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Revista de historia del derecho

versión On-line ISSN 1853-1784

Rev. hist. derecho  no.51 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2016

 

SECCIÓN INVESTIGACIONES

Vicente Fidel López y su concepción de la historia

 

Por Martín Laclau *

* Juez de la Cámara Federal de la Seguridad Social.  Profesor Emérito de la Universidad del Salvador . Miembro del Centro de Estudios Filosóficos de la Academia Nacional de Ciencias; de la Asociación Argentina de Derecho Comparado y del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho. E-mail: laclau@fibertel.com.ar 

Original recibido: 24/11/2015.
Original aceptado: 24/02/2016.


Resumen:

El presente trabajo indaga las corrientes filosóficas que conformaron la visión de la historia de Vicente Fidel López. Se analizan, en primer lugar, las doctrinas de Diego Alcorta, para luego extenderse en el pensamiento de Víctor Cousin, de François Guizot y de Abel Villemain. A continuación, se expone la visión del desenvolvimiento histórico de la humanidad tal como lo concebía López, señalando como el mismo se encuentra dominado por la ineludible ley del progreso. Finalmente, se destaca el papel histórico que, dentro de este contexto, López  asignó a nuestra Revolución de Mayo de 1810.

Palabras claves: Pensamiento jurídico - Vicente Fidel López - Concepción de la historia.

Abstract:

This article aims to investigate the philosophical trends that had an influence on Vicente Fidel López’s outlook on history. In the first place there is an analysis of Diego Alcorta’s doctrines, and proceeds with the ideas of  Victor Cousin, François Guizot and Abel Villemain. Then there is an outline of the historical development of humanity as conceived by López, which to his mind is dominated by the law of an inevitable progress in history. What is finally emphasised is the historical role that, within this context, López assigned to the 1810 May Revolution in Argentina .

 Keywords:  Juridical thought - Vicente Fidel López - Conception of history.


 

Sumario:

I. Introducción.  II. Las ideas filosóficas de Diego Alcorta.  III. El influjo del romanticismo francés. IV. La filosofía de Víctor Cousin. V. El pensamiento de François Guizot y la historia literaria de Abel Villemain. VI. La evolución histórica en el pensamiento de López.

 

I. Introducción

Entre los historiadores argentinos del siglo XIX, Vicente Fidel López se destaca con perfiles propios. Fue, entre todos ellos, el que unió la sensibilidad romántica, que predominaba en los años de su formación, a una conciencia filosófica que lo llevó a intentar elaborar una teoría de la evolución de la humanidad dentro de la cual ubicó el proceso de la revolución argentina.

Para López, tres son los géneros literarios que puede asumir la composición histórica al narrar los acontecimientos públicos de un país. Son ellos la crónica, las memorias y la historia propiamente dicha. La crónica se caracteriza por ir dando noticia de los sucesos a medida que éstos van pasando frente al narrador. Se trata, según López, de un modo de transmisión absolutamente impersonal, siendo el mero transcurso del tiempo el que va dictando los diversos detalles que han de ser transmitidos. En cambio, en las memorias, nos hallamos frente a reminiscencias personales de quien escribe: aquí nos enfrentamos con acontecimientos en los cuales el escritor ha tomado intervención, sea directa o indirectamente. De lo dicho se desprende que, en tanto la crónica no puede dejar de ser estrictamente contemporánea de los sucesos de que se ocupa, las memorias siempre implican un distanciamiento temporal entre éstos y quien las escribe.

Respecto de la historia, López aconseja a sus cultores inspirarse en una síntesis elaborada por Leibniz cuando éste afirmaba que “el presente, hijo del pasado, es siempre padre del porvenir”. Sobre esta síntesis, se explayaba López, afirmando: “esto sí que nos parece claro, sublime y tan verdadero como moral, porque es una lección para que todos los que hacen el presente recuerden que están preparando el porvenir y sepan que tal como hagan el presente ha de ser lo que se siga”[1]. Este enlace entre el pasado, el presente y el futuro lleva a López a sostener que el historiador ha de indagar en las causas de los sucesos que estudia y en las leyes que presiden su desenvolvimiento. De allí que pueda expresar con claridad los caracteres propios de cada uno de los géneros que ha diferenciado: “la crónica tiene que ser meramente expositiva y contemporánea de cada suceso registrado. Las memorias tienen que ser personales y retrospectivas; y la historia, ya sea contemporánea o remota, es la composición especial en que entra el juicio filosófico y político de los sucesos, lógicamente vaciados en un molde moral en donde se explique sus causas, sus complicaciones y el movimiento de las ideas que los provocan”[2]. Este texto exhibe cómo, para López, el trabajo histórico ha de efectuarse sobre la base de una comprensión filosófica de las leyes que rigen el desenvolvimiento de la humanidad.

Ahora bien, ¿en qué consiste, para López, esta historia filosófica?, ¿cuáles son sus rasgos individualizadores? En un párrafo del Debate histórico, nos da una caracterización que, en mi opinión, resulta esclarecedora. Dice allí:

 

Creemos que los altos fines de la historia moderna deben desenvolverse y exhibirse con tendencias filosóficas; que los hechos que constituyen la historia de una nación deben presentarse con todo el color y la fisonomía de la época en que sucedieron; que las costumbres y los hábitos de un pueblo, las ideas de un tiempo y el progreso moral de un período histórico, deben entrar en el análisis del escritor como elemento fundamental y esencialísimo de su misión en las letras[3].

 

En este párrafo se reconoce la influencia de un ensayo de Macauley sobre la historia, escrito en 1828 e incluido, posteriormente, en el primer tomo de sus Critical and Historical Essays, donde se sostiene que la labor del historiador ha de estar guiada tanto por la razón como por la imaginación. La historia, según Macauley, puede ser concebida como filosofía enseñada mediante ejemplos. Es preciso saber mantener el equilibrio entre ambas instancias, toda vez que, en caso contrario, lo que la historia gana en profundidad lo pierde en vivacidad. Así, el historiador debe poseer una imaginación lo suficientemente poderosa como para hacer vivir lo pintoresco e individualizador de cada período; pero, al mismo tiempo, ha de hallarse dotado de un profundo e ingeniosos razonamiento que le permita escoger, entre la infinita diversidad de datos, aquellos que resulten pertinentes para el esclarecimiento de las hipótesis de las cuales parte[4]. En forma coincidente, señalaba López, en su debate con Mitre: “A nuestro juicio y el de todos los que comprenden la faz literaria de un trabajo histórico, basta, en los momentos de acción violenta y tumultuaria, trazar y animar el gran perfil de los sucesos con rasgos hondos que acentúen el gesto y la fisonomía del conjunto”, sin perderse en detalles carentes de significación. Y concluía afirmando que el historiador cumple su misión “dando un trasunto completo de la vida y de la verdad del momento, pues, para la historia del detalle, bastaría un notario minucioso o un empleado práctico”[5].

