Introducción
Los debates científicos que se desarrollaron en distintos países en la segunda mitad del siglo XX cambiaron de manera sustancial los enfoques y también los objetivos de la arqueología como disciplina; muchos de ellos han tenido un impacto que todavía persiste en la práctica de investigación en el cono sur de América. Por circunstancias académicas, pero también por historias de vida particulares, los cambios de paradigma fueron permeando en los marcos de análisis aplicados en Argentina y cristalizando en formas más o menos generalizadas de abordar el registro arqueológico en general y lítico en particular. En este ensayo sintetizamos en primer lugar cuáles fueron los acercamientos que llevaron al surgimiento y aplicación del enfoque o paradigma de la organización tecnológica, ampliamente utilizado para el análisis de las sociedades cazadoras-recolectoras que habitaron el sur del continente. La Nueva Arqueología y sus desarrollos, como veremos en las páginas que siguen, fueron su antecedente indiscutido (e.g. Nelson 1991; Carr y Bradbury 2011; McCall 2012). Haremos especial énfasis en el marco de la organización tecnológica, como campo de estudio que, surgido en este contexto, ha cobrado un terreno de desarrollo propio y en permanente actualización. La aplicación bastante generalizada en Argentina de los términos, categorías, o conceptos acuñados por este marco y sus principales referentes, hacen necesario también introducir especificaciones y ejemplos en estudios regionales, a los efectos de aportar elementos que brinden precisión al uso de estas herramientas teórico metodológicas.
A continuación realizaremos una breve reseña sobre los principales cambios que estos enfoques introducen en la forma de analizar y estudiar el registro arqueológico, la manera en que llegaron a nuestro país y daremos nuestra perspectiva sobre los principales conceptos y discusiones surgidos a partir de su aplicación en Argentina. Esta síntesis no pretende ser exhaustiva. Para realizarla, focalizaremos nuestros ejemplos en las regiones en las que trabajamos, que son las más conocidas para nosotras, proporcionando información complementaria sobre otras regiones.
El impacto de la Nueva Arqueología
Las corrientes en Arqueología que intentaron aplicar métodos científicos tuvieron un gran impulso con la aparición de la Nueva Arqueología en Estados Unidos. Según Butzer (1982) el aumento exponencial de datos empíricos surgidos entre los años 1930 y 1960, planteó un conflicto intergeneracional de redefinición de medios y fines en ese país. La publicación en 1962 del artículo de Binford denominado Archaeology as Anthropology (Binford 1962) señala un hito en el surgimiento de un debate que sería generalizado en las décadas siguientes.
En este nuevo marco, la arqueología debía asumir algunas metas propias de la antropología clásica, hacer foco sobre la variabilidad cultural y, fundamentalmente trabajar con un método propio en base a los paradigmas epistemológicos entonces imperantes. La cultura dejaba de ser un conjunto de ideas compartidas por un grupo y transmitidas de individuo a individuo, dando como resultados similitudes en tiempo y espacio como ocurría en el marco teórico histórico cultural predominante en nuestro país (e.g. Borrero 1995; Boschin 1991-1992; Politis 2003; Ramundo 2012), para pasar a ser un medio extrasomático de adaptación, definición que Binford (1962) toma de White (1959). Esto suponía superar una etapa meramente descriptiva y particularista, procurando hacer de la arqueología una disciplina verdaderamente científica. Binford (1968) sostuvo que la meta de la ciencia en general y de la antropología y la arqueología como disciplinas científicas, era la explicación. Para brindar un carácter científico a esta disciplina, los seguidores de esta corriente se abocaron al estudio de la filosofía de las ciencias. La explicación científica se ligó de modo irrevocable al método hipotético deductivo; en las publicaciones se sostenía que las explicaciones sobre el comportamiento humano sólo podían formarse al abrigo de leyes establecidas como hipótesis y probadas en conjuntos independientes de datos (entre otros, Trigger 1992). Esto se relaciona con un modelo o concepción de explicación científica que constituye el prototipo de lo que alguna vez se creyó que era el único posible, la explicación nomológico deductiva o la explicación por leyes, conocida como el modelo de Carl Hempel (Klimosky 1994).
Cabe señalar que, de acuerdo con O´Brien et al. (2005), Binford casi no ejerció influencia en la arqueología estadounidense hasta la década de 1970, ya que los arqueólogos estaban inmersos en discusiones sobre filosofía y estructura de la ciencia. Debe esperarse a fines de la década para su reintroducción en el debate de la arqueología y su definición de la Teoría de Rango Medio (Binford 1977a). Para este momento, ya se está prestando atención a los procesos de formación del registro arqueológico, especialmente a partir de las formulaciones iniciales de Ascher de finales de la década de 1960 y que cobran importancia dentro de la Arqueología del Comportamiento de Schiffer y colaboradores (O´Brien et al. 2005). Para esta corriente, son también muy importantes la etnoarqueología (e.g., Binford 1977a, b, 1978, 1979, 1980, 1983; Gould 1968, 1978) y la experimentación (entre otros, Anderson 1980; Callahan 1979; Cotterell y Kaminga 1979; Crabtree y Butler 1964; Dibble y Whittaker 1981; Frison 1989; Reid et al. 1975). Esta es, entonces, una época muy importante en la arqueología estadounidense cuya influencia continuamos viendo hoy en la arqueología argentina. Las críticas que ha recibido esta escuela han cubierto un amplio espectro, empezando por sus propias filas y la reflexión sobre el alcance de las leyes obtenidas en sus primeros diez años (Flannery 1972). Desde un enfoque metodológico se criticó la aplicación de la lógica deductiva (Salmon 1980) y, muy ampliamente a partir de la década de 1980, al carácter positivista del procesualismo, que ha sido el foco de la crítica desde el pensamiento postmoderno (Hodder 1982, 1985; Shanks y Tilley 1987 entre los más emblemáticos).
Con énfasis en lo adaptativo, ecológico y en la teoría de sistemas, la Nueva Arqueología sostenía la necesidad de un cambio en la forma de interpretar el registro arqueológico, para el cual era necesario utilizar una variedad de perspectivas diferentes y construir argumentos que permitieran relacionar el registro arqueológico con la teoría, de manera de comprender el comportamiento humano detrás de los artefactos. Para lograr explicaciones dinámicas a partir del registro estático se trabajó en la construcción de Teoría de Rango Medio. Si bien dentro de la Nueva Arqueología encontramos distintas perspectivas y discusiones acerca del significado y la construcción de esta Teoría de Rango Medio (e.g. Binford 1977a, 1983; Raab y Goodyear 1984; Thomas 1979), lo cierto es que la importancia que ésta y la arqueología del Comportamiento otorgaron a la etnoarqueología y experimentación que ya estaban desarrollándose, contribuyeron a entender la variabilidad presente en el registro arqueológico. Por otra parte, Tringham et al. (1974) señalaron que la publicación en inglés del libro de Semenov sobre análisis funcionales, fue un importantísimo impulso para los estudios experimentales (O´Brien et al. 2005). De igual modo, en Estados Unidos no debe dejar de señalarse la influencia de D. Crabtree y en Europa la de F. Bordes (O´Brien et al. 2005).
