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Temas y Debates

versión On-line ISSN 1853-984X

Temas debates (En línea)  no.45 supl.1 Rosario  2023

 

Artículos

Democracia más allá de las elecciones: giro afectivo hacia la participación para gestionar la complejidad

Democracy Beyond Elections: Affective Turn Towards Participation to Manage Complexity

Gisela Signorelli1 

1Docente e investigadora en la Escuela de Ciencia Política, Facultad de Relaciones Internacionales, y en el Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.

Resumen

La democracia tiene buenas credenciales. Sin embargo, en la actualidad, estas credenciales resultan insuficientes. Los gobiernos demuestran impotencia a la hora de resolver problemas estructurales como la desigualdad y la violencia en un contexto de alta complejidad. Ello aumenta las brechas entre las expectativas ciudadanas y lo que el sistema representativo democrático logra garantizar.

Si bien Argentina ha logrado una continuidad de cuarenta años de democracia -un hecho sin precedentes e invaluable en su historia- y un alto porcentaje de personas elige el sistema democrático como la mejor forma de gobierno, la desconfianza frente al poder político y las instituciones estatales se acrecienta. A esto se le adiciona el impacto del fenómeno disruptivo que significa Internet en nuestras vidas y, por tanto, en la política. El conjunto muestra un escenario poco alentador, con altos índices de desafección y giros hacia las derechas más conservadoras.

Pensar la democracia más allá de las elecciones implica considerar el elemento participativo con mayor protagonismo: el de la acción concreta con compromiso ciudadano en la construcción de lo común que transmute la indignación en esperanza. Al ser la democracia el mejor sistema para gestionar la complejidad, la participación es un modo de desbloquearla y de recuperar dos de sus pilares fundamentales: la igualdad social y la soberanía popular. Esta participación es entendida, en un sentido institucional e instituyente -en constante retroalimentación-, como creación de poder popular, como una forma de recuperar, desde la dimensión afectiva, la trama de los vínculos democráticos -hoy rotos- para la consolidación de una “estrategia de reformismo radical” (Mouffe, 2023).

Palabras clave: democracia; participación; afectos; lo común; reformismo radical

Abstract

Democracy has good credentials but they seem to be insufficient. Governments are powerless to solve structural problems such as inequality and violence in a context of high complexity. This increases the gaps between citizens’ expectations and what the democratic representative system manages to guarantee.

Although Argentina has achieved a continuity of forty years of democracy -an unprecedented and invaluable fact in its history- and a high percentage of people choose the democratic system as the best form of government, distrust of political power and state institutions is growing. To this is added the impact of the disruptive phenomenon that means the Internet in our lives and, therefore, in politics. All of these consolidate an unencouraging scenario with high rates of disaffection and shifts to the more conservative right.

To think about democracy beyond elections is to think of the participatory element with the greatest prominence, that of concrete action with citizen commitment in the construction of the commons, transmuting indignation into hope. Democracy is the best system to manage complexity and participation is an element to unlock it by recovering two of its fundamental pillars: social equality and popular sovereignty. Participation in an institutional and instituting sense -in constant feedback- as the creation of popular power. To recover from the affective dimension the fabric of democratic, which today is broken, for the consolidation of a "strategy of radical reformism" (Mouffe, 2023).

Keywords: democracy; participation; affections; the common; radical reformism

La democracia bloqueada

Sin lugar a duda, los cuarenta años de continuidad democrática en Argentina son un hecho de celebración y reflexión. Ha sido un camino no lineal con avances en materia de derechos y de confianza de la ciudadanía en la democracia, pensada como régimen de gobierno. En promedio, según diferentes encuestadoras1, más del 80% considera muy importante vivir en democracia. Ello, sabemos, no está acompañado de confianza en el sistema político, ni mucho menos en los gobernantes. No obstante, cuanto mayor es la valoración de la democracia, mayor interés se declara por la política, y cuanto mayor credibilidad se tiene en el sistema, los indicadores muestran menor nivel de tolerancia a las excepcionalidades no democráticas.2 Es decir, para evitar el avance de estas últimas, necesitamos volver a creer no ya en la utopía democrática (Rinesi, 2013), sino en su capacidad afectiva y efectiva de contenernos.