 

 

II. Las ideas filosóficas de Diego Alcorta

La labor histórica de López se halla cimentada sobre una filosofía del devenir social que le fue proporcionada por el horizonte cultural vigente en los tiempos de su formación. Particular importancia revistió su encuentro con Diego Alcorta, que fue su profesor de Ideología en las aulas universitarias

Las ideas de Alcorta  tuvieron una influencia determinante en el pensamiento de López y veremos en qué medida ellas se reflejan en puntos centrales de su concepción histórica. En su autobiografía, López nos entrega unas páginas emocionadas recordando a su maestro: “no sé si por inclinación natural o por el prestigio del maestro, el hecho es que yo me fanaticé de tal modo por esta materia, que se vino a connaturalizar con el rumbo de todas mis ideas: y como contraprueba referiré que, conversando en Chile con Alberdi sobre nuestros primeros estudios (Alberdi había sido del primer curso, o bienio, de Alcorta, yo del segundo), me decía: ‘¡aué enseñanza aquella de don Diego! ¡qué sentido práctico! ¡qué sensatez para mantenerse en el terreno de lo inteligible y de lo útil! ¡y que fuerza de influjo para darles a nuestra mentes la forma en que él concebía lo que enseñaba!’. Lo transcribo porque es un testimonio que comprueba mi opinión, y para que los que han podido penetrar mi personalidad como pensador, se den cuenta del origen que ella tiene”[6].

Para el propósito que nos guía, importa dar un esquema, siquiera breve, del manuscrito que nos transmite el contenido de las lecciones de Alcorta. Para éste, seguidor, en líneas generales de Condillac, los sentidos constituyen los primeros medios de conocimiento. A través de los órganos que se encuentran situados en la superficie de nuestro cuerpo, conocemos la existencia de los objetos que nos rodean. La impresión nace cuando un objeto cualquiera mueve o modifica el tejido vivo de un órgano de nuestros sentidos. Ahora bien, esta impresión no queda recluida en sí misma, sino que se transmite al alma, la cual, al sentirla, toma conciencia de ella y da origen a la sensación.

Para Alcorta, las sensaciones, en la medida en que nos hacen conocer al objeto que las origina, dan comienzo al proceso del entendimiento; pero, al mismo tiempo, al afectarnos como algo agradable o desagradable, constituyen el punto de arranque de los procesos volitivos. Esta distinción es expuesta por Alcorta en términos precisos, diciendo que “las sensaciones presentan dos modos o formas distintas; podemos considerarlas como representativas o como afectivas. En efecto, toda sensación nos hace conocer el objeto que nos la envía, y a más nos afecta casi siempre como agradable o desagradable; es decir nos da una idea y nos imprime una cierta afección”[7].

Cuando el alma percibe una impresión, comienza un accionar que parte de ella misma. Trátase del entendimiento, cuya primera facultad puesta en movimiento es la atención. La función cumplida por ésta reviste singular importancia, pues es merced a la atención que se hacen patentes las relaciones que existen entre las diversas percepciones, las que se eslabonan entre sí conformando una cadena ininterrumpida. La atención permite la emergencia de una serie de operaciones, entre las cuales Alcorta destaca la reminiscencia, no pasándole desapercibido que “esta operación es el fundamento de la experiencia: sin ella, cada instante de la vida nos parecería el primero y no podríamos estar seguros de ser los mismos que el instante anterior. La reminiscencia no es otra cosa que la unión de nuestras percepciones consideradas con relación al ser que las prueba”[8].

Nos dice Alcorta que de la imaginación y de la memoria nace la reflexión. Si ésta no existiese, la atención no podría ejercitarse más que sobre las sensaciones actuales, con lo cual dependería exclusivamente de los objetos del mundo exterior. Pero, gracias a la reflexión, la atención cobra la libertad de guiarse según sus propios deseos, con lo cual el alma puede adquirir ideas que reconozcan en ella misma su origen. Algunas veces, separamos las cualidades de los objetos a que éstas pertenecen. Ello da origen a las abstracciones. Para Alcorta, “estas cualidades así separadas de los objetos llegan a hacerse nuevos materiales sobre los que el entendimiento se aplica de nuevo; ejerce sus diversas operaciones y combinaciones sucesivas, de modo que el alma por el efecto de la reflexión consigue crear un mundo intelectual abstraído de las sensaciones que forman nuestros primeros conocimientos. Al poder de formar y poder combinar las abstracciones se le ha dado el nombre de razón, porque es el atributo característico del hombre”[9].

Una vez que Alcorta ha detallado las diversas operaciones del entendimiento, pasa a tratar el lado afectivo de las sensaciones, que pueden ser tanto agradables como desagradables. Esto da origen a lo que él denomina necesidad, entendiendo por tal “ese sentimiento de inquietud o malestar producido por la privación de una cosa que juzgamos nos hará bien”[10]. Esta inquietud o malestar determina que todos nuestros sentidos y nuestras ideas se dirijan hacia el objeto de que estamos privados. De allí que Alcorta pueda afirmar que “el deseo no es sino la dirección de las facultades del alma, si el objeto está distante, y comprende también las del cuerpo si está presente”[11].

Llegados a este punto, Alcorta advierte que hay objetos que nos agradan si los consideramos desde un ángulo; pero que, a la vez, nos desagradan si los encaramos desde otro distinto. Y, a continuación, afirma: “este es el estado más frecuente en que nos hallamos respecto  de nuestras relaciones con los objetos que nos rodean, entonces balanceamos naturalmente en las cualidades agradables o desagradables de los objetos, deliberamos para evitar una imprudencia peligrosa, y en consecuencia elegimos. La facultad que pesa, delibera y decide entre las cualidades opuestas a un objeto, y aun entre las de varias clases de objetos, toma el nombre de libre albedrío o libertad moral”[12].

Dentro de su exposición, la libertad está en la esencia de la vida moral y esta noción del libre albedrío, como veremos, será punto central de la concepción de la sociedad humana que se encuentra en la base de la idea de la historia sobre la cual López elaborará sus trabajos. Pero hay más. Juan María Gutiérrez, en su obra Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires, recuerda que una de las notas características de las lecciones de Alcorta radicaba en la insistente afirmación de “la ley del progreso ascendente del hombre”[13]. El manuscrito que conserva sus lecciones concluye destacando: “el espíritu humano se perfecciona cada día. En las ciencias de hecho y de experiencia, y en las de puro razonamiento, es de rigurosa necesidad que los siglos posteriores sepan más que los primitivos, a menos que se rompa el hilo de la tradición, pues el aumento de las ideas rectifica gradualmente los métodos, y la rectificación de los métodos facilita a su vez el medio de conocer mejor la verdad”[14]. Y, a continuación, concluye afirmando que este progreso ha de darse no sólo en el campo especulativo, sino también en el dominio de las ideas morales: “los hombres, por consiguiente, valdrán más a medida que sean más instruidos. Pero esto no sería suficiente; una desgraciada experiencia nos ha demostrado que generalmente los siglos más ilustrados han sido los más corrompidos. Las pasiones son un obstáculo a la dicha de los hombres y de los pueblos, y en vano es que se instruya a los jóvenes, si por una inadvertencia funesta se descuida el hacer servir las luces a dar mayor perfección a las costumbres. Es preciso, pues, buscar y practicar los medios de que las costumbres públicas hagan progresos análogos a los de la razón, y ligar al estudio de las diversas ciencias las reglas morales que deben dirigir su uso. Entonces todas ellas servirán a la humanidad sin depravarla, los pueblos medirán su estimación sobre los servicios que hubiesen recibido, y entonces, también, la filosofía, que jamás debió ser otra cosa que la sabiduría misma, completará la dicha del género humano”[15].

