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Pampa (Santa Fe)

versão On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.10 Santa Fe dez. 2014

 

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Historia del pueblo argentino
Peña, M. (2012)
Buenos Aires: Emecé

 

Por Ignacio Trucco

Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Nacional del Litoral
E-mail: ignacio.trucco@gmail.com

Quizá convenga comenzar exponiendo las razones que motivan esta breve reseña. Podría naturalmente pensarse que la investigación historiográfica desarrollada por uno de los intelectuales más agudos de la tradición marxista en la Argentina merecería más de un comentario, reseña, resumen o divulgación. Lo cual es cierto. Podría también argumentarse que la aparición de una nueva edición, «unificada, corregida, anotada y controlada con los originales del autor», según lo indica Horacio Tarcus, quien tomó a su cargo y exitosamente esta tarea, es también un aliciente para una evaluación conjunta e integral de este trabajo. Lo cual también es cierto. Por otra parte, podría creerse que una interpretación crítica, rigurosa y profunda de nuestra historia más o menos reciente encontraría un buen aliado en la seria consideración de la historiografía expuesta por Peña, y en general de las tesis que elabora sobre la historia del pueblo argentino. Y, en ese caso, se creería bien. Finalmente, cualquiera podría argüir que no es posible una correcta caracterización de los movimientos historiográficos argentinos, sin la mordaz mirada de Peña sobre las tradiciones dominantes del relato historiográfico nacional. La cual es una argumentación convincente. Pero en este caso se suma otra motivación para comentar a grandes rasgos el contenido de esta investigación histórica y exponer los núcleos problemáticos que moviliza. La Historia del pueblo argentino de Milcíades Peña, es un ejemplar intento de investigación crítica de la realidad social. Es decir, que encarna de forma más o menos explícita el proyecto de elaborar una lectura que supere la superchería ideológica, el misticismo, el mesianismo o cualquier otra forma de seudociencia. Nada de esto es obvio o evidente. Pues un proyecto de este tipo no se resuelve desde el sentido común o de forma inmediata, como si el acceso a la realidad no tuviese otro fundamento que la observación sensorial. O a la inversa, como si asumir la imposibilidad de un proyecto de este tipo no tuviese hondas consecuencias filosóficas y políticas, de costoso sostenimiento.
Por el contrario, el estudio de la realidad social y, en general, de la historia de cualquier pueblo, encierra también un problema acerca de la naturaleza del conocer mismo y de la proclividad innata del hombre moderno a intentar transformar y moldear conscientemente
su vida social, política y económica. Entonces, ¿es posible concebir un tipo de conocimiento y un método capaz de penetrar cada vez con mayor profundidad en certezas históricas?, y si es así, ¿qué costos tiene semejante empresa?, ¿a qué consecuencias nos conduce? Resultan excepcionales los casos que emprenden una tarea semejante. Algunos, desde un plano más bien especulativo, otros, desde el estudio de realidades acotadas en el tiempo y el espacio, todos, mirando agudamente la naturaleza íntima de la condición humana en la era moderna. El estudio de Peña de la historia del pueblo argentino, se circunscribe en este horizonte que, como podrá comprobarse, trasmuta finalmente, en una concepción trágica de la historia. Pero ¿qué significa una concepción trágica de la historia? Esta palabra, si bien puede ser causa de malos entendidos, es también una clave de lectura sobre este problema. Tarcus dedica una parte de su estudio preliminar a tratar la temática y recupera distintos fragmentos de la obra en los cuales el término aparece. Conviene traer a colación su primera mención bajo la fórmula: «tragedia en el sentido hegeliano: situación que no tiene ninguna salida hacia adelante». Según Tarcus, esta concepción supone que las «opciones que se presentaron en cada encrucijada histórica que dividió al país (...) no representaban en realidad auténticas opciones históricas. Ninguna de ellas, triunfase quien triunfase, contenía las potencialidades para un gran proyecto de nación» (21).
Pero si bien es cierto que una lectura trágica de la historia, puede en la práctica mostrarse de esta forma, es posible calar más profundo en el problema y ver que quizá aquí se oculta una discusión previa. El carácter trágico de la obra de Peña, no radica en el inevitable subdesarrollo al que las fuerzas sociales realmente existentes «condenan» a la nación. Esta sería una interpretación aparente, superficial de lo trágico. El carácter trágico no puede detenerse en este punto sino quiere volver hacia el misticismo o el mesianismo que se propone superar. Lo trágico debe superar la inevitable desgracia, y llegar hasta la condición misma del ser. La tragedia es un emergente de la formulación dialéctica del conocimiento, en la que la necesidad y la libertad se ven superadas como formas parciales e impotentes para captar el verdadero fundamento con el que se piensa el desarrollo de la historia. En el sentido hegeliano, la tragedia remite a la condición del ser y no, únicamente, a la valoración sentimental o moral de hechos o trayectorias históricas. En la tragedia se pone en juego también la naturaleza de la empresa cognitiