antes que por el impulso de valores alternativos. Un estereotipo alternativo es el que propone que es un pequeño grupo de individuos antisociales motivados ideológicamente (los corruptores) el que seduce a la gran masa de jóvenes inocentes (los corrompidos). Voy a elaborar estas nociones de corruptores y corrompidos más adelante.

  • 3. El consumo de drogas es —al menos al inicio— una actividad periférica de los grupos de hippies. Queremos decir, que no ocupa un lugar central en la cultura: las actividades centrales se vinculan con los valores antes mencionados (por ejemplo, baile, vestimenta, expresión estética). El consumo de drogas es simplemente un vehículo para la realización de objetivos hedonistas y expresivos.

La droga produce una gran fascinación entre quienes no la consumen y en el estereotipo se considera al consumo como una actividad principal, centralizando la preocupación de los demás ciudadanos respecto a estos grupos. De este modo una actividad periférica se percibe erróneamente como una actividad central del grupo.

  • 4. Los usuarios de la marihuana y los vendedores de marihuana no desempeñan ningún rol fijo en la cultura. En un momento alguna persona puede vender marihuana y en otro, quizás, puede estar en la posición de comprarla. Esto acontece porque el suministro al nivel de la calle es irregular y las «buenas» conexiones pueden aparecer y desaparecer rápidamente. El suministro de marihuana deriva de dos fuentes principales: turistas que regresan del extranjero y de hippies o inmigrantes emprendedores. Estos últimos son asistemáticos, negocian cantidades relativamente pequeñas y generan ganancias irregulares y restringidas. La contribución total de los turistas al mercado es significativa. Tanto los turistas como los emprendedores limitan su actividad criminal a la importación de marihuana. Los vendedores en la calle adquieren su mercancía de estas fuentes y venden para poder seguir consumiendo drogas y para poder subsistir. Estos perfiles son bien vistos por el grupo, forman parte de la cultura «hippie» y no son conocidos como «camellos».6 El hampa tiene poco interés en los emprendedores, los turistas y los vendedores de la calle.

El estereotipo, contrariamente, se enfila a pensar en términos de corruptores y corrompidos, es decir, los «camellos» y los «compradores». El camello es percibido como alguien que tiene contacto cercano con el submundo criminal y como parte de la «pirámide de la droga».

  • 5. La cultura hippie está constituida por individuos psicológicamente estables. El estereotipo, en cambio, los ve como jóvenes, inmaduros, psicológicamente inestables, corrompidos por los camellos, que son criminales con grandes egos y cercanos a una naturaleza psicopática.

  • 6. Los usuarios de marihuana tienen, en realidad, un profundo desdén por los adictos a la heroína. Hay un interesante paralelismo entre la percepción que los consumidores de marihuana tienen respecto de los hombres de negocios y de los adictos a la heroína. Ambos son considerados como «colgados», obsesionados y controlados por el dinero o por la heroína, respectivamente. Es poco probable que los valores hedonistas o expresivos sean realizados por ambos y sus estilos de vida no resultan atractivos para los usuarios de marihuana. La escalada, por ende, del consumo desde la marihuana a la heroína es un extraño fenómeno que implica un giro radical en los valores y en los modos de vida del usuario.

En el contexto del estereotipo, el adicto a la heroína y el usuario de marihuana se presentan habitualmente indistinguibles, los valores de ambos son similares y la escalada es vista como natural en la búsqueda progresiva de «efectos»7 más potentes.

  • 7. El de los usuarios de marihuana es el grupo con mayor presencia en Notting Hill. Una alta proporción de jóvenes del área han fumado hierba en algún momento.

El estereotipo basado en los números conocidos por la policía es pequeño en relación al número real de fumadores, empero la percepción es que la problemática es aún mayor y que se expande rápidamente.

  • 8. El efecto de marihuana es una ligera euforia; efectos psicóticos son poco frecuentes y sólo temporales.

Los efectos estereotípicos, por su parte, cubren desde la sexualidad extrema, hasta actos de criminalidad agresiva y salvajes episodios psicóticos.

La Policía como Negociadora de la Realidad

Vivimos en un mundo que se encuentra, como ya he sugerido, segregado, no tanto en términos de distancia sino de contactos significativos y de conocimiento empírico. Las modalidades estereotipadas de la relación entre el consumidor de drogas y el vendedor se encuentran disponibles para el público masivo a través de los medios de comunicación. Este estereotipo se construye de acuerdo a las explicaciones típicas de la desviación, derivadas de una mirada consensualista de la sociedad: a saber, que grandes mayorías en la sociedad tienen valores compartidos y acuerdan, con base en éstos, qué es conformista y qué es desviado. En estos términos, la desviación es un fenómeno marginal llevado a cabo por individuos psicológicamente deficientes que viven en áreas sociales desorganizadas y anómicas. La emergencia de un gran número de personas jóvenes con una actitud indulgente en relación a actividades desviadas como el consumo de drogas, en particular en áreas como Notting Hill, entra en conflicto con esta noción, ya que es imposible sostener que todos ellos son psicológicamente deficientes y que sus comunidades están completamente sumidas en la desorganización social. Para evadir este escollo, las teorías del consenso invocan las categorías de corrompidos y de corruptores: jóvenes sanos están siendo corrompidos por un puñado de individuos psicológicamente alterados y motivados por la búsqueda de dinero. Esto representa un sub-tipo de la rama general de teorías conspirativas que sugieren que todos los ataques son causados por un pequeño grupo de individuos políticamente motivados y psicológicamente perturbados. Así, la idea de legitimidad de normas alternativas —en este caso, el consumo de drogas— que surgen por iniciativa propia en respuesta a ciertas presiones materiales y sociales, es eludida mediante la noción del malvado traficante de drogas que corrompe a la juventud inocente. Esto permite que los conflictos de intereses directos y la indignación moral sean fácilmente soterrados bajo la apariencia de humanitarismo. Los policías —como el resto del público general— comparten este estereotipo y su tratamiento a los individuos sospechados de ser consumidores de drogas es dictado por esta imagen.

