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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

versión On-line ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.51 no.2 Buenos Aires dic. 2021

 

ARTICULO

Las construcciones coloniales en el relato de los cronistas de los siglos XVI y XVII: una aproximación desde la arqueología

Colonial buildings in the account of 16th and 17th chroniclers: an archeological approach

Ana Igareta *

https://orcid.org/0000-0003-2510-794X

Matías Ramiro Sumavil **

https://orcid.org/0000-0003-1084-8200

* Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Especialista en evaluación y estudio de impacto arqueológico por la Universidad de Buenos Aires (UBA, en curso). Encargada de colecciones de la División Arqueología del Museo de La Plata (FCNyM, UNLP) e Investigadora Asistente CONICET con lugar de trabajo en el HiTePAC (FAU-UNLP), donde coordina el Equipo de Arqueología Histórica.

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) - Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad (HiTePAC). Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de La Plata (FAU - UNLP). Calle 47 N° 162 y 117, La Plata, (B1900GGD). Argentina. Email: aigareta@gmail.com

** Alumno avanzado de la Licenciatura en Antropología por la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP). Pasante de la División Arqueología del Museo de La Plata y miembro del Equipo de Arqueología Histórica del HiTePAC.

Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad (HiTePAC), Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de La Plata (FAU-UNLP). Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad (HiTePAC). Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Nacional de La Plata (FAU - UNLP). Calle 47 N° 162 y 117. La Plata (B1900GGD). Argentina. Email: ramisumavil@gmail.com

El presente análisis se desarrolló en el marco del Proyecto de investigación “Ciudades que ya no están: Identificación y caracterización de ejemplos de arquitectura doméstica y registro asociado en sitios coloniales tempranos del oeste argentino” de la Dra. Ana Igareta, CONICET.

RECIBIDO: 15 de agosto de 2020.
ACEPTADO: 11 de noviembre de 2020.


RESUMEN

En las últimas décadas, la arqueología del noroeste argentino se ha interesado progresivamente por el análisis de la arquitectura colonial y por el estudio de materiales y sistemas constructivos utilizados, pero pocos trabajos indagaron en la identidad de los protagonistas del proceso o en cómo ésta influyó en el resultado final. Se propuso que parcialidades indígenas fueron la mano de obra de la actividad constructiva de las ciudades fundadas en la región durante los siglos XVI y XVII, pero un análisis de crónicas contemporáneas permitió proponer una alternativa. El presente trabajo explora la hipótesis de que los indígenas fueron solo un porcentaje de los constructores en el contexto colonial, y que la tarea fue realizada también por esclavos africanos, por europeos y por criollos. Los resultados preliminares señalan que la arquitectura colonial habría resultado de la articulación de prácticas de orígenes mucho más diversos que el estimado hasta ahora.

Palabras clave: arquitectura colonial; crónicas; mano de obra; saber constructivo.
Referencias espaciales y temporales: noroeste argentino; siglos XVI y XVII.

ABSTRACT

Recently Northwestern Argentinian archaeology got interested in the analysis of colonial architecture, materials and construction systems, but little work has been done to identify builders. It was proposed that indigenous people were the workforce of the constructive activity at cities founded in the region during the 16th and 17th centuries. The present work explores an alternative hypothesis: indigenous were only a percentage of the colonial builders and African slaves, European and Creole also carried out the task. Preliminary results shows that colonial architecture would have been the result of the articulation of much more diverse practices than previously estimated.

Key words: chronicles; colonial architecture; workforce; know-how.
Space and time references: Argentinian northwest; XVIth and XVIIth Centuries.


Albañilería: “arte de construir el todo o parte de un edificio, colocatzdo, etzlazatzdo y uniendo los materiales de que se usa de modo que formando ttn cuerpo unido se matztezga a si mismo y pueda mantener el peso proporcionado que les cargtte”
Juan de Villanueva, El arte de la albañilería,1827.