 

 

III. El influjo del romanticismo francés

Las huellas que las enseñanzas de Alcorta dejaran en el espíritu de López fueron enriquecidas por las doctrinas provenientes de los filósofos y literatos del romanticismo francés, con los cuales amplió el esquema mental sobre el que iba constituyéndose su mentalidad. El mismo López así lo reconoce cuando, en las páginas de su autobiografía, nos dice: “a los influjos de mis cursos con Alcorta, se agregan los de un grande acontecimiento que trastornó las bases sociales del mundo europeo -la revolución de 1830- que sacó a los Borbones del trono de Francia, y puso en él a Luis Felipe de Orleans. Nadie hoy es capaz de hacerse una idea del sacudimiento moral que este suceso produjo en la juventud argentina que cursaba las aulas universitarias. No sé cómo produjo una entrada torrencial de libros y autores que no se había oído mencionar hasta entonces. Las obras de Cousin, de Villemain, de Quinet, Michelet, Jules Janin, Merimée, Nisard, etc., andaban en nuestras manos produciendo una novelería fantástica de ideas y de prédicas sobre escuelas y autores, románticos, clásicos, eclécticos, San Simonianos. Nos arrebatábamos las obras de Victor Hugo, de Saint Beuve, las tragedias de Casimir Delavigne, los dramas de Dumas y de Víctor Ducange, George Sand, etc. Fue entonces que pudimos estudiar Niehbur y que nuestro espíritu tomó alas hacia lo que creíamos las alturas. La Revue de Paris, donde todo lo nuevo y trascendental de la literatura francesa de 1830 ensayó sus fuerzas, era buscada como lo más palpitante de nuestros deseos”[16].

Desde los albores del siglo XIX, una nueva sensibilidad se fue abriendo paso en Francia. Ya en 1800, Madame Staël, en su obra De la littérature, afirmaba que “lo más grande que el hombre ha hecho, lo debe al sentimiento doloroso de lo incompleto de su destino. Los espíritus mediocres se encuentran, por lo general, muy satisfechos de la vida común; ellos reducen, por así decirlo, su existencia y suplen lo que puede faltarles todavía con las ilusiones de la vanidad; pero lo sublime del espíritu, de los sentimientos y de las acciones debe su nacimiento a la necesidad de escapar a los límites que circunscriben la imaginación”[17]. Esta nueva sensibilidad, abierta a todo lo ilimitado, que afirma la hermandad del espíritu humano con la realidad natural que lo circunda, es nota característica del período. Así, dentro de este ambiente, la obra de Chateaubriand tuvo un influjo determinante en las nuevas tendencias literarias, abriendo el camino hacia una nueva valoración de la Edad Media , con sus templos y sus ideales religiosos y caballerescos[18]. Por su parte, las reconstrucciones novelescas del pasado, llevadas a cabo por Walter Scott, tuvieron ferviente acogida, no sólo en Inglaterra, sino también en Francia.

La revolución de julio de 1830 dio inicio a una nueva etapa política, signada por el triunfo de la ideología liberal, dentro de la cual el espíritu romántico halló las vías para desarrollar, con gran entusiasmo, una vocación política volcada hacia los problemas sociales. Fueron notas características del movimiento su amor a la humanidad, su fe en el progreso y en el pueblo, su espíritu filosófico y su acentuado lirismo.

Como destaca con acierto Ferdinand Brunetière, por esos años tres autores, todos ellos profesores en la Sorbona , ejercían una acción directiva dentro del mundo filosófico, histórico y literario francés. Nos estamos refiriendo a la obra cumplida por Victor Cousin en el plano filosófico, por François Guizot en el campo histórico y por Abel Villemain en el terreno literario[19]. He de referirme, en forma sucinta, a estos autores, destacando las líneas centrales de sus pensamientos que, como veremos, ejercieron un influjo directo en el tratamiento de la historia tal como la concebía López.

 

 

IV. La filosofía de Víctor Cousin

La personalidad de Victor Cousin ocupa un lugar central en el pensamiento francés de esta época. Gran orador, dotado de una fluidez notable en la exposición de los temas tratados, sus conferencias atraían a un público numeroso, ejerciendo una influencia notable en la juventud universitaria. Dentro de su filosofía es posible encontrar ecos del pensamiento idealista alemán, sobre todo de Hegel y Schelling, a quienes conoció personalmente en los sucesivos viajes que realizó por las tierras germanas[20]. Claro está que el brillo de su oratoria contrastaba con la débil profundidad de su pensamiento, lo cual explica que, a mediados del siglo XIX, el poderoso influjo que en su momento tuviera había entrado en franca declinación.

En unas lecciones dictadas en la Sorbona en 1828 y 1829 y luego recogidas en un libro, bajo el título de Introduction a l’histoire de la philosophie, Cousin ofrecía una visión evolutiva del espíritu humano, señalando los diversos pasos por los que éste había transitado. Sostiene allí que, en una primera etapa, el instinto de la razón revela a la humanidad todas las verdades esenciales, al mismo tiempo y dentro de una unidad confusa. Luego, al aparecer la reflexión, esta unidad originaria se rompe: se disipan las nubes que cubrían a los diversos elementos, los cuales ahora son percibidos en su individualidad, con sus características propias, pudiendo ser distinguidos unos de otros. Finalmente, en una tercera etapa, los elementos vuelven a encontrarse en una nueva unidad, iluminada por una nueva luz. De esta suerte, Cousin nos advierte que la razón comienza por una síntesis fecunda pero obscura; luego, la reflexión esclarece todo; y, finalmente, el proceso concluye en una síntesis superior, más luminosa que la primera.  “La unidad primitiva -nos dice-, no suponiendo ninguna distinción, no admite ni error ni diferencia; pero la reflexión, al dividir los elementos del pensamiento, al considerarlos excluyendo al uno del otro, trae el error; y considerando bien uno, bien el otro, trae la diversidad del error y, por consiguiente, la diferencia. Así, el hombre, que en el fondo y en el impulso espontáneo de su inteligencia es idéntico a sí mismo, no se parece más en la reflexión. Es posible, replegándose sobre sí mismo, ser impresionado por tal o tal elemento de su pensamiento; todos, siendo verdaderos, pueden igualmente ocuparnos; y se lanza a esta percepción exclusiva, es decir, al error, precisamente creyendo que la verdad se encuentra en ella.... El elemento que nosotros consideramos aparte, debe ser real para atraer nuestra atención; pero, con todo lo real que sea, al ser un elemento particular, no es suficiente para la capacidad de reflexión, no la ocupa toda entera, no la colma constantemente; después de esta consideración exclusiva puede venir otra y, después de ésta, otra todavía: así es la vida intelectual y su continua metamorfosis”[21]. Para Cousin, estos cambios no son determinados por acontecimientos exteriores, sino por acontecimientos interiores propios del pensamiento. La vida de un individuo se encuentra sujeta a cambios y estos cambios hállanse determinados por una variación de sus ideas.

Ahora bien, según Cousin, similar al papel que juega la reflexión para el individuo es el que cumple la historia para el género humano en su conjunto. “La historia hace aparecer todos los elementos esenciales de la humanidad por medio del tiempo; la condición del tiempo, es la sucesión; y la sucesión supone que en el momento en que un elemento se desarrolla, los otros no se desarrollen todavía o no se desarrollen más. De allí la necesidad de diversas épocas en el género humano. Una época del género humano no es otra cosa que uno de los elementos de la humanidad desarrollado aparte y ocupando sobre el escenario de la historia un espacio de tiempo más o menos considerable, con la misión de jugar el papel que le ha sido asignado, de desplegar todas las posibilidades que le son propias, y de no retirarse sino después de haber dado a la historia todo lo que se hallaba en su seno... todas las épocas de la historia, en su misma diversidad y en su oposición, cumplen una misma finalidad. Incompleta, tomada en ella misma, cada época, unida a la que la precede y a la que la sigue, concurre a la representación completa y acabada de la naturaleza humana”[22].

