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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.11 no.1 Bernal jun. 2007

 

ARTÍCULOS

Crítica erudita y exaltación antifascista Acerca de la obra de José Ingenieros "historiador"

 

Ricardo Pasolini

Universidad Nacional del Centro / CONICET


I

A mediados de la década de 1930, cuando los sectores intelectuales de la izquierda argentina comenzaban a ver en la estrategia de los frentes populares una salida para el sistema político local que frenara el desarrollo de lo que denominaban el fascismo criollo, articularon esa operación con una serie de discursos y afectividades ideológicas que pretendían instalar los nuevos deseos sobre el destino político argentino, en función de una apropiación de la iconografía y las temáticas de la tradición liberal en la que aquélla aparecía como la dimensión genealógica que otorgaba una doble legitimitad: la de incluir el devenir de la política local en el horizonte de un futuro donde la URSS aparecía como el modelo sustitutivo de progreso en tanto nuevo humanismo, y, por otra parte, la de otorgar una identidad institucional en el ámbito de la cultura a unos "intelectuales nuevos", quienes a partir de ciertos agrupamientos de carácter antifascista (como la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, 1935- 1943 –AIAPE– y otros ateneos satélites), encontraron el lugar de acceso a la cultura.1

El resultado de esta operación fue paradójico. En el nivel de la política estos intelectuales poco aportaron a la constitución de un frente popular más ilusorio que real; sin embargo, en tanto operadores ideológicos alcanzaron gran impacto en esa dimensión de la vida cultural que se articulaba en un tejido de bibliotecas populares, ateneos y editoriales menores, ámbitos que una vez instalado el peronismo en el poder, se convertirán en las instancias de nucleamiento de una subcultura de oposición ante lo que evaluaban como una manifestación vernácula de nazifascismo.

En esta operación de invención de un origen lejano para "intelectuales nuevos", la figura de José Ingenieros alcanza el lugar mítico de "maestro de la juventud", pues a través de él se desarrolla una mirada particular sobre el pasado argentino que le permitió al sector cultural antifascista agrupado en la AIAPE construir toda una historiografía marginal de los ámbitos profesionales, pero de gran impacto en la esfera pública: las obras de Héctor P. Agosti, Gregorio Bermann, Emilio Troise, Sergio Bagú, José P. Barreiro, Raúl Larra y sobre todo Aníbal Ponce son una prueba de ello, en la que la noción ingenieriana de que el mandato revo lucionario de Mayo había abortado en el proceso histórico argentino, y de que era necesario constituir una nueva élite que lo llevara a destino, se volvía una potente ficción orientadora para quienes veían en el fascismo criollo al enemigo que nuevamente frustraba la concreción de ese ideal.

En las páginas siguientes, intentaré abordar el problema de la construcción argumental de la obra histórica de Ingenieros, para ver de qué modo ésta fue percibida tanto por la crítica erudita como por los intelectuales antifascistas. No desconozco que el proceso intelectual de invención de la tradición se compone de selecciones, creación e incluso de arbitrariedad sobre el corpus original. Ya Croce antes que Hobsbawm, había señalado el carácter siempre contemporáneo del discurso histórico. Así todo, intentaré también estar atento al impacto que en esta reconstrucción histórica tiene el nivel metodológico de la misma, esto es, al peso del modo de pensar el pasado en Ingenieros, como al nivel estrictamente interpretativo de su obra.

II

En 1918, con el título "La Revolución", José Ingenieros publicaba el primer tomo de su obra La evolución de las ideas argentinas. Dos años más tarde aparecía el segundo volumen que, presentado con la rutilante carátula de "La Restauración", terminaba por proponer una gruesa periodización de la historia argentina del siglo XIX que establecía un más que evidente paralelismo con el devenir de la historia europea. Del tercer tomo de la obra que Ingenieros iba a titular "La Organización", el autor sólo dejó unos pocos apuntes luego ordenados por sus biógrafos, pues la muerte lo alcanzó en 1925 cuando se disponía a completarla.

De este modo, con La evolución de las ideas argentinas, Ingenieros cierra un ciclo de su prolífica vida intelectual iniciado en 1898 con el artículo "De la barbarie al capitalismo". Este período se caracterizó por una interrogación sobre el problema de la nación y con él el del pasado nacional, y a la vez, por un fuerte cuestionamiento de la ciencia histórica erudita que estuvo acompañado –al menos en el primer momento– por una valoración positiva de la "sociología genética" como instrumento para arribar a ese pasado. En esta problematización que en el nivel interpretativo reconoce ciertos vaivenes no muy pronunciados, pueden distinguirse dos obras específicas que actúan como indicadores de dos momentos historiográficos distintos en el autor, dos formas diferentes de concebir la historia y su resolución empírica: por un lado, un inicial enfoque positivista presente en su trabajo La evolución sociológica argentina (1910 y 1913), y, por otro, una construcción más afín al modo historiográfico romántico, como es el ejemplo de la La evolución de las ideas argentinas.

Sin embargo, más allá de esta problematización, el lugar que Ingenieros ocupa en la historiografía lejos está de alcanzar el carácter de caso típico que Oscar Terán le atribuye para resumir los sucesivos presentes que va alcanzando el proceso de constitución de un campo cultural autónomo. Terán observa que a partir de la figura intelectual de Ingenieros y de sus desplazamientos es posible ilustrar los momentos de constitución, alcances y límites de un campo cultural, así como a través de sus textos establecer un panorama de la diversidad de configuraciones teóricas presentes en la Argentina de fin de siglo pasado y primeras décadas del presente.2

En cambio, no parece suceder lo mismo con la obra de Ingenieros respecto de la evolución de la historiografía local. En efecto, las interrogaciones del Ingenieros historiador no sólo hablan de la preocupación del autor por el pasado argentino, sino también, al menos para el momento de la aparición de la segunda de las obras indicadas, de la extensión de tópicos profesionistas en los márgenes mismos del campo historiográfico. Es evidente que en su momento positivista –más allá de su admiración por el Taine de Les origines... y de Fustel de Coulanges–, Ingenieros produce un relato que pareceíra insensible a las reglas del método histórico vigentes, mientras que en La evolución de las ideas argentinas su composición del campo histórico gana en una complejidad que si bien no es la dominante en el campo profesionista está muy cercana en sus formas, aunque remita finalmente al modo historiográfico de construcción romántica.

No obstante estas filiaciones formalistas, es indudable que Ingenieros ocupaba una posición marginal en la historiografía y ello lo demuestran no sólo los argumentos de la crítica profesionista contemporánea a la aparición de sus obras, sino también los que, establecidos desde fuera del campo profesional, dan cuenta de una matriz ideológica que no alcanza a romper con la clave de lectura de la historia argentina dictada por el propio Ingenieros.

Es que para el momento de aparición de ambas obras –1910 y 1918-1920, respectivamente–, el contexto historiográfico se encuentra en proceso de ser hegemonizado por la Nueva Escuela Histórica. A partir del tamiz erudito que proponían los manuales de Bernheim y Seignobos, ella ha recogido, con mayor o menor felicidad en la resolución empírica, el legado historiográfico de Mitre: los criterios de exigencia erudita y de ruptura con cualquier sujeto parcial de la historia nacional, que pudiera hacer imaginar una filiación del autor con algunos de los actores del pasado,3 y es, entonces, desde allí donde se posicionan las miradas de la crítica profesional.

En efecto, cuando en su Historia de la historiografía argentina (1925), Rómulo Carbia aborda el análisis de la obra histórica de Ingenieros, no sólo la coloca en el lugar no tan prestigioso destinado a los ensayistas, sino también en el otro no menos sospechado de los sociólogos "buscadores de la línea céntrica causal en los grandes procesos históricos",4 como camino para desentrañar el pasado y también para vislumbrar el futuro de la nación. Pero si el cuestionamiento a la pretensión de vaticinio del porvenir es la crítica más contundente que desarrolla Carbia cuando se refiere a La evolución sociológica argentina, para la segunda obra de Ingenieros, el argumento se articula alrededor de dos tópicos igualmente eficaces: insegura erudición y ausencia de imparcialidad. Escribe Carbia:

En la mayoría de los asuntos básicos, Ingenieros sigue a nuestro Historiador Vicente F. López, sin advertir la falacia evidente de sus testimonios, y en otros considera como pruebas de sus asertos, referencias totalmente desprovistas de veracidad. Ingenieros hace escuela, y es ése un peligro para el futuro de nuestra historiografía, sobre todo porque acomoda a sus obras, cuanto he dicho acerca de la explotación historiográfica de las leyendas negra y roja.5

Así, el ingreso de Ingenieros al corpus de la historiografía nacional se entiende menos como un reconocimiento y más como una operación que efectuada desde el centro del campo profesional, intenta establecer una especie de antimodelo historiográfico. En el esquema de Carbia, Ingenieros representa todo lo que no debe hacerse en tanto práctica histórica, porque él –como se encarga enfáticamente de declarar el autor–, "hace alegato y no investigación",6 características que desde el punto de vista de la sensibilidad católica de Carbia, sin duda deben haber actuado en una agudización retórica de su crítica historiográfica.

Es evidente que con La evolución de las ideas argentinas, Ingenieros se coloca en un lugar del campo cultural en el que si bien termina por reconocer algunas de las reglas del método histórico, apela, en cambio, a una legitimidad extraprofesional en la medida en que la obra es presentada como una declaración en defensa de los ideales de la Revolución de Mayo, en una clave ideológica liberal-reformista que establecía una línea de continuidad histórica entre esos ideales y el presente cercano.

Ingenieros no sólo establece una filiación personal con los actores del pasado –de allí el intento de Carbia de asociarlo a las posturas de Vicente F. López–, sino que también apela a una noción de lector que se encuentra fuera del campo profesional y que es el producto de la Reforma Universitaria: ese nuevo público de jóvenes es presentado en tanto depositario ideal de un legado histórico que deberá concretarse en el futuro.7

La crítica de Carbia plantea que la tensión entre verdad histórica y el tipo de pedagogía cívica presente en Ingenieros, se resuelve en favor de la última y en detrimento de la primera, único lugar específico del historiador en el momento inicial de la constitución del espacio de los "eruditos". Se trata del conflicto entre dos principios de legitimidad del saber, uno colocado en el marco profesional, y el otro, en el de la opinión pública.

En la visión de Ricardo Levene respecto de la obra historiográfica de Ingenieros, en cambio, se presenta una imagen un tanto más rica en matices que la de Carbia, característica que muestra –para un mismo momento historiográfico– cierta variabilidad de criterios existentes en el propio campo profesional. Para Levene, sin duda hay dos Ingenieros: uno economicista y otro culturalista. En su Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno (1920 y 1925), Levene presenta al Ingenieros de La evolución de la ideas argentinas como miembro de una cohorte intelectual con un novedoso interés por la historia cultural argentina. Esta generación integraría a otros intelectuales como Juan Agustín García (Historia de las ideas sociales argentinas, 1915); Ricardo Rojas (Historia de la literatura argentina, 1918); Alejandro Korn (Las influencias filosóficas en nuestra evolución nacional, 1914); y entre los historiadores, a Rómulo Carbia y a Emilio Ravignani.8

Sin embargo, para Levene, Ingenieros pareciera representar algo más que un dato que confirma su hipótesis de un nuevo clima historiográfico, pues más de una de las tesis de La evolución de las ideas... son citadas en apoyo de las suyas propias. Así, Ingenieros aparece citado como un apoyo argumental para describir el cuadro de las ideas del enciclopedismo y la nueva mentalidad que significó la renovación intelectual en España y en América, y luego, es convocado como antecedente interpretativo formando parte del corpus de historiadores (entre ellos Mitre, Estrada y López) en cuyas obras se señaló la trascendencia –en tanto antecedente revolucionario que paralizó al poder real– de la resolución de suspender al virrey y de la asunción del mando por parte de la Real Audiencia (19/2/1807), durante el proceso de las invasiones inglesas.9 En la acertada percepción de Levene, el Ingenieros de su momento culturalista es ante todo un historiador y es por ello que se convierte en miembro de su corpus bibliográfico en un momento en que Levene mismo está inclinado hacia una historia de tipo ideológica-institucional.

Por el contrario, cuando su interés se desplace hacia la historia económica y decida establecer una genealogía del enfoque económico en la interpretación de la sociedad argentina, esta vez, Ingenieros será inscripto por Levene en la tradición de Echeverría y de Alberdi –sobre todo como un continuador de este último–, no sólo en el nivel de las ideas propuestas sino también en el de los límites de sus investigaciones. Y en este sentido, Ingenieros compartirá con ellos ser el destinatario del cuestionamiento de que "los ensayos de sistematización de nuestra evolución social con criterio económico, [...] no han sido precedidos de la historia económica documental y crítica". El argumento antieconomicista de Levene se completa con una idea de la metodología histórica donde al reconocimiento de los límites de un enfoque dado, se le suma la noción de que la síntesis histórica "condensa las reacciones recíprocas de lo económico, lo político, lo jurídico, lo cultural, es decir, lo institucional",10 y no un único enfoque desde el cual derivar el resto de los fenómenos sociales. Posteriormente, en su crítica a Ingenieros y a Juan B. Justo, en tanto economicista el primero y marxista el segundo, Levene sostendrá una idea donde la crítica al economicismo deviene finalmente antideterminismo global:

Sin desconocer la influencia económica en la historia argentina, he puesto en evidencia la endeblez de ese criterio tendencioso. No apoyo una concepción unitaria de la vida ideológica o religiosa –la economía condicionada por la ideología, como lo afirma el sociólogo contemporáneo Max Weber en su Sociología religiosa– a la concepción materialista de la historia de Carlos Marx, sino la necesidad de estudiar el proceso social en todas sus manifestaciones espirituales y materiales [...].11

De este modo, tanto Carbia como Levene miran la obra de Ingenieros desde la variedad de criterios presentes en un escenario historiográfico en vías de constitución. Estos criterios, por un lado, se articulan alrededor de una crítica decididamente negativa y excluyente, en función de la ejemplificación de un antimodelo de práctica histórica (Carbia) y, por otra parte, como una operación de reconocimiento de la fecundidad o debilidad de la dimensión interpretativa y metodológica de las obras, como es el caso de la crítica inicial asumida por Levene.

Ante este panorama, no parece extraño entonces que las claves argumentales de la crítica positiva del Ingenieros historiador resulten el producto de una mirada más ideológica que erudita del pasado nacional, enmarcada en el clima de opinión de corte antifascista que se da en un sector de la intelectualidad argentina desde mediados de la década de 1930 y hasta entrada la década de 1960. Para la generación antifascista12 de Aníbal Ponce, Gregorio Bermann, Sergio Bagú y Héctor P. Agosti, entre otros, el rescate de Ingenieros es ante todo la ubicación de un nexo intelectual que ligaba a la tradición liberal argentina con las orientaciones de una izquierda moderada, necesitada de una instancia genealógica con la herencia de Mayo, en un contexto político donde la tradición liberal se halla en retirada. En algún sentido, con La evolución de las ideas argentinas Ingenieros había inventado un público –los jóvenes de la Reforma Universitaria– y un mandato, que hacia la década de 1930 es requerido como propio por ese sector antifascista de la intelectualidad argentina, integrado inclusive por algunos de aquellos que habían participado de la Reforma, como Gregorio Bermann y Deodoro Roca.13