Consideraciones generales

En su análisis de las ruinas de la ciudad vieja de San Salvador (Jujuy), Fowler y Zavaleta Lemus (2016, p. 28) indagaron cómo los procesos de hibridación cultural que se desarrollaron durante las primeras décadas de la conquista de ese territorio resultaron en la formación de un nuevo habitus colectivo, que pasó a formar parte de la identidad arquitectónica de las ciudades entonces fundadas. En el noroeste de la República Argentina la noción de arquitectura híbrida ha sido explorada, en cambio, desde una perspectiva enfocada en el resultado material, en los desarrollos locales de estilos y tipologías que sintetizaban la articulación de lo andino con lo europeo, en los mecanismos de adaptación del urbanismo implantado a la materialidad indígena preexistente y en la reutilización de elementos como expresión física de la apropiación simbólica del espacio (Gutiérrez, 1983; Nicolini, 2005, entre varios otros). También abundan los trabajos referidos al trabajo de reconocidos arquitectos o maestros de obra, frecuentemente miembros de órdenes religiosas, destacándose su responsabilidad en la implementación de ciertas técnicas o en la presencia de ciertos componentes en la arquitectura local. De modo casi excluyente este corpus de investigaciones se ha enfocado en el estudio de templos e iglesias y, en menor medida, de edificios pertenecientes a instituciones civiles y administrativas (cabildos, cárceles) y de residencias particulares de los miembros más ricos de las respectivas comunidades locales. En tiempos más recientes, algunas investigaciones arqueológicas se interesaron por el estudio de la arquitectura de las ciudades fundadas en el Tucumán y Cuyo durante el periodo colonial, con trabajos que se enfocaron en el análisis de los materiales y sistemas constructivos utilizados (Ribotta, 1998; Igareta, 2019); en diversos aspectos del uso del espacio doméstico y urbano (Bárcena, 2004; Chiavazza, 2008; Igareta, 2008; Rivet, 2008; Taboada y Farberman, 2014) y en la continuidad de la ocupación de estructuras prehistóricas (Angiorama, 2011), por mencionar solo algunos.
Tanto en los textos de arqueología como en los de historia de la arquitectura se observan con frecuencia menciones tales como “los muros eran edificados utilizando”, “las construcciones se realizaban con...”, “la iglesia construida a mediados del siglo”, casi como si los muros se levantaran por sí mismos sin necesidad de operadores, o como si la construcción no requiriera de un largo proceso de toma de decisiones por parte de los albañiles, más allá de la existencia o no de un director de obra. La escasez de información es mayor en lo que respecta al primer siglo de conquista ibérica y se relaciona directamente con lo exiguo del registro material y documental conservado de dicho periodo en la región. En los pocos casos en que no solo el resultado sino el proceso constructivo es tenido en cuenta, el énfasis suele estar puesto en la identidad del autor del diseño o en la de quien dirigió las obras y no en quienes integraban la fuerza de trabajo. Y en las aún más escasas oportunidades en que los constructores sí aparecen mencionados, suele señalarse sin mayores detalles que se trataba de indígenas obligados a desempeñarse como mano de obra bajo las órdenes de maestros españoles (Gutiérrez, 1983; Michieli, 1994; entre otros).
En razón de ello y en el marco de una investigación arqueológica más amplia, se considera de interés indagar en quiénes fueron los individuos que ejecutaron la tarea constructiva durante el periodo colonial temprano, en las ciudades que fueron progresivamente fundadas entonces en las provincias del norte y oeste del país. Específicamente se busca detectar en la documentación de la época menciones al desarrollo de faenas de albañilería en espacios urbanos durante el primer siglo de conquista y ahondar en la identidad cultural de los actores cuyas prácticas constructivas entraron entonces en contacto. El objetivo a largo plazo de esta indagación es disponer de un corpus de información histórica, que pueda articularse con la evidencia material recuperada en el terreno, y contribuir en conjunto a una caracterización e interpretación más ajustada de lo que fue el proceso de construir y el habitus que modeló los rasgos de la arquitectura colonial de la región.

