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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versão impressa ISSN 0524-9767versão On-line ISSN 1850-2563

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.43 Buenos Aires dez. 2015

 

Notas y Debates

Un sueño y muchos soñadores. A propósito del libro de Diego Hurtado: El sueño de la Argentina atómica1

por Mario Albornoz2

Recibido: 24 de febrero de 2015

Aprobado: 6 de abril de 2015

Resumen

Desde hace tiempo es un tema de debate en Argentina explicar cómo fue posible que un país escasamente industrializado y tecnológicamente poco desarrollado lograra alcanzar una capacidad sorprendente en materia de ciencia y tecnología nuclear, mientras que, por contraste, en otros temas se profundizaba la brecha tecnológica. El mismo hecho de que a través de gobiernos disímiles y antagónicos, civiles y militares, se hubiera mantenido en for ma constante una política que demandaba cuantiosas inversiones en un país en el que no sobraban los recursos, y que todo ello hubiera sucedido –durante la mayor parte del tiempo- a la sombra de una de las fuerzas armadas no ha facilitado los acuerdos entre los analistas de tal proceso, sino que ha añadido nuevos matices, vinculados a menudo con enconos no saldados de la historia reciente. Una oportunidad para pensar esta cuestión la proporciona el reciente libro de Diego Hurtado, que es comentado aquí.

Palabras clave: Ciencia ; Tecnología nuclear ; Argentina

Abstract

Since long time ago, it is a matter of debate in Argentina how a low industrialized and technologically poor developed country achieved a striking nuclear capacity, while at the same time other technological gaps widened. It is also astonishing that very dissimilar governments, civil and military, took Nuclear development as a serious long run and state policy, even though it deserved lots of investments in a country where resources were scarce. Even though, as most of it was controlled by one of the military forces, it was difficult for intellectuals to agree on how it happened. An opportunity to think again about it is the book of Diego Hurtado, discussed here.

Keywords: Science ; Nuclear technology ; Argentina

Desde hace tiempo es un tema de debate en Argentina explicar cómo fue posible que un país escasamente industrializado y tecnológicamente poco desarrollado lograra alcanzar una capacidad sorprendente en materia de ciencia y tecnología nuclear, mientras que, por contraste, en otros temas se profundizaba la brecha tecnológica. El mismo hecho de que a través de gobiernos disímiles y antagónicos, civiles y militares, se hubiera mantenido en forma constante una política que demandaba cuantiosas inversiones en un país en el que no sobraban los recursos, y que todo ello hubiera sucedido –durante la mayor parte del tiempo- a la sombra de una de las fuerzas armadas no ha facilitado los acuerdos entre los analistas de tal proceso, sino que ha añadido nuevos matices, vinculados a menudo con enconos no saldados de la historia reciente. Una oportunidad para pensar esta cuestión la proporciona Diego Hurtado, con su libro “El sueño de la Argentina atómica”, que constituye un valioso aporte al esclarecimiento de la historia del desarrollo científico y tecnológico de la Argentina en el tema nuclear. El texto presenta esta experiencia como la realización de un sueño plasmado a lo largo de varias décadas y propone una reconstrucción no exenta de riesgos, por cuanto transita territorios de tensión política relativamente frescos en la memoria social, no sólo en lo referido a la polarización peronismo-antiperonismo, sino también, particularmente en este caso, al papel desempeñado por las fuerzas armadas en la creación y patrocinio de ciertas instituciones de carácter industrial, científico y tecnológico.

El relato es muy documentado, con un bordado fino que incluye detalles de correspondencia, informes y anécdotas relatadas por varios de quienes tuvieron participación en la gestación de la Comisión Nacional de Energía Atómica y en un cierto número de instituciones o emprendimientos asociados al proyecto nuclear a lo largo de los años. Logra así articular una crónica minuciosa de la historia de la política nuclear en Argentina, desde las primeras aspiraciones a participar del desarrollo de este tipo de tecnología en plena posguerra hasta 2006, pasando por sucesivas etapas que difieren en lo relativo al camino escogido, así como al contexto político e institucional en cada una de ellas. Es precisamente la reconstrucción de aquellos episodios que jalonaron lo que denomina como “el sueño de la Argentina atómica”, lo que confiere gran interés al libro.

