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Intersecciones en antropología

versão On-line ISSN 1850-373X

Intersecciones antropol. vol.13 no.2 Olavarría dez. 2012

 

ARTÍCULO

El trabajo de formación de "la clase alta" argentina. Un abordaje desde la antropología social

Victoria Gessaghi

Victoria Gessaghi. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Universidad de Buenos Aires (UBA). Haedo 2476, Florida (1602), Buenos Aires. E-mail: victoriagessaghi@hotmail.com

Recibido 15 de julio 2011.

Aceptado7 de noviembre 2011

 


RESUMEN

Este artículo analiza "el trabajo de formación de la clase alta". Mediante el estudio de trayectorias de vida de 63 adultos entre 30 y 80 años se describe cómo, en su lucha por imponerse como un grupo de privilegio, las "grandes familias" producen diferencias a partir de sus "apellidos tradicionales" ?la trama de relaciones en la que estos se inscriben?, su vinculación con "la tierra" y con "la historia nacional". Se presenta el trabajo de constante reelaboración que implica la formación de la "clase alta", que supone a la familia congregada a través de historias familiares que buscan integrar los intereses de cada uno de sus miembros. Asimismo, se describirán los conflictos en su interior para mostrar su carácter productivo en la "construcción de la familia tradicional". Finalmente, se analizan los límites que la matriz igualitaria ?que caracteriza, aunque sea como un mito originario, a nuestra sociedad? le impone a la conformación de este grupo social. El trabajo contribuye al análisis de los usos de determinadas metáforas del parentesco como vector de legitimidad del acceso a algunas posiciones sociales y destaca la importancia de incluir las relaciones familiares en el análisis de la acción capitalista.

Palabras clave: Clase alta; Parentesco; Diferencia social; Formación de grupo.

ABSTRACT

The making of the argentine upper class: an anthropological perspectiveThis paper describes "the making of the upper class." By analyzing the life trajectories of 63 members of "traditional families" between 80 and 30 years old it describes how, in their struggle to establish themselves as a privileged group, the "great families" produce differences that arise from their "traditional names," their connection with "the land," and their connection with "national history". The article presents the constant work involved in the making of the "upper class," which implies keeping the family together through family stories that seek to integrate the interests of each of its members. The role of conflict within families is described in order to show their productive part in the "construction of the traditional family." Finally, the limits imposed on the creation of this social group by the egalitarian configuration of Argentinean society are analyzed. The work contributes to the analysis of the uses of certain metaphors of kinship as vectors of legitimacy in the access to certain social positions and highlights the importance of including family relationships in the analysis of capitalism.

Keywords: High class; Kinship; Social difference; Group formation.


 

INTRODUCCIÓN

Como una estrella que muchos años después de haberse apagado continúa proyectando su luz, "la clase alta argentina" sigue disputando espacios de privilegio. Lo hace al amparo de la producción y reproducción de una representación que condensa sentidos históricos en torno a la riqueza, el poder y el prestigio alcanzados a fines del siglo XIX y que le permitieron ubicarse en la cúspide de la sociedad argentina por muchas décadas (Hora 2002: 62)1. El propósito de este artículo es comprender cómo "la clase alta" es el producto de un trabajo de construcción. Su objetivo es realizar una descripción densa del proceso de producción de este grupo social y de los modos en que los sujetos movilizan esa identidad como factor de legitimación de una posición de privilegio desde la cual disputan derechos y obligaciones. "La clase alta" es una categoría de identificación que refiere a una trama formada por las "familias tradicionales" de nuestro país: "llegaron primero" ?antes de las inmigraciones masivas?, están vinculados a "la tierra" y fundaron ?según representaciones ampliamente instaladas? buena parte de la Argentina moderna. Las identificaciones, sabemos, son una construcción social2, y las formas en que los sujetos movilizan esas clasificaciones deben entenderse como una definición de los actores y no como conclusión del investigador. Como senala Grimson (2011), sólo algunas categorías de identificación logran instituirse como sentido común. El desafío es estudiar el éxito o el fracaso de esas construcciones, sus consecuencias culturales, las crisis y las fisiones en sus procesos de legitimación. Es por eso que ?si bien creo que estas prácticas de identificación pueden aportar al debate contemporáneo sobre las clases sociales y contribuir a pensar los procesos de formación de clases? no estoy interesada en determinar si quienes se reconocen y son reconocidos como parte de "la clase alta" efectivamente lo son o no, en términos objetivos y con arreglo a un modelo particular de estructura de clases. Por el momento, encuentro más fructífero atender a los modos en que los entrevistados movilizan esa identidad y disputan la legitimidad de pertenecer a "la clase alta argentina". Es decir, el trabajo que realizan por imponer una definición particular de dicha clase alta. Este artículo destaca el interés por describir las prácticas de aquellos que se reconocen y son reconocidos como parte de ese grupo social, pero no se circunscribe a recoger "la autopercepción" de los sujetos como parte de "la clase alta". Se trata, más bien, de reconstruir el proceso de producción de este grupo social. Es decir, el trabajo activo y conflictivo que involucra a sus miembros pero que los trasciende. En ese sentido, las prácticas de identificación son siempre contingentes, históricas e inestables. Las reflexiones que se desarrollan aquí tienen su origen en mi Tesis Doctoral (Gessaghi 2011a), que tuvo por objeto analizar las trayectorias educativas de las clases dominantes en nuestro país. El trabajo se inscribe en una corriente de estudios que considera a los sectores de privilegio como un campo interesante para ser abordado por el enfoque antropológico: desde la ya clásica invitación de Nader a "studyng up" (Nader 1972) a los trabajos de George Marcus sobre las Elites (Marcus 1983), pasando por el estímulo de Rockwell (2001) a los antropólogos latinoamericanos a documentar lo conocido pero no dicho por los que están en el poder. Así, encontramos una cada vez más extensa bibliografía antropológica sobre el tema (Abéles 1989, 2002, 2005; Gledhill 2002; Herzfeld 2000; Pedroso de Lima 2009; Shore y Nugent 2002; 394 Yanagisako 2002). En la Argentina, el desarrollo de una tradición que dé cuenta de los aportes de nuestra disciplina a la comprensión de estos grupos sociales, o de los procesos en los que participan, es muy reciente, pero no por ello debe ser subestimado (Badaró y Vecchioli 2009; Gessaghi 2011a; Hernández 2010; Servetto 2010). En relación con los objetivos de este trabajo, realicé 63 entrevistas abiertas en profundidad a adultos entre 30 y 80 años, miembros de "familias tradicionales", con el objeto de reconstruir sus trayectorias de vida (Cragnolino 2001; Santillán 2007)3. Si bien el campo elegido no se circunscribe a un territorio, seguí la red de relaciones construida por los sujetos y las entrevistas se realizaron con personas que me iban recomendando unas a otras. Indagué respecto de tres generaciones dentro de cada familia intentando por este medio comprender las continuidades y transformaciones en sus trayectorias de vida. Como complemento de estas fuentes orales utilicé fuentes bibliográficas y material periodístico4. La mayor dificultad para acceder a la observación de la vida cotidiana de estas familias hace que el material empírico se concentre mayormente en entrevistas y discursos escritos. Ante la imposibilidad de realizar observaciones directas de las prácticas (sobre todo en el universo familiar), crucé fuentes bibliográficas, relatos novelados, guías y libros, y el discurso triangulado de los sujetos, de modo de tener un buen conocimiento de las situaciones posibles para poder hacer hablar a los entrevistados de situaciones particulares; es decir, para que enuncien situaciones prácticas más que para que "expresen sus representaciones"; intentando, de esta forma, reducir la distancia entre el "orden del hacer" y "el orden del decir sobre el hacer" (Lahire 2006). En este artículo describo "el trabajo de formación de la clase alta" y las diferencias de orden simbólico que las "grandes familias" producen en su lucha por imponerse como tales. Asimismo, planteo el carácter productivo de los conflictos en la "construcción de la familia tradicional". Finalmente, analizo los límites que la matriz igualitaria5 ?que caracteriza, aunque sea como un mito originario, a nuestra sociedad? le impone a la conformación de este grupo social.

