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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

versión On-line ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.53 no.1 Buenos Aires jun. 2023

 

ARTICULO

Del ideal del techo propio a la casa nómade. Transformaciones del habitar doméstico en sectores medios profesionales de la Ciudad de Buenos Aires a partir de relatos sobre la primera vivienda (1986-2022)

From the ideal of their own roof to the nomadic house. Transformations of domestic living in professional middle sectors of Buenos Aires based on narrations about the first home (1986-2022)

1Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Paraná 817. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. República Argentina. Correo electrónico: ceciarizaga@gmail.com

RESUMEN

El artículo explora las transformaciones del ideal del “techo propio” a partir del relato de una mujer y un varón pertenecientes a dos grupos generacionales, residentes en barrios de la Ciudad de Buenos Aires identificados con las clases medias altas. El grupo de la mujer está compuesto por personas adultas que tuvieron su primera vivienda, independizándose de sus padres, en las últimas décadas del siglo pasado. El grupo del varón corresponde a jóvenes que han llegado a la primera vivienda en los últimos cinco años. Se trata de un periodo bisagra entre el ocaso de un capitalismo centrado en valores de estabilidad, con apego a las instituciones tradicionales y el afianzamiento de un capitalismo caracterizado por la individualización e incertidumbre. El artículo plantea el siguiente dilema: ¿el debilitamiento del ideal del techo propio resulta de un proceso de mayor reflexividad y autonomía que da paso a un estilo de vida móvil o resulta una adaptación a un mundo precario y cambiante?

Palabras clave: habitar doméstico; vivienda; estilos de vida; valores; transformaciones culturales; clase media

Referencias espaciales y temporales: Buenos Aires; siglos XX y XXI

ABSTRACT

The article explores the transformations of the ideal of the “own house” based on the account of a woman and a man who belong to two generational groups, residing in neighborhoods of Buenos Aires identified with the upper middle classes. The group of the first one is composed of adults who had their first home, becoming independent from their parents, in the last decades of the twentieth century. The second is part of a group of young people who have arrived at their first home in the last five years. It is a pivotal period between the decline of a capitalism focused on stability values attached to traditional institutions and the consolidation of a capitalism characterized by individualization and uncertainty. The article poses the following dilemma: is the weakening of the ideal of the “own house” the result of a process of greater reflexivity and autonomy that gives way to a mobile lifestyle or is it an adaptation to a precarious and changing world?

Key words: domestic living; house; lifestyles; values; cultural transformations; middle class

Space and time references: Buenos Aires; XXth and XXIst Centuries

Introducción

Plantear la cuestión de la “primera casa” -aquella que por comprarla o alquilarla independiza de la familia de origen- implica movilizar un proceso de reflexión profundo en torno a imágenes, valores, emociones, gustos, prácticas y proyectos. La unidad doméstica conforma un entramado de imágenes a partir de la intersección de la biografía personal y el mundo social. Esta mitología de la casa, como la llama Pierre Bourdieu (2001), se nutre de la historia familiar, el contexto macro histórico, las inversiones de tiempo, dinero y trabajo y las representaciones dominantes. En este sentido, el autor va a afirmar que es el mismo uso social de la vivienda el que va a propiciar un conservadurismo cultural, al oponerse al nomadismo, a favor de un estilo de vida sedentario. En consonancia con esta idea, la casa viene a expresar “la voluntad de crear un grupo permanente […] un testimonio visible de un proyecto en común” (Bourdieu, 2001, p. 36).

Al partir de la idea de que estas mitologías de la vivienda se crean y reproducen en las intersecciones de lo biográfico y el mundo macrosocial, es fundamental considerar la manera en que las transformaciones a niveles macro, local y global han impactado en los modos de pensar y habitar la casa. ¿Ésta mantiene hoy en día per se la afirmación de crear un grupo permanente y un proyecto en común cuando en la Ciudad de Buenos Aires los hogares unipersonales representan un 39,8% del total? Este porcentaje asciende considerablemente cuando se trata de barrios donde residen sectores medios y medios altos: 58,2% en la comuna 2 (barrio de Recoleta), 50,1% en la comuna 6 (barrio de Caballito) y 61,5% en la comuna 14 (barrio de Palermo). También cae abruptamente en los barrios del sur, con un 7,2% en la Comuna 8, donde residen los sectores más vulnerables (Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Hacienda y Finanzas GCBA, 2022).

