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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.2 Bernal dez. 2015

 

DOSSIER: 20 años de historia intelectual. Oscar Terán, en busca de la ideología argentina y latinoamericana

El malestar Terán: el factum como Fatum: a propósito de Nuestros años sesentas

 

Sebastián Carassai

Universidad Nacional de Quilmes / CONICET

Hay, a menudo, en Oscar Terán una prosopopeya, un regreso a los textos como si fuesen lugares. Así visita los escritos de José Carlos Mariátegui, por ejemplo, con motivo del centenario de su nacimiento, y así lo hace también con el corpus que recorta de los años sesenta.1 La diferencia radica en que solo en este último caso en esos lugares que visita se encuentra, entre otros, con alguien que él fue y que ya no es más, y a cuya comprensión entrega toda la sutileza de su esmero intelectual. Los años sesenta de Terán van de 1956 a 1966, de la Revolución Libertadora al comienzo de la Revolución Argentina. En esos años comienza a despuntar una fracción de intelectuales, pronto ramificada, que dirige sus discursos hacia los aspectos sociales y políticos de la realidad nacional. El sartrismo provee el adjetivo justo: se trata en todos los casos de intelectuales comprometidos. Algunos luego devendrán orgánicos. La reconstrucción que realiza Terán de sus tradiciones ideológicas tiene por cometido un estudio más profundo, ontológico en su horizonte, acerca de la violencia de las pasiones ideológicas, motivado según el propio autor por el descubrimiento, que cifra en el año 1975 de su biografía, de que "las ideologías también son mortales". 2 En esta historia de la ideas de sus años sesenta, entonces, Terán ausculta la espesura de creencias y valores que acabarán determinando prácticas concretas, como si en la desconfianza que las palabras despertaban en aquellos jóvenes -que las oponían a lo real, a lo concreto, a la acción- pudiera reconocer el germen de su posterior abandono.
¿Qué papel juegan las ideas en esta historia y qué papel los sujetos? Las "Advertencias" que reciben al lector cuando abre el libro sorprenden con una confesión memorable. Escribiéndolo, Terán manifiesta haberse sorprendido no pocas veces por "la ambigua sensación de estar en rigor observando más bien un conjunto de ideas que se apoderaron de unos hombres y, al hacerlos creer lo que creyeron, los hicieron ser lo que fueron".3 Así, el rechazo del espiritualismo y la concepción corporalista e historizada de la realidad (en el grupo Contorno), el diagnóstico de crisis del imperialismo y el programa politizador de la moral (en Hernández Arregui), la demanda de totalización y la centralidad de la categoría de totalidad (en los jóvenes existencialistas como Masotta), el antiliberalismo (en el revisionismo histórico), la crítica despiadada a la clase media (en casi todos los grupos), el nacionalismo de izquierda (o más explícitamente marxista), el redescubrimiento de las nociones de enajenación y de praxis (en el grupo Pasado y Presente) y, más adelante en el texto, el tránsito del humanismo existencialista al estructuralismo antihumanista, el antiimperialismo como clave explicativa de la historia nacional, la deriva que desemboca en la concepción foquista y el voluntarismo revolucionario, y la teoría de la dependencia hermanada con la visión antietapista del desarrollo; todo ello vendría a representar estaciones diversas de una Idea en movimiento.
Sin embargo, aquel énfasis unilateral en las ideas augura una filosofía de la historia que el libro aplaza hasta olvidar. En disonancia con la advertencia inicial, el transcurrir del libro toma distancia de ese sentido trágico que ve en los hombres armazones heterónomas sujetas a la lógica autónoma de la Idea. La mera adopción de la teoría del compromiso, señala Terán, no alcanza a explicar lo sucedido. Hizo falta una traducción, una apropiación, una articulación de aquellas ideas a la realidad argentina. En este sentido, el capítulo dedicado al peronismo, que abre la narración de esas traducciones, invita a pensar -en clave bastante menos hegeliana que la advertencia inicial- que no fue la conciencia de esos jóvenes la que determinó su ser social sino que, como quería Marx, fue el ser social el que promovió en ellos la búsqueda, la adopción y la resignificación de aquellas ideas. La problematización del fenómeno peronista constituyó el rasgo más evidente y angustiante de ese ser social. "La sociedad, el Estado y el país todo habían cambiado más de lo previsto luego del peronismo", subrayaba Terán.4
Si el peronismo fuera del Estado representó "el acta de nacimiento de la generación crítica",5 todo un conjunto de hechos y procesos al que Terán dará el nombre de "modernización" hará de marco contextual y de condición de posibilidad a su desenvolvimiento. El surgimiento de las carreras de sociología y de psicología, la renovación de la ciencia histórica, la creación del Instituto Di Tella, la renovación del campo cultural católico, la aparición de nuevas editoriales y revistas como Primera Plana y la constitución de una audiencia no menos novedosa, con epicentro en franjas de la juventud de clase media urbana, todo ello sumado a algunos episodios internacionales (la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, el movimiento anti-Vietnam, el ascenso de la idea del Tercer Mundo y su articulación con la de antiimperialismo y, por sobre todo lo anterior, "la influencia devastadora de la Revolución Cubana")6 forma un solo y mismo movimiento con la emergencia de esta nueva izquierda.