El individuo en posesión de marihuana es frecuentemente —en Notting Hill, de forma constante— ignorado por la policía. Ellos están detrás del verdadero enemigo, el camello de drogas. En la pretensión de atrapar a este grupo están dispuestos a negociar con los individuos en posesión de marihuana. Ellos podrían decir: «no estamos interesados en usted, usted solo es un estúpido, nosotros estamos preocupados por la persona que le vendió esta sustancia. Si nos decís quién te provee, te dejaremos ir sin mayores inconvenientes». Más aún, si un individuo en posesión de marihuana debiera enfrentar los Tribunales, estará en una posición difícil: si dice la verdad y admite que fuma marihuana porque le gusta y porque no cree que lastime a nadie y que la ley, por lo tanto, está equivocada, recibirá una sentencia severa. Si, por otro lado, acepta las instrucciones del juego de la Corte y se comporta conforme al estereotipo declara que ha entrado en tratos con malas compañías, que alguien (el camello) le ofreció su mercancía, y que pensó que estaba bien probarla, pero que fue un tonto y que no volverá a hacerlo, lo dejarán ir sin mayores consecuencias. No será ante los ojos de la ley el verdadero desviado. No será el individuo peligroso detrás del que están la policía y la justicia. De esta forma, el estereotipo fantástico del consumidor de droga disponible para la policía y las profesiones legales se refuerza y se replica en los tribunales, en el proceso de negociación entre los acusados y los acusadores. T. Scheff (1968) ha descrito esto como un proceso de «negociación de la realidad». Los agentes policiales continúan persiguiendo a los camellos con vocación evangélica, con las fuerzas de los medios de comunicación y la opinión pública firme detrás de ellos. Como resultado de esta dinámica, las sentencias por posesión y la venta de drogas se volvieron cada vez más dispares. En un caso reciente del que he tenido noticia, el comprador de marihuana recibió una multa de £5 mientras que el vendedor fue sentenciado a cinco años de prisión. Un año antes el sujeto que en este caso estaba comprando le estaba vendiendo marihuana a la persona que ahora fue condenada por vender.

La negociación de la realidad por parte de la policía se ve de modo claro en la práctica extendida del prejuicio. El cual no responde al actuar maquiavélico de la policía, sino a su deseo, en nombre de la administración eficiente, de superar la brecha entre lo que llamo la culpa teórica y la empírica. Por ejemplo, un indio occidental que usa lentes oscuros, que no tiene un empleo regular, que se mezcla con bohemios cumpliría las demandas de la imagen de un típico camello de drogas. Si es arrestado, que no se halle marihuana en su domicilio no tiene ninguna importancia, del mismo modo que no amerita ningún reproche moral plantarle marihuana. Porque lo se está haciendo es colaborar con el curso de la justicia al proveer evidencia empírica que permita substanciar la evidente culpa teórica. Puede que el indio solo haya vendido marihuana unas pocas veces en el pasado, que se relacione con hippies porque disfruta de su compañía y que subsista con los pagos de asistencias nacionales, pero todo ello será ignorado; el estereotipo del camello es evidente y la realidad es inconscientemente negociada para que se alinee con sus requerimientos.

La ampliación de la desviación y el pase de la Fantasía a la Realidad

Con el paso del tiempo, la acción policial sobre los fumadores de marihuana en Notting Hill desemboca en (i) la intensificación de la desviación en los usuarios de marihuana, que no es otra cosa que la consolidación y la acentuación de sus valores desviados en el marco de un proceso de amplificación de la desviación; y (ii) variaciones en los estilos de vida y en las dinámicas del consumo de marihuana, de modo tal que ciertas facetas del estereotipo se transforman en acto. Este es el proceso de pasaje de la fantasía a la realidad.

Quisiera considerar varios de los aspectos del mundo social de los usuarios de marihuana que he subrayado párrafos arriba y destacar el efecto acumulativo de la intensa actividad policial:

  • 1. La acción policial intensiva incrementa la organización y la cohesión de los consumidores de drogas, uniéndolos a partir de una sensación de injusticia que es percibida a partir de las duras sentencias y de las distorsiones mediáticas. La severidad del conflicto fuerza a los grupos bohemios a desarrollar teorías para explicar su posición en la sociedad, las que robustecen la mirada de sí mismos como un grupo con intereses por encima y en contra de los de la sociedad en general. Los conflictos convierten una comunidad introspectiva en una facción política con una ideología crítica, que da como resultado una amplificación de la desviación.

  • 2. Un aumento de la acción policial incrementa la necesidad de que los consumidores de drogas se separen de la sociedad amplia de los no consumidores. Mientras más grande sea su aislamiento menos chances existen para que las fuerzas de control social informal cara a cara se tornen operativas y mayor será la potencialidad del comportamiento desviado en el futuro. Al mismo tiempo, la creación por parte de los bohemios de un mundo social que gire en torno al hedonismo, la expresividad y el consumo de drogas es necesaria para los no consumidores, para las «personas rectas», en miras de excluirlos no solo en razón de la seguridad, sino también para mantener las definiciones sobre la realidad incuestionadas por el mundo exterior. Entonces, luego de traspasar un determinado punto en el proceso de exclusión de los desviados por parte de la sociedad, el mismo desviado cooperará con la política de la separación.