?QUÉ ES LA "CLASE ALTA"? Familias "con apellido" o "las grandes familias"

Interesada por el estudio de las clases dominantes, comencé mi trabajo sin tener muy en claro cómo materializar este interés en la vida cotidiana. Mi preocupación inicial era encontrar "una definición acabada" de la clase dominante, con arreglo a determinantes económicos y su expresión en las trayectorias concretas de los sujetos. Sin embargo, el trabajo de campo me hizo cambiar de idea. A medida que me fui dejando llevar, de manera intuitiva, por distintos informantes y fuentes, empecé a recoger las representaciones cambiantes a través de las cuales las personas se imaginaban a sí mismas ?y a los otros? como miembros de "la clase alta argentina". La identificación de "las familias tradicionales" con un grupo superior y privilegiado dentro de nuestra sociedad ?aun cuando ya no son el grupo socioeconómico dominante? hizo que me interesara por esta categoría social. Su centralidad era apabullante en el discurso de distintos actores sociales. Simplemente no podía dejarlas afuera. Si pretendía ignorar tanto discurso nativo, más me convenía no lanzarme a hacer trabajo de campo. Llego a la casa de Lorenza Tanoyra Benegas6, en Recoleta. No sabía aún que en los próximos meses, mientras estuviera "de campo" transitaría casi exclusivamente las calles de ese barrio de la Ciudad de Buenos Aires. Ella me espera del otro lado. Entro en un departamento blanco, luminoso, con una decoración moderna y agradable. Nos sentamos en el living. Es mi primera entrevista, así que todavía me da vergüenza mirar tanto. El lugar está repleto de obras de arte, cuadros firmados y esculturas. Mayormente arte contemporáneo. Me sorprendo, esperaba algo "más tradicional". La biblioteca cubre una pared del living de lado a lado. También se exhiben fotos de su marido con presidentes argentinos y extranjeros y recortes de diario con su firma como autor. Lorenza vivió varios años en París y en Estados Unidos. Sus maridos han sido destacados diplomáticos. Pertenece a una familia de abogados y jueces federales, apellido conocido que suele aparecer en el diario La Nación. Es profesora de latín en una de esas escuelas de elite que lo siguen ensenando7. Es una mujer de unos sesenta años, alta, flaca, muy agradable. Lleva un pullover marrón y un pantalón a cuadros escoceses. Usa botas de carpincho. Las cejas perfectamente depiladas, las manos prolijísimas pero sin pintar. Es la madre de una companera mía de la facultad. Llego a entrevistarla porque, cuando se enteró del tema de mi tesis, se ofreció voluntariamente a ayudarme: ella puede orientarme en este tema, me dijo. Antes de comenzar nuestra charla, aparece Patricio, su marido y ex embajador argentino. Me lo presenta. Son las tres de la tarde y él está vestido con pantalón, saco a cuadritos y chaleco. Debe tener alrededor de 85 años. Me extiende la mano para saludarme. Durante toda la entrevista Lorenza lleva el relato; en ningún momento me plantea si quiero hacerle una pregunta. Yo pude retomar cuestiones de su discurso, pero ella contó de todo sin parar, sin que yo formulara ningún interrogante inicial. En realidad, quiso saber cómo llegué a interesarme por "la clase alta" y a partir de allí comienza a hablar. "Podemos hablar acá porque nadie nos va a interrumpir y después vas a hablar con Patricio también". Ese tono imperativo va a dominar la charla. "Porque vos estás interesada en una movida de ver quién corta el bacalao. Podemos organizar esta semana nuestro primer encuentro y después los otros porque seguro vas a necesitar más" me dice, asertiva. Esta actitud como de "mecenas" o "paternalista" que me ofrece para guiarme a lo largo del trabajo, esta postulación como informante clave me resulta ideal, entonces me dejo conducir por Lorenza. Me adelanta algo que efectivamente ocurrirá a lo largo de mis entrevistas: "yo te voy a hacer listas y vas a ver que si los mirás con cara de !qué interesante! !Te cuentan hasta el color de los calzones!". Desde un principio y contrariamente a lo que esperaba, los entrevistados senalan que pertenecer a la "clase alta" no implica "poseer mucho dinero". Lorenza me aclara que hay que separar a "la clase alta" de las "clases pudientes". Se puede ser "clase alta" aún cuando no se tenga dinero. "Esto pasa en todos lados ?me dice?, en Europa hay más tradición". Me sorprende que todas las cosas que nombra como característica de "la clase alta" son las mismas que destacan los trabajos sobre la aristocracia: las casas -que ahora son museos? las casas en Mar del Plata, las quintas en San Isidro, los casamientos, los clubes y las guías sociales, determinado comportamiento. De hecho, me dice "Patricio les dice la aristocracia, pero vos no les digas así, clase alta tampoco, no sé si les va a gustar, es muy fuerte, yo creo que 'familias tradicionales' o 'grandes familias' está bien. Patricio también les dice graten, upper crust, pero yo diría Grandes Familias". Ese es el término que usaré en adelante en la interacción con los entrevistados. Si bien ellos enseguida lo traducirán como "clase alta", "nobleza", "patriciado", "aristocracia", "grandes familias" o "familias tradicionales", descubriré más tarde que estos términos no son sinónimos sino que expresan sutiles matices. La clase alta entonces está integrada por determinados apellidos. El nombre familiar es el primer signo que marca la pertenencia o no a este grupo social. Pero ?qué sentidos se condensan detrás de ese nombre? ?Qué es lo que lo dota de una marca de distinción? En primer lugar, los entrevistados subrayan que no podemos circunscribir a los miembros de "la clase alta" a la posesión de un capital económico: "La plata marca mucho, pero hay gente que no tiene un mango", me dice Lorenza. Por ejemplo, "Luján trabaja en el England 1, y me dice que sus alumnos son todos high pero yo le digo 'a ver, decime los apellidos'. No, esos son todos armenios, todas familias judías. Los armenios hicieron mucha plata pero no les importa nada, hacen lo que quieren". Lorenza reconoce a través de los apellidos quiénes son "high o no". Comienzo a aprender que, para pertenecer a la clase alta, no es posible "hacer cualquier cosa", o "lo que se quiere". El apellido se asocia a un capital simbólico y a una moralidad que define qué se puede hacer y qué no. Hay jerarquías. Las grandes familias se nuclean alrededor de parientes con una actuación destacada en algún orden. El apellido, entonces, remite a quienes participaron de la construcción de nuestro país como nación. La familia así se separa de "la aristocracia" y se liga a "los patricios": los padres de la patria. Es decir que la "clase alta" se define incluyendo, también, criterios asociados a cierta meritocracia. Aun cuando los sentidos con los que se construye el "mérito" han ido cambiando históricamente, "la clase alta" se vio siempre imposibilitada de construir una casta de nobles cuyos privilegios se sustentan en el nacimiento. Si bien estos intentos han sido fructíferos, su éxito nunca fue completo ni acabado. Apellido ?es decir, parentesco y nacimiento? siempre debió articularse con principios de distinción ligados a la meritocracia8. "Tenés que mirar en estos libros", me dice Lorenza mientras me conduce a la biblioteca del living y me introduce en una vasta producción bibliográfica que participa de la construcción de las "familias tradicionales". Me cuenta que allí voy a encontrar a "los apellidos", sobre todo en el libro de las estancias que me presta para que me lleve. Los libros son "voceros" que "hablan a favor de" la existencia de "las grandes familias" (Latour 2008: 53). Actualizan la vigencia de "la clase alta". En su mayoría publicados por la editorial Lariviere -cuyas fundadoras pertenecen a "familias tradicionales"?, las obras que me muestra Lorenza se editaron en los últimos años y un aire de nostalgia por el recuerdo de "los años dorados" sobrevuela a muchos de ellos. Esta bibliografía trabaja constantemente justificando la existencia de este grupo, invocando sus reglas y precedentes y, como veremos, comparando una definición con todas las demás (Latour 2008: 53). De las entrevistas y de la lectura de estos materiales se desprende que el apellido condensa también sentidos asociados a "las elites terratenientes" de principios del siglo XX. Como senala María Sáenz Quesada ?asidua colaboradora en estas publicaciones? en las primeras décadas del 1900, la estancia argentina constituía el centro de la vida económica y social del país. Ella construyó su leyenda destinada a perdurar a pesar de los sucesos de los años venideros. Los cambios políticos ocurridos con el advenimiento de la sociedad de masas, senala la historiadora, modificaron el lugar que el estanciero ocupaba en la sociedad. A su vez, otro factor de relevancia serían las transformaciones en la economía nacional que eclipsaron la prosperidad del mundo rural anterior a la Segunda Guerra Mundial (Sáenz Quesada 2007). Pero la leyenda no desapareció, senala la autora, y destaca que parte de su magia original persiste hoy: "esa magia suma su atractivo a las actuales ofertas turísticas que proponen visitar, aunque sea por una noche, los míticos establecimientos rurales de nuestra pampa para evocar en ellos el modo de vida de una clase social que alcanzó su cenit en 1910" (Sáenz Quesada 2007: 41). La imagen del estanciero ha ido cambiando históricamente. Roy Hora (2002) hace un análisis detallado de esas transformaciones. No me voy a detener en ello, remito a su pormenorizado trabajo para comprender esa representación en su dinamismo y heterogeneidad. Subrayo deliberadamente el auge en los últimos años de la imagen de la "clase alta" asociada al campo, a la tierra y a los años de la Argentina esplendorosa. El desarrollo de la industria del turismo y la "Argentina" como "marca país" han tenido mucho que ver. Las reconstrucciones históricas en torno del bicentenario de la nación también. Más allá de esas revalorizaciones coyunturales, creo que la asociación de la "clase alta" con "las familias tradicionales" recoge una dimensión histórica profunda, socialmente instalada, que vincula "al campo" y a sus propietarios con la "elite política" que construyó una parte decisiva de la Argentina moderna. Todas estas representaciones se condensan hoy en el apellido y producen un olvido de la heterogeneidad misma de ese grupo social y la historicidad de su constitución. Es allí donde radica su potencial. Toda dominación depende de que las bases arbitrarias sobre las que se sustenta sean irreconocibles como tales (Bourdieu 1989). Como senala Losada (2008), la literatura, el tango, los registros gráficos de principio de siglo e incluso -en Buenos Aires? la arquitectura, mantienen la vigencia de los retratos de "la alta sociedad de principios de siglo" que conjugaba prosperidad económica y poder político, aun cuando esto no haya sido así para todos los miembros de ese grupo social. El historiador destaca los conflictos y la pluralidad de posiciones que se esconden detrás de esta imagen cristalizada de los sectores dominantes como un grupo cerrado y monolítico; reconstruye el carácter distinguido de la alta sociedad como una construcción histórica sinuosa más que lineal (Losada 2008: XXVII). Sin embargo, "la clase alta" portena se traduce unívocamente en un estilo de vida europeísta con vínculos con la elite política de principios de siglo y lazos con la gran propiedad agropecuaria, ocultando el trabajo histórico que fue necesario para construir esta representación. Lorenza me explica que el "graten" no tiene un origen noble, está ligado a la tierra. "La aristocracia argentina huele a bosta", me decía citando a Sarmiento. Esa frase, me cuenta, sintetiza su origen impuro, es decir, desvinculado de cualquier pretensión de nobleza, y tiene que ver también con su sustento material principal9. Las "grandes familias" ligan su origen a un pasado de varias generaciones en la Argentina: algunos llegan hasta 17. Junto con esto, aparecen los antepasados de alguna forma vinculados a la historia nacional. En cada encuentro, los entrevistados mencionan a uno o más miembros "ilustres" de la familia. Garay, fundador de Buenos Aires, Saavedra, Mitre, Avellaneda, Alberdi, Dorrego, Alvear: todos personajes principales en la historia oficial que nos constituyó como país. Las personas consultadas subrayaron la importancia de definir a las "familias tradicionales" como aquellas que ya tienen varias generaciones en el país antes de 1860. La "antigüedad" es un criterio que participa de las disputas por la legítima pertenencia al grupo. La diferenciación respecto de "los recién llegados" es central. En este "país de inmigrantes" no es lo mismo haber llegado en el 1500, que en 1850, o en el 1900. No siempre ?ni desde un primer momento? la alta sociedad se definió a sí misma como un núcleo cerrado o integrado por un conjunto de familias "originarias" (Losada 2008: 323). La importancia que adquirió la antigüedad familiar apareció poco a poco y en especial se plasmó en otra de las nociones que comenzó a circular para nombrar a la clase alta, "los patricios":