Cousin reconoce que, dentro de nuestra conciencia, nos son dados tres elementos: lo finito, lo infinito y, por último, la relación que se entabla entre estos dos.  “El pensamiento se encuentra encadenado a las tres ideas que hemos señalado. Por consiguiente, no hay más que tres grandes épocas; no puede haber más que tres, no puede haber menos de tres; la demostración es proporcionada por el fundamento mismo de toda demostración, es decir, por el espíritu humano y por sus leyes. Verificad, si quereis, este género de demostración por otro. Consultad el mundo exterior. ¿Veis allí otra cosa que no sean los tres elementos que nos ocupan? La armonía que allí reina supone la unidad y la variedad, y no la unidad y la variedad separadas una de la otra, sino fundidas entre ellas; es la relación misma, la unión de la variedad y de la unidad”[23]. En el curso de la historia, por consiguiente, Cousin distingue tres épocas, caracterizadas, cada una de ellas, por el predominio de uno de los referidos elementos. Así, la primera época de la humanidad se encuentra dominada por la idea de lo infinito, de la unidad, por la idea de lo absoluto y de la eternidad. Pero, poco a poco, la humanidad comienza a ejercitar la libertad que encuentra en su interior, con lo cual llegamos al reinado de la persona individual, a la época de lo finito. Finalmente, en la tercera época, luego de haber agotado las tendencias extremas, la humanidad toma conciencia de la relación necesaria que existe entre lo infinito y lo finito, conciliando y resumiendo ambos términos. En una nota a pie de página, Cousin señala que no fue difícil para el auditorio reconocer en estas fórmulas abstractas el papel cumplido en el desarrollo histórico por los pueblos orientales, la antigüedad clásica y, finalmente, por la era cristiana. Claro está que, entre una época y otra, no existe solamente una relación de sucesión, sino una más profunda de generación. De allí que Cousin pueda concluir afirmando que “la historia no es solamente una geometría sublime, es una geometría viviente, un todo orgánico cuyos diversos miembros son totalidades que tienen su vida aparte, y que al mismo tiempo se penetran tan íntimamente que concurren en conjunto a la unidad de la vida general”[24].

El libro de Cousin que acabamos de analizar fue muy leído en Buenos Aires en el seno de los círculos ilustrados, a punto tal que, en 1834, se intentó realizar una traducción del mismo, si bien ésta sólo alcanzó a cubrir las dos primeras lecciones de su contenido.

 

 

V. El pensamiento de François Guizot y la historia literaria de Abel Villemain

En las primeras décadas del siglo XIX, se produjo en Francia un florecimiento de los estudios históricos dentro del cual pueden distinguirse dos grandes direcciones. La primera de ellas, siguiendo las huellas del camino abierto por Montesquieu y Voltaire, asumió un carácter netamente filosófico, intentando llevar a luz las leyes determinantes de los grandes procesos históricos; la segunda, en cambio, se concentró en una descripción vívida de los sucesos que narra, haciendo pie en las crónicas de la época y empleando un estilo literario suntuoso e impregnado por la sensibilidad romántica, donde se reconoce fácilmente el influjo de la obra de Chateaubriand. Representante de esta última dirección fue Agustin Thierry, en tanto que François Guizot se nos exhibe como el más destacado de los historiadores que, por esa época, dejando de lado la descripción minuciosa de los sucesos individuales, intenta elevarse al plano de las ideas y comprender las causas y efectos de los sucesos que guían la evolución de la humanidad[25].

En el famoso curso que Guizot dictara, hacia 1820, sobre los orígenes del gobierno representativo en Europa, destaca la indudable influencia que tiene, sobre el análisis de los diversos hechos históricos, la situación en que se encuentra el historiador. En ese sentido, nos dice que “los hechos de los que la historia se ocupa no adquieren ni pierden nada atravesando las edades; todo aquello que se ha visto en esos hechos, todo aquello que allí podrá verse, se encuentra contenido en ellos desde el día en que esos hechos tuvieron lugar; pero ellos no se dejan nunca aprehender plenamente ni penetrar en toda su extensión; ellos tienen, por así decir, numerosos secretos que no se muestran más que lentamente y cuando el hombre se halla en situación de reconocerlos. Y como todo cambia en el hombre y alrededor de él, como el punto de vista a partir del cual considera los hechos y las disposiciones que él aporta en este examen varían sin cesar, se diría que el pasado cambia con el presente: situaciones desapercibidas se revelan en los hechos antiguos; otras ideas, otros sentimientos son excitados por los mismos nombres, por los mismos relatos; y el hombre toma conciencia, de este modo, que en el espacio infinito abierto a su conocimiento todo permanece constantemente inabarcable y nuevo para su inteligencia, siempre activa y siempre limitada”[26]. Como vemos, para Guizot, el punto de vista en que se coloca el historiador resulta ineludible, y es desde él que se intenta comprender los acontecimientos pasados. De allí que pueda afirmar: “descender de este punto de vista no está en nuestro poder. A pesar nuestro, las ideas del presente penetran en nosotros en el estudio del pasado”.

Guizot piensa que la idea de un gobierno representativo se halla firmemente instalada en la mentalidad de su tiempo, y es ella la que le permite, en su curso, ir ubicando los diversos hechos del pasado dentro de leyes que llevan, progresivamente, a la aparición de los ideales políticos de su tiempo. La mutabilidad del proceso histórico del mundo es un dato ineludible. “El progreso es la ley de su naturaleza. La esperanza, y no el lamento, es el principio de su movimiento. Solamente el porvenir posee la virtud de la atracción. Los pueblos en los que existía la esclavitud siempre han prevenido con sus leyes a que el hombre liberado no recayese en la servidumbre. La Providencia no ha sido menos cuidadosa para el género humano y las cadenas que no pudieron retenerlo no pueden ya volver a sojuzgarlo”[27].

En la primera lección del curso que dictara en la Sorbona , en el año 1828, sobre la historia de la civilización europea. Guizot se preguntaba: “¿no parece, en efecto, señores, que el hecho de la civilización sea el hecho por excelencia, el hecho general y definitivo al que todos los otros van a relacionarse, en el cual ellos se resumen? Tomad todos los hechos de que se compone la historia de un pueblo, que se acostumbra a considerarlos como los elementos de su vida; tomad sus instituciones, su comercio, su industria, sus guerras, todos los detalles de su gobierno: cuando se desea considerar a esos hechos en su conjunto, en su relación, cuando se desea apreciarlos, juzgarlos, ¿qué es lo que se les pregunta? Se les pregunta en qué han contribuido a la civilización de ese pueblo, que papel han desempeñado en ella, que parte han tenido en su desarrollo, que injerencia han ejercido sobre ella”[28]. Y concluye con una afirmación donde se plasma el centro de su concepción histórica: “la civilización es una especie de océano que hace la riqueza de un pueblo, y en el seno del cual todos los elementos de la vida del pueblo, todas las fuerzas de su existencia, vienen a reunirse”[29]. El punto no puede ser más claro: para Guizot, la historia de la civilización viene a resumir en su seno todas las otras posibles historias. Todas las historias le dan sus materiales, puesto que el hecho que ella cuenta es el resumen de todos los hechos. En suma, la historia de la civilización se constituye en la historia total de la humanidad. Como veremos, esta idea totalizadora, englobante, no será ajena al planteo filosófico que López habrá de presentarnos.