Metodología

Por tratarse de una primera aproximación documental, y al seguir los criterios propuestos por Lorandi y del Río (1992), la revisión se enfocó en el análisis de fuentes de primera mano producidas entre mediados del siglo XVI y comienzos del XVII, cuyos autores efectivamente recorrieron el territorio que describen. Los textos elegidos fueron la Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, de Reginaldo de Lizárraga (1605), y la Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile (1558), de Gerónimo de Bibar. Ambas crónicas fueron elegidas por formar parte del corpus de documentos más antiguos conservados para la región cuyas ciudades, ubicadas al este y oeste de la cordillera de Los Andes, fueron visitadas por los autores (Gentile, 2012).
Lizárraga fue un fraile dominico español que llegó a América a mediados del siglo XVI para desempeñarse como visitador de los conventos de su orden en Perú, Chile, Tucumán, Río de la Plata y Paraguay. Según sus biógrafos, era un individuo instruido y un observador interesado que registró múltiples detalles de la vida social y doméstica de las poblaciones que visitaba, pero también del ambiente y del mundo natural que las rodeaba (Dellepiane Cálcena, 2013). Por su parte Bibar o Vivar (ambas formas se consideran correctas) fue un soldado nacido en la Península Ibérica y llegado a la Gobernación de Chile durante la administración de Valdivia. La escasez de datos sobre su persona llevó a algunos investigadores a cuestionar la autenticidad del nombre y proponer que se trataba de un seudónimo (Carneiro Araujo, 2011). Pero más allá de su identidad exacta, se ha establecido que fue un personaje cercano a las autoridades chilenas y que generó una extensa obra descriptiva caracterizada por reconocer la “polivocalidad del sujeto colonial” (Adorno, 1996, p. 667).
La lectura de ambas obras se orientó al relevamiento de menciones que, de modo directo o indirecto, hicieran referencia a la actividad constructiva y permitieran caracterizar cómo y quiénes desarrollaban las tareas de albañilería. En términos de Terán Bonilla, “nos enfocamos en registrar la información que los cronistas brindan sobre dos de los tres conjuntos de operaciones en que se divide la labor constructiva: la obtención y elaboración de materiales y la ejecución” (Terán Bonilla, 1998, p. 342), se entiende que el tercer conjunto -diseño, traza y dirección de la obra- ha sido abordado ya por investigaciones previas. También se estima pertinente el registro de datos referidos a la obtención y acarreo de materias primas, el procesamiento de materiales y la preparación de mezclas. Si bien el interés se orienta al estudio de la arquitectura doméstica, en esta primera instancia de trabajo, sumado a la escasa presencia de lo doméstico en los relatos coloniales, se optó por registrar todas las menciones a acciones constructivas, independientemente del tipo de edificio o estructura al que se las asociara.
Si bien ambos textos brindan detalles sobre la arquitectura y la población de las ciudades cuyanas y tucumanas, su revisión no permitió identificar descripciones de acciones constructivas en ninguna de ellas, aunque afortunadamente sí se hallan en poblaciones de otras regiones de Chile y en las de Perú. Sin pretender en lo absoluto una correspondencia mecánica para los procesos ocurridos en los diferentes territorios de la colonia, se estima que tanto la vinculación administrativa de Cuyo con la Gobernación de Chile, hasta fines del siglo XVIII como las semejanzas entre la geografía y el ambiente de la mayor parte de las ciudades del área andina meridional (Berberián y Raffino, 1991) hacen posible construir una mirada regional sobre la problemática abordada. Numerosos autores han coincidido en tal apreciación, que se ha visto reforzada al comprobarse, por ejemplo, la circulación forzada de una misma población indígena por diversos circuitos del territorio y la residencia dividida en ciudades, a uno y otro lado de la cordillera, de los mismos vecinos (Michieli, 1994 y 2012). Esto favorecería la noción de un estado de cosas regional, más allá de las particularidades de cada sector y de cada ciudad, que sin dudas existieron y serán tenidas en cuenta en futuras revisiones.

Datos en las crónicas

El relato de Lizárraga inicia con la descripción de los valles y ciudades del Perú y, con algunos comentarios de sitios ubicados más al norte, avanza hacia el sur hasta la Gobernación de Tucumán y luego a la de Chile, por la que realizó dos viajes. Aunque no de modo sistemático, el fraile describe elementos de la arquitectura de las ciudades que visita y ocasionalmente se detiene en alguno de sus detalles. Como por ejemplo cuando indica que en la ciudad de Esteco, en Salta, eran habituales lluvias con

pedriscos frecuentes, y de tal manera, tan recios y de piedras grandes, que no se atreven a hacer atechadas: las casas, si no es cual o cual; cúbrenlas con unos terrados de más de una tercia de grueso, muy bien pisados con pisones, un poco corrientes porque no haga canal el agua (Lizárraga, [1605]1928, p. 108).

