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Población y sociedad

versão impressa ISSN 0328-3445versão On-line ISSN 1852-8562

Poblac. soc. vol.29 no.2 San Miguel de Tucumán dez. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.19137/pys-2022-290209 

Artículos

¡Las motos son unos diablos! Usos, tensiones y conflictos para la producción pastoril en los bordes de la ciudad

Motorcycles are devils! Uses, tensions and conflicts for pastoral production in city borders

Laura María Torres1  ltorres@mendoza-conicet.gob.ar

Gabriela Claudia Pastor2  gpastor@mendoza-conicet.gob.ar

Franco Marchionni3  fmarchionni@mendoza-conicet.gob.ar

Emilia Agneni4  eagneni@mendoza-conicet.gob.ar

1Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

2Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

3Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

4Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina

Resumen

Se analizan los procesos de transformación territorial del piedemonte metropolitano de Mendoza, las tensiones que provocan y los desafíos que afrontan los/as productores de alimentos situados en las zonas de borde urbano-rural. Los resultados, obtenidos de la integración y análisis de datos secundarios (1897 a 2010) y primarios (2018 y 2020), señalan la importancia de reconocer las presencias pastoriles en el borde metropolitano; también el conjunto de articulaciones rurales-urbanas y la diversidad de actores/as que allí convergen frente al avance del capital inmobiliario.

Palabras clave Alimentos; Pastoralismo; Montañas; Tierras secas; Borde urbano-rural

Abstract

This research explores the territorial transformation processes of the metropolitan foothills of Mendoza, the tensions they cause and the challenges faced by food producers located in urban-rural border areas. The results obtained from the integration and analysis of secondary (1897 to 2010) and primary (2018 and 2020) data highlight the importance of recognizing pastoral presences on the metropolitan edge, as well as the set of rural-urban articulations and the diversity of actors that converge there in the face of the advance of real estate capital.

Keywords Food; Pastoralism; Mountains; Drylands; Urban-rural border

El problema[1]

La capacidad de las sociedades y sistemas productivos de producir alimentos ocupa un lugar destacado en la agenda científica y de los organismos multilaterales. Prioritariamente asociado a las tensiones que supone el crecimiento de la población y la capacidad finita de los ecosistemas de hacer frente a demandas de consumo en crecimiento, diversos trabajos reconocen los efectos desastrosos que ejercen las guerras, catástrofes naturales y crisis financieras, mientras otros acentúan la limitada capacidad de respuesta que han tenido los programas de desarrollo para satisfacer las necesidades alimentarias básicas de las personas (Bretón, 2010).

Desde el campo crítico se denuncian situaciones de hambruna en coexistencia con cosechas y superávit record en manos de un puñado de empresas multinacionales y los efectos gravosos que ejerce el extractivismo sobre la soberanía alimentaria de los pueblos. La clave del dilema no aparece tanto asociada a las capacidades productivas instaladas o a la cantidad de alimentos que circulan sino a la matriz de injusticias imperantes. Pero además, el hambre de unos/as convive con el despilfarro de alimentos; con alimentos que no alimentan porque antes se transforman en residuos (Montagut y Gascón, 2014; Gascón, 2018) y con abundancia de alimentos costosos, no siempre necesarios, dañinos para la salud y los ecosistemas; incluso con algunos que se convierten en mercancías y cotizan en bolsa o se transforman en combustible.

Cuando las preocupaciones por la producción de alimentos se enfocan sobre los bordes urbano-rurales el crecimiento de las zonas urbanas focaliza el problema. Es que, en muchos casos, ese crecimiento se vuelca sobre áreas naturales y tierras fértiles comprometiendo las bases de sustentación y los equilibrios ecosistémicos de los que, paradójicamente, las ciudades y sociedades dependen (Giobellina y Gordillo, 2016; Sánchez Fuentes y Mascort Albea, 2021).

Como espacios de yuxtaposiciones, no del todo urbanos ni del todo rurales, los bordes funcionan como puentes y espacios de interpenetración; contienen y dan paso a flujos de personas, alimentos, bienes, capital, información e incluso desechos (Maconachie y Binns, 2006). En ellos se estrechan las relaciones con la naturaleza y entre diversas actividades económicas y formas de organización social. Pero además, los bordes escenifican relaciones de poder. El avance de la ciudad y los procesos de acaparamiento que ese movimiento implica, no sólo se sostiene en condiciones técnicas y físicas que lo posibilitan sino también en relaciones de poder desigual entre unos y otros proyectos de territorialización (Díaz-Caravantes y Wilder, 2014). En este sentido, los territorios de borde pueden expresar el despliegue de frentes productivos (Garay, 2001 en Barsky 2005, p. 1) que reacomodan y sujetan los espacios y medios de vida rurales a las necesidades urbanas (Lerner y Eakyn, 2017). En ellos, la anexión de tierras y el acaparamiento de agua para la construcción de viviendas e infraestructura (Díaz-Caravantes y Wilder, 2014) se marida con la mercantilización de los paisajes por su belleza escénica, vistas panorámicas y patrimonios culturales; con el desarrollo de prácticas deportivas (enduro, motrocross, mountain bike, running, parapentismo); también con la instalación de equipamientos habitualmente no deseados (Sendra, Delgado y Rojas, 2006) como cementerios, vertederos de RSU, depuradoras de aguas, depósitos de seguridad de residuos peligrosos y de hidrocarburos, centrales transformadoras, cárceles, entre otros.

Quienes abordan estas espacialidades con la mirada puesta en las ruralidades observan la agudización de los procesos de desplazamiento físico y económico de los y las pequeñas productoras (Ermini, Giobellina y Barsky, 2016) y dinámicas de desterritorialización simbólica de las ruralidades (Giraldo, 2015). Por esta vía, no sólo se vulneran las capacidades de sustentación y la soberanía alimentaria de estos grupos; la erosión del andamiaje productivo de proximidad impulsa el consumo de alimentos kilométricos y el aumento sostenido de los precios, entre otras externalidades, con consecuencias lesivas para el conjunto de la sociedad (Tittonel, 2018).

En general, estos antecedentes advierten que los bordes urbano-rurales son espacios de importancia, tanto en términos ecosistémicos, como para la sociedad y el hábitat en su conjunto (Allen, 2003; Delgado, Ángeles y Galindo, 2003; Galindo y Delgado, 2006; Górgolas, 2018). También, que de cara al desafío de construir sociedades más justas y sustentables, las y los pequeños productores agrícolas no deberían computar como actores sacrificables.

Ahora bien, una situación diferente se observa cuando el foco se pone sobre los sistemas productivos asociados al ganado que se localizan en áreas de borde. Los y las productoras pastoriles prácticamente no aparecen mencionadas en los estudios urbanos (Salih, Salih y Baker, 1995), mientras entre aquellos que enfocan estas realidades, predomina el estudio de grupos que emigran a las ciudades como consecuencia de desastres naturales, conflictos armados o nuevos cercamientos (Aberra, 2003; Young y Jacobsen, 2013). En contraposición se ha encontrado sólo un puñado de investigaciones que analizan las transformaciones en las prácticas pastoriles vinculadas a los procesos de urbanización (Maconachie y Binns, 2005; Becker, 2013, Moritz, 2008) o que consideren la contribución de las prácticas pastoriles al sostenimiento de las ciudades (Grădinaru et al., 2018).

Por su parte, si bien desde hace algunos años se reconoce que los grupos pastoriles se encuentran entre los más adaptados a las tierras secas y regiones montañosas, revisten importancia como productores de alimentos y producen un amplio entramado de servicios ecosistémicos (McGahey et al., 2014), a lo largo del tiempo han sido ampliamente negativizados (Ancey y Monas, 2005; Quiroga Mendiola, 2013). Señalados como habitantes de espacios no productivos, vacantes y vacíos, su (des)calificación como arcaicos, improductivos e irracionales (Smith, 2015; Hesse y MacGregor, 2006) ha llevado a que en muchos casos se asuman como actores sacrificables; en otros, a que se los incentive a transitar procesos de reconversión, reestructuración o enverdecimiento. Cualquiera sea el caso, el elemento recurrente es la dificultad manifiesta por comprender las realidades económicas, agroecológicas y sociales con las que dialogan estos productores y productoras (Ancey y Monas, 2005) y de instrumentar marcos analíticos que permitan capturar sus especificidades (Krätli y Schareika, 2010).

En la provincia de Mendoza, algunas de estas tendencias se repiten. Diversos trabajos han abordado las tensiones emergentes en áreas de borde urbano-rural en la agricultura y el cinturón verde y analizado las constricciones que enfrentan las y los pequeños productores de hortalizas, frutales y especialmente vides (Del Barrio et al., 2017). En la mayoría de los casos, las dificultades que experimentan las y los productores más pequeños para mantenerse en la actividad se encuentran con el avance de una fuerza centrífuga de dispersión urbana, a veces asociada a operatorias estatales para la construcción de barrios de interés social; otras al capital inmobiliario (Giobellina, 2018) y que deriva en la construcción de barrios cerrados (Scoones, 2018).

En contraposición, los territorios de borde destinados a la producción ganadera han recibido un tratamiento diferente. En el piedemonte andino metropolitano, donde el conglomerado urbano se yuxtapone a ruralidades volcadas a la ganadería, se registra un fuerte predominio de abordajes centrados en las demandas urbanas (Marchionni et al., 2019). Salvo contadas excepciones (Gudiño, López y Valpreda, 2010; Grünwaldt, Hernández y Vich, 2010; Grünwaldt, Pesalaccia y Pedone, 1995), el avance urbano –en un proceso que se califica como descontrolado y desordenado sobre áreas vulnerables, frágiles y riesgosas – reviste un problema para la misma ciudad, no para las naturalezas humanas y no humanas que concurren en ese borde. Concomitantemente, el avance urbano tiende a pensarse como producto casi exclusivo de la instalación de estructuras fijas, sin alcanzar a reparar en las derivaciones que esas transformaciones podrían implicar, por ejemplo, por los nuevos usos que la ciudad demanda (recreación y ocio, entre otras). En definitiva, las y los productores de alimentos asociados a la agricultura y a la ganadería reciben distintas valencias, al punto que las recomendaciones de protección que abundan para los primeros, enmudecen para los segundos.

Este trabajo focaliza esos desbalances. Se propone, 1) describir los procesos de transformación territorial que convergen en el piedemonte andino metropolitano de Mendoza, un territorio de borde urbano-rural, situado al pie de un cordón montañoso anclado en tierras secas, que reconoce usos pastoriles; 2) identificar a las y los pequeños productores ganaderos que allí se han localizado a lo largo del tiempo y 3) analizar los desafíos que en el presente enfrentan para mantenerse en la actividad.

La hipótesis de trabajo señala que, en contextos metropolitanos, las zonas de borde urbano-rural son móviles en su estructuración espacial y dinámicas en la definición de su carácter. El avance urbano sobre territorios destinados a la ganadería extensiva profundiza la separación entre las y los productores directos y los medios de producción, provoca su retracción y (re)conversión forzosa, banaliza los paisajes y erosiona las memorias del territorio comprometiendo, finalmente, la sostenibilidad del conjunto territorial. Por su parte, los efectos del avance urbano no se agotan en la construcción de barrios e infraestructuras; la ciudad plantea demandas que derivan en cambios de uso del suelo que remodelan las ruralidades. Finalmente, la retracción de la ganadería afecta las bases de sustentación de los productores directos y de la sociedad en su conjunto, mientras el borde recibe de la ciudad un doble tratamiento: como patio de atrás de urbanitas y espacio de realización del capital.

Materiales y métodos

Desde el punto de vista metodológico se recurre a una estrategia de análisis mixta, sobre la base de un estudio de caso: el piedemonte andino metropolitano de Mendoza. Se trata de una franja territorial de 15 a 20 km de ancho, que se extiende entre las cotas de los 800 a 1.500 msnm, con una superficie aproximada de 1.244 km., donde viven alrededor de 10.000 familias (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 2010).

En su interior se procede al estudio de las y los productores ganaderos mediante tres conjuntos de información: 1) informe sobre el suelo y las vertientes de la ciudad de Mendoza y alrededores (Bodenbender, 1897), 2) datos gestados entre 1920 y 1945 por el Instituto Geográfico Nacional (IGN) que informan la presencia de puestos y datos derivados del Sistema de Información Ambiental Territorial (SIAT) que replican el relevamiento en 2000; 3) investigaciones llevadas a cabo entre las décadas de 1990 y 2010 que aportan diagnósticos sincrónicos, cualitativos y cuantitativos, sobre el sector ganadero.