Si consideramos estas relaciones causales que muestran las encuestas, lo que notamos es que la desafección política, aún, no ha generado un rechazo al sistema per se. Sin embargo, sí se evidencia un síndrome de fatiga democrática (Van Reybrouk, 2017) que se intenta aprovechar por parte de sectores conservadores y neoliberales con un nuevo impulso (Mouffe, 2023). Pues, como sugiere Innerarity (2015), la indignación es, muchas veces, mala consejera: la cultura de la indiferencia solo deja lugar a los que quieren desplazar al demos de la toma de decisiones, y reduce el problema a “la política” cuando la política es el único poder al alcance de los que no lo tienen. Claro está, esto no es un fenómeno que se limite a Argentina, sino que adhiere a una tendencia internacional. Las prácticas y los resultados concretos de la democracia se condicen poco con los valores y la visión que simboliza. Se han roto dos de sus pilares fundamentales: la igualdad social y la soberanía popular. La violencia, el discurso descalificador del otro, la polarización, la corrupción y las desigualdades de acceso a derechos se constituyen en un combo que agiganta la frustración.

Si el interés por la política aumenta, pero la confianza en los líderes políticos y las instituciones estatales disminuye, existe una brecha entre lo que el ciudadano piensa y quiere, y aquello que ve hacer. Es decir, se genera lo que Diego Tatián (09/12/2017) denomina des-democracia: si la democratización se concibe en términos de una profundización de derechos de los sectores populares en un sentido pleno de igualdad y justicia social, la des-democracia, por el contrario, es solo democracia como máscara y administración del privilegio: “el poder del pueblo; la soberanía popular se declaró obsoleta y la democracia se redujo a su componente liberal” (Mouffe, 2023: 14).

Desde nuestra perspectiva, la democracia parece bloqueada: se ha convertido en una caja de resonancias solo de lo que los poderes establecidos quieren, con espasmos aislados de vitalidad en la catarsis y lucha social. Sin embargo, en lo concreto, hay una clausura del debate democrático, producto del desinterés ciudadano, del cúmulo de información y masificación de Internet, de las tecnologías (IA) y redes y, por supuesto, del temor de quienes gobiernan al poder popular. Es necesario, entonces, desbloquear la democracia, atreverse a salir de la discusión de los mismos temas e incluir a otros en el debate. Para ello, la participación es clave. Como sugiere Rinesi (2013), democratizar es la acción asociada al sustantivo Democracia. Eso conlleva una praxis que implica no reducir la democracia a la democracia representativa electoral: es preciso pensarla más allá de las elecciones. Además, es menester concebirla en su dimensión sustancial, es decir, como forma de vida y, por lo tanto, a partir de la comprensión de que el vínculo democrático está en construcción y tensión permanente.

Digresión sobre el rol de las tecnologías

Existe sobrada evidencia sobre el peso que las tecnologías e Internet tienen en nuestra cotidianeidad. Según datos del Banco Mundial (2022), aunque la dispersión territorial es inequitativa, la penetración de Internet con conexión física en Argentina es la sexta más alta en Latinoamérica, mientras que la cantidad de smartphones duplica la población del país.3

El abanico de puntos de vista sobre su impacto va desde el solucionismo tecnológico a las distopías catastróficas. Lo cierto es que no podemos ignorarlas ni erradicarlas. La “pospolítica digital”, advierte Mouffe (2023), es un serio revés para las fuerzas de la democracia. No obstante, en función de su uso, también puede ser una forma de tender puentes.

De manera reciente, la emergencia de la inteligencia artificial, sus chatbots y su alta capacidad de aprendizaje constante, con un nivel asociativo que construye información presumiblemente verdadera -aunque no necesariamente lo sea-, nos puso en jaque otra vez. Es hora de asumir que “si la política no se hace una enorme pregunta sobre esta revolución digital no seremos obsoletos los humanos sino la democracia” (Moyano, 2023: 117).