Así todo, será el estudio de la obra histórica de Ingenieros ensayado por José P. Barreiro, –un miembro del sector antifascista– el que alcanzará una solidez metodológica de algún modo inusual en ese grupo intelectual. Profesor desde 1939 del Colegio Libre de Estudios Superiores, en 1951 publicó El espíritu de Mayo y el Revisionismo Histórico. En esta obra, Barreiro intenta presentar a un Ingenieros desde el origen adalid intelectual de la tradición democrática argentina,14 encabalgado en el pensamiento de Echeverría y de Sarmiento, y sistemáticamente fustigado desde el campo profesional. Cuando Barreiro se pregunta sobre las razones de esta crítica que para él toma la forma del odio, encuentra la respuesta en que "los cultores de la heurística, los pacientes polillas de archivos y los infolios, anatematizaron a Ingenieros" porque su delito había sido la "insistencia en exhibir los aspectos regresivos del régimen español y del sombrío ciclo de Rosas".15

Esta operación de Barreiro de identificar a los eruditos con la tradición reaccionaria sin duda es exagerada, y ejemplifica más una disputa con la figura de Carbia en tanto crítico de Ingenieros, que con el método histórico en sí. El interlocutor del libro de Barreiro no parece ser la Nueva Escuela Histórica sino el Revisionismo Histórico, y en este sentido, se trataría de una contienda entre historiografías marginales. Sin embargo, Barreiro decide igualar el status de los revisionistas con el de los eruditos de la Academia Nacional de la Historia, para mostrar un clima de época historiográfico ("las tendencias obstinadas en falsificar nuestro proceso histórico")16 signado por la tesis de la reivindicación de la dominación hispánica y de la escasa gravitación del iluminismo en el proceso de independencia argentina. Libros como Las Indias no eran colonias de Ricardo Levene, Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata del padre Furlong y La revisión de la Historia Argentina de Enrique de Gandía, ejemplifican –según Barreiro– este momento historiográfico de inicios de la década de 1950, en el que la Academia... ha dejado de ejercer la función de "'depositario fiel y de guardián celoso de la tradición nacional' que le asignó un día Antonio Dellepiane".17 De acuerdo a la trayectoria ideológica de Barreiro –comunista antifascista–, es posible pensar que la crítica a los eruditos es, ante todo, una crítica a Levene, dadas las vinculaciones de éste –en tanto continuador historiográfico de la herencia de la Nueva Escuela Histórica– con el gobierno peronista entre 1946 y 1950. Sin embargo, su interlocutor es el Revisionismo Histórico.

No obstante esta lectura ideológica, el estudio de Barreiro sobre la interpretación histórica de Ingenieros se presenta bastante más sólido de lo que la lectura de la crítica a los eruditos hacía suponer, pues si bien la clave biográfica-moral es la que guía toda la argumentación, no sólo hay una rigurosa puesta al día de su corpus documental, sino que en la construcción del objeto logra una complejidad que lejos se encuentra de la presentación monolítica del pensamiento ingenieriano que por ejemplo, desarrolla el estudio de Héctor P. Agosti,18 quien como ha señado Terán, muestra a Ingenieros como un hijo del clima intelectual del '80, desinteresándose del conjunto de incitaciones intelectuales juveniles que provenían del paradigma social-anarquizante.19 Barreiro, en cambio, presenta un Ingenieros inquieto, en busca de una visión propia de la historia nacional, pero muy atento a las influencias de paradigmas intelectuales diversos que van desde una aceptación inicial del economicismo de Aquiles Loria al descubrimiento del Sarmiento de Conflicto y armonías de las razas en América y de Echeverría.20

Sin embargo, esta riqueza en la formulación de la evolución del pensamiento historiográfico de Ingenieros, queda opacada finalmente porque la lectura biográfica-moral de Barreiro se presenta como el criterio último de legitimación, no sólo de la elección del objeto, sino también de la propia identidad intelectual. Finalmente, Barreiro reedita a Ingenieros, se inscribe en su tradición y se entrampa en su implicación ideológica, del mismo modo en que lo ha hecho la mayoría de los miembros del antifascismo argentino entre 1935 y 1960 y más también.21

Hasta aquí, entonces, se podría afirmar que estas dos tesis antagónicas (la lectura erudita y la lectura ideologista del momento antifascista) son las que resumen las variantes de crítica del pensamiento histórico de Ingenieros, pues si bien José Luis Romero abordó el tema, no lo hizo en función de la crítica historiográfica en sí, sino más bien como registro documental de acuerdo a su propósito de construcción de una historia de las ideas argentinas del siglo XX. En este sentido, Romero ve en La evolución de las ideas argentinas un indicador –junto a las obras de Alejandro Korn y de Ricardo Rojas– del clima de posguerra caracterizado por una interrogación sobre la nación que ya no respondía al modelo de análisis psicosocial. Una tesis que recuerda en algún punto a la de Levene, pero que también da muestras de los límites del positivismo en los últimos años de la década de 1910.

Al igual que Carbia, aunque sin beligerancia, también Romero observaba en esta obra "un libro militante", destinado no sólo a descubrir lo que Ingenieros creía debían ser "las grandes líneas ideológicas que movían la historia nacional sino también a inclinar a sus lectores en favor de una de ellas...".22

III

Pero también desde esta posición marginal, Ingenieros sumó a sus interrogaciones sobre el pasado nacional, las referidas a la forma y el método que debía asumir la ciencia cuya tarea sería encargarse del estudio de ese pasado. En 1899, en su crítica a Las multitudes argentinas de José María Ramos Mejía, Ingenieros proponía un esquema progresivo de periodización en la construcción de la ciencia histórica, en el que siguiendo el modelo de Bernheim, distinguía tres fases principales: en la primera, narrativa o expositiva, simplemente se exponían los hechos ocurridos. En la segunda, instructiva o pragmática, la narración coordinaba de tal manera los hechos que ellos convergían a la demostración de una tesis determinada, mientras que en la tercera fase, evolutiva o genética, básicamente se intentaba "explicar el determinismo del fenómeno histórico, su significación y sus relaciones con los otros fenómenos antecedentes, concomitantes ó consecutivos".23 Para él, esta última fase convertía a la historia evolutiva en una sociología genética, pero esta conversión teórica debía dar cuenta de un carácter sustancial: el reconocimiento de que la historia no era más que historia natural, porque su objetivo debía tratar "de consignar simplemente la evolución de una especie animal en un ambiente propicio á su existencia y reproducción".24

Un elemento interesante que habla de la recepción de Bernheim en el mundo intelectual argentino, está dado por el uso que tanto Ingenieros como Carbia hacen del Lehrbuch der historischen Methode. El Bernheim rescatado por Ingenieros es el que se pronuncia en favor de la historia genética y el que expresa una poderosa influencia del positivismo, al considerar como propósito final del historiador el reconocimiento de leyes causales. Esta opción metodológica con la que se filia Ingenieros, para Collingwood por ejemplo, no es más que una "forma extrema de naturalismo", "una perversión de la historia" muy propia de la historiografía alemana de finales del siglo pasado. 25 En Carbia, en cambio, está presente el reconocimiento al sistematizador más completo de método histórico, sobre todo en lo que concierne a los momentos heurístico y hermeneútico. Y es sin duda por ello, que en su Historia de la historiografía argentina intenta demostrar que la generación de la nueva escuela se reconoce en una práctica de reconstrucción histórica basada en "pesquisas documentales y bibliográficas realizadas con los más estrictos métodos de Bernheim", más allá de que el propio Carbia considere con Croce que la tarea del historiador es hacer revivir el pasado "sin que la forma literaria obedezca a la preocupación única de lo estético".26

Es obvio que ambos han construido un Bernheim a su medida, no sólo porque se trata de dos momentos de la historia intelectual argentina signados por incitaciones diferentes, sino también por los ámbitos de referencia a los que remiten ambas lecturas. Por ello, no parece extraño que en Carbia, Bernheim se presente básicamente en su dimensión institucional de fundador metodológico. No obstante, parece menos obvio que en verdad hayan accedido al Lehrbuch..., en principio porque las obras de metodología histórica más difundidas del período fueron fundamentalmente las de Langlois-Seignobos, y en segundo lugar, porque la aparición en 1897 del Manuale del metodo storico de Crivelucci, donde se incluían traducidos al italiano dos capítulos de la obra del profesor alemán, si bien permitió un acceso indirecto a la obra, no por ello éste dejó de ser menos incompleto.