Luego, entre 2018 y 2020 los propios relevamientos de campo, anclados en técnicas cualitativas y que incluyeron la aplicación de entrevistas en profundidad y observación participante para indagar a las y los productores ganaderos, permitieron reconocer los usos, saberes técnicos y ambientales asociados al sistema productivo, las relaciones, usos y tensiones que tienen lugar en el borde metropolitano y las dificultades que experimentan estos productores/as para mantenerse en la actividad resguardando su localización actual. Para la presentación de estos resultados, los y las productoras se referencian con letras a los efectos de resguardar el anonimato. Por su parte, todos los relatos constituyen fragmentos de entrevistas en profundidad realizadas entre 2018 y 2020 por el equipo de autores/as al conjunto de productores y productoras que accedieron a participar en la investigación.

El piedemonte del Área Metropolitana de Mendoza. Preliminares del estudio de caso

La provincia de Mendoza se sitúa en el centro oeste argentino, al este de la Cordillera de los Andes, en la Diagonal Árida Sudamericana.

El Área Metropolitana de Mendoza conforma el principal conglomerado urbano de la provincia y de todo el oeste argentino, además del cuarto a escala nacional. Se sitúa estratégicamente sobre el Corredor Bioceánico entre el océano Atlántico y el Pacífico, alberga el 65% de la población provincial y el 71% del total de población urbana en 321 km. (UNICIPIO, 2018; Gudiño et al., 2005).

En los últimos años la provincia asiste a la intensificación de un patrón de crecimiento urbano consumidor de suelo (PAU, 2009). Siguiendo una tendencia común a Argentina, el suelo urbano ha crecido (133% entre 1991 y 2010) muy por encima del ritmo de crecimiento de la población (21% en el mismo período) y en concomitancia con una disminución de las densidades poblacionales (-48%) (PAU, 2009 y 2018).

En el AMM estas tendencias son particularmente evidentes. Desde la década de 1990 y especialmente en lo que va del s. XXI, los usos urbano-residenciales se han expandido sobre bordes destinados a la producción de alimentos. Con dirección predominante hacia el oeste, sobre las tierras no irrigadas del piedemonte (Vich, 2010) y hacia el este, sureste y sur, sobre tierras irrigadas destinadas a cultivos intensivos (Scoones, 2018), este proceso coexiste con el progresivo vaciamiento de las áreas centrales dotadas de infraestructuras y servicios (UNICIPIO, 2018) y con el desecamiento de los ambientes lacustres y palustres situados en las inmediaciones de la ciudad (Prieto et al., 2012).

El piedemonte andino metropolitano es un espacio de vinculación entre los cordones montañosos de la Cordillera de los Andes y la llanura, que se extiende desde el norte del río Mendoza hasta la punta del Cordón de Las Lajas del cordón precordillerano. Administrativamente cuatro departamentos gestionan el territorio: Las Heras, Capital, Godoy Cruz y Luján de Cuyo. Lo surcan una serie de cuencas cuyos cauces escurren de oeste a este para culminar en diques de control aluvional (Vich, 2010). [2] Estas cuencas contienen pasturas naturales que posibilitan la producción extensiva de ganado menor y mayor (Grünwaldt, Hernández y Vich, 2010). Diversos relevamientos han confirmado la presencia de puestos, unidades domésticas de producción pastoril localizadas según un patrón de asentamiento disperso que se ajusta a la presencia y accesibilidad a pasturas y vertientes de agua subterránea.

A pesar de presentar condiciones físico-naturales que suponen riesgos para la instalación humana –presencia de fallas geológicas, pendientes pronunciadas, escasa cobertura vegetal y amenazas aluvionales– los registros de ocupación humana superan los 3000 años AP (Chiavazza et al., 2007). En tiempos de dominio huarpe esta zona era proveedora de proteínas para la dieta alimentaria de entonces (Prieto, 1985). Los grupos pedemontanos cazaban guanacos y ñandúes en las pampas de la precordillera según un modelo de explotación del ambiente marcado por el uso estacional de diferentes pisos altitudinales. La introducción de ganado europeo, caprino y ovino, más tarde vacuno, sustituyó en gran medida a los camélidos autóctonos, expandiendo la ganadería que llegaría a ocupar el ecosistema del piedemonte del sur de la ciudad. Estas prácticas fueron favorecidas por mercedes reales –como Challao, Lajas, Canota– que permitieron disponer de tierras para estancias de ganado (Prieto, 1985). Una figura de G. Burmeister de mediados del s. XIX, da cuenta de la existencia de campos de alfalfa para el ganado y de infraestructuras complementarias, testimonio de la Mendoza en la que la agricultura se hallaba subordinada a la ganadería (Richard Jorba, 1998).

Fuente: Abad de Santillán, 1981, p. 243.

Figura 1 Sierras del piedemonte mendocino ca 18571858 

Otras actividades también presentes en tiempos coloniales y que adquieren énfasis en el s. XIX son la minería de canteras y áridos. A mediados del s. XIX se registran minas para la extracción de carbón de piedra y canteras en El Challao, también cal y arena (Prieto 1989; Sironi, 2018).

El avance de la planta urbana sobre estos territorios se produce a partir de principios del s. XX, con la creación del Parque del Oeste (actual Parque General San Martín) (Gudiño, López y Valpreda, 2010; Prieto, 1989). Hacia mediados del mismo siglo se instalan dos autódromos (General San Martín y Los Barrancos) y, a la vera de diques de contención aluvional, basurales y ripieras, los primeros barrios populares (Sáenz, 2002). Años más tarde, ya en la década de 1980, será el Estado el que avance sobre estas tierras de bajo costo cercanas a la ciudad mediante grandes emprendimientos habitacionales. Previo a esto, durante la década de 1970 el piedemonte contuvo 2 de los 17 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio de Mendoza (Molina Galarza, 2012) utilizados en la última dictadura cívico-eclesiástico-militar (1976-1983) por las fuerzas represivas del Estado (Campo Las Lajas y Papagallos; SDHN, 2015; Salinas, 2017). Además, Campo Las Lajas, Challao, Canota, San Isidro, Papagallos y los llamados “Pozos de Santuccione” fueron espacio de eliminación y enterramiento de personas en el marco de las acciones de represión ideológica y moralista de la época (Rodríguez Agüero, 2013).

Los cadáveres los tiraban, yo tuve oportunidad de ir una vez, en unos pozos que nosotros llamábamos los pozos de Santuccione, allá en el Challao. Uno de esos pozos –toda la zona está llena de esos pozos que parecen que son naturales–, está en la Hostería San Agustín. Allí hay ahora un inmenso palomar. Allí tiraban los cuerpos y era imposible verificar si había un cuerpo o no por la profundidad que tienen, se decía que ese era el lugar de depósito (testimonio de B en Rodríguez Agüero, 2013, p. 204-205).