[.] la construcción de una tradición para la nación permitió que la alta sociedad también contara con una, y de modo similar a lo que sucedió en el sinuoso camino de la edificación de la tradición nacional, hubo desplazamientos y reacomodamientos al momento de recuperar el pasado. [.] En una sociedad criolla y culturalmente rústica, las formas de operar la diferenciación pasaron por europeizar los estilos de vida y aficiones. Luego ante el impacto de la inmigración masiva, la importancia simbólica de las tradiciones criollas aumentó (Losada 2008: 324-325).

De este modo, lo histórico, arbitrario y contingente deviene natural al borrar las marcas de construcción de la "antigüedad", ya que la "clase alta" se cargó de un pasado que fue reconfigurándose a lo largo de su historia para que en él entrara el conjunto de "la alta sociedad" (Losada 2008: 326), dado que ella se conformaba por familias de origen diverso. La naturalización de la pertenencia a "la clase alta" se ve favorecida por un vínculo con la tierra, que es percibida como "la cosa natural por excelencia". Los "apellidos tradicionales" están ligados a los estancieros que a fines del siglo XIX hicieron de la tierra su principal y más segura base económica (Hora 2002: XIX). Estos elementos se articulan en una configuración social más amplia, que puede resultar en una mirada nostálgica de estos sectores como a los "nobles a quienes se les pasó el último tranvía" o en recursos que articulan modos de distinción respecto de otras fracciones de las clases dominantes. Por último, quiero recordar que en las luchas por definir qué es la "clase alta", la variable económica es excluida; pertenecer a una "gran familia" no tiene que ver con "tener mucho dinero", me dice Lorenza:

Lucio García Mansilla (sic) es un gran aristócrata, por eso puede actuar de la misma manera con los indios ranqueles que en las cortes de Europa. Ser sencillo es el colmo del refinamiento. Los García Mansilla son aristocráticos aunque no tengan plata. Bueno, tendrían algo, pero menos que las fortunas de fin de siglo. No quita que no sean ricos, no ricos como ahora, no ricos a la 'Pathfinder' o la 'Hummer' como está de moda ahora, pero sí ricos de campos, sí ricos en comparación a la población, estoy segura" (Lorenza Tanoyra Benegas, entrevista realizada en septiembre de 2007).

Que la definición de la clase alta no pueda ser reducida a los criterios económicos enuncia una lucha que se dirime en términos de valores y significados. Expresa la participación de estos sectores en la lucha por la hegemonía. Quiero decir que el hecho de que tener más o menos dinero no sea -en apariencia? un criterio de distinción no nos dice nada acerca de la riqueza objetiva de estos sujetos. Los recursos económicos de las familias tradicionales son diversos. La exclusión de la variable "dinero" expresa, por un lado, la competencia con otras fracciones de la clase dominante que acceden a sus posiciones a través de los bienes materiales. Por otro, se articula con una configuración cultural (Grimson 2011) propia de nuestro país: a diferencia de otros casos nacionales, en los que la presencia de la aristocracia no puede ser soslayada, la sociedad de la cual "las grandes familias" forman parte se ha caracterizado por su fluidez. La "alta sociedad" debió afrontar, desde su conformación, "los desafíos de una sociedad cambiante cuyas jerarquías se veían sensiblemente cuestionadas por los efectos de la movilidad social o por la expansión de la educación o del consumo" (Losada 2008: XXV). Es decir que, desde su conformación, las fronteras sociales de "la clase alta" -como las de todo grupo social? se han debido edificar y recomponer constantemente. La reactualización constante de la "elite aristocrática y afrancesada" ?en respuesta a su pasado y a las singularidades del escenario en que vivía? se vio condicionada por un igualitarismo que hacía que el estilo de vida aristocrático de estas familias pudiera desacreditarlas frente al resto de la sociedad (Losada 2008: XXX). De modo que al mismo tiempo que se veía condicionada por la matriz igualitaria argentina -que promovía la movilidad social y desafiaba los límites de la clase alta? ella contribuía a la reproducción de esa representación -al verse obligada a profesar cierto grado de austeridad a riesgo de perder su legitimidad?. En la lucha por la hegemonía, la acumulación de capital económico intenta ser legitimada a través de una reclamada antigüedad de la riqueza, una actuación destacada en tanto "elite" o una vinculación con la tierra. Al excluir el capital económico de la competencia en la lucha con otras fracciones de las clases dominantes se produce un pasaje de la "dominación económica" a "la dominación simbólica" -es decir, una dominación material pero anclada en representaciones y mentalidades (Piçon y Piçon Charlot 2004)?. Al final de ese proceso, la posición social está mucho más sólidamente fundada10, dada la especificidad del poder simbólico, es decir, la capacidad de los sistemas de sentido para reforzar las relaciones de desigualdad (Bourdieu 1984, 1989). La actuación en la historia nacional y la tierra contribuyen en el mismo sentido. Si "el conflicto del campo"11 traduce la representación compartida por amplios sectores sociales respecto de la hegemonía de este sector, la batalla nunca está ganada: toda relación de hegemonía debe ser constantemente actualizada y nunca se impone completamente. Es por eso que, como desarrollaré en los apartados que siguen, "la familia tradicional" es resultado de un trabajo de constante construcción.

CONSTRUIR LA "FAMILIA TRADICIONAL"

