UNO
“Se olvida que la lucha presupone un acuerdo entre los antagonistas sobre aquello por lo cual merece la pena luchar y que queda reprimido en lo ordinario, en un estado de doxa, es decir, todo lo que forma el campo mismo, el juego, las apuestas, todos los presupuestos que se aceptan tácitamente, aun sin saberlo, por el mero hecho de jugar, de entrar en el juego.”
Pierre Bourdieu, Sociología y cultura.
Es innecesario comenzar por un inventario de los trabajos del autor del texto que aquí se discute: no solamente porque la tarea es ajena a la que se me ha encargado, sino sobre todo porque para quienes están interesados en la historia de las Islas Malvinas, el de Federico Lorenz es un nombre familiar. Sus contribuciones son ampliamente conocidas en el mundo académico (sobre todo en Antropología e Historia) y también más allá de este: su calidad como novelista, como escritor de literatura infantil y como consumado ensayista le ha hecho lugar en las bibliotecas de lectores de todas las edades y con diferentes niveles de exigencia. Un lector erudito coincidirá con uno lego en que Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas es un libro excelente. 1 Por otra parte, tampoco es un secreto que Lorenz se reconoce y es reconocido como un intelectual molesto, una suerte de tábanosocrático. 2 Para él, problematizar Malvinas fue y es una tarea política. Hacerlo “le cerraba la puerta a apólogos de la dictadura, al amparo de la causa sagrada [...] para reintroducir en el espacio público otras cuestiones” y era también una manera de no regalarle el tema a los autoritarios. Para quienes están del lado opuesto a dichos apólogos, sus planteos acarrean no obstante otras preocupaciones, dado que exigen abandonar las “zonas de confort” entre las cuales navega el tema.
Estas condiciones me permiten pasar enseguida a la tarea que se me encargó, cual es la de comentar críticamente el texto que Lorenz propuso para este número del Boletín dedicado, cómo no, a que algunos historiadores e historiadoras podamos decir algo a 40 años de la Guerra de Malvinas.
DOS
En este país y en nuestro campo –me refiero al historiográfico, aunque también sucede en otros (como el artístico)– el ejercicio de la crítica está atravesado por un generoso número de incomodidades procedentes de diferentes situaciones, que van del conocimiento cara a cara entre los agentes –comentarista y comentado– hasta el conjunto de afinidades y disidencias que acercan y alejan a esos mismos agentes, pasando por cuestiones relativas a posiciones universitarias, intereses y emociones. Cuando todo esto ocurre, lo mejor es poner las cosas negro sobre blanco y brindar la confesión de parte para evitarle al eventual lector el tedio de buscar la prueba: conozco personalmente a Federico, acuerdo con muchas de las cosas que plantea, sus textos están muy logrados y me parece un polemista dotado, extraordinario. Sé además –como puede saberlo cualquiera, porque lo dice a voz en cuello y lo escribe cada vez que puede– que considera que sus posiciones sobre algunos temas (como por ejemplo la esencialización de algunas posiciones o los presupuestos “soberanistas” que subyacen a ciertas investigaciones, quitándoles frescura y amplitud de miras) son críticas para oficialismos de todos los colores.
De hecho, en el texto que aquí se discute escribió que “el hecho de que ‘Malvinas’ presente un carácter doblemente esencial o esencializador (un reclamo territorial con rango constitucional, una guerra) puede derivar en el desarrollo de identificaciones y auto represiones que son contrarias a las características de la actividad crítica”. Es más: asegura que “Problematizar las características de la polisemia de ‘Malvinas’, y distinguir su incidencia en la actividad crítica conforma toda una agenda de investigación”.
Mi comentario se concentrará en algunas reflexiones que me despertó la lectura de un aspecto de este texto en particular, mientras que acuerdos y desacuerdos parciales con algunas afirmaciones tendrán seguramente un carácter marginal.