Si ahora pasamos a considerar la influencia de Abel Villemain, su caso no deja de sorprender, pues de los tres pensadores de los que vengo ocupándome, es el menos conocido en nuestros días, a punto tal que sus libros son de difícil acceso, no habiendo sido reeditados. La extensa influencia y difusión de sus ideas en las primeras décadas del siglo XIX no dejó, sin embargo, de repercutir en la vida intelectual de nuestro país, tal como el mismo López lo reconoce en su autobiografía. Lo que interesa destacar para el propósito que nos guía es que sus estudios sobre la literatura francesa del siglo XVIII fueron encarados desde una perspectiva histórica, dentro de la cual intentó superar el aislamiento en que se mantenía tradicionalmente a la obra literaria. Para ello, postuló la necesidad de vincularla al mundo circundante, a las características propias exhibidas por la civilización en el momento de su aparición. La historia literaria fue concebida, de esta suerte, como parte de la historia general de la civilización. Así, en una de sus lecciones, afirmaba Villemain: “y, en primer lugar, señores, yo no concibo el estudio de las letras de otro modo que como una continuidad de ensayos, de experiencias sobre todas las creaciones de su pensamiento.... Yo no creo que las formas del genio puedan ser previstas, calculadas, encerradas en un cierto número de reglas y de preceptos.... Del mismo modo que, siguiendo el destacado consejo de Buffon, no es suficiente, para conocer bien la naturaleza, el aprendizaje de las clasificaciones de las ciencias, siendo preciso contemplarla a ella en sí misma, en su incalculable riqueza y en su perpetua actividad... así, para concebir el genio de la elocuencia es necesario experimentar, al menos por la imaginación, la fuerza de todos los sentimientos humanos, comparar los siglos diversos y sus inspiraciones sucesivas, estudiar todos los esfuerzos y todos los azares del talento...”[30].

 

 

VI. La evolución histórica en el pensamiento de López

Todo este mundo de ideas se halla presente en la Memoria sobre los resultados  con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la humanidad, que fue leída por López el 21 de mayo de 1845 ante el tribunal de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile para obtener el grado de Licenciado en Filosofía otorgado por esa institución. Es preciso efectuar un análisis circunstanciado de este trabajo, puesto que en él se exponen las ideas centrales del pensamiento de López acerca del devenir histórico; ideas que se mantuvieron sin variaciones a lo largo de su vida y que constituyen el telón de fondo sobre el que elaboró, posteriormente, sus estudios acerca de la historia de nuestro país[31].

Al comienzo de la Memoria , López recuerda una frase de Pascal, según la cual la humanidad se presenta como un hombre que perpetuamente crece y que perpetuamente aprende. De esta afirmación se desprende que la lucha continua que se entabla a lo largo de la historia entre verdades y errores evidencia que unas y otros no pasan de ser más que grandes documentos a través de los cuales las sociedades exteriorizan sus progresos y el estado de su civilización. López considera que Dios dotó a la mente humana de libre albedrío y de instinto de perfectibilidad, con lo cual la humanidad, al mismo tiempo, quedó en libertad de acción, pero sometida a una ley de necesidad que le es propia, consistente en la necesidad de progresar. Cada individuo influye sobre los acontecimientos a través de su libre albedrío. Nuestro comportamiento individual se traduce en hechos, cuyo encadenamiento da origen a los hechos sociales. Para López, el sujeto histórico es, en última instancia, el individuo. Los pequeños hechos individuales son los que, en su conjunto, producen la gran síntesis de los hechos sociales. Tanto lo individual como lo social son aspectos diversos de un misma realidad humana.

Este continuo progreso que conduce hacia la perfección está en el centro mismo de la concepción histórica de López. De allí que nos diga: “progresar perpetuamente hacia la perfección: he aquí el luminosos axioma que pudiera resumir toda la historia, y que sin duda no es más que una versión moderna del celebrado dicho de Pascal. Para comprenderlo bien es menester no encerrar la vista dentro de los límites de un pueblo o de una época; es preciso no atravesar ciegos por medio del tiempo presente, como hacen los más, para abrir recién los ojos en el Foro romano, o en las plazas públicas de Grecia. Por el contrario, señores, se necesita ‘inspeccionar lo pasado partiendo del último progreso presente’ y llevar la luz de la civilización actual a las civilizaciones anteriores, para no perder de vista la cadena necesaria que las liga, y que es el punto esencial, la revelación más grande que puede buscarse en el estudio de la historia”[32]. Siguiendo este método, según López, se esclarecen las ventajas que presentan los tiempos modernos respecto de los anteriores.

Ahora bien, los progresos que se van dando son solidarios, unos se hallan atados a los otros. Esos progresos continuos se verifican en todas las ramas de la actividad humana. En palabras de López, “la historia es la que nos enseña que la industria generaliza sus beneficios, sus aplicaciones y su manejo, a  medida que la literatura y el gusto se desenvuelven, a medida que el Estado y las leyes toman una organización mejor basada y más equitativa, a medida que la religión y el culto fraternizan y enlazan mejor las inteligencias y los intereses, a medida, en fin, que una filosofía inteligente, alta, franca, tolerante y progresista viene a derramar el bálsamo consolador de la sabiduría y los preceptos de su práctica, sobre la frente acalorada de los pueblos”[33].

A primera vista, la historia exhibe, según López, los fenómenos morales, que se hacen presentes en “los trastornos y movimientos de las sociedades humanas”. Pero he aquí que el hombre no es sólo un ser moral, sino que vive arraigado en un suelo, cuyas influencias no son ajenas a su modo de pensar y de conducirse. De allí que, destacando la influencia de la topografía en la vida humana, López considere que “una simple atención dada a las cosas que nos rodean nos pondrá de manifiesto que el hombre trabaja y explota el suelo sobre que vive para apropiarlo a sus necesidades, para asimilarlo a sus usos. El suelo no es uno mismo en todas partes; grandes diferencias de configuración y naturaleza se dejan sentir en cada país; y estas diferencias son las que, haciendo variar al infinito los medios de trabajo con que el hombre transforma el terreno y las impresiones físicas que recibe a todas horas, introducen una admirable diversidad de caracteres morales, que no sólo hacen distintos a todos los pueblos entre sí, sino también a las diversas fracciones de cada nación”[34].

A lo largo del desenvolvimiento histórico, López percibe una “fuerte cadena de progresos que jamás se corta”. De esta suerte, la historia se presenta como la lucha recíproca que mantienen, en todo tiempo, quienes desean detener el progreso y los que alientan ideas innovadoras. Así, nos dice: “la ley del progreso continuo forma un relieve de bronce sobre las páginas de la historia. Allí se ven los esfuerzos constantes que los pueblos hacen para conquistar la emancipación y la vida libre, las armas con que las ideas nuevas invaden el territorio de las viejas y los resortes inmorales de que éstas se valen para resistir, la caída de los imperios corrompidos por doctrinas caducas al impulso de pueblos más nuevos que, aunque no dotados quizá de cultura, profesan creencias más fecundas de sociabilidad”[35]. Y, más adelante, agrega: “la historia en su conjunto consiste, para mí, en la apreciación de los partidos y de las revoluciones que han modificado la condición moral de la humanidad. Aquéllos y ésta tienen su principio en el movimiento continuo de ideas con que se caracteriza a sí misma la inteligencia humana. Un pueblo estacionario, es decir, un pueblo cuyas ideas estén estancadas siempre en un punto, es una hipótesis inconcebible, es un contrasentido con las leyes inalterables de la razón y de la sociedad”[36].