Diego Ortiz de Rosas es genealogista, tiene alrededor de 65 años y su familia forma parte de los 35 grupos agropecuarios más grandes de la provincia de Buenos Aires, es decir, de los que son propietarios de más de 20.000 hectáreas12. Lo contacté porque varios entrevistados me habían mencionado sus libros sobre las familias argentinas. El bibliotecario del Jockey Club de Buenos Aires me acercó ese material como primera instancia para abordar mi investigación. Diego aceptó muy amablemente hablar conmigo. Me citó en la que fuera su casa natal desde principios de siglo en la calle Quintana. Un petit hotel donde ahora funciona la Fundación de los "Ortiz de Rosas", y otros negocios. Entrar allí es tomar conciencia de cómo la memoria familiar se nutre de trazos materiales. No es el primer entrevistado que trabaja o reside en un inmueble que ha pertenecido a alguna rama de la familia después de varias generaciones. Julia, otra mujer a la que conocí a través de este trabajo, vive en un edificio que perteneció a su madre. Ubicado en Parera y Quintana, ella vendió la propiedad a un consorcio, pero conservó tres pisos para ella. En uno vive, los otros los alquila. En el comedor de la casa, Diego me habla de su pasión por la genealogía. Algo que a sus casi setenta años realiza por puro entusiasmo: "uno empieza con la genealogía de su familia, después sigue con la genealogía de sus amigos, después la de los amigos de sus amigos. Todas las familias se van cruzando y van formando redes muy grandes. No se circunscriben a la Capital Federal, sino que empiezan a desparramarse por todo el país". La red familiar, a través de la genealogía, se va transformando en una red social. Es decir, construye un modo de estar relacionados. Otro entrevistado me decía "entre familias tradicionales siempre vamos a hablar y va a haber algo en común. Más o menos en dos minutos de conversación vamos a sacar algo en común, que alguien o que perteneció a algo o que lo vivió de su abuela, algo muy tradicional de acá, o que conocemos a alguien en común, pero algo va a traer, algo me va a decir" (Francisco Escalante Duhau, entrevista realizada en julio de 2008). Muchos abuelos o abuelas son los encargados de mantener vivo este saber, pero en algún momento la generación que sigue debe tomar la posta. En varias ocasiones, las entrevistas se realizaron en espacios donde las paredes estaban cubiertas con cuadros de filiación que más de un entrevistado denominó el "pedigrée" de su familia. Pero más allá del registro escrito de las relaciones familiares en una genealogía, los entrevistados saben situarse y desplazarse en un espacio genealógico que es la prueba ?escrita o no? de una pertenencia a una red de relaciones. Diego se dedicó a publicar sus estudios. Estas pruebas escritas del entramado en que se sitúa cada familia no hacen más que consagrar un estatus adquirido y reconocido por los otros (Le Wita 1988: 137). No obstante, en el interior de las familias, la genealogía circula de manera "innata": todos los entrevistados recuerdan quiénes eran, qué hacían, dónde vivían sus bisabuelos y los padres de estos. El "apellido tradicional" puede venir por el lado paterno o por el materno, o por los dos. Incluso, conocen todos los apellidos de los dos abuelos maternos y de los dos paternos y me hablan de la "rama de mamá" y de la "rama de papá", distinguiendo en el interior "la rama materna de papá" y "la rama paterna de papá". En mis encuentros, "los primos" aparecen una y otra vez como referencia y la familia se presenta como una red de relaciones extendida en la que se abren las ramas y cada miembro de la red conoce a cada una de ellas. De esta forma se va consolidando la idea de que se pertenece a una "gran familia argentina" unida por relaciones de interconocimiento y de interreconocimiento que deben ser reproducidas continuamente. La notoriedad de la "clase alta" reposa sobre la memoria genealógica, es decir, sobre la reconstrucción de los lazos de larga duración entre familias, en que el "apellido" deviene la síntesis de la "valiosa historia" detrás de cada grupo familiar. A través de la memoria genealógica cada sujeto encarna la perennidad de un linaje, habla de sus padres y de sus ancestros. El apellido remite a ellos y a la pertenencia a un grupo. Los miembros de las "familias tradicionales" no están solos: son individuos cuyo nombre evoca una historia, una trayectoria y una red de sujetos. Lo que los distingue es su posición en un entramado de relaciones de filiación y alianza. De esta manera, cada entrevistado se emplaza en una red y es evaluado de acuerdo con ella13. A su vez, las "familias tradicionales" no se forman jamás aisladamente: "La familia" es una trama de sujetos interrelacionados emplazada en una "red de familias". Esos "lazos familiares" ?signo social distintivo? destacan la base relacional del acceso a este grupo social, aun con sus jerarquías y rivalidades (entre ellas y en su interior). Como senala Ortiz de Rosas, las redes familiares se inscriben sobre la escena local, pero también trascienden las provincias e incluso el espacio nacional. Esto otorga un carácter cosmopolita a estas familias, que tiene que ver con la experiencia de estar relacionado afectiva y familiarmente con la escena internacional. Se pertenece a un grupo social por "la familia", pero cada generación, iluminada por su antecesora, debe mantener su estatus adquirido (LeWita 1988). Como senala Abéles (1989) en su estudio sobre la relación entre candidatos políticos y parentesco, poseer un nombre te hace elegible pero no asegura ser elegido. Podemos decir que tener un apellido tradicional te hace acreedor de cierto estatus, pero que éste debe ser refrendado por cada nueva generación. El apellido no asegura el éxito, sino que es un recurso -no es lo mismo no tenerlo? que debe ser puesto a participar en la competencia por la posición social. La red familiar es una red dinámica y fluida que permite situar a los sujetos en referencia a un tejido relacional que no tiene la consistencia de una organización estructurada, sino que se trata más bien de lazos que se trazan en referencia a valores compartidos, a un modo de vida, a ciertos códigos (Abéles 1989; Le Wita 1988). Implican la flexibilidad de ubicarse en un punto u otro y la multipertenencia familiar. Diego me decía que, además de pertenecer a la rama del apellido de su padre: "yo pertenezco a otro grupo familiar, vale decir, hay otra familia a la cual accedo por matrimonio de un hermano de papá". La casa donde transcurrieron los encuentros con él y con su hija perteneció a su tía y la fundación que allí trabaja lleva ese apellido. La memoria genealógica que relatan los entrevistados no es toda la memoria familiar, sino que pasa necesariamente por una reapropiación individual. Toda historia familiar es individual y singular, se crea y se actualiza de acuerdo con las necesidades del presente y aparece como una construcción para el futuro de las nuevas generaciones: "Yo trabajo para los chicos, no me interesan los grandes. Yo trato de solucionarles la biografía a los chicos", dice Diego. La memoria familiar es producto de una creación, de una invención de una tradición y un intento de transmisión del linaje tradicional. Es decir que, al mismo tiempo que procura constituirse en un capital para el futuro en la institución de un modo de transmisión del apellido, es un recurso para el presente en cuanto en el seno del proceso de fabricación de la tradición se halla el trabajo de afirmación de una "identidad de clase alta" (Zalio 1999). Y destaco "el trabajo" que realizan los sujetos para formar "la clase alta". Como me senaló una maestra de un colegio al que van los hijos de algunos de los entrevistados: "es un trabajo que yo no haría, demanda mucho esfuerzo, las madres están todo el día llevando a los hijos de acá para allá, a los primos, viven para eso, siempre de punta en blanco". Es un trabajo que yo sentía muchas veces de modos agobiantes en las entrevistas. Es decir que, partiendo de las trayectorias de cada uno de los entrevistados, encontré un "trabajo de formación de la clase alta" como un proceso activo, constante, material y simbólico, de formación de "las grandes familias". A diferencia de otras investigaciones que toman como unidad de análisis a "la familia", esta investigación partió de los individuos y encontró un compromiso continuo de construcción del valor de esa unidad familiar (Bourdieu 1994; Cragnolino 2001). El conocimiento genealógico es uno de los medios necesarios a través de los cuales se sostienen "las grandes familias". Ese proceso de reconstrucción de la memoria familiar articula dos dimensiones. Por un lado, los lazos de parentesco son un vector de transmisión de los bienes más importantes: prestigio, relaciones, buena reputación, redes políticas, una "larga tradición" y construcción de relaciones de poder que derivan de un capital que no es (sólo) económico. Por otra parte, vincula a las "familias tradicionales" con los "padres de la patria" y con un destino público de sus integrantes, es decir que ellas pueden describir parte de la historia política o económica de nuestro país. Los criterios de distinción de "la clase alta" quedan articulados en la genealogía familiar de manera acabada y segura, semejando el objeto de una definición no problemática al arraigar la frontera del grupo en la "naturaleza" y al asociar "la sangre y la tierra" a una "tradición" (Latour 2008). Dicho de otro modo, los entrevistados construyen una categoría de identificación sobre la base de una ficción de continuidad que viene dada por lo biológico, a través de la sangre. Se subraya la prolongación del pasado en el presente y su continuidad en el futuro, como si la legitimidad de los representantes actuales se asegurase a través de la continuidad biológica invariable. Por un lado, estas explicaciones remiten a viejos postulados que encuentran en la biología las razones de la desigualdad. El éxito de la genealogía se apoya en la misma operación que aquellas explicaciones que en los años cincuenta encontraban en lo biológico la causa básica del comportamiento humano (Menéndez 2002, en Neufeld 2005). Esta "identidad esencial"14 asociada a la herencia y al origen biológico, "racializa" la desigualdad; es decir, construye una relación entre superiores e inferiores en nombre de pretendidas diferencias biológicas (Neufeld 2005). Se unifica, o sea, se homologa a toda "la clase alta" en la genealogía y se produce una relación de causalidad no burdamente racial, sino supuestamente fisiológica y, por lo tanto, "científica" (Thisted 2010: 19). Estos discursos encuentran toda su potencia en las relaciones de poder que ayudan a construir. En segundo lugar, esa "identidad esencial" produce el olvido y borra el trabajo histórico que implicó la conformación de ese grupo social como tal y sus heterogeneidades internas. Sin embargo, al mismo tiempo que incorporan estas narraciones como parte de la "herencia natural" de la familia, la "marca" del apellido radica en su capacidad de condensar una serie de sentidos vinculados a una "actuación destacada". La trama relacional va construyendo un espacio de posiciones en la que los lazos de parentesco se ligan en la red de memorias genealógicas alrededor de los familiares "destacables" o "meritorios". La jerarquía de la posición de cada "apellido" dentro de esta red de relaciones significativa depende de los familiares "notables" que se puedan contar dentro del grupo de parentesco. Apoyados en sentidos históricos que los veneran como la poderosa elite ?económicamente dinámica y socialmente prestigiosa? de fines del siglo XIX, la construcción de genealogías asocia a estas familias con "los padres fundadores de la patria". El vínculo con la historia nacional, el haber "hecho" la patria, es uno de los sentidos esgrimidos para mantener esa ficción de superioridad y se apoya en otro principio de distinción moderno: el mérito. Los "patricios" "merecen" reconocimiento por haber "hecho la patria". Es decir que al apellido, a la marca natural, se le yuxtapone la marca del mérito personal. Naturaleza y mérito están imbricados. La potencialidad del mérito radica en que procesa la incorporación de nuevos miembros al grupo social. La clase alta está condenada a la apertura, aun cuando su puerta de entrada sea estrecha. Es decir que el mérito y el talento serían la puerta de "emergencia". Diego indica que para formar una familia tradicional hacen falta tres generaciones: abuelo, padre e hijo.