Dunnell (1995) sostuvo que el compromiso de la Nueva Arqueología con el modelo antropológico es la razón fundamental de la estrecha asociación con el estudio de sociedades de pequeña escala y sus fallas en la aplicación de perspectivas evolutivas. Probablemente el énfasis en estudios sincrónicos de cazadores-recolectores a los que se abocaron Binford y muchos de los arqueólogos procesuales, llevó a que las escalas temporales para analizar los mecanismos de la evolución no hayan sido adecuadas para un registro arqueológico que en general es promediado (Bailey 2007). Sin embargo, Binford (1972) rechazó la noción de evolucionismo progresivo de la ecología cultural y explícitamente criticó a Sahlins y Service (1960) por sostener que los estudios evolutivos son la determinación y explicación de las sucesivas transformaciones a lo largo de estadios del progreso general. Cabe señalar que para Binford (1972) la manifestación del proceso evolutivo puede dar como resultado la extinción, el decrecimiento en la complejidad, o la reorganización de los sistemas sin ningún incremento o decrecimiento en la complejidad. Las explicaciones para cada una de estas manifestaciones deben hacer referencia a condiciones ecológicas, formas y clases de presiones selectivas en ambientes concretos. Este autor advirtió también sobre los inconvenientes que podrían traer a la disciplina el uso indiscriminado de los modelos sistémicos y su relativo alcance para la explicación científica (Binford 1972). En relación con los problemas que seguía enfrentando el procesualismo después de veinte años de trabajo, Butzer (1982) remarcó la deuda de esta corriente hacia la geografía humana, y su deficiente articulación de la dimensión medioambiental, a la que como calificó excesivamente pobre. Desde una visión ecológica, destacó las paradojas existentes entre los conceptos biológicos o económicos usados para referir la adaptación, y la falencia de un enfoque que había hecho de la adaptación un concepto teórico con pocas medidas orientadas a evaluar la inadaptación (Butzer 1982).
La influencia de la Nueva Arqueología llegó a nuestro país a través del acceso de manera directa o indirecta a esta bibliografía por parte de un grupo de jóvenes de las Universidades de Buenos Aires y La Plata. En ese momento, no había mucha movilidad internacional ni llegaban al país investigadores extranjeros. Esta bibliografía fue incorporada, al principio, de manera aislada en algunas cátedras, coexistiendo en la Universidad de Buenos Aires bibliografía de este marco teórico y del histórico-cultural. Como consecuencia de estas influencias, tal como señalan Flegenheimer y Bellelli (2007), una parte de la producción argentina de esta época estuvo destinada a desarticular la propuesta histórico-cultural relativa a las industrias y a su explicación mediante difusión, enfatizando en cambio, aspectos ambientales (e.g. Fisher 1986-1987).
También comenzó a hacerse sentir la influencia de los trabajos experimentales en la forma de interpretación de los materiales líticos y a este respecto debe mencionarse la importancia de los trabajos de Nami y Flegenheimer. Nami enfatizó la importancia de la experimentación y abrió el campo de esta disciplina como práctica científica en Argentina. Sobre la base del modelo de adelgazamiento bifacial de Callahan (1979) presentó modelos de adelgazamiento bifacial que constituyen la base de su interpretación, y en cuyo marco entiende la variabilidad en los conjuntos líticos, describiéndose productos fallidos de talla, la influencia de su calidad para la talla y las posibilidades de mejorarla mediante tratamiento térmico (e.g., Nami 1986, 1987, 1992; Nami y Rabassa 1988). Aplicó en ese primer momento los resultados de sus investigaciones a los trabajos en que participó en Patagonia. Con el transcurso del tiempo, sus investigaciones se fueron focalizando en la aplicación de sus modelos de talla bifacial a los períodos más tempranos de poblamiento de América (e.g. Nami 2003). Flegenheimer, mientras tanto, completó su formación con el curso de talla dictado por Flenniken en la Washington State University. En sus primeros trabajos esta autora mostró una preocupación por las estrategias tecnológicas utilizadas, teniendo en cuenta las etapas de la secuencia de reducción de artefactos líticos y las diferencias en la localización de las materias primas (Flegenheimer 1986-1987, 1991, 1995; Flegenheimer et al. 1996). Luego, sus preocupaciones fueron centrándose en aspectos no económicos relacionados con la utilización de los materiales líticos, como el color, pero sin dejar de tener en cuenta la disponibilidad de los recursos y su calidad para la talla (e.g. Colombo y Flegenheimer 2013, Flegenheimer et al. 2013). Esta autora aplicó este enfoque en sus propias investigaciones de campo, que se centralizaron en la transición Pleistoceno-Holoceno en las sierras de Tandilia, en la provincia de Buenos Aires. Ella y su equipo continuaron desarrollando una fuerte base experimental, debiendo mencionarse tanto experimentos relacionados con el funcionamiento de las puntas denominadas cola de pescado como sobre las causas de sus fracturas, además de análisis innovadores, como los que involucran residuos orgánicos, que estaban siendo usados en el exterior. Tomaron como ejemplo los trabajos experimentales de Frison (1989) sobre puntas Clovis o los de Anderson (1980) sobre residuos (e.g. Flegenheimer et al. 2008; Mazzia et al. 2016; Weitzel et al. 2014). Los talleres de talla lítica realizados por Flegenheimer, Escola y Bayón sin duda contribuyeron a enfatizar la importancia de la experimentación; ésta continuó desarrollándose hasta nuestros días para entender las variaciones en la forma de los artefactos en sus casos específicos de estudio localizados en distintos lugares del país, desde distintos marcos teóricos o aún sin la mención específica de ellos, habiéndose ampliado actualmente para incluir pseudoartefactos (e.g. Borrazzo 2019, Cattaneo et al. 1997-98; Curtoni 1996; Martínez y Aschero 2003; Pérez 2010; Valverde 2003).
Cabe señalar que ya en la década de 1980 se comenzaron a desarrollar en nuestro país los estudios funcionales de bajos y altos aumentos, basados en estudios experimentales y en la bibliografía sobre el tema. En lo que hace a los estudios de bajos aumentos, fueron efectuados por Yacobaccio y Castro, notándose en el primero de los autores la influencia de la Nueva Arqueología y, en la segunda, de la escuela europea. Esta última corriente también tuvo una importante influencia en los estudios de Mansur-Franchomme. En particular en el caso del análisis lítico, Yacobaccio (1987) evaluó la variabilidad los atributos de raspadores en relación con la sustancia trabajada.
Debe mencionarse que algunos de estos investigadores (Yacobaccio, por ejemplo) se desempeñaban como docentes en cátedras dentro de las Universidades de Buenos Aires o La Plata, o tenían contactos con investigadores que se desempeñaban en ellas. Éste fue el caldo de cultivo para los futuros cambios que llevaron a la creación, en la Universidad de Buenos Aires, de nuevas cátedras -tales como Modelos y Métodos de Análisis en Economía Prehistórica y Teoría Arqueológica Contemporánea-, en las que estas nuevas ideas se desarrollaban. En este marco, en los congresos se daban importantes intercambios con investigadores que debatían, por ejemplo, métodos de clasificación en los nuevos y viejos enfoques, los que resultaban de sumo interés para las generaciones jóvenes. Estos últimos también tuvieron oportunidad de acercarse a las nuevas tendencias, referidas básicamente a los sistemas de clasificación y a la importancia de la experimentación y procesos de talla a través de las denominadas Primeras Jornadas de Tecnología y Tipología Líticas desarrolladas en Buenos Aires, en octubre de 1980. Éstas fueron, para muchos de los estudiantes interesados en los materiales líticos, el primer contacto con la talla y con las principales discusiones que se estaban llevando a cabo en un ambiente de cambio entre el paradigma existente preponderante en Buenos Aires, el histórico-cultural, y la Nueva Arqueología.