Todo desarrollo lleva, inevitablemente, a una revolución y, a partir de ésta, la sociedad comienza a marchar hacia una nueva organización. Esta constatación le permite a López afirmar que “no hay nación que no tenga en su pasado alguna revolución a quien saludar como principio de sus dichas y de su libertad”[37]. Para López, el desarrollo histórico evidencia cómo una destrucción es seguida por una “construcción lógica”, lo cual le permite hacer suya una frase de Víctor Hugo según la cual “las revoluciones son los grandes silogismos del destino”. De esta suerte, la civilización pone premisas y saca conclusiones “con una admirable precisión lógica”.

Munida de estos principios filosóficos y basada en ellos, la Memoria nos traza un cuadro general de cómo las distintas épocas históricas han contribuido al desarrollo de la civilización de la humanidad.

López reconoce que los primeros pasos de la humanidad han quedado en el olvido, puesto que, cuando en el hombre se despertó el deseo de estudiarse, ya habían pasado muchos siglos de desarrollo inocente, lo que plantea una serie de problemas insolubles. El género humano tiene su origen en los pueblos centrales de Asia. Allí se inicia el desarrollo de la civilización; pero -nos dice López- “su civilización misma, por asombrosos que sean sus resultados, prueba que eran aquellos los primeros pasos del espíritu social y civilizador del hombre. Todo el sistema de sus doctrinas filosóficas y políticas está vaciado en el tipo religioso: todo allí es religión, nada es hombre. La religión misma nada tiene de incorpóreo ni de espiritual; la idea es símbolo, el Dios es una imagen monstruosa, el verbo es encarnación; por último la religión es la Naturaleza ”[38]. Y aquí destaca la influencia del mundo natural sobre la vida espiritual del hombre: es, precisamente, en el Asia, donde se encuentran los árboles más altos, los más grandes animales, las más elevadas montañas. Esta naturaleza grandiosa condiciona, para López, el perfil de las creaciones espirituales de los pueblos orientales: “en medio de esas creaciones colosales con que la imaginación de aquellas naciones se abrumaba a sí misma, no quedaba lugar para la libertad social. Podía haber grandes riquezas, brillante lujo, magníficas obras de arte, mucho comercio, pero nada de libertad personal: porque el individuo se anonada ante la casta, las acciones están sometidas al más cruel fatalismo, la filosofía muerde pacíficamente el freno de la más soberbia teología; por último, señores, la libertad del pensamiento tiene encima el yugo de la más terminante revelación; cada pueblo tiene un profeta a quien adora, ante quien inclina humildemente su frente todo pensador”[39].

Si ahora pasamos a Grecia, López encuentra en sus habitantes un carácter eminentemente transformador, cuyo origen se encuentra en la realidad geográfica del territorio en el cual vivían. “Un terreno tan cortado, tan variado, tan fracturado por el mar y por las serranías, tan lleno de costas y de puertos, alumbrado por una luz viva y diáfana durante el día, y por la noche con una eterna vislumbre, con el rayo encantador y apacible de un reflejo misterioso capaz de inspirar por sí solo los más delicados pensamientos; todas las maravillas de la vegetación en unas partes, y en otras una severa aridez; los valles y las cumbres, los climas más variados, en fin, reunidos en un espacio de cincuenta leguas, son causas que han debido producir necesariamente un pueblo rico en caracteres de todo género, ágil, movedizo, vivo, atrevido, perspicaz, artista”[40]. Toda esta variedad de regiones y de climas ha dotado al hombre griego de una energía transformadora, de una aptitud intrínseca para todo lo que sea revolucionario, abriendo paso al sentimiento de libertad que se alberga en la conciencia de todo individuo. Ello explica el antagonismo que se produjo entre la civilización oriental y la griega cuando ambas entraron en contacto. López no puede ocultar su entusiasmo al hablar del cambio que se ha producido: “habeis visto, señores, con qué magnificencia y profundidad había levantado el Oriente una vasta y grandiosa ciencia de Dios. Habeis visto cómo había embutido en esta ciencia al hombre y a la sociedad., eliminando todo movimiento y destruyendo todo germen de libertad individual, todo principio de personalidad. Y bien, ¿qué habeis visto después en Grecia?... Una revolución completa. El principio individual lo invade todo y se sobrepone en la religión, en las artes, en la política, en el comercio y en la literatura. El panteísmo político, literario y religioso se desmiembra, se rompe al acercarse el espíritu griego, como cuando un viento regenerador acomete la tormenta y, dispersando la negra masa de nubes en diversas direcciones, las impele y las persigue a todas ellas con una valiente velocidad”[41]. Como vemos, para López el Oriente ha producido la verdadera ciencia de Dios, en tanto que a los griegos debemos la imagen del hombre libre, al que considera el fundamento de las ciencias sociales. De allí que pueda decirnos, resumiendo el legado del espíritu griego, que éste “asimilándose las creencias orientales, produjo el germen de un gran código civil y una religión individualista, religión de libertad y de emancipación que comienza por formar y desenvolver la conciencia  de cada individuo para hacerla el foco de una moral indestructible, y tanto más grande cuanto que nace de lo íntimo del corazón de cada individuo y se eleva hasta anudarse en el centro mismo de la síntesis social”[42]. En este párrafo se encuentra expresada una de las convicciones centrales de López: el individuo, como ente libre, es encarado como el verdadero protagonista de la historia, y el encadenamiento de una pluralidad de acciones individuales es lo que constituye la síntesis que da forma a los hechos sociales.

Los griegos dejaron de lado la teocracia que caracteriza, según hemos visto, el mundo oriental y pretendieron basar el orden social y político en la libertad individual. Nos dice López que el espíritu griego era progresista y creador, en tanto que el oriental era estacionario y no admitía movilidad alguna. En tanto el oriental creía, esto es, estaba imbuido de un pensamiento teologista y religioso, el griego reflexionaba, su pensamiento era esencialmente filosófico. “Creer es poseer la verdad por entero, definitivamente, sin admitir mejoras ni progresos.... He aquí el espíritu oriental, he aquí el espíritu definitivo de los sistemas religiosos. La Grecia no se parecía al Oriente; era progresista y revolucionaria, porque creía y razonaba mucho.... Razonar es remover todas las ideas, analizar todas las teorías y todos los objetos; es tener la duda en el alma y no creer sino en los descubrimientos progresivos de la inteligencia humana. He aquí porqué el espíritu griego era progresivo y por qué lo es el espíritu de toda filosofía”[43].

Pero, no obstante los progresos apuntados, los griegos, según López, no pueden representar por entero al espíritu completo de la civilización moderna: para ello les faltaba el poder político y la moral personal. El excesivo individualismo era proclive al anarquismo. Este riesgo fue conjurado por el pueblo romano, que dio a la civilización occidental el espíritu del Estado y el espíritu de la ley. Cumple destacar que todos estos pasos sucesivos que López va tratando no constituyen un trayecto en el cual cada etapa corta y se independiza de la precedente, sino que, por el contrario, una va sucediendo a la otra sin solución de continuidad. López lo expresa con entera claridad: “yo quedo satisfecho, señores, cuando la historia y la filosofía me responden, de consuno, que la civilización marcha así, al favor de sistemas incompletos que progresivamente van incorporando a su esencia los elementos de que han menester. En el Oriente habeis visto constituirse definitiva, pero exclusivamente, la idea de la religión, el vasto cuerpo de las ciencias teológicas: la sociedad, la humanidad gimen allí bajo el peso de esas monstruosas creaciones. Se emancipan en Grecia; aparece, en esta tierra privilegiada, una brillante libertad; pero es individual, no hay nación, no hay Estado, no hay unidad; y el espíritu de la anarquía, que sopla un momento sobre aquel suelo, lo deja asolado. Aparece después Roma con el Estado y la ley, unidos a la libertad; pero a la libertad incompleta, a la libertad patricia, a la libertad monopolio, a la libertad frágil, en fin, porque carece de su sola base estable, de su única peana, que es la de la caridad con la igualdad, es decir, la moral con la asociación”[44]. Y este último elemento, al que López designa empleando los términos de asociación moral, es el que proporciona el cristianismo. López considera que han sido las predicaciones cristianas las que han depositado el germen de esa asociación moral que en su época comienza a adquirir una innegable realidad. Claro está que el progreso no se detiene, sino que continúa su marcha a través de los siglos. Pero han sido los pueblos antiguos los que proporcionaron los elementos esenciales de nuestra civilización.