Estos datos demográficos suponen importantes cambios culturales que muestran un desplazamiento de los modos de vivir así como de ideales, valores, sensibilidades y gustos respecto al habitar doméstico como parte de una “estructura de sentimiento” (Williams, 1980). Este concepto entraña una perspectiva ligada al sentimiento o sentir, al “estilo” de una época, en tanto busca enfocarse en los valores y significados tal como son vividos y sentidos por los sujetos, como parte del entramado de una estructura con relaciones internas y en tensión.

Raymond Williams asocia la emergencia de una estructura de sentimiento con el nacimiento de una nueva clase o bien con una fractura o mutación intraclase. En ese sentido, este trabajo se enfoca en los cambios que conformaron nuevas estructuras de sentimiento en sectores medios profesionales porteños y que marcaron el pasaje de valores y estilos de vida tradicionales a otros más ligados a una cultura global, móvil, estetizada y hedonista. ¿Cómo es posible indagar el paso de un estilo de vida propio de la clase media tradicional a la llamada “nueva clase media” (Bourdieu, 1988) a partir de las transformaciones del habitar doméstico en las últimas tres décadas?

El recorte intergeneracional que se propone obedece a un momento transicional del capitalismo que no sólo afecta los modos de producción sino también al sistema de valores y estilos de vida dominantes hasta el momento. En tanto, pierden peso las instituciones tradicionales, entre ellas la familia nuclear específicamente, en un proceso de individualización creciente (Beck, 1998; Beck y Beck-Gernsheim, 2001). Se trata de un periodo bisagra entre el ocaso de un capitalismo, centrado en valores de estabilidad y apego a las instituciones tradicionales, y el afianzamiento de un capitalismo avanzado, en donde las instituciones ceden ante un proceso signado por una creciente individualización e incertidumbre.

En el plano local, es un periodo en el que las experiencias de movilidad social ascendente, que caracterizaron al país décadas atrás, se vieron interrumpidas a partir de las políticas neoliberales de la dictadura cívico-militar que tuvo lugar entre los años 1976-1983. De allí en adelante, sucedieron transformaciones significativas en la estructura social que afectarían profundamente los modos de vida de los sectores medios. Surge así la pregunta: ¿de qué manera impactaron estos procesos en los modos de habitar, de vivir y sentir la casa? Al mismo tiempo, la decisión de enfocar el relato de los entrevistados en la primera vivienda, obedece al grado de significación, en el plano subjetivo y social, que esta supone como primer paso a un proyecto de vida adulta e independiente y a un proyecto reflexivo del yo (Giddens, 1995).

Este artículo presenta un primer acercamiento al problema, en donde se plantean los marcos conceptuales que ayudan a delimitar y justificar el objeto de estudio, para luego exponer algunos hallazgos de una primera fase del trabajo de campo con intenciones exploratorias. Se trata de dos entrevistas en profundidad, realizadas a una mujer, de cincuenta y ocho años, madre de cinco hijos mayores de edad y a su hijo mayor de treinta y tres años, que vive solo en un monoambiente desde los veintiocho años. Ambos pertenecen a sectores medios profesionales y residen en Barrio Norte y en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires. La madre es maestra jardinera y dejó de trabajar con la llegada de los hijos, mientras que el hijo es licenciado en comunicación social y tiene una maestría en educación.

Las transformaciones de la estructura de sentimiento en el habitar doméstico

Problematizar las mutaciones intergeneracionales en torno a la casa y al habitar doméstico implica considerar múltiples dimensiones que operan en estas transformaciones culturales y que se manifiestan con fuerza a partir de los años noventa en adelante. En ese sentido, son producto de los desanclajes en torno al proceso de individualización con la consiguiente reflexividad que asumen los sujetos (Lash y Urry, 1997), que cuestionan tanto marcos de acción tradicionales como la ampliación de la oferta de consumo y la estetización de la vida cotidiana (Featherstone, 2000).

De esta manera, la idea de “la casa” y los modos de vivir domésticos se han transformado a tono con los cambios en las diversas áreas del mundo de la vida de los sujetos. Dentro de estas áreas, los cambios respecto a la familia, los roles de género y los procesos de movilidad social ascendente de sectores medios que tuvieron lugar hasta los años setenta del siglo XX han tenido un papel preponderante.

