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Folia Histórica del Nordeste

versión impresa ISSN 0325-8238versión On-line ISSN 2525-1627

Folia  no.48 Resistencia dic. 2023

http://dx.doi.org/10.30972/fhn.48487079 

ARTÍCULO

SALVADOR MAZZA, MÉDICO MILITAR. ANÁLISIS DE SU CARRERA PROFESIONAL Y PRODUCCIÓN CIENTÍFICA EN EL SERVICIO DE SANIDAD DEL EJÉRCITO ARGENTINO

Salvador Mazza, military doctor. Analysis of his professional career and scientific production in the health service of the Argentine Army

1Profesor en Historia y Doctor en Antropología Social. Investigador Independiente del CONICET, Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata. Profesor Titular de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. gsoprano69@gmail.com //

Resumen:

El médico argentino Salvador Mazza es bien conocido en la historiografía médica y la historia de la salud y enfermedad por sus investigaciones sobre la “enfermedad de Chagas” en la Argentina. Menos conocido es el hecho de que revistó como oficial médico en el servicio de sanidad del Ejército de ese país entre 1915 y 1920. Este trabajo tiene por objeto su carrera profesional como médico militar, su producción científica en el servicio de sanidad y sus colaboraciones en las publicaciones de este servicio antes, durante y con posterioridad a su desempeño como oficial del Ejército. Sostengo que su trayectoria académica y profesional como médico es expresiva de la existencia de una red de relaciones institucionales y personales entre la sanidad del Ejército y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Palabras Clave: Salvador Mazza; Médico Militar; Sanidad Militar; Ejército Argentino

Abstract:

Argentine physician Salvador Mazza is well known by medical historiography and the history of health and disease for his research on “Chagas disease” in Argentina. Less well known is the fact that he served as a medical officer in the health service of the Argentinian Army between 1915 and 1920. The aim of this work is to analyze his professional career as a military doctor, his scientific production developed during in health service and his collaborations in the publications of this service before, during and after his performance as an army officer. I suggest that his academic and professional career as a doctor is expressive of the existence of a network of institutional and personal relations between the Army, Health and the Faculty of Medicine of the University of Buenos Aires.

Keywords: Salvador Mazza; Military Doctor; Military Health; Argentine Army

Introducción

El médico argentino Salvador Mazza es una figura bien conocida en la historiografía médica y la historia de la salud y enfermedad por sus investigaciones sobre la “enfermedad de Chagas” en la Argentina.1 Menos conocido es el hecho de que revistó como oficial médico en el servicio de sanidad del Ejército entre 1915 y 1920. No obstante esa breve trayectoria castrense, su colaboración con el servicio de sanidad se remonta a sus años como estudiante de medicina y continuó después de abandonar la carrera militar.

El presente trabajo tiene por objeto su carrera profesional como médico militar, su producción científica en el servicio de sanidad y sus colaboraciones en las publicaciones de este servicio antes, durante y con posterioridad a su desempeño como oficial del Ejército. Sostengo que su trayectoria académica y profesional como médico es expresiva de la existencia de una red de relaciones institucionales y personales entre la sanidad del Ejército y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX.2

Para dar cuenta de ello pondré en diálogo historiografías que en el campo académico de la Argentina habitualmente no mantienen interlocución entre sí, por un lado, la historia de la medicina e historia social de la salud y enfermedad y, por el otro, la historia de los militares. Esa escasa interlocución es, sólo parcialmente, expresión de la especialización de los campos académicos disciplinares o subdisciplinares; también revela una proyección extemporánea hacia el pasado de la conflictiva relación que en este país han sostenido entre sí amplios sectores científicos-universitarios y los militares -cuando menos- desde mediados de la década de 1960 hasta el presente.3 Asimismo, me serviré del análisis de fuentes documentales como el Boletín Militar y el Legajo Personal de Salvador Mazza en el Ejército, artículos de su autoría y de otros autores que refieren a su producción científica publicados en el Boletín de Sanidad Militar y en la Revista de la Sanidad Militar.

Estudios, docencia e investigación en la universidad

Salvador Mazza nació en la ciudad de Buenos Aires el 6 de junio de 1886. Su padre y su madre eran inmigrantes italianos, Francesco Mazza y Giuseppa Alfise, que vivían en Rauch, una localidad de la provincia de Buenos Aires donde hizo sus estudios primarios en el Colegio San Carlos de los Hermanos Salesianos.4 Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y los universitarios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.5 En esta última casa de estudios ingresó en 1903, egresó como médico en 1910 y, en 1911, presentó su tesis de doctorado en medicina: “Formas nerviosas y cutáneas del aracnoidismo”. Dedicó su tesis a tres miembros de la elite de médicos y profesores universitarios de la época: Francisco de Veyga (su “padrino” de tesis, médico militar e inspector general de Sanidad del Ejército entre 1907 y 1910), José Penna (presidente del Departamento Nacional de Higiene) y José R. Semprún (director de la Asistencia Pública de la ciudad de Buenos Aires).

Aquí es importante introducir una aclaración. En 1898 el Ejército había creado una Escuela de Aplicación de Sanidad Militar, anexa al Hospital Militar Central, que comenzó sus cursos efectivamente en 1902. Pero su funcionamiento se discontinuó en 1905 y fue reabierta -no sin dificultades- en 1910 como Escuela de Aplicación de Medicina Militar. Como el plan de estudios de la carrera de medicina no incluía una formación en sanidad militar, los estudiantes que aspiraban ser oficiales médicos debían completar cursos y aprobar exámenes de materias impartidas en la mencionada escuela a partir del 3º o 4º año de la Facultad de Medicina. Las materias dictadas en la escuela en 1905 eran: Medicina Legal y Legislación Militar; Clínica Quirúrgica y Cirugía de Guerra; Patología Militar; Enfermedades y Epidemias en los Ejércitos; Medicina Operatoria; Bacteriología y Química Aplicada a la Higiene de los Ejércitos; Farmacología. Esto debe ser tenido en cuenta en el caso de Mazza, pues sus estudios universitarios promediaban cuando se cerró la Escuela de Aplicación y esta fue reabierta el año en que egresó como médico, por tanto, mientras fue estudiante no cursó en la Escuela de Aplicación.6 No obstante ello, sus relaciones con el servicio de sanidad del Ejército se forjaron cuando era estudiante de medicina y, entre 1908 y 1910, es mencionado como ayudante de laboratorio del Hospital Militar Central.7

Andrés Ivern (1979), Jobino Sierra Iglesias (1990), Paula Bombara (2009) y Federico Pérgola (2014) consignan antecedentes biográficos no registrados en su Legajo Personal. Fue activo en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y llegó a ser director de la Revista del Círculo Médico Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina, donde publicó numerosos artículos. En 1907 se embarcó en el buque de transporte “1º de Mayo” de la Armada Argentina como cirujano de segunda en una navegación hasta Isla de los Estados y Ushuaia en el extremo sur del país.8 Fue ayudante de farmacia y laboratorio en el Hospital Francisco Muñiz, inspector sanitario en Rauch, ayudante de laboratorio en la cátedra de Fisiología de Horacio Piñeiro y en la de Clínica Epidemiológica de José Penna en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En 1911 ingresó al Departamento Nacional de Higiene y fue asignado a un laboratorio en la Isla Martín García, donde realizó estudios bacteriológicos en portadores de cólera.9 En 1912 asistió, como delegado por el Círculo Médico, al VIII Congreso de Medicina Tropical en New Orleans. En 1913 se incorporó a la Sociedad Científica Argentina.

Con su ingreso al servicio de sanidad del Ejército en 1915 dejó el Departamento Nacional de Higiene, pero dio continuidad a la docencia en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.10 En su Legajo Personal consta que fue adscripto, jefe de trabajos prácticos y profesor suplente de la cátedra de Bacteriología.11 En 1920 obtuvo por concurso el cargo de director del Laboratorio Central del Hospital de Clínicas de la mencionada facultad. Como este cargo -a diferencia de su actividad docente- requería una dedicación exclusiva incompatible con su carrera como médico militar, solicitó la baja del Ejército, la cual le fue concedida.

En 1921 fue nombrado presidente de la sección Sociedad de Higiene y Microbiología de la Asociación Médica Argentina. El 22 de agosto de 1922 renunció a la dirección del Laboratorio Central del Hospital de Clínicas.12 Al año siguiente hizo un viaje de estudios por el Reino Unido, Alemania, Francia, Argelia y Túnez. A su regreso en septiembre de 1924 fue designado director del Laboratorio del Instituto de Clínica Quirúrgica de la Universidad de Buenos Aires -dicho Instituto había sido creado por el médico José Arce el año anterior-. En 1925 recibió en Buenos Aires a los médicos franceses Charles Nicolle y Charles Anderson del Instituto Pasteur de Túnez a quienes conoció en su último viaje. Con el apoyo de José Arce -rector de la Universidad de Buenos Aires- y de Gregorio Aráoz Alfaro -presidente del Departamento Nacional de Higiene- Mazza, Nicolle y Anderson emprendieron un viaje de estudio de tres semanas por las provincias de Salta y Jujuy donde tomaron contacto con los médicos que habían hecho reconocimientos en humanos de la tripanosomiasis americana.

Mazza consideraba que era necesario instalar un laboratorio en el noroeste argentino que investigue las enfermedades endémicas de la región. Por tal motivo, impulsó la creación de la Misión de Estudios de Patología Regional Argentina (MEPRA) una vez más con apoyo de Arce, que presentó el proyecto al Honorable Consejo Universitario de la Universidad de Buenos Aires el 26 de febrero de 1926 y se aprobó el 16 de abril de ese año. Simultáneamente Mazza fue dando forma a una red institucional con los médicos que se ocupaban de aquellas enfermedades: la Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte. Al año siguiente fue nombrado miembro de la Société de Pathologie Exotique de París y en 1928 participó, en El Cairo, del Congreso Internacional de Medicina Tropical y de Higiene. En este último viaje visitó Jartún (Sudán), Palestina, Viena, Berlín, Hamburgo, Marsella, París, Amsterdam y Londres. En el Reino Unido fue distinguido como miembro de la Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene (Sánchez, Pérgola y Di Vietro, 2010, pp. 60-71; Pérgola, 2014, pp. 340-342).

De aquí en más, su biografía hasta su fallecimiento el 8 de noviembre de 1946 en Monterrey (México) es bien conocida, pues está directamente ligada a la historia de la “enfermedad de Chagas” como problema científico, social y de política pública en América Latina en general y la Argentina en particular (Zabala, 2010, p. 11).13 Nos ocuparemos, por ello, de lo que apenas se conoce: su trayectoria como oficial médico del Ejército entre 1915 y 1920 y su producción científica en ese ámbito castrense.

Trayectoria como oficial médico

Salvador Mazza fue oficial del cuerpo profesional del Ejército durante cinco años.14 Su carrera militar puede dividirse en tres etapas. La primera comprende su ingreso como cirujano de cuerpo (equivalente a teniente primero en el cuerpo combatiente) el 14 de julio de 1915 y su incorporación al Laboratorio Bacteriológico del Hospital Militar Central desde el 22 de julio.15 La segunda etapa se abre el 3 de agosto de 1916, cuando fue propuesto para cumplir con una comisión de estudios de “carácter profesional militar” sobre sanidad en Alemania y el Imperio Austro-Húngaro. Y la tercera se extiende desde su regreso de Europa, a fines de mayo de 1917, y su nombramiento como Jefe de Sección “D” (Laboratorios) de la Dirección General de Sanidad y profesor de Higiene Militar en la Escuela de Aplicación de Sanidad Militar hasta que solicitó la baja del Ejército, el 25 de marzo de 1920 -formalizada por decreto presidencial el 14 de junio de ese año-.

Mazza tuvo una destacada trayectoria desde que comenzó su carrera como oficial médico. Fue evaluado positivamente por sus superiores, por primera vez, por su desempeño en el Laboratorio Bacteriológico del Hospital Militar Central, en noviembre de 1915, a poco más de tres meses de su ingreso. El cirujano de ejército Julio R. Garino consignó que “Goza de muy buen concepto profesional” y era “estudioso” y el inspector general de Sanidad, Nicómedes Antelo, refrendó aquella calificación. En sus “aptitudes generales” -“salud”, “conducta”, “inteligencia” e “instrucción profesional”- recibió las máximas calificaciones. Se dejaba constancia de que tenía conocimiento de varios idiomas -hablaba, escribía y traducía correctamente en francés e italiano y traducía con uso de diccionario del alemán, inglés y portugués-, sabía equitación y era buen jinete, pero no andaba en bicicleta, no practicaba esgrima, ni sabía nadar. También se listaban sus numerosas publicaciones.16

En su Foja de Concepto del año siguiente también se registraron muy buenas calificaciones por su labor en el laboratorio y en una comisión en Corrientes y Entre Ríos para investigar una epidemia de fiebre tifoidea. En un apartado referido a “inventos y descubrimientos” se le acreditaron las vacunas “ozena Mazza”, “coli Kraus-Mazza”, “lepra Kraus-Mazza” y un “nuevo tipo de agitador para vacunas”. En “aptitudes morales de carácter”, “de espíritu militar” y “de conducta”, “intelectual de instrucción” y “físicas” recibió calificaciones “muy buena”. Su superior inmediato -el cirujano de cuerpo Felipe Justo- expresó que era “muy competente” y “muy bueno” y registró que era el primero en el orden de mérito entre los cuatro oficiales con los que compartía grado y destino. Otros superiores replicaron aquellas consideraciones positivas: el cirujano de brigada Rogelio D’Ovidio lo calificó como “muy bueno” y el inspector general de Sanidad, Antelo, como “muy competente y laborioso”.17

El 3 de agosto de 1916 se abre la segunda etapa en su carrera militar. El director general de Sanidad lo propuso para una comisión de estudios en Europa considerando que, en el contexto de la Gran Guerra, los Ejércitos beligerantes estaban poniendo en práctica “el máximum de su capacidad científica” para “mantener sus tropas en el mejor estado sanitario y por lo tanto de eficiencia bélica”. El viaje era una oportunidad única para conocer de primera mano e incorporar los “adelantos de esa materia” en el “teatro de la acción misma”. Antelo le encomendaba el estudio de “la defensa sanitaria del ejército contra enfermedades infecciosas durante las operaciones bélicas”.18 Por su parte, el ministro de Guerra, el general Ángel Pacífico Allaria, acrecentó los objetivos con la adquisición de conocimientos sobre el tratamiento ortopédico de los inválidos de guerra. En nota del 25 de agosto de 1916 se precisó que haría sus estudios en Alemania y Austria-Hungría. El 20 de septiembre de 1916 llegó al Ministerio de Relaciones y Culto un telegrama del representante de la legación argentina en Alemania, con la confirmación de que el gobierno de aquel país permitiría visitar instalaciones militares dentro de su territorio nacional. Por su parte, el telegrama con la autorización del Imperio Austro-Húngaro llegó el 7 de octubre de 1916. El 22 de septiembre de 1916 un decreto presidencial lo designó para esta comisión de estudios. A tal efecto, se le otorgó un pasaje de primera clase de ida y vuelta hasta su destino, se aseguró que continuaría percibiendo sus haberes como oficial y se dejó constancia de que su situación de revista sería en comisión en el extranjero.19

Nos hemos formado un conocimiento de aquella comisión por un informe (fechado el 15 de junio de 1917) elaborado por Mazza a su regreso, el cual fue elevado por el director general de Sanidad al ministro de Guerra el 19 de junio de 1917.20 La primera escala fue en Barcelona, donde permaneció un mes en el laboratorio del bacteriólogo Jaume Ferrán i Clua. Aquella escala no había sido mencionada en el decreto, pero evidentemente contó con apoyo oficial, pues Mazza agradecía la colaboración de la Embajada, el agregado militar y el cónsul general argentino.21

Continuó su viaje por tierra hacia Viena a través Francia y Suiza. En esta ciudad fue recibido por las autoridades de la Embajada de Argentina y, gracias a una carta de recomendación de quien fue su antiguo jefe en el laboratorio bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene, Rudolf Kraus, se incorporó al Instituto de Seroterapia para estudiar con el equipo del patólogo y bacteriólogo Richard Paltauf, enfocándose en la vacunación antitífica y anticolérica, profilaxis de enfermedades infecciosas en la guerra y el funcionamiento de los laboratorios de campaña para diagnóstico y prevención de las epidemias. También conoció la organización y materiales de curación de la Cruz Roja austríaca, se interesó en sus servicios epidemiológicos, sistema de transporte de heridos desde el campo de batalla hasta los hospitales de etapas, lazaretos y barracas desmontables, laboratorios bacteriológicos móviles, desinfección de ropas, camas y objetos de la tropa. Visitó hospitales de guerra, de reserva y de aislamiento y los servicios clínicos fijos más importantes de la ciudad. Tomó un curso de microfotografía y se interiorizó acerca de la fabricación, conservación y uso de prótesis y el tratamiento y educación de los inválidos de guerra para su readaptación a medio civil.

Luego se dirigió a Berlín, donde fue recibido por las autoridades de la Embajada de Argentina, el agregado militar teniente coronel Basilio Pertiné y el agregado naval capitán de fragata A. Celery, quienes habían hecho gestiones para que accediera a los servicios de sanidad militar alemanes, con el objetivo de conocer sus materiales y profilaxis de enfermedades infecciosas en campaña y en guarnición -desinfección, obtención de agua potable, cocinas de campaña, sistemas de abastecimiento y de estadística-. Visitó hospitales de guerra, laboratorios bacteriológicos y de anatomía patológica e hizo un curso de anatomía patológica. Las cartas de recomendación de Rudolf Kraus, una vez más, le abrieron puertas: fue recibido por el inmunólogo August von Wassermann, frecuentó el Instituto Robert Koch, la Caridad Real y la Sociedad Kaiser Wilhelm. Asimismo, el ministro de Guerra prusiano habilitó su concurrencia al Departamento Imperial de Salud para conocer sus investigaciones sobre enfermedades infecciosas.22

Hasta entonces el viaje marchaba sin inconvenientes graves. Sin embargo, cuando finalizaba su estancia en Berlín, se presentaron complicaciones que hizo constar en su informe:

A esta altura de mis estudios y mientras me disponía a trasladarme a Hamburgo para concurrir al Instituto de Enfermedades Tropicales me vi en la imposibilidad de recibir recursos por haber agotado los míos personales en cantidad triples de la que se me asignó en la comisión. A este respecto y para que mi caso no constituya un precedente aplicable a otras misiones análogas, cúmpleme manifestar al Señor Director que en las condiciones de guerra sobre todo, es imposible realizar los viajes con el sueldo a papel, a no ser que como en mi caso se gaste el propio peculio más del triple de lo asignado.23

Y esta no fue la única complicación: sus libros y apuntes reunidos en el viaje fueron retenidos en la frontera alemana con Suiza.

