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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.1 Bernal jun. 2015

 

RESEÑAS

Ana Teresa Martinez,
Cultura, sociedad y poder en la Argentina. La modernización periférica de Santiago del Estero, Santiago del Estero, EDUNSE, 2013, 225 páginas

 

Reunir un conjunto de trabajos publicados separadamente a lo largo de una década acaba, como anticipa su autora, ofreciendo otra cosa. Lo que podría pensarse como un conjunto más o menos ocasional dado por continuidad se muestra como una serie contundente, habilitada por un tema común, signada por la tenacidad de ciertas preguntas y expresiva de la creciente familiaridad y caladura con la que pueden considerarse las cosas. Santiago del Estero -país de hondo sentido patriótico, figura errática de la anulación y la miseria, breve promesa interrumpida, según se mire- es el tema, o mejor la cuestión, de estos trabajos cuya convivencia e inserción empujan en un sentido nuevo: no se trata solo de una inquietud seria y un estímulo a la reflexión, hay también una urgencia.
Su convivencia, porque en la reunión de estas indagaciones histórico-sociológicas sobre la cultura y la política santiagueñas emergen el encanto y la tragedia de casi un siglo de vida ciudadana, provincial y aun regional; nada de esto indiferente. Su inserción, porque es difícil desligar el tono del libro de las marcas que introduce su inscripción en la colección "Sociedad y cultura" de la (flamante) editorial universitaria de Santiago, de cuya voluntad de difusión participa. Como señalé en otro sitio, en parte aquí parafraseado, el libro subraya desde el comienzo su vocación de interpelar a un público más vasto, explicitando su carácter de, a la vez, indagación sobre las vicisitudes de la historia santiagueña e insumo para la reflexión sobre lo local, con vistas a su transformación. Entre la distancia de quien no proviene de allí y el compromiso de quien ha decidido quedarse, se teje el delicado esfuerzo de Ana Teresa Martinez (así, sin acento, me permito decirlo, no sabe por qué); esfuerzo que no elude señalar los riesgos mayores de las narrativas locales (sea el de presumir la mengua respecto de otros centros, sea el de hacer de la diferencia un motivo de orgullo de difícil control) para avanzar en la rearticulación de ese haz de intentos desacoplados temporalmente. La secuencia es así, en parte, la de sucesivas inquietudes disparadas por un mundo complejo y sugestivo (un razonamiento sobre lo local, dice la autora). ¿Cómo considerar una cultura local cuando las unidades de desarrollo histórico objetivo (en primer término, nacionales) la exceden? ¿Cuál es el lugar de la singularidad y de la integración? ¿Quiénes son los que dominan, quiénes los que parecen dominar y cómo construyen su poder? ¿Cuánto ilumina pensar el proceso santiagueño en términos de campos, capitales, trayectorias o posiciones? ¿Y cuáles, y de qué tipo son, cuando las hay, las contestaciones.? Estas son algunas de las cuestiones que cruzan el libro en su conjunto; y aunque la consideración de momentos sucesivos obligue a ciertas modulaciones, esas claves permiten poner de relieve la transición de una sociedad (la de comienzos de siglo) altamente integrada y cuya dominación se funda en una capital indistinción de capitales, a otra regulada por formas más variadas y a la vez más firmes de poder económico o político; de una que tuvo marcadas expectativas de desenvolvimiento material y social a otra que debió volver una y otra vez sobre la tragedia de su empobrecimiento; de una sociedad, finalmente, en la que los grandes reclamos revestían una condición regional (e incluso proveían interesantes alternativas) a otra en la cual lo que es indistinguible es ya el orden de las agresiones, que configura un estado de cosas devenido insoportable y percibido como tal.
Los tres capítulos iniciales son definidos por la autora como de historia cultural. El primero evalúa, a través de la experiencia de la Asociación La Brasa, el tránsito entre dos figuras culturales de cierta densidad: el "notable",
emergente de un momento caracterizado por la indistinción de capitales, y el "intelectual", perfilado dentro de un proceso de especificación cultural sensible hacia los años '20. Su voluntad crítica ante un cuadro de cosas local convive con una apertura estética que reenvía al curso de las vanguardias en la capital del país, sin identificarse con ellas. El segundo capítulo (en coautoría con Constanza Taboada y Alejandro Auat) revisa la suerte de los hermanos Wagner, franceses en tierras santiagueñas. Prolijos arqueólogos y audaces postuladores de una mítica "civilización chaco-santiagueña" (1934), capaz de alimentar el sentimiento de reserva local y la nostalgia de un pasado perdido de grandes realizaciones, sus teorías chocarán con el descrédito de sus pares a escala nacional, lo que oscurecerá también su mayor logro: un arduo trabajo de rescate y clasificación arqueológica que Bernardo Canal Feijóo continuará reivindicando, quizás al precio de su estilización, en el recurso a los dibujos de los Wagner que acompañan muchos de sus escritos. El propio Canal Feijóo, el más célebre brasista, es objeto del tercer capítulo, orientado a reinscribir dos de sus textos mayores (La estructura mediterránea argentina -1948- y Teoría de la ciudad argentina -1951-) en sus condiciones de producción, entre Santiago y Buenos Aires. Los capítulos cuarto a sexto son, como anota su autora, ante todo trabajos de historia política, aunque en ellos se agitan aspectos centrales de la cultura política local (la institución del favor, el peso relativo del catolicismo o la plasticidad de los tableros ideológicos), en cuyos intersticios se elabora trabajosamente un estado siempre subordinado a la lógica de otros campos. Concentrados en la instalación del peronismo en la provincia (de tono conservador y muy ligado a los sectores nacionalista-católicos), estos capítulos reenvían a un momento anterior, formidablemente iluminado por la figura de Olmos Castro, burócrata con inquietudes sociales que hace su pequeña odisea estatal en las lides contra los dueños del poder económico, primero, y político, luego. El sexto capítulo nos deja ya en las puertas del largo poder juarista, que reencontraremos en el siguiente, cuarenta años después. El aparente hiato no podría computarse como una falta: sabemos de su interés, en gran medida, por los trabajos elaborados dentro del grupo animado por la autora y señalado por ella como parte central de su experiencia santiagueña.