El huracán que barre la historia

Tenemos allí un breve racconto de las ráfagas más intensas que caracterizaron aquel "huracán que barre la historia", como dirá mucho después.7 Pero los vientos no golpearon parejamente a toda la sociedad ni alentaron en todos las mismas acciones. Los hechos no eran transparentes, había que interpretarlos. De allí el énfasis en el análisis de las mediaciones más que en la sencilla confirmación de la cruda inmediatez. Describe, entonces, Terán, cómo la experiencia frondizista, juzgada como traición, promovió la clausura de la idea de relaciones pacíficas con el poder, y cómo al poco tiempo el éxito de la insurrección armada en Cuba fue traducida como su confirmación. Terán llama "efecto Prigoyine" a las consecuencias de la "traición Frondizi", porque Prigogyne pensaba que un requisito para la creatividad intelectual residía en la existencia de un dios fuerte y un príncipe débil. El dios fuerte fundamentaba la objetividad, el príncipe débil garantizaba ese mínimo desorden sin el cual la inteligencia carecería de estímulos. A diferencia de Silvia Sigal, que veía una paradoja en que los intelectuales estuvieran por esos años débilmente insertados en el Estado o en las organizaciones sociales pero estuvieran en cambio presentes en la sociedad y en la política, Terán veía más bien en lo primero la condición de posibilidad de lo segundo: en el príncipe débil la condición de posibilidad del dios fuerte, en la "traición Frondizi" la condición de posibilidad del dios de la revolución.8
Comenzaba así a gestarse la subordinación de la cultura a la política, sedimentada en una ideología para la cual todo era político y la política era antagonismo.9 Pero esta subordinación no fue meramente exterior, como si la política hubiera invadido el campo intelectual, sino que requirió también de una representación afín en las concepciones que los intelectuales se fueron haciendo de lo político. La distinción entre lo formal y lo real en lo que respecta a las libertades y a la democracia -que en un texto dos años posterior a Nuestros años sesentas Terán recuerda que funda su linaje en La cuestión judía, de Marx, y sobrevive bajo nuevos ropajes también en Foucault-,10 no se evaluó desmentida sino confirmada por el golpe de Onganía, en 1966. Así, se cerraban las vías para que aquel "malestar en la cultura" de esa nueva izquierda, que había tomado conciencia de ese malestar diez años antes, encontrara un cauce de expresión alternativo al que se adivinaba en las armas.11 A esta cerrazón Terán la llamó "bloqueo tradicionalista", tesis de la que luego se distanció atribuyéndola a un "exceso de autobiografía" -como recuerda Hugo Vezzetti en su estudio preliminar a la nueva edición de Nuestros años sesentas-.12 En este sentido, Terán terminó dando razón a Sigal, que en su diálogo con él enfatizaba la existencia de un conjunto de experiencias (entre ellas, las cátedras nacionales y las marxistas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires) que cuestionaba el quiebre que habría significado 1966 para los jóvenes de la nueva izquierda. En el texto, sin embargo, ese bloqueo tiende a explicar que aquella izquierda haya considerado para siempre clausurados los caminos institucionales.