En rigor, el uso del esquema de Bernheim le sirve a Ingenieros menos para el reconocimiento del método erudito y más para llegar a Loria, quien aparece no sólo como el sistematizador de la relevancia del aspecto económico de la evolución histórica, sino también como un camino indirecto hacia el marxismo. Pero el tránsito final hacia el bioeconomicismo incluye el reconocimiento de ciertas estaciones intelectuales, donde la evolución de las sociedades está sometida siempre a la idea de un riguroso determinismo. De este modo, en su iconografía causalista Ingenieros convoca a Schelling, Hildebrand, Guizot, Thierry, Quételet, Thomson, Morgan, Buckle y Taine, como quienes, desde lugares diversos, habían empezado a comprender "que el hombre era, ante todo, un animal vivo, con necesidades materiales que debía satisfacer tomando su subsistencia del ambiente donde vivía".27

En esta etapa inicial de su momento positivista, la concepción científica de la Historia que postula Ingenieros ve en los fenómenos sociales el producto determinado de múltiples condiciones ambientes, de allí que postule un modelo metodológico de análisis social que reconoce la influencia de tres medios básicos en el desenvolvimiento de las sociedades humanas: el medio cósmico, el medio social y el medio individual. Esta gravitación de los factores naturales, sociales y psicológicos, respectivamente, tiene para Ingenieros una jerarquía de causalidades. En el proceso de evolución social, escribe, "los primeros son modificados por los segundos, que influyen también poderosamente sobre los últimos".28

Como bien lo ha señalado Raúl Orgáz, en la sociología teórica de Ingenieros, al lado del postulado filosófico de la unidad de la naturaleza y de una noción del hombre como una manifestación evolutiva de la vida, hay un monismo bio-económico que "nace del intento de enraizar el materialismo histórico en la biología".29

Si el criterio de determinación le sirvió como elemento fundamental en la construcción de un panteón intelectual con el cual filiar el modelo de sus indagaciones socio-históricas, en la segunda etapa de su momento positivista, Ingenieros completa esta noción inicial recurriendo al esquema del sincretismo, del análisis y de la síntesis, postulado por Renán en L'Avenir de la Science.30

Renán afirmaba que al igual que los tres actos de que se compone todo conocimiento –1) Visión general y confusa del todo; 2) Visión distinta y analítica de las partes y 3) Recom posición sintética del todo con el reconocimiento de las partes–, la evolución del pensamiento humano también atravesaba por "tres estados que se pueden designar con los nombres de sincretismo, análisis y síntesis".31

Sin embargo –como una prueba de que Ingenieros estaba al tanto de la literatura histórica, o al menos de que debía recurrir a ella cuando se internaba en un terreno para él experimental– también aquí opta por convocar a otro de los historiadores eruditos que establecieron un modelo de las reglas del método histórico. Charles Seignobos aparece citado con su obra de 1901, La méthode historique appliquée aux faits sociaux.32 Pero, mientras en su artículo de 1898 Bernheim era utilizado en función de la hipótesis de que la historia evolutiva finalmente no era más que una sociología genética con base determinista, aquí Seignobos aparece legitimando una idea de la historia como "único material de estudio para las ciencias sociales". 33 El argumento con el que los eruditos reglamentaron la independencia de un campo profesional era presentado finalmente, en favor de una idea interdisciplinaria donde las fronteras entre la historia y la sociología eran casi inescindibles, sobre todo, porque más que contraposición, en el esquema de Ingenieros había metamorfosis.

Así, la historia es vista como "ciencia susbstratum" de la sociología, como si se tratara de momentos en la producción del conocimiento sociológico, fundamentalmente, con una idea básica de la división del trabajo profesional e intelectual. Para Ingenieros, "la tarea de reconstruir científicamente la historia argentina no puede ser la obra de un solo estudioso, sino de toda una generación que aporte su tributo al edificio común". Pero en esta pretensión de abordaje multidisciplinario –tal vez como un producto de su posición marginal en el campo historiográfico–, la utilización que del esquema de Renán hace Ingenieros, termina por reducir el papel de la historia al momento analítico, al aporte monográfico documental, mientras que a la sociología le correspondería el momento sintético. La operación de Ingenieros se apoya, entonces, en el intento de acotar las proposiciones de Seignobos en favor de una disputa epistemológica y metodológica para establecer el lugar de cada disciplina. Para el sistematizador de la historia profesionista francesa, el punto nodal se apoya en la propuesta del método de la crítica histórica como modelo de las ciencias sociales en general, en la medida en que sin la crítica del documento no hay posibilidad de conocimiento del pasado, sea desde una mirada histórica o sociológica.34 A Ingenieros, en cambio, las ideas de cercanía metodológica propuestas por Seignobos le sirven no en tanto defensa del método histórico, sino como accesibilidad a un quantum de conocimiento histórico disponible. Escribe Ingenieros: "por insuficientes, no se podrá prescindir de esas fuentes históricas, aunque ellas sólo sirvan para fundar su propia rectificación; sin la historia narrativa no puede elaborarse la síntesis interpretativa".35

¿De qué manera, entonces, articula el esquema Renán? Ingenieros formaliza una interpretación de la evolución del pensamiento sociológico argentino, cuyo propósito es establecer sobre todo la posición científica de la literatura específicamente histórica. De este modo, encuentra que en el período del sincretismo "las nociones acerca de la evolución social argentina son empíricas, confusas y carecen de sistematización sociológica". En el período analítico, en cambio, "se concretan y aclaran muchos problemas particulares anteriormente indefinidos: [...] se prepara el buen material para nuestras síntesis sociológicas futuras; y surge la monografía ganando en intensidad lo perdido en extensión".36 Pero como la característica de esta segunda fase es sólo el reconocimiento preciso de las partes, únicamente en el período de síntesis, se alcanza la reconstrucción global y sintética que posibilitó la instancia anterior, y es en esta fase donde los tres momentos forman una unidad.

Entre los registros intelectuales que ilustran cada una de las fases, en el período del sincretismo, Ingenieros señala un corpus compuesto por "algunos libros de viajeros relativos a la época del coloniaje, la documentación oficial de la colonia [...] el periodismo argentino de todo el siglo pasado; hasta los relatos históricos de Mitre, Estrada, Paz, López y Saldías".

En el período analítico, que caracteriza como la identificación y el estudio de un aspecto histórico determinado de la evolución social, incorpora una serie de obras indicadoras de la amplitud de temáticas abordadas que por su carácter monográfico enriquecen el conocimiento histórico. Como un ejemplo de interés analítico por los factores económicos cita la obra La Ciudad Indianade Juan Agustín García; el papel de la psicología colectiva está presente en Las multitudes argentinas, descritas por R. Mejía y la historia política lo hace en el trabajo La Anarquía Argentinade Lucas Ayarragaray. El imperio jesuítico de Lugones es presentado como una obra que reconoce un determinado fenómeno histórico "injertado" en el curso de la evolución argentina, mientras que el Facundo de Sarmiento y el Liniers de Groussac, aparecen como felices ejemplos de lo que hoy llamaríamos biografía contextual.

Por útlimo, El Manual de Patología Política de Agustín Álvarez y Nuestra América de Bunge, son convocados en este momento analítico como modalidades de investigación que intentaron resolver el problema de las costumbres políticas argentinas. Sin embargo, ninguna de ellas alcanzó el lugar de trabajo sintético general, que Ingenieros sólo reconoce en una obra inconclusa de Sarmiento: Conflicto y Armonía de las razas en América, "cuyo primer tomo –afirma–, para la época en que fue escrito, significa el más alto esfuerzo en pro de la sociología argentina".37

Ya en su crítica (1903) a Nuestra América de Bunge, Ingenieros había presentado a Sarmiento como un sociólogo intuitivo que había intentado indagar acerca del desarrollo social argentino "sobre la base de alguna predominante".38 Y un año más tarde, en su comentario a La Anarquía Argentinade Ayarragaray, llega a calificar al autor del Facundo como un precursor de Taine, pues tras "agotar genialmente el estudio del escenario, examinó al protagonista, a Juan Facundo Quiroga, siempre en función del medio".39

Pero si de aquí en más –como lo ha señalado Barreiro– Ingenieros comienza a conformar una iconografía local de referencias intelectuales, donde al elogio a Sarmiento se le sumarían el reconocimiento del Alberdi de los Estudios económicos y el sansimonismo de Echeverría,40 este descubrimiento sólo se entiende por la influencia que el pensamiento y la figura de Taine ejercen sobre Ingenieros,41 pues si en el conocimiento histórico argentino, Sarmiento es presentado resumiendo el momento de la síntesis renaniana sobre una base determinista, Taine aparece introduciendo un antes y un después en la sociología occidental y es el reconocimiento de esta ruptura lo que finalmente le permite leer a Sarmiento. En su crítica al trabajo de Ayarragaray, Ingenieros escribe que este autor "no estudia el medio como puede exigirse a un sociólogo contemporáneo después de Taine; en el supuesto que un argentino culto pueda ignorar u omitir a Sarmiento".42 Sin embargo, la construcción que Ingenieros hace del campo histórico en su momento positivista –La evolución sociológica argentina–, le deberá mucho menos a Taine de lo que sus elogios hacían suponer.

IV

Ahora bien, respecto del problema de la construcción del campo histórico, Castellán ha visto en Ingenieros una reelaboración en clave naturalista del método de análisis de Taine resumido en los términos: raza, medio y momento. De estos tres elementos, Ingenieros habría optado por los dos primeros, aunque finalmente "se demora en el estudio del 'medio'".43 Terán, en cambio, observa en De la barbarie al capitalismo (1898) –uno de los trabajos base de La evolución sociológica argentina–, un claro ejemplo en donde la jerarquía de causalidades termina por colocar en el centro al determinismo económico, más allá de que tampoco deje de afirmar una filiación potente con el método de Taine.44

En efecto, el Taine a quien recurre Ingenieros es el metodólogo que propone un horizonte de reflexiones en clave determinista, pero éste, que aparece también como un recurso retórico en la crítica a la literatura historiográfica argentina, se presenta orientando una reflexión que finalmente se encaminará por la línea economicista de Aquiles Loria. Para Ingenieros, la formación de la nacionalidad argentina aparece como un simple episodio de la lucha de razas por adaptarse a las condiciones geográficas del "medio cósmico". En el momento de constitución de la formación colonial, a diferencia de los colonizadores de la América Septentrional, los españoles se habrían mezclado profusamente con las poblaciones autóctonas dando como resultado una especial raza criolla. Traducida en instituciones y costumbres, esa nueva raza iba a reproducir en función del medio americano, una versión de las características originales de la sociedad conquistadora. Así, España trasladaba su feudalidad a la parte americana por ella conquistada, mientras que Inglaterra llevaba a la América del Norte "todos los elementos y los factores de su adelanto".45 En la explicación de Ingenieros, la variable racial desarrolla un itinerario circular en la argumentación. Inicialmente, la raza aparece como el elemento constitutivo de la feudalidad, pero más tarde el principio explicativo se resume en la instancia económica. Hacia el final de su opúsculo, nuevamente el componente racial se presenta con algún nivel explicativo de peso junto a otros factores materiales como el medio, el clima y la extensión del territorio, todos en función de una interpretación del pasado argentino reciente en la que las causas profundas se presentan como un destino manifiesto de grandeza (al menos en hegemonía clara respecto de las otras naciones sudamericanas) que excede a la voluntad de los actores políticos.46

La diferencia entre las modalidades de la conquista americana llevadas a cabo por Inglaterra y por España, es que esas "dos corrientes de raza blanca [...] se encontraban en diversas etapas de evolución económica". Pero Ingenieros debe resolver el problema de la nacionalidad argentina, por lo tanto debe tratar de encontrar el modo en que las causas profundas se articulan con los hechos políticos. Ya en su explicación del descubrimiento de América, Ingenieros impugnaba la concepción individualista del método de Carlyle y Emerson, que atribuía un papel predominante a Cristóbal Colón y Vasco de Gama, para sostener que las condiciones económicas europeas de fines del siglo XV hacían inevitable el descubrimiento: "América habría sido igualmente descubierta en esa época".47

Del mismo modo, la Revolución y la Independencia eran presentadas por Ingenieros como el resultado lógico de la decadencia económica de España y de las consecuencias que el comercio monopolista tenía sobre los criollos excluidos de los beneficios de ese sistema. La "Representación de los Hacendados" escrita por Mariano Moreno aparece como la prueba documental que ilustra el conflicto económico subyacente entre comerciantes monopolistas y hacendados proclives a la apertura con el comercio inglés, móvil económico inicial de la Revolución. En términos generales, la periodización propuesta por Ingenieros articula en todo momento un criterio político y otro económico, ambos están presentes desde la formación colonial como sinónimo de feudalismo hasta las consecuencias políticas de la formación capitalista desde el 80 en adelante. Así todo, salvo en momentos de cierta tensión argumental que el autor parece no advertir, las variables políticas parecieran dejar su rol de epifenómenos para convertirse en actores de un proceso de desarrollo social. El momento de la anarquía argentina (1810-1930) es caracterizado como "feudalismo bárbaro o inorgánico", en donde la propiedad del latifundio constituye la base económica feudal de un régimen político descripto siempre como superestructura: el caudillismo. De este modo, los propietarios de la tierra actuaban como señores en sus dominios, resumiendo en su persona la autoridad política y el privilegio económico. La característica objetiva de este régimen era la ausencia de intereses diferenciados debido a la falta de "una organización cualquiera del trabajo productivo".48

El pasaje de un régimen de feudalismo inorgánico a otro de "feudalismo organizado" se dará cuando la producción comience a organizarse y ello conllevará la instauración de un "caudillismo organizado". El personaje que ilustra este proceso es Juan Manuel de Rosas, en la medida en que al subordinar gradualmente a los caudillos locales –pequeños señores feu dales– constituyó de hecho la "nacionalidad argentina". En esta interpretación, Ingenieros hace propia la tesis de Ernesto Quesada en La época de Rosas, pero exaltando la condición de unificador de los intereses económicos feudales. Sin embargo, para el autor Rosas es un actor del proceso menos como constructor de ese dominio, y más como epítome de los intereses económicos más importantes en juego. En rigor, el conflicto político entre unitarios de Buenos Aires y federales de las provincias, expresa –según el autor– el más profundo entre la aduana y los feudos, entre el interés y la renta, verdaderos actores de su relato. De allí que Rosas no aparezca concebido como un actor político que pudiera introducir en la argumentación algún vestigio de individualismo metodológico.49 Ahora bien, ¿cómo llega Ingenieros al estadio posterior, a la Formación agropecuaria? Este momento de transición hacia el capitalismo en la historia argentina, que Ingenieros ubica entre 1850 y 1874, presenta algunos problemas argumentales porque el pasaje no parece encontrarse en el desarrollo de unas fuerzas productivas mencionadas pero intangibles, sino en el conflicto político que enfrenta al Partido Autonomista Nacional y a los herederos del partido que él llama Unitario. Según Ingenieros, el PAN –concebido como una reedición del Partido Federal– era la fuerza política de mayor gravitación porque representaba las verdaderas fuentes de riqueza, la ganadería y la agricultura ("las oligarquías mediterráneas"), mientras que la tendencia unitaria reflejaba los intereses de la oligarquía metropolitana y los de la provincia de Buenos Aires. El PAN era el resultado homogéneo de una fuerza económica que tenía intereses muy claros. Con la presidencia de Avellaneda –afirma Ingenieros–, los grupos sociales y económicos experimentan mutaciones notables mientras nuevos actores entran en la escena. La clase terrateniente feudal se transforma en agropecuaria, el caudillo se convierte en estanciero, el gaucho en peón, mientras la inmigración europea incorpora al país una gran masa de trabajadores y también de colonos, que deberán disputar la propiedad de la tierra a la clase tradicional.

