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Folia Histórica del Nordeste

versão impressa ISSN 0325-8238versão On-line ISSN 2525-1627

Folia  no.44 Resistencia  2022

http://dx.doi.org/10.30972/fhn.0446008 

Dossier

La revolución rusa y la historiografía de la izquierda en Santiago del Estero (1917-1920)

Tthe russian revolution and the historiography of the left in Santiago del Estero (1917-1920)

Héctor Daniel Guzmán1 
http://orcid.org/0000-0003-2423-5720

1Universidad Católica de Santiago del Estero, guzzman53@gmail.com

Resumen

Este artículo analiza los usos del pasado que los historiadores de una naciente izquierda de la capital de Santiago del Estero (Argentina) construyeron en torno a la revolución rusa entre 1917 y 1920, para modelar ciertas representaciones de la historia nacional, lo cual legitimó sus intervenciones en la disputa por la memoria con otros sectores políticos. Para ello, se desarrolló una estrategia de investigación documental, que se basó en publicaciones del grupo seleccionado en el periodo y espacio geográfico citado. El trabajo muestra una política de la historia en estos actores, los cuales desplegaron un imaginario que le dio sentido a su identidad partidaria y a su posicionamiento historiográfico.

Palabras clave: Revolución Rusa; Historiadores; Izquierda; Santiago Del Estero

Abstract

This article analyzes the uses of the past that historians of a nascent left in the capital of Santiago del Estero (Argentina) built on the Russian revolution between 1917 and 1920, to shape certain representations of national history, which legitimized their interventions in the dispute over memory regarding other political sectors. In order to do this, a documentary research strategy was developed, which was based on publications of the selected group in the period and geographic space mentioned. The work shows the development of politics of history in these actors, who displayed an imaginary that provided a sense of meaning to their party identity and to their historiographic side-taking.

Keywords: Russian Revolution; Historians; Left; Santiago del Estero

Introducción

Marta Philp sostiene que los historiadores son los “difusores de determinadas imágenes del pasado nacional y provincial” (2016, p. 29). Este rol en la metrópoli-o grandes ciudades argentinas, con universidades o numerosos espacios de circulación histórica (revistas, diarios y sociedades, etc.)- fue un problema en aquellas provincias donde los “espacios intelectuales precarios” (Escudero, 2016, p. 62) generaron circuitos de notables que monopolizaron la práctica de la historia como un rasgo de diferenciación social e intelectual.

Para el caso Santiago del Estero, las investigaciones sobre historiografía santiagueñano son numerosas, sino más bien escasas y dan cuenta de la trayectoria de figuras de la elite política local, estas investigaciones se dedicaron a construir una primera agenda de la historia local. Entre los primeros escribas citados, “Andrés Figueroa” (Tenti, 1995, p. 27) se destacó por su rol de organizador institucional (creó una revista de historia y el archivo de la provincia), pues estableció contactos con historiadores de Córdoba, Tucumán y Buenos Aires, con el fin de insertar a su grupo en los nuevos aires de actualización que recorrieron el campo historiográfico nacional en ese tiempo. Pero las primeras décadas del siglo XX muestran a un Figueroa convertido en un “maestro arielista” (Guzmán Alcaraz y Reyna Berrotarán, 2020, p. 25) que fue escuchado por los jóvenes adeptos a la Reforma Universitaria en Santiago del Estero, los mismos que marcharon por las calles de la capital santiagueña apoyando a las nuevas formaciones obreras y a la Revolución Rusa. Estos aires revolucionarios, pronto tuvieron sus diarios, sus rituales, sus intelectuales y por supuesto sus historiadores. Dentro de los pocos trabajos que se preocuparon por el impacto de la revolución rusa en la izquierda local, especialmente en el anarquismo, tenemos a Guzmán Alcaraz (2014); quien analiza a Jesús M. Suárez en Santiago del Estero y su tarea de historiador (2014, p. 41) en el ámbito de La Brasa, un grupo cultural que generó espacios para los debates históricos santiagueños.

Como se observa, este aspecto no ha sido profundamente estudiado o indagado en el ámbito local; por lo cual, la presente propuesta plantea algunos problemas sobre esta temática y abre una perspectiva de análisis al interesante período de entreguerras, focalmente, a lo que ocurrió con la recepción de la revolución rusa en el campo historiográfico en las provincias, en este caso, en tierras santiagueñas. Por lo tanto, este trabajo es un primer paso para hallar indicios que dejan al descubierto la presencia de otras representaciones de la historia local. En este sentido, se consideran las versiones históricas de una izquierda de provincia -naciente y muy intensa- que circularon bajo el ardor de los acontecimientos en Rusia e interpelaron a todo el movimiento obrero de Argentina, provocando un interés inusitado en la escritura histórica, convertida en un medio de legitimación para los nuevos historiadores; quienes buscaron un lugar en un terreno dominado aun por el conservadorismo y el radicalismo. De 1917 a 1919, las provincias cobijaron movimientos obreros que se movilizaron y organizaron a través de federaciones obreras que comenzaron a tener un “carácter pluralista” (Bonaudo y Bandieri, 2000, p. 244) y de convivencia entre socialistas, anarquistas y comunistas, entre trabajadores rurales y urbanos. Como vimos anteriormente, entre 1917 y 1920, la cantidad de libros y conferencias dedicadas al tema revolucionario ruso son abundantes en Buenos Aires; además, son de diverso origen autoral, aunque observamos que la mayoría coincide en señalar que tal evento fue el inicio de una “era histórica” (Valle Iberlucea, 1999, p. 342).