El acceso a un gran volumen de información; la incapacidad de discernir entre aquella que es veraz y las fake news; los algoritmos, que buscan retener nuestra atención en las redes sociales, para lo cual segmentan y crean burbujas informativas que generan cámaras de eco en las que los participantes tienden a encontrar ideas que amplifican y refuerzan sus propias creencias; la consecuente polarización; y la demanda de inmediatez imposibilitan cada vez más la construcción de un espacio democrático común.

Ahora bien, si no asumimos todo aquello como un determinismo, podemos pensar las tecnologías no solo como aliadas para acortar las brechas entre lo que la ciudadanía espera y lo que las instituciones estatales ofrecen, sino como un espacio para el debate y la generación de “otras redes” que se complementen con la presencia de los cuerpos en el espacio político. Internet es un acelerador social muy potente, todo depende de sus usos. El Estado y la ciudadanía pueden no eludir lo político en lo digital y pueden usar Internet como una poderosa forma de conexión.

La propuesta es no temer ni subestimar las tecnologías. Tampoco banalizar la participación con su uso. En un trabajo anterior (Signorelli, 2021), propusimos un modelo de participación anfibia, capaz de superar las dicotomías entre la virtualidad y la presencialidad. Es decir, antes de culpar a las tecnologías, podemos reflexionar -parafraseando a Vommaro (2023)- en torno a las limitaciones recurrentes que tiene la política institucional para incorporar a sus ciudadanos en la deliberación sobre la vida en común. De este modo, podemos encontrar allí las causas de las crisis frecuentes de nuestra democracia (Vommaro, 2023: 44) y hacer de ellas una herramienta a favor.

Tejer “otras redes”. Afectos y participación democrática

No vamos a caer en versiones romantizadas de la participación. No creemos en la idealización del debate racional que, como tal, no existe (Casullo, 2023; Mouffe, 2023), ni creemos deseable que exista en su versión más purista. No obstante, también sabemos que la instantaneidad y lo viral deben trascenderse y hacerse carne en negociaciones que permitan consensos sobre lo común, que alojen y hagan sentir parte.

La apertura, multiplicación y consolidación de espacios de participación con capacidad de generar verdaderas innovaciones democráticas son canales que ya han demostrado sus alcances y que deben profundizarse, debido a que se han “desteñido” con el tiempo y su capacidad de empoderar ha decrecido. Algunos ejemplos de estas políticas de participación institucionalizada son las asambleas ciudadanas, minipúblicos, mesas territoriales, consejos vecinales, presupuestos participativos o políticas de participación directa, como un referéndum o consultas públicas.

Coincidimos con Innerarity (2023) en que aquella democracia que trasciende la elección de autoridades, que se ejerce más allá del voto, es el único modelo capaz de gestionar la complejidad, y eso es a través de la generación de mecanismos participativos que aprovechen la inteligencia distribuida en la sociedad: “las democracias tramitan más complejidad que cualquier otra forma de organización de la sociedad precisamente en la medida en que articulan mejor el pluralismo social y posibilitan el aprendizaje colectivo” (Innerarity, 2023: 27). La interdependencia de la complejidad nos obliga a ser más efectivos y afectivos.

La participación es una forma de democratizar la democracia, de distribuir el poder para generar emergentes desde la inteligencia colectiva como agregación de las inteligencias individuales que no necesariamente es su suma, sino sus múltiples formas de combinación (Rey, 2022). Es desde allí que la democracia puede aportar mejores decisiones que cualquier otro régimen y, para ello, hay que enriquecer el debate público, sacudir la inmersión colectiva en lo inmediato y generar proyectualidad compartida. La inteligencia colectiva es una capacidad y, por tanto, se entrena. Es preciso ponerla en movimiento. Un giro afectivo (Lordon, 2018) puede contribuir a hacerla más atractiva.