En el proceso de transición del régimen feudal al agropecuario, Ingenieros observa en la inmigración europea la variable de mayor peso explicativo, una variable que era el resultado de un proceso de decisiones políticas, pero que convertía a la "estructura racial" argentina en un horizonte de expectativas favorables en su evolución sociológica. Así, Ingenieros suscribía al principio de Aquiles Loria, según el cual la evolución económica de las sociedades de la periferia moderna resumía en un espacio breve de tiempo las transformaciones que en sociedades civilizadas habían durado siglos. "La evolución ontogenética reproduce en la formación social de cada pueblo las etapas principales de la evolución filogenética de las sociedades, es decir, la historia de la civilización."50 Este principio, que era la aplicación al desarrollo social de una ley aplicada por Haeckel a la evolución del mundo biológico, le servía a Ingenieros para especular respecto de un desarrollo capitalista inevitable de la sociedad argentina, una formación que había comenzado a constituirse a partir del 80, y que dibujaba un escenario político donde el criterio de delimitación de las diferentes tendencias se resumía en el grado de cohesión y homogeneidad de los intereses económicos en juego. De este modo, la clase rural se expresaba en un sector tory, y frente a este sector, una facción whig (heredera de la tendencia unitaria) –representada por los liberales, cívicos, radicales, republicanos, etc.)– no alcanzaba a cohesionar sus heterogéneos intereses económicos y, en consecuencia, traducía en una "vaguedad incomprensible" sus programas políticos. En el contexto de esta puja entre conservadores rurales y una burguesía más evolucionada, pero hasta el momento más incoherente, aparecía un proletariado en formación que acompañaba el desarrollo capitalista argentino. Así todo, para Ingenieros el conflicto central se resumía en la tensión de intereses contrarios que expresaban los descendientes ya enriquecidos de los primeros inmigrantes y los intereses de las oligarquías autóctonas. En rigor, el verdadero conflicto se traducía en la lucha de la burguesía capitalista contra los privilegios feudales.

La construcción del campo histórico que Ingenieros desarrolla en La evolución sociológica argentina se funda en la elaboración de un esquema dualista en el que la pugna entre feudalismo y capitalismo conllevará finalmente al triunfo del último, a través de una concepción evolucionista del desarrollo social que articula el economicismo con el biologismo. La noción de evolución en Ingenieros está presente en una especulación global donde el pasado nacional como problema histórico sirve como matriz de operación intelectual para entender un presente lleno de perspectivas favorables (de allí su elogio a Joaquín V. González concebido como un torie reformista). Es verdad que a lo largo de su relato el mecanismo de pasaje de una formación a otra no queda del todo claro, y que aún el epifenómeno de la política llega a expresar a veces una independencia de algún modo contradictoria con el método que expone. Aún así, esta preocupación por el tiempo en Ingenieros, lo lleva a diferenciarse de algunos miembros de la cohorte positivista –José María Ramos Mejía, por ejemplo–, para quienes este problema se encontraba ausente.51

En este esquema dual, el feudalismo es presentado en dos momentos: primero como modelo de organización colonial, por lo tanto como herencia española en clave negativa; y luego, como instancia organizativa que construye de facto la nación. El feudalismo orgánico del momento rosista es una instancia positiva, una reelaboración de la herencia colonial en una clave que le permitirá a Ingenieros observar en la transición al capitalismo expresada por la formación agropecuaria, una reconversión de la clase feudal en la que el conflicto entre burguesía capitalista y privilegios feudales pareciera licuarse, pues se trataría de una mutación de la primera en la última.

Por otro lado, la confianza que Ingenieros deposita en el capitalismo –el otro elemento de su esquema– no es sólo el producto del clima ideológico del Centenario,52 sino el de una proyección al futuro de las consecuencias teóricas de su modelo argumental, en el que la combinación de unas variables impersonales (la raza, el clima, la extensión territorial, etc.) se convierte en las causas profundas de una inevitable gravitación de la Argentina en la política internacional y de una filosofía en la que también el progreso se vuelve inexorable.

V

He señalado más arriba que en La evolución de las ideas argentinas, Ingenieros se propone una interpretación del pasado nacional a partir de una construcción del campo histórico que aparece de algún modo incitada por las reflexiones que aporta el campo profesionista. El caudal bibliográfico al que recurre su pretendida síntesis ahora se ha ampliado y diversificado, no sólo como resultado de una incontestable estabilidad de los "eruditos" en la esfera de la historia legítima, sino también por el peso que en la argumentación general adquieren las obras propiamente historiográficas. Y aquí Mitre y López aparecen guiando un itinerario interpretativo, que si bien reproduce un esquema dualista cercano al de su momento positivista, finalmente se filia en una matriz metodológica similar a la propuesta en 1844 por Echeverría en su escrito "Mayo y la enseñanza popular en el Plata".53

En efecto, para Ingenieros la historia argentina expresaba básicamente el enfrentamiento entre dos filosofías, entre dos sistemas de ideas generales que se encarnaban en partidos: la tradición democrática por un lado, y la de la feudalidad, por el otro. De este modo, articulaba en el momento inaugural de la Revolución de Mayo, la noción de Democracia, junto a las de libertad, justicia y fraternidad; mientras le oponía la feudalidad, el absolutismo y el privilegio, como fuerzas retrógradas que con incontenible gravitación frustraban una y otra vez la posibilidad de que el mandato revolucionario de Mayo se concretara definitivamente. De allí la apelación a los jóvenes en tanto nueva élite, actores privilegiados en quienes hacia 1918 Ingenieros depositaba la confianza en la concreción futura de ese ideal.54

No es que Ingenieros descartara el papel de las causas materiales de su momento positivista, de hecho cuando se refiere a la especificidad colonial del Río de la Plata respecto del Perú, sostiene con igual énfasis un corpus de factores estructurales, en donde la desigualdad entre ambos espacios geográficos se volverá el escenario de dos modalidades distintas de colonización, y por lo tanto, de un diverso conflicto económico, en el que los españoles adelantados –y aquí la apelación a Mitre es más que evidente–, como inmigrantes de status superior dados el origen cantábrico y la finalidad económica de los mismos, da el tono final a la particularidad argentina. Sin embargo, si las causas materiales están presentes en el momento inicial de su argumentación, el relato resulta una constante polarización de actitudes mentales y políticas. El verdadero conflicto, entonces, aparece como la expresión de fuerzas modernas contra las fuerzas del pasado. Al igual que Michelet,55 Ingenieros trama la historia como dramas de descubrimiento, en donde un poder espiritual cargado de positividad trata de liberarse de las fuerzas de las tinieblas. Hayden White ha señalado el modo en que esta tensión se presenta en Michelet en su interpretación de los fenómenos que condujeron a 1789 en su historia de Francia. Según White, Michelet concebía que todo lo que apareciera en la historia debía "ser estimado en términos de la contribución que hace a la realización del objetivo o a su impedimento".56 También Paul Benichou, aunque desde una perspectiva más clásica de historia intelectual, encuentra esta operación en Michelet.57

En Ingenieros, la recuperación de lo ideológico-político se presenta para expresar esta puja entre filosofías antagónicas. Se trata de la manifestación de una disputa que se juega en todos los ámbitos en función de un único movimiento de desarrollo,58 desde la sociedad colo nial rioplatense hasta el momento de la organización nacional, incluso hasta el presente de Ingenieros. Estas dos tendencias en la historia argentina se van encarnando en diferentes actores como en una atlética carrera de relevos, como antecedente primero y como herencia después, de un hecho fundacional: la Revolución de Mayo, no ya como acontecimiento sino como proceso mental en una periodización amplia. Ambas tendencias están en la disputa entre los jesuitas y la Corona, entre Bucarelli y Zeballos, están en la oposición entre criollos ilustrados y peninsulares monárquicos, así como en la línea revolucionaria que unía –según Ingenieros– al virrey Vértiz con Moreno, Rivadavia y la generación de Echeverría.59