En Santiago del Estero, los intelectuales/obreros, para diferenciarse de las elites locales que produjeron una historia con visión regional, comenzaron a buscar horizontes más internacionalistas, superando el localismo geográfico y elaborando un revisionismo desafiante. Este artículo explora las primeras intervenciones historiográficas, realizadas por figuras del movimiento obrero santiagueño. Para lo cual, seleccionamos representantes del anarquismo, el socialismo y el socialismo internacional local, los cuales son analizados a partir de su toma de posición histórica frente al hecho revolucionario ruso en 1917; aunque también recorremos otras producciones de temática afín, del período citado (1917/1920), para comparar y contextualizar el panorama historiográfico obrero en la provincia. El supuesto que guía el presente estudio es que este tipo de producción histórica se configuró en torno al crecimiento de la organización gremial local y, principalmente, en torno al impacto que tuvo la revolución rusa en la formación de un espacio de debate historiográfico que se conformó con la participación del socialismo, anarquismo e internacionalismo local. Por lo tanto, nos preguntamos: ¿cómo fue el tipo de historiador que tuvieron los obreros santiagueños en el periodo citado? ¿Cómo fue su formación histórica/cultural y en dónde? ¿Por qué la revolución rusa fue el tema central de los debates históricos en el mundo obrero local? ¿Cómo fue la lectura del citado evento en anarquistas, socialistas e internacionalistas locales? Antes de responder estas preguntas, haremos algunas referencias al estado de la cuestión en espacios centrales.

La revolución rusa en la historiografía de izquierda en la Argentina

El período que seleccionamos para nuestro estudio tiene que ver con aquello que Hobsbawm llamó una situación que parecía y era “revolucionaria” (2000, p. 64), refiriéndose al trienio 1918-1920, en el cual los comunistas esperaban que revoluciones como la rusa se concretaran a lo largo del mundo. Este panorama impactó en el campo de los historiadores europeos de distinta forma; por un lado, la relación estrecha entre la tarea historiográfica y la de “dirigente de partido” (Fontana, 1999, p. 220) pareció ser el modelo que se exportó no sólo a Europa, sino también a América; por otro lado, en Europa, el anarquismo y el socialismo ya tenían experiencias de contar, en sus filas, con los llamados “partidos de los intelectuales” (Charle, 2009, p. 121). Pero fue con la revolución soviética y el bolchevismo que se disparó un creciente interés, por parte de los movimientos obreros europeos, de intervenir en la historiografía, dando cuenta de una nueva era para los trabajadores del mundo.

Para el caso argentino, la llamada época radical comenzó con intensas “agitaciones obreras” (Lobato y Suriano, 2003, p. 48), producto de la crisis desatada por la gran guerra y reforzada por la revolución rusa. En este contexto, la consolidación de la Nueva Escuela, como una corriente que se consideró vanguardia de la profesionalización del oficio en las universidades, convivió con la aun persistente memoria de las familias tradicionales, organizadas en Juntas y Asociaciones de historia. Por otro lado, el aumento de publicaciones de libros, folletos y artículos en la prensa sobre conocimiento histórico comenzó a generar un intenso interés en la sociedad por un pasado que empezaba a ser disputado. En este clima, los “sectores populares” (Quattrocchi-Woisson, 1995, p. 50) también buscaron su lugar en estos combates por una memoria que comenzaba a ser tironeada desde distintos sectores políticos y sociales. La inteligencia obrera, que tuvo entre sus filas a consagrados como José Ingenieros, desde su “evolucionismo positivista” (Svampa, 1994, p, 125.), se sumó a dar su versión sobre el pasado, el cual no distaba mucho de los que postulaba el sector liberal. Pero en Ingenieros podemos ver el impacto que causó la revolución rusa en los intelectuales, pues de 1917 a 1920 dedicó artículos y conferencias a dicho suceso. Para nuestro trabajo, es interesante destacar que la “línea revolucionaria” (Kohan, 2000, p. 36) descripta por Ingenieros-iniciadaa partir de 1789 (revolución francesa), luego 1810 (mayo), que culmina en la rusa (1917)- vino a marcar el final de un proceso histórico que afectó al mundo desde la toma de la Bastilla. Esta lectura fue también difundida por sus discípulos, como Aníbal Ponce, quién consideró una “continuidad” (Terán, 1986, p.145) entre el liberalismo y el socialismo. De tal manera que la revolución de mayo sirvió de base para que la izquierda argentina integrara el evento ruso a un trayecto revolucionario que pareció culminar con lo ocurrido en Rusia.