De acuerdo con su Legajo Personal, la comisión de estudios en Europa se extendió entre el 30 de octubre de 1916 y 31 de mayo de 1917 -en realidad regresó el 27 de mayo-. Aquí comienza la tercera etapa en su carrera militar. Una vez en Buenos Aires, fue nombrado jefe de la Sección “D” (Laboratorios) de la Dirección General de Sanidad y profesor de “Higiene Militar” de la Escuela de Aplicación de Sanidad Militar.24 Tenía a su cargo la dirección de los laboratorios del servicio de sanidad y dictaba clases a los estudiantes de la Facultad de Medicina que aspiraban a ser oficiales médicos. Su superior inmediato en ese cargo y destino, el cirujano de brigada Rogelio D’Ovidio -jefe de la Segunda División de Sanidad Militar- lo calificó como “muy bueno”, “trabajador” y con “excelente preparación profesional”.25

El 21 de febrero de 1918, el ministro de Guerra Elpidio González envió una nota al director general de Sanidad, Antelo, diciendo que había tomado conocimiento de que la Sección de Bacteriología de la Dirección General de Sanidad estaba produciendo una vacuna antitífica para el Ejército, que expresaba su satisfacción y felicitaba al cirujano de cuerpo Salvador Mazza y al personal que participó de esta iniciativa. Mazza agradeció aquellos favorables conceptos con una nota del 23 de febrero dirigida su jefe, D’Ovidio, señalando que aquello era el comienzo de un amplio programa de producción de vacunas en el Ejército, hecho con un “espíritu de neto nacionalismo” y con la “más eficiente colaboración de todo el personal” del laboratorio.26

El 27 de mayo de 1918, el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil remitió a su par argentino una invitación para que enviara una representación a la “Segunda Conferencia de la Sociedad Sudamericana de Higiene, Microbiología y Patología”, que sesionaría en octubre en el Instituto Oswaldo Cruz en Río de Janeiro. El director general de Sanidad del Ejército, Antelo, recomendó a Mazza como representante por este organismo, debido a su “preparación científica y sus trabajos de higiene y microbiología”.27 Aquella propuesta se sustanció por un decreto presidencial del 2 de octubre de 1918 y Mazza participó de ese evento en una comitiva con otros médicos argentinos.28

En su cargo como jefe de laboratorios también cumplió con comisiones en el interior del país: Rosario y Tucumán en 1918 y Tucumán en 1919. Sus superiores continuaron calificándolo favorablemente: en 1918 como “sobresaliente”, “estudioso y muy competente” y con “espíritu de investigación” y en 1919 D’Ovidio, consignó que era “muy bueno”, “muy laborioso, de excelente preparación profesional y muy contraído al trabajo” y Antelo que era “sobresaliente”.29

Su Legajo Personal contiene una nota manuscrita del 25 de marzo de 1920 dirigida al director general de Sanidad; su contenido es tan sintético como contundente porque con ella Mazza ponía, voluntariamente, fin a su carrera profesional militar:

Ruego al Sr. Director quiera tener a bien gestionar de quien corresponda se me sea concedida la baja y absoluta separación del Ejército en el cargo de cirujano de cuerpo, jefe de la Sección D de la II División de la Dirección Gral. (General) de Sanidad y profesor de Higiene militar de la escuela de aplicación de Sanidad. Dios guarde a V. E. Salvador Mazza.30

Ese mismo día, el director general de Sanidad requirió al tesorero de la Dirección y a las autoridades del Hospital Militar Central que verificaran si Mazza tenía “cargos pendientes”.31 Las respuestas no se hicieron esperar. El mismo 25 de mayo, el primero respondió que no poseía causas pendientes y otro tanto se hizo, desde el segundo, por nota del 30 de marzo de 1920. El 30 de marzo de 1920 el director general puso la solicitud de baja a consideración del ministro de Guerra. Esta vez se explicitaban los motivos:

El referido Cirujano ha obtenido por concurso, el puesto de Director de Laboratorio del Hospital de Clínicas, cargo que lo inhabilita según las ordenanzas universitarias respectivas, a ejercer un empleo de la misma naturaleza. Como el Dr. Mazza ha optado por continuar en el Hospital de Clínicas, corresponde le sea aceptada la baja que solicita, a pesar de los distinguidos servicios prestados a la Sanidad Militar como bacteriólogo, Jefe de la Sección D, de esta Sección General (Laboratorios).32

La premura con que la solicitud fue respondida es un indicio de que había sido anticipada por Mazza a sus superiores, en la Dirección General de Sanidad. Se procedió a verificar si poseía cargos pendientes en las grandes reparticiones del Ejército. En abril de 1920 éstas se expidieron: Mazza no tenía causas pendientes.33 El 14 de junio de 1920, un decreto presidencial formalizó su baja.34

Producción científica en el servicio de sanidad del Ejército

El análisis de la producción científica de Mazza, publicada por el servicio de sanidad del Ejército antes, durante y después de su desempeño como oficial médico del cuerpo de sanidad, comprende cinco cuestiones principales entre los años 1908 y 1932.35

La primera cuestión está relacionada con sus estudios sobre aracnodismo, producidos como estudiante de medicina; pero debido a limitaciones de espacio apenas efectuaré una somera caracterización de esta cuestión. Entre 1908 y 1910 Mazza publicó tres artículos en el Boletín de Sanidad Militar, donde analizaba cuatro casos clínicos de pacientes afectados por mordeduras de arañas internados en el Hospital Francisco Muñiz, en cuyos tratamientos intervino realizando estudios bacteriológicos y químicos para determinar sus diagnósticos y tratamientos.36 Este tema acabó siendo objeto de su tesis de doctorado: “Formas nerviosas y cutáneas del aracnoidismo”. Con este término, Mazza denominaba a un “conjunto de fenómenos morbosos consecutivos a picaduras de arácnidos y algunos otros artrópodos vecinos a esa clase”.37 Buscaba demostrar que las heridas de arácnidos estaban lejos de ser inocuas, como sostenían algunos zoólogos.38

La segunda cuestión se corresponde con los estudios de laboratorio, desarrollados durante los cinco años como oficial médico; entre estos, se cuentan numerosos estudios bacteriológicos, químicos y citológicos que debían cumplirse en forma rutinaria, pero también otros como la vacuna contra la tifoidea que le deparó importantes esfuerzos profesionales y reconocimientos institucionales.