Como señala Inés Pérez (2012), entre las décadas del cuarenta y setenta la retórica del buen habitar en los sectores medios apelaba a una idea de intimidad centrada en la familia nuclear tradicional (padre, madre e hijos), en donde cada ambiente cumplía una función. Esta funcionalidad específica de los ambientes se sostenía espacialmente, al estar claramente delimitados a partir de paredes que dividían unos a otros y marcaban para quiénes, cuándo y para qué estaba destinado su uso. Helena Bejar (1995) ha reparado también en cambios que se dieron sobre la mitad del siglo pasado que reflejaban una creciente individualización y que impactarían en los usos de la casa, los comportamientos familiares y valores en juego. Entre ellos, Pérez destaca la aparición del living-room, o “el living” como poco a poco se popularizó, el cual desplazó a la antigua sala como epicentro del encuentro familiar y marcó el peso que adquirió gradualmente el hogar como indicador de clase y expresión de una movilidad social ascendente. La casa ganaba vida social y el “recibir visitas” se alzaba como parte de un nuevo estilo de vida en los sectores medios. De este modo, se consolidaba en el universo porteño como marcador de clase, de estatus y de paso a la modernidad (Liernur, 2014; Aboy, 2008 y 2010).

La casa era también el espacio que separaba al varón del mundo laboral. Las fronteras entre lo público y lo privado estaban claramente diferenciadas por los espacios del trabajo, dominio del hombre, y de la casa, como reino de la mujer. Como apunta Elizabeth Jelin (2010), esta delimitación de espacios es propia de un momento histórico, en donde se dió una creciente diferenciación de las esferas institucionales. Este proceso se profundizó especialmente a partir de la Revolución Industrial y la emergencia de la fábrica como lugar de producción y de una forma de trabajo asalariada, como aspecto fundamental del capitalismo industrial occidental. Esto llevó a que se den profundas transformaciones culturales, en donde la familia y la casa quedaron separadas de la esfera productiva y laboral para cumplir las funciones de reproducción y crianza, con roles claramente asignados para el varón como proveedor y la mujer a cargo de los hijos y la casa.

Sin embargo, las décadas siguientes darían paso progresivamente a modificaciones en el entramado cultural de estos sectores medios y sus modos de habitar. Uno de los aspectos más relevantes en este sentido es el crecimiento de los hogares unipersonales, una tendencia global que ha cobrado impulso en las últimas décadas en las grandes metrópolis. Como se mencionó en la introducción, según la Encuesta Anual de Hogares, en la Ciudad de Buenos Aires los hogares unipersonales representan más de un tercio del total de los hogares y llegan a ser más de la mitad en los barrios con mayoría de residentes de sectores medios y medios altos (Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Hacienda y Finanzas GCBA, 2022).

De acuerdo al estudio de Paula Fernández Lopes (2021), es preciso distinguir las circunstancias y motivaciones que están detrás del habitar unipersonal. En este sentido, la autora identifica dos grandes categorías de análisis: los hogares unipersonales intencionales -aquellos que responden a una decisión que ha sido elegida más o menos libremente como parte de un estilo de vida autónomo y de “autosuficiencia afectiva” (Fernández Lopes, 2021, p. 98)-, y los accidentales no elegidos, que responden a situaciones que llevan a las personas a vivir solas, más allá de sus deseos. En el caso de los “unipersonales intencionales” fundamentalmente, son los procesos de secularización, individualización y cambios en las relaciones afectivas y de género que se originaron en aquellos años.

Al mismo tiempo, y en foco con los aspectos de estetización de la vida cotidiana en su vínculo con aspectos que están atravesados por nuevas formas de gestión de las emociones en el capitalismo tardío, se advierte en trabajos anteriores sobre un proceso de subjetivación del espacio doméstico identificado como “la casa psicologizada”. Allí, el ámbito doméstico se vuelve un espacio privilegiado para desplegar las emociones y expresar el “proyecto reflexivo del yo” que plantea Anthony Giddens (1995), como parte de una nueva sensibilidad y estilo de vida propio de la modernidad tardía. La casa psicologizada emerge como un recurso de “gestión de la incertidumbre”, un elemento cultural compensatorio de seguridad ontológica y social para sujetos que han perdido los marcos de acción que los regían a partir de una disolución de sentido de las instituciones tradicionales y un creciente proceso de individualización (Arizaga, 2017).

Por otro lado, el trabajo de María Florencia Blanco Esmoris (2021) indaga en la vigencia de la relación de la casa propia y el ideal de ascenso social, así como en la importancia que se le otorga al hecho de tenerla a partir de un estudio etnográfico con dos familias de sectores medios en la localidad bonaerense de Haedo. La autora va a plantear que la casa se inscribe dentro de lo que llama “materialidades morales” y que estas no son compartidas necesariamente al interior de una familia ni de una generación. Sin embargo, remarca que la centralidad de la casa en el repertorio de materialidades morales era preponderante en el siglo pasado y actualmente su centralidad “se encuentra disputada con otros bienes y experiencias que emergen como significativas” (2021, p. 14) En este sentido, Blanco Esmoris va a relatar cómo una vecina prefiere viajar a Miami antes que arreglar su casa y cómo una hija no tiene entre sus prioridades la “casa propia”, a pesar de los reclamos de su madre.