  • 3. Entre más evolucionen entre los desviados las normas desviadas, menores serán las chances de que opere un reingreso de éstos a la sociedad en general. Consumo consuetudinario de drogas, vestimentas extrañas, largas cabelleras, falta de un sentido del tiempo a partir del trabajo diario y de las ideas de dinero, racionalidad y recompensa, conspiran en contra de su reingreso al empleo regular. Para lograr dicho objetivo, luego de un cierto momento, podría ser necesario un cambio de identidad total; además, los sistemas de registración modernos acreditarán de manera clara cualquier lapso de ociosidad en su historia laboral o educativa, lo que podrá ser visto como un indicador de una personalidad indolente e incorregible. Una vez que está fuera del sistema y es etiquetado por el sistema de esta manera, es muy difícil para el desviado arrepentido volver al pleno de la sociedad, especialmente al mundo del trabajo, incluso para aquellos que previamente hubieran tenido esa oportunidad. Puede decirse que existe un punto más allá del cual se produce una osificación de la desviación.

  • 4. A la par del aumento de la preocupación de la policía respecto a los consumidores de drogas, el consumo de drogas se vuelve más y más una actividad secreta. Por esto, el consumo de drogas se convierte en sí mismo en un símbolo de gran valor para representar sus diferencias y su desobediencia a las que son percibidas como injusticias sociales. Simmel (1906), en su texto Sociology of Secrecy, ha trabajado la conexión entre la valoración social de una actividad en particular y el grado de secreto de ésta en clave de su persecución.

Esto es lo que Goffman refiere como la sobre determinación. «Algunas actividades ilícitas», sostiene, «son cometidas con un nivel de despecho, malicia, alegría por el triunfo conseguido, con un gran costo personal, que no puede ser explicado por el placer intrínseco de consumir el producto en soledad» (1968, 274). Siguiendo esto, la marihuana es consumida no sólo por sus efectos de euforia, sino como un símbolo de bohemia y rebelión ante un sistema injusto. A lo que se le agrega, teniendo en cuenta que el deseo por la excitación es una de las preocupaciones focales en la comunidad, el juego del policía y el ladrón, que resulta funcional al grupo. Lo que la «poli»8 investiga, lo que arresta, se vuelve un tema instalado en la sociedad con la capacidad de producir interés y excitación casi de manera infinita.

El consumo y el tráfico de drogas se desplaza de ser una actividad periférica en los grupos, un mero vehículo para la consagración hedonista y de objetivos expresivos, a ser considerada una actividad central por su gran importancia simbólica. El estereotipo se empieza a hacer acto y la fantasía se vuelve realidad.

  • 5. A medida que la actividad policial aumenta, el precio de la marihuana también se incrementa, consecuentemente las ganancias potenciales de la actividad siguen la misma suerte, lo que abre la ventana de posibilidad para la irrupción de camellos profesionales. La importación se vuelve sistemática, organizada y con miras a una actividad sostenida en el tiempo con la capacidad de generar ganancias regulares. Por el aumento de la vigilancia en las aduanas, el aporte de los turistas al mercado disminuye sensiblemente. Las conexiones internacionales se forjan en un contexto en el que los importadores se vinculan de manera directa con países proveedores y con mercados auspiciosos y en el que se comienzan a invertir grandes sumas de capital. Otras actividades criminales se superponen con la importación de marihuana, en especial aquellos vinculados a la venta de otras drogas. Al nivel de la calle los vendedores se acercan cada vez más a la idea de «camello», y se alejan de la consideración de miembros de esa cultura, motivados más por criterios económicos que sociales o de subsistencia. El submundo criminal comienza a mostrarse más interesado en el mercado de las drogas y a realizarle ciertas propuestas a los importadores. Algunos camellos se ven presionados para que les compren a estos criminales y se dediquen a la venta de una gama más amplia de drogas, incluidas la heroína y la metanfetamina. Una pirámide de drogas, aún en etapa embrionaria, comienza a surgir. Una vez más la fantasía es convertida en realidad.

  • 6. Los usuarios de marihuana se vuelven más reservados, aumentan los secretos y de la mano de éstos las sospechas respecto a todo el entorno social que los rodean. ¿Cómo puede saber que estas actividades no están siendo monitoreadas por la policía? ¿Cómo saben que aquellos que parecen ser amigos no son en realidad informantes de la policía? Graves rumores giran en torno el trato de la policía respecto a los sospechosos de consumir drogas, de plantar drogas a algunos individuos, que enfrentan largos condenas de prisión, todo ello en un contexto de una estigmatización social generalizada. Los efectos de las drogas están relacionados con el medio cultural en el que son consumidas. En un club de rugby galés se bebe hasta el punto de llegar a la agresión y se festeja durante toda la noche hasta llegar a comportamientos libidinosos; un ágape académico revela la existencia de chismes punzantes, solapados bajo la máscara del respeto en la comunidad académica. De manera similar los efectos del consumo de marihuana en un medio de persecución policial propician sentimientos de paranoia y episodios semi-psicóticos. Como bien señala Allen Ginsberg:

No es ningún misterio...la mayoría de las personas que han fumado marihuana en Estados Unidos habitualmente experimentan sentimientos de ansiedad, de amenaza, en realidad, de paranoia, que puede generar un cuadro de temblores o histeria, por la preocupación microscópica de estar transgrediendo la ley, sabiendo que miles de investigadores en el país están entrenados y son remunerados para descubrirlos y encarcelarlos, que miles de personas de sus mismas comunidades están en prisión, que incluso algunos de sus amigos fueron «atrapados», con toda la hipocresía, los costos y la ansiedad que conlleva un juicio, sumado al riesgo de castigo cárcel, siendo víctima de la misma burocracia que crea, publicita, administra y se beneficia de una ley tan monstruosa.

A partir de mi propia experiencia y de los demás, estoy en condiciones de concluir que la mayoría de los horribles efectos y afecciones descritas por la Oficina de Narcóticos del Departamento del Tesoro Federal de los Estados Unidos como características de la «intoxicación» por marihuana son exactamente contrarios, debido precisamente a los efectos generados en las personas conscientes, no por los narcóticos, sino por la ley y las actividades amenazantes de la propia Oficina de Narcóticos de los Estados Unidos. Así, como Buda le dijo a una dama que quiso maldecirlo, el regalo es devuelto al dador al no ser aceptado.  (Ginsberg, 1968, 242)

Esto se relaciona con la hipótesis de Tigani el Mahi (1962) que sostiene que considerar a las drogas como ilegales y fallar en institucionalizar su uso a través de controles y sanciones produce efectos físicos adversos y comportamientos erráticos cuando la droga es consumida. De esta forma los efectos estereotípicos se vuelven de manera parcial en realidad.