TRES
Para comenzar, declaro mis coordenadas: de ninguna manera soy un especialista en la Guerra de Malvinas. Al contrario, es un tema sobre el cual no paso de ser un lector que se enriquece aprendiendo de la puesta en práctica de técnicas de investigación que le resultan ajenas y, por eso mismo, educativas. Esto es importante porque el texto de Lorenz está organizado sobre este eje y a lo largo del recorrido, cuando se lee “Malvinas” o “problemática Malvinas”, el nombre propio es casi siempre reemplazable por “Guerra de Malvinas”. Como bien lo sabe el autor, alrededor de cada aniversario redondo (los treinta o los cuarenta) del conflicto bélico desarrollado en el Archipiélago la sinécdoque se refuerza. 3
Ahora bien: Lorenz impulsa y anima una “historia larga” de Malvinas –cuya antigüedad encuentra su piso en el avistaje de las Islas por “desertores de la expedición de Magallanes”– y mi convocatoria a comentarlo bien podría explicarse por eso, ya que nada he investigado sobre la Guerra de 1982. 4 Me interesó siempre la historia que los europeos llaman “moderna” de su modernidad autoasignada y que muchos sudamericanos denominamos “colonial” por tradición historiográfica o por convicción –teórica y política–. En cualquier caso, ni las modernidades ni las colonialidades parecen tener fecha cierta de deceso –en el mundo de hoy pueden detectarse cosas que siguen siendo modernasy situaciones que siguen siendo coloniales–, y por eso las aclaraciones tienen motivo: mis referencias apuntan al ámbito de estudios de la historia de la América colonizada por monarquías europeas entre los siglos XVI y XIX. También cabe aclarar que no debo mi posición en el sistema científico a mi producción sobre Malvinas –cuya publicación más antigua data apenas de 2019– sino sobre historia de la justicia hecha desde una perspectiva interseccional. Mis incompetencias –y los supuestos que tuve que reforzar para legitimar esta intervención– entonces, están sobre la mesa. 5
CUATRO
Lorenz elige presentar su recorrido personal periodizando su producción sobre “Malvinas” (aunque no escribió solo sobre “la Guerra de Malvinas” ese es el tema sobre el cual principalmente investigó) en tres momentos. Uno –inicial– durante el cual, afirma, “no hay campo” y “todo estaba por hacer” (1994-2006); un segundo momento durante el cual tácitamente dice que sí lo hay, indicando que él mismo es “arte y parte” del mismo (2007-2015) y un tercer momento, de “disputas y apropiaciones”, del cual también es animador, y se extiende desde 2016 hasta la actualidad.
Del primer período, que coincide con su “aproximación a la temática de [la Guerra de] Malvinas”, destaca el “carácter periférico” que el tema tenía en el campo académico argentino. Es cierto. Acierta también cuando traza una analogía entre las formas de aproximación académica a la Guerra de Malvinas con aquellas que se realizaban sobre “los años setenta” del siglo XX argentino: aparición de las voces de los actores, complejidad del diálogo con ellos y con los sectores sociales atravesados por el tema. Señala también “la particularidad de la guerra de 1982”, cuya sola mención despertaba rechazos a la violencia en general y una perspectiva crítica frente a las Fuerzas Armadas argentinas en particular. En suma, las dificultades que traía estudiar un acontecimiento que conllevaba “la mancha de origen de haberse producido durante la dictadura militar”.
Sin embargo, esta última característica tiene poco de excepcional. A mediados de la década de 1990, sucedía con muchos otros temas de la historia. Así como para muchos colegas estudiar cuestiones de derecho era “cosa de abogados”, de la iglesia “cosa de curas” y de la guerra en general “cosa de milicos”, Lorenz constata que hacerlo sobre Malvinas, también era todavía eso, “un tema de milicos”. Debo agregar que, en los años noventa del siglo XX, para un académico progresista o medioprogresista, todos esos temas y otros más cabían al abrigo del coloquial paraguas de “cosa de fachos”. En un campo académico como el argentino, que debía su renacimiento a “la vuelta a la democracia”, 6 planteaba censuras y autocensuras a través de binarismos que por entonces parecían indiscutibles. Lorenz inscribe su formación “en el campo de los estudios sobre la memoria, entendiendo como tales los temas de derechos humanos y la dictadura”, lo que lo condujo a poner en contacto la Guerra de Malvinas con los otros temas salientes que había dejado la misma dictadura que la emprendió: la represión ilegal y la vida cotidiana bajo aquellas sombras. 7
Durante su recorrido, y sobre todo cuando transita por los output que ofrecen para este tema los carriles educativos, 8 toma nota de “la vigencia tanto [de] los tópicos nacionalistas para explicar la guerra como [de] la intensidad emotiva del vínculo con las islas, muchas veces sin sustento informativo”. El final de este período de su recorrido personal está signado por la publicación de su libro Las guerras por Malvinas, “estudio sobre las formas en las que la sociedad argentina tramitó la guerra y la posguerra”.