Paradójica pero significativamente, en la misma década El Challao cobraba relevancia como área de recreo con la instalación de un parque de diversiones y se construyó en sus cercanías el primer barrio privado de Mendoza. Igualmente paradójico, y en un patrón de sanitización y reconversión simbólica, Papagallos es en la actualidad una colonia educativa dependiente de la Dirección General de Escuelas, carente de toda marca territorial que la vincule a la dictadura, y que ofrece campamentos educativos para niños y niñas, entre otras actividades.

A partir de la década de 1990, en el piedemonte cobra fuerza el sector inmobiliario que, sin desbancar por completo al Estado, encuentra espacios de oportunidad para la instalación de barrios privados destinados a sectores urbanos de medio y alto poder adquisitivo. Paralelamente, nuevas demandas urbanas asociadas al ocio, la recreación y el turismo en escenarios de montaña cobraron fuerza (senderismo, enduro, ciclismo, atletismo de montaña y parapentismo).

En la actualidad confluyen en el piedemonte metropolitano proyectos de territorialización articulados al campo y a la ciudad, memorias de recreación y terror; también los dos extremos de la segregación residencial característicos de otros suburbanos argentinos: las urbanizaciones cerradas y los barrios populares (PNUD, 2009 en Molina, 2013, p. 102), sobre un borde urbano más antiguo, continuo y consolidado, y sucesivas franjas dispersas.

Resultados y discusión

Algunos números

Bajo la denominación puestos, las unidades de producción ganadera situadas en el piedemonte metropolitano han sido relevadas en distintas oportunidades (Cuadro 1) aunque no siempre coinciden las fracciones territoriales indagadas.

Fuente: elaboración propia.

Cuadro 1 Relevamiento de unidades de producción ganaderas (puestos) en el piedemonte metropolitano 

El primer registro corresponde a Bodenbender, quien ya en 1897 aporta un croquis donde identifica y localiza 16 puestos, claramente asociados a vertientes (Figura 2).

Algunos relevamientos posteriores indican la presencia de puestos con sus nombres y localización espacial, pero no aportan datos de actividad productiva, sino sólo cuando está ausente (puestos abandonados, es decir, deshabitados con huellas de trabajo humano, como construcciones e infraestructuras). Otros relevamientos van más allá y aportan datos de actividad productiva que permiten una mirada de detalle sobre el tipo de ganado que poseen los y las productoras y las principales actividades que realizan. En el cuadro 2 se sintetiza esta información. Para cada relevamiento se señala 1) la temporalidad considerada; 2) el total de puestos identificados; 3) detalles de actividad económica toda vez que la calidad de los datos lo permite.

Considerando las posibles duplicaciones de algunas denominaciones, el análisis del cuadro 2 permite inferir la existencia a lo largo del tiempo de, al menos, 70 puestos. Pero si además se adicionan los que emergen de los relatos de los y las productoras (2018-2020) este número se eleva a 75.

Si se consideran la ocupación y las actividades productivas se observa que los puestos se activan y desactivan; también cursos de actividad de larga duración, algunos con transformaciones en el tiempo y pasajes de sucesión e intercalación entre la ganadería, la cría de porcinos y la prestación o venta de servicios. Incluso se aprecian cursos móviles, a veces de ida y vuelta, y algunos procesos de reconversión que van de la ganadería a la cría de porcinos o a la prestación de servicios para trasmutar, a veces, a situaciones de abandono. Entre las actividades vinculadas a la prestación de servicios destacan el ocio, la recreación y el turismo, aunque emergen otras ligadas al acopio de residuos sólidos urbanos y a tareas de vigilancia y custodia territorial.

Fuente: Bodenbender, 1897. Reproducción imagen restaurada (Ponte, 2005, p. 206). Reproducido con permiso del autor.

Figura 2 Ciudad de Mendoza y suburbios Croquis de las Serranías 1897 

Sólo algunos puestos se mantienen más o menos centrados en la ganadería, aunque siempre con intermitencias e interrupciones. De un estudio a otro, en general se observa que los puestos que se mantienen activos poseen ganado mayor o menor. Pero en paralelo, se aprecia una tendencia general de disminución de los puestos centrados en la producción de animales y un aumento de los orientados a la provisión de servicios. Incluso la presencia de equinos podría interpretarse como parte de un proceso de reconversión, ya observada en otros territorios de Mendoza (Torres et al., 2022), que va de la producción bovina para cría, a la cría de caballos para turismo y recreación. En esta línea, a mayor cercanía del borde urbano, crecen las actividades recreativas y las vinculadas al ocio, de suerte tal que el campo se posiciona como proveedor de servicios a urbanitas. También hay indicios de relocalización espacial; puestos que sin cambiar su nombre se trasladan, otros que se desagregan en unidades asociadas más pequeñas y en general pobladas de parientes. Asimismo, los puestos señalan realidades materiales con usos intermitentes: el uso rubrica huellas en el territorio, pero las personas van y vienen y, con ellas, los puestos se relevan activos o inactivos en distintos momentos.

Fuente: Elaboración de los/as autores/as sobre la base de Bodenbender (1897); IGN (1920-1945); Vich y Pedrani (1993); SIAT (2000); Grünwaldt, Hernández y Vich (2010); Torres, Pastor, Marchionni y Agneni (trabajo de campo, 1918-2020).

Cuadro 2 Puestos identificados en el piedemonte andino metropolitano de Mendoza (1896-2020) (cont.) 

Se advierte además, que en la actualidad los puestos con existencias ganaderas poseen rodeos generalmente pequeños y que, en volúmenes variables, integran distintos tipos de ganado. Asimismo, se aprecia la progresiva disminución de los rodeos, no sólo asociada al abandono de algunos puestos sino también al achicamiento de los rodeos. Además de menos, tienen menos: disminuye la cantidad de puestos al mismo tiempo que se reducen los rodeos.

Fuente: Elaboración de los/as autores/as sobre la base de datos aportados por Municipalidad de Godoy Cruz (2005), Municipalidad de Luján y Municipalidad de la Ciudad de Mendoza (2005-2016).

Cuadro 3 Detalle de los relevamientos municipales de puestos situados en el AMM 

La mayoría de estos relevamientos indican el nombre de las y los productores y establecimientos, y en menor medida su localización. Sólo el realizado en Ciudad de Mendoza brinda una aproximación a las actividades económicas que desarrollan. Sobre 124 identificados y 24 relevados en profundidad, 13 puestos poseen cerdos que destinan a venta y auto-consumo y, 18 acopian residuos (RSU, autopartes, chatarra, de la construcción, neumáticos, metales y vidrios). Por su parte, la producción de cerdos y el acopio de residuos se enlazan de forma estrecha, al punto que todos los puestos que crían cerdos, funcionan como centros de acopio de residuos.