La tercera está referida a la profilaxis de las enfermedades infecciosas en la población civil y, en particular, al rol de los estudios bacteriológicos. Los médicos militares acumulaban saberes y experiencias en profilaxis y tratamiento de enfermedades infecciosas en cuarteles y campamentos militares y consideraban que aquellos conocimientos podían proyectarse al ámbito civil.

La cuarta aborda, por un lado, una caracterización general de la sanidad militar en sus dos principales actividades: la profilaxis y atención de las enfermedades del personal militar en tiempo de paz y de guerra y los servicios médicos dados a los combatientes en tiempo de guerra. Y, por otro lado, refiere a un problema específico que se presentaba todos los años al servicio de sanidad del Ejército desde principios del siglo XX: el examen médico de los ciudadanos convocados a prestar el servicio militar obligatorio y la determinación de quiénes estaban o no aptos para cumplimentarlo.

Por último, la quinta cuestión comprende las investigaciones de la Misión de Estudios de Patología Regional Argentina (MEPRA), presentadas en las Reuniones de la Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte a partir del año 1926, es decir, después que Mazza solicitó la baja del Ejército.

Estudios de laboratorio y producción de una vacuna antitífica

Mazza tuvo su primer cargo y destino en el Ejército en el laboratorio bacteriológico del Hospital Militar Central y, desde que regresó de Europa, fue jefe de laboratorios de la Dirección General de Sanidad hasta que solicitó su baja. Los estudios en laboratorio constituyeron, entonces, su principal actividad.39 ¿En qué consistían?

Los laboratorios habitualmente atendían diversas demandas de los hospitales Central y Divisionarios y de las enfermerías de las unidades operativas del Ejército, solicitadas por los oficiales médicos para diagnóstico y tratamiento de pacientes. Por requerimientos de las unidades distribuidas en el territorio nacional, por ejemplo, en 1916 se hicieron 6918 investigaciones (3870 químicas y 2148 bacteriológicas y citológicas) y, en 1917, 6335 (3902 químicas y 2433 bacteriológicas y citológicas). Mazza también impulsó la adquisición de laboratorios portátiles -como aquellos que conoció en Austria y Alemania- para realizar estudios químicos y bacteriológicos in situ y elaboró protocolos para la recolección y el envío de muestras.40 Y en algunas oportunidades publicó análisis de casos clínicos.41

Además de cumplir con estos estudios rutinarios, Mazza fue protagonista de la implementación de una original decisión tomada en el Ejército en 1914: la aplicación obligatoria de la vacuna antitífica a la totalidad de los oficiales, suboficiales y soldados.42 Rudolf Kraus y Mazza habían desarrollado una vacuna antitífica un par de años antes en el laboratorio bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene siguiendo la “técnica de Vincent”, esto es, esterilizando por agitación con éter emulsiones de solución fisiológica de bacilos de Eberth procedentes de cultivos.43 Mazza relató cómo fue aquella experiencia. Decía que las especies bacterianas que emplearon procedían, casi en su totalidad, de tipos traídos de Viena por Kraus y sólo dos o tres cultivos de bacilos de la Argentina. Esto último era importante, pues entendía que la utilización de especies microbianas locales gravitaba favorablemente en la eficacia de la vacuna, tal como había observado en los ejércitos del Imperio Austro-Húngaro y Alemania, que constataron que la protección de la vacuna era menor en tropas movilizadas a territorios lejanos.44

La vacuna del laboratorio bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene había sido probada en 1914 en 1409 individuos: en la Isla Martín García en 294 tripulantes de un buque y en la ciudad de Buenos Aires en 116 personas en el Hospital Alemán, 119 en el Club Austro-Húngaro, 580 en la Sociedad Alemana y otras 300 entre personal de hospitales y de casas de atención a enfermos.45 En la Isla Martín García también fueron vacunados 2700 conscriptos de la Marina de Guerra y en la Escuela de Mecánicos de la Armada en Dársena Norte fueron vacunados 262 aprendices.46 Durante el desarrollo de la vacuna, Mazza ingirió por descuido 231 millones de bacilos de Eberth vivos, pero se aplicó una hora después la primera dosis de la vacuna y no presentó ningún efecto adverso.47

Entre 1914 y 1915, 23147 hombres recibieron las tres dosis de esta vacuna antitífica en el Ejército. Con la primera, segunda y tercera dosis se aplicaban cien, trescientos y quinientos millones de bacilos por centímetro cúbico, de modo que cada individuo recibía una dosis total de novecientos millones. Si bien las vacunas de “tipo Vincent” en Europa solían aplicarse en cuatro dosis que inoculaban unos dos mil millones de bacilos, la Dirección General de Sanidad empleó inicialmente menos cantidad, confiando en que una dosis mínima generaba suficientes anticuerpos y no provocaba grandes reacciones en los individuos. No obstante, Mazza recomendaba -siguiendo a Kraus- que las próximas vacunas inocularan mayor cantidad de bacilos en cada dosis, incorporen mayor porcentaje de bacilos de Eberth de variantes del país -“especies indígenas” - y se revacune anualmente soldados y clases -sargentos y cabos-.48

La vacuna no impedía que los individuos enfermasen, pero en todos los casos analizados por Mazza se eliminaba la mortandad.49 Tal fue lo que verificó en aquella comisión en la provincia de Corrientes, en 1916, a raíz de una pequeña epidemia de tifoidea.50 A su vez, en un estudio que hizo a 70 soldados vacunados de los regimientos de la Primera División del Ejército, Mazza determinó -siguiendo estudios hechos en Francia- que era factible disminuir la cantidad de dosis aplicadas anualmente a cada individuo, a condición de que se aumentaran los bacilos inoculados en cada una, sin que con ello se generen reacciones desfavorables en el organismo. Tal disminución de las dosis -incluso a una sola- tendría una ventaja en términos militares: que las tropas estuvieran menos días inmovilizadas a causa de los efectos de la vacuna o a la espera de ser inoculadas por nuevas dosis, cuestión decisiva en tiempo de guerra cuando se necesitaba disponer a los combatientes operativos.51