Contra la inexorabilidad en la historia

Con todo, Nuestros años sesentas es también un ensayo contra la inexorabilidad histórica. El libro es de 1991, pero sus argumentos se fueron elaborando a lo largo del período abierto por la inminencia del retorno al régimen democrático, o quizás antes, en medio del exilio. Más bien es punto de llegada que de partida, maduración de temas sobre los que varias veces a lo largo de esos años regresó, como confiesa en otro lado.13 En 1983, Terán objeta a Víctor Massuh su justificación de la "intervención quirúrgica" realizada por la última dictadura militar pero al mismo tiempo llama a indagar en una "geografía que a todos nos incluye" las claves de la crisis argentina.14 La democracia nacería viciada si las izquierdas renunciaran a una reflexión "difícil pero imprescindible" tendiente a dilucidar "cómo se fue constituyendo un dispositivo político-cultural que oficiaría como condición de posibilidad de una ideología del vanguardismo armado que terminó por sustituir a las masas que pretendía representar".15 Al año siguiente, en la conclusión de su artículo sobre la genealogía de la modernidad en Foucault, se pronunció a favor de una "ética de la responsabilidad", "ahora que el imperativo incondicionado del integrismo o de la revolución palingenésica han revelado que la otredad tercermundista también produce los monstruos de la intolerancia que la Razón tecnocrática sueña".16 El mismo año, en su polémica con José Sazbón sobre el posmarxismo, localizará esta necesidad en la izquierda argentina.

Un relato que hoy exculpe lisa y llanamente la responsabilidad de la izquierda en nuestro país, arguyendo el salvajismo inconmensurablemente mayor de la barbarie militar -escribió- no haría más que contribuir a ese viaje tan argentino por los parajes de la amnesia.17

Diez años después, en la entrevista que le realizaron Roy Hora y Javier Trímboli, aunque al recordar esa polémica señaló que aquel artículo suyo ya no le gustaba, volvió a citar textualmente aquella exhortación a revisar responsabilidades en la izquierda -a la que, según sus propias palabras, "podría agregar muy poco"-.18
Visto en perspectiva, la reflexión que fue madurando Terán durante los años ochenta y que tendrá en Nuestros años sesentas uno de sus frutos más conocidos, anticipó a su modo el debate que, muchos años después, estallará en el campo de las izquierdas a raíz de la carta que el filósofo Oscar del Barco envió a la revista La Intemperie conmocionado por el testimonio de Héctor Jouvé, un ex miembro del Ejército Guerrillero del Pueblo que en una entrevista había relatado el asesinato de dos compañeros por decisión del propio grupo.19 A diferencia de Del Barco, la reflexión de Terán no asume la forma de una contrición. Ambos comparten, sin embargo, la necesidad de no eludir la cuestión de la responsabilidad de las izquierdas en la revisión del pasado trágico argentino. En Terán, este énfasis en la responsabilidad dialoga críticamente con la idea de destino, implícita en la advertencia con la que comienza Nuestros años sesentas.
En la mencionada polémica con Massuh, Terán señala la ausencia de una interrogación, ya no solo en la izquierda sino en la sociedad, acerca de

por qué en esa comunidad el connubio con la muerte llegó a asumir las características de factum vivido como Fatum: una presencia "obviamente dada" que adquirió las connotaciones de un Destino y que cubrió a sectores más amplios que aquellos que directamente participaron de la tentación de convertir la violencia clandestina en el instrumento privilegiado de la política.20