Hurtado construye una interpretación de la historia que narra, sobre la base de marcos conceptuales con raíces en la sociología y la ciencia política. Su propósito es demostrar que no se trata de una historia más. Por el contrario, atribuye a la política nuclear argentina el carácter de caso paradigmático en cuanto al desarrollo de una tecnología crítica y de alto costo de producción, en el contexto de un país periférico. Le asiste razón, a la vista de que el emprendimiento nuclear en Argentina alcanzó un nivel de éxito destacable y llegó a ser, según señala, el segundo más avanzado de los países no centrales. Este éxito relativo otorga al desarrollo argentino características singulares, no solamente en comparación con otros países de similar grado de desarrollo, sino también con otros esfuerzos tecnológicos emprendidos por el propio país en otras áreas, con resultados menos satisfactorios.

¿Qué hizo posible el resultado positivo y su sostenimiento a lo largo de los años? El papel central del estado y la noción de “autonomía tecnológica” dotada de connotaciones geopolíticas son algunos de los aspectos que en opinión del autor dan trasfondo al esfuerzo sostenido durante décadas para dar impulso al desarrollo de una tecnología intensiva en capital, pese a la recurrente inestabilidad política y debilidad económica del país. El papel central del estado, sin embargo, debe ser examinado minuciosamente, dado que en varias etapas se trataba de un estado autoritario y belicoso, si se toman en cuenta el conflicto con Chile y la aventura de Malvinas, sin olvidar sus prácticas genocidas. A su vez, los períodos de gobierno democrático no fueron, según surge de su relato, los más propicios para el desarrollo del sueño atómico. Por lo menos, hasta 2006.

Por otra parte, un rasgo característico del desarrollo de la capacidad nuclear en Argentina es que tanto las actividades de investigación y desarrollo (I+D), como la adquisición de equipamiento pesado estuvieron a cargo de una única institución: la Comisión Nacional de Energía Atómica, por lo cual la historia de este proceso se convierte al mismo tiempo en una historia institucional. También en este aspecto hay una continuidad llamativa, tal como la adscripción de la CNEA al ámbito de la Marina y, consecuentemente, en el perfil y la duración de los mandatos de varios de sus presidentes.

Los primeros pasos

El libro narra los pasos iniciales del proyecto nuclear argentino, dados en épocas muy tempranas, a partir del eco que despertaran en la pequeña comunidad local de los físicos las explosiones atómicas con las que Estados Unidos en 1945 forzara la capitulación japonesa. Relata en su primer capítulo que mientras en el escenario internacional se desplegaban organizaciones y compromisos destinados a controlar la proliferación nuclear, “algunos militares y científicos argentinos” vieron en esta encrucijada una oportunidad histórica. La preocupación de los militares parece ser obvia, en la medida que el Proyecto Manhattan, con el que la energía nuclear entró en escena mostrando sus aspectos destructivos, era un emprendimiento estrictamente militar. En cuanto a los físicos, además de estar capacitados para comprender la importancia estratégica de estos desarrollos científicos y tecnológicos, podían haber sentido también el deseo de emular a sus colegas que en Estados Unidos accedían a la atención pública y formaban una alianza con los militares y el gobierno federal, como señalan algunos autores.3 En todo caso, tal interés inicial habría estado enmarcado en el contexto de las políticas industrializadoras y planificadoras impulsadas por el primer peronismo, e incluso desde antes, dado que uno de los primeros en comprender la importancia del tema fue el General Manuel Savio, impulsor de la creación en 1941 de Fabricaciones Militares, de la que fue su primer Director. El relato logra una interesante reconstrucción de hechos entre los que se menciona el contrapunto entre la visión que reclamaba autonomía para los científicos, encarnada en torno a la Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia y, a partir de 1958, bajo el liderazgo de Bernardo Houssay, en el recién creado CONICET.

El relato no obvia el episodio de Ronald Ritcher y su proyecto secreto en la isla Huemul4 que condujera al anuncio, por parte del Presidente Perón, de que Argentina había logrado llevar a cabo “reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”. Es bien sabido que aquello era el resultado de un gran equívoco, primero difundido por la prensa y luego desmentido, hasta el punto de que en poco tiempo más el Proyecto Huemul fue dado por terminado. El libro presenta este episodio en un tono algo menor, como si hubiera sido una pequeña piedra en el camino y hace una lectura que enfatiza las lecciones aprendidas a partir de entonces. Es cierto que un efecto secundario benéfico de aquel fracaso fue la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica en 1950, pero no es posible negar que el episodio puso en evidencia que la dirigencia política tenía una visión por lo menos ingenua del desarrollo tecnológico y carecía de una perspectiva integradora del “sistema tecnológico”, noción que para el autor tiene gran relevancia.