  • 7. Cuando la actividad policial aumenta, los usuarios de marihuana y los adictos a la heroína empiezan a tener un sentimiento de identidad compartida como víctimas de la persecución policial. Las interacciones entre los usuarios de marihuana y los adictos a la heroína aumentan. El sentimiento social general que se opone a todas las drogas crea un sistema de control estricto en el abastecimiento de heroína a los adictos, que están legalmente obligados a obtener su dosis mediante alguna de las clínicas debidamente autorizadas. La falta de personal médico entrenado, o al menos con un conocimiento teórico suficiente para lidiar con los efectos de la abstinencia en los adictos a la heroína, desemboca en la alienación de muchos de ellos por parte de las clínicas. El adicto que sí asiste es regulado manteniendo la dosis que consume o se le va cortando gradualmente el suministro. Cualquiera de esas opciones hace que sea más difícil obtener el grado de euforia a partir del abastecimiento restringido y desaparece el «mercado gris» de los excedentes de heroína de Salud Nacional, que antes suplía a los adictos que necesitaban suministros adicionales o ilícitos. En su lugar, un mercado negro informal e inestable irrumpe, en el que generalmente se ofrece heroína china diluida con adulterantes. Esto proporciona una base tentativa para la participación del submundo criminal en la venta de drogas y tiene la consecuencia de aumentar el riesgo de sobredosis (porque la potencia de la droga es desconocida) y de infección (por los elementos adulterados).

  • Pero el suministro del mercado negro de heroína por sí mismo es insuficiente. Se recurre a otras drogas para compensar la escasez; la droga adecuada para esta suplencia varía conforme a su disponibilidad en el mercado y de la capacidad de la legislación para hacer frente a este fenómeno de desplazamiento. El principal ejemplo de esto es la metadona, una droga sustitutiva de la heroína, muy adictiva en sí misma, que se utiliza para «desenganchar» a los sujetos de su adicción a la heroína y de los barbitúricos, incluso los prescritos libremente. Como resultado de dicho desplazamiento, se gesta una nueva masa de adictos a la metadona y a los barbitúricos. Estos últimos son, probablemente, más peligrosos que la heroína y su abstinencia causa aún peores problemas. Por un tiempo la desbocada prescripción de los médicos creó, al igual que en algún momento ocurrió con la heroína, un amplio mercado gris de metadona y barbitúricos. Pero la presión sobre los médicos restringe, al menos, la disponibilidad de metadona y de este modo, el listado de medicamentos vendibles en el mercado negro se amplía. En razón de que algunos junkies9 comparten algunas tradiciones bohemias con los hippies (en general viven en las mismas áreas, fuman hierba y se visten de modo similar), los mercados de metadona, barbitúricos, heroína y marihuana suelen superponerse. El adicto a la heroína que busca generar dinero para mantener su hábito en un nivel suficiente según su deseo y el vendedor de drogas emprendedor pueden encontrar este solapamiento redituable al poner a disposición de los fumadores de marihuana la mercancía que necesitan para su consumo.

«Algunos» usuarios de marihuana podrán desplazar su consumo hacia drogas más duras, pero permítanme enfatizar el «algunos», dado que, en general, el uso excesivo de este tipo de drogas resulta incompatibles con los valores de los hippies. La adicción física total implica estar en un lugar y a una hora determinada todos los días, implica una obsesión con una sola sustancia que excluye todos los demás intereses, como una anatema de los valores del hippismo entre los que destacan el hedonismo, la expresividad y la autonomía.  Pero el número de adictos conocidos en Gran Bretaña es relativamente pequeño (apenas más de 2000 adictos a la heroína en marzo de 1970), mientras que se estima que la población de fumadores de marihuana asciende a más de un millón. A la luz de estas cifras, se necesitaría que una proporción mínima de fumadores de marihuana desplazaran sus consumos para que las cifras de adicción a la heroína aumentaran rápidamente. Además, la   disponibilidad de metadona y barbitúricos pueden ser pensadas como vías alternativas para ese potencial aumento. La metadona, en principio pensada como un medio paliativo para los efectos de la heroína, encuentra adictos a su consumo en personas que nunca han consumido heroína. En este   sentido, el incremento de la reacción social contra los consumidores de drogas puede volver realidad el estereotipo a partir del cual la sociedad explica esta escalada. Pero la transmisión de la adicción, a diferencia del contagio de una enfermedad, no depende del contacto, es un proceso dictado por la situación social y los valores de la persona que entra en contacto con los adictos. Los valores de los fumadores de marihuana y la consecución de valores subterráneos no se cumplen con el uso intensivo de heroína. El ascenso hacia la heroína (o metadona y barbitúricos) solo se dará en casos atípicos en los que la posición estructural del usuario de marihuana cambia lo suficiente como para demandar el desarrollo de nuevos valores compatibles con el consumo de heroína como solución a sus problemas emergentes de su nueva realidad. He discutido esta realidad en otros lugares (Young, 1971), siendo suficiente decir aquí que es el resultado de las contradicciones entre los valores subterráneos y las limitaciones económicas y materiales de la cultura bohemia, las que se ven agravadas en escenarios donde la reacción estatal se vuelve particularmente intensa. A primera vista, resulta más probable que se produzca un ascenso hacia otras drogas igualmente peligrosas, especialmente hacia el uso de anfetaminas intravenosas. Las anfetaminas, en particular la metedrina o «speed», son particularmente aptas para culturas que centralizan objetivos hedonistas y expresivos. La amplificación de la desviación bien podría conducir a los usuarios de marihuana al consumo de drogas más potentes y peligrosas, como las referidas.

