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Cuadernos de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Jujuy

versión On-line ISSN 1668-8104

Cuad. Fac. Humanid. Cienc. Soc., Univ. Nac. Jujuy  n.15 San Salvador de Jujuy jul./dic. 2000

 

ARTICULO ORIGINAL

Ideología y utopía, dos ejes para pensar el mundo contemporáneo

Ideology and utopía, two axes to think about the contempory world

Susana Maidana *

* Facultad de Filosofía y Letras - Universidad Nacional de Tucumán.

RESUMEN

En la actualidad, la realidad virtual, entre otras, aparece como una de las formas patológicas de utopía, lo que, a su vez, refuerza el peso de las formas anómalas de ideología. Algunos ejemplos de la cultura tucumana ofrecen un claro testimonio de la influencia del factor ideológico en la constitución del imaginario social. Si bien, las democracias requieren de lo ideológico para constituirse, necesitan también dejarse seducir por lo diferente, de modo de evitar las consecuencias éticas que trae la adhesión acrítica a un pasado cristalizado.

ABSTRACT

Today virtual reality, amony other things, appears as one of the pathological forms of utopia, which in turn reinforces the weight of the anomalous form of ideology. Some examples of Tucumana culture offer a clear testimony of the influence of the ideological factor in the constitution of the social imagery (imaginario). Even though democracies required of the ideological to constitute themselves, they also need, to be seduced by indifference, so as to avoid the ethic consequences that attract then non critical adhesion to a crystallized past.