La interpretación de la Revolución Rusa en la Argentina fue estudiada en profundidad por Roberto Pittaluga. Si bien su trabajo cubre el espectro de la izquierda argentina, nos ofrece pistas sobre lo que el citado proceso ocasionó en las disputas por el sentido de un acontecimiento, leído según la información accesible y según los sectores que quisieron apropiarse de él. Por lo tanto, Pittaluga se refiere a que el eje de los debates sobre lo que ocurrió en Rusia pasó por las “interpretaciones” (Pittaluga, 2015, p. 23) de los distintos actores en un contexto determinado. Andreas Doeswijk, en su trabajo sobre los anarquistas y la revolución rusa, plantea que uno de los efectos de esta fue toda una serie de replanteos sobre la cuestión social; además señala que su difusión se facilitó por la gran cantidad de “inmigrantes” (Doeswijk, 2013, p. 7) del sur y este de Europa. Esto nos lleva a identificar dos caminos que tuvo la difusión de la Revolución en nuestro país. Por un lado, la prensa y, por otro, los militantes de origen inmigrante que tuvieron acceso a otro tipo de fuentes para informarse sobre lo que ocurría en Rusia. En esta línea, Alejandro Cattaruzza sostiene que los obreros e intelectuales que se vieron atraídos por el suceso ruso, por ser este un “experimento político y social” (Cattaruzza, 2007b, p. 117), establecieron un uso discursivo que a la larga fundaría un relato prometeico. Por ejemplo, para los anarquistas, el suceso ruso fue visto como una “ruptura del tiempo histórico” (Pittaluga, 2002, p.181) y una resignificación no sólo del pasado, sino también del presente y del futuro. En esa línea, los socialistas, también vieron que finalizaba un ciclo histórico y comenzaba una “nueva historia” (Pittaluga, 2015, p.120).

Por lo mencionado, después de 1917, se observa un eclecticismo teórico, donde se destacaron el marxismo y un bioeconomicismo. Como el resto del “positivismo” (Devoto y Pagano, 2009, p. 291), estas fueron las referencias teóricas más recurrentes para los intelectuales que, faltos de lecturas historiográficas (muchos de ellos más interesados en la acción gremial), se basaron en un autodidactismo bibliotecario, que parecía suficiente para intervenir en contiendas donde el tema revolucionario produjo numerosas conferencias, publicaciones y encuentros. Por otro lado, en el Partido Socialista (PS), un sector que sería más tarde el Partido Socialista Internacional (PSI), luego el Partido Comunista (PC), apoyó desde un primer momento la revolución. Este grupo, llamado “internacionalista” (Corbiere, 1996, p. 73), fue un grupo de “menor prestigio y experiencia” (Campione, 2005, p.149) que los parlamentaristas. Pero estos internacionalistas, en los primeros años de creación del PSI y PC, fueron autónomos en relación a los postulados revolucionarios externos, por lo tanto, no pudieron quebrar la matriz del PS sino, al contrario, siguieron con “prácticas y objetivos del socialismo parlamentario” (Piemonte,2013, p. 39). La poca distinción entre ambas fuerzas del PS explica que en la etapa analizada hubiera, en un primer momento, un tenue apoyo a la revolución rusa en ambos bandos (internacionalistas y justistas); aunque el PSI, partido formado por los internacionalistas del PS, comenzó a tener presencia en las “provincias” (Camarero, 2017, p. 179), especialmente en aquellas con creciente movimiento obrero, como Santa Fe y Córdoba.

Pero si el pasado fue un terreno de “luchas políticas” (Cattaruzza, 2007b, p. 170), en esos años, la disputa atrajo hacia las filas de la izquierda a reconocidos voceros de la inteligencia que no necesariamente provenían del mundo obrero, pues tanto el socialismo, como el comunismo y el anarquismo, en 1917, compartían un punto de partida en referencia a la historia argentina: la revolución de mayo. Desde sus miradas, este suceso pareció compartir con Rusia “los mismos ideales” (Cattaruzza, 2008, p.176). Como Terán sostiene, lo que ocurrió en el oriente europeo fue el surgimiento de tiempos nuevos (2015, p. 169) que venían a cerrar una etapa crítica, iniciada con la gran guerra. Pero la izquierda, que la entendemos como “un espacio heterogéneo de las posturas políticas proclives a la transformación social a favor de las clases y subjetividades oprimidas” (Acha, 2009, 19), se basó en representaciones republicanas que anarquistas, socialistas y comunistas compartieron, mediante la práctica de sostener una misma “imaginería” (Vilar, 1997, p.55); asunto que les permitió sostener políticas de acción colectivas.

La Revolución Rusa en la historia santiagueña: anarquistas, socialistas y comunistas.

¿Cómo era Santiago del Estero en esos años? Según el tercer censo nacional de 1914, había 23.479 habitantes en la capital santiagueña, seguida por la Banda con 6000, Añatuya con 2.585 y Frías con 2580 (Alen Lascano, 1996, p. 485). La población rural superó a la urbana y se caracterizó por su dispersión y éxodo continuo a otras provincias en busca de trabajo. En esta coyuntura, la llegada de nuevos inmigrantes dio paso a nuevas prácticas gremiales en aquellos lugares donde hizo pie la población extranjera. El citado censo da cuenta de 9.496 extranjeros en Santiago del Estero, con mayoría de italianos y españoles, aunque con presencia ruso/israelita en “Colonia Pinto y Colonia Dora a partir de 1911” (Rossi, 1994, p. 93). Esta nueva población se afincó en la línea de ferrocarril que unió el sudeste santiagueño con La Banda y Capital, debido al fracaso de las colonias agrícolas que el gobierno provincial estableció cerca de las estaciones ferroviarias. Entre estos recién llegados, vinieron dirigentes gremiales que, además de preocuparse en organizar a los trabajadores urbanos santiagueños, lanzaron una inusitada campaña de fundación de escuelas, diarios y bibliotecas obreras (Grana de Manfredi y Salido de Martínez, 2018, p.17), respondiendo así a necesidades de las familias proletarias no satisfechas por un estado provincial corto de recursos e infraestructura educativa y cultural. Como La Banda fue la ciudad más obrera en ese momento se convirtió en sede de la mayoría de estos proyectos citados, los cuales se combinaron con una formación de nuevas agrupaciones sindicales (Grana de Manfredi, 2018, p. 377).