  • 8. A medida que los medios masivos de comunicación enardecen la indignación del público por el consumo de marihuana, la presión sobre la policía se intensifica: el público les exige que resuelvan el problema de las drogas. Como he mencionado anteriormente, el número de usuarios de marihuana conocidos por los policías es apenas la punta del iceberg de la cifra real. Conforme su deseo de comportarse de acuerdo a lo que dicta la opinión pública y de legitimar su posición, la policía se dedicará a la vigilancia de este grupo y arrestará a muchos más fumadores de marihuana. Lo que sucede es que se profundiza y se acciona sobre la parte no detectada del iceberg: las estadísticas de los usuarios de marihuana se disparan; el público, la prensa y los magistrados visualizan estas nuevas cifras con una alarma aún mayor. Se ejerce mayor presión sobre la policía, la que profundiza aún más en el iceberg, de este modo las cifras aumentan una vez más y la preocupación del público se hace aún mayor. Ingresamos en lo que llamo una ola de crimen fantástica, que no implica necesariamente un aumento real en el número de fumadores de marihuana. Por la publicidad, no obstante, el acto de fumar marihuana llega por primera vez al conocimiento de un gran número de personas, que en su deseo de experimentar quizás decidan probar, lo que generaría un ligero aumento real. No debemos pasar por alto que el pánico moral por el consumo de drogas lleva a la creación de escuadrones de drogas que, por su propia naturaleza burocrática, garantizará un aporte constante a las cifras de delitos, que nunca antes se había evidenciado.

La acción policial no solo produce un efecto de amplificación de la desviación en razón de las imprevistas consecuencias que devienen de la exclusión de los fumadores de marihuana de la sociedad «normal»; sino que también tiene un efecto en el contenido de la cultura bohemia dentro de la cual el consumo de marihuana tiene lugar.

He estado discutiendo un proceso que ha estado ocurriendo en los últimos tres años, acentuando los contrastes de una manera típica ideal para hacer más explícito el cambio. Una característica importante a tener en cuenta es la existencia de un cambio y que éste es, en parte, el producto de la reacción social. Sin embargo, para muchos comentaristas sociales y responsables políticos, este cambio no ha hecho más que reforzar sus presunciones iniciales sobre la naturaleza de los consumidores de drogas, pensados como: individuos con personalidades casi psicopáticas, con un super–yo débil, un ego poco realista, con identificación masculina insuficiente. De manera inevitable estos perfiles, conforme a la percepción general, desplazarán su consumo hacia la heroína y las cifras parecen demostrar que esto ocurre en la realidad. De modo similar, la policía, en la convicción de que el consumo de drogas es generado por unos pocos camellos, verán la amplificación de la desviación de los bohemios y la emergencia de una pirámide de drogas como una confirmación de su teoría de que hemos sido demasiado permisivos hasta el momento. Las teorías falsas evolucionan y la reacción social acciona sobre ellas, produciendo cambios que, aunque son simplemente un «producto» de estas teorías, son tomados por muchos como una prueba de sus presunciones iniciales. Del mismo modo, los consumidores de drogas, desarrollan teorías para explicar la naturaleza represiva de la policía, dándolas por probadas de manera progresiva conforme aumenta la gravedad de los accionares. Como el próximo diagrama muestra, puede ocurrir un espiral de percepciones teóricas equivocados y de confirmaciones empíricas de características muy similares a la espiral de errores de percepción interpersonal descritas por Laing, Phillipson y Lee en Interpersonal Perception (1966).


Gráfico 2

Lo que debe ser cuestionado es que estamos operando sobre un sistema delicadamente equilibrado de relaciones entre grupos, y entre valores y situaciones sociales, que, por así decirlo, puede ser afectado por la reacción exagerada del público y de la policía. Mi opinión es que la tendencia a la reacción innecesaria es parte de la naturaleza de las sociedades urbanas modernas a gran escala y que la comprensión adecuada del proceso de amplificación de la desviación y del pánico moral es una base necesaria para la fundación de la acción social racional. Podríamos lanzarnos fácilmente, mediante una mala gestión del control del consumo de drogas, a una situación que se parecería cada vez más a la de los Estados Unidos.

Implicancia para el control

La premisa básica para el control es lo que Wilkin estipuló como el hecho de que «una sociedad puede controlar efectivamente sólo a aquellos que se perciben a sí mismos como parte de la misma». Es por esto que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para retrasar la puesta en marcha de los procesos de amplificación de la desviación.  Debemos recordar en todo momento que estamos ante un sistema estrechamente interrelacionado en el que las acciones legales para suprimir un determinado comportamiento repercutirán en otras partes del sistema e, incluso, en otros comportamientos que, en un principio, parecen desconectados del primero. Por ejemplo, podría sostener que la acción policial intensa contra los fumadores de marihuana puede tener repercusiones imprevistas en los adictos a la heroína y dentro del submundo criminal. Debemos ser cautos, siendo conscientes de cuáles son nuestros objetivos, eligiendo los medios adecuados para alcanzarlos y eliminando las consecuencias no deseadas. La principal tesis de este trabajo es que somos vagos e inconsistentes respecto a los fines que deseamos alcanzar a través del control del consumo de drogas y que los medios que elegimos para lograr estos objetivos usualmente terminan por generar lo contrario.

Sugiero que los principios que incorporo a continuación sean utilizados para desarrollar un sistema racional y viable de control de drogas.

1. Clarificando las razones para el control.

¿Con base en qué fundamentos nos oponemos a que los individuos fumen marihuana?  Lo es:

  • (i) porque los efectos de la sustancia son físicamente dañosos, o conducen al consumo de sustancias que son físicamente dañosas;

  • (ii) porque produce graves desórdenes de la personalidad; o

  • (iii) porque la sustancia lleva a una conducta que se considera socialmente perjudicial?