La exposición de las ideas directrices de esta Memoria nos ha permitido introducirnos en puntos centrales de la concepción histórica de López, en la cual se conjugan su formación clásica con el sentimiento romántico propio de su época. Parte nuestro autor de dos nociones básicas: la libertad y el progreso. Ahora bien, este progreso, que va dándose en forma solidaria en todos los aspectos de la civilización, no implica, para López, la existencia de cortes entre las diversas etapas que se van sucediendo y, por ello, afirmaba que “si queremos ser sabios y ser grandes, no toquemos nunca las buenas tradiciones del espíritu social: no mudemos de maestros ni de escuelas; progresemos; y tengamos siempre presente que progresar no es cambiar sino desenvolverse”. Es, precisamente, este desenvolvimiento de la humanidad a través de los siglos lo que llevó al alumbramiento de la libertad humana y, finalmente, a la aparición de un ideal social, de una asociación moral en la cual se conjugan la libertad con la igualdad. López piensa que en esta etapa nos hallamos y es dentro de ella que la evolución de nuestro país ha de integrarse[45].

Es sobre estas nociones que López elabora su Historia de la República Argentina , en cuyo párrafo inicial manifiesta: “la República Argentina es una evolución espontánea de la nacionalidad y de la raza española, comenzada en un desierto de la América del Sur recientemente descubierto y consumada a orillas del más espléndido de los ríos del globo. Desde luego, era natural que al luchar con las necesidades de la vida y al obedecer a las leyes de su desarrollo, la futura sociabilidad hubiera de entrar en una serie de condiciones totalmente diversas de aquellas en que habían venido sus primeros colonizadores, y que su organismo moral encerrase desde entonces el germen de un crecimiento propio, tanto más distinto del de su metrópoli, cuanto más lo apartasen de su origen el tiempo y los accidentes históricos”[46]. Para López, la historia colonial nos revela, en su conjunto, el desarrollo de una sociedad a la que califica de incipiente, exhibiendo cómo, lentamente al principio y en forma más acelerada después, se va emancipando de las envolturas españolas y constituyendo “una nacionalidad vigorosa, que si es favorecida por la fortuna llegará sin duda a prestar inmensos servicios a la humanidad y a la civilización”. En las páginas de López, es posible encontrar ese poderoso impulso despertado por la fe en el progreso, que fue característica de su generación y que, más allá de los contratiempos y derrotas sufridas, llevaba a pensar en un futuro promisorio.

López tenía una acentuada fe en ese futuro, creía que se iría llegando a él merced a una ley inevitable. Así, estudiaba cómo nuestro país progresó a pesar de los obstáculos que le imponía el régimen colonial. Finalmente, nos dice que llegó “el día en que el régimen colonial era ya impotente y caduco para satisfacer los intereses y las aspiraciones del Río de la Plata , y la revolución se produjo como una emergencia natural de sus propios antecedentes sin solución de continuidad”[47]. Para López, la revolución que, en 1810, llevó al nacimiento de una nueva nación, respondió a una necesidad interna ineludible, era producto de la ley del progreso que gobierna el curso de la historia universal.

 

[1] Vicente Fidel López, Debate histórico. Refutación a las Comprobaciones Históricas sobre la Historia de Belgrano, t. 1, Buenos Aires, Librería La Facultad , 1916, p. 248.         [ Links ]

[2] Ídem, p. 252.

[3] Ídem, p. 82. El conflicto que se le presenta a López entre el aspecto filosófico y generalizador y el carácter individual propio de todo hecho histórico no escapa al análisis que Raúl A. Orgaz efectúa del pensamiento de éste: “¿Cómo resolverá López el duelo entre la tendencia generalizadora y la tendencia individualizante, inseparable de toda labor historiográfica emprendida por un espíritu dócil a las seducciones de la inteligencia? El historiador de raza triunfará, en definitiva, sobre el filósofo inseguro.... ¿No es él, en efecto, quien al tratar de las escuelas históricas, y después de enseñarnos que la escuela filosófica    -a la que llama ‘fatalista’- ‘es la más sabia y erudita de todas’, nos advierte que ‘desaparece de ella la libre y preciosa figura del individuo’ y que ‘la variedad y el ruido de los acontecimientos reales se hunden y se sepultan, humildemente, en la huella profunda que abre la rueda del pesado carro de la Fatalidad ’? Antes de publicar estas líneas, el autor había leído su “Memoria”, en la que ‘hizo’ filosofía de la historia; pero la hizo a la manera de Quinet y de Cousin, discípulos, no del todo fieles, de Herder y de Hegel. La adhesión de López a las ideas de Quinet y de Cousin  significó, precisamente, su adhesión a la tesis de que la libertad es la ultima ratio en el proceso histórico de la humanidad y de las naciones” (Raúl A. Orgaz, Vicente F. López y la filosofía de la historia, Córdoba, Imprenta Rossi Argentina, 1938, pp. 39-41).

[4] Cfr. The Works of Lord Macaulay. Essays and Biographies, London , Longmans Green and Co., 1898, vol. I, p. 168.

[5] Fidel López, Debate histórico…, cit., pp. 34-35.

[6] Vicente Fidel López, “Autobiografía”, incluida en Vicente Fidel López, Evocaciones históricas, Buenos Aires, El Ateneo, 1929, pp.23-67; la cita corresponde a la p. 34.

[7] Diego Alcorta, Lecciones de filosofía, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, s/f, p. 50

[8] Ídem, p. 51.

[9] Ídem, p. 54.

[10] Ídem, p. 56.

[11] Ibídem.

[12] Ibídem.

[13] Juan María Gutiérrez, Origen y desarrollo de la Enseñanza Pública Superior en Buenos Aires, Buenos Aires, La Cultura Argentina , 1915, p. 76.

[14] Alcorta, Lecciones...,  cit., pp. 192-193.

[15] Ídem, p. 193.

[16] López, “Autobiografía”, cit., pp. 38-39.

[17] Madame de Staël, De la littérature, Paris, GF Flammarion, 2014, p. 208.

[18] Así, Sainte-Beuve no duda en calificar a Chateaubriand como “le plus grand et le plus signalé des personnages littéraires qui parurent à l’entrée du siècle”; agregando, a continuación: “sous le Consulat et l’Empire il brille du premier jour, dès le premier matin, comme un météore. Sous la Restauration il est à son zénith; il la remplit. Bien plus, il est au coeur des choses et des luttes de chaque jour, et l’on reconnaît son épée à l’éclair dans chaque mêlée. Sous le dernier régime, il se tient  à l’écart, et ne sort plus de sa tente que par intervalles; il n’a plus, si vous le voulez, qu’un règne honoraire, surtout dans ces derniers temps; mais enfin, le respect, l’admiration ne se sont pas retirés de lui un seul jour; et celui dont nos pères, encore jeunes, lisaient avec étonnement et avec la surprise de la nouvrauté Atalá ou René, voilà que vous cherchez chaque matin avec curiosité ses dernières pages sorties de sa tombe, et toutes parfumées poutant (au mois quelques-unes) d’un certaine souffle de jeunesse et d’un reste de fraîcheur”. (C. A. Sainte-Beuve, Chateaubriand et son groupe littéraire sous l’Empire, Paris, Editions Garnier Frères, 1948, t. I, pp. 36-37).