El capítulo séptimo, por fuerza, es el más peculiar, pero también el más conmovedor de todos. Cifrado en una coyuntura próxima tanto en el tiempo como en la experiencia de la autora (1990-2005), escudriña el momento de desarticulación del "régimen juarista" en la provincia, parcialmente definido por una intervención federal pero preparado por una coagulación de fuerzas locales en la que una parte de la iglesia tuvo un gran (y también muy oneroso) protagonismo. Ciertos datos de la cultura política identificada en los años '40 reaparecen cincuenta años después, en una nueva y compleja configuración de factores locales, nacionales y transnacionales, solo discernible para una mirada atenta al carácter relacional de la vida política y cultural.
Esa perspectiva relacional, presente en todos los capítulos y que en conjunto permite exponer convergencias muy disímiles conforme el corte temporal de que se trate, es lo que en parte, creo, intenta recoger el subtítulo del libro. Partiendo de allí, y atendiendo en especial a la noción de "modernización periférica", es posible recuperar algunas de las cuestiones que más interés, pero también más motivos de controversia, ofrecen al diálogo común dentro de la historia cultural argentina contemporánea.
Lo primero: la adopción de una perspectiva relacional es una de las vías más concretas para eludir algunas de las limitaciones de las historias locales, siempre marcadas por cierto solipsismo que oscurece la actividad de contextos de diversa extensión y duración. Pero de ella se desprende, y esto es lo segundo, una constatación: que aunque en la economía de los intercambios se establecen relaciones asimétricas (del orden de las que señalan nociones como las de centro y periferia), esto no implica que esos equilibrios dejen de estar datados (aun si su duración es muy larga y por momentos parece llamada a no extinguirse). Interesa, en este sentido, definir cuál es la duración de esa condición periférica, y respecto de qué unidades y capitales precisos se opera (incluso en países de
vocación monocéntrica como el nuestro, en el que la concentración de capitalidades en Buenos Aires es muy reciente y, pese a todo, no pudo eliminar por completo la actividad magnética de otros centros a otras escalas -del tipo de las que definen a las regiones conforme los más diversos atributos-). Vuelve a colarse aquí el motivo de Santiago-sede-de-obispado, despojada en beneficio de Córdoba y, con ello, acaso también privada de una universidad que pudo ser la suya, contribuir a una centralidad peculiar merced a ambos atributos, y así. Tercero, esta cuestión es conexa a la problematicidad de ciertas nociones que vinieron a describir cuadros históricamente datados, para luego cristalizar como conceptos rodeados de cierto aire de evidencia: la de vanguardias, la de modernidad. La necesidad de distinguir esas macro-entidades en sus modalidades específicas de desarrollo condujo, como señalara Gorelik, a privilegiar la adjetivación (periférica, moderada, dependiente, católica) frente al sustantivo, cada vez menos transparente (¿debiéramos entender por modernización la avanzada del capital, la especificación de funciones y su creciente interdependencia, la burocratización estatal, el privilegio del yo frente a formas corporativas de vida.algunos de esos elementos o solo todos ellos...? Y en función de eso, ¿desde y hasta cuándo se extendería esa modernización, periférica o central.?). El problema no es nominal sino analítico, y aunque no merezca las mejores energías sí amerita ser reinstalado, para contrariar en algo la sensación de universalidad que suele acompañar a toda macro categoría (el Estado central y el capitalismo eran algo muy distinto vistos a escala de la Santena de Levi, aunque a él ese pueblo en sí le importara muy poco; Santiago, que en cambio interesa mucho a la autora, puede también mostrar algo muy diferente respecto de aquello que suele sobreentenderse por modernización en nuestros países, tendencialmente contencioso).
Por último, ya de vuelta a la historia local y al comienzo del libro: hallar de repente que hay ahí, en la reunión de los textos, una historia -política o cultural- local y señalar, como hace Martinez, que la historia debe crecer entre las grietas de una anterior: una historia localista de lo local, "oficial" u "oficiosa", celebratoria o condenatoria, frente a la cual es preciso rastrear una "sociedad verosímil". Este es un desplazamiento central, no porque sean todas formas de participar de una cierta memoria social sino porque la historia que asume su condición disciplinar tiende a ir a contrapelo de una memoria de la que la separan los objetivos, los procedimientos y un corte deliberado frente a la espontaneidad de una cadena de transmisión. Forma específica de relación con el pasado, entonces, pero ahora especialmente atenta a cuadros de situación anterior que sabe no exclusivamente locales y, en esa medida, parte de una dinámica que diseña marcos jurídicos, económicos o comunitarios más vastos (el del imperio español o el virreinato, el del mercado interno colonial o las provincias unidas, el pretendido o el dado por el Estado central, el que puede corresponder a la región o a sus vínculos con ultramar, etc.). El siglo XX santiagueño se juega en múltiples y cambiantes marcos de esa y otras especies y, visto de manera global, tiene un resultado inquietante. Como aquí las cuestiones analíticas van ligadas a otras, si se quiere prácticas y orientadoras de la acción, no extrañará que tanto las primeras como las segundas parezcan, a despecho de su condición pasada, urgentes.

Ana Clarisa Agüero
IDACOR / CONICET-UNC

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