Estos datos matizan el informe provisto por el Cluster Ganadero de Mendoza (Gobierno de Mendoza, 2019). En su plan de la cuenca caprina norte (2019), figuran dos departamentos con áreas rurales congruentes con el área pedemontana. Mientras para Ciudad de Mendoza indica un total de 659 caprinos, para Godoy Cruz señala 0. Estos datos resultan llamativos dado que sólo en una de las cuencas que surca el piedemonte godoycruceño, los relevamientos propios indican, para la misma fecha, 3 puestos productivos con más de 1.000 cabezas de ganado.

Algunas palabras: el piedemonte metropolitano como productor de alimentos, características y volúmenes

La capacidad del piedemonte metropolitano de producir alimentos es proporcional a su capacidad para sostener la producción de ganado. Los relatos que aportan las y los productores destacan que las actividades pastoriles reconocen una importante profundidad temporal en la zona, que tanto en el pasado como en el presente se desarrollan sobre campos abiertos e interconectados que facilitan el movimiento del ganado, que los y las productoras también se encuentran en movimiento y que además de pasturas y sendas, el sistema funciona en base a acuerdos de pastoreo, no definitivos ni libres de tensiones.

Los puestos del presente expresan situaciones de continuidad con las actividades que realizaban los padres y abuelos de quienes hoy están al frente de las explotaciones. Aun así, en el pasado las actividades pastoriles reconocían espacialidades más amplias que las actuales, tanto en términos de superficie como de densidad de productores, ganado y procesos de trabajo compartidos. Los relatos que aporta V. [3] son esclarecedores en este sentido.

[…] habían animales que llegaban hasta el autódromo Los Barrancos, allá abajo sabían llegar, porque no habían tantas casas como hay ahora. Vacas tenían cerca de 200, caballos esa cantidad más o menos, cabras llegaron a tener 150, no era mucha la cantidad que tenían, pero tenían unas cabritas y animales de corral como tengo yo, patos, gallinas, pavos, de todo un poco, que todo eso ayuda al puesto.

Asimismo, las y los productores no se mantienen fijos a un puesto. Tal vez porque en muchos casos se trata de arrendatarios, el continuo ir y venir entre puestos y campos de pastoreo expresa la diferencial calidad de los acuerdos a los que arriban con los propietarios; probablemente también a la variabilidad en la oferta de bienes naturales e infraestructuras disponibles en las distintas localizaciones.

Yo tenía seis años cuando vinimos a la Obligación con mi papá, que ahora está abandonado. De ahí en adelante hemos estado en estos campos toda la vida. Mi papá trabajaba en el puesto Los Chilenos… de ahí se viene para acá y de ahí se fue para abajo. En 1968 pasamos al Peral. Ahí nos hicimos animales de nosotros. Antes le alquilábamos a un hombre el campo de San Isidro, que está el puesto El Indio pero un día llegamos a un desacuerdo, porque llegó un momento en que nos quería tener presos porque habían puesto seguridad. Cuando nos vinimos de allá… acá era campo, no había nada. Nosotros hemos hecho esta casita, estos corrales.[4]

Vertebrados sobre campos abiertos e interconectados, el ganado se mueve en péndulo entre la llanura y las montañas. Los aumentos de temperatura del verano promueven movimientos de ascenso, mientras el frío del invierno invierte el movimiento hacia la llanura. Se trata, en general, de movimientos generosos en el espacio y extensos en el tiempo, que llegan a conectar el borde godoycruceño con El Challao, Potrerillos y Uspallata. Estas interconexiones propician procesos de trabajo compartidos entre productoras/es asociados a puestos distantes, especialmente en momentos clave del ciclo productivo, entre los que destaca la “recogida”.

Ahora en verano están todos los animales pegados a la falda, allá arriba prácticamente en el cerro porque está más fresco, más fácil el agua, es rara la quebradita que no tiene un agüita, entonces una vaca toma aquí, la otra en el zanjoncito, la otra en el pocito y así…[5]

Por su parte, tanto las espacialidades como las infraestructuras que sostienen la producción pastoril reciben nombres como marcas; son aguas, valles, pampas, quebradas, cuchillas, portezuelos, bajos, altos, sendas y picos dispuestos a coordinar los procesos de trabajo y a organizar, conectar y delimitar los circuitos de pastoreo. En algunos casos, los nombres señalan espacios o bienes destinados al ganado, en otros, a usos prioritariamente humanos.

[…] a veces es algo particular, como del paisaje. El agua de la falda, porque justo el agua nace en la falda de un cerro. Después tenemos el agua vieja, porque es de las primeras aguas que salió. El agua del cajón de las minas, de las cortaderas; el agua del Juancho, porque la encontró un tío mío que se llama Juan.[6]

Estas maneras de nombrar los territorios productivos se hacen extensivas a las intromisiones de la ciudad, concretamente a las calles y rutas que ingresan a la zona en sentido este-oeste.

Cuando termina el último alambradito de los puestos, hay una bajada y una subida. Esa es la vuelta del Caracol y vuelve a dar la vuelta y hace la bajada, esa es la Cueva de la Zorra, cada tramito de la ruta tiene un nombre…[7]

Se trata de marcas espaciales, comprensibles para quienes comparten procesos de producción y trabajo, ancladas a ese territorio particular, que develan su construcción entrecruzada por las relaciones sociales y que describen movimientos que fluyen en el tiempo y el espacio.

Además de actividades diarias de cuidado de los animales que se desarrollan en el campo, el manejo del ganado supone mantener activos los acuerdos de pastoreo con el resto de los y las productoras, incluso re-negociarlos con quienes tienen otras experiencias de manejo, otros intereses o incluso, menos experiencia en la actividad. Es que, en definitiva, los acuerdos de pastoreo son un producto sinérgico de factores sociales, culturales, políticos, económicos y ecológicos, sensibles al tiempo y al espacio, variables entre los diferentes grupos sociales (Butt, 2011), y siempre centrales a los procesos de reproducción social.