Entre las personas y los diferentes colectivos constituimos un sistema complejo con relaciones múltiples de interdependencia. Es decir, nos afectamos, aunque elijamos permanecer indiferentes. Sin embargo, no hay que caer en el error de confundir la inteligencia colectiva con la conectiva. Rey, a partir de Derrick de Kerckhove, explica que

la inteligencia colectiva “prioriza al grupo” en la búsqueda de una identidad común, mientras que en la conectiva cada individuo, en busca de su propio interés, termina aportando valor al grupo. (…) Es inteligencia individual mejorada gracias a los beneficios de participar en un grupo (2022: 22).

En la inteligencia colectiva, la construcción es del grupo y se amplifica la capacidad de vivir en sociedad. Por su parte, la inteligencia conectiva no deja de ser un maquillaje más de la democracia liberal que acentúa el camino individual, y muchos de los mecanismos de participación vigentes, sobre todo online, la fomentan.

Se puede permanecer en el maquillaje, o se puede convocar a construir un nuevo rostro para nuestras democracias. La participación es un medio para construir una frontera democrática capaz de recomponer los dos pilares democráticos rotos: la igualdad y el poder popular. Es el camino para una transformación radical con mecanismos democráticos, lo que Mouffe (2023) llama “reformismo radical”. Para ello, hay que convencer, y de allí la importancia de los afectos para la identificación y movilización política. El involucramiento desde la participación en los asuntos comunes es una praxis que puede devolver credibilidad y, por tanto, adhesión al sistema democrático. Se necesita empatía con las preocupaciones y expectativas de la gente. Es allí donde las derechas han ganado terreno. La propuesta es convocar a encontrarnos -virtual y/o físicamente- para construir nuevas redes que nos contengan, y comprender las demandas ciudadanas específicas, así como la necesidad de renovación de los liderazgos para convocar desde los afectos:

Las personas luchan contra diversas formas de dominación que padecen en sus vidas cotidianas, y no en pos de la realización de ideas abstractas. (…) Estas no suscitarán la acción política de las personas ni movilizarán sus energías porque no transmiten la fuerza afectiva indispensable para adquirir poder real. Lo que lleva a la gente a actuar son los afectos y las identificaciones en las que estos se inscriben (Mouffe, 2023: 45).

Tiempos de lo común

El debate por la igualdad y por la profundización de la perspectiva de derechos es un debate político. Como sugiere Tatián, si la política y el Estado se retiran de ese debate, “la dominación y la jerarquía -que nunca dejaron de estar ahí, en espera de su restauración- restablecen el ‘orden de las cosas’” (27/11/2018). La igualdad -continúa el autor- es un principio sin fundamento más allá de sí mismo y, por tanto, nunca conquistado para siempre: “la igualdad no se pide ni se merece; se toma conciencia de ella, se activa y se ejerce” (Tatián, 27/11/2018).

Algo similar sucede con la soberanía popular:

Los pueblos votan y al mismo tiempo se empobrecen y se endeudan. ¿Esto significa que votan para ser pobres y endeudarse? No. Significa que, así como están, nuestras democracias están sometidas y resultan permeables mucho más a la presión de los poderes fácticos permanentes que a la voluntad popular (García Delgado y Casalis, 2023: 15).

Para recuperar el poder popular, la participación, en un sentido institucional e instituyente (Castoriadis), es fundamental y, para esto, proponemos el principio de lo común como aglutinador y movilizador, con un giro afectivo desde los objetivos y resultados de la convocatoria a participar. La igualdad y la soberanía pueden ser conceptos muy abstractos para movilizar la participación. Cabe preguntarse, ¿para qué convocamos a participar? ¿Realmente las personas no participan porque no quieren o porque se han banalizado y tokenizado4 sus alcances?