Este naciente movimiento obrero dio muestra de su organización entre 1917 y 1920, en un ciclo de huelgas ferroviarias (Criado, 1985, p. 149) que afectaron a la provincia como síntoma, no sólo de la situación general crítica que vivió el país, sino también del nivel de sindicalización alcanzado por los trabajadores locales debido a que muchos sindicatos, viejos y nuevos, participaron de las protestas ferrocarrileras en esos años. Por lo tanto, socialistas (Castiglione, 2006, p. 155), internacionalistas (Pérez y Visgarra, 2010, p. 21) y anarquistas (Pereyra, 2001, p. 66) compartieron estos escenarios culturales y gremiales, logrando de esa manera una unidad obrera que se reflejó en la creación de la Federación Obrera Santiagueña (Montiel, 2012, p. 11). Por otro lado, en 1917, la capital santiagueña se modernizó (Beltrán de Palazzi, 1985, p.80) con cuatro bibliotecas, tres librerías, seis imprentas, cuatro diarios, cinco revistas y seis centros culturales; por lo tanto, este progreso urbano pareció alcanzar a toda la sociedad, pues los sectores obreros comenzaron a tener acceso a tribunas como la “Casa del Pueblo” (Véliz, 2018, p. 82), el “Petit Palais Mazure” (Tenti, 1998, p.28) y el Teatro 25 de mayo.

La llegada de la Revolución Rusa a la ciudad de Santiago del Estero disparó una serie de conferencias donde, por primera vez, socialistas, anarquistas y comunistas se vieron en la necesidad de expresar o explicar su punto de vista, desde un registro histórico sobre el acontecimiento citado. Los espacios de estas charlas, en un primer momento, fueron la Casa del Pueblo, el Petit Palais y la Biblioteca obrera hebrea. El primero fue terreno socialista, el segundo anarquista y el tercero de los internacionalistas. Con esta base física, se dejó atrás una época en que los trabajadores solo tuvieron plazas y el parque Aguirre para sus actos proselitistas, siempre que lo permitiese la policía y el gobierno provincial. Por lo tanto, el año 1917 parece ser un punto de quiebre para el movimiento obrero santiagueño; primero porque se logra una madurez institucional, que se puede observar en la cantidad de publicaciones obreras, entre 1917 y 1920: La Palabra, El Socialista, El Interrogante, Democracia y Renovación; segundo, es evidente que una nueva generación de dirigencia, en su mayoría inmigrante, se posiciona en esos años con acciones concretas (organización de charlas gremiales y culturales, creación de clubes de futbol, et.) en los viejos y nuevos sindicatos. Estos recién llegados reemplazaron una política obrera, que solo había logrado crear grupos sectarios que, más preocupados por las alianzas electorales, terminaron descuidando lo gremial y lo cultural.

Las fuentes consultadas nos indican casi “1000 trabajadores sindicalizados” (Gancedo, 1918, p. 11) en la FORA IX y FORA V, sin contar las pequeñas organizaciones locales. En su mayoría, estos obreros pertenecieron a la FOF y la Fraternidad, las dos entidades ferroviarias con representación nacional, sin embargo, en el campo estuvo la verdadera fuerza de trabajo santiagueña, no sindicalizada, pero con visibilidad en los obrajes y en la zafra tucumana. Según los datos recolectados, “45.000 peones” (Abregú Virreira, 1917, p. 14) fueron parte de la mano de obra rural local que se movilizó a otras provincias o, por el contrario, se quedó en los obrajes y grandes haciendas. Si observamos el movimiento obrero a nivel nacional, Santiago del Estero estuvo representado por el obraje, pues sólo en 1915 tuvo “138” (Mafud, 1988, p. 59) explotaciones de este tipo. Por otro lado, en ese tiempo los organizadores sindicales de la FORA IX realizaron giras por el norte argentino, como Luis Lotito, que pasó por “poblados” (Jasinski, 2013, p. 142) santiagueños en 1920; lo que nos indica cierto grado de agremiación en la provincia santiagueña. Un dato no menor, con respecto a lo dicho antes, es que la “dirigencia obrera” (Gancedo, 1918, p.15) de procedencia rusa ocupó los sitiales de las principales organizaciones sindicales locales en 1918, convirtiéndose en el principal rasgo del movimiento obrero santiagueño en la segunda década del siglo XX. Pero para realizar este paso, los trabajadores rusos desmantelaron su “organización específica” (Gancedo, 1918, p. 16) y se afiliaron a las locales, como un modo de integración a la sociedad santiagueña y al mundo del trabajo local.