Terán subraya más de una vez que los acontecimientos que se sucedieron a partir de 1966 fueron leídos por la nueva izquierda que él estudia en Nuestros años sesentas como la consumación de un conjunto de profecías que los intelectuales habían enunciado en los años anteriores. No se trata tanto, entonces, de ver si en las pasiones ideológicas estaba ya prefigurada la catástrofe posterior. Se trata de algo todavía más valiente: indagar hasta qué punto esa prefiguración no habría que buscarla en el modo en que esas ideas fueron apropiadas, sostenidas y finalmente convertidas en destino inexorable por una parte de aquella generación. Ese es, a mi juicio, el malestar Terán: el descubrimiento de un nosotros -que él deliberadamente hace que nunca lo esquive- que tendió a ver en los acontecimientos jalones de una historia imaginada como inevitable. Es cierto que este malestar no se reduce exclusivamente a los años sesenta. Cuando analiza discursos antiimperialistas del período que va de 1898 a 1914 para rastrear qué objeto constituían cuando pronunciaban el nombre "antiimperialismo", Terán advierte en el positivismo argentino esta misma inclinación a "aceptar el factum como Fatum: puesto que el hecho imperialista era ineludible, se tornaba necesario asumirlo como un destino".21 Lo que Terán verificaría, entonces, en más de una oportunidad en la historia de las ideas en la Argentina, es cierta tendencia a transformar lo dado en ontológico. Incluso podría interpretarse su interés por la empresa genealógica de Foucault como una estrategia teórica para desmontar esa tendencia. "Genealogía" es, para Terán,

la mostración de la irracionalidad del presente a través del cuestionamiento de la justificación retrospectiva que confiere legitimidad a todo lo duradero hasta hacérnoslo aparecer como obvio. Por eso toda genealogía es necesariamente crítica, al desnudar que las raíces de lo que somos y sabemos no se hunden en ninguna esencia última, sino en la exterioridad de lo accidental.22

Traducido a la historia de las ideas en la Argentina, una genealogía implica el paciente desmonte de las capas sedimentadas en la ideología, único modo para comprender que "el auténtico sistema de desastres"23 que motoriza a la sociedad argentina no obedece a ningún destino y que su carácter contingente acaba dirigiendo siempre una última pregunta a la cuestión de la responsabilidad de los actores.24

Conclusión por la filosofía

Oscar Terán no fue estrictamente un foucaultiano. Si detuvo momentáneamente su marcha filosófica en "la estación Foucault", como la llamó él, fue menos por una empatía con sus objetos que por lo que a partir de algunos de sus trabajos podía contradecir. De Historia de la locura y de Vigilar y castigar, por ejemplo, Terán rescató el aliento a "la revuelta de lo particular contra la lógica de la identidad", que puja por una política que maximice "los códigos según los cuales (como enrostraba Kant al imperium paternalista), 'nadie puede obligarme a ser feliz a su manera', o en los que (en clave módicamente argentina) 'la vida mía no sea la muerte tuya'".25 Un Foucault a la medida de una alarma nunca desde entonces disipada ante la lógica de la identidad, ante cualquier política que proponga o fantasee con aniquilar la diferencia.26
En las últimas líneas de Nuestros años sesentas Terán menciona la esperanza. Quien en aquellos años la conoció, escribió, ya no la olvida.27 Al año siguiente, en un debate organizado por el Club de Cultura Socialista, dialogó junto a Jorge Dotti sobre las perspectivas del pensar filosófico contemporáneo. Se pronunció entonces por la búsqueda de verdades parciales, lo que es lo mismo que decir, dijo, que "nos quedan el deseo, la palabra y algunos valores  amenazados".28 Entre estos últimos ubicó uno que también conoció en sus años sesenta: "aquella solidaridad fundada en una justicia social que recupera la idea moderna de la transformación y que sigue ostentando el nombre irrenunciable de socialismo".29 Diferencia (y ya no identidad), transformación (y ya no revolución), y una defensa incansable de los mejores valores defendidos, como la solidaridad y la justicia social, son ahora las garantías de perdurabilidad del requisito adorniano de que el pensamiento siga incluyendo la "promesa de la felicidad", acaso la expresión filosófica de la esperanza que Terán no quiso resignar.
La historia no es la geometría, dice Terán, y a ello se debe que sea más interesante y, por lo general, más cruel.30 Dos meses después de que saliera a la calle la primera edición de Nuestros años sesentas falleció "el inolvidable Pancho Aricó".31 Terán le dedica unas palabras en las que inscribe, otra vez, un nosotros. "Quiso ir para un lado", escribió Terán sobre Aricó, "fue -como todos nosotros- para otro".32 Tulio Halperin Donghi ha dedicado buena parte de su incomparable labor historiográfica a desentrañar este tipo de paradojas en la historia argentina. Pero lo que en Halperin adquiere muchas veces la forma de una ironía despersonalizada, en Terán es tragedia en primera persona. Una tragedia a la que, además, priva siempre de argumentos ganados por las lentes tranquilizadoras que labran los buscadores de desvíos. Al contrario: una y otra vez, con Nuestros años sesentas pero también con el liberalismo, con el positivismo, con Foucault o con Sartre, lo que Terán trata de señalar son las áreas de un pensamiento que conspiran desde adentro contra su empresa más general. "Entre el homenaje y el exorcismo",33 lejos del determinismo y más lejos aun de las hagiografías, su crítica de las ideas de la nueva izquierda en los años sesenta fue también, y no tan secretamente, el intento de hacer estallar el círculo encantado de la autocomplacencia argentina.