En la época de la recogida llamamos al muchacho del Peral, El Durazno, del Cerro Arco vienen también, yo voy hasta Casa de Piedra a buscar animales. Hay que avisar porque somos vecinos, hay un respeto, somos amigos, conocidos.[8]

Sobre el manejo común de pasturas en campos no alambrados, los acuerdos no son perfectos y se vuelven particularmente tensos con quienes reclaman derechos de uso exclusivo. Los relatos que siguen expresan posiciones en tensión. P. reclama derechos de uso exclusivo; A. el uso abierto del territorio.

Ahora las vacas que debo tener serán unas 7, 8, son pocas. En el año suben y bajan y pastean en todo el campo, pero se mantienen en el campo… Nosotros somos los únicos que tenemos campo, porque esos que rejuntan echan a campos ajenos. Crían en campos ajenos porque ninguno es propietario, son campos lombardos, usurpaciones.[9]

Son campos abiertos, no hay campo cerrado, y al que no le gusta… Hay un muchacho que ha comprado y dice que no le gusta, que va a poner abogado. Vos poné abogado, poné lo que querás… le dije yo, pero ¿vos sabés lo que has comprado? Has comprado el contorno del puesto, porque este puesto no tiene campo. Yo le dije, toda la vida los animales cruzan y no hay problema.[10]

Aunque de manera imprecisa, los relatos colectados permiten aproximarse al volumen de animales que contiene el área. Al respecto, V. y A. expresan rodeos diversos, con vacunos, equinos y caprinos, y tamaños similares a los observados entre otros pequeños productores ganaderos de Mendoza (Torres, Pessolano y Sales, 2014).

[…] entre cabrillonas del año pasado y cabras madres, debemos tener cerca de 250, casi 300. He aumentado los caballos, tengo unas vaquitas, así un poco de todo tengo… Ahora habrán unas 20 yeguas, vacas no me va muy bien, es más pérdida que ganancias. Hemos empezado hace poco, habrá unas 8 vacas.[11]

Ahora gracias a Dios llegamos a tener 150, 170 vaquitas, 500 cabritas, como 100 yeguas, entre yeguas y caballos. Vivimos tres familias de este puesto.[12]

También de manera similar a lo observado en otras zonas de la provincia, estos productores y productoras no sólo producen alimentos en sentido estricto; proveen insumos a otros procesos productivos. El más importante, por el precio que alcanza y su demanda, es el guano de cabra, que se vende a fincas vitícolas localizadas en Luján y Valle de Uco como abono orgánico.

Si las y los productores ganaderos del presente han escrito sus trayectorias en diálogo con sus padres y abuelos y en vínculo con la producción pecuaria, quienes producen porcinos muestran trayectorias articuladas a otras actividades primarias no ganaderas y, muy especialmente, a actividades urbanas apartadas de los mercados de trabajo formal.

[…] Nosotros vivíamos del carro, salíamos a hacer el recorrido a la calle, íbamos a las verdulerías, traíamos todo eso y eso es lo que hacía mi mamá y mi papá. Ellos iban en el carro, traían la comida a los animales, y con eso le daban a los chanchos. Los caballos y las vacas, sueltos. Con eso vivíamos, todos. Yo hago lo mismo. Ahora tengo 10 chanchos creo, chanchas que están por parir en estos días. Le vendo a gente que nos conoce.[13]

Si bien también ahora el movimiento es marca de fuego del piedemonte, no son sólo los animales los que circulan, sino también algunos bienes e insumos y las mismas personas en movimientos pendulares entre el campo y la ciudad. El relato de T es esclarecedor en este sentido; ella va a la ciudad a buscar alimentos para los cerdos que luego vende a la ciudad como alimento. En algunos casos, los residuos urbanos llegan a los puestos y se transforman en alimento de los animales que luego alimentan a la ciudad.

A veces les doy pan, porque teníamos ese Mc Donald´s... Vamos a sacarle las cosas allá y traemos el pan y eso se lo damos a los chanchos.[14]

Hay un criadero grande de cerdos allá por el dique Frías para adentro, crían con residuos, llega el camión de la recolección y les descarga... pero ese tiene como 500 cerdos.[15]

En los relatos recuperados, la paulatina retracción de los puestos y actividades pastoriles aparece asociada a factores internos y externos. Entre los primeros, destacan los vinculados a la baja rentabilidad de la actividad y a problemas de sucesión generacional. Entre los factores externos, sobresalen los asociados a procesos de acorralamiento espacial. De un lado, el avance del consolidado urbano que se expresa en la construcción de nuevos barrios a alturas superiores, seguido de la instalación de barrios populares y privados sobre el borde consolidado urbano, como dibujo de un borde más poroso y disperso situado más alto. De otro lado, la reconversión de los puestos más antiguos a la provisión de servicios, tanto al turismo como al ocio y la recreación, como hitos de una nueva forma de colonización. Es que, estos campos cercanos a la ciudad, situados al pie del cordón montañoso, dotados de accesos en relativo buen estado son atractivos para urbanitas deseosos de re-encontrarse con la naturaleza o de revivir la vida en el campo. Así, mientras para algunos el piedemonte ofrece inmejorables oportunidades de contacto con la naturaleza en ambientes seguros y fortificados, cercanos a la ciudad; para otros, los puestos permiten un habitar transitorio cargado de rusticidad en la ruralidad.

En oposición a los puestos más recientemente localizados sobre el borde urbano, productores de porcinos, los y las productoras pastoriles reclaman para sí –y a título exclusivo– la membresía puesto / puestero / puestera. Desde la mirada que proponen un puesto es aquel que concentra animales; los restantes, incluso los que contienen porcinos, no son “puestos puestos”, “puestos de campo”.

Después se hizo toda esta ranchería y usted pasa para acá y ve, Puesto La Yoselí, Puesto La Josefa, Puesto el cerrito de no sé qué… el que no es albañil, trabaja en la municipalidad… pero puesto, puesto, hemos quedado 5.[16]

Puesto puesto es donde hay cabras vacas, caballos, perros, puestos son de animales, lo otros no, tienen perros y gatos…[17]

Los procesos de acorralamiento que avanzan por el este se encuentran con otros que proceden del oeste para confluir en efectos compresivos sobre los productores directos. En una y otra dirección, parte de las tensiones deriva de la interacción con las naturalezas humanas y no humanas, y tematizan la intromisión de distintas expresiones de la ciudad y la naturaleza en la producción. Entre las tensiones que resultan de las naturalezas humanas destacan el robo de ganado para faena y comercialización informal y la destrucción de infraestructuras productivas a manos de deportistas del enduro; también la construcción de barrios exclusivos y excluyentes y la creación de espacios naturales al revés (Haesbaert, 2011) como intervenciones humanas destinadas a conservar las naturalezas no humanas. Por su parte, estas últimas se vuelven conflictivas para el ganado cuando revisten como depredación de pumas y perros, los primeros como expresión cabal de la naturaleza, los segundos (de)vueltos a la naturaleza por su contracara ciudad.