Para conformar o armar o empezar una familia tradicional, es decir, mi bisabuela Mercedes Guerrico de Bunge decía que para cada hombre talentoso siempre había una chica hija de familia bien esperándolo. Vale decir que mucho más importante que el dinero era el talento. Por eso los argentinos nunca quisieron ser realmente ricos como fueron en EE.UU. o Europa. Es decir, se conformaban con el talento, esencialmente lo que valía era la inteligencia. La gran afluencia inmigratoria lógicamente hace cambiar un poco los valores, pero ese trenzado entre el interior, entre el propio interior, es decir, entre tucumanos y cordobeses y riojanos y correntinos se produce acá y entonces, ese enmaranado familiar, ?en qué termina?, bueno, termina en el ser nacional que incorpora todo, que incorpora a los irlandeses, que incorpora a los judíos, que incorpora a los italianos, que incorpora a todo el mundo; siempre hay ciertas discriminaciones en algún momento dado de la historia. Pero yo te diría, sí, que el talento siempre se impone (Diego Ortiz de Rosas, entrevista realizada en junio de 2008).

El talento siempre se impone, senala Diego, por sobre todas las cosas, como el vector que permite incorporar a nuevos miembros al grupo, sea la inmigración o sean los "nuevos ricos". El talento marca la puerta de entrada a las "grandes familias" y sustenta su base de legitimación, no en el dinero, sino en el mérito personal. Pero los hombres talentosos -nótese el género utilizado? lo son, en tanto hicieron fortuna. Aunque quede excluida a nivel discursivo, la riqueza que produce es la vara con la que se mide el talento. Diego cuenta:

Acá tenés familias de origen judío sin ningún problema. Sí, pero yo te diría que por encima de todo está el orgullo que uno siente porque algunos de esos miembros sean argentinos, es decir yo agarro a los Pavlosky, los Pavlosky son judíos de Rusia (sic), pero fueron los más grandes hematólogos de la tierra y son argentinos, entonces ya no me olvidé del judío, la generación de mi padre, es decir, Alejandro. Más reciente, es decir, el presidente de la Academia de Medicina. Realmente del más alto nivel lograron cinco académicos en una generación; entonces vos decís ?es importante de dónde vienen? No, lo importante es lo que hicieron acá y hoy es una familia tradicional; ?por qué? Y. porque sus miembros se casaron con todas las familias tradicionales y ya son una familia tradicional. Ya están anclados. Es decir, por eso te decía yo hoy la importancia del talento. Es decir, cualquier persona que se destaque siempre va a encontrar una chica de buena familia dispuesta a casarse con él (Diego Ortiz de Rosas, entrevista realizada en junio de 2008).

De esta manera, el grupo de los apellidos puede ir renovándose con hombres meritorios, pero la actuación destacada queda subsumida a la reproducción de los códigos detrás del apellido, porque de lo contrario el mérito se banaliza, es decir, deja en evidencia la fortuna que lleva asociada. Incluso, ese estilo de vida es lo único que protege frente a la movilidad social descendente, porque resguarda en la movilidad ascendente también.

Mantener los lazos familiares activos

La familia se crea y se recrea, ello exige un trabajo que debe tomar alguno de sus integrantes. Mantener buenas relaciones entre los miembros es muy importante para conservarla unida. Su integración y armonía son cruciales, ya que a través de ella se transmite el prestigio, pero también el capital económico del que muchas veces depende la subsistencia material del grupo de parentesco. Las narrativas del origen familiar crean "la gran familia" y procuran darle coherencia y estabilidad. Esos relatos tienen un lugar central en la construcción y el mantenimiento de lazos afectivos. Además, la igualdad que crean esas historias permite también ocultar las eventuales divergencias de la evolución social de las diferentes ramas de la familia. Horacio Santillán Güemes15 tiene sesenta años, es un gran productor agropecuario, su familia ha participado del desarrollo de una importante ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires. Me cuenta que:

El primer Santillán que vino tendría alrededor de diez años. Su padre, antes de partir de Espana le hizo jurar que iba a levantar el honor y la fortuna de la familia y se pegó un tiro en la frente, delante del chico. El chico fue a parar a un orfelinato y se escapó [.] tenemos la llave en la familia de la puerta del orfanato de donde él se escapó, aparentemente con la complicidad del jefe, y bueno, se metió en un barco de polizón. Lo descubre el capitán de barco ya en alta mar el barco. Yo digo graciosamente que lamentablemente vino a la Argentina y no a Estados Unidos. Lo vendieron como esclavo para pagar el viaje y demás. Hay varios libros. Cuando el primer Santillán llegó, la familia de mamá era poderosa. Era una de las familias más poderosas de acá. [.] Pedro Primero ?nosotros lo llamamos Pedro Primero? mandó todos sus hijos a educar a Europa. Después volvieron todos acá. Pero para él, el tema educación era importante y el tema salud. Casó a todos sus hijos bien. Con lo cual acabó armando una posición política, económica y social muy buena. Porque en aquel entonces tampoco había tanto desarrollo de nada. Pensá que él estaba en la frontera con el indio (Horacio Santillán Güemes, entrevista realizada en mayo de 2008).

Las historias familiares, llenas de relatos épicos y de parientes que viven situaciones límite y heroicas son parte de un trabajo de constitución simbólica que no tiene finalidad económica inmediata. Poniendo un velo sobre el origen de la fortuna familiar, estos relatos justifican el estatus de "Gran familia" por la puesta en escena de valores y tradiciones que articulan lazos de parentesco con el destino de ciudades o el país. Esas historias contribuyen a fijar la "identidad" de la familia en un origen antiguo, casi mitológico (Zalio 1999). La narración de origen insiste, además, en el trabajo de constitución de un fundador de la fortuna familiar. La historia de Horacio liga al personaje emblemático elegido como ancestro, Pedro I y, al mismo tiempo, a la familia que proviene de él, a valores tradicionales y a una notabilidad antigua. El relato se centra sobre la construcción de "la familia" al contar la historia del grupo, al afirmar su continuidad y su integración y al crear imágenes simbólicamente fuertes del linaje familiar (Zalio 1999). Para escribir o relatar una historia tiene que existir el sentimiento de que hay algo que contar. Ese sentimiento se construye y se transmite de generación en generación. Se trata de dar a los miembros de la familia ejemplos a seguir y de consolidar el sentimiento de pertenencia. La historia del pasado está al servicio del presente y del futuro. La búsqueda de un pasado lejano, el recuerdo de la historia de un ancestro común de referencia para el grupo familiar y el mantenimiento de una cohesión presente son recorridos inseparables (Zalio 1999: 162). Pero el trabajo de mantener los lazos activos no se reduce a la creación de relatos, sino que involucra compartir juntos un tiempo en la vida cotidiana. Como ya he mencionado, las abuelas tienen un rol central en el mantenimiento de las relaciones familiares activas. Ese trabajo que realizan las abuelas se multiplica en encuentros de toda la familia en el campo, aniversarios de alguno de sus miembros, entre muchos otros, logrando reproducir los lazos de interconocimiento entre los integrantes del clan y las relaciones que a su vez cada uno de ellos construye. Si bien hay excepciones, siempre hay algún pariente que se encarga del reclutamiento. Ese trabajo se delega mayormente en las mujeres. A su vez, los vínculos matrimoniales han sido desde siempre el principal vaso comunicante entre las grandes familias. Losada senala que, a principios de siglo, el entrelazamiento mediante el matrimonio fue un medio fundamental para que ella cobrara forma como grupo (Losada 2008: 30). Hoy las relaciones de alianza entre las distintas familias siguen siendo habituales. A lo largo del trabajo de campo pude ir siguiendo esta red de lazos que unen a una familia con otra porque un entrevistado me recomendaba con su tío o su primo, también perteneciente a otra familia tradicional. Si la endogamia de este grupo llama la atención, coincido con Losada cuando senala que el comportamiento endogámico o exogámico depende del periodo en que se concentre el análisis. A principios de siglo, senala el historiador, la endogamia se talló sobre exogamias previas (Losada 2008). En la actualidad ?como medirá un entrevistado más adelante? los jóvenes tienen mucha más libertad para casarse con quien quieran. Imposible de eludir, el trabajo de integrar a la familia en una unidad armónica que absorba los conflictos no puede separarse de sus implicancias en la reproducción de los medios económicos del grupo de parentesco. Marcos Ayersa16 pertenece a una de las 35 familias con más tierras en la provincia de Buenos Aires. Me dice entre risas que él "tiene todos los arbolitos. Por donde mires, hay un apellido". Participa activamente de la reconstrucción de la genealogía familiar. Ayudó a su cunado, que es historiador y se dedica al tema, y colaboró con el libro de Diego. Es abogado de un famoso estudio, que lleva el apellido de sus primos, y dueno, junto con otros parientes, de un campo de más de 3000 hectáreas ubicado en la región pampeana. Marcos pone en palabras el hecho de que toda empresa familiar depende del desarrollo, entre los miembros de la familia, de los sentimientos y los deseos que los motiven a llevar adelante la empresa familiar (Yanagisako 2002).