Su relato da cuenta del uso del adobe como materia prima en casi todas las ciudades del Tucumán: “el edificio de las casas [de Santiago del Estero] es de adobes, como en las demás ciudades, sino que en estas dos, como la tierra es salitrosa, vase desmoronando el adobe, y cada año es necesario reparar las paredes” (Lizárraga, [1605]1928, p.112).
A lo largo de su derrotero, el fraile menciona la participación de las poblaciones indígenas locales en las tareas de construcción y de reparación de edificios en varias de las ciudades que visita. Afirma en algunos casos que trabajaban casi como esclavos y en otros deja constancia de que recibían un jornal por la actividad, tal y como detalla cuando relata la reparación de una iglesia ubicada en la ciudad de Lima, desarrollada bajo su dirección. También registra la acción de los nativos en la obtención de materias primas tales como madera, una actividad desgastante dada la dureza y el tamaño de los árboles elegidos, “que cuatro indios hacheros cortando uno solo, no se vían el uno al otro” (Lizárraga, [1605]1928, p.127).
El texto también confirma lo registrado en otros documentos sobre el traslado de nativos de la región de Cuyo hacia Chile para utilizarlos como mano de obra: “de ambos estos dos pueblos, de cada uno por su camino, salen indios todos los años para trabajar a Chile; los de San Joan a Coquimbo y los de Mendoza a Santiago” (Lizárraga, [1605]1928, p.121), aunque no especifica en qué tipo de faenas eran ocupados en territorio chileno. Sin embargo, en otra sección de su relato detalla cómo la falta de indígenas en la jurisdicción chilena afectaba particularmente las tareas constructivas. Por ejemplo, en el caso de la Valdivia incendiada, afirma: “será muy dificultosa reedificarse aquesta cibdad por la falta de los naturales” (Lizárraga, [1605]1928, p.132).
Al adentrarse en territorios del Tucumán, el dominico llama la atención sobre la drástica disminución de la cantidad de indígenas disponibles como trabajadores para cualquier actividad y atribuye tal reducción a las guerras que desde el comienzo de la conquista habían tenido lugar en toda la región (Lizárraga, [1605]1928, p.110), lo que obliga a considerar qué otros grupos de individuos podrían haberse hecho cargo de aquellas, incluídas las de albañilería.
La respuesta está en las recurrentes menciones que hace el autor de la presencia de esclavos africanos en las recién creadas poblaciones coloniales. El fraile se asombra por la relación que éstos tenían con los indígenas locales ya que, en su opinión, los esclavos con frecuencia trataban a los nativos “como si ellos fueran señores y los indios los esclavos”, (Lizárraga, [1605]1928, p. 43). La crónica menciona las labores que los esclavos eran obligados a realizar, entre las que destacan el inhumano trabajo en las minas y su ocasional empleo como verdugos. Pero, además, registra un curioso episodio que el dominico presenció en Lima. Al recorrer la ciudad observó a varios presidiarios de origen ibérico que, sujetados por grilletes, trabajaban cargando ladrillos1 y mezcla para la construcción de un puente:

[...] mas trabajaron pocos meses, algunos de los cuales, teniendo amigos conocidos o conterráneos mercaderes, se encomendaron que les pidiesen limosna y comprasen negros, y por ellos los diesen al Marqués; hiciéronlo así los mercaderes (era mucha lástima ver aquellos miserables cargar ladrillo y mescla, aherrojados); fuéronse al Marqués y dícenle: Señor, vuestra excelencia tiene condenado, y justísimamente, a fulano a que trabaje en la puente, como trabaja; vuestra excelencia sea servido recibir un esclavo negro que traemos por él, y desterrarlo o hacerlo que vuestra excelencia fuere servido; el negro ofrecemos a vuestra excelencia para que perpetuamente sirva como lo es, y después de acabada la puente aplíquelo vuestra excelencia a quien fuere servido. El Marqués holgó extrañamente con la merced que se le pedía, y alaboles el hecho, porque ya sus entrañas no sufrían ver españoles en estos reinos trabajar aherrojados como esclavos en la puente con indios y negros; concedió lo pedido, y uno desta manera libre, los demás así se libertaron, a los cuales desterró del reino, y embarcó, unos para México, otros para el reino de Tierra Firme; fuéronse y no volvieron más. Los negros creo se aplicaron para la ciudad (Lizárraga, [1605]1928, p. 26).