Dentro de este marco, adquierió cada vez mayor importancia el conocimiento de la procedencia de las rocas, a efectos de comprender las estrategias utilizadas por las poblaciones humanas, tendencia que continúa hasta nuestros días. Estos estudios se realizan tanto en el marco de la organización tecnológica, como de otros marcos teóricos. En este sentido, se pasa de los reconocimientos visuales macroscópicos a distintos tipos de análisis, que incluyen los geoquímicos, que se aplican predominantemente a obsidiana pero también a otros materiales, como los sílices que, de acuerdo con distintos autores, requieren mayor cantidad de muestreos (e.g. Luedtke 1979; Chatzimpaloglou 2020). En Argentina comienza a haber un mayor interés en el muestreo de las fuentes, además de la búsqueda de criterios que no sean sólo macroscópicos en su identificación, con distinto grado de resolución según la roca de la que se trate y su distribución en el ambiente, habiéndose utilizado para obsidianas, cuarcitas, ftanitas y dacitas (e.g. Bayón et al. 1999; Barros y Messineo 2004; Chiavazza y Cortegoso 2004; Cortegoso 2008; Durán et al. 2004; Escola 2004; Fernández y Leal 2014; Fernández et al. 2015; Franco 2004a; Franco y Aragón 2004; Franco y Borrero 1999; Franco et al. 2017a; Heider 2016; Salgán y Pompei 2017; Stern 1999; Stern y Franco 2000).
En el centro del país la colaboración con laboratorios internacionales de reconocida trayectoria ha permitido un crecimiento sostenido en la caracterización de las señales geoquímicas de numerosas fuentes de obsidiana: University of Missouri Research Reactor -MURR; M. Glascock, M. Giesso y B. Macdonald (Cortegoso et al. 2020; Giesso et al. 2011; Salgán et al. 2015) y A. De Francesco, Universitá della Calabria (De Francesco et al. 2018). Para el caso de Patagonia, cabe señalar la gran contribución en lo que respecta a los análisis geoquímicos efectuada por los estudios de C. Stern (Universidad de Colorado, Boulder) en conjunto con arqueólogos locales sobre las fuentes de distintas variedades de obsidiana (e.g., Stern 1999, 2000; Stern y Franco 2000; Stern y Prieto 1991; Stern et al. 1995).
Por otra parte, a este respecto cabe resaltar en Estados Unidos el enfoque denominado “Minimum Analytical Nodule (MAN) Analysis”, desarrollado por Kelly, Larson y Ingbar, con el objetivo de separar los artefactos líticos recuperados en grupos que probablemente provinieran del mismo nódulo, generando información sobre la proporción de material introducido de cada fuente y la cantidad de material que fue trabajado en el sitio (e.g. Larson 1994; Larson y Kornfeld 1997; Odell 2004). Este enfoque ha sido utilizado de manera limitada en Argentina, debiendo señalarse la aplicación para las ocupaciones tempranas de Piedra Museo (Cattaneo 2005a, b) y Sierras Centrales (Sario 2013) dentro de distintos marcos teóricos.
Desde el punto de vista de los análisis líticos, debe reconocerse a la Nueva Arqueología la importancia de la necesidad del análisis de todo el conjunto lítico, en lugar de enfocarse sólo en un tipo de instrumentos, como hacía la escuela histórico-cultural. Este importante aporte surge a partir de los resultados del análisis etnoarqueológico de Binford, quien señaló que no hay una correlación directa entre lo que se deposita en un sitio y los instrumentos que encontramos, ya que al menos una parte de ellos puede ser transportado hacia otros espacios. Su comparación con los resultados etnoarqueológicos de otros investigadores lo llevaron a su conocida formulación de los extremos de variación de cazadores-recolectores, que se conocen como logísticos versus depredadores o forrajeadores. Si bien esta última formulación fue utilizada abundantemente en el país, como veremos más adelante, no puede decirse lo mismo de la falta de correlación entre actividades y artefactos descartados, ya que en muchos casos se han utilizado únicamente las frecuencias y tipos para caracterizar el uso humano del espacio, problema que se agrava cuando se trata de conjuntos superficiales. Si bien estos conjuntos son numerosos y reflejan una parte importante del comportamiento humano, en nuestra opinión esto debe realizarse con una importante base geoarqueológica y análisis de los procesos de formación actuantes (e.g , Favier Dubois et al. 2016; Holdaway et al. 1989).
Por otra parte, aunque se ha reconocido la importancia de los modelos de comportamiento de cazadores-recolectores generados por Binford, en los análisis líticos no se ha prestado suficiente atención a su distinción entre distintos tipos de equipamiento ni al papel y cantidad de artefactos que pueden identificarse como pasivos. Estos aspectos han sido integrados dentro de la aplicación del marco de la organización tecnológica para el caso de la cuenca del río Santa Cruz (ver más adelante), existiendo además algunos casos aislados de evaluación de equipamiento de sitio (e.g., Scheifler et al. 2017).
La influencia de la literatura de habla inglesa puede reconocerse también en los trabajos que buscan comprender la variación artefactual en relación con la vida útil del artefacto. A este respecto, pueden considerarse como pioneros los trabajos de H. Dibble y otros autores (entre otros, Dibble 1991, 1995a, b; Holdaway et al. 1996), surgidos a partir de las críticas de Binford a la división de tipos de Musteriense. En Argentina, podemos mencionar a los trabajos de Franco (1991, 1992, 1994) referidos a las variaciones en la forma y distintos atributos del registro de superficie de raspadores, núcleos y desechos líticos en relación con sus fuentes potenciales de aprovisionamiento lítico.
La organización tecnológica
Sus comienzos y las principales críticas
La organización tecnológica, como marco para el análisis de los artefactos líticos, tuvo un importante desarrollo a partir de la década de 1990, con la definición y síntesis efectuada por Nelson en 1991. Ésta sin duda tiene sus orígenes y presenta una continuidad con las ideas e investigaciones de Binford (e.g. Carr y Bradbury 2011; Mc Call 2012; Nelson 1991; Spry y Stern 2016). En este marco, se resalta el papel dinámico de la tecnología como solucionadora de problemas, motivo por el que comienza a ser utilizado, aunque en distinta forma y medida, por investigadores que trabajan desde distintos marcos teóricos (e.g. Aschero y Martínez 2001; Carballido Callatayud 2000-2002; Carr y Bradbury 2011; Escola 2004; Franco 2004b; Franco y Borrero 1996; McCall 2012; Pintar 1995; Restifo 2008; Robinson y Sellet 2018).