Hoy nosotros mantenemos el campo unido por una cuestión productiva, porque si el campo se divide tenés que tener tres camionetas. Todo multiplicado por cada uno de los hijos. Y es mucho más racional manejarlo, pero también depende muchísimo de lo que decimos los abogados, el afectius societatis, el factor societario, las ganas que tenés de estar juntos [.]. Depende del liderazgo de alguno de la familia, porque se generan ?como en cualquier sociedad? disputas, y las sociedades familiares a veces. es complicado. El ejemplo de una disputa muy fuerte porque cuando era chiquito tu hermano se agarró el soldadito más grande y vos estás con la vena porque se quedó con el soldadito. A veces se pierde la visión del negocio en algunos casos. Entonces uno ve más lo que se puede retirar de la explotación más que de la explotación del negocio, entonces pone en peligro la explotación, o distintas visiones, uno dice tal cosa, pongamos vacas, otro dice pongamos ovejas (Marcos Ayersa, entrevista realizada en julio de 2008).

Los sentimientos y deseos necesarios para mantener la integración familiar se forman en la vida cotidiana. A su vez, según senalan otros entrevistados, mayormente se construyen a través de prácticas diarias en el seno del grupo familiar. Como senala Bourdieu (1994) ese universo, en el que aparentemente están suspendidas las leyes originarias del mundo económico y que toma modelos ideales de relaciones humanas, aparece como la más natural de las categorías sociales. La familia es el producto de un verdadero trabajo de institución con vistas a fundar en forma duradera los sentimientos adecuados para asegurar la integración que es condición de su existencia. La genealogía, las tradiciones escolares, el hecho de habitar los mismos espacios o de reunirse en el campo de la abuela forman parte del trabajo por instituir el valor de la unidad familiar. Las fuerzas que impulsan a la fusión familiar, es decir, a identificar los intereses particulares de cada individuo con los intereses colectivos de la familia (Bourdieu 1994), no siempre son eficaces. Eso es lo que senala Marcos. Y además dependen de las relaciones de poder en el interior de la unidad doméstica. Esto varía de acuerdo con el género de cada uno de los integrantes del grupo familiar. Los discursos respecto del trabajo simbólico y práctico que le corresponden a cada uno cambian de acuerdo con procesos culturales históricos. La unidad familiar es un ideal, una representación intencional, que busca garantizar la solidaridad entre sus miembros y, así, asegurar la continuidad del emprendimiento colectivo. En ese mismo sentido, la "familia tradicional" no es un conjunto armónico e indiferenciado de individuos. Por el contrario, se distinguen en su interior relaciones de poder y posiciones diferentes según el género, la edad, la posición ordinal en la familia y grado de parentesco (Cragnolino 2001). A partir de estas diferencias es posible pensar la cooperación, pero también el conflicto como parte crucial de los procesos dinámicos de producción y reproducción social (Cragnolino 2001; Rockwell 2009; Yanagisako 2002). Horacio Santillán Güemes dice que tampoco son "las carmelitas descalzas":

La tía soltera vivía en Espana, donde hay todo un tema de mayorazgo, entonces esta tía les deja sus propiedades, en teoría, a mi abuelo. Como mi abuelo había muerto, a los hijos de mi abuelo. Una de las propiedades que tenía era aquel escritorio de toda la familia. Nadie pagaba las expensas, toda la familia entera estaba en ese edificio viejo. Papá y sus hermanos heredan eso y primero arman una reunión entre ellos y reparten todo lo que estaba dentro del escritorio y ponen unos pesitos para el mantenimiento. Entonces algunos tíos mayores, ofendidos, se retiraron. No volvieron nunca más. !Cómo este sobrino me va a venir a pedir un alquiler! (Horacio Santillán Güemes, entrevista realizada en julio de 2008).

Los conflictos en el seno de las familias de la burguesía, como muestra Yanagisako (2002), son parte esencial en la reproducción del capital. Las traiciones y la desconfianza, senala la autora, son sentimientos necesarios para la fragmentación de la economía doméstica con vistas a la diversificación del capital y su expansión. Más que pensar la confianza y la traición como compromisos morales contrastantes y como formas de acción social que llevan, por un lado, a la solidaridad de la familia y, por el otro, a la ruptura de esa reciprocidad, Yanagisako reconoce a ambos sentimientos como aspectos integrales del continuo proceso de generación y regeneración de proyectos familiares y de la economía capitalista en general: "la noción de que la confianza genera la familia, mientras que la traición la destruye, surge de un relato moral de la acción humana" que oscurece los procesos a través de los cuales se crean y recrean nuevas y viejas lealtades (Yanagisako 2002: 144).

LA POSIBILIDAD DE DESCLASARSE

Aunque no fueron mayoría, a lo largo del trabajo de campo fui conociendo a miembros de "familias tradicionales" que se "desclasaron". El "desclasamiento" implica una ruptura muy fuerte en las trayectorias de los sujetos y conlleva una decisión personal a la que se asocia una férrea voluntad. Esto, que dicho así suena extrano, se debe a que, justamente, los sentidos que condensan los apellidos no pueden ser borrados fácilmente. Por eso la madre de una de las primeras mujeres desclasadas que conocí le dijo "una hija mía jamás va a dejar de pertenecer". El apellido se lleva de por vida y su marca no desaparece completamente. Además, como la distinción no se asocia con el dinero, la movilidad social descendente no significa dejar de estar incluido en una "familia tradicional". Pero fundamentalmente, "desclasarse" implica dejar de hacer el trabajo que describí en el apartado anterior. Lógicamente, la reproducción completa de todos los miembros del grupo de parentesco nunca se produce de forma acabada. En cada una de las familias, los distintos miembros transitan por una diversidad de trayectorias de clase. Muchas veces, los parientes mejor posicionados colaboran con los que tuvieron menos fortuna. Y, como mostré con respecto a la administración de la propiedad agropecuaria, a veces un miembro de la familia se ocupa de sostener al resto. Es por eso que, si se mantienen los mismos círculos de sociabilidad, determinados comportamientos y los casamientos, se puede seguir perteneciendo a la clase alta aunque "no se posea dinero"17. Ahora bien, el valor del apellido, o de esa rama de la familia, disminuye. Recordemos que cada nueva generación debe refrendar el valor del apellido: no hacerlo tiene su precio. Por todo esto, los casos de "desclasamiento" que encontré implicaban una ruptura con el mundo cotidiano de la familia. Están quienes son críticos de las costumbres de su "clase social" pero que al final se "reconcilian con ella" (Gessaghi 2011a). Hay otros, la mayoría mujeres, que deciden cortar los vínculos que los unen a la familia, esto es: casarse con alguien de clase media, vivir en un barrio distinto a Recoleta o Barrio Norte y enviar a sus hijos a "escuelas de clase media". En todos los casos de los que tuve conocimiento a lo largo del trabajo de campo, encontré que estas rupturas con los lugares de origen se producían a partir de la experiencia de la dictadura militar de los setenta. Muchas entrevistadas en esos años se acercaron a participar de los grupos católicos ligados a la corriente de curas para el Tercer Mundo que tenían su base en Recoleta. Recordemos que uno de sus representantes más conocidos, el Padre Mugica, asesinado en 1974, trabajaba en esa zona. Julia comenzó a trabajar con él en la Villa 31 y convocó a sus amigas del colegio Recoleta 1 para que la acompanaran. Amalia y Helena se le sumaron. Helena ya estaba yendo, con su hermano y su hermana menor, a los debates que se realizaban en el colegio Santa María 1. Allí, las "monjas paquetas" estaban comprometidas con la militancia de esos años. De hecho, al final de la historia el colegio cerró, no sin antes haber experimentado un éxodo de alumnas horrorizadas ante la prédica de las religiosas. El hermano de Helena comenzó a militar en el ERP, fue preso y asesinado en Trelew. Su hermana menor dejó de participar por órdenes de su madre. Helena, junto con Amalia y Julia se involucraron en la Juventud Peronista y en los "campamentos obreros". Allí las tres conocieron a sus maridos. Excepto el cónyuge de Julia, que venía también de una familia tradicional, los otros dos pertenecían a la clase media. Así comenzó el desclasamiento de Helena y Amalia. Es esta última la que rememora todo ese proceso con más virulencia. La Universidad de Buenos Aires fue, igualmente, un espacio de encuentro con los otros, que muchas veces implicó reorientaciones en las posiciones sociales. Amalia cuenta que "ir a estudiar con una companera que vivía en Ramos Mejía era más o menos como si me fuera. era otro mundo, me cargaban por la manera de hablar, que me daba vergüenza. Me acuerdo que vino la crisis de Onganía, se cerraron todos los ingenios en Tucumán. Imaginate, todos hablando de los patrones y yo ocultando que mi familia tenía un ingenio". Esa fue su primera salida de las cuatro cuadras a la redonda de donde había nacido. Hasta los dieciocho años, Amalia había vivido entre Posadas, Avenida Santa Fe y Callao "porque Azcuénaga ya era cache". "En la facultad entran las ideas", dice Amalia, "en los cierres de los ingenios, otro mundo, el comunismo no era un cuco, la izquierda, la oligarquía, todo una clase ideal. De ahí me voy a vivir a la villa a Mendoza. Pero eso duró un ano y en ese ano entro en la guerrilla y después entonces ya me distancio de ese grupo. Vivo un ano sola y lo conozco a mi marido, después viene la militancia". Más que la militancia, Amalia cree que lo que la marcó más particularmente fue la experiencia del "desclasamiento": "mi militancia fueron tres o cuatro años, por suerte no tuve, no milité en nada que sea armado sino en un grupo de otro tipo que, si bien estábamos bien metidos y después corriendo por todos lados y bueno, así que lo que más me marcó fue haberme, cosa que lo valoro como un crecimiento, haber podido salir de Barrio Norte". Me explica que sus hermanas no son desclasadas porque "no lo eligieron" y senala esta dimensión de la voluntad de dejar de pertenecer a este grupo social. Amalia reflexiona sobre el tema, duda, me dice que como están casadas con hombres con "apellido" no están afuera. Pero, matiza, "en la práctica un poco desclasadas han sido porque cuando vos dejás de tener los recursos, porque algo tenés que tener, se produce como un desclasamiento". Trata de poner en palabras la complejidad del proceso: podés pertenecer si te seguís moviendo en un determinado círculo, ello no requiere tener muchos recursos pero "a la larga, algo tenés que tener". Su hermano Alberto sigue "perteneciendo" porque "es el presidente del Tenis en el Club Argentino, mi otro hermano, el mayor, tiene su mujer que pertenece, que son de la consignataria, mi hermano siguió con el Jockey Club, siguió con esto, siguió con el otro, sigue con sus amigos tradicionales". Ellos fomentan los círculos de sociabilidad de la "clase alta" y, con más o menos recursos económicos, siguen siendo parte. Su hermana "Agustina, la que se hizo pobre en Tucumán" sigue perteneciendo porque, como dice su madre, "Agustina es pobre pero digna, pobre pero digna". Amalia se enoja, dice que la dignidad de su hermana pasa por no quejarse ni mostrarle a nadie su pobreza. Las mujeres que se "desclasaron" dejaron de realizar o ser parte del trabajo de reclutamiento para pertenecer a la "clase alta" que describí en los apartados anteriores. Quiero dejar senaladas algunas cuestiones que revisten especial interés. La primera es que estos procesos ocurren a partir de sus propias tradiciones formativas: estas rupturas pueden producirse desde movimientos que tienen lugar en el interior de la iglesia católica. En segundo lugar, me parece sugestivo que los "desclasamientos" estén asociados a situaciones como la dictadura, creo que esto habla de la violencia necesaria para producir estas fracturas. Finalmente, no me encontré en el trabajo de campo con hombres desclasados. Ello puede deberse a que la formación religiosa está más presente en las experiencias educativas de las mujeres. Sin embargo, sospecho que puede tener que ver con la aceptación diferente respecto del grupo a los desclasamientos según el género. Dado que mi modo de acceder a los sujetos es por recomendación de unos a otros, es llamativo que nunca me hayan puesto en contacto con ningún desclasado. Tal vez estos últimos sean menos aceptados. No lo sé, son cuestiones a seguir explorando.