Notas

1 Oscar Terán, "Mariátegui: el destino sudamericano de un moderno extremista", Punto de Vista, nº 51, abril de 1995.

2 Oscar Terán y Silvia Sigal, "Los intelectuales frente a la política", Punto de Vista, nº 42, abril de 1992, pp. 42-48.

3 Oscar Terán, Nuestros años sesentas.La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1991, p. 13. Pocos meses después de aparecido el libro, refirió esta misma sensación en el diálogo citado en la nota anterior, que mantuvo con Silvia Sigal, autora de Intelectuales y poder en la década del sesenta, Buenos Aires, Puntosur, 1991, el otro clásico sobre estos años.

4 Oscar Terán, Nuestros años sesentas, op.cit., p. 44.

5 Ibid., p. 33.

6 Oscar Terán y Silvia Sigal, "Los intelectuales frente a la política", op. cit.

7 Oscar Terán, "Lectura en dos tiempos", Lucha Armada, nº 1, primavera de 2004, pp. 12-15.

8 Véase Oscar Terán, "Intelectuales y política en la Argentina: 1956-1966", Punto de Vista, nº 37, julio de 1990, y Nuestros años sesentas., op. cit.

9 Esta caracterización corresponde a Carlos Altamirano,"Intelectuales en represión y democracia", Punto de Vista, nº 37, noviembre de 1986. Sobre la fusión entre política y cultura, véase el artículo pionero de Beatriz Sarlo, "Intelectuales: ¿Escisión o mímesis?", Punto de Vista, nº 25, diciembre de 1985, al que el propio Terán remite en "Intelectuales y política en la Argentina: 1956- 1966" arriba citado.

10  Oscar Terán, "La estación Foucault", Punto deVista, nº 45, abril de 1993.

11   Sobre el origen de este "malestar en la cultura", véase Oscar Terán, "Imago Mundi", Punto de Vista, nº 33, septiembre-diciembre de 1988.

12  Hugo Vezzetti, "Estudio preliminar", Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, pp. 9-39.

13 Véase Oscar Terán, "Intelectuales y política.", op.cit.

14 Oscar Terán, "El error Massuh", Punto de Vista, nº 17, abril-julio de 1983, p. 4.

15 Ibid.

16 Oscar Terán, "Foucault: una genealogía de la modernidad", Punto de Vista, nº 21, agosto de 1984.

17 Oscar Terán, "Una polémica postergada: la crisis del marxismo", Punto de Vista, nº 20, mayo de 1984, pp. 19-20.

18  Oscar Terán, "La historiografía es la encargada de articular un sentido para las experiencias colectivas. Sin él, una sociedad contiene zonas de anemia y desmemoria", en Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1994, p. 66. Terán mantendrá este llamado a revisar responsabilidades, aun sobre las consecuencias no queridas de las acciones, hasta el fin de sus días. Véase, por ejemplo, Oscar Terán, "Lectura en dos tiempos", Lucha Armada, nº 1, primavera de 2004, pp. 12-15.

19  La carta de Del Barco, la entrevista a Jouvé que la originó y algunas de las intervenciones que provocó pueden verse en Pablo Belzagui (comp.), Sobre la responsabilidad: no matar, Córdoba, Del Cíclope, Universidad Nacional de Córdoba, 2008.