Las discusiones sobre el libro abren el segundo período. Sobre su “armazón conceptual” se montó Pensar Malvinas, 9 material elaborado desde el Ministerio de Educación para el sistema educativo nacional, enlazando y retroalimentando su tarea de investigador con la de divulgador y formador docente. Durante este lapso Lorenz fortalece su tesis sobre la diferencia regional en la experiencia (y las formas de la memoria) de la guerra, ampliando el arco de los sujetos de los combatientes hacia los civiles. Esta diferencia también tiene su expresión en “la adhesión al reclamo territorial, que a escala regional en ocasiones se apoya en marcas identitarias locales y provinciales”, de lo cual Lorenz induce –no entiendo el razonamiento, pero comparto incondicionalmente su resultado– “que si la guerra debía pensarse de forma diferente, con matices experienciales y regionales, teníamos que desplegar una agenda para entender la historia multisecular de las islas y el espacio atlántico de la misma manera, con preguntas y aproximaciones que permitieran dar cuenta de esos matices”.
La ampliación de los sujetos de la experiencia lo lleva a subrayar nuestro “desconocimiento” sobre los que están al otro extremo “los falklanders, kelpers o malvinenses”, con quienes pudo entrar en contacto y cuyos puntos de vista pudo recoger. 10 Gracias a los viajes que realizó a las Islas –esto hace una diferencia importante, porque el reconocimiento del terreno y el contacto con su gente no es algo que pueda hacerse virtualmente ni que hayan hecho muchos investigadores–, tanto ellas como sus habitantes “dejaron de ser imaginarias”. Fantasmas de Malvinas, en este sentido, es mucho más que un libro de viaje: explica el impacto de la experiencia de haber estado en las Islas en su posicionamiento como investigador. 11
Es interesante que durante su caracterización del “segundo momento” no despliegue argumentos para sostener la construcción de Malvinas como un campo, sino una interpelación directa a las políticas (¿de memoria? ¿de historia?) que el gobierno nacional desarrolló en torno a “Malvinas”. 12 La agencia del gobierno –bajo el cual pudo desarrollar, no obstante, toda su producción y también algunos de sus viajes al Archipiélago– es atribuida al kirchnerismo que, asegura, “llegó tarde y sesgadamente al tema”, apelando a repertorios dispares y obrando pragmáticamente en “fruto de la necesidad de encontrar elementos aglutinantes en un contexto de confrontación política”: lecturas dogmáticas, 13 retóricas cruzadas, en definitiva, Lorenz declara que la relación entre las formas de comprender la construcción de la nación y la guerra de 1982 entraban en conflicto. 14
Federico Lorenz contribuyó durante esos años a hacer agenda sobre Malvinas, a impulsar (desde la atalaya intelectual) una política de derechos humanos que comprendiera los hechos de la Guerra de Malvinas y su llegada por concurso al Museo Malvinas (2015) 15 funciona como una criba donde hierven y se funden todas esas incomprensiones, prejuicios, malestares y francas disidencias, situación que impactó en sus investigaciones, conduciéndole a “considerar el componente irracional y emotivo en las decisiones de investigación”.
En ese punto comienza lo que el autor identifica como el “tercer momento” de su recorrido personal en la producción sobre Malvinas, el de “disputas y apropiaciones”. En la gestión del Museo, afirma, encontró los límites configurados por “...el dictum de que las islas son argentinas, la ausencia de los isleños en las representaciones sobre la historia y el lugar, el confinamiento en la historia diplomática”.
Metodológicamente, Lorenz eligió cerrar la escritura de estos momentos alrededor de su propia producción y referirse a la de otros y otras en el apartado siguiente, que viene a funcionar como una suerte de estado del arte en el pretendido campo que acaba de presentarnos sobre el bies del recorrido personal.
CINCO
El autor nos cuenta qué es lo que pasó en el “campo Malvinas” sin advertir que ese campo se habría gestado alrededor de los estudios sobre la “Guerra de Malvinas” (algo que para la mayoría casi no requiere aclaración), pero sobre todo sin decirnos qué es lo que entiende por “campo”. También da por sentado que esa combinación no requiere de ninguna aclaración. Esta es la zona del planteo que me parece más polémica.
Parece ocioso decir que, en nuestro medio académico e intelectual, la categoría de campo contiene resonancias de la teoría de los juegos, de la teoría de la acción en general y de la producción de Pierre Bourdieu en particular. Sin embargo, en el texto de Lorenz, la falta de una referencia definitoria –en el sentido estricto de la palabra– permite suponer que el autor ha elegido hacer un uso blando de la categoría, lo que no está mal sobre todo porque hasta el mismo Bourdieu desaconseja utilizarla de forma aislada, fuera de una teoría. Esto además desobliga a la fórmula “campo Malvinas” de pasar por una check-list que admitiera o rechazara su pertinencia. Lorenz está en su derecho. Pero la lectura también supone derechos y, desde la recepción, es difícil evitar pensar sobre esta formulación –para mí sorpresiva– sobre la existencia y las características de un “campo Malvinas” sin regresar sobre algunas cuestiones.
Las primeras incomodidades provienen, cómo no, de algunas evaluaciones personales, que ni el autor del texto ni otros lectores tienen por qué compartir. Pero me parece que en la Argentina que está por llegar al primer cuarto del siglo XXI existe un campo cultural, uno intelectual, un campo científico (donde los que hacemos ciencias humanas permanentemente tenemos que agitar los trapos para que otros ahí se den cuenta de que existimos) y –desde hace bastante menos tiempo– uno historiográfico. 16 Los centros de interés alrededor de los cuales se desarrollan actividades en estos temas se ajustan mejor a otros nombres: grandes áreas, disciplinas, subdisciplinas, disciplinas híbridas, áreas temáticas, recortes regionales. Todo esto, cómo no, está informado por y cargado de elecciones políticas discutibles, conversables. Pero nótese que cuando el autor quiere saltar del “campo Malvinas” hacia algo mayor, no lo hace al historiográfico sino, deliberada –y correctamente–, hacia las ciencias sociales. Entonces allí tiene que apelar a una metáfora más ancha, y por eso se va del “campo” al “mundo”: el “campo Malvinas” estaría dentro de otro campo, “en el mundo de las Ciencias Sociales”. 17
Si hacemos caso a su propio relato, la imagen de la construcción de una agenda –de la cual, junto con Rosana Guber, es uno de los dos responsables mayoritarios– parece más ajustada a la realidad que la de construcción de un campo. Voy a volver sobre esto, no sin antes dar una oportunidad al uso blando de la categoría de campo.
SEIS
Lo que sucede con este uso blando de “campo” no es infrecuente. Tampoco completamente incorrecto. Como durante el proceso de conformación de cualquier área temática donde se intersectan varias disciplinas, el experimentado por la temática “Malvinas” se vio atravesado por algunos de los temas clásicos de la conformación de un campo en su etapa de profesionalización. Entonces, aunque me manifiesto abiertamente reticente a la idea de que los estudios que las ciencias sociales y las humanidades argentinas hacen sobre Malvinas compongan algo que amerite llamarse un “campo”, soy muy consciente de que los agentes que trabajaron por la conformación de tal área de estudios atravesaron y fueron atravesados por muchos de los problemas que Pierre Bourdieu identificó en su teoría de los campos. En lo que relata Lorenz –incluso si no puede ser exhaustivo siquiera acerca de su propia producción, porque sería imposible, y sobre todo leyendo entre líneas– se puede identificar lucha entre pretendientes y dominantes, 18 jerarquías indiscutibles o disputables, relaciones de fuerza entre agentes e instituciones que intervienen en la lucha, momentos de disputa y redistribución de capitales simbólicos, autoridades, sommeliersde distinta laya, conservadores de la doxa y hasta algunos herejes. 19
Todas esas cuestiones pueden visualizarse en los procesos que describe o en los datos que ofrece, incluso si esa no es su intención e incluso si ese no es un campo. ¿Por qué? Porque la clave para detectar todo eso está en la lectura, y no en la escritura.
SIETE
Ahora bien: si algunos problemas típicos de los “campos” son visibles en la conformación de esta agenda, de esta área temática, otros no.
Por ejemplo, Bourdieu afirma que –incluso en sus variables nacionales– los campos “se presentan para la aprehensión sincrónica como espacios estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas propiedades dependen de su posición en dichos espacios y pueden analizarse en forma independiente de las características de sus ocupantes (en parte determinados por ellas)”. 20 Efectivamente: aunque alrededor de los estudios sobre Malvinas también hay “algo en juego y gente dispuesta a jugar” por eso, 21 las reglas de ese juego y los habitus de los agentes que lo juegan pertenecen a un campo preexistente (el historiográfico), del cual quienes estudian/estudiamos Malvinas somos parte, donde ocupamos lugares y donde ocurren cosas con una autonomía relativa que permite incluso prescindir de los nombres. Esto último, que parece un detalle, es algo que en el caso presentado por nuestro autor es impensable: de hecho, los nombres son tan pocos y la lista es tan “finita” que cualquier ausencia podría ser tomada como una afrenta o como una falta profesional difícil de disculpar.
OCHO
Sigamos adelante dialécticamente. Reiteremos el movimiento desde otro momento y supongamos que, si un campo está constituido sobre todo por la existencia de un capital común y la lucha por su apropiación, “Malvinas” fuera un campo. Entonces, la tarea principal sería revisar la identidad entre quienes detentan el capital específico y la formulación del contenido del capital común. Porque si “Malvinas” fuera un campo –como el intelectual, como el artístico, o incluso uno profesional, como el historiográfico– la distinción entre aportes de las ciencias sociales, la literatura periodística, los informes militares, el cine, la biología, el arte, la geología, la arqueología, las ciencias del mar y las humanidades sería improcedente. El campo tendría sus reglas y las definiciones orbitarían alrededor de una definición política de lo que Malvinas es –del mismo modo que quienes estamos en el campo historiográfico jugamos un juego que tiene reglas que no hemos escrito, pero cuya definición política hemos reconocido y estudiado–. También las posiciones y sus relaciones objetivas 22 serían más importantes que los nombres. Identificaríamos algunos “jugadores” 23 que mueven fichas y compiten, pero lo dominante serían las posiciones, no los nombres de los jugadores. Esto tiene sentido para analizar las tensiones que produjeron sus intervenciones desde los dispositivos de memoria en 2012 y luego desde el dispositivo Museo: pero es fácilmente encuadrable en otro campo preexistente, el intelectual. Estos episodios se explican con lenguaje de campo, pero no explican la existencia de un campo.
Insisto: muchas cosas que pueden aprenderse del análisis de campos sirven para pensar estos temas, pero esto no implica que estemos necesariamente frente a un campo. Si hubiera un “campo Malvinas”, esto tendría otras consecuencias.
La periodización no podría trazarse ligada de manera inequívoca a una experiencia individual y a un tema en particular (el de la Guerra). Sin embargo, los estudios históricos más y menos profesionales sobre Malvinas podrían darse por iniciados mucho antes pero, sin dudas, tienen en las obras de Ricardo Caillet Bois y José Torre Revello un momento alto, casi fundador de una expresión profesional montada sobre el canon trazado en 1910 por Paul Groussac. 24 Si de un campo se tratara, la “biografía de los padres” tendría un volumen indisimulable y, desde hace años, hubiera sido tarea para el hogar asignada a candidatos y aspirantes. Otra cosa que delata que estamos frente a algo que es diferente de un campo es la preocupación por una simetría de fuentes que tiene siempre como otro arbotante a las inglesas pero que, por motivos que comprensibles históricamente, ha omitido a la francesa. Para el período que me ocupa (último tercio del siglo XVIII, años más que menos), el volumen de fuentes en francés sobre Malvinas es importante. Aunque ínfimo frente al volumen de las producidas por sujetos anglófonos –que también las hay desde muy temprano–, es superior a lo que puede controlar un investigador en el lapso de una vida. En un “campo Malvinas”, la colonización francesa de las Islas tendría un lugar destacado porque fue la primera instalación humana que emplazó un equipamiento político del territorio constatable, funcional territorialmente y transmitido históricamente.