EL APELLIDO HOY: ABRE PUERTAS

"Esa oligarquía de mi madre tenía una entidad hasta numérica, hasta geográfica, hasta social, era como, por ejemplo los bolivianos del Bajo Flores. Era una entidad, yo creo que eso se ha diluido", dice Amalia, y expresa los desafíos de esa clase en la actualidad: enfrentarse con un mundo que cambió sus coordenadas en cuanto a la expansión de los sectores medios. Coincidentemente, Diego Ortiz de Rosas se queja con gracia de que "sus hijos no tienen apellido": "mis chicos se llaman Tito, Alberto, Gonzalo, Maruca, no sé qué, no tienen apellido, no tienen apellido. Ya no se llaman más Pérez, González, Álvarez o Sánchez pero el tema mayor son, es un tema de cifras". Sin embargo "las grandes familias", desde su conformación como grupo más o menos estable, entre 1880 y 1920, siempre han debido enfrentarse a una sociedad en permanente cambio. Como mencioné más arriba, la reconstrucción de un pasado que las incluyera como artífices de los destinos de la nación, primero, y la recuperación de un pasado criollo después, fueron respuestas en los distintos momentos al enfrentamiento con los "advenedizos". Pero la "clase alta" no logró nunca el cierre sobre sí misma, excepto en la Belle époque, como reconstruye Losada (2008). Y, justamente, su cierre tenía que ver con su debilidad y su temor ante el aluvión inmigratorio que, con la expansión de la sociedad de masas, comenzó a dejar de tenerla como referencia. Pero ya he dicho que el imaginario igualitario de nuestro país y la falta de jerarquías consolidadas obligaron a estos sectores a construir sus espacios de distinción de manera continua y manteniendo cierto nivel de apertura social, a riesgo de socavar los criterios legítimos de su posición social. En la actualidad, muchos entrevistados condenan el "cierre" excesivo y la reclusión en "una burbuja". Sin embargo, esto no es nuevo. Losada recoge de los escritos de Herrera Vegas la percepción de que avanzado el siglo XX, en el Colón por ejemplo, "uno no conoce a casi nadie". Para las expectativas de la época, dice el historiador, la restricción de los círculos sociales de la "alta sociedad" era insuficiente (Losada 2008: 317). Sostener la pretensión de que los intereses de la clase alta son los intereses de toda la nación y legitimar así una posición diferencial implica la imposibilidad de recluirse completamente en el propio mundo. Ya para ese momento Losada senala:

"[.] si la alta sociedad se ensimismaba y le daba la espalda a la realidad que la circundaba detrás de un coto cerrado, el precio a pagar era un aislamiento que la volvería ilegítima o irrelevante, no sólo porque carecía de la prosapia nobiliaria o aristocrática de las de Paris o Viena sino, más aún, porque en la burguesa e igualitaria sociedad de Buenos Aires la posición social no podía revalidarse por el "azar del nacimiento", sino por el mérito (Losada 2008: 318).

Las marcas de invisibilidad, hermetismo y ocultamiento son signos de debilidad y retirada más que de fortaleza. Esto es algo que han aprendido bien los entrevistados a través de la experiencia histórica. Aquellos en una mejor posición social no dudan en denostar a los "brutos" aún con apellido que "no salen de su propio mundo". En la actualidad es condición de distinción "mimetizarse", como dice Adi, una entrevistada, "ser entremezclable": es decir, "no ser snob y advertir dónde empieza y dónde termina tu pequeno mundo". Si los códigos de "la clase alta" pueden ser adquiridos por los "nuevos" -aunque no por la primera generación, sino por la segunda? también la "clase alta" hoy, para conservar su "distinción" debe "mimetizarse" y hacerse pequena entre el resto de los mortales, es decir, incorporar la diferencia como propia, en el marco de la lucha por la hegemonía. "Tener apellido hoy" es tener espalda. Permite conferir a los miembros de la familia la protección de los lazos sociales, que pueden ser ?según las necesidades del momento? movilizados entre otros tantos recursos "identitarios", para reducir la incertidumbre. No sólo los parientes son un capital social ?que permite a las familias contar con diferentes registros de proximidad a ser utilizados? sino que el apellido deviene un capital simbólico que es un recurso entre muchos otros (Zalio 1999). Diego alerta sobre los cambios en la composición de la clase alta producidos durante el menemismo: "surgieron empresarios como hongos de la noche a la manana, la corruptela en todos los niveles hizo que aparecieran fortunas nuevas. Inimaginables, porque no son de dos pesos, son de muchos millones, pero sin sustento, sin refinamiento, entonces viajaban por viajar. Compramos autos por comprar [.] todo ese tipo de cosas que es vamos a decir la fachada de algo que no tiene mucha espalda, ?no?". Explica el valor simbólico que mantiene el apellido en la construcción de la distinción respecto de "los nuevos ricos de los noventa":

El apellido sí tiene algo de importancia. Hay espalda, sobre todo ?sabés qué hay?, hay formación moral, hay principios. El arribista arribó por no tener principios. Ese es un poquito el tema, es decir son fortunas viejas las que te hacen sentir tranquilo, fortunas nuevas y tengo que mostrarlas, qué sé yo. Se casa con una mujer, entonces la mujer se opera desde la frente hasta el talón y va y la muestra y se pone una polaina encima de ella para mostrarse con todo lo que le puse encima la tengo que mostrar, y bueno, es un poco así y él también, traje de seda italiano [.] (Diego Ortiz de Rosas, entrevista realizada en junio de 2008).

El apellido sigue siendo, para estas familias, lo que los distingue de los "nuevos empresarios", quienes quienes hicieron fortuna en los últimos años. Una forma de enfrentarse nuevamente con la fluidez constante de nuestra sociedad frente a la cual "la clase alta" no permanece inmune. Es la marca que confiere antigüedad y legitimidad a la fortuna. Ella da "espalda", sostén. Como abordé en otros trabajos (Gessaghi 2011b), aquellos que, dentro de la "clase alta", pueden conjugar apellido y "hacer dinero" son los que están mejor posicionados para disputar la legitimidad de su "distinción".