Conforme a aquellas recomendaciones de Mazza, en 1917, se aplicaron vacunas en el Ejército con una dosis mayor de bacilos: trescientos, quinientos y mil millones en cada dosis (mil ochocientos millones en total)52. Al respecto, el cirujano de división Manuel A. Figueroa, jefe del servicio de sanidad de la Segunda División del Ejército, informaba que en su jurisdicción se aplicaron dos vacunas de tres dosis: una que inoculaba en total mil ochocientos millones de bacilos y otra tres mil millones. Los estudios que se hicieron a una muestra de soldados demostraron que la segunda era más eficaz. Figueroa también identificaba un problema: la vacuna se aplicaba a los soldados conscriptos en las primeras semanas de incorporación, es decir, en un período de fuertes exigencias físicas impuestas por la instrucción militar; por ello, recomendaba que se diera el necesario reposo a los soldados cuyos organismos estaban temporalmente afectados por la acción de la vacuna.53

A principios de 1918, la Dirección General de Sanidad comenzó a producir una vacuna contra la tifoidea denominada “B.T. al éter (tipo Mazza)”, que inoculaba un total de siete mil quinientos millones de bacilos en dos dosis -dos mil quinientos y cinco mil millones- con una separación entre una y otra aplicación de no menos de cinco días y no más de doce. Se elaboró un protocolo para su aplicación en todo el país y se vacunó, en los primeros meses del año, a todos los conscriptos incorporados de la Primera y Segunda División y parte de la Tercera División del Ejército (13019 hombres); en tanto que el resto de esta última División y las tropas de la Cuarta y Quinta División (8160) fueron inoculadas con la vacuna antitífica del Departamento Nacional de Higiene aplicada en tres dosis de tres mil quinientos millones de bacilos en total (quinientos, mil y dos mil millones). Mazza afirmaba que la vacuna de la Dirección General de Sanidad se había mostrado más efectiva que la del Departamento Nacional de Higiene.54 Asimismo, el 27 de febrero de 1918 el Ejército de Chile solicitó a su par argentino el envío de 2000 dosis de dicha vacuna, el cual fue concedido y se despachó esa cantidad el 15 de marzo de ese año.55

Desde que se impuso la vacunación antitífica obligatoria se redujeron los casos de tifoidea en el Ejército. En 1914 se presentaron 68 casos que representaban un 3,56 por mil del total de efectivos56 y en 1915 la morbilidad se redujo al 2,12 por mil con 36 enfermos de tifoidea sobre un total de 15082 conscriptos inoculados. Mazza estimaba que desde 1914 los casos en el ámbito castrense eran escasos en comparación con los ocurridos en la población civil.57

Profilaxis de las enfermedades infecciosas y el papel de los estudios bacteriológicos

En 1920, la Revista de la Sanidad Militar publicó un nuevo artículo de Mazza: “Estado actual de la lucha contra las enfermedades infecciosas”.58 Su contenido estaba basado en una conferencia que brindó en el Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. De allí sus objetivos y estilo pedagógico sobre un asunto que también era de importancia de la sanidad militar en cuarteles y campamentos del Ejército.59 Estos estudiantes eran objeto de su atención, pues asumía que, por sus saberes profesionales y posiciones sociales, muchos serían futuros decisores políticos y funcionarios estatales comprometidos con los proyectos de los “higienistas”.60 En la Argentina, de las dos últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, el “higienismo” encarnó un conjunto de saberes y prácticas médicas sobre la higiene pública que tuvo a los médicos como protagonistas fundamentales, pero no excluyentes, de allí la importancia de otros profesionales como ingenieros, arquitectos y abogados (Zimmermann, 1995; Álvarez, 2007; Ramacciotti y Rayes, 2018).61

Mazza destacaba el papel que cabía a los estudios bacteriológicos en la concepción de la salud y la enfermedad del “higienismo”, pues la protección contra todas las demás enfermedades epidémicas de la época “ha debido esperar para ser eficaz el advenimiento de las teorías pasteurianas que probaron el origen animado del contagio”.62 Así pues, la bacteriología era necesaria para determinar las condiciones del contagio directo del enfermo al sano y la infección del entorno que habitaban las personas, principalmente, del agua, tal como se constataba con el cólera y la fiebre tifoidea. Robert Koch y otros investigadores habían demostrado además que las personas curadas de cólera, tifoidea o difteria podían seguir albergando en sus organismos los agentes propagadores de las infecciones.

En este sentido, Mazza destacaba la experiencia de Alemania, que estableció laboratorios bacteriológicos en puestos de fronteras con otros países, para examinar a quiénes ingresaran a su territorio y descartar a los portadores de enfermedades infecciosas. En la Argentina tales controles no se practicaban en todo el territorio nacional, pero sí en la Isla Martín García. Recordaba que allí él había hecho alrededor de sesenta mil exámenes bacteriológicos y había encontrado portadores del cólera entre personas sanas. Por tal motivo, las autoridades sanitarias no debían permitir el egreso de los lazaretos de ningún convaleciente de tifoidea, paratifoidea, disentería, difteria y meningitis cerebro-espinal si no se le practicaban al menos tres estudios bacteriológicos cuyos resultados demostraran que no eran portadores. También cabía exigir que toda persona que realizara trabajos de cocina, venta y reparto de leche o carne, elaboración de pan, masas y embutidos debían someterse estudios sanitarios periódicos gratuitos y recibir una habilitación.

Ahora bien, no sólo la desinfección de los ambientes y el tratamiento de los portadores eran eficaces para evitar la difusión de las enfermedades infecciosas. Otros factores contribuían a propagarlas. Las epidemias de peste bubónica eran precedidas por epizootias entre las ratas, que eran el agente en el cual se cultivaba la pulga que contagiaba a las personas; por ello, las campañas de desratización eran fundamentales para combatir esta enfermedad. En el caso del paludismo y de la fiebre amarilla, los mosquitos eran portadores de la infección desde el enfermo al sano; de allí, la importancia de la supresión de las aguas estancadas donde se alojaban y reproducían esos insectos. Y otro tanto sucedía con una enfermedad descubierta por Carlos Chagas: “La extirpación de este mal impone pues una guerra sin cuartel contra la vinchuca, que anida en los pobrísimos ranchos estableciendo sus guaridas en las hendiduras de las paredes de adobe o entre las pajas del techo, de donde es muy difícil extirparlas sin destruir por el fuego toda la casa”.63 En el cuerpo de sanidad del Ejército no sólo Mazza estaba atento a la evolución de los estudios sobre esta enfermedad, sino también otros oficiales médicos. En 1925 se publicó un artículo de los cirujanos de cuerpo Rodolfo A. Borzone y Miguel Coda, que presentaba un análisis de lo que, consideraban, era la tercera constatación de un enfermo portador de “enfermedad de Chagas” en la Argentina.64 Borzone era jefe del laboratorio del Hospital Militar Divisionario de Tucumán.65