NUEVE
Prosiguiendo con las herramientas ofrecidas por Bourdieu en su vasta obra, en textos como el que aquí analizamos “uno debe recordar permanentemente que el sujeto mismo de la objetivación está siendo objetivado”. 25 La relación de un investigador con los espacios donde considera que su producción está inserta, esto es, su inscripción dinámica en el ámbito de las relaciones académicas e intelectuales, es inevitablemente polémica y política.
¿Un “campo” es el fruto de un conjunto de decisiones o, al contrario, como parece sugerir la reflexión teórica, es algo que se ha constituido y objetivado gracias y a pesar de un conjunto histórico y dinámico de acciones y dispositivos?
Otros están convencidos de que la “historia reciente” constituye un campo, con el cual el postulado “campo [Historia de la Guerra de] Malvinas” al que se refiere Lorenz tiene algunos problemas en común. 26 En cualquier caso, las investigaciones sobre la “Guerra de Malvinas” –porque al final, el campo parece reducido a este pequeño pero sensible terreno– 27 con toda claridad pueden estar atravesadas por muchos problemas de campo, pero si bien tiene sujetos específicos (los veteranos, caídos en combate, los isleños, los funcionarios de Gran Bretaña) o temáticas específicas (la marítima, la insular, la soberana y la bélica) no me parece que tenga problemas específicos. Quienes cultivan la “(nueva) historia (sociocultural) de la Guerra”, por caso, claro que encuentran en Malvinas y 1982 un centro de tracción: pero están labrando un área específica dentro de un campo mayor, que es el de la historia. Es algo que sucede en muchas disciplinas y con muchas áreas temáticas.
Otro síntoma que pone en tensión la idea de campo es la ausencia de debate, denunciada por el mismo Lorenz. En un campo, sobre todo en su período de construcción, la publicación de un libro desafiante 28 es una oportunidad que difícilmente pasa inadvertida.
DIEZ
Si los ejercicios de memoria provocan efectos de reapropiación y recalifican a los agentes más o menos autorizados para referirse a un tema como el recuerdo de la guerra o la definición de un “veterano de guerra”, un recorrido personal no se comporta de manera muy diferente: siendo, como son, una ejecución conjunta (aunque no necesariamente equitativa) de memoria e historia, este tipo de aproximaciones también están fuertemente condicionadas incluso para los más dotados en el manejo de los instrumentos del análisis de nuestro campo –me refiero al historiográfico–.
Mi lectura ha disfrutado mucho del balance personal –sobre el cual el autor solicita una indulgencia que sabe innecesaria, porque sus aportaciones son de primera importancia y están deliciosamente escritas– pero, desde la mayor honestidad, el uso blando de una categoría cuyo pedigree está muy cargado me ha suscitado estimulantes preguntas y saludables incomodidades. Sus resonancias me condujeron a leer una y otra vez este trabajo con diferentes cristales, dudando no solamente sobre la “existencia” de un “campo Malvinas” –siempre pensando en el sentido que Bourdieu le asignaba a “campo”– sino también sobre su mera condición de posibilidad y hasta en la conveniencia de su existencia misma.
Para quienes estudian la Guerra (ya que no para todos los que estudiamos otras etapas de la historia de Malvinas) los problemas a futuro, dice Lorenz, enfrentan al menos dos grandes limitaciones que se retroalimentan: el “secreto” de la guerra y la cuestión soberana. Sobre el primer tema no tengo nada que decir porque nada sé. Sobre el segundo tengo una opinión formada.