En relación a estas tres preguntas, el Comité Wootton parecería no ver ningún peligro grave en el consumo de marihuana, aunque aclara, con cautela, que se necesita más investigación sobre el tema. La preocupación más persistente del Comité es la hipótesis de la escalada, que sugiere que la marihuana es el primer escalón en el camino hacia la adicción a la heroína. Creo que he expuesto con claridad mi mirada sobre esta teoría, la cual sostiene que la escalada es un fenómeno socio-cultural que es producto de los sistemas de control represivos mucho antes que una situación prevenida por éstos.

En materia de los peligros físicos y psicológicos se plantea la necesidad de mayores investigaciones, pero esto debe ser visto por los propios consumidores de drogas como objetivo e imparcial. Parece, desafortunadamente, que se ha asumido implícitamente por gran parte de las investigaciones sobre la marihuana que, partiendo del hecho de que es ilegal, se probará que sus efectos son deletéreos. En esta línea se ubica la cita de un reporte de la Junta Central Permanente de Estupefacientes de las Naciones Unidas.

Los libertarios de los países industrialmente avanzados manifiestan que la marihuana no es peor que el alcohol... estos puntos de vista son plausibles y, en una sociedad que le gusta verse a sí misma como de mente abierta, gozan de un cierto apoyo social… Hasta el momento la posición de la Junta ha reposado en la opinión de autoridades oficiales como el Comité de Expertos en Farmacodependencia de la OMS...que ha incluido al cannabis en la categoría de narcóticos peligrosos... No obstante, en una civilización donde el gobierno es por consenso, la Junta considera que no es suficiente afirmar una aseveración con otra y que la política más efectiva es, mientras se mantienen las restricciones actuales, aquella que construya, mediante la investigación y el cotejo, un corpus de evidencia incontrovertible del peligro real del cannabis, que convencerá a todos excepto a los deliberadamente ciegos. (Greenfield, 1968)

La Junta parece haber adoptado una postura, aún antes de la existencia de investigación y de evidencia incontrovertible.

Especialmente a partir del Informe Wootton, que ha circulado ampliamente en periódicos «clandestinos» y que los fumadores de marihuana han leído con avidez, se desprende que o bien los controles legales deben basarse en evidencia sólida o bien deben relajarse. Si no, solo aumentarán los sentimientos de injusticia social y la subcultura de los consumidores de drogas se irá alienando cada vez más del resto de la comunidad.

Existe un peligro generalizado en el control de drogas a partir de nuestra reacción contra el tipo de personas que consumen y sus valores de naturaleza hedonista que es mayor que cualquier efecto deletéreo que pueda tener la droga en sí misma. La prescripción legal de anfetaminas a las tropas y a los trabajadores de las fábricas durante la guerra, hacer la vista gorda del consumo de benzedrina por parte de los estudiantes para superar sus exámenes, al ser comparado con la severa reacción contra los jóvenes sorprendidos con «corazones púrpuras» en clubes nocturnos, parece indicar que el consumo de drogas para fines productivos es considerada inocua mientras que el uso para buscar el placer en sí mismo es fuertemente reprimido. Las razones para ese control, por lo tanto, deben ser clarificadas y la evidencia debe estar disponible para los propios consumidores de drogas.

2. Entendiendo la causación

He argumentado en el libro The Drugtaker (Young, 1971) la idea de que el uso regular de drogas para alterar estados mentales es una práctica que se encuentra muy presente en la vida nocturna.  Esta práctica es un medio típico para resolver los problemas que genera el sistema de distribución del tiempo entre trabajo y ocio en las sociedades industriales avanzadas. Se echa mano a las drogas ilegales cuando surgen dificultades que no pueden ser resueltas mediante el uso de drogas legales como el alcohol, la nicotina o la cafeína, o de anfetaminas, barbitúricos y tranquilizantes recetados médicamente. Si consideremos que estas problemáticas devienen de la alienación generada por el estudio y el trabajo, son pocas las posibilidades que el consumo de drogas pueda frenarse, al menos sin un cambio en el sistema económico y educativo. En sentido análogo, la reacción contra los consumidores de drogas encuentra su fundamento en la indignación moral que es generada por una economía que dicta la necesidad de mantener un nivel de productividad y de consumo altos. El ciudadano ideal de la era post–keynesiana es aquel que es disciplinado en su trabajo y hedonista en su tiempo libre. Así, nos enseña el valor del trabajo duro y de su gratificación diferida, pero al mismo tiempo nos permite dar forma a nuestra identidad vinculada con los patrones de consumo hedonistas que estructuran nuestro tiempo libre. Como consecuencia de esta tensión, sentimos culpa respecto a ambas valoraciones y se genera una ambivalencia que se encuentra profundamente enraizada en nuestras relaciones sociales. Los bohemios nos fascinan en razón de que nos parece que están representando nuestras fantasías de hedonismo irrestricto, al mismo tiempo que nos produce ira su desdén por el trabajo duro y por no haberse «ganado» su tiempo libre. Incluso las drogas que consumen son percibidas como censurables pero también como una fuente de placer efectiva. Alasdair MacIntyre captó de manera correcta esta actitud cuando escribió:

Los mayores niveles de hostilidad con los que me he encontrado provienen de personas que no han dedicado tiempo a examinar los hechos. Sospecho que lo que los lleva a repudiar el cannabis no son sus creencias de que los efectos de su consumo son dañinos sino la sospecha de la existencia de una aterradora fuente de placer puro que se encuentro disponible para sujetos que no se la han «ganado», que no se la merecen. (MacIntyre, 1968, 848)

Tanto las causas del uso de droga como las razones de la reacción en contra de su consumo tienen sus raíces en la estructura y la cultura de las sociedades modernas. Es por esto que restrinjo mi posición a la necesidad de una solución racional del problema de las drogas, haciendo la salvedad de que existen poderosas fuerzas en nuestras sociedades que se une para evitar la implementación de una política de este tipo.