El Marqués de Cañete era por ese entonces Virrey del Perú, y sin dudas el suceso relatado por Lizárraga resulta revelador por varios motivos, incluída la descripción de las condiciones de movimiento limitado en las que trabajaban los constructores del puente. También porque confirma que el empleo de esclavos africanos como mano de obra de la construcción era un hecho tan habitual como el de población indígena, al punto que eran el reemplazo lógico cuando otros individuos debían ser retirados de la actividad. Y, sobre todo, porque evidencia que también los españoles formaron parte de esa fuerza de trabajo (españoles caídos en desgracia pero españoles al fin), aunque a diferencia de los dos primeros grupos tenían la posibilidad de librarse de la tarea si contaban con influencias suficientes.
El texto de Bibar es algo más detallado en lo que se refiere a la arquitectura de las poblaciones por las que transita y al proceso constructivo de sus edificios; sus cuidadosas descripciones permiten estimar la complejidad de la arquitectura doméstica de distintas parcialidades locales. Por ejemplo, al describir la vivienda de nativos atacameños precisa que:

Las casas en que habitan los indios son de adobes y dobladas con sus entresuelos hechos de gruesas vigas de algarrobas, que es madera recia. Son todas estas casas lo alto de ella de tierra de barro a causa que no llueve. Encima de estos terrados de las casas (...) En lo bajo de estas casas tiene los indios su habitación y al un lado de la una parte tienen su dormida y donde tienen sus vasijas en que hacen el brebaje que tengo dicho, que son unas tinajas de a dos arrobas y de más y menos, y ollas y chntaros para su scrvicio. En el otro apartado, que es el más principal, está hecho de bóveda alta hasta el entresuelo y cuadrada (Bibar, [1558]1966, p. 14).

El cronista también se interesa por dar detalles sobre el proceso de construir de las recién fundadas ciudades coloniales y de las actividades realizadas en dicho contexto por los diversos grupos involucrados. Así, al dar cuenta del lento crecimiento urbano de La Concepción, indica que

[...] andaban los españoles sacando de la mar en la playa mucha piedra y la acarreaban con carretas a las zanjas que abrian los indios, y otros entendian en hacer adobes. De suerte que todos trabajabamos, unos en la guerra y otros en la obra con la orden siguiente: que los que andaban en la guerra un mes venian a la ciudad y entendian en la obra, y de los que andaban en la obra iban otros tantos a la guerra, y estaban otros xxx o XI dias. De esta suerte conquistaba y poblaba [...] (Bibar, [1558] 1966, p.147).

O al visitar Santiago de Chile, observa que

Quemada la ciudad, dio el general [Valdivia] orden en como tornaron a reedificarla, y con un principal y sus indios hicieron la iglesia. Trabajando cristianos e indios así en hacer adobe como en asentarlos y traer la madera y paja de los campos todo el verano, que fue aquel año largo, se ocuparon en reformar la ciudad [...] (Bibar, [1558] 1966, p. 58).