En este contexto, se formó en Santiago del Estero una Asociación ProRusia, cuya función fue reunir un heterogéneo grupo de adherentes, en el que no sólo hubo obreros, sino también profesionales que provenían del ala progresista del conservadurismo, el cual se pasaría luego al radicalismo local. Esta diversidad de miembros le abrió, a la citada sociedad, lugares para sus actos, los cuales no fueron accesibles a los trabajadores, hasta ese momento. Esto significó que, por primera vez, un tema que parecía ser sólo de los obreros, fuera conocido por toda la sociedad santiagueña, nada menos que en el Teatro 25 de mayo. De esta forma, la opinión pública local tuvo conocimiento sobre el evento ruso, gracias a una continua publicación de notasen los principales diarios locales. Pero esta lectura del hecho ruso, que en 1917fue una noticia para comentar o informarse cómo algo lejano, cambió en la prensa santiagueña de 1919; debido a las huelgas en el país y a la propaganda nacionalista de grupos como la Liga Patriótica, diarios, como el Fígaro de La Banda, desarrollaron una “visión negativa” (Cabrera, 2020, p. 121) del suceso revolucionario, generando una reacción en los sectores conservadores de la sociedad santiagueña.

Imagen 1 Fuente:  Asociación ProRusa, 1917 Fondo Yussem, Archivo Biblioteca Sarmiento, Santiago del Estero. 

Imagen 2 Fuente: Marcha de la Asociación ProRusia, 1917 Fondo Yussem, Archivo Biblioteca Sarmiento, Santiago del Estero. 

En ese contexto, la Asociación ProRusia generó una tribuna, donde cualquier miembro podía realizar una charla sobre Rusia y dar su parecer sobre la citada temática. Esto fue posible porque grupos culturales, como Los Inmortales, que estuvieron formados por “estudiantes secundarios y universitarios” (Guzmán Alcaraz, 2010, p. 93), se acercaron en masa a una agrupación que tenía fines parecidos y compartían un público juvenil, que buscaba imponer una nueva agenda política y cultural en la provincia. Esta Asociación fue un nicho institucional que, no solo permitió que los obreros encontraran un hábitat de convivencia entre las diversas tendencias, sino que también fue el terreno donde la historia pudo anclar, sin competir con otras propuestas culturales (teatro, diarios, lecturas y escuelas) que ya existían en bibliotecas o centros. Por lo tanto, antes de iniciar el recorrido por el corpus seleccionado, vamos a describir, en lo posible, otras conferencias y puntos de vista históricos que fueron desarrollados en el colectivo ProRusia.

En principio, el joven Marcos Figueroa, abogado y funcionario del gobierno provincial de José Cabanillas (1916-1919), miembro fundador de Los Inmortales, fue uno de los primeros en afiliarse a la entidad rusa. Este desarrolló su conferencia sobre la toma de la Bastilla de 1789, en el Teatro 25 de mayo, gracias a las diligencias del intendente Napoleón Taboada, también socio de la Asociación. El tema revolución francesa, que trató Figueroa, no fue algo nuevo, aunque el partido socialista y sectores liberales locales lo tuvieron como parte de su agenda histórica. En su charla, describió una correspondencia entre el evento francés y el ruso, lo cual nos indica que, para muchos jóvenes, fue un suceso que se intentó afiliar a la historia de las revoluciones en América; las continuidades que encuentra Figueroa son varias. Las dos son contra una monarquía, las dos son en defensa de la democracia, las dos son en defensa de los oprimidos.Figueroa justifica este posicionamiento desde registros sarmientinos, ya que expone “que está en juego la civilización, frente a una barbarie, que amenaza los derechos y la justicia” (Figueroa, 1917, p.4). Luego relaciona a la gran guerra, con lo que ocurre en Rusia y llega a la conclusión de que lo que surja “será una orientación del mundo y un rumbo nuevo” (Figueroa, 1917, p.5). Este optimismo, que recorre a toda la juventud de la Asociación ProRusia, se vendrá abajo en 1918 y 1919, cuando Figueroa abandone el grupo, debido a las huelgas en la provincia y a la violencia en las estaciones ferroviarias.

Asimismo, Luis Soria, funcionario gubernamental como Figueroa, que luego se pasará al radicalismo, también dio una conferencia en 1917. Como su colega, defiende un liberalismo que tiene sus raíces en la revolución francesa y la de Mayo. El nombre de la charla es “Nuevas orientaciones” y se realizó ante un público estudiantil que llenó el teatro. Soria sostuvo “que el Zar ha muerto con el grito revolucionario del pueblo ruso” (Soria, 1917, p. 2); también afirmó “que es un nuevo régimen, que tal vez nosotros no comprendamos a la distancia” (Soria, 1917, p. 3). En este fragmento, Soria reconoce que la información que llega por las rotativas y por la comunidad rusa no es suficiente para tener un panorama de lo que realmente sucede en Rusia. A pesar de la cautela, evalúa positivamente los congresos obreros y congresos de soldados que se forman en todo el eximperio ruso. Pero lo que impresiona a Soria es cómo se expande esta revolución, que llega a la China y amenaza a la propia España, como a toda Europa. Para Soria, esta nueva república se impondrá en todos lados. Y si bien busca la forma de relacionar a la revolución rusa con la francesa y la de mayo, a diferencia de Figueroa, no encuentra alguna referencia. Porque la rusa es de “la masa que reivindica su derecho a gobernar” (Soria, 1917, p. 4), mientras la democracia occidental se asienta en una elite que dirige los procesos revolucionarios. Como Figueroa, en 1918 y 1919, se pasará al bando nacionalista, primero en la Asociación ProPatria y luego en la Liga Patriótica. Pero estamos en 1917 y Soria aun cree en la ilustración de los trabajadores, como una forma de graduar una escalada revolucionaria que parece estar cercana.