3. Evitar la Amplificación de la Desviación

El Comité de Wootton emitió a finales de 1968 un reporte que sugirió que las penas por poseer una pequeña cantidad de cannabis deberían ser simbólicas y que la sentencia máxima debería ser reducida de diez a dos años de prisión y reservada para el tráfico de gran escala. El reporte fue atacado de manera despiadada y sus miembros fueron ridiculizados. El ministro del Interior, Señor Callaghan, aseveró ante los Comunes que no sería parte de la «creciente ola de permisividad»10; de hecho, bajo esas circunstancias, hubiera sido un suicidio político que haya accedido tales recomendaciones. Alrededor de un año después, no obstante, un proyecto de ley sobre el uso indebido de drogas fue presentado ante la sala de los Comunes (11 de marzo de 1970), cuyo contenido parecía sugerir que se había arribado a algún tipo de compromiso político. Por primera vez se establecían fronteras legales claras entre los arrestos por posesión y por venta de marihuana. Dicho proyecto proponía que las penas máximas por posesión se redujeran de doce meses en las condenas sumarias y diez años en la acusación (de acuerdo a la Ley de Drogas Peligrosas de 1965) a seis meses y cinco años respectivamente, mientras que los montos máximos de multa serían incrementados. La venta, en cambio, sería castigable con una fianza sin tope y/o una pena de prisión de hasta 14 años, en lugar de la multa de £ 1000 y/o un máximo de 10 años de prisión que prevé la legislación actual. La diferenciación entre los estereotipos de corruptores y de corrompidos («camellos» y «compradores») encuentra su camino para reflejarse en la legislación. Todo este proceso, por supuesto, representaba un útil capital político en un año electoral en el que la ley y el orden era un asunto central y en el que la Encuesta Nacional de Opinión indicaba que los vendedores de drogas eran percibidos, por una muestra representativa de la población, como la mayor amenaza para el orden social11. Esta política entra en franco conflicto con las recomendaciones del Reporte Wootton, que planteaba la idea que la reacción penal ante la venta debía ser reducida y no aumentada.

El proyecto de ley tuvo una muy buena recepción mediática: —«El propósito de este proyecto es tomar medidas enérgicas contra los camellos»,— la criatura que corrompe a la juventud, que se aprovecha sin piedad de las debilidades humanas, fue el comentario del líder de Daily Express el día siguiente a su presentación (12 de Marzo de 1970), y el Daily Mirror coincide cuando comenta: «el traficante de drogas— esa criatura despreciable que vende veneno con el objetivo de obtener ganancias— no merece piedad alguna de la ley. El criminal que se propone enganchar a jóvenes a la droga merece una sanción mucho más implacable que las víctimas de su mal». Teniendo en cuenta la simpatía que ha mostrado la Oposición con estos objetivos, hay muchas posibilidades de que este proyecto se convierta en ley.

Los efectos que una legislación de tales características genere no pueden ser más que conjeturales. La reducción de los montos de la sanción por posesión es probable que aumente el mercado, mientras que la severidad del castigo por vender limitará el perfil de los vendedores a aquellos con la organización suficiente como para lidiar con tal margen de riesgo. Por lo tanto, resulta razonable pensar que puede incentivar la puesta en marcha de un proceso emergencia de un «camello» profesional.

También es posible que, en el largo plazo, la marihuana se vuelva una droga tolerable, incluso quizás respetable. Los tribunales pueden adoptar una actitud permisiva ante la posesión, poniéndola al nivel de una mera ofensa técnica e imponiendo pequeñas e intrascendentes multas. Las sociedades reaccionan ante culturas de contenido hedonista que hacen uso de la droga para buscar un «placer» inmerecido, no ante la droga per se. Quizás esta época venga de la mano del consumo de marihuana por parte de abogados o empresarios en su tiempo libre. Cuando esto ocurra la reacción contra los hippies cesará de orbitar en torno a su uso de la marihuana. Si otras drogas se utilizan como excusas para intervenciones humanitarias, la valoración de los bohemios de la marihuana disminuiría, en razón de su decreciente valor simbólico.

Para prevenir la amplificación de la desviación será indispensable que el control de drogas tome como punto de partida lo que implica en términos de riesgos a la salud y no de la evitación del placer y la excitación injustificada. Los policías, los trabajadores sociales y los magistrados deberán someter sus estereotipos a una drástica revisión. Las agencias sociales deberán prestar especial atención a las consecuencias involuntarias de sus acciones y a los conflictos subyacentes que afectan su relación con las culturas bohemias. Dicho lo cual, debe señalarse que tal programa «racional», en el clima político actual, es muy poco probable que sea suscrito con algún tipo de entusiasmo por los partidos políticos o la masa de la población.

4. Control a través de la Sub–cultura de la Droga

La subcultura de los consumidores de drogas encuentra una parte importante de su contenido en un conjunto de estipulaciones y controles sobre el uso de determinadas sustancias. A su vez, tiene un sistema de valores que juzga los efectos de una droga en particular como buenos o malos. Investigadores de la conducta de los bebedores han demostrado que el consumo patológico del alcohol está asociado a un historial de falta de directivas para guiar el acto de beber (Mizruchi y Perucci, 1962:): es decir, que aquellos que tienen un código nítido de cuando beber y cuando no, en general, adoptan conductas de «tomadores sociales», mientras que aquellos que no disponen de estas reglas se asocian con la conducta de los alcohólicos. Para evitar efectos perniciosos, es vital incluir el consumo de cualquier droga en un sistema de normas y controles. Teniendo en cuenta esto, la legislación actual contra el consumo de drogas, combinada con la acción policial extendida contra los consumidores, no ha logrado frenar el consumo de drogas, por lo que parece que de producirse datos fidedignos sobre los efectos de las drogas puede resultar útil que estos se introduzcan en la subcultura de las drogas. Porque, en mi opinión, es la misma subcultura del consumo de drogas la única con la autoridad suficiente para controlar la actividad de sus propios miembros. Por otra parte, ya se han iniciado intentos en esta dirección, como la campaña contra el uso de anfetaminas, especialmente de metanfetamina, lanzada por el periódico «clandestino» International Times y la organización de información BIT.