La tecnología cambia, se mantiene, se pierde o se modifica como consecuencia de una dinámica de interacciones en y entre sociedades, las fluctuaciones en las bases demográficas necesarias para reproducirlas y mantenerlas y los desafíos impuestos por el ambiente. La dimensión histórica del componente tecnológico es uno de los aciertos perennes de la ecología cultural de Steward (1938) y los marcos posteriores y la base teórica sobre la que se sigue desarrollando teoría desde perspectivas evolutivas (Bettinger 1991). Fue la vía de entrada para superar el determinismo y el posibilismo ambiental, perspectivas que, desde el punto de vista historiográfico de la ciencia, reconocieron la necesidad de incorporar el entorno a la explicación de la variabilidad cultural humana. En las corrientes ecológicas la tecnología no se deriva del ambiente, sino que se da como una realidad histórica; define un ambiente efectivo a partir de uno dado; las corrientes evolutivas han adicionado a esta variable la selección natural y la dinámica demográfica (Kelly 1995). Este acercamiento reconoce, entonces, la importancia de la agencia y decisión humanas y el papel del ambiente, incluyendo dentro de este último tanto al natural como al social. En este sentido. la tecnología es el conocimiento y la práctica de la confección, uso, y descarte de instrumentos, involucrando la organización de materiales, artefactos y gente (Nelson 1991). Cabe señalar aquí que aunque Nelson (1991) señala la importancia de las dimensiones ecológica y social del ambiente, la mayoría de los trabajos sobre el tema se han focalizado sobre el primero de estos aspectos, probablemente debido a su importancia para entender las decisiones humanas, las que indiscutiblemente, desde distintas perspectivas, están tomadas en función de los conocimientos e historia cultural de cada grupo humano (e.g. Lemonnier 1992; Pfaffenberger 1992). Cabe señalar que el papel del conocimiento ha sido reconocido también por autores que trabajan dentro de un marco teórico ecológico evolutivo (para el caso de Argentina, e.g. Borrero 2011; Borrero y Franco 1997; Franco 2004b).
Dentro de este paradigma, los estudios de movilidad han sido centrales pero algunos autores, como mencionan Bradbury y Carr (2011), han abordado temas tales como la agencia, el género y alianzas sociales ante el riesgo (e.g. Amick 1999; Bamforth y Bleed 1997; Cobb 2000; Carr y Stewart 2004; Franco 2016; Sassaman 1994). Por otra parte, si bien este paradigma puede ser utilizado desde distintos marcos teóricos, ha predominado su empleo en el marco de la ecología del comportamiento humano o de la ecología evolutiva (e.g., Carr 1994; Carr y Bradbury 2011; Cortegoso 2005a; Franco 2004b; Kuhn y Miller 2015; Robinson y Sellet 2018; Shott 1986). En general, internacionalmente los autores han usado marcos ecológicos (incluyendo aspectos físicos, biológicos y sociales), la teoría de selección natural, y el método hipotético deductivo (Bettinger 1991). Recientemente incluso, se ha propuesto que la organización tecnológica es actualmente un campo dentro de la ecología del comportamiento (Shott 2018). En este marco, la comprensión de las variaciones ambientales en el pasado y sus efectos en la disponibilidad y predictibilidad de recursos es importante. Si bien para la Nueva Arqueología el ambiente era también importante, sus análisis eran en general sincrónicos y, pese a que no era lo sostenido por Binford, se buscaban respuestas adaptativas (e.g. Cortegoso 2005a; Robinson y Sellet 2018). La mejora en la información paleoambiental en los últimos años, así como la incorporación de distintas líneas de evidencia que incluyen registros más continuos, han permitido mejorar nuestra comprensión de estos cambios y, en consecuencia, de las decisiones tomadas por los grupos humanos (e.g. Brook et al. 2013, 2015; Franco et al. 2016; Mosquera 2018; Robinson y Sellet 2018).
Este enfoque fue objeto de distinto tipo de críticas. En general, éstas se centran en un mayor énfasis en los procesos sociales dinámicos que involucran al individuo y a grupos en pequeña escala, subrayando la importancia de los contextos sociales, políticos y económicos dentro de la tecnología. En estos enfoques, al igual que en varias críticas de la última década, se asume una carencia basada en una opción dicotómica intrínseca y errada del enfoque teórico. Según estas perspectivas la organización tecnológica estaría ajena a aspectos sociales, e incluso, hasta tecnológicos del comportamiento humano. Como ya se ha mencionado, desde las corrientes evolutivas la tecnología es una herramienta de interacción con el ambiente e implica conocimiento, experiencia, transmisión, interacción y toma de decisiones. Ninguno de estos comportamientos puede comprenderse sin la dinámica social como contexto en el que se producen. En este sentido, coincidimos con Shott (2018) en que la organización tecnológica abarca rasgos y prácticas culturales en su definición de adaptación y que las decisiones no pueden ser entendidas sin ellas, ya que limitan o condicionan el rango de respuestas posibles (ver también Borrero 2011). Por otra parte, si bien los investigadores que enfatizan la importancia del marco social sostienen que un programa que maneje distintas escalas ofrecería un marco adecuado y flexible para estudiar los procesos tecnológicos (Dobres y Hoffman 1994), sus estudios se ven restringidos a escalas temporales y espaciales micro (entre las excepciones Gamble 1996, 1999). Otra parte de las críticas a la organización tecnológica se centra en la utilización de modelos y, en particular, en el uso de los de optimización, sin considerar que los modelos que se emplean en arqueología son en general exploratorios, provisionales y se utilizan para facilitar análisis preliminares, seleccionando algunas variables (e.g. Bettinger 2006; Winterhalder 2002). En este sentido, se espera que a partir de su contrastación surjan diferencias que lleven a ajustar el modelo y contribuyan a mejorar la comprensión del comportamiento humano en el pasado. La generación de expectativas claras es esencial para el análisis de un registro que presenta problemas de equifinalidad (e.g., Bailey 2007).
La introducción al país y las principales diferencias con la etapa previa
La nueva forma de entender a la tecnología como solucionadora de problemas y la posibilidad de explicar las variaciones en el material lítico en relación con distintos factores, alentó su inserción en el país. Ya desde fines de la década de 1980, estudiantes en la etapa final de su carrera o graduados recientes con interés en los análisis líticos comenzaron a suscribirse a revistas especializadas sobre el tema que no llegaban al país (e.g., Lithic Technology) y, a los efectos de darle un sentido distinto a los materiales que analizaban, decidieron completar su formación por cuenta propia en el exterior, concretamente en Estados Unidos. Fue el caso de Patricia Escola, Elizabeth Pintar y Nora Franco. La introducción del enfoque de la organización tecnológica se relacionó con estas investigadoras y con la incorporación del trabajo clásico de Nelson (1991) en dos cátedras de la carrera de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. Cabe señalar que para esos momentos estudiantes de la Universidad de La Plata tenían la oportunidad de cursar materias en la Universidad de Buenos Aires, lo que llevó a colaborar en la circulación de estas novedades.
Los conceptos centrales del acercamiento o, como mencionan Carr y Bradbury (2011), paradigma de la organización tecnológica se encuentran en: a) la necesidad del análisis completo del conjunto de los artefactos para poder hacer inferencias y no de una serie de ellos, como era el caso de la escuela histórico-cultural con sus fósiles guías; b) el conocimiento de la distribución de materias primas y su correcta identificación en el registro arqueológico; c) la importancia de la historia de vida del artefacto y d) la experimentación, necesaria para vincular el registro arqueológico estático con el comportamiento (Carr y Bradbury 2011).
Dentro de este marco, continúa teniendo importancia el conocimiento de la disponibilidad de recursos líticos para entender la variabilidad artefactual, lo que indudablemente tiene sus raíces en la Nueva Arqueología y en los ya mencionados trabajos de H. Dibble y otros autores en relación con los cambios en la forma del artefacto desde el momento en que éste fue manufacturado hasta que llega a nosotros como parte del registro arqueológico. En este sentido, los análisis que inició Dibble fueron importantes para dejar de lado la creencia de que el artefacto llegaba a nosotros, arqueólogos, con su forma original, es decir que representaba la idea original o “mental template” de la persona que los confeccionó (e.g. Deetz 1967 en White et al. 1977; Dibble 1987, 1991, 1995a, b; Odell 2001; Thomas 1981).