Las ideas de ideología y utopía operan como ejes articuladores para tomar posición sobre algunas problemáticas contemporáneas en contraposición a las modernas.
La modernidad se caracterizaba por una demarcación de las fronteras que separan los asuntos que conciernen al gobierno civil respecto de los concernientes a la religión, tal como fue expresado por Locke, uno de los teóricos del liberalismo moderno. El gobierno civil era una sociedad constituida con el fin de preservar los derechos de los ciudadanos, tales como el derecho a la vida, a la libertad, a la salud, al cuerpo, a la propiedad privada. Era, pues, el encargado de ejecutar imparcialmente las leyes con el fin de proteger los derechos de los individuos y su límite era la salvaguarda de tales derechos, que no podían ser trascendidos. La razón, convertida en el instrumento para la construcción de la nueva sociedad, se revistió de perfiles utópicos, cuya inagotabilidad impondría un orden científico racional y garantizaría un futuro promisorio, al menos, estos eran sus afanes.
La razón misma, henchida de proyectos utópicos, aspiraba lograr una armonía entre el hombre y la sociedad, cuyo resultado sería un mundo regulado y ordenado, sin fisuras, libre de azar y espontaneidades, tal como las utopías lo describían a "more geométrico". Me interesa subrayar que la razón moderna funciona al modo de las utopías, tiene puesta su mirada en el futuro, se proyecta hacia lo nuevo y busca la felicidad posible. Lanza a los hombres a la aventura del futuro con fe optimista, imaginando que todo lo proyectado pueda ser posible.
Tampoco la ciencia de la época escapó del optimismo utópico sino que el hombre, gracias al saber, aspiraba lograr el poder y se comprometía en un proyecto que garantizaría el bienestar general de la sociedad, tal como lo imaginara Bacon en la Nueva Atlántida, ciudad organizada mediante la ciencia y la tecnología y en la cual los hombres dominan la naturaleza y alcanzan el bienestar social.
La utopía clausura la angustia ante el futuro, nos arroja hacia un futuro lejano, atractivo pero, al mismo tiempo, irrealizable, proyecta un mundo ideas, tejido de virtualidades y, al modo de la razón moderna, apunta a un mundo nuevo en donde reine la libertad, la legalidad, la racionalidad.
Paul Ricoeur en Educación y Política(Nota 1) dice que el imaginario social está constituido por dos ejes conflictivos: la ideología y la utopía y que, mientras el primero puede representarse como un hilo temporal que tiende al pasado; el segundo alude a una temporalidad arrojada hacia el futuro, pero ambos son constituyentes imprescindibles de la cultura. Según el autor, la ideología no tiene solamente el sentido negativo de simulación que le otorga el marxismo, sino un sentido positivo en cuanto ella permite el reconocimiento en la tradición, en el pasado, consolida lo que una comunidad es; mientras que , por su parte, la utopía implica una postura crítica respecto de un estado de cosas e imagina un estado superador de antiguas contradicciones. Así por ejemplo, los modernos proyectaron una forma de socialización diferente y cuestionadora del estado de cosas del mundo medieval y, al mismo tiempo, construyeron una ciencia, una política, una ética, una estética posibles, legisladas racionalmente. Si la ideología preserva y conserva un orden social y las ideas y creencias que lo sustentan; por su parte, la utopía lo cuestiona e imagina un mundo distinto. Pero Ricoeur también advierte que tanto la ideología como la utopía tienen formas patológicas: la primera puede convertirse en mera ilusión y mentira; y la segunda puede significar una huida de la realidad. Por mi parte, concibo la utopía en sentido positivo como una idea reguladora al estilo kantiano que guía los actos humanos en pos de un cierto estado de cosas, manifestando ese costado inquieto de la condición humana, reacio a dejarse mutilar y encasillar, que intenta ir más allá en el camino de los proyectos vitales.
Ahora bien, la pregunta que me interesa plantear es ¿qué pasa con estas dos dimensiones en los tiempos que corren, signados por el "pensamiento de la fruición", la admisión de la "contaminación", y la puesta entre paréntesis de la claridad y distinción cartesianas, aún en el seno de las ciencias? Sabemos que vivimos en un mundo diseñado por las tecnologías de punta, pautado por los "mass-media", que son algunas de las creaciones más imponentes de la razón moderna. Y tampoco desconocemos que muchas de las críticas a la modernidad estaban en ciernes en ella misma y que no hay una modernidad en estado puro, separada y distinguida de una posmodernidad ascéptica, sobre todo en los países latinoamericanos. No voy a abundar en la idea por todos conocida de que la postmodernidad es el pensamiento estetizante del instante, el goce del momento sin otra función que el goce mismo, etc., pero sí quiero detenerme en la utopía, con el fin de plantear que en el mundo actual opera en sus formas patológicas lo que, a su vez, refuerza la misión ocultadora de la ideología. Es decir que si una cultura no se proyecta hacia nuevos horizontes, queda atrapada en el pasado. ¿Qué lugar le cabe a las utopías en un mundo de incertezas, sin expectativas de un mañana mejor? Pareciera que las utopías hubieran perdido su razón de ser, sin embargo hay un ámbito en el cual lo posible se revela como real y me estoy refiriendo a la realidad virtual, otro de los grandes productos de la razón humana. Mientras las utopías diseñan mundos posibles para los cuales no hay lugar en el que dejen de ser posibles para convertirse en reales, la técnica por la cual se 4crea una realidad virtual con los mismos caracteres de la realidad real es una forma de hacer posible lo imposible. De este modo pareciera expresarse la omnipotencia de la condición humana que cree poder efectivizar su fantasía. Así, la tecnología parece resolver ese viejo problema que mantuvo en vilo al pensamiento de Heráclito y Platón, de Descartes y la literatura barroca, encontrando en la realidad virtual la forma de convertir en real lo soñado. La posibilidad de volver real lo virtual, el vivir en el "como si.." pone en el centro del debate la infinita potencialidad de la creatividad humana y, al mismo tiempo, frena la capacidad imaginativa de los hombres. En un mundo virtual los hombres se volverían tan inmaduros como los niños que creen que basta cerrar los ojos para que el mundo desaparezca. La inmadurez se acrecienta cuando el hombre vive en una cámara de cristal ajena a las frustraciones, a las necesidades, a las carencias, en un mundo que no ofrezca resistencias