REFLEXIONES FINALES

A lo largo de este artículo quise dar cuenta de cómo me sorprendió la vigencia de la "clase alta" en tanto categoría social en mi trabajo de campo. Esto permitió describir el "trabajo de formación de la clase alta" como un proceso activo que debe tanto a la acción como al condicionamiento. Espero haber mostrado cómo la "clase alta" se construye como relación histórica, como parte de un proceso fluido, en el que se hace a sí misma tanto como es hecha por otros. En este sentido, podemos decir que "la clase alta" es un proceso relacional, y que no es posible pensarla en términos de posiciones en estratos o en tanto entidades que preceden a los sujetos. Los sujetos producen "la clase alta" a través de sus prácticas y de su experiencia, y no al revés (Thompson 1984). Se analizó también "el trabajo" que implica el proceso de producción de "las familias tradicionales", los "voceros" involucrados y las tensiones que implica la tarea constante de reelaboración de la condición distinguida de "la clase alta". El esfuerzo histórico necesario para construir esta representación es olvidado y semeja una definición no problemática. Sin embargo, la familia se crea y se recrea involucrando a sus miembros de distinta manera, según relaciones de género, edad y de poder en su interior. A su vez se senaló que la "clase alta" se ha visto siempre imposibilitada de construir una casta de nobles cuyos privilegios se sustentan en el nacimiento. Si bien estos intentos han sido fructíferos, su éxito nunca fue completo ni acabado. Apellido, es decir, parentesco y nacimiento, siempre debió articularse con principios de distinción ligados a la meritocracia. Por último, se destacó la creciente necesidad de los entrevistados de "mimetizarse" o "entremezclarse" para reafirmar su "distinción". Se subrayó que esto no es nuevo, sino que forma parte de las tensiones que una sociedad sin jerarquías estables, como la Argentina, le impone a este grupo social. El artículo pone en cuestión una visión hegemónica acerca de los sectores dominantes que los presentan con intereses homogéneos y como agentes racionales y autónomos. En ese mismo sentido, la "familia tradicional" no es un conjunto armónico e indiferenciado de individuos. Por el contrario, distinguimos en su interior relaciones de poder, que permiten pensar la cooperación pero también el conflicto como parte crucial de los procesos dinámicos de producción y reproducción social. El trabajo describió, también, el uso de discursos acerca del parentesco como vectores de legitimidad en la construcción de la posición social. Lo que distingue a los miembros de las "familias tradicionales" es su posición en un entramado de relaciones de filiación y alianza. El hecho de ser "familias con una tradición" legitima la continuidad de su distinción social que, al encubrir su base de reproducción material detrás de la producción de un capital simbólico, los separa y los diferencia en la lucha con otras fracciones de las clases dominantes. El parentesco es un vector de transmisión de los bienes más importantes: capital económico, prestigio, relaciones, buena reputación, redes políticas, una "larga tradición". Su poder deriva de un capital que, al no reducirse a lo económico, les permite disputar posiciones de privilegio y legitimarlas en una configuración cultural específica. Retomando una línea de estudios antropológicos que analiza el uso de determinadas metáforas del parentesco como vector de legitimidad del acceso a algunas posiciones sociales (Abéles 1989, 2005; Pedroso de Lima 2009; Yanagisako 2002; Zalio 1999), esta investigación reafirma la importancia de incluir las relaciones de parentesco en el análisis de la acción capitalista y la centralidad de las relaciones interpersonales y familiares en la producción de las actividades económicas. Esto implica la imposibilidad de separar las esferas del parentesco y de la economía en tanto parte crucial de las relaciones sociales a través de las cuales se produce y reproduce el sistema capitalista.

NOTAS

1.- El estudio acerca de las elites en los siglos XIX y XX es muy vasto en Argentina y en América Latina, e integra abordajes teóricos disímiles. Para una revisión bibliográfica se sugiere consultar Gessaghi (2011b). Cfr. también: Aspiazu et al. (1986); Birle et al. (2007); Botana (1994); De Imaz (1964); Halperín Donghi (1972); Miceli (2001), Portantiero (1973); Sábato (1991); Svampa (2001), entre muchos otros.

2.-Aunque subjetivas, una vez que se vuelven exitosas deben considerarse parte de las prácticas de las personas; es decir, afectan concretamente la vida de los sujetos, potencian en ciertas direcciones y limitan en otras la imaginación social acerca de los modos de actuar, percibir y significar (Grimson 2011).

3.- Reconstruir las trayectorias de vida tuvo como objeto conocer el mundo social en el que los entrevistados construyeron su experiencia social. Las trayectorias se construyeron a partir de conversaciones mantenidas con los entrevistados así como a partir de otros documentos (ver nota al pie número 4). Sobre el estudio de las trayectorias de vida, ver Bertaux (1981); Pina (1986); Saltalamacchia (1992); entre otros.

4.- Además se entrevistó a otros informantes clave referidos por los entrevistados, e.g., genealogistas, directores de guías sociales, entre otros. El trabajo de campo incluye, igualmente, el análisis de biografías escritas por miembros de las "grandes familias", libros editados por ellos, que me fueron entregados durante las entrevistas. El trabajo con fuentes se completa con libros consultados en la biblioteca del Jockey Club de Buenos Aires sobre "la clase alta" y el registro hemerográfico centrado en las referencias a las "grandes familias" en los principales diarios de tirada nacional (Clarín, La Nación y Página/12) entre los años 2006 y 2010. Finalmente, se realizaron observaciones -a veces participantes- en eventos "de caridad" realizados por las escuelas a las que asisten los entrevistados, y de diversas situaciones institucionales (actos escolares, entradas y salidas de las escuelas, entre otras).

5- Esto no quiere decir que en nuestro país la igualdad sea una utopía realizada, sino que la experiencia histórica configuró una matriz en que la normatividad de la igualdad difícilmente puede ser quebrada: las jerarquías y sus reconocimientos son fuertemente cuestionadas. El imaginario igualitario no podría ser falso, ya que es efectivo y productivo en modular y orientar nuestras prácticas, a la vez que poderoso en establecer derechos y deberes concretos (Williams 2010).

6.- Todos los nombres de los entrevistados y de las escuelas que aparecen este artículo son ficticios. Muchos, como en este caso, han sido extraídos de programas populares de televisión, mayormente telenovelas.

7.- Además de un fuerte capital cultural construido en torno de las profesiones de los hombres de la familia, Lorenza posee más de dos propiedades mayores a 100 m2 cubiertos en la Ciudad de Buenos Aires. No se cuenta con más datos acerca de su situación patrimonial.

8.- Aunque esta noción adquiere sentidos específicos y no se asocia a la meritocracia escolar (Gessaghi 2011b).

9.- Esta representación sigue teniendo efectos productivos en la actualidad y se vuelve un recurso simbólico del que se valen distintos sujetos según coyunturas específicas. Ver nota 12 en este trabajo.

10.- Incluso protege a "las grandes familias" ante la movilidad social descendente porque, según reclaman: "la riqueza se va y el apellido queda". Como senala Amalia más adelante, si bien el apellido protege ante el desclasamiento, no es posible separarlo completamente de los procesos de acumulación de riqueza.

11.- Un momento interesante del trabajo etnográfico, que fue el conflicto entre el gobierno de Cristina Kirchner con amplios sectores de la economía por el impuesto a las exportaciones agropecuarias que fue leído como "la rebelión del campo" (cf. Gessaghi 2011a).

12.- Diego tiene estudios universitarios, igual que su padre y su madre. Trabaja en la consignataria de hacienda familiar. Posee más de tres propiedades mayores de 150 m2 cubiertos en la Ciudad de Buenos Aires, que se suman al campo familiar. Es coleccionista de obras de arte.

13.- "Rosario Ortiz de Rosas dirige la fundación filantrópica que lleva el nombre de sus tres tías maternas, ellas fueron quienes donaron el edificio en donde funciona. Su padre es el director de una de las consignatarias de hacienda más grandes del país y miembro de uno de los 35 grupos agropecuarios más grandes de la Provincia de Buenos Aires. Ella está casada con Mariano, tercera generación dentro de uno de los grupos agropecuarios más importantes del sur del país. La madre de Mariano pertenece a la familia que fundó el ingenio azucarero principal en la zona norte de la Argentina. Los primos de Rosario han desarrollado un conocido estudio de abogados y cuentan entre sus clientes a las empresas más grandes de la economía argentina. La mujer del hermano de Rosario es hija de un ex ministro de economía. Dos tíos de Rosario fueron dirigentes de la Sociedad Rural Argentina" (Registro de campo realizado en agosto de 2008).

14.- Uso la categoría "identidad" a sabiendas de todas sus limitaciones, justamente porque estos discursos pretender conferir la idea de la homogeneidad, la ahistoricidad y la coherencia del grupo social.

15.- Horacio pertenece a uno de los 35 grupos agropecuarios más grandes de la provincia de Buenos Aires. Posee además, campos en Mendoza y San Juan. Es dueno de más de dos propiedades mayores a 100 m2 cubiertos en la Ciudad de Buenos Aires. Tiene estudios universitarios, al igual que su padre y su madre. Integra distintas organizaciones públicas vinculadas con la conducción de su actividad económica principal.

16.- Marcos tiene 35 años, tiene estudios postuniversitarios. Posee dos propiedades en la Ciudad de Buenos Aires y administra el campo familiar que supera las 20.000 hectáreas.

17.- Como senaló Lorenza con respecto a Lucio V. Mansilla, estamos hablando de diferencias de grados en la fortuna familiar. Amalia explicará qué significa "no poseer dinero" más adelante. Por otra parte, como se dijo anteriormente, el apellido debe ser refrendado en cada nueva generación y ello implica la (re)producción de la herencia material y simbólica.

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