El cambio más importante en relación con el momento previo es el entender que la variación en los conjuntos artefactuales o, al menos, en algunos aspectos de ellos, se relaciona no sólo la disponibilidad de recursos líticos sino también con la disponibilidad y predictibilidad de recursos importantes para la subsistencia. Para solucionar los problemas con los que se encontraban, los grupos humanos debieron buscar distinto tipo de soluciones, que requirieron planificación (e.g., Bousman 1993; Nelson 1991). De acuerdo con la propuesta de Nelson, como parte de las soluciones a estos problemas se priorizan diferentes variables de diseños de los artefactos, que variarán también en función del conocimiento que se tenga de la disponibilidad de los recursos y variaciones esperadas. Así, mientras en el caso de situaciones de estrés o riesgo para la subsistencia se priorizará la confiabilidad de los artefactos, en situaciones de desconocimiento de los recursos que se encontrarán en un determinado lugar, se priorizará, por ejemplo, la versatilidad. Desde ya, cada caso deberá ser analizado de manera específica. Como antecedentes importantes para estos temas a nivel internacional, cabe señalar los de Kelly (1988), Torrence (1983, 1989) y Bousman (1993), debiendo destacarse la importancia de la utilización de información etnoarqueológica en todos los casos.
En nuestro país, las primeras exploraciones sobre el tema de riesgo son las de Pintar (1995) y Franco y Borrero (1996), realizadas en el primer caso, para explicar los cambios entre contextos de cazadores y cazadores-pastores en la Puna argentina y, en el segundo caso, para comenzar explicar la variabilidad del registro de cazadores-recolectores en Patagonia meridional. Por otra parte, las variables de diseño de Nelson fueron utilizadas también tempranamente dentro de un marco teórico ecológico-evolutivo para explicar parte de los conjuntos artefactuales correspondientes al poblamiento temprano de la vertiente atlántica de Patagonia centro-sur, especialmente en relación con el transporte de diseños versátiles (Borrero y Franco 1997). La organización tecnológica y la utilización de las variables de diseño de Nelson para entender el poblamiento y ocupaciones humanas de Patagonia comprendidas entre la transición Pleistoceno-Holoceno y el Holoceno temprano continuaron siendo utilizados a través del tiempo dentro de distintos marcos teóricos (e.g. Borrero y Franco 1997; Cattaneo 2005b; Franco y Borrero 2019; Franco et al. 2011, 2018;).
Conceptos y debates: su impacto en Argentina
Algunos de los conceptos utilizados por Nelson en su síntesis, retomados de otros investigadores, como Binford (1979), Bleed (1986) y Kelly (1988), fueron ampliamente discutidos en la literatura internacional y nacional. Uno de estos temas fue la utilización de estrategias conservadas y expeditivas. Nelson (1991) enfatiza el aspecto planificado de estas estrategias y agrega una nueva, la oportunística, carente de planificación. La estrategia oportunística corresponde a respuestas tecnológicas inmediatas a una situación no esperada, las que originalmente Binford (1979) subsumió dentro de la estrategia expeditiva, pero coincidimos con Nelson en que, dado su carácter no planificado, merece ser diferenciada. Franco (2004b) menciona que esta estrategia tecnológica se correspondería con el equipamiento situacional de Binford, que es el que se recoge, produce o pone en uso con el propósito de llevar a cabo una actividad específica (ver también Escola 2004). Las expectativas arqueológicas de estas estrategias fueron reseñadas por Franco (2004b) y aplicadas en el marco del modelo ecológico-evolutivo de poblamiento de Patagonia propuesto por Borrero (1994-95). En el caso de una estrategia oportunística, las materias primas utilizadas serán las disponibles inmediatamente, que pueden ser tanto las que se den naturalmente en ese espacio como las almacenadas, carroñeadas, recicladas o reclamadas. La diferenciación entre estrategias expeditivas y oportunísticas será posible si se trabaja con escalas espaciales amplias (Franco 2004b). Dado el carácter promediado del registro arqueológico, el reconocimiento de la estrategia oportunística será más sencillo en el caso de la utilización de materias primas poco frecuentes en el registro arqueológico, con una baja inversión energética. Es probable, además, que se trate de materias primas de peor calidad para la talla (e.g. Callahan 1979; Nami 1992) que las disponibles regionalmente, aspecto que deberá ser evaluado en relación con su contexto de recuperación. En su análisis del tema, Franco (2012) sugiere que la utilización de una estrategia oportunística podría explicar la presencia de artefactos de instrumentos de cuarzo cristalino con poca inversión energética en el caso del sitio La Moderna, ubicado en la cuenca del río Azul e interpretado como un caso de carroñeo o caza de gliptodonte en proximidades de un pantano (e.g. Politis 1984; Messineo et al. 2009). En este caso, el cuarzo cristalino fue la materia prima más abundantemente utilizada para instrumentos y se encuentra disponible a aproximadamente 1 km de distancia del sitio, siendo menos frecuentes los instrumentos en cuarcita y dolomía silicificada, cuya materia prima podría obtenerse a distancias de entre 30 y 100 km del sitio (Messineo et al. 2009; Politis 1984). Cabe señalar que la cuarcita es la materia prima más frecuentemente utilizada para artefactos en el Área Interserrana Bonaerense (e.g. Politis 1984). Si bien es probable que las estrategias oportunísticas sean poco frecuentes en el registro arqueológico, la generación de expectativas derivadas de modelos teóricos y marcos de referencia etnográficos o etnoarqueológicos, dentro de la perspectiva de la organización tecnológica, puede permitir, al menos en algunos casos, su reconocimiento (e.g. Cortegoso et al. 2012).
Por otra parte, el término conservación ha sido usado de diferentes maneras, tanto en la bibliografía internacional como en la nacional. Internacionalmente, la discusión sobre su significado ha sido objeto de distintos trabajos (e.g., Bamforth 1986; Bayón et al. 1995; Escola 2004; Franco 2004b; Nash 1996; Odell 1996; Odell et al. 1996; Shott 1986). Se destaca el análisis realizado por Odell (1996) referido a un componente importante de esa conservación, que es la manufactura con anterioridad al uso. Este autor señala que ésta puede deberse tanto a incongruencias en la distribución de recursos líticos y faunísticos, las que obligarían a la confección y transporte de artefactos al lugar de uso (e.g. Bamforth 1986; Binford 1979; Keeley 1982; Nelson 1991; Odell 1996; Parry y Kelly 1987), como a situaciones en que el tiempo disponible para adquirir recursos esenciales para la subsistencia sea escaso, las que se pueden entender como situaciones de riesgo o estrés temporal (Nelson 1991; Odell 1996; Torrence 1983, 1989) en las que se producirían conflictos entre el tiempo de manufactura y el de adquisición de recursos (Franco 2004b). Las expectativas arqueológicas para uno y otro caso, si se tienen en cuenta datos etnográficos y etnoarqueológicos, son muy distintas. Franco (2004b) realiza esta diferenciación y señala que en caso de falta o escasez de materias primas líticas habrá evidencias de reutilización, reactivación, extensión de la vida útil de los instrumentos (e.g. Binford 1977b, 1979; Keeley 1982; Odell 1996; Parry y Kelly 1987; Shott 1986). Por otra parte, en caso de transporte anticipado en relación con situaciones de riesgo o estrés que implique supervivencia, se espera una alta especificidad de instrumentos (Franco y Borrero 1996; Oswalt 1976; Torrence 1983), que se descartarán rápidamente, lo que tendría que ver con el riesgo de perder un recurso importante (e.g. Bousman 1993; Franco 2004b; Kuhn 1989; Shott 1986;). En este último caso se espera una alta calidad de la materia prima en relación con la tarea a realizar, la baja presencia de reactivación y la existencia de ángulos de desgaste muy pequeños, lo genera un panorama arqueológico totalmente distinto al planteado en situaciones de incongruencia de recursos e inexistencia de stress temporal (Franco 2004b). Por esto, consideramos metodológicamente útil diferenciar ambos tipos de situaciones, denominando conservación sólo a la estrategia relacionada con cuestiones de riesgo o estrés temporal y “comportamiento económico inducido por la escasez” al relacionado con la escasez de materias primas.