El puma también nos hace mucho daño a nosotros, o también los perros cimarrones, son los mismos perros que la gente abandona, y es entendible en el perro, porque es un animal y si tiene hambre, tiene que matar para comer.[18]

Este sábado el león nos cazó 13 cabras, que con las reservas esas que hacen, echan los animales pero ¿quién les da de comer? Tienen en la mente que el bicho caza guanacos, pero no, no… porque un ternero es mucho más fácil, más lerdo, se descuida más tiempo…[19]

Acá se juntan muchas cosas… el daño, el hombre que no encuentra gente para que trabaje… el perro, el puma y la gente… ¡las motos son unos diablos![20]

(con las motos)… yo ya me he resignado, es remar contra la corriente. Yo corro 1 vienen 5, corro 5 vienen 10, y así. Rompen sendas, la vegetación, no tienen miramiento de nada. Vienen a dar una vuelta pero ven una cabra y manotean una cabra, un potrillo. La época de parición, no la podemos hacer acá abajo porque sabemos que si entran las motos, corren las cabras y entran a mal parir.[21]

A diferencia de un amplio caudal de trabajos científicos que acentúan la peligrosidad del área, sólo en algunos casos y de manera eventual, las y los productores tematizan los fenómenos de la naturaleza como destructivos, bajo la forma de nevadas, incendios, lluvias torrenciales y crecientes.

Fuente: Elaboración de los/as autores/as sobre la base de Bodenbender 1897. Reproducción imagen restaurada (Ponte, 2005: 206); mapa Instituto Geográfico Nacional (1920-1945); relevamientode Vich, A. y Pedrani, A. (Eds.) (1993); Grünwaldt E., Hernández J. y Vich A. (2010); Sistema de Información Ambiental Territorial (2000); trabajo de campo (1918-2020).

Figura 3 Intersecciones en el AMM. Producción pastoril, bordes e intrusiones de la ciudad 

Finalmente, indagados las y los productores sobre las razones por las cuales se mantienen en la actividad, algunos relatos tematizan dificultades para acceder al mercado de trabajo urbano, pero también y de su mano, un enorme cúmulo de saberes y destrezas creadas a lo largo del tiempo, casi un saber experto escaso y resistencia para el trabajo de campo que traduce en respeto por las propias trayectorias socio-territoriales.

La figura 3 sintetiza los datos recorridos a lo largo del trabajo. Recupera los sucesivos relevamientos que han reparado en la ubicación de los puestos (1897, 1920/1945, 1993/1995, 2010, 2018/2020), suma la traza del borde urbano en su ascenso al piedemonte, como consolidado y nuevos barrios de acceso libre y restringido. Pero además recupera una de las trazas que inscribe en el piedemonte la recreación de urbanitas; las sendas del enduro, esa intrusión de la ciudad que las y los productores tematizan en sus relatos. Finalmente, la figura 4 recupera algunas presencias productivas pastoriles en el piedemonte.

Fuente: Fotografías de los/as autores/as; trabajo de campo, 2018-2020.

Figura 4 Mosaico de presencias pastoriles en el piedemonte andino metropolitano de Mendoza 

Conclusiones

Diversas investigaciones han alertado el vertiginoso avance urbano sobre el piedemonte metropolitano. En su mayoría se trata de estudios preocupados por la ciudad, que alertan los peligros que reviste el crecimiento urbano sobre un territorio ambientalmente frágil y que supone importantes riesgos para la misma ciudad, esa construida aguas abajo. Así las cosas, mientras el avance urbano sobre tierras de cultivo es cuestionado porque resta capacidad productiva a la provincia, el avance sobre el piedemonte lo es porque amenaza a la naturaleza y, al hacerlo, la vuelve un peligro para la ciudad.

Con pocas excepciones (Prieto, 1989; Grünwaldt, Pesalaccia y Pedone, 1995; Grünwaldt, Hernández y Vich, 2010; Vich y Pedrani, 1993), la producción pastoril no aparece siquiera mencionada, a pesar de que un amplio caudal de trabajos científicos se gesta bajo el paraguas del ordenamiento territorial y cuestionan la ausencia de una mirada territorial en las instancias de planificación. Mientras para el ordenamiento territorial los riesgos y eventos extremos de la naturaleza (aluviones, lluvias torrenciales, crecientes, incendios) resultan centrales en las argumentaciones de sus estrategias de protección del área urbana, para los y las productoras pastoriles, quienes viven allí esos acontecimientos, constituyen preocupaciones eventuales, y siempre secundarias a las amenazas que introduce la cuidad. Para los y las productoras, las problemáticas centrales a ordenar se resumen en una constelación de situaciones vinculadas al avance de los usos recreativos sobre las áreas productivas, a la creciente presión por la inserción de nuevos barrios cerrados y al apoyo del Estado a los puestos no de campo en palabras de los propios productores/as, en detrimento de los puestos de producción ganadera extensiva.

Los pocos trabajos que reparan en las presencias pastoriles, por su parte, centran sus preocupaciones en la fragilidad ambiental del área y en los procesos de sobrepastoreo y degradación ambiental asociados al ganado. Pasan por alto, sin embargo, los efectos que las dinámicas de desterritorialización tienen para los productores directos, para las ruralidades e incluso para la misma ciudad, en referencia a la producción de alimentos de proximidad. De ello deriva que la idea de vacío que predominaba en el primer conjunto, sólo sea contestada por trabajos que, al mismo tiempo que anuncian la presencia de aquello que faltaba, recalan en una nueva negativización, incluso de los testimonios de la memoria del territorio.

Como resultado, la idea de vacío que opera sobre las actividades pastoriles en el piedemonte, constituye una constante. A modo de ejemplo, Gudiño señala que en Mendoza, el avance urbano adopta diferentes formas y direcciones. Mientras hacia el este se corporiza como “extensión de caminos y servicios, instalación de industrias, construcción de barrios”, hacia el oeste “no hay competencia; pero los costos de urbanización y de provisión de agua potable son más elevados al penetrar en la zona ocupada por el piedemonte” (Gudiño, 1991, p. 241). Entendido el territorio como la porción de la tierra sobre la que los grupos ejercen reclamaciones asociados al control de los recursos, la ausencia de competencia impresiona sinónimo de ausencia de presencia, una apreciación que choca con los datos de la realidad, indicativa de presencias de diversos usos y de larga prolongación temporal tal como se refleja en el cuadro 2.