Mazza advertía que la nómina de enfermedades infecciosas transmitidas a los humanos por un huésped intermediario no se agotaba en las mencionadas, pero bastaban para demostrar la importancia que tenía la adopción de medidas profilácticas. Entre estas últimas estaba la vacunación preventiva, en la cual -decía- los “higienistas” depositaban sus mayores esperanzas para librarse de las epidemias.66

Sanidad militar y examen médico de ciudadanos para el servicio militar obligatorio

Mazza fue designado jefe de Sección “D” (Laboratorios) en la Dirección General de Sanidad y profesor de Higiene Militar de la Escuela de Aplicación de Sanidad Militar, a su regreso de Europa. Como parte de sus actividades en este último cargo, en 1918 abrió el ciclo lectivo con una conferencia. El contenido de la misma -sin ser original para la época- da cuenta de asuntos de los que se ocupaban los médicos militares.67

La experiencia práctica de Mazza como oficial médico, no obstante sus conocimientos en la materia, era limitada, pues nunca estuvo destinado en una unidad operativa del Ejército ejerciendo tareas de profilaxis y atención sanitaria del personal en cuarteles, campamentos o en campañas. En los cinco años que integró el cuerpo de sanidad del Ejército tuvo destinos de laboratorio, hospital, cátedra y en la comisión de estudios. Esta trayectoria militar se diferencia de otros jóvenes oficiales médicos que cumplieron destinos alternando en unidades operativas en todo el territorio nacional, el Hospital Militar Central y los Hospitales Divisionarios.68

Las dos principales actividades que insumían esfuerzos de los médicos militares eran, por un lado, la profilaxis y atención de las enfermedades entre oficiales, suboficiales y soldados en tiempo de paz y de guerra y, por otro lado, su preparación para curar heridas de los combatientes durante la guerra. Su foco de atención principal en tiempo de paz estaba puesto en la masa de soldados que, desde principios del siglo XX, era reclutada entre los ciudadanos argentinos de veinte años por el servicio militar obligatorio.69 Estos eran objeto del servicio de sanidad desde que eran convocados a un examen médico que determinaba si estaban en aptitud o no para ser incorporados al Ejército y, posteriormente, hasta que eran dados de baja. Mazza decía que los médicos militares debían seleccionar a esos ciudadanos-soldados, protegerlos de enfermedades infecciosas, cuidar que su adiestramiento se correspondiera con sus capacidades físicas, que se les suministre alimentación, vestimenta, agua potable y edificios de alojamiento adecuados.70

En relación con el “concepto de aptitud para el servicio”, Mazza entendía que la principal dificultad que se presentaba en los exámenes médicos a los ciudadanos era determinar la aptitud en aquellos casos en que no se manifestaban signos evidentes de ineptitud. Por ejemplo, existían prescripciones precisas sobre talla, perímetro torácico y peso -el “índice de Pignet”- utilizadas para determinar quiénes eran aptos y quiénes no y, en función de ello, se establecían tres tipos: “apto para todo servicio”, “apto para servicio auxiliar” y “no apto”. Sin embargo, el “índice de Pignet” era un instrumento útil pero limitado, pues era posible encontrar individuos con índices bajos (aptos) que sufrían enfermedades serias y otros con índices altos (no aptos) perfectamente sanos. Concluía por ello que siempre era necesario resolver en cada caso conforme el buen “criterio del cirujano”.71

En la Argentina, el proceso de reconocimientos o exámenes médicos a los ciudadanos de la clase convocada anualmente se producía -de acuerdo con el análisis de Mazza- en un plazo de doce días. Así, entre los 29455 ciudadanos de la clase 1895, convocados en 1915, se clasificaron 3963 (13,45 %) como aptos para servicios auxiliares y 4685 (15,90 %), como inútiles. Del total de los considerados inútiles, un 5,50 % padecía tuberculosis pulmonar y un 21 % debilidad constitucional. Este último porcentaje -decía Mazza- no era privativo de la Argentina, pues entre los años 1904 y 1908 en Alemania un 40 % de los inútiles lo eran por debilidad constitutiva y, en 1909 y 1910, un 51,6 % y 54,3 %, respectivamente. A su vez, en 1916, fueron convocados 25014 ciudadanos argentinos de la clase 1896, de los cuales 3904 (15,61 %) fueron clasificados en los exámenes médicos como aptos para prestar servicios auxiliares y 3608 (14,42 %), como inútiles. De estos últimos, en 1916, un 6,35 % fueron exceptuados por tuberculosis pulmonar y 26,46 %, por debilidad constitucional.72

Misión de Estudios de Patología Regional Argentina (MEPRA) y Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte

El interés del cuerpo de sanidad militar por la producción científica de Mazza no cesó desde que solicitó la baja del Ejército en 1920. La Dirección General de Sanidad siguió con atención las actividades científicas de la MEPRA de la Universidad de Buenos Aires y de la Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte.

La Primera y Segunda Reunión de esta Sociedad se produjeron en 1926 en Jujuy y Salta y, la Tercera, en 1927 en Tucumán. La Revista de la Sanidad Militar publicó extensas reseñas sobre cuatro de esas Reuniones: la Tercera,73 la Cuarta en 1928 en Santiago del Estero,74 la Quinta en 1929 en Jujuy75 y la Sexta en 1930 en Salta.76. En ellas se destacaba el protagonismo de Mazza como organizador y expositor, el auspicio dado por las autoridades nacionales y provinciales, la presencia de representantes de organismos públicos nacionales y de las Facultades de Medicina de las universidades de Buenos Aires, Córdoba y del Litoral, delegaciones de universidades e instituciones científicas del extranjero y una creciente participación de médicos argentinos -también médicos militares- y de otros países. Los médicos presentaban sus trabajos -o los enviaban para su lectura- analizando patologías endémicas de la región del noroeste de la Argentina, de Sudamérica o de las denominadas “enfermedades tropicales” de otras partes del mundo.77 Se mencionaba también las relaciones establecidas con connotados científicos extranjeros del Instituto Oswaldo Cruz, el Instituto Pasteur de Túnez y de Argelia, el Instituto de Patología Tropical de Bologna y de la Fundación Rockefeller.78