En Argentina se ha tendido a enfatizar la dicotomía expeditivo-conservado, muchas veces de manera post-hoc, tomando distintos aspectos tratados internacionalmente. Entendemos que parte de las críticas en su utilización podrían subsanarse realizando la distinción entre economía de materia prima y conservación por factores ligados a la subsistencia.
Los marcos teóricos utilizados en Argentina
Se ha mencionado que, si bien la organización tecnológica se puede utilizar desde distintos marcos teóricos (e.g., Sassaman 1994), se ha empleado y lo hace cada vez más, en el marco de la ecología evolutiva o de la ecología del comportamiento.
Los análisis realizados han abarcado, internacionalmente, distintos temas y escalas espaciales y temporales (Amick 1994; Carr 1994; Odell 1996; Sassaman 1994), aunque en general predominan los análisis sincrónicos, utilizándose las mismas clasificaciones o tipologías que en abordajes previos. En este sentido, Kuhn (1991) sostuvo la necesidad de revisar las tipologías empleadas y de formular nuevas clasificaciones hechas en base a los nuevos problemas.
En Argentina, distintos autores han utilizado el marco de la organización tecnológica, haciendo énfasis especialmente en la tecnología como una estrategia dinámica solucionadora de problemas, como había surgido a partir de los trabajos de Binford y había sido señalado por distintos autores, como Kuhn (1989), Nelson (1991) y Odell (1996). La mayoría de las investigaciones siguen tomando como base la clasificación tecno-morfológica propuesta por Aschero (1975, 1983) y se centran en las estrategias de aprovisionamiento y manufactura de artefactos (e.g., Alvarez 2005; Cattaneo 2005a). En la década de 1990 comienza a verse la utilización de la organización tecnológica, mediante la aplicación de algunas de las categorías de diseño que Nelson (1991) retoma de otros autores (e.g., Aschero et al. 1995), o directamente mediante la aplicación de este marco teórico para evaluar aspectos como el riesgo y, en este sentido, la vinculación entre aspectos de la forma final de los artefactos líticos y recursos de subsistencia (e.g., Franco y Borrero 1996; Escola 2004; Hocsman y Escola 2006/7; Pintar 1996). Cabe mencionar el análisis de Escola (2004), quien propone incorporar una nueva variable a las señaladas por Nelson (1991). Estos trabajos comienzan a encontrarse tanto en revistas de amplia circulación en el país (Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología) como en congresos (por ejemplo, Jornadas de Arqueología de la Patagonia). En todos los casos puede observarse la importancia del conocimiento de la base de recursos líticos.
La utilización del trabajo de Nelson (1991) ha variado de acuerdo con los marcos teóricos y a través del tiempo en Argentina. Así, al menos hasta el año 2005, la mayoría de los trabajos abordaban problemas temporalmente acotados dentro del registro arqueológico y se centran en el reconocimiento de los componentes expeditivos y conservados del sistema, además de la identificación de variables de diseño de artefactos (e.g., Aschero et al. 1995; Cattaneo 2005a, b; Flegenheimer et al. 1995). Llama la atención que, si bien este marco de referencia se utiliza, en general no hay un desarrollo en profundidad de éste (entre las excepciones, ver Escola 2004), observándose también la coexistencia de términos correspondientes a marcos teóricos que ya están en vías de desuso, tales como el de tradición. Hay, sin embargo, aportes importantes y novedosos sobre el tema. Entre ellos cabe mencionar los de Martínez y coautores (e.g. Aschero y Martínez 2001; Flegenheimer et al. 2008), que radican en la incorporación, siguiendo a Nelson (1997), de las técnicas de caza dentro de los componentes de la organización tecnológica de los grupos humanos, modo de captación y procesamiento de alimentos, incorporando experimentaciones como parte de ese trabajo). Hocsman y Escola (2006/7) intentan, por otra parte, cuantificar la inversión energética en los artefactos en contextos agropastoriles, incorporando dentro de los costos de producción aquéllos que tienen que ver con la extracción de la forma base, los que a su vez vinculan con la amortiguación de riesgos a largo plazo. Por otra parte, a partir de análisis de microdesgaste, Alvarez (2005) señala la importancia de tener en cuenta, dentro de este marco, el contexto de uso de los artefactos. En este sentido, la autora llega a inferir cuáles son las variables -tamaño y sección- que fueron utilizadas para seleccionar si una forma base iba a ser utilizada en su caso de estudio.
Mientras por un lado en Argentina una serie de trabajos sólo toman algunos aspectos de la organización tecnológica, a partir de 1992 se comienza a utilizar de manera más integral este marco, aplicándolo a escalas temporales más amplias y dentro de perspectivas ecológico-evolutivas. Dentro de éstos, cabe citar los trabajos de Pintar (1995, 1996), Franco (Franco y Borrero 1996; Franco 2004b) y Cortegoso (2005b). Por otra parte, con el tiempo, se generan en este contexto modelos locales que integran dos enfoques evolutivos: organización tecnológica y biogeografía, los que se utilizan para desarrollar expectativas líticas temporalmente diferenciadas a los efectos de entender estrategias humanas de uso del espacio y que se tratan más adelante.
La circulación humana
Como se ha dicho, uno de los principales temas que interesan a los investigadores que trabajan dentro de la organización tecnológica son la movilidad y circulación humana. Los seres humanos se desplazan por un territorio en relación con diferentes razones que varían desde aquéllas que se vinculan con la subsistencia como con razones sociales, religiosas o de obtención de parejas, como ha mostrado la información etnoarqueológica (e.g. , Gould 1978; Knetch 1997; MacDonald 1991). Éstas se encuentran mediados por el contexto social en que se desarrollan, el conocimiento que poseen del ambiente y su contexto histórico/social (e.g. Borrero y Franco 1997; Borrero 2011; Rockman 2003; Shott 2018).