Ambos episodios aportan datos sobre la intervención de ibéricos en las labores de albañilería, así como también en las de procesamiento de materias primas, aspecto este último sobre el cual Lizárraga no brinda información. El relato de Bibar precisa que son soldados (recuérdese que él mismo lo era) quienes se desempeñan como albañiles junto con los indígenas y diferencia, entre estos últimos, a quienes trabajaban en un estado de sometimiento formal dentro de las normas del mundo colonial y de quienes lo hacían bajo coerción inmediata, en una situación potencialmente más volátil: con aquellos compañeros y con el servicio de sus yanaconas y treinta indios que andaban más en acecho que de voluntad, hizo adobes tantos en cantidad que hizo con ellos dos cuartos de casa y un cercado” (Bibar, [1558] 1966, p. 71). Resulta ineludible preguntarse cómo tal estado de cosas impactó en el producto arquitectónico final, o de qué modo se trasladó a su materialidad la tensión entre los distintos grupos de individuos obligados a cumplir una labor que requiere de coordinación y entendimiento mutuo.
La participación de soldados ibéricos en acciones constructivas parece haberse dado también en contextos menos críticos que la reconstrucción de poblaciones atacadas; de acuerdo al relato del cronista, durante su estadía en Santiago observó que dos compañías de a caballo salían a recorrer los campos que rodeaban la ciudad mientras Valdivia permanecía allí,

con la demh gente espaiiola [y] yanaconas que hiciesen adobes. Hicieron mucha cantidad, de los cuales hicieron un cercado que tomo cuatro solares, que es una cuadra; tenian la cercada en alto dos estados y de dos adobes y medio de grueso y cada adobe media vara de medir de largo; tenia las esquinas de la cuadra una pequefia torre baja con sus troneras (Bibar, [1558] 1966, p. 60).

Comentarios

Como puede observarse, el resultado de la revisión fue exiguo en cantidad, ya que las menciones sobre la temática que son escasas en ambos textos; sin embargo, resultaron significativas en términos de potencial informativo. Los dos cronistas presentan un panorama heterogéneo de los grupos de pertenencia de los individuos que participaron en las tareas constructivas durante las primeras décadas de la conquista de los territorios de Perú, Chile y Tucumán. Si bien unos pocos autores habían estimado previamente que “Todos, españoles, indios y negros, más las variaciones correspondientes de mestizos y mulatos” (Guarda, 1978, p. 195) intervenían en dicho proceso, la mayor parte de sus referencias se enfocaban en los nativos y esclavos que se desempeñaban como carpinteros y herreros –frecuentemente mencionadas como “artesanales”- y las consideraciones sobre su labor como albañiles eran escasas. De igual modo, aún es poca la información relevada sobre españoles que trabajaban como obreros de la construcción en momentos coloniales tempranos; como se mencionó, los análisis previos no consideraron tal rol, y solo los ubicaron como diseñadores, directores de obra o artesanos calificados (había escultores, ebanistas, peleteros, herreros y cerrajeros, ingenieros, fundidores, torneros, arquitectos, alfareros y organeros”, Gutiérrez, 1983, p. 184).
Sí resulta interesante señalar que, al menos en lo que respecta a la ciudad de San Juan de la Frontera, el uso de presidiarios como mano de obra para el mantenimiento de edificios parece haber sido una práctica habitual por más de dos siglos, ya que sus Actas Capitulares incluyen reiteradas menciones en tal sentido. Incluso en tiempos tan tardíos como el año 1790, los miembros del Cabildo deciden “mandar a embarrar los cuartos de alquileres de la ciudad, usando los presos para eso” (Academia Nacional de la Historia, 2010, p. 385) y que éstos se hagan cargo también de tareas de reparo de los mismos. El reconocimiento de la persistencia de esta práctica hace necesario profundizar en cuál fue el perfil social y étnico de los presos a través de los tres siglos de colonia y cómo puede haberse transformado a través del tiempo, con la integración o exclusión de ciertos grupos.
De vuelta a las crónicas, y aunque esperados, resultaron igualmente interesantes los datos referidos a la participación de esclavos africanos y afrodescendientes como mano de obra en construcciones urbanas. Cabe mencionar que la arqueología del noroeste del país apenas ha comenzado a abordar el tema de su presencia a nivel local (Chávez, 2014, por ejemplo) aunque las investigaciones realizadas en ciudades de otras regiones han proporcionado un interesante panorama de su actividad en ellas (Goldberg, 1995; Schávelzon, 2003; Richard, 2019). Por su parte, la mayor parte de las investigaciones históricas se han enfocado en su utilización como mano de obra en las minas y en las plantaciones de ciertos cultivos en ámbitos rurales, y los análisis que se ocuparon de su rol en espacios urbanos se orientaron en su mayoría a su desempeño como servidumbre doméstica, como servidumbre sexual e involucrada en la crianza infantil (Studer, 1984). Hasta ahora no se ha podido localizar trabajos que avanzaran en su acción en tareas de albañilería y por ello resulta de interés la posibilidad de relacionar su presencia con estas últimas.
Pero la revisión de los escritos de Lizárraga y Bibar mostró algo más que el desempeño de cada uno de estos grupos como mano de obra constructiva en las jóvenes ciudades coloniales: puso en evidencia que, al menos durante las décadas iniciales de la ocupación del territorio, indígenas, esclavos africanos y soldados y civiles llegados desde la península realizaron en conjunto la tarea. Es indudable, como bien señaló Guarda, que con el correr del tiempo mestizos nacidos en territorio americano se hayan unido a los grupos antes mencionados, lo que terminó de definir un complejo mosaico de tradiciones, prácticas, manejos tecnológicos e intenciones que se pusieron en juego en cada muro entonces construido. Es difícil estimar en esta instancia qué mecanismos operaron en la articulación del trabajo de esos individuos, de qué modo se comunicaron órdenes e intenciones, cómo se organizaron las numerosas tareas de procesamiento de materiales o de qué forma se tomaron decisiones técnicas. Apenas se empieza a considerar cómo se conjugaron, por ejemplo, las prácticas locales de la construcción en tierra con sus homólogas ibéricas o qué tipo de herramientas fueron empleadas y de qué modo el uso de dicha tecnología influyó en el producto arquitectónico resultante.