Esta mirada en tensión entre las generaciones sobre “la casa propia” también la menciona Magdalena Felice (2016) en su estudio sobre el proceso de “irse a vivir solo”, dejar la casa paterna, y la “conquista de la vivienda” en jóvenes de sectores medios de la Ciudad de Buenos Aires. La autora plantea que mientras los padres ven el alquiler en términos de “pérdida” (poner dinero en algo ajeno), los hijos perciben a su primera casa como una inversión en cuanto a que se da en ella un aprendizaje que contribuirá a la conformación subjetiva. “La casa joven”, como la define Felice, resulta así un laboratorio donde experimentar la autonomía dentro un modo de vida abierto y cambiante.

A continuación, se exploran las transformaciones del habitar doméstico como parte de un cambio en la estructura de sentimiento que abarca prácticas, valores, emociones y gustos a partir del relato de Marcia y Rodrigo, madre e hijo. Ellos encarnan dos grupos generacionales diferenciados dentro de las transiciones capitalistas. Marcia concretó su primera casa al casarse, cuando el capitalismo industrial, centrado en valores de estabilidad y proyectos de vida lineales signados por un apego a las instituciones tradicionales, era desplazado hacia un capitalismo financiero, global y cambiante donde las instituciones ya no cuentan con el peso suficiente para marcar las formas de vida. Es en ese nuevo contexto de la modernidad tardía en el que Rodrigo se muda a su primera casa, independiente de sus padres, donde vive hoy. En ambos casos, “la primera casa” no significó ser propietarios, sin embargo, se verá que más allá de esa condición compartida, los modos de habitar y sentidos otorgados a la casa cambian significativamente.

Las entrevistas se llevaron a cabo separadamente, en las respectivas casas de los entrevistados. En algunos momentos, se introdujeron fotos de la primera casa de Marcia, donde Rodrigo pasó sus primeros años, fotografías que ellos mismos eligieron previamente. Las entrevistas se desarrollaron en un clima conversacional y distendido donde más allá de que metodológicamente la técnica tuvo en cuenta una guía semiestructurada en ejes temáticos, se privilegió el espacio para los emergentes que la misma conversación daba lugar.

El “techo propio”. El habitar en el ocaso de un mundo lineal

Marcia vivió en la casa de sus padres hasta que se casó en 1986. Era un departamento en la planta baja de un edificio de Barrio Norte, un barrio tradicional y distinguido identificado con las clases más acomodadas de la Ciudad de Buenos Aires. Recalca que era muy grande y oscuro y que cree que eso determinó sus prioridades al elegir el suyo: mucha luz y un balcón. Fue el matrimonio lo que le permitió tener su “primera casa” a los veintitrés años. Según su relato, el recorrido era un trayecto lineal con pautas rígidas que establecían los rumbos y tiempos en cada ciclo de vida.

Era salir de la casa de tus padres […] Antes no te ibas a vivir con tu novio, ¿entendés?, no te ibas a vivir con él, entonces el techo iba de la mano de que me casé y chau, listo, corto el lazo […] El techo y tu casa iban de la mano de salir de tu casa, te casabas más chica porque te querías ir de tu casa. Hoy muchas chicas se van a vivir solas. Antes era “ay cómo te vas a vivir sola”. Había otra idea y yo tenía otra idea en la cabeza (entrevista a Marcia, comunicación personal, 2022).

En el mundo de Marcia, el techo propio era importante por su valor de seguridad y estabilidad. Esto se manifestaba así incluso cuando el contexto macrosocial venía desde unas décadas atrás, y cada vez con más fuerza, en un proceso de transición e incertidumbre que afectaría la vida cotidiana de las personas, en sus prácticas, sus valores, sus emociones y sus modos de ver y pensar el mundo. En lo que respecta al escenario local, los aspectos culturales propios de un capitalismo global que acá se han mencionado se conformaron en paralelo y en tensión a las sucesivas crisis económicas dentro del periodo analizado, que afectaron profundamente las identidades de los sectores medios, tanto en términos descendentes, -que generaron “nuevos pobres” (Minujín, 1995)- como ascendentes, con el emergente de “nuevos ricos” (Arizaga, 2004, 2005 y 2017). Específicamente, el último tramo de los años ochenta, cuando Marcia se casó y tuvo su primera casa, se caracterizó por ser un periodo de posdictadura, atravesado por los levantamientos militares, que pusieron en riesgo la incipiente democracia, y una crisis económica financiera que desembocó en una hiperinflación con consecuencias directas en las personas. Más allá de las transiciones capitalistas que se daban a nivel global, la hiperinflación mostraba las profundas tensiones de la estructura económica argentina (Aronskind, 2019).