El neoliberalismo es mucho más que un modelo económico y los sectores conservadores que lo defienden han logrado construir un relato que, desde la lógica de la competencia individual y meritocrática, congregue. Movilizan desde el deseo de tener/pertenecer y actualmente tienen la capacidad de convencer aun a aquellos excluidos del sistema. Laval y Dardot (2014) proponen oponer el principio de lo común al de la competencia, entendido como coactividad. Lo común sin esencialismos ni sentidos metafísicos; lo común como “todo aquello que las comunidades consideren como fundamental para la vida y que no debe ser privatizado o convertirse en objeto de lucro” (Marín Moreno, 2018: 411); lo común considerado no como un bien sino como una praxis. Se trata de un principio político, entendido como sustantivo que implica la corresponsabilidad sobre lo público (Laval y Dardot, 2014).

La praxis constante de la participación es una manera de construir comunes, de renovar desde la acción colectiva lo instituido, de retroalimentar con lo instituyente, como forma de evitar la oxidación y burocratización de las instituciones democráticas o, lo que es peor, su apropiación por parte de los poderes fácticos establecidos. El sentido de pertenencia es causa y consecuencia de la participación. Es necesario buscar y construir movilizadores para participar, recuperar la solidaridad de lo común, no en un sentido moral sino concreto. Además, se deben generar instituciones democráticas capaces de hacerse cargo de la complejidad, con estructuras más horizontales, heterárquicas, que reconozcan la interdependencia y logren persuadir a partir de la idea de que nada es tan individual como nos quieren hacer creer. Otra alternativa a explorar puede ser la búsqueda de estrategias de complementación de la representación tradicional por vías alternativas o complementarias a la elección mediante el voto que generen una transformación radical de las democracias.

Es muy significativo que, mayoritariamente, los argentinos avalen el sistema democrático; que crisis como las de 1989, 2001 o 2008 hayan podido ser superadas por vías institucionales. No obstante, así como la vida se ha transformado de manera profunda en estos cuarenta años, no podemos continuar con el modelo institucional democrático de entonces para dar respuesta a la complejidad de los tiempos que corren.

Los afectos son un modo de movilizar la participación y, desde allí, hay que trascender la pulsión individual hacia la construcción de una voluntad colectiva para la que hemos propuesto focalizar en “los comunes” como eje discursivo, pero sobre todo como objetos o ideas afectantes (ideas con poder de afectar, sugiere Lordon en su relectura de Spinoza), objetos que generen identificación (Mouffe, 2023), como una manera de transformar la indignación en conexión y esperanza colectiva.

En este ensayo, nos propusimos estimular la reflexión sobre la democracia y sus posibles derivas en caso de que no se amplíen su significado y los canales de participación en tanto formas de profundizar tanto la igualdad como la perspectiva de derechos y el principio de soberanía popular. Es preciso desbloquear la democracia, quitarle los corsés impuestos por la colonización económica, recuperar la afectividad para la convivencia democrática y compensar, desde la cooperación, la lógica de la competencia y la desigualdad que quieren imprimirle. Es urgente la acción y la reflexión del Estado, de los movimientos sociales y de la academia. Esperamos haber contribuido a esta última dimensión.

Referencias

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1 Más del 90% de la población consultada tanto en Europa como en América Latina, a través de Eurobarómetro y Latinobarómetro, reconoce que la democracia es el mejor sistema de gobierno y la gran mayoría de los países que se consideran libres (117 de 195) son países democráticos. No obstante, solo el 30% de sus habitantes en promedio confía en este sistema.

2Encuesta nacional de 1.000 casos a argentinos y argentinas mayores de 18 años. Para más información, ver: https://pulsar.uba.ar/en-que-creemos-los-argentinos-primer-informe/

3Puede profundizarse en Califano (2023).

4El tokenismo (token -símbolo-; también llamado florerismo, inclusión, concesión o participación simbólica) es un término que hace referencia a la práctica de efectuar pequeñas concesiones superficiales hacia un colectivo discriminado, con una influencia de estas escasa o nula en la modificación del status quo (Fuente: Wikipedia).

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