Para entender la circulación humana, el conocimiento de la distribución regional de recursos líticos, forma, tamaño y abundancia de los nódulos es un punto de partida esencial. Las estrategias utilizadas variarán en función de esta disponibilidad, sus características -tamaño, por ejemplo- e incongruencia entre su localización y la de otros recursos importantes para el grupo, entre otros, como aquéllos relacionados con la subsistencia (entre otros Bousman 1993; Carr y Bradbury 2011; Nelson 1991; Odell 2001; Torrence 1986). En estos casos, como señalan Carr y Bradbury (2011), es importante el papel de las decisiones culturales. A manera de ejemplo, estos autores señalan, siguiendo a Knetch (1997), que entre los grupos Thule, las materias primas utilizadas varían según se trate de caza de animales terrestres o marinos. De acuerdo con Sassaman (1995), los intercambios de materiales líticos están entre los gestos simbólicos de los cazadores-recolectores para definir alianzas y obligaciones. De manera adicional, la existencia de un control de las fuentes y de especialistas influirán en la forma de aprovisionamiento lítico y es posible, con un análisis adecuado, reconocerlo en el registro arqueológico, al menos en algunos casos (e.g. Torrence 1984, 1986; Torrence y Swadling 2008).
Conocidas las fuentes potenciales y efectivamente usadas de aprovisionamiento lítico, las estrategias empleadas en el pasado para obtener la materia prima necesaria oscilarán entre el aprovisionamiento directo por parte o todo el grupo y el intercambio. La pregunta radica en nuestra posibilidad de reconocer arqueológicamente su forma de obtención. Ésta estará influida por distintos factores y es interesante señalar, por ejemplo, que MacDonald (1999) trabajando en el marco de la organización tecnológica, ha señalado la importancia de las distancias a las que se puede obtener pareja (“mating relationships”) y, en este sentido densidad de población, para evaluar las distancias a las que se mueve la población. En aquellos lugares en que las densidades de población son menores, las poblaciones se trasladan más, teniendo por lo tanto acceso a otros recursos líticos. Este enfoque ha sido aplicado, dentro de este marco, para entender el comportamiento de los grupos Folson en las Grandes Llanuras (MacDonald y Hewlett 1999).
Por otra parte, el aprovisionamiento directo de las materias primas puede realizarse -o no- inserto (“embedded”) en otro tipo de tareas, pero se espera que, en el caso de que los recursos sean relativamente puntuales y escasos en el espacio, éstos tengan una mayor influencia en la planificación (e.g. Franco 1991, 1994, 2004b). Internacionalmente, distintos investigadores desde diferentes marcos teóricos han intentado diferenciar la señal arqueológica del aprovisionamiento directo en oposición al intercambio, y en general han utilizado las proporciones, clases y características de los artefactos confeccionados sobre materia prima local y no-local (entre otros, Geneste 1988; Goodyear 1989; Amick 1994; Gamble 1992; Gould y Saggers 1985; MacDonald 1999; Meltzer 1989; Renfrew 1977; Rolland y Dibble 1990; Torrence 1984). Las variables y rangos de distancia utilizados para distinguir formas de acceso son distintas de acuerdo con los trabajos; entre las más usadas puede mencionarse la frecuencia, utilizándose complementariamente, el tamaño y el porcentaje de corteza. Se ha desarrollado incluso un modelo predictivo para abastecimiento en ambientes de altura que se basa en múltiples registros etnográficos y actualísticos (Lucero et al. 2021). Los resultados en general indican que la tarea no es sencilla; Pallo y Borrero (2015) señalan, sobre la base de frecuencias de artefactos de obsidiana en conjuntos arqueológicos de Patagonia centro-sur, que existe significativa variación intermedia entre intercambio y acceso directo, incluyendo formas de interacción social asociadas con posibles visitas u otros mecanismos propios de formaciones sociales abiertas, sugiriendo utilizar directamente el término de interacción. Las características del registro arqueológico superficial, promediado y probablemente sujeto a recolecciones por pobladores relativamente modernos sobre todo considerando el caso de la obsidiana, probablemente dificultan el conocer cuál fue la forma de acceder a la materia prima. El registro arqueológico subsuperficial, también promediado (entre otros, Bailey 2007) podría permitir un mejor acercamiento al tema, pero la acción de diferentes procesos debe ser analizada.
En todos los casos, es necesario conocer la base de recursos líticos y utilizar un acercamiento regional para analizar este problema (e.g. Carr y Bradbury 2011; Ericson 1984; Meltzer 1989; Odell 2001; Renfrew 1977), usando tantas líneas de evidencia como sea posible. En Argentina, en el marco de la organización tecnológica pueden mencionarse los trabajos efectuados en escalas amplias tanto en Cuyo como en Patagonia. En todos los casos se partió de la importancia del conocimiento de la estructura de recursos líticos, intentándose aplicar análisis geoquímicos para evaluar las fuentes de aprovisionamiento utilizadas. Estos han sido empleados en general para entender la movilidad e interacción humana, así como los cambios en la utilización de los recursos líticos a través del tiempo. Se han combinado análisis geoquímicos, estudios de base geológica macro y microscópicos y, más recientemente, la modelación con SIG para entender la movilidad y circulación humana en distintas latitudes, habiéndose incorporado a través del tiempo perspectivas que enfatizan la importancia de aspectos biogeográficos (Barberena et al. 2019; Castro 2015, Castro et al. 2014, 2020; Franco et al. 2015, 2018, 2020; Cortegoso et al. 2016, 2017; Gilio et al. 2022; Pallo y Borrazzo, 2016; Salgán y Pompei 2017).
El desarrollo de modelos locales de base etnoarqueológica
La mayoría de los análisis realizados dentro del marco de la organización tecnológica en el país previos al año 2000 son inductivos, explicándose las variaciones halladas a partir de la interpretación de las evidencias, que en general tienen en cuenta la secuencia de reducción y la disponibilidad de materias primas caracterizadas de manera macroscópica. Con posterioridad se observa una mayor utilización de hipótesis y su contrastación con los datos procedentes de los análisis líticos (e.g. Álvarez 2005, Franco 2004b). En este sentido, cabe señalar el trabajo de Franco (e.g. 2004b), quien integra información etnoarqueológica -que incluye, por ejemplo, el equipamiento individual, de sitio y situacional- con variables de diseño de Nelson (1991) y el modelo de poblamiento de Borrero (1994-95), lo que le permite generar expectativas para las distintas etapas de poblamiento de Patagonia, las que contrasta con el registro arqueológico de la cuenca superior del río Santa Cruz. Los análisis efectuados le permiten sostener la existencia de un largo período de exploración de la zona occidental de este espacio, su ocupación efectiva desde comienzos del Holoceno tardío, así como un cambio en estrategias tecnológicas y en materias primas utilizadas con posterioridad a un episodio árido, asociado a un abandono de estos espacios (e.g. Borrero y Franco 2000; Franco 2004b; Franco et al. 2017b). La contrastación de expectativas y la integración de la información a espacios amplios, permitió dar cuenta de cambios en la circulación humana en los últimos 4000 años, así como postular la existencia de interacciones a escalas amplias (e.g. Franco et al. 2011, 2017b). De manera adicional, la existencia de nuevos hallazgos permitió complementar esta información con la genética y postular, sobre ambas bases, la presencia de nuevas poblaciones en el área poco tiempo antes de la conquista europea (Franco et al. 2017b). Estos resultados son contrarios a aquéllos esbozados en los primeros trabajos realizados en la zona (Belardi et al. 1992) y señalan la utilidad de la contrastación de modelos específicos contra el registro arqueológico. Las expectativas y herramientas propuestas desde este modelo se usaron también para explicar la variabilidad espacial y temporal en la organización de la tecnología asociada a cambios en el uso de ambientes de altura en el centro oeste argentino a lo largo del Holoceno (Cortegoso 2014). En Argentina, el marco de la organización tecnológica para comprender las estrategias utilizadas en relación con el riesgo se ha empleado con más frecuencia en Cuyo y Patagonia y, de manera más general, entre cazadores-recolectores o sociedades agropastoriles (e.g., Pintar 1995; Carballido Callatayud 2000-2002; Escola 2004; Castro Esnal et al. 2020; Cortegoso 2006).