Tampoco elude lo acontecido con la CNEA durante la dictadura militar que ocupó el gobierno del país entre 1976 y 1983. El autor reconoce que durante aquel período, en el contexto de un cambio en el patrón de acumulación, el desarrollo nuclear adquirió algunos rasgos diferentes. Por ejemplo, dio lugar a grandes proyectos de obras públicas que fueron funcionales a los intereses de grupos económicos concentrados. No olvidó mencionar las prácticas de terrorismo de estado que se aplicaron en el país y que afectaron también al personal de la Comisión. El proceso de recuperación de la democracia aparece como el comienzo de una cierta desarticulación del proyecto nuclear y, sobre todo, de cuestionamiento de las prioridades y de su costo social.

La semi-periferia como contexto

Diego Hurtado utiliza el concepto de “semi-periferia” para referirse a las posibilidades y limitaciones de un país como Argentina en el escenario internacional. El concepto no está explícitamente vinculado con otros marcos teóricos, como los de la teoría de la dependencia, pero tiene puntos en común, aunque también algunas diferencias. Sigue a Immanuel Wallerstein en su definición de semi-periferia como una de las capas del “sistema mundo”. Se trata, desde esta perspectiva, de un estamento que equilibra el sistema porque se interpone entre los extremos. Tal estrato intermedio o semi-periferia es, en palabras de Wallerstein, explotado y explotador. Este último aspecto conduce de lleno a las opciones ideológicas en el escenario de las relaciones de poder local e internacional, es decir, aquellas que remiten a las relaciones con los países centrales y con los más periféricos.

Peter Evans, otro autor citado en el texto, reflexiona específicamente sobre el caso de Brasil y relaciona la noción de semi-periferia con la de industrialización incompleta, impulsada por una confluencia de capital público, multinacionales e inversores locales sobre ciertas áreas dinámicas de la industria. La tecnología juega en países de este tipo un papel destacado, ya que canalizan la inversión extranjera directa hacia determinados sectores industriales y, al mismo tiempo, estos países aspiran a desarrollar y exportar tecnología hacia la periferia del sistema global, con propósitos económicos y también hegemónicos. Es decir, aspiran a comportarse como los países centrales con relación a los más débiles.

Hurtado destaca el espíritu de colaboración en el campo nuclear entre Argentina y Brasil durante los años ochenta, también en el contexto de un proceso de integración del que nació el MERCOSUR. Es también durante esta década cuando la madurez alcanzada en el dominio de la energía nuclear permitió a Argentina realizar algunas exportaciones de tecnología bastante resonantes. En este plano es donde Argentina consiguió algunos de sus éxitos más destacados. INVAP es, no hay que olvidarlo, hija de este proceso.

Un emprendimiento de orientación pacífica

Una cuestión no menor es el dilema de los usos pacíficos y no pacíficos de la energía nuclear, particularmente en lo referido al caso de Argentina. En tal sentido, el libro presenta una tesis fuerte cuando afirma que el desarrollo nuclear argentino tuvo una orientación pacífica. Es contundente al abordar este tema y su posición es congruente con otras opiniones5, lo mismo que con el discurso oficial de las distintas épocas, según surge de los textos aportados (textos legales, declaraciones públicas y documentos oficiales), así como de la convicción de los propios protagonistas.

La refutación de la idea de que Argentina buscaba contar con la bomba atómica y se constituía en impulsora de una política de proliferación de armamento nuclear es enfática. En opinión del autor, la atribución de propósitos militares al proyecto nuclear del país habría sido el resultado de la “prepotencia política y discursiva” de los países industrializados que eran exportadores de tecnología nuclear. Esta presión habría dado lugar en este país a procesos “contra-ideológicos y contra-discursivos” que, sin lugar a dudas, merecen ser revisados críticamente. En coincidencia con lo que se sostiene en el libro, Nun afirmaba que en la época de la creación de la CNEA la búsqueda de la autonomía nuclear era un objetivo caro a los militares, pero acerca del cual había además un amplio consenso por parte de la sociedad. Esta última acotación es interesante para recordar de paso el tema de las complejas relaciones empáticas entre la sociedad (la opinión pública) y los temas emblemáticos de la simbología militar y nacionalista.