[19] Cfr. Ferdinand Brunetière, Manuel de l’Histoire de la Littérature française, Paris, Librairie Ch. Delagrave, 1906, pp. 428-429.

[20] En apretada síntesis, Roger Picard señala que, para Cousin, “la historia ‘no debe excluir nada, debe aceptarlo todo y comprenderlo todo’. Influido por la filosofía alemana y por la de Vico, ve siempre ideas bajo los hechos y, según él, la tarea del historiador debe consistir en extraerlas, en descubrir ‘la relación de los hechos con las leyes que manifiestan’. ‘Si todo tiene una razón de ser -dice en su octava lección, el 12 de junio de 1828-, si todo tiene una idea, un principio, y una ley,  nada es insignificante y tiene un sentido, y ese sentido es lo que el historiador filósofo tiene el deber y la misión de discernir...El mundo de las ideas está oculto tras el mundo de los hechos. Los hechos, por sí mismos, y por su lado exterior, son insignificantes, pero, fecundados por la razón, manifiestan la idea que envuelven y se hacen razonables e inteligibles’”. (Roger Picard, El romanticismo social, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 224).

[21] Víctor Cousin, Introduction a l’histoire de la philosophie, Paris , Didier et Co. Libraires Editeurs, 1868, pp. 141-142.

[22] Ídem, pp. 144-145.

[23] Ídem, p. 152.

[24] Ídem, p. 157. Refiriéndose a la influencia de Cousin sobre López, expresa Orgaz: “enunciadas sintéticamente las proposiciones que revelan el influjo de las ideas de Víctor Cousin sobre López, podrían jerarquizarse del siguiente modo: -A: la inteligibilidad de la historia depende del conocimiento de la naturaleza humana, y éste, a su vez, de la influencia de las condiciones geográficas sobre los pueblos y la humanidad; -B: afirmación simultánea del providencialismo histórico y de la libertad  del hombre; -C: perfectibilidad de la especie humana; -D: intelectualismo histórico, esto es, primacía de las ideas en la génesis de los cambios y revoluciones sociales; -E: solidaridad de los elementos de la cultura: Estado, arte, religión, filosofía e industria, y –F: carácter sagrado de la historia. Dos de las tesis más importantes de Cousin: la exaltación del papel de los grandes hombres en la sociedad y la concepción ‘agonista’ de la historia, no han sido incorporadas al ensayo, si bien la última parece explicar la gran importancia que el doctor López concede a las revoluciones y a las luchas políticas en el desarrollo de las naciones” (Orgaz, Vicente F. López…, cit., pp. 96-97).

[25] Un detallado bosquejo de las tendencias historiográficas francesas de esa época puede verse en Camille Jullian, Notes sur l’histoire en France au XIXe siècle, Paris, Librairie Hachette et Cie., 1897.

[26] M. Guizot, Histoire des origines du gouvernement représentatif en Europe, Paris, Didier Libraire Editeur, 1851, p. 2.

[27] Ídem, p. 12.

[28] M. Guizot, Histoire de la Civilization en Europe depuis la chute de l’Empire Romain jusqu’a la Révolution Française , Paris, Didier Libraire Editeur, 1856, pp. 9-10.

[29] Ídem, p. 28.

[30] Cfr. Ferdinand Brunetière, L’évolution des genres dans l’histoire de la littérature, Paris,  Librairie Hachette et Cie., 1914, pp. 213-214.

[31] En ese sentido, Raúl A. Orgaz sostiene que “con el correr de los años, sólo subsistirían en López cuatro de las tesis centrales de sus ensayos de 1845: la fe en el progreso, entendido, definitivamente, como ley moral de la humanidad; el sentido político del contenido de la historia; el sentido estético de la forma de la misma, y la afirmación apasionada de la primacía de la libertad en lo individual y en lo colectivo” (Orgaz, Vicente F. López…., cit., p. 117).

[32] Vicente Fidel López, Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la humanidad, Buenos Aires, Editorial Nova, 1943, p. 25. En apretada síntesis, expresa Orgaz: “Los individuos, las naciones y la humanidad hacen la historia, mediante las ideas, las pasiones y los intereses, que actúan bajo la doble condición de la libertad y del instinto de perfectibilidad, y al hacerla, posibilitan el cumplimiento de la ley del progreso. Todo se encadena con el rigor de una figura lógica irreprochable: la vida supone desarrollo, el desarrollo supone revoluciones, y las revoluciones nacen del movimiento de las ideas. Se llega así, como remate, a una especie de filosofía ideológica de la historia, que resulta de la refracción, por el eclecticismo cousiniano, del historicismo idealista de Hegel, y que acoge, además, las ideas de Montesquieu, de Dubos y de Herder, acerca de los influjos geográficos en el desarrollo social” (Orgaz, Lecciones…., cit., pp. 72-73).

[33] López, Memoria..., cit., p. 26.

[34] Ídem,  pp. 27-28.

[35] Ídem, pp. 30-31.

[36] Ídem,  p. 32.

[37] Ibídem.

[38] Ídem, pp. 39-40.

[39] Ídem, pp. 40-41.

[40] Ídem, pp. 47-48.

[41] Ídem, p. 58.

[42] Ídem, p. 61.

[43] Ídem, p. 64.

[44] Ídem, pp. 96-97.

[45] En el mismo sentido, Diego F. Pro sostiene que “para López, la historiografía argentina tiene que ser fundamentalmente historiografía política. Ello es así por razones de hecho y por razones filosóficas. Por razones de hecho porque el pueblo argentino tiene casi exclusivamente historia política, la de un pueblo que se separa de la situación de colonia y vasallaje de España para entrar a la posesión de su vida propia, de su vida política y jurídica como pueblo independiente” (Diego F. Pro, “La cultura filosófica de Vicente Fidel López”, en Cuyo. Anuario de Filosofia Argentina y Americana, Mendoza, vol. 8/9, 1991-1992, pp. 11-48; la cita corresponde a la p. 28). Y, más adelante, señala: “no son sólo razones de hecho las que hacen que la historiografía argentina sea básicamente historia política. Hay también razones filosóficas. Con la historiografía romántica, López sostiene que el desarrollo de la civilización humana está orientado por una ley interna y providencial, que la hace progresar y revela la perfectibilidad del hombre. La meta de este desarrollo progresivo es la libertad cada vez más plena de los pueblos y de los hombres, de la razón y el derecho.... Siguiendo el principio que preside el desenvolvimiento de la civilización humana, el pueblo argentino entra en la historia universal como realidad política nueva, local y universal a la vez, sagrada porque las naciones son de origen divino.... De momento somos ante todo realidad política en el concierto universal y cumplimos, según sesgos locales, la ley que preside el desarrollo de la humanidad” (Pro, “La cultura filosófica…”, cit., pp. 29-30).

[46] Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina. Su origen, su revolución y su desarrollo político, Buenos Aires, Imprenta y Encuadernación de S. Kraft, 1913, t. I,  p. XI.

[47] Fidel López, Historia de la República Argentina …, cit., t. I,  p. XXII.

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