También Arturo Helman, miembro del Sindicato de resistencia de la prensa local, desarrolló una charla en el citado teatro con un público netamente obrero. No es un profesional, como Soria y Figueroa, pero es de la comunidad rusa, por lo tanto, tiene acceso a muchas noticias que llegan de Rusia. Su lectura del hecho ruso es la de presenciar un hito “que marca el final de una larga lucha de los trabajadores” (Helman, 1917, p. 3). Para Helman, “un orden social se derrumba, por la obra de una juventud que sigue a la bandera roja de las rebeldías que dignifica y eleva” (Helman, 1917, p. 4). Aquí podemos notar que los actores centrales de la revolución parecen pertenecer a una nueva generación que rompe con el pasado y con la tradición, pero también con el utilitarismo del presente. En esta charla no hay comparaciones con la revolución francesa ni con la de Mayo. En este sentido, se parece a la de Soria, ya que identificó un hecho histórico que no tiene antecedentes y eso es una ruptura, no sólo en la historia del mundo, sino también en América. En este recorrido por algunas voces de la Asociación ProRusia podemos notar una diversidad de lecturas; las cuales indican que los distintos sectores de la sociedad local tuvieron recepciones influenciadas por lo generacional y por la procedencia social/política de los discursantes. A continuación, pasaremos a describir tres formas de ver y relacionar la revolución con la historia, destacando que hubo opiniones encontradas en una izquierda que, a medida que avanzó el año 17, comenzó a desarticular la Asociación, justamente porque los juicios fueron variando a medida que las noticias fueron cambiando y el partido comunista fue tomando forma.

En 1917, Samuel Yussem(1893-1976), que llegó a Santiago del Estero en 1915, se convirtió en un activo fundador-integrante del grupo marxista de la Biblioteca obrera hebrea, la cual compitió con la Casa del Pueblo. Su rol militante (viajaba al interior a visitar los centros socialistas) lo convirtió, en poco tiempo, en director de la biblioteca de la Casa del Pueblo. Se ligó a los jóvenes (estudiantes, periodistas, profesionales y obreros) que comenzaron a cuestionar a la vieja dirigencia socialista, perteneciente al sector reformista de Juan B. Justo. Cuando estalló la Revolución Rusa, Yussem fundó la Asociación ProRusia, que atrajo a socialistas, anarquistas e internacionalistas. Esta entidad, a medida que llegaron las noticias de Rusia, comenzó a preparar conferencias informativas sobre la situación de los obreros rusos; de esa manera, generó un terreno para que comenzaran a debatirse distintas miradas sobre la revolución, entra las que se involucró a la historia desde un primer momento. Se compilaron charlas y fueron editadas, en forma de folleto, por la flamante asociación citada, que proyectó sacar un diario para diferenciarse de la prensa oficial socialista y para dar a conocer sus actividades, realizadas, en su mayoría, en la Biblioteca obrera hebrea. Esta institución tuvo una vinculación con los centros rusos del sudeste santiagueño, zona que se comunicaba con las colonias rusas de Santa Fe. Esta red le dio a Yussem un acceso a noticias de primer orden sobre lo que ocurrió en Rusia, mediante diarios y cartas que le hizo llegar la comunidad rusa local, que muchas veces no coincidieron con la prensa local, que tomaba las noticias de la prensa nacional.

En la obra citada de Yussem, este realizó una introducción de la historia de Rusia que arranca en 1914 y detalla los 35 cambios de gabinete que hubo hasta 1917. Para Yussem, “la revolución es producto de la crisis, que tiene sus orígenes en 1914” (1917, p. 4), en sus análisis, describe la coyuntura que acompaño la gestación de un movimiento que inauguró una nueva era en Rusia. A esta apreciación de un quiebre en la historia mundial, con la inauguración de una nueva etapa histórica, Yussem la relacionó con la Argentina republicana, pues comparó el proceso de la revolución rusa contra el Zar con el de la revolución de Mayo contra la monarquía española. La historia comparativa que practicó Yussem deja al descubierto lo común de los dos procesos: la lucha contra la tiranía. La República, como modelo político que reemplaza a la monarquía, muestra que estas luchas históricamente son internacionales, aunque la diferencia entre ambas estaría en los actores, pues Yussem destaca que el actor “de la nueva República es el proletariado” (Yussem, 1917, p.5), que vendría a identificar al pueblo ruso.

Sin embargo, los logros de los republicanos rusos son de todos los trabajadores del mundo y, con esta visión, Yussem indica un camino a seguir a todos sus compañeros. Por lo tanto, intenta que el modelo ruso sea adaptable a un país como Argentina, aunque deja ver cierta desconfianza hacia las políticas obreras gubernamentales y sus aliados sindicalistas. Cuando encuentra el suelo común entre Mayo y lo que ocurrió en Rusia, la referencia a la revolución francesa termina uniendo al pueblo francés con el argentino y el ruso en una tarea similar: “la lucha por la libertad, igualdad y fraternidad” (Yussem, 1917, p. 6).Su mirada fue una táctica de integración porque escribía para toda la Asociación, donde, como vimos, tenía socios de distinta orientación política y social. La centralidad del pueblo como agente de los cambios en Rusia viene a contradecir las historias de las elites que los historiadores liberales locales estuvieron construyendo en sus espacios educativos y culturales. En este sentido, podemos ver un giro de parte de Yussem, con respecto a las versiones que circulaban en ese momento en Santiago del Estero.