Queda espacio, sin embargo, para formular la pregunta de hasta qué punto la primacía de los fines pacíficos fue constante en todas las etapas de la historia que se narra, o si en algunas de ellas las prioridades fueron diferentes. ¿Acaso es posible que haya aquí un ejemplo de la distinción entre políticas explícitas e implícitas, que proponía Amílcar Herrera?6 La influencia de la marina en gran parte del desarrollo de la energía atómica en Argentina puede ser vista como expresión de una política no necesariamente reflejada en los textos declarativos de pacifismo. Así por ejemplo, no deja de llamar la atención alguna ambigüedad del Decreto 10.956/50, por el que se creaba la CNEA, al hacer referencia a “las múltiples derivaciones de orden público que sus aplicaciones prácticas determinan o pueden determinar en el futuro”. Esas “múltiples derivaciones presentes o futuras” no estaban acotadas. ¿Había puertas abiertas para un desarrollo de interés militar? Diego Hurtado afirma que no y se esfuerza en mostrar que el desarrollo nuclear argentino transitó una dinámica política e institucional plasmada en un proceso de toma de decisiones y de fijación de objetivos de carácter endógeno, sometido a la coerción de un discurso dominante que pretendía instalar sospechas sobre sus verdaderas intenciones. ¿De qué manera el país -se pregunta- podía llegar a desestabilizar el sistema global, tal como en los Estados Unidos muchos actores sospechaban? Sin dudas el proyecto nuclear argentino entró en algún punto controversial con los poderes hegemónicos en el escenario de la posguerra, pero tal juego de poder desatado a partir de la explosión nuclear era muy complejo e incluía numerosos actores; entre ellos algunos como el científico John Bernal, que en los propios países centrales reclamaban control social para la nueva fuente de energía, en el marco de un amplio debate sobre las relaciones de la ciencia con la política.7

La noción de cultura nuclear

Los procesos antes reseñados lograron plasmar una cierta cultura nuclear, un desarrollo institucional y una frontera tecnológica local, afirma Hurtado. En mi opinión esto ha sido efectivamente así. Es posible, sin embargo, formular algunas observaciones. La noción de cultura nuclear es central en el armado conceptual del texto. Se trata de una cultura que incluye elementos organizacionales, materiales, discursivos y simbólicos que remiten a una comunidad de I+D que creció en torno a un sistema tecnológico, al que, siguiendo a Thomas Hughes, define como una red de artefactos, organizaciones, conocimientos, recursos naturales y regulaciones que operan de manera coordinada para alcanzar una serie de objetivos materiales.

Estos dos conceptos, como reconoce el autor, requieren una mayor especificación. Acotar la cultura nuclear a los procesos de conformación de una comunidad de I+D no pareciera ser a priori lo más congruente con la noción de “sistema tecnológico”, aplicándola en este caso a la dimensión institucional. Esto se debe a que la noción de sistema tecnológico apunta a poner de relieve la complejidad de la trama social de la tecnología, que incluye la existencia de un problema que debe ser resuelto y un conjunto de actores potentes(como la gran industria, por no mencionar una vez más a las fuerzas armadas) entrelazados en torno a su resolución, incluyendo a los propios usuarios de la tecnología de que se trate.

Diego Hurtado admite esta cuestión pero señala que la concentración sobre una única institución fue una etapa inicial y que la cultura tecnológica fue expandiéndose hacia otros sectores como la academia, la industria o la diplomacia. No menciona en este párrafo a las fuerzas armadas. En el caso de los Estados Unidos la política científica y tecnológica de posguerra no tuvo reparos en reconocer la influencia militar. La que, siguiendo a Derek de Solla Price, fue denominada como “gran ciencia” (big science) estuvo desde su origen vinculada estrechamente con las empresas industriales y con organizaciones militares en emprendimientos como el proyecto Manhattan y otros relacionados con nuevos materiales, medicina de guerra y métodos de organización militar.8

El contrato social de la ciencia, señala Javier Echeverría, consistió en una alianza estratégica entre científicos, ingenieros, técnicos, empresarios, industriales, políticos y militares.9 El resultado de este contrato es lo que denomina “tecnociencia”. Conjuntamente, estos siete diferentes tipos de agentes componen la agenda tecnocientífica que se ha organizado en el siglo XX en los Estados Unidos. Diego Hurtado escoge el término “tecnopolítica”, propuesto por Gabrielle Hecht, que remite a la capacidad estratégica de usar la tecnología para impulsar objetivos políticos. Escoge este término porque intenta enfatizar la realidad material de las tecnologías como componentes de procesos políticos o como vehículos de objetivos políticos. En ese sentido el concepto parece tener afinidad con el de “tecnologías inherentemente políticas” propuesto por Langdon Winner.10 Sin embargo, el de tecnopolítica alude a un segundo aspecto, tal como el compromiso del tecnólogo en el ejercicio de su actividad (que incluye el diseño, desarrollo, compra y adaptación de artefactos) como forma de participación política.