En este nuevo esquema dualista, Rosas no representaba ahora a ese feudalismo organizado que de algún modo había posibilitado el desarrollo económico del país y su unidad política, sino una manifestación de la nefasta pervivencia del antiguo régimen. Ante todo, Rosas era la contrarrevolución; la alianza con los jesuitas; la decadencia de la educación pública, y la extinción de las "fuerzas morales", es decir, de la cultura cívica que resguardaba en su seno la tradición democrática de Mayo.60

Así todo, esta cultura en retirada encontraba un actor en quien refugiarse: la generación romántica aparece como la continuadora del legado revolucionario, no sólo por la fuerza misma de ese legado sino también por el carácter de minoría ilustrada capaz de llevarlo a buen puerto. En su momento romántico, el actor histórico privilegiado por Ingenieros no son las causas profundas –más allá de que considerara con Echeverría que la ausencia de educación del pueblo fuera un determinante cultural del fracaso del proyecto democrático–61 sino las ideas encarnadas en las élites pensantes. De algún modo, la tensión entre un saber de base biologista y el establecimiento de la problemática ética ya presente en El hombre mediocre,62 se resuelve en su momento romántico a favor de la última.

De este modo, en La evolución de las ideas argentinas la concepción del devenir histórico es romántica (en el sentido de la construcción del campo histórico que hace Michelet) en tanto que la "Idea", más allá de las dificultades que encuentra en el camino, siempre se instala en un nuevo actor social que intentará concretarla en el futuro. Pero en esta obra, la opción argumental de Ingenieros encuentra variantes más ricas que en su momento positivista. Ella resulta un colage historiográfico que combina bajo el ya indiscutible y dominante tópico mitrista de la historia como historia de la nación, visiones fuertemente polarizadas presentes en Echeverría y Sarmiento, con una pretensión erudita que se declama pero que no se resuelve felizmente en la construcción del relato.

Como un residuo de un pasado intelectual del cual aún no quiere abdicar, Ingenieros apela también en esta obra a un nivel explicativo donde las causas profundas juegan algún papel, pero en rigor no hacen más que presentarse como una mise en scène de una historia fundamentalmente político-ideológica. El enfrentamiento entre dos filosofías, dos sistemas de ideas generales es el motor que mueve la historia argentina para Ingenieros, y allí la puja entre los antiguos y los modernos, entre la feudalidad y la modernidad, va encontrando actores en los que encarnar este conflicto moral en algún sentido fuera de la historia. Si Moreno ilustra el devenir del paradigma revolucionario, Rosas no hace más que encarnar el ímpetu de las fuerzas del pasado en una periodización de corte micheletiana que divide respectivamente el momento de la Revolución del de la Restauración. En el límite, la idea revolucionaria vuelve a encarnarse en la generación "sansimoniana"63 de 1837, y es sobre todo Echeverría quien da la medida intelectual de ese proceso, incluso rescatado metodológicamente por Ingenieros en su operación argumental.

¿Cuáles son los factores que han actuado para que el Ingenieros historiador construyera escenarios del pasado argentino que expresan operaciones metodológicas e ideológicas tan diversas entre las dos obras que he analizado? Sin duda, un elemento de peso en la explicación es el propio itinerario ideológico de Ingenieros en tanto intelectual. Respecto de este punto, Ricardo Falcón ha distinguido un recorrido que va de la adhesión temprana a un socialismo libertario, a una segunda fase, la del "sociólogo socialista" en que Ingenieros se sitúa a la derecha del movimiento socialdemócrata y acepta un reformismo despejado de cualquier utopismo revolucionario (1898-1912), hasta, finalmente, el momento en que el estallido de la Gran Guerra sacude su andamiaje teórico, llevándolo a adoptar la figura de intelectual independiente pero comprometido en una clave moralista con la reforma universitaria y las revoluciones rusa y mexicana.64

Pero este itinerario biográfico-intelectual se entiende mejor si se observa también que durante el período que abarcan las dos obras historiográficas que he analizado (1898/1910- 1918/1920), la dimensión y el grado de constitución disciplinar del campo cultural argentino habían cambiado notablemente. Para inicios de la década de 1920, la constitución de una historiografía profesional dominada por lo que se denominó la Nueva Escuela Histórica (NEH) era ya un hecho irrefutable,65 que incluso el propio Ingenieros no podía desconocer, a juzgar por el recurso de un tipo de argumentación que requería de la aplicación más o menos feliz del material documental, elemento que no está presente en los textos de su etapa positivista.

Un Ingenieros sensible a las reglas del método histórico es la primera conclusión que se puede extraer de la lectura de La evolución de las ideas argentinas. Pero también, un Ingenieros marginal de una historiografía profesional que se refugiaba en un único capital propio, la "erudición", ante –como ha señalado Halperin Donghi–, las perplejidades que habían dejado tres décadas (1880-1910) de intentos por fundar una historiografía que pudiera reemplazar a la creada por Mitre.66

La construcción final del campo histórico que Ingenieros ensaya, en algún sentido deudora de Echeverría y Michelet fundamentalmente, era la resultante de lo que consideraba debía ser su ubicación como intelectual en la sociedad. De allí que Ingenieros reeditara un modo historiográfico marginal que establecía una fórmula conocida pero residual, de vinculación del historiador con el pasado y el futuro.

¿Cómo lee el sector antifascista de la intelectualidad argentina esta percepción de la historia nacional?

Cuando a mediados de la década de 1930 los jóvenes intelectuales antifascistas encuentren en Ingenieros "al maestro de la juventud" que les otorgaba un mandato revolucionario, no sólo participaban de una operación de autoinvención genealógica –después de todo Ingenieros había saludado con alegría a la Revolución Rusa, y había elegido como discípulo dilecto a quien más tarde sería la figura más importante del antifascismo argentino: Aníbal Ponce–, sino de la puesta en escena de una tradición pasible de ser reinventada a partir de un modo de pensar la historia argentina fuertemente presente como historiografía marginal de los espacios eruditos. Una historiografía que circulaba por los espacios de la esfera pública, en la que Ingenieros gozaba de un prestigio incuestionable.

Notas

1 Sobre la AIAPE, cf. Ricardo Pasolini, "Intelectuales antifascistas y comunismo durante la década de 1930. Un recorrido posible: entre Buenos Aires y Tandil", en Estudios Sociales, 26, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2004, pp. 81-116.

2 Oscar Terán, "José Ingenieros o la voluntad de saber", en Oscar Terán, En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986, p. 51.

3 Tulio Halperin Donghi, "Mitre y la formulación de una historia nacional para la Argentina", Anuario IEHS, 11, Tandil, Facultad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional del Centro, 1996, p. 58.

4 Rómulo D. Carbia, Historia de la historiografía argentina, La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, vol. I, 1925, p. 193.

5 Respecto de las leyendas negra y roja, Carbia se refiere a antiespañolismo y antirrosismo, respectivamente. Ibid., p. 204.

6 Rómulo D. Carbia, Historia de la historiografía argentina, op. cit.

7 José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Buenos Aires, El Ateneo, vol. I, 1ª ed., 1951, p. 8.

8 Ricardo Levene, Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Buenos Aires, Ed. Científica y Literaria Argentina Atanasio Martínez, t. I, 2ª ed., 1925, p. 10 (1ª ed. 1920).

9 Ibid., pp. 25 y 110.

10 Ricardo Levene, "Investigaciones acerca de la historia económica del Virreinato del Plata", en Obras de Ricardo Levene, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, t. II, 1962, pp. 27-28 (1ª ed. 1927).

11 Ricardo Levene, Historia de las ideas sociales argentinas, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1ª ed., 1947, pp. 223-224.