Por otra parte, Bernardo Irurzun (1870-1919), líder del “socialismo bandeño” (Santillán, 2019, p. 33) en Santiago del Estero, provenía de Bahía Blanca (Buenos Aires) y fue un organizador cultural que le permitió al PS expandirse en ciudades del sudeste santiagueño (fundador de escuelas, centros y diarios). En un primer momento, aplaudió a la Revolución Rusa, pero a medida que fueron pasando los meses de 1917, comenzó a alejarse de la Asociación ProRusia, en desacuerdo con Yussem, pues este fue acusado de querer dividir al PS en Santiago del Estero. Yussem había trasladado la sede de la entidad nombrada, de la Biblioteca obrera israelita a la Casa del Pueblo, como un signo de búsqueda de unidad obrera. Esto provocó protestas de aquellos socialistas, entre los cuales se encontraba Irurzun, que no estaban de acuerdo con las ideas de Yussem. Por lo tanto, Irurzun publicó en El Socialista un folleto sobre la Revolución Rusa, que fue parte de una conferencia dada en la Casa del Pueblo, a pedido de Federico Mackeprang, contra la posición de Yussem. En este caso, la revolución de octubre produjo en muchos socialistas un distanciamiento del proceso ruso. Irurzun consideró la Semana Roja (1909) como el hecho que demostraba los fracasos de las intervenciones revolucionarias y los efectos negativos en el proletariado. Irurzun reemplazó el término revolución por “evolución graduada, pues pensaba que las reformas sociales eran un camino necesario para los trabajadores” (Irurzun, 1917, p.4). Si bien coincidía con Yussem en que Mayo fue la base de la historia argentina y la revolución francesa, un movimiento generador de movimientos en América, discrepaba respecto de la Revolución Rusa, ya que no la consideraba una gesta de la misma importancia que las citadas. En ese entonces, Irurzun comenzó a centrarse en el proletariado argentino y su historia, para ello confrontó la idea de patria con el internacionalismo obrero. De esa manera, se apuntaba a lograr la civilización en un país, mediante el socialismo, dejando de lado las referencias a la nación, como meta última. Desde esta óptica, los anarquistas y comunistas quedaban fuera de este objetivo, siendo asimilados a la barbarie, en concordancia con la llamada “política criolla”. La base sarmientina de Irurzum lo ayuda a diferenciarse de sus oponentes, dentro de la izquierda local. Por eso, el rol de las bibliotecas y la prensa, para Irurzun, “son caminos para que los obreros puedan formar su conciencia de clase” (1917, p. 5), entendida como el papel que tienen estos en la colectividad.

Por último, Rodolfo González Pacheco (1883-1949), conocido dramaturgo libertario nacido en Tandil, vino a Santiago en 1917, para dar una charla sobre la Revolución, auspiciada por el Centro ProMaximalista que apoyó a la Asociación ProRusia. En este sentido, su postura histórica partía de un evolucionismo positivista que, a diferencia de Irurzun, terminaba en la revolución y no en un gradualismo reformista. Pacheco fue acompañado por Luis Vieta Alegre, uno de los anarquistas locales que también comenzó a escribir historia y a intentar insertar en ella al movimiento. Pacheco usa como referente histórico la revolución argentina de 1890, acontecimiento que sirve para legitimar la recepción de la revolución rusacomo un hecho que trae la democracia al país. La diferencia estaría en que el modelo ruso representaba una aspiración de renovación, compartida por Pacheco y sus pares, sobre la democracia argentina, que tenía defectos a superar o cambiar. En la citada conferencia en el Petit Palais, hubo un debate con Irurzun, en un clima hostil entre socialistas y libertarios. La cuestión que produjo el choque fue la evolución entendida de diferente manera; Irurzun la entendía como la “eterna lucha entre la civilización y la barbarie” (González Pacheco, 1917, p.4); Pacheco, citando a Avellaneda, Sarmiento y especialmente a Alberdi, como “el sendero por el cual el feudalismo debía superarse” (González Pacheco, 1917, p.5). El citado concepto, pasó a ser un puente que ligaba al pueblo con sus aspiraciones y, en ese espacio, entraba el evento ruso a forzar una revisión de las luchas federales y las del proletariado del presente.

Si bien, entre 1918 y 1920, la simpatía por la revolución rusa comenzó a decaer, no ocurrió lo mismo con su influencia en los escritos históricos de los intelectuales obreros, pues siguió sirviendo como trama legitimadora de una visión de la historia que intentó construirse como alternativa a la circulante en los circuitos académicos y culturales. Ramón Ahumada, representante del PSI (Partido Socialista Internacional) en 1918, realizó una síntesis entre la Reforma Universitaria, la revolución rusa y el proyecto de la generación del 37, considerando que estos procesos oponen una valla infranqueable a la reacción. Esta nueva era parece abrir, en la historia argentina, una etapa de “justicia para la humanidad” (Ahumada, 1918, p. 5), pero lo más importante, garantizada por las elites intelectuales, las cuales parecen ser la clave de este logro a nivel mundial. Alurralde, también socialista que se fue alejando de la Asociación ProRusia, coincide con Ahumada y sostiene que el estudio del pasado debe hacerse mediante la comprensión de la evolución cultural del país (Argentina), concluyendo que lo que necesita la sociedad es una cultura argentina, pero de transplante. En este sentido, se refiere “a lo que en otra parte existe y que podríamos utilizar” (Alurralde, 1918, p. 7).

Este cosmopolitismo permitió a estos historiadores no caer en las tendencias nacionalistas, que comenzaron a dominar los discursos históricos locales. Entonces la “barbarie” (Wagner, 1919, p. 8), a la que tanto se teme, parece representada por el militarismo que, en ese momento, representa Alemania y todo imperio, incluso el del Zar. Aunque la guerra terminó en 1918, el peligro alemán es releído por la izquierda local como una muestra de lo que puede llegar a ser el nacionalismo local y sus simpatías por el germanismo. Pero la Liga Patriótica Argentina sección local, se introduce en toda la sociedad santiagueña, incluso en los obreros y sus intelectuales, por eso no sorprende que Casimiro Trilla, socialista que en algún momento tuvo simpatía por la Asociación ProRusia, escribiera en 1920 un folleto dedicado a Lenin. En este trabajo, nuevamente se usa la historia argentina, pero para deslindar cualquier parecido con Rusia y el proceso revolucionario. Por lo tanto, nada tiene que ver Mayo con lo que ocurrió en el país de oriente, ya que la diferencia entre el “desarrollo histórico occidental y el ruso” (Trilla, 1920, p. 14) dan a entender que son dos mundos distintos. De esta manera, esta descalificación histórica vuelve a soldar las relaciones entre la versión liberal y la versión de una parte de la izquierda, que poco a poco va tomando distancia de la experiencia rusa.

Algunas conclusiones

Entre 1917 y 1920, Argentina vivió un clima revolucionario, compartido con el mundo europeo y americano. En ese contexto, el movimiento obrero de nuestro país fue protagonista de huelgas que paralizaron a todo el territorio nacional. Con ese panorama, los intelectuales de las distintas fuerzas obreras comenzaron a actuar en el campo histórico, sosteniendo una visión revolucionaria que intentaron integrar a la historia local.

Las intervenciones que analizamos en Santiago del Estero muestran cómo la historia fue puesta al servicio de una historiografía de izquierda, que tomó un hecho internacional para poder integrarlo a una secuencia histórica nacional. Los matices que presentan estos intelectuales para leer el evento ruso nos permiten observar el diálogo entre liberales, socialistas, internacionalistas y anarquistas; quienes consensuaron algunas interpretaciones y disintieron en otras. La única marca que rompió esta convivencia fue el posicionamiento libertario, que se animó a un revisionismo tempranero y desafiante para los que seguían sin romper con la canónica historia liberal. Aunque se analizaron distintos textos, el foco estuvo puesto en Samuel Yussem (PSI), Bernado Irurzun (PS) y Rodolfo González Pacheco (Fora V anarquista), integrantes de la entidad prorrusa, por configurar un tipo de dirigente que no solo se dedicó a la agremiación, sino también a escribir historia y debatir con sus pares sobre el sentido de la Revolución Rusa. Esta institución funcionó como un centro de sociabilidad para los obreros que querían de alguna manera (histórica o ensayística), legitimar una defensa de la gesta bolchevique.

Si bien la entidad Asociación ProRusia favoreció la diversidad de voces con distintos orígenes sociales y políticos, podemos observar que hubo una necesidad de poner en circulación textos que sirvieran, no sólo como material de lectura para el potencial público obrero, sino también como preparativo para la próxima revolución o nueva sociedad. En este sentido, podemos marcar que, en 1917, la izquierda tuvo intención de darle un sentido histórico y local a lo que ocurrió en Rusia. Esta especie de recepción, acerca de un hecho que debía convertirse en un hito fundacional para una nueva historia, comenzó a desarticularse entre 1919 y 1920, cuando una oleada de temor y rechazo surgió en sectores conservadores de la sociedad, luego de la Semana trágica, factor que se combinó con una total condena, por parte de anarquistas y socialistas, a la dirección que fue tomando la revolución en el país oriental.

De este modo, las construcciones de imágenes del pasado y la lucha por imponerla, deja al descubierto en la historiografía santiagueña zonas poco transitadas por la historia local; lo que generó una particular forma de intervenir en el campo histórico local. Una intensa publicación de folletos que involucró autores diversos, que son un poco historiadores y un poco dirigentes de partidos o movimientos obreros. Esto demuestra que, en las provincias como Santiago del Estero, la disputa histórica no fue solamente entre facciones de la elite, sino también ocurrió entre los trabajadores que fueron ganando terreno, ayudados por la intensidad de la revolución rusa. Este aporte para entender la emergencia de la historia de las izquierdas en las provincias describe la peculiaridad de operaciones historiográficas que no dejan de remitirnos a las redes y el rol de organizadores culturales, que realizaron verdaderas giras por el todo el país para difundir un modo de ver el pasado y legitimar el emergente movimiento obrero en la Argentina.

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Recibido: 26 de Mayo de 2021; Aprobado: 21 de Marzo de 2022

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