En la reseña dedicada a la Cuarta Reunión se destacó, una vez más, el papel protagónico de Mazza y el rol de la MEPRA en “el intercambio de ideas sobre patología tropical” y el estímulo a “la producción científica sobre temas que afectan a la morbilidad y entomología de varias provincias argentinas, realizando con ello una obra útil y patriótica”.79 El texto contenía una elogiosa alusión a quien fuera hasta hace unos pocos años oficial médico del Ejército:

Bien sabemos que el profesor Mazza, con su actividad incansable es el mantenedor de este incesante movimiento científico, estimulando con su ejemplo a la labor y espíritu de investigación, que se traduce por las cuantiosas comunicaciones, que, ora solo, o ya en colaboración, nutre las sesiones y así va creando entre nosotros las bases y el material para la cátedra de medicina tropical que tarda en llegar a nuestra Facultad de Medicina (de la Universidad de Buenos Aires). El profesor Mazza se hace así acreedor a un caluroso aplauso que justicieramente se lo tributamos, para que persevere en el programa trazado que será fecundo de iniciativas y descubrimientos que honrarán a la medicina argentina.80

Esta caracterización es elocuente, por un lado, porque destaca que la labor de la MEPRA era considerada como una indisolublemente ligada con el liderazgo científico de Mazza.81 Y, por otro lado, porque permite apreciar que, desde la Dirección General de Sanidad, no sólo se seguía con atención las investigaciones de la Misión sobre enfermedades endémicas en el territorio nacional y que, por tanto, afectaban las poblaciones de las cuales se reclutaba la tropa y en los lugares donde se asentaban los cuarteles; también, más ampliamente, los oficiales médicos mantenía un abierto interés con lo que sucedía en la universidad y por ello impulsaban la creación de una cátedra de “medicina tropical” en la Facultad de Medicina.82

Conclusiones

En la Argentina, hasta 1918, existían sólo dos Facultades de Medicina: una, en la Universidad de Buenos Aires y, otra, en la Universidad Nacional de Córdoba.83 En dichas carreras se impartían conocimientos teóricos y prácticos para la formación académica y profesional de los médicos, pero la investigación científica era una actividad entonces bastante excepcional no sólo en estas Facultades sino en general en las universidades argentinas (Buch, 2006). De allí que estas últimas hayan sido caracterizadas como instituciones con un perfil “profesionalista” antes que disponiendo de uno que combinara formación académica y producción en investigación (Buchbinder, 2005).84

Por tal motivo, los laboratorios de Hospital Militar Central y de los Hospitales Divisionarios del Ejército constituían, en las dos primeras décadas del siglo XX, un ámbito que ofrecía a los médicos condiciones para el desarrollo articulado de estudios clínicos e investigación, como aquellos llevados a cabo por Mazza en esos años. En la Argentina de la época había apenas un puñado de instituciones que integraban recursos humanos y materiales universitarios y estatales destinados a la investigación sanitaria, tales como el laboratorio bacteriológico de la Asistencia Pública de la Municipalidad de Buenos Aires desde 1886 (Rojas, 2019), el laboratorio de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires desde 1897 (Prego, 1998: 185-206), la Sección Bacteriológica y Seroterápica de la Oficina Sanitaria Argentina del Departamento Nacional de Higiene desde 1893 y luego el Instituto Bacteriológico de este organismo (Estebánez, 1996; Carbonetti, 2021; Zabala y Rojas, 2021 y 2022), el Instituto Modelo de Clínica Médica desde 1914 (Romero, 2010), el Instituto de Fisiología desde 1919 (Buch, 2006) y el Instituto de Medicina Experimental desde 1922 (Buschini, 2012, 2015; Buschini y Zabala, 2015).85 A esta nómina sumamos el cuerpo de sanidad del Ejército.86

Mazza supo aprovechar las capacidades materiales y humanas y el reconocimiento que disponía su interés por la medicina experimental e investigación en la Dirección General de Sanidad. Había mantenido una relación estrecha con este servicio castrense desde que era estudiante. Posteriormente, tras su experiencia en el laboratorio bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene, en 1915, se incorporó al Ejército como oficial médico y continuó como docente en la cátedra de Bacteriología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Inicialmente, fue destinado al laboratorio del Hospital Militar Central y, tras su comisión de estudios en Europa, desde 1917, fue jefe de Laboratorios de la Dirección General de Sanidad. Esa exitosa y promisoria carrera como médico militar -expresada en las evaluaciones de sus superiores- decidió discontinuarla voluntariamente al cabo de cinco años. ¿Por qué?

Los laboratorios de servicio de sanidad ofrecían una oportunidad bastante excepcional para la investigación y transferencia científica. Mazza supo aprovecharla, por ejemplo, produciendo la vacuna antitífica para el Ejército. Pero, al mismo tiempo, dichos laboratorios estaban principalmente abocados a satisfacer cotidianamente cuantiosos requerimientos de estudios bacteriológicos, químicos y citológicos, que demandaban la atención de las necesidades inmediatas del Ejército, para que su personal permanente y la masa de soldados conscriptos estuvieran en aptitud física para cumplimentar las misiones que debían proveer a la Nación en tiempo de paz y, eventualmente, en tiempo de guerra. Por tal motivo, la obtención por concurso de la dirección del Laboratorio Central del Hospital de Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires -cargo que exigía dedicación exclusiva y que, en consecuencia, era incompatible con su carrera militar- ofreció a Mazza un marco institucional, potencialmente más propicio para concretar sus objetivos de investigación y reunir bajo un mismo ámbito sus actividades como docente e investigador, esto es, la cátedra y el laboratorio, aun cuando, sabemos, renunció a ese cargo poco después de asumir. El marco institucional más adecuado, en definitiva, lo alcanzó al menos por unos años desde 1926 en la MEPRA de la Universidad de Buenos Aires.

La carrera profesional de Mazza como médico militar en la sanidad del Ejército en estos cinco años, por último, es también expresiva de la trayectoria de algunos oficiales médicos que -conforme el sistema de sanidad militar adquiría volumen, diversificación y especialización desde principios del siglo XX- no siempre fueron asignados en cargos y destinos en unidades operativas desplegadas en todo el territorio nacional y, en consecuencia, tuvieron carreras direccionadas a la prestación de servicios hospitalarios y de laboratorio en el Hospital Militar Central y los Hospitales Divisionarios.

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Received: August 30, 2022; Accepted: December 14, 2022

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