Al decidir casarse, Marcia y Marcos, su novio en ese entonces, no contaban con recursos económicos propios suficientes para comprarse un departamento. La madre de él, que estaba en una buena posición económica, decidió invertir en un departamento de tres ambientes en el cual ellos podrían vivir hasta tanto ahorraran lo suficiente para comprarse la casa que los convertiría en propietarios. Fue así que luego de ver algunos departamentos, les dio la posibilidad de seleccionar entre tres que consideró aceptables. La pareja eligió un departamento de unos setenta metros cuadrados en Barrio Norte, que contaba con un living comedor, dos cuartos, baño, cocina y balcón y que resultó su primera vivienda, el hogar donde nacerían sus tres primeros hijos. Allí vivieron desde 1986, cuando se casaron, hasta 1994 cuando acababa de nacer su tercer hijo. Marcia recuerda este departamento con mucho cariño y lo asocia a sensaciones de independencia y libertad, así como a experiencias y emociones que pueden asociarse al amor romántico, como forma emocional paradigmática de las relaciones afectivas dominantes durante la primera mitad del siglo XX y que empezarían a debilitarse sobre finales de ese siglo (Giddens, 1998; Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Illouz, 2007 y 2019).

Después de vivir en lo de mis padres, fue la casa en la que me casé que no era un departamento nuestro sino que mi suegra lo compró a nombre de ella para que nosotros habitáramos […] Allí viví hasta que pude tener el departamento propio que compramos […] siempre me gustaron los lugares luminosos y este tenía mucha luz […] En ese momento todo me parecía que iba a ser el nidito, la casa chiquitita, mi primera casa […] salir de la casa, de lo que hacía tu mamá, decidir vos, independencia y libertad (entrevista a Marcia, 2022).

En 1988 nació Rodrigo, el primer hijo del matrimonio. Si bien pasaron unos años entre el casamiento y su nacimiento, el proyecto del hijo estaba desde el comienzo y la casa con dos habitaciones tenía ese fin. Marcia recuerda cómo la llegada de los hijos consolidó también la realidad del “techo propio”.

[Mirando la foto] Me acuerdo el proceso de decoración de ese cuarto para recibir a Rodrigo. Era la época del importado y había un papel importado con ositos que Marcos lo amplió en fotocopias y lo calcó y lo pintó todo él…las cortinas…ay me estoy acordando de todo […] Después nació Rita a los dos años, en 1990 y a fines de 1992 lo estaba esperando a Vicente y tuvimos la posibilidad de buscar “nuestro” departamento y con Vicente de meses ya me mudé a este departamento (entrevista a Marcia, 2022).

La “casa propia” finalmente llegó y fue un departamento antiguo también en Barrio Norte, donde aún vive con Marcos y con una hija. Ser propietaria de la casa donde vivían había sido un proyecto fundamental en su vida, y que hoy ve como un ideal ajeno para las generaciones de sus hijos, que priorizan viajar como parte fundamental de un estilo de vida móvil. Marcia lo compara con los valores de seguridad y mirada de largo plazo (“lo que les voy a dejar a mis hijos”) que le provee el techo propio y que reconoce como propios de su generación.

Para mí siempre fue fundamental [ser propietaria], no sé si ser mamá, si yo lo tenía oído así de chica, en ese momento era “a ver cuándo nos podemos comprar el departamento”, cosa que veo que ahora hay un cambio muy grande. Viste que los chicos tienen guita y viajan, viajan, viajan, que está buenísimo pero en lo último que piensan es en sacarse un crédito, que también es por ahí [de] otras épocas pero bueno, no les importa alquilar, invierten en viajes o un auto […] Creo que en el caso nuestro era más cercano el tema de la posguerra, todas estas generaciones de españoles e italianos que venían con una mano atrás y otra adelante y querían su casa. Venían en bolas y la casa era la casa y yo lo sigo sosteniendo porque es el techo, es lo que te cobija, a mí me da seguridad. Esto está puesto como bien de familia, es lo que les voy a dejar a mis hijos el día de mañana, repartido entre cinco pero es algo que les va a quedar. A mí siempre me dio una tranquilidad: “esta es mi casa”. Y cuando tenés hijos más que tu casa es tu hogar, bueno el resto vendrá, si puedo viajo, si no no viajo, vacaciones o no, tuvimos auto después lo tuvimos que vender, pero esto estaba y está (entrevista a Marcia, 2022).

