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Olivar

versão On-line ISSN 1852-4478

Olivar vol.23 no.37 La Plata  2023

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.24215/18524478e142 

Reseñas

Juan Diego Vila, Furores impresos. La saga de las primeras lecturas del Quijote, Madrid, Colección Cervantes, Sial Pigmalión, 2022, 337 páginas

Noelia Nair Vitali1 

1Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina

Vila, Juan Diego. Furores impresos. La saga de las primeras lecturas del Quijote. 2022. Sial Pigmalión, Madrid: 337 p.

El más reciente libro de Juan Diego Vila, Furores impresos, nos propone un recorrido por el Quijote de 1615 a partir de una serie de trabajos escritos a lo largo de casi dos décadas y recopilados en función de un hilo conductor. Como lo anticipa su título y se asevera luego en la introducción, el volumen indaga -a partir del análisis del texto cervantino- el impacto provocado por el advenimiento de la imprenta en la vida de los lectores y, más específicamente, las lectoras durante la modernidad temprana, así como el lugar que ocupa la literatura en sus vidas y en la constitución de sus subjetividades.

Tras el “Prólogo”, escrito magistralmente por Ruth Fine, el minucioso trabajo de Vila se desarrolla a través de doce capítulos, distribuidos en una introducción y cuatro partes de dispar extensión. Cada una de ellas se articula en torno a una problemática específica vinculada con los aspectos ya referidos.

El capítulo introductorio, “Escenas de pasión lectora”, traza las directrices por las que discurrirá el resto de las secciones. A partir de la comparación de escenas en las que se representa la lectura en ambas partes del Quijote, Vila sintetiza los fundamentos de su trabajo y explica la organización de la materia. Ya desde el comienzo, comprendemos que unas cuantas cuerdas tensan la coherencia de esta colección de artículos. Entre ellas, una no menor será la que apunte a la figuración de la literatura como transgresión en sus diferentes formas.

La primera parte, “Enigmas del consumo visceral”, subdividida a su vez en dos secciones (“Devenir escritura” y “Preferir la ficción”), está centrada en el “vértigo” causado por la incorporación de la historia del Quijote de 1605 en la trama de 1615, haciendo hincapié en los efectos que esto provoca tanto en los protagonistas, como en los personajes con los que se encuentran y por los que son “leídos”. El análisis estará centrado, excepto por el primer trabajo, en episodios ocurridos dentro del palacio ducal. Los tres estudios que conforman la primera subdivisión hilvanan la compleja reconfiguración de los personajes en el nuevo contexto ficcional (y sociohistórico) de la secuela cervantina. La sección se abre reflexionando sobre los “enigmas” que plantea la producción material del primer Quijote tal como aparece figurada en la continuación de 1615. Un detenido examen de los manejos del tiempo y del espacio en la secuencia previa a la tercera salida de nuestro caballero permite sopesar las consecuencias inmediatas de su conversión en libro. El siguiente capítulo aborda las transformaciones sufridas por Dulcinea, a partir de la confrontación de visiones entre Don Quijote y los duques, en virtud de lo que Vila denomina “el combate por la imaginación erótica”. El último trabajo de este tramo está dedicado a la figura de la duquesa en tanto lectora “furiosa” y hábil tracista. Mediante una exploración sutil, Vila nos descubre los vericuetos de la imaginación femenina puesta en juego en el pasaje examinado y nos revela a la noble anfitriona bajo nueva luz.

En consonancia con las ideas planteadas anteriormente, los siguientes abordajes, reunidos bajo el mote “Preferir la ficción”, presentan tres modos diferentes mediante los cuales el discurso ficcional hace peligrar el orden establecido en la residencia de los duques. El primero de ellos focaliza el episodio de la Trifaldi y la reescritura ducal de la historia de Dorotea, a partir de lo cual el crítico explora nuevamente (como lo hiciera en relación con la figura de Dulcinea) los empeños del matrimonio noble para mantener bajo su órbita la producción de sentido. Esta cuestión se refuerza en el siguiente capítulo, consagrado a estudiar con delicadeza ejemplar el personaje de la dueña Rodríguez, la segunda Dolorida o Angustiada, y sus modos “otros” de apropiarse de la ficción. Al centrarse en esta figura, aparentemente lateral, el estudio nos instruye hasta qué punto el texto cervantino despliega la potencia transformadora de lo ficcional. Todo lo cual se refuerza y completa en el capítulo que cierra esta sección, dedicado al lacayo Tosilos. En su examen de este pasaje, Vila acierta a demostrar cómo la irrupción del orden real introducido por este personaje marginal permite redefinir el binomio realidad-ficción que la obra venía tramando hasta ese momento, al ofrecer una alternativa de consumo literario -en palabras del investigador- ya no “maníaco”, sino “estratégico”, que combine elementos de ambos órdenes.

La segunda parte de Furores impresos, titulada “Desvíos mentales y pasiones insatisfechas”, se ocupa en los dos capítulos que la componen de los alcances que adquiere el volumen de Avellaneda en la continuación del alcalaíno. Después de un repaso por el estado de la cuestión referida a la polémica entre ambos autores, el capítulo ocho revisa los diferentes momentos en los que el apócrifo aparece como objeto material figurado en la secuela cervantina. Así, mediante un recorrido minucioso que parte del encuentro con don Jerónimo y don Juan -lectores de la continuación tordesillesca-, pasa por la imprenta de Barcelona, para culminar en el episodio infernal de Altisidora -sin olvidar, por supuesto, el posterior intercambio de nuestros personajes con Álvaro de Tarfe-, la exposición de Vila dilucida las posturas biblioclastas que aparecen asociadas al libro de Avellaneda. Ideas que se complementan con lo expuesto en el capítulo noveno, referido a los relatos de perros y locos presentes en el Prólogo de 1615, que son analizados en relación con tres secuencias del Guzmán de Alfarache en los que el estudioso lee un antecedente de los cuentecillos cervantinos.

Para finalizar su escrupulosa indagación del texto literario, la tercera parte (“Vida y fracaso tecnológico”) se concentra en la visita del caballero manchego a la imprenta de Barcelona. En su interpretación, el crítico exhibe detalladamente el análisis de este importante episodio y sus diferentes implicaciones tanto en relación con las secuencias previas, como con el devenir posterior (y postrero) de los personajes y el libro mismo.

Por último, el cuarto apartado (“Leer cual hembras”) revela en sus dos capítulos, que funcionan como un díptico, las coordenadas ideológicas que sustentan la propuesta desplegada en el volumen. Tomando como punto de partida los cambios culturales producidos por la aparición de la imprenta y los postulados prescriptos en los manuales de educación femenina de la época, Vila repasa -desde los aportes de la crítica de género- la importancia que estas ideas tuvieron en la configuración de lo que él denomina “política de la imaginación”, con la que el texto cervantino entabla un diálogo fecundo. La reflexión, fiel a la propuesta siempre escurridiza del alcalaíno, culmina lanzando una pregunta (“¿Por qué lee esa mujer?”) que nos trae ecos del verso “¿por qué grita esa mujer?” de la poeta argentina, Susana Thénon. El texto de Vila deja resonando, entonces, una idea que ha ido tejiendo a lo largo del libro: como el grito, la lectura de ficción puede alzarse desde lo más íntimo para perturbar el sosiego adormilado del orden establecido.

De esta manera, Furores impresos enseña (en todos los sentidos de la palabra) un modo de leer, un dispositivo que detrás de su sólido basamento teórico y crítico no oculta (y contagia) la pasión que lo anima.

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