Creo que la “argentinidad” de las Islas, así formulada, forma parte de algo que la Convención Constituyente de 1994, la misma que reconoció la democracia como un valor constituido, convirtió en una política de Estado –fijándolo en las cláusulas transitorias porque es una situación que no se desea permanente–. Es algo a lo que llegaron nuestros representantes. Difiere mucho de la guerra, iniciada por una dictadura que, además, cometió todo tipo de atrocidades. Ambas decisiones atraen adhesión y despiertan disensos en diferentes proporciones. Mas solo la Constitución es fruto de un proceso democrático, lo que me parece muy difícil de equiparar a un estatuto esencializador. Si hay quienes gustan de esencializar a partir de esto, están equivocados: una Constitución no está escrita sobre piedra. Refleja consensos que hemos decidido mantener por un tiempo largo: pero no es derecho indisponible.
Por otra parte, así como los investigadores no tenemos que ser belicistas para poder comprender o explicar una guerra, tampoco tenemos que tener una visión esencialista de la nación para comprender o explicar la historia de Malvinas. Son cosas que molestan, pero no veo el impedimento. El diálogo entre diplomacia, política e historia siempre fue difícil, y estudiar lo que sucedía en el siglo XVIII, cuando la historia era el derecho, y la diplomacia se hacía a la vez que se escribía la historia, enseña mucho sobre esto. Eso era normal hace 250 o 300 años atrás. Ahora no puede serlo.
Los trabajos están bien divididos y tenemos personal competente para cada cosa: para hacer diplomacia, y también para hacer historia. Ojalá un día bajen los ruidos blancos y –desde el ejercicio de la función pública– se comprenda que la calidad de un análisis histórico sobre Malvinas no depende de cuánto aporta al reclamo soberano. Sobre todo porque ese trabajo ya está hecho –y muy bien hecho– y si la soberanía sobre el Archipiélago es restituida a la República Argentina no lo será por tener un título más, sino porque la presión internacional sobre Gran Bretaña sea ejercida con decisión por las potencias que pueden sancionarla de alguna manera que le duela. Siento mucho expresarlo de manera tan brutal, pero la ausencia de una autoridad de aplicación para las decisiones de los organismos internacionales no me permite pensar de otro modo.
Finalmente, desde mi propia práctica historiográfica –es poco, y casi todo está publicado en open access, por lo que parece inútil citarlo–, 29 he tratado de inscribir mis investigaciones sobre Malvinas en el campo de la Historia, dentro de líneas que me parecen fructíferas y que me obligan a dialogar con colegas de diferentes partes del mundo: las historias trasnacionales y conectadas, los enfoques interdisciplinares sobre archipiélagos (donde la historia ambiental, las arqueologías y las ciencias biológicas tienen mucho para enseñarnos) o los estudios sobre procesos de equipamientos políticos de territorios y su gobierno.
ONCE
“Un campo es un juego desprovisto de inventor y mucho más fluido y complejo que cualquier juego que uno pueda diseñar jamás”. 30 Esta definición me parece muy acertada para espacios más grandes y abstractos, más anónimos –el campo intelectual, el campo de las ciencias sociales, el campo de la Historia– donde las reglas pueden operar porque escapan a la designación de referentes cuyo número puede agotarse en los dedos de una mano, o cuyas expresiones en materia de publicaciones pueden contarse y omitirse por decenas de miles. Pero si no nos gustan las otras etiquetas (área de estudios, área temática, o incluso la de “sub-campo”) podemos encontrar alternativas.
El cierre del texto de Lorenz es maravilloso y, en este sentido, nos ofrece una llave para salir del laberinto. Una vez más –ya lo había hecho cuando organizó un seminario en el Museo Malvinas– 31 apela a la alegoría de la línea de berma, “ese espacio tan contrastante donde todo se mezcla, empieza y termina, en una superposición de las mareas humanas y marinas”. Pocas metáforas me parecen más adecuadas, potentes y satisfactorias que esta para caracterizar de qué estamos hablando cuando decimos “Malvinas”.