Dentro de las causas que explican este desplazamiento de prioridades, Marcia encuentra diversos factores que convergen en nuevas prácticas y estilos de vida: cambios en las relaciones de pareja, diferencias morales y valorativas vinculadas al “ser mujer”, la postergación de la maternidad y el relajamiento de los mandatos, así como la apertura a nuevos mundos y experiencias que posibilitan las redes y el mundo tecnológico.

Con las redes y la globalización se hizo más fácil abrir la cabeza y viajar y que es cierto que aprovechas a hacerlo antes de asentarte con toda una familia. La maternidad se postergó, ahora cualquier mujer primero que no pasa nada si no tiene, y si quiere tener manda a congelar los óvulos o es madre soltera o es a los cuarenta, o sea que va todo de la mano de un montón de otras cosas, está todo más abierto, más liberado (entrevista a Marcia, 2022).

Es así que el relato de Marcia sobre la experiencia con su primera casa resulta muy diferente al que ella misma narra sobre la generación de sus hijos. Su experiencia parece ubicarse en los últimos tramos de un mundo donde aún pesan los mandatos de un buen vivir cargado de normas a ser obedecidas dentro de un trazado biográfico lineal, en el cual la casa y el ideal de ser propietaria cumplen un rol destacado. Se verá en el relato de Rodrigo, cómo emergen nuevos modos del buen vivir doméstico asociados a un mundo global donde ya no se busca la linealidad.

La casa nómade. El habitar como modo de gestión de la incertidumbre

A diferencia de la historia de sus padres, Rodrigo no esperó a casarse y formar una familia para irse a vivir solo. Sin embargo, entiende que postergó la decisión de independizarse “un poco por fiaca […] Estaba en la búsqueda en esas plataformas tipo Zonaprop pero no terminaba de dar el paso” (entrevista a Rodrigo, comunicación personal, 2022).

Su primera vivienda, donde vive actualmente, es un monoambiente de una moderna torre con amenities en el barrio de Palermo, que pertenece a la familia de un amigo que se fue a vivir a Europa y que alquila “de palabra” desde principios del año 2019. El departamento nuclea en un mismo ambiente la cama, un sillón con una mesa ratona y otra mesa que Rodrigo usa como escritorio, lo que vuelve a ese espacio en lugar de trabajo y estudio. A eso se suma una cocina pequeña, un baño y un balcón muy bien ambientado por él, ya que a pesar de no tener grandes dimensiones se las ingenió para armar una mesa donde puede desayunar y comer con una vista privilegiada. Casi ningún mueble de la casa es suyo, la mayoría vinieron con el alquiler y los conservó ya que le resultó una comodidad, más allá de alguno que sacaría para ganar espacio. Esto no impidió que comprara algunas cosas, “detalles”, que terminaron por dejar su sello personal: unos cuadros, la vajilla, plantas, luces colgantes y la mesa plegable hecha a medida por un artesano en el balcón. Él encuentra muchas diferencias entre este edificio y la casa donde vivió con sus padres, donde vive hoy Marcia, y resalta el anonimato y desconocimiento con los vecinos de esta torre, frente a cierta familiaridad que tenía el edificio de la casa paterna.

La cantidad de años que estuve en el edificio de mis padres hacía que yo conociera a quiénes vivían, quiénes se iban y quiénes fallecían, con quién te cruzas en el ascensor, el encargado que conoce tus horarios y al pasar a vivir en esta torre creo que a los seis meses pude ver quién vivía acá al lado. No te puedo decir “ah, éste es el del 15 B”, no hay encargado, hay un equipo de seguridad por horas, sé el nombre de uno pero es una cosa medio rara, impersonal (entrevista a Rodrigo, 2022).

Al ver la foto de la casa donde vivió sus primeros años, “la primera casa” de su mamá, recuerda su cuarto y los espacios asociados al juego y a sentimientos de afecto y vínculo con sus padres.

(Mirando la foto) Me acuerdo de estar en ese cuarto con todos los juguetes desplegados en el piso, yo tenía 4 años recién cumplidos, tengo el recuerdo que iba más allá del cuarto y jugaba en el pasillo (entrevista a Rodrigo, 2022).

Marcia también hizo referencia a cómo Rodrigo desplegaba sus autitos por el pasillo de esa casa, como un recuerdo que fijó en su memoria. Por otro lado, ella recordó como un espacio significativo la cocina que, aunque pequeña, la conserva en su memoria como el lugar de encuentro familiar, “todo pasaba por allí”. Él no recordaba la cocina, sino su cuarto y el living como el lugar donde se festejaban los cumpleaños, “quizás porque era lo que más vi en fotos y filmaciones” y porque en el living era donde escuchaba música con su padre, algo que recuerda disfrutar mucho.