12 Cf. Gregorio Bermann, José Ingenieros, Buenos Aires, M. Gleizer editor, 1926; Aníbal Ponce, "Para una historia de Ingenieros", Revista de Filosofía (publicado como "Introducción" en el tomo I de las Obras completas de José Ingenieros, revisadas y anotadas por Aníbal Ponce, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, 1929); Sergio Bagú, Vida ejemplar de José Ingenieros, Buenos Aires, Claridad, 1936 y Héctor P. Agosti, José Ingenieros, ciudadano de la juventud, Buenos Aires, Futuro, 1945.

13 En el marco del sector antifascista articulado alrededor de la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores, 1935-1943), sólo Rodolfo Puiggrós se mantendrá ajeno a la exaltación celebratoria de Ingenieros, al avanzar una crítica marxista a la noción de las élites intelectuales como los actores privilegiados del cambio histórico, presente en La evolución de las ideas argentinas. Cf. Rodolfo Puiggrós, De la Colonia a la Revolución, Buenos Aires, Ediciones de la AIAPE, 1940, pp. 163 y ss.

14 Un antecedente de esta operación puede verse en Nosotros, año XIX, 119, diciembre de 1925, pp. 649-662.

15 José P. Barreiro, "La interpretación histórica de José Ingenieros", en José P. Barreiro, El espíritu de Mayo y el Revisionismo Histórico, Buenos Aires, Zamora, 2ª ed., 1955, pp. 329 y 394 (1ª ed. 1951).

16 Ibid., p. 15.

17 Ibid.

18 Héctor P. Agosti, Ingenieros, ciudadano de la juventud, Buenos Aires, Ed. Futuro, 1945, passim.

19 Oscar Terán, op. cit., p. 52.

20 Ibid., pp. 350-353.

21 En las segundas y terceras filas de esta nueva intelectualidad, he podido constatar esta afectividad ideológica en una periodización que abarca al menos desde 1939 hasta 1976. Cf. Raúl Larra, La Revolución de Mayo y su pensamiento democrático, Buenos Aires, Cuaderno de la AIAPE No. 3, febrero de 1939, y Juan Antonio Salceda, Actualidad del Dogma de Mayo, Buenos Aires, Instituto Amigos del Libro Argentino, 1963 y Tres perfiles en la línea de Mayo: Ingenieros, Ponce, Yunque, Tandil, Imp. Vitullo, 1976.

22 José Luis Romero, Las ideas en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Biblioteca Actual, 1987, pp. 120 y 122- 123 (1ª ed. FCE, 1965).

23 José Ingenieros, "Las Multitudes Argentinas", en Sociología argentina, Madrid, Daniel Jorro Editor, 1913, p. 153 (artículo publicado inicialmente en la Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1899).

24 Ibid.

25 R. G. Collingwood, Idea de la Historia, México, FCE, 3ª ed., 1968, pp. 173-174.

26 Carbia, op. cit., pp. 17-25 y 80.

27 Ibid., pp. 154-155.

28 Ibid., p. 157.

29 Raúl A. Orgáz, "Ingenieros, sociólogo", en Raúl A. Orgáz, Páginas de crítica y de historia, Buenos Aires, Gleizer, 1927, pp. 90-91 y 93.

30 José Ingenieros, "La Anarquía Argentina y el caudillismo", en Sociología argentina, op. cit. (artículo publicado en la Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1904).

31 Ernesto Renán, El porvenir de la ciencia (pensamientos de 1848), Colección Arte y Libertad, Valencia, Sempere, s.d., t. II, pp. 49-65.

32 Charles Seignobos, La méthode historique appliquée aux faits sociaux, París, Felix Alcan Ed., 1901.

33 Ibid., pp. 244-246.

34 Seignobos, op. cit., pp. 14-15, passim.

35 Ibid., p. 248. Sobre las relaciones entre historia y sociología, Ingenieros sigue a De La Grasserie, Essai d' une sociologie globale et synthétique, París, 1904, salvo que en él se observa una diferencia de tono respecto del autor francés, sobre el punto referido a las tareas posibles atribuidas a cada disciplina. Para De La Grasserie, la historia es la condición que posibilita la existencia de una sociología evolutiva, mientras que para Ingenieros sólo representa el momento heurístico.

36 José Ingenieros, op. cit., p. 247.

37 Ibid.

38 José Ingenieros, "Nuestra América", en Sociología..., op. cit., pp. 198-199 (artículo publicado en la Revista de Derecho, Historia y Letras, Buenos Aires, 1903).

39 José Ingenieros, op. cit. Destacado en el original.

40 José Barreiro, op. cit., p. 351.

41 Como ha señalado Fernando Devoto, en la Argentina la difusión de Les origines... fue inmediata y consistente entre políticos e intelectuales, quienes construyeron un Taine a su imagen y semejanza. Según el autor, en la historiografía de cambio de siglo prevaleció el metodólogo más que el historiador o el erudito de la gran revolución. Fernando J. Devoto, "Taine y Les origines de la France Contemporaine en dos historiografías finiseculares", en Fernando Devoto, Entre Taine y Braudel. Itinerarios de la historiografía contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1992, pp. 31-45.

42 José Ingenieros, op. cit.

43 Angel Castellán, "Accesos historiográficos", en Hugo Biagini (comp.), El movimiento positivista argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1985, pp. 80-81.

44 Oscar Terán, Positivismo y nación en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987, p. 49.

45 José Ingenieros, "La evolución sociológica argentina", op. cit., pp. 50-55.

46 Ibid., pp. 112 y ss.

47 Ibid., pp. 46-48.

48 Ibid., pp. 71-72.

49 José Ingenieros, "La evolución sociológica argentina", op. cit., pp. 75 y ss.

50 Ibid., pp. 56-57.

51 Tulio Halperin Donghi, "Positivismo historiográfico de José María Ramos Mejía", Imago Mundi. Revista de Historia de la Cultura, No. 5, Buenos Aires, septiembre de 1954, pp. 58 y 62-63.

52 Marcelo Monserrat, "La mentalidad evolucionista; una ideología del progreso", en Marcelo Monserrat, Ciencia, historia y sociedad en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, CEAL, 1993, pp. 56-57.

53 Esteban Echeverría, "Mayo y la enseñanza popular en el Plata" (1844), en Esteban Echeverría, Obras completas, Buenos Aires, Zamora, 2ª ed., 1972, pp. 222-230.

54 José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, op. cit.

55 Jules Michelet, Histoire de France, t. I y II, París, Hachete, 1861, passim (varias ediciones).

56 Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE, 1992, pp. 149 y ss. (1ª ed. en español de Metahistory. The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore- Londres, The Johns Hopkins University Press, 1973).

57 Paul Bénichou, El tiempo de los profetas. Doctrinas de la época romántica, México, FCE, 1984, pp. 463 y ss. (1ª ed. en francés 1977).

58 Benedetto Croce, Teoría e Historia de la Historiografía, Buenos Aires, Ed. Escuela, 1955, p. 223.

59 José Ingenieros, Ideas..., op. cit., t. I, pp. 67, 85, 178 y t. II, pp. 391 y ss.

60 Ibid., pp. 387-389.

61 Esteban Echeverría, op. cit., pp. 224-226.

62 Luis Alejandro Rossi, "José Ingenieros: el idealismo y la crisis del positivismo en la Argentina", en Revista de Ciencias Sociales, 6, Universidad Nacional de Quilmes, septiembre de 1997, p. 82.

63 Ibid., p. 516.

64 Ricardo Falcón, "Los intelectuales y la política en la visión de José Ingenieros", en Anuario 11. Segunda época, Rosario, Escuela de Historia-UNR, 1985, pp. 73 y ss.

65 Sobre la NEH, cf. Nora Pagano y Miguel Angel Galante, "La Nueva Ecuela Histórica: una aproximación institucional, del Centenario a la década del 40", en Fernando Devoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo XX, t. I, Buenos Aires, CEAL, pp. 45-78.

66 Tulio Halperin Donghi, "La historiografía argentina del Ochenta al Centenario", en Ensayos de Historiografía, Buenos Aires, Ediciones El Cielo por Asalto, 1997, p. 55.

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