Existen ciertos procesos de autorregulación y control dentro del grupo de consumidores, en los que participan miles de personas que se encuentran experimentando con drogas. No estoy queriendo sostener que este acervo de conocimiento sea superior al que disponen en el mundo exterior en todos los sentidos, sino que al menos, en parte y sin pretensiones científicas, tiene la ventaja de ser generado a partir de experiencias de primera mano. Lo que sí es necesario es que este saber sea suplementado y corregido, llegado el caso, por fuentes externas autorizadas. Es evidente que no es posible controlar una actividad simplemente gritando a los cuatro vientos que está prohibida, sino que se deben basar las mediciones en hechos concretos, las que a su vez deben provenir de fuentes que sean valoradas positivamente por los mismos sujetos a los que se pretende influir.

Más aún, la información producida para frenar el uso de drogas debe ser expresada en los términos de los valores de la subcultura, no conforme al discurso que crean las valoraciones de mundo exterior. No tiene sentido intentar controlar el fenómeno de la marihuana señalando a los jóvenes que consumen, convirtiéndolos así en beatniks12 y cerrando las puertas del mercado de trabajo de manera permanente, dado que para una cultura en la que prima el desdén por el trabajo, el hedonismo y la expresividad, este riesgo tendrá muy poca gravitación. Por otro lado, exponer de manera clara la realidad de la adicción a la heroína, que conduce a una existencia en la cual las relaciones interpersonales se vuelven menos importantes que conseguir la dosis diarias, en la que la movilidad se ve seriamente afectada, en la que las cantidades consumidas deben aumentar constantemente para combatir el desarrollo de la tolerancia orgánica y mantener el efecto, podría influir en la tendencia al pasaje de los fumadores de marihuana, que podrían ver su verdadera naturaleza y a los adictos como lo que son «colgados», de acuerdo a los valores y el argot de los mismos usuarios de marihuana.

Conclusión

Se ha dado forma a un sistema de control social con fines pocos claros, estructurado a partir de la elección de medios inapropiados para la consecución de éstos, en miras de limitar la actividad de los consumidores de drogas dentro de nuestra sociedad. Nuestras nociones de los consumidores de drogas, como H. Cohen señaló en el reciente Congreso Internacional de Salud Mental (Cohen, 1968), son mejor definidos como prejuicios y actitudes discriminatorias que como una valoración racional de las normas y los valores de los desviados. La esencia irracional de nuestro enfoque, añadió, «obtura cualquier intento de abordar este problema de manera realista». Por lo tanto, es necesario que seamos realistas, porque, si el argumento de esta investigación es correcto, estamos creando, con las mejores intenciones del mundo, un problema de drogas en Gran Bretaña de proporciones estadounidenses. Más allá de cualquier función que esto tenga en las fantasías y los estereotipos del ciudadano medio, es claro que no puede ser descuidado como un objeto de política y de acción social.


Manifestación de familiares de detenidos por las condiciones de detención y represión durante las protestas ocurridas en la Unidad Penitenciaria n° 2 de Santa Fe en el marco de la declaración del aislamiento social por el Covid–19, marzo 2020. © Fotografía: Mauricio Centurión y Matías Pintos, 2020.

 

Notas

1 Texto publicado originalmente en inglés como Jock Young: «The role of the pólice as amplifiers of deviancy, negators of reality and translators of fantasy», en Cohen, Stanley: Images of deviance, Harmondsworth, Pelican Books, 1971, pp. 27-61. Traducción al español de Bruno Rossini (Universidad Nacional del Litoral, Argentina). Revisión de Gustavo González (Universidad Nacional del Litoral, Argentina). Una versión precedente de este texto fue la primera ponencia presentada por Jock Young en la primera National Devincy Conference realizada en 1968, que dio lugar a todo un movimiento intelectual ligado a las nuevas ideas acerca de la desciación y el control social en Gran Bretaña. Este capítulo presenta en forma sintética los principales aportes de su primer libro The Drugtakers (1971)

2 Jock Young murió el 16 de noviembre de 2013, esta fue su última pertenencia institucional.

3 N. de A.: Es una palabra compuesta, puede ser entendida como: noticias de valor periodístico o noticiables.

4 N. de A.: refiere a los consumidores de alcoholo metílico.

5 N. de A. Traducción literal de column inches, una unidad de medida utilizada para mensurar la cantidad de espacio que ocupaba un determinado tema en las páginas de los periódicos. Es una columna de una pulgada de ancho por una pulgada de largo.

6 N. de A. La traducción de pusher refiere a un sujeto que se dedica a la venta de drogas en la calle, en general con una connotación peyorativa.

7 N. de A. En el texto figura la palabra kick, que en su traducción literal es patada, pero en su sentido figurado refiere al efecto que genera el consumo de drogas.

8 N. de A. Traducción del término «fuzz», un término despectivo para referir a los agentes policiales, especialmente popular durante las décadas de 1960 y 1970 en el argot hippie en Inglaterra.

9 N. de A. Es una palabra anglosajona que tiene permeó las fronteras del español, generalmente escrita como yonqui. Refiere a un sujeto profundamente sumido en el consumo problemático de sustancias.

10 The Times Parliament Report (28 de Enero de 1969).

11 Daily Mail (16 de Febrero de 1970).

12 N. de A. Un término despectivo acuñado en Estados Unidos pare referir a sujetos jóvenes, a modo de etiqueta.

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