En cuanto al techo propio, Rodrigo no lo tiene como prioridad y entiende que esto es algo propio de su generación. Menciona que se trata de una idea que circula socialmente en las redes y que se distancia de los recorridos de la generación de sus padres como dos modos de vida diferenciados por la estabilidad y el cambio.

Hay mucho meme [mostrando] que a los veinticinco, la generación de nuestros padres [tiene] hijos y vivienda y nosotros a los veinticinco [seguimos] en lo de nuestros padres o con suerte alquilando. Si comparo con lo vivido por mis padres con la vivienda es diferente, pero no me pone mal ni me afecta […] Creo que era esa generación X, lo estable de la vivienda para toda la vida, la casa esa (se refiere a la de sus padres) ya debe tener más de treinta años, el trabajo era siempre el mismo trabajo, esa mentalidad como algo propio de esa generación. La generación de ahora es la fluidez y el cambio constante, el nomadismo, hoy estoy viviendo acá y después en otro lado (entrevista a Rodrigo, 2022).

El tener un techo propio lo asocia con la situación de tener una familia, tener hijos, y es algo que al menos por el momento percibe como ajeno o distante en el tiempo. Su realización personal y sus proyectos no tienen ninguna vinculación con ese ideal: “Me realiza lo laboral, una oportunidad laboral, el crecimiento profesional, el estudio, como que la energía va ahí” (entrevista a Rodrigo, 2022). Al preguntarle por su proyecto de vida de acá a cinco años, gesticula en manifiesto de que es demasiado tiempo el que le piden y finalmente dice: “Seguir estudiando, un doctorado en el exterior, para ir y volver”. En este sentido, este departamento se inscribe dentro de un proyecto de vida en movimiento, flexible y cambiante.

Si bien entiende que la casa propia es fuente de seguridad, esto no parece ser un valor en sí mismo para él.

¿La seguridad de un techo propio? Coincido, pero no lo reflejo en lo que hago. Entiendo que es importante, “lograr esto” y pensando a futuro lo que uno le deja a los hijos pero no me siento inseguro por alquilar [...] No sacrificaría nada ahora para comprarme una casa, no lo tengo pensado, sinceramente como que no tengo en claro la necesidad. Estoy ahorrando pero no para eso, priorizo viajes o juntar dinero para una situación de vivir afuera para estudiar que eso sí es un proyecto (entrevista a Rodrigo, 2022).

No descarta que en algún momento le interese “ser propietario”, pero está claro que ese momento no es ahora ni en el mediano plazo, ni para él, ni para sus amigos: “ninguno de mis amigos tiene casa propia, no es tema” (entrevista a Rodrigo, 2022).

Su relato se inscribe en lo que Fernández Lopes identifica como “hogares unipersonales intencionales”. Entre los hogares de esta categoría, la autora encuentra adultos mayores que eligen vivir solos a partir de un deseo de “independencia tardía” (2021, p. 103), muchas veces luego de un divorcio o viudez, es decir, de haber pasado por la experiencia de vivir en hogares unifamiliares. Sin embargo, es en la franja más joven de los “unipersonales intencionales” donde procesos de “autosuficiencia afectiva” (Fernández Lopes, 2021, p. 98) funcionan como un terreno fértil donde explorar estos cambios intergeneracionales.

Al mismo tiempo, el relato de Rodrigo replantea algunas cuestiones sobre la casa y los modos de habitar. ¿En qué medida el debilitamiento del ideal del techo propio resulta de una elección hacia un estilo de vida móvil o es una conducta adaptativa frente a condiciones de incertidumbre y precariedad que en diferentes aspectos y dimensiones afectan a los jóvenes actualmente? ¿Se puede seguir pensando la vivienda y el ámbito doméstico en relación a valores de seguridad, estabilidad, sedentarismo y proyecto de vida familiar, al menos en los términos tradicionales de familia nuclear? Quizás sea tiempo de pensar la casa (y lo urbano y la vida urbana como extensión) como algo que está en movimiento y que debe ser reconsiderado como concepto dinámico y flexible (Sennett, 2019), tal como Rodrigo define a la vivienda ideal: “más flexible, con ambientes fluidos e integrados, menos puertas y más aperturas” (entrevista a Rodrigo, 2022). Toda una definición.

Consideraciones finales

Al comenzar el trabajo, la pregunta era de qué modo la vivienda, las formas que adquiere el habitar doméstico y la idea del techo propio -históricamente asociado a un reservorio de seguridad y a un ideal de ascenso social y desarrollo familiar-, se constituyen en campos privilegiados para indagar en las mutaciones intergeneracionales de valores, proyectos de vida, emociones y prácticas. Los relatos de Marcia y Rodrigo permiten plantear unas primeras líneas por dónde investigar la cuestión.