Consideraciones finales

Tomasi ha señalado que lo arquitectónico suele entenderse como objeto de indagación a partir de sus concreciones más que de sus procesos. Esto distrae la atención de las prácticas que lo originaron e ignora que los saberes técnicos están ineludiblemente insertos en una trama de significaciones (Tomasi, 2012, p. 9). En tal sentido, el presente trabajo buscó atraer la atención sobre dichas prácticas e indagar cómo la materialidad de la arquitectura colonial temprana del norte y oeste argentino fue el resultado de la articulación de materiales y tecnologías pero también de acuerdos, diferencias y tensiones entre quienes la realizaron. Aunque preliminares, los resultados obtenidos del análisis desarrollado permitieron proponer que los rasgos físicos y las características de las construcciones entonces erigidas surgieron de la actividad directa de un grupo de actores sociales mucho más heterogéneo de lo considerado hasta aquí, y cuyos aportes aún deben ser analizados en detalle. Resulta imposible escindir el producto arquitectónico resultante del contexto de coerción y colaboración en que se desarrolló; apenas empiezan a considerarse las múltiples dificultades implicadas y cómo su resolución puede haber impactado en las estructuras construidas.
Desde una perspectiva arqueológica, analizar los procesos de hibridación e invención arquitectónica que se dieron en el contexto colonial implica construir una mirada más amplia que el registro de la presencia de ciertos rasgos, la identificación de su origen geográfico o cultural, o el registro de las variaciones que tales rasgos experimentaron a nivel local. Implica identificar a los protagonistas colectivos de la actividad constructiva e intentar un análisis que reconozca cómo se tradujeron a adobe y pared los modos con que cada grupo se hallaba entonces familiarizado. Y empezar a pensar cómo su conocimiento y su práctica se transformó en un habitus novedoso, cuando las formas de hacer arquitectura de cada grupo colisionaron entre sí.
El registro arquitectónico colonial conservado en el país es escaso y corresponde en su mayoría a edificios religiosos, lo que limita las posibilidades de estudio del origen y evolución de la arquitectura doméstica de dicho período. Pero aún hay muchos documentos por revisar y mucho territorio por explorar. Cabe esperar que el desarrollo de nuevos trabajos que continúen con la perspectiva de análisis aquí propuesta permitan la recuperación de evidencia e información que hagan posible profundizar nuestro conocimiento en el rol jugado por los muchos “otros” que conformaron la mano de obra constructiva desde los inicios de la conquista y cómo se trasladó a la materialidad arquitectónica tal articulación.

NOTAS

1. Al promediar su relato, Lizárraga define a los ladrillos como “adobes pequeños” (Libro I, Capítulo XVIII, De la[s] guaca[s] de Trujillo).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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