Esta segunda mirada confiere sentido político a la conformación de la comunidad de I+D construida en torno al sistema tecnológico de la energía atómica. En el caso de un país semi-periférico cuya historia política ha transcurrido, durante el período de la historia nuclear, en una gran inestabilidad y con gobiernos militares dictatoriales sería interesante reflexionar acerca del modo en el que esta comunidad de I+D ejerció su participación política. ¿Cómo fue su relación con el poder en cada situación histórica? Al fin y al cabo, el régimen tecnopolítico es político, no solamente tecno, y la política se nutre de otros juegos de poder y otros valores además de los que le aporta la tecnología. A priori, debería ser diferente el proyecto tecnopolítico de una dictadura militar del de un gobierno democrático y, aunque el autor marca bien las diferentes etapas, no deja de ser cierto que la continuidad del proyecto nuclear argentino a través de diferentes gobiernos es algo que merece especial atención, ya que no es seguro que tal continuidad derive exclusivamente de su dimensión tecnológica. Como señalaba Nun, es destacable en el caso de la CNEA “el relativo aislamiento y la gran estabilidad que rodearon su crecimiento”.11 Agrega que hasta 1984, es decir, por más de 30 años, el control ejercido por la Marina fue el reaseguro de esa estabilidad. No obstante este reparo, la historia narrada por Diego Hurtado muestra que las opciones de relativa autonomía con respecto a los poderes centrales adoptadas en ciertos momentos fueron factibles porque la idoneidad de ingenieros, tecnólogos y científicos las hicieron viables.

Soñadores para un sueño

El libro de Diego Hurtado es el relato de un sueño que en gran medida se vio plasmado en la realidad, pero más allá de su valiosa reconstrucción de hechos históricos hay preguntas que deben ser todavía contestadas. Si se trataba de un sueño ¿quién lo soñaba? ¿Lo soñaba el gobierno, lo soñaban los militares, los físicos, los industriales? ¿Lo soñaban todos ellos? Y en tal caso, ¿soñaban todos lo mismo o se trataba de distintos sueños? Siguiendo al autor, podríamos decir que era el sueño de los actores de un sistema tecnopolítico. En el caso de Argentina, esta respuesta parece más difícil de formular que en el caso de los países centrales, ya que en ellos la multiplicidad de actores e intereses convergentes aparece en forma diáfana y constituye un dato inicial por todos reconocido. Los actores en Argentina, por el contrario, han tenido distintos nivel de desarrollo y de madurez, al tiempo que la trama política se veía recurrentemente alterada por las irrupciones del poder militar.

¿Soñaban los empresarios con la Argentina nuclear? Seguramente no al principio de esta historia, dado que el papel de la industria fue entonces poco relevante. Diego Hurtado señala que un rasgo distintivo del proceso de la energía nuclear en este país es que no se registraron presiones de un sector industrial que reclamara por el aprovechamiento de la energía nuclear, tema que por lo demás, en la historia que narra el libro, surgió con claridad recién en los años sesenta. Por el contrario, en este sector –como en otros del desarrollo argentino- fue necesario promover desde la política la conformación de un sector industrial con conductas innovadoras, que tuviera hábitos acordes con el modelo de empresario innovador schumpeteriano, según expresión del autor.