Por un lado, este primer acercamiento con fines exploratorios mostró que puede resultar muy útil -para el análisis de estas transformaciones culturales sobre el habitar doméstico- el concepto de “estructura de sentimiento” de Williams. Como concepto sensibilizador (Blumer, 1982), permite explorar las mutaciones en torno a un sector social en particular. Como lo explica Williams, este concepto es pertinente para estudiar los procesos en los que emerge una nueva clase social o bien cuando se dan avatares y quiebres al interior de una clase. En este caso, lo que ocurre en este periodo, y se vislumbra en el relato de los informantes, es un momento histórico en el cual los elementos dominantes del pasado, que se identificaban con una clase media tradicional (en cuanto a estilos de vida y un sistema de valores tradicionales), gradualmente dejan paso a lo que Bourdieu (1988) llama una “nueva clase media”, que se identifica con valores y estilos de vida a tono con un capitalismo de nuevo orden. Esto no significa que Marcia hoy forme parte de la clase media tradicional, más bien ella también se vio afectada por estos procesos. En su relato se perciben elementos propios de la “nueva clase media”, en donde los ideales de esfuerzo y planificación conviven con valores marcados por el hedonismo y el cambio como forma de vida.

El relato de Marcia muestra que la idea del techo propio en su juventud era un eslabón muy significativo dentro de un entramado estable, lineal y seguro, próximo a sucumbir. Su relato parece indicar que todavía no se percibían los resquebrajamientos de ese mundo, en donde la familia nuclear, el apego a los roles de género y el techo propio conformaban una combinación ideal. Al mismo tiempo, el hecho de que no fuera “propietaria” de su primera vivienda rompe con imaginarios y relatos que ponen énfasis en la “facilidad” con que se podía adquirir una propiedad sobre el final del siglo pasado, en comparación de lo que sucede hoy con los jóvenes. Sin desconocer las dificultades que supone actualmente la adquisición de una casa con las crisis económicas de por medio y la falta de crédito, es cierto también que el momento en que Marcia se independiza de sus padres coincide con la crisis de la hiperinflación de finales de los años ochenta.

Otro de los puntos que vale destacar, es el de la progresiva reflexividad de estas nuevas generaciones, que se ven “liberadas” de los mandatos de las instituciones tradicionales, y la manera en que este desanclaje se procesa a través de los modos de habitar doméstico. En ese aspecto, la pregunta sería hasta qué punto la “casa nómade” es una elección, o bien resulta una adaptación al contexto de un mundo precario y cambiante, constituyéndose en un modo de gestionar la incertidumbre: ¿Cuánto hay de sentimientos de libertad y autonomía y cuánto de desamparo en este fenómeno?

Por último, se entiende como necesario indagar a futuro aspectos que surgieron en el relato de Rodrigo de modo emergente y que resultan fundamentales para comprender nuevos modos de habitar y de pensar la casa. Especialmente en cuanto a la ruptura de los límites entre lo público y lo privado que ha significado el trabajo en el hogar (“home office” o “teletrabajo”) que, si bien ya tenía una presencia en ascenso antes de la pandemia, con ella se ha potenciado, en las generaciones jóvenes de este sector social. De este modo, resulta un tópico de suma importancia y que se vincula con el sentido que le otorga Rodrigo a la flexibilidad de los ambientes de la “vivienda ideal”, cuando ya parecen estar en retirada fronteras rígidas entre el mundo público y el doméstico, entre la casa y la ciudad.

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fn2Este artículo forma parte de una aproximación exploratoria del proyecto “El habitar como modo de gestión de la incertidumbre. Valores, emociones y proyectos de vida en jóvenes de sectores medios urbanos”.

NOTAS

1. Los nombres han sido cambiados para preservar el anonimato de las personas entrevistadas.

Recibido: 28 de Septiembre de 2022; Aprobado: 28 de Noviembre de 2022

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Socióloga y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magíster en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Directora de la carrera de Sociología de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Docente universitaria en grado y posgrado. Sus principales áreas de investigación comprenden los estilos de vida urbanos y su relación con procesos de subjetivación, sociabilidad, consumos y emociones en el capitalismo tardío. Es autora de El mito de la comunidad en la ciudad mundializada (2005) y de Sociología de la felicidad. Autenticidad, bienestar y management del yo (2017), entre otros textos publicados en libros y revistas científicas del país y del extranjero.

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