Nuevamente, cuando el vacío es contestado, los posicionamientos teóricos que andamian las investigaciones reproducen los prejuicios existentes sobre el pastoralismo, “… la cría de animales se realiza en los denominados puestos, lugares de humilde vivienda y precarios corrales, con pobladores de escasos recursos y bajo nivel cultural” (Grünwaldt et al., 1994 en Grünwaldt, Pesalaccia y Pedone, 995, p. 38)

Se observa además que el discurso hegemónico urbano y las ontologías dicotómicas del capitalismo propugnan ordenamientos territoriales amparados en la racionalidad económica y en la sustentabilidad ambiental urbana, pero presentan, como se ha demostrado, argumentos diferenciales según la situación productiva previa. Mientras el avance de la ciudad sobre campos de cultivo se condena, el mismo avance sobre los territorios pastoriles omite este juicio crítico. Los relevamientos de campo muestran la relevancia de los marcos analíticos que convergen en las voces de los actores del problema de investigación y del conjunto de expresiones insertas en el paisaje como marcas territoriales. Ambas resultan instrumentales para recuperar algunos silencios en los que incurre la historiografía del territorio en torno a los derechos humanos y las asimétricas relaciones entre actores.

Los recorridos que propone este trabajo, sobre todo los que derivan del análisis de relevamientos previos y del propio trabajo de campo, permiten evidenciar la sobreposición, en el piedemonte metropolitano, de distintas formas de habitar, pero también y de su mano, los enormes desafíos que en la actualidad enfrentan los sistemas pastoriles para reproducirse en estos particulares contextos. Es que en definitiva, si el entramado tierra, agua, sendas son condiciones irremplazables para asegurar la reproducción social de este conjunto de actores, son también los bienes que reciben las mayores presiones de la ciudad.

En este sentido, el caso analizado da cuentas de los límites en los que se hallan las capacidades resilientes de los pastores metropolitanos a la provisión de alimentos cárnicos. Mientras el pastoralismo constituye una de las prácticas que mayor capacidad de diálogo tiene con la imprevisibilidad e incertidumbre ambiental de los ambientes áridos, semiáridos y de las regiones montañosas, que han sido sostenidas durante siglos, las prácticas ancladas en la expansión y control de lo urbano tienden a desarticularlas y de ahí que se impongan serias limitaciones a su sostenimiento. No obstante, los proyectos de territorialización que se han privilegiado en el piedemonte metropolitano suponen la transferencia de bienes comunes de los territorios rurales a las zonas urbanas. Estas transferencias se sostienen por la persistencia de representaciones de raíz colonial sobre los pequeños productores de ganado, actualizada y enriquecida por el discurso ambiental neoliberal y la retórica del ordenamiento territorial.

Asociado a lo anterior y sin desconocer las dificultades intrínsecas de la propia actividad productiva, la progresiva reconversión a la venta de servicios que se verifica en un número importante de puestos, estrecha los repertorios productivos más vinculados a la tierra para dar progresivo paso a una hiper-especialización de vocación urbana. Si bien este tipo de prácticas son vistas por algunos/as expertos/as, por los organismos de gestión territorial e incluso por algunos actores inmobiliarios como estrategias de desarrollo sustentable que potencian el turismo, el cuidado del ambiente y la vida saludable, expresan diversas formas de territorialización urbana sobre la ruralidad metropolitana con, al menos, un efecto paradójico: desarticular presencias, tramas y relaciones co-constructoras de las supuestas novedades. Pero más importante todavía, los cambios en el uso de suelo que ese proceso pone en marcha se adicionan a los problemas de rentabilidad que experimentan las/os productores y al estrangulamiento de los espacios productivos, para jaquear, tal vez definitivamente, su capacidad de reproducirse y a la vez la capacidad del piedemonte de proveer alimentos a una ciudad que, además, quiere seguir creciendo.

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Notas

[1]Se agradece a las y los productores y pobladoras/es del piedemonte metropolitano de Mendoza por los saberes y el tiempo compartido, al personal del Servicio Geológico Minero Argentino, centro Mendoza por poner a generosa disposición su archivo, a Benjamín Bender (IADIZA-CCT CONICET MENDOZA) por sus valiosos aportes en la síntesis y representación de los datos, y a los/as evaluadores anónimos por sus valiosas sugerencias. Este trabajo se ha financiado con aportes de los siguientes proyectos: PUE 0042-CONICET, PICT 2018-02476 Torres (Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica) y PICTO-UUMM-2019-00016 Marchionni.

[2]Se trata de las cuencas: San Isidro (145,7 km2, con alturas que van desde los 3.100 m a 1.100 m.), Papagayos (56,8 km2, entre 2.795 y 980 m.), Frías (24,5 km2, entre 1.527 m y 930 m.), Maure (56,0 km2, entre 1.900 y 950 msnm.), Cerro Petaca (22,9 km2, entre 1.477 m. y 1.000 m.) y El Peral (17,2 km2, entre 2.600 y 900 m.) (Vich 2010).

[3]Se ha preferido el uso de letras para resguardar el anonimato de los y las informantes. Por su parte, todos los relatos constituyen fragmentos de entrevistas en profundidad realizadas entre 2018 y 2020 por el equipo de autores/as al conjunto de productores y productoras que accedieron a participar en la investigación.

[4]Entrevista a A. 05/06/2018.

[5]Entrevista a Q. 19/09/2018.

[6]Entrevista a Q. 19/09/2018.

[7]Entrevista a V. 11/11/2020.

[8]Entrevista a Q. 19/09/2018.

[9]Entrevista a P. 12/11/2018.

[10]Entrevista a A. 05/06/2018.

[11]Entrevista a V. 04/09/2019.

[12]Entrevista a A. 05/06/2018.

[13]Entrevista a T. 26/09/2019.

[14]Entrevista a T. 26/09/2019.

[15]Entrevista a P. 12/11/2018.

[16]Entrevista a Q. 03/02/2020.

[17]Entrevista a J. 03/02/2020.

[18]Entrevista a A. 05/06/2018.

[19]Entrevista a Q. 03/02/2020.

[20]Entrevista a Q. 03/02/2020.

[21]Entrevista a V. 04/09/2019.

Recibido: 19 de Octubre de 2021; Aprobado: 11 de Mayo de 2022

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