Si bien los trabajos que utilizan el marco de la organización tecnológica se han publicado en el país y en el extranjero, llama la atención su frecuencia en las Jornadas de Patagonia, probablemente porque se trata de un ámbito importante de discusión de nuevas ideas y resultados y, en este sentido, más propicio para el intercambio entre los investigadores que se encontraban desarrollando sus tesis doctorales. Este hecho, sumado a la circulación de investigadores de países limítrofes también podría explicar que se encuentren en estos países trabajos realizados en el marco de la organización tecnológica (e.g. Gascue et al. 2009, Grasset 2014), relacionándose las estrategias utilizadas con la disponibilidad y distancia a las que pueden obtenerse las materias primas.
A manera de reflexión y perspectivas
La tecnología lítica precede a la especie (e.g. Panger et al. 2002; Barham y Mitchell 2008; Harmand et al. 2015; McCall 2017). La creciente complejización que acompaña la hominización ocurre junto con el desarrollo de la encefalización y el crecimiento en el tamaño del grupo y, junto con ellas, las interacciones sociales (e.g. Gamble 1999, Maslin et al 2015, Sistiaga et al 2019). A través del tiempo y, particularmente desde ca. 70.000 años, se observan comportamientos que se atribuyen cada vez más a aspectos simbólicos. Estos cambios se han relacionado con importantes variaciones ambientales en África, que llevaron a la población a concentrarse en lugares con mayor disponibilidad de recursos importantes para la subsistencia, generando mayor interacción entre ellas (e. g. Campbell y Tishkoff 2010; Brandt et al. 2012; Ziegler et al. 2013; D´Errico et al. 2017). Algunos autores sostienen que estos cambios empezaron antes (e.g. McBrearty y Brooks 2000), pero a partir de este momento se hacen muy evidentes, no pudiendo descartarse el efecto de los procesos de formación. Variaciones sutiles en lo material -pero radicales en el comportamiento de nuestra especie- pueden probablemente vincularse con estos cambios ambientales. Al menos desde ese momento y a través del tiempo, la humanidad ha influido cada vez más en su ambiente. Nuestra especie es, en ese sentido, clave en la configuración de sus ambientes (e.g. Borrero 2011, Odling-Smee et al. 2003). Estos comportamientos están asociados en el tiempo con el desarrollo del lenguaje complejo y con las claras manifestaciones en la abstracción que se han plasmado en expresiones artísticas, si bien existen evidencias aisladas anteriores (e.g. Dubreuil y Henshilwood 2013; Mithen 2006).
Los marcos metodológicos dinámicos y atentos a la permanente actualización del conocimiento científico sugieren abordar la complejidad de estos fenómenos desde perspectivas transdisciplinarias que integran naturaleza y cultura en marcos de explicación coevolutivos (e.g. Fuentes y Wiessner 2016). La información evolutivamente relevante, la “variación” que es combustible del cambio evolutivo, se transmite de una generación a la siguiente a través de varios sistemas de herencia que interactúan: genéticos, epigenéticos, comportamentales y simbólicos. Los últimos 10 años han sido casi revolucionarios en cuanto al conocimiento de la propia biología humana, incluyendo particularmente hasta el descubrimiento fortuito de estructuras (e.g. vasos linfáticos que conectan el cerebro con el sistema inmune) y otros mecanismos biológicos de “permeabilidad” de la especie que hacen posible indagar sobre los umbrales humanos de interacciones ambientales y sociales (e.g. Louveau et al. 2015; Van Laake et al. 2018). La antropología en sus perspectivas evolutivas ha desarrollado y actualiza mecanismos teóricos para incorporar a sus marcos explicativos el conocimiento más reciente en la esfera de las respuestas humanas. Las bases epistemológicas de las ciencias en general se están refundando desde nuevas miradas sobre el ser humano, su comportamiento y su biología. Desde esta mirada se interpela la construcción científica del siglo XX basada en dicotomías obsoletas, tales como mente vs. cuerpo (sensuGessmann 2019).
Los marcos deben estar en permanente discusión, pero requieren además de puentes transdisciplinarios que abran terrenos de interacción entre distintas ciencias, como antropología, paleoanatomía, neurociencia y genética, entre otras (Barnard 2016). La búsqueda de explicaciones que vinculen el entorno ecológico y las decisiones humanas no constituyen un modo de simplificar el comportamiento; por el contrario, se trata de aislar interacciones que explican las dinámicas del cambio. El marco de la organización tecnológica es una herramienta que, tomando como base la información etnográfica y actualística dentro de la disciplina, ofrece expectativas, bases comparativas y, por lo tanto, caminos de exploración, replanteo y explicación de fenómenos humanos complejos y multidimensionales. La utilización de modelos junto con la generación de expectativas claras procedentes de marcos de referencia (e.g. Binford 1991, 2001) es imprescindible para el avance en nuestro conocimiento sobre el comportamiento humano pasado. Dentro de estos marcos de referencia, desde los trabajos de Binford y sus predecesores hasta la actualidad, la información etnoarqueológica ha seguido incrementándose y generando bases comparativas cada vez más ricas. El papel de la etnoarqueología es crucial ya que, aunque la forma en que se usaban los artefactos líticos en los momentos en que esta información empezó a registrarse no es la misma que la que existió en el pasado, sin duda proporciona una perspectiva de la que carecemos, útil para la generación de expectativas, dentro de un adecuado marco teórico (e.g., O´Connell 1995).
Como se ha visto, el desarrollo de la organización tecnológica tiene sus bases en esta información etnoarqueológica, es decir, una escala temporal acotada. La escala con la que trabajamos como arqueólogos es más amplia, lo que conlleva tener en cuenta los distintos procesos y la existencia de distinto tipo de palimpsestos (e.g. Carr y Bradbury 2011; Bailey 2007). Es, por lo tanto, necesario generar expectativas claras para su utilización. En opinión de McCall (2012), el empleo de la información etnoarqueológica se vería enriquecido si se utilizara el marco de la organización tecnológica. Ésta constituye un campo de estudio dentro de las corrientes evolutivas y, aunque se ha usado preferentemente desde perspectivas sincrónicas, ofrece herramientas para generar expectativas que permiten indagar y explicar cambios en las estrategias humanas que se reflejan en patrones tecnológicos.
La organización tecnológica soluciona los problemas a los que se enfrentan las poblaciones humanas en el marco de los conocimientos y prácticas culturales de cada una de ellas (e.g. Carr y Bradbury 2011; Shott 2018). Los análisis más interesantes y que han brindado aportes novedosos y sorpresas en el registro arqueológico han surgido de la combinación de este enfoque con la biogeografía y la generación de modelos diacrónicos que permiten abordar cambios en las estrategias tecnológicas en sus distintas escalas. La posibilidad de desarrollar este tipo de análisis también se ha potenciado en la última década con el desarrollo de estudios paleoambientales que permiten contar con las caracterizaciones y variaciones necesarias para contrastar modelos e hipótesis que aborden la dimensión diacrónica. Esperamos que con su integración podamos obtener información más valiosa y novedosa sobre el comportamiento humano pasado.