sino que todo está a la mano y en el cual basta querer para tener, desear para ser. De este modo el mundo actual asiste a una forma degradada de utopía, aquella que se evade de la realidad, condenando a los hombres al aislamiento, encapsulándolos en sus propias imágenes y fantasías , sin contacto real con el otro, sin espejo en el cual reconocer su rostro. De este modo se podría adquirir una identidad ajena, una memoria plasmada por imágenes y vivencias planificadas por un ordenador. ¿Daríamos con esto concreción a la ideas del hombre máquina o del autómata cartesiano alimentado con su propio pensamiento, atrapado en un solipsismo sin poder ver nada salvo lo que imagina? El mundo de realidad virtual no sería, pues, un mundo de fantasía sin límites, sino vaciado de fantasía porque lo ilusorio se viviría como real, convirtiendo a la ficción en la única realidad conocida. Esta forma patológica de entender la utopía se vivencia también en la sociedad de la comunicación generalizada que, al mismo tiempo, que informa, desinforma; que al mismo tiempo que comunica, incomunica. Pero todas estas formas -las experiencias de realidad virtual, la sociedad masmediática- son en realidad una desnaturalización del sentido propio de utopía porque ella tiene lugar cuando el hombre se siente atrapado en un estado de cosas, en oposición a lo cual imagina un mundo diferente. La dimensión utópica forma parte de la estructura ontológica del hombre, es entregarse a una aventura del pensamiento gracias a lo cual avizora un futuro que todavía no es , pero que anticipa como cautivante. Puede representarse como una flecha arrojada hacia un lugar lejano, dibujado como meta de nuestras aspiraciones aunque seamos dolorosamente conscientes de que su consumación plena no sea posible, es el punto hacia el cual proyectamos nuestros más profundos anhelos.
Lo cierto es que el mundo actual se caracteriza por la presencia de formas patológicas de utopía, que niegan y evaden la realidad, hecho que, al mismo tiempo, refuerza el otro polo del imaginario social que es la ideología. La sociedad contemporánea da ejemplos claros de esta dialéctica de utopía e ideología que, a pesar de los agoreros del fin del milenio, no han llegado a su fin. Tomemos un ejemplo: la victoria de Bussi en Tucumán y el caudal electoral obtenido en las elecciones recientes revela que los votantes no se sintieron alentados por un optimismo hacia lo nuevo, sino que se sintieron atraídos por la tradición. Una cultura autoritaria muy arraigada fue el factor decisivo que llevó a la gente a mentir cuando respondía las encuestas a boca de urna, temiendo pagar el costo de la verdad con la pérdida del trabajo. Lo cierto es que el clientelismo sigue afianzado y el asistencialismo sigue siendo reconocido como la única forma de política social. La victoria de Bussi en la capital y de Miranda en el interior también revelan la tranquilidad que depara el líder, el padre, aquél que impone la norma y libera de la responsabilidad de elegir y de comprometerse. Las consecuencias éticas que se derivan de los autoritarismos son evidentes: el ciudadano transformado en individuo es un mero átomo social, anómico, indiferente, desligado de lo público. Si, como sostiene Touraine, la democracia se define como el esfuerzo de combinación de libertad y de integración, podemos decir que ella es una combinación de utopía y de ideología, reconocerse en la memoria, en la historia y apostar a los cambios, a la modernización, críticas mediante. Lo cierto es que Tucumán está arraigada en el pasado, en una historia de la cual no puede desprenderse, como la dependencia que se establece entre el torturador y el torturado, entre el amo y el esclavo. La historia de Tucumán, sea a través de la oligarquía azucarera, del perro familiar, del patrón de ingenio o de los líderes paternalistas, muestra el peso del pensamiento mítico y de una tradición que se niega a proyectar un mundo nuevo, tejido por los hilos de la racionalidad crítica.
Si bien soy consciente de que en estas latitudes del noroeste argentino los hombres solamente pueden acceder a alguna experiencia de realidad virtual en una sala de video game, por la distancia que nos separa de los grandes laboratorios en los cuales se utilizan este tipo de experiencia para hacer descubrimientos científicos, sin embargo hay formas patológicas de utopía y de ideología que invitan a encerrarse en el pasado como una forma de negar un presente transformado. La vuelta a los fundamentalismos es otro de los signos de este fin de siglo que, por un lado, aparece globalizado y homogeneizado y, por el otro, tribalizado y particularizado, convirtiendo al lenguaje de los particularismos y sus códigos en lenguaje universal, lo que conduce inexorablemente a conductas intolerantes y éticamente deleznables. Que el sentido positivo de utopía está debilitado es fácilmente ejemplificable en el retroceso de la cosa pública, en la falta de credibilidad de los gobiernos, de los representantes, de los partidos, de los sindicatos, del estado, y nuevamente el ejemplo de Tucumán salta a la vista: la proliferación de los sublemas ha mostrado el imperio del relativismo, del "todo vale", lo que equivale a afirmar que no son necesarios proyectos políticos, ni ideas, ni programas. En efecto todo "lo sólido pareciera disolverse en el aire", disolviéndose el sentido moral de la libertad, de la responsabilidad, de la autenticidad. No hay armonía entre hombre y sociedad, entre ciudadano y gobierno, por el contrario la corrupción se ha colado en los intersticios del tejido social y cuando los hombres pierden la credibilidad en la cosa pública, la democracia entra en un serio peligro de extinción porque las pasiones humanas liberan su energía en el llamamiento a un líder que cumpla las funciones que el estado democrático y sus representantes se mostraron incapaces de cumplir.
Por cierto, la democracia requiere de la dimensión de lo ideológico, una tradición con la cual identificarse, pero también necesita dejarse seducir por lo otro, por lo diferente, para constituir el cuerpo social y político. Ello no significa ampararse en un pasado cristalizado sino reconocerse en una historia para pensar, a partir de ella, cómo planificar el futuro, y es en este punto donde entra en juego la dimensión utópica de la razón que apuesta a un mundo mejor, sin evadirse de la realidad y de sus conflictos, sino apropiándoselos para escribir sobre ellos una historia nueva.

NOTA

1) Paul Ricoeur, Educación y Política, Bs.As., Edit. Docencia, l984        [ Links ]

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