20 Oscar Terán, "El error Massuh", op. cit., p. 4.

21  Oscar Terán, "El primer antiimperialismo latinoamericano", Punto de Vista, nº12, julio-octubre de 1981.

22  Véase Oscar Terán, "Foucault: una genealogía de la modernidad", op. cit.

23  Oscar Terán, "El error Massuh", op.cit., p. 4.

24  Véase, a este propósito, la aguda lectura que Carlos Altamirano realizó del libro de Oscar Terán, En busca de la ideología argentina (Buenos Aires: Catálogos, 1986), en Punto de Vista, nº 28, noviembre de 1986, pp. 49-50.

25 Véase Oscar Terán, "Foucault: una genealogía de la modernidad", op. cit.

26 Otra vez, esta política Terán no la circunscribe al período que sucedió a los años sesenta. En su análisis de la construcción de una tradición en Leopoldo Lugones, Terán subraya los modos en que se operó una expresa bestialización de las razas indígenas. "Si ese otro es bestial -escribió- por eso mismo es inasimilable"; y fue por ello que"aquel problema [la ocupación definitiva de la Patagonia] no tenía otra solución que la guerra a muerte". Oscar Terán, "'El payador' de Lugones o 'la mente que mueve las moles'", Punto de Vista, nº 47, diciembre de 1993, pp. 43-46. También en su análisis de la tradición liberal y las reacciones de la elite ante la inmigración y luego ante el ascenso del yrigoyenismo, Terán detecta "el montaje de mecanismos simbólicos de deslegitimación del adversario o simplemente del 'otro'". Oscar Terán, "La tradición liberal", Punto de Vista, nº 50, noviembre de 1994.

27 Terán, Nuestros años sesentas, op.cit., p. 191.

28 Oscar Terán, "Preguntas abiertas", Punto deVista, nº 44, noviembre de 1992, pp. 4-7.

29  Ibid.

30  Véase Oscar Terán, "Mariátegui: el destino sudamericano de un moderno extremista", Punto de Vista, nº 51, abril de 1995.

31  Así se refiere a él en "Mariátegui: el destino sudamericano.", op. cit.

32   Oscar Terán, "Fulguraciones: in memoriam Pancho Aricó", 1991.

33 Véase Oscar Terán, "Intelectuales y política...", op. cit.

Obras de Oscar Terán citadas

1. "El primer antiimperialismo latinoamericano", Punto de Vista, nº 12, julio-octubre de 1981.         [ Links ]

2. "El error Massuh", Punto de Vista, nº 17, abril-julio de 1983.         [ Links ]

3. "Foucault: una genealogía de la modernidad", Punto de Vista, nº 21, agosto de 1984.         [ Links ]

4. "Una polémica postergada: la crisis del marxismo", Punto de Vista, nº 20, mayo de 1984.         [ Links ]

5. "Imago Mundi", Punto de Vista, nº 33, septiembre-diciembre de 1988.         [ Links ]

6. "Intelectuales y política en la Argentina: 1956-1966", Punto de Vista, nº 37, julio de 1990.         [ Links ]

7. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, Buenos Aires, Punto Sur, 1991.         [ Links ]

8. "Fulguraciones: in memoriam Pancho Aricó", 1991.         [ Links ]

9. "Preguntas abiertas", Punto de Vista, nº 44, noviembre de 1992.         [ Links ]

10. "La estación Foucault", Punto de Vista, nº 45, abril de 1993.         [ Links ]

11. "'El payador' de Lugones o 'la mente que mueve las moles'", Punto de Vista, nº 47, diciembre de 1993.         [ Links ]

12. "La tradición liberal", Punto de Vista, nº 50, noviembre de 1994.         [ Links ]

13. "Mariátegui: el destino sudamericano de un moderno extremista", Punto de Vista, nº 51, abril de 1995.         [ Links ]

14. "Lectura en dos tiempos", Lucha Armada, nº 1, primavera de 2004.         [ Links ]

15. Oscar Terán y Silvia Sigal, "Los intelectuales frente a la política", Punto de Vista, nº 42, abril de 1992.         [ Links ]

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