¿Los gobiernos soñaban también el sueño de la Argentina atómica? La respuesta no puede ser general porque cada uno de los sucesivos gobiernos tuvo sus propios escenarios, sus correlaciones de fuerza, sus fortalezas y sus debilidades. Un gobierno desarrollista por excelencia, como lo fue el de Arturo Frondizi, tenía metas claras de industrialización pero, como señala Diego Hurtado, estaba más preocupado por la energía derivada del petróleo que por la de origen nuclear. Su debilidad extrema frente al poder militar lo inhibía, por otra parte, de modificar drásticamente ámbitos en los que las fuerzas armadas expandían su poder sobre distintos sectores productivos y tecnológicos. El señalamiento que se hace en el texto acerca de que el modelo de desarrollo propuesto por Frondizi se basaba en el capital extranjero no parece ser interpretable como una limitación al desarrollo tecnológico local. De hecho, todos los gobiernos desarrollistas en América Latina se esforzaron por atraer la inversión extranjera, directa e indirecta, más allá de que fomentaran el fortalecimiento del capital local. Los gobiernos militares, en términos generales, fortalecieron la opción nuclear y algunos de los gobiernos civiles después de la recuperación de la democracia, como el de Alfonsín, ensayaron una revisión de las prioridades en materia de política energética y científico tecnológica. Pese a tales diferencias entre unos y otros, el dato significativo ha sido la continuidad y ésta parece haber estado más garantizada por el peso institucional de la Marina, que por “los gobiernos” en general.

¿Soñaban las fuerzas armadas con la Argentina atómica? La respuesta que nos proporciona el libro de Diego Hurtado es afirmativa, y es lógico que así haya sido. Tanto por sus funciones propias, como por las que asumían excediéndolas, las fuerzas armadas tenían la capacidad estratégica de comprender el significado de la ciencia y la tecnología atómica. Aunque no hubieran soñado explícitamente con disponer de la bomba, la importancia de lograr grados de autonomía en el campo nuclear, de cara al juego de poder internacional que entonces se abría era claramente comprensible. Intereses de menor envergadura, ligados a lo corporativo de cada fuerza no son tampoco desdeñables a la hora de explicar continuidades.

¿Soñaban los físicos el sueño atómico? Diego Hurtado también en este caso nos dice que sí. Los físicos y los tecnólogos estuvieron vinculados con el surgimiento del proyecto nuclear y con algunas de las fases de su desarrollo. Fueron grandes protagonistas. Pero era inicialmente una comunidad científica muy incipiente, que vio en este tema una oportunidad para consolidarse y expandirse. Por este motivo, el libro señala que la capacitación de un número creciente de personal experto adquirió un carácter estratégico, por cuando esa “masa crítica” de recursos humanos daría la medida de la factibilidad de los emprendimientos políticamente deseables. Claro está que tal comunidad científica encontró condiciones favorables para su formación y consolidación por su afinidad funcional con determinados intereses políticos, mientras en otras áreas del conocimiento se desmantelaban grupos que no eran afines a los poderes políticos o militares de turno.

Hay un punto en el que el sueño de la Argentina atómica condensa otro sueño, que es el de la autonomía tecnológica como condición necesaria para lograr el desarrollo. Este es un sueño que fue plasmado en aquello que muchos ven como un pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología. No se trataba de un ejercicio teórico, sino del ideario que daba sentido a la acción de muchos pioneros que bregaron por fortalecer las capacidades y las opciones tecnológicas del país. En ese sentido, la experiencia de la CNEA y de todo el devenir de lo nuclear en el país es como la gran demostración de que, dadas las condiciones necesarias, la meta era alcanzable. El problema es que tales condiciones, como bien muestra el libro de Diego Hurtado, son difícilmente repetibles y no siempre deseables.

Notas:

1 Diego Hurtado. El sueño de la Argentina atómica. Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945 – 2006). Edhasa, Buenos Aires, 2014.         [ Links ]

2 Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior (REDES)

3 Daniel Bell, El advenimiento de la sociedad post-industrial. Alianza Editorial, Madrid, 1994.         [ Links ]

4Mario Mariscotti, El secreto atómico de Huemul. Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1985.         [ Links ]

5 José Nun, “El Estado Argentino y las actividades tecnológicas”, en REDES, núm. 3, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1995.         [ Links ]

6 Amílcar Herrera, “Los determinantes sociales de la política científica en América Latina”, en REDES, núm. 5, Universidad Nacional de Quilmes, 1995.         [ Links ]

7 John Bernal, The Social Function of Science. Cambridge (Ma.), MIT Press, 1967.         [ Links ]

8 Derek de Solla Price, Hacia una ciencia de la ciencia. Barcelona, Ariel, 1973.         [ Links ]

9 Javier Echeverría, “Interdisciplinariedad y convergencia tecnocientífica nano-bio-info-cogno”, en Sociologias, núm. 22, año 11, 2009.         [ Links ]

10 LangdonWinner, La Ballena y el Reactor. Una búsqueda de los límites en la era de la alta tecnología. Barcelona, Gedisa, 1987.         [ Links ]

11 José Nun, “El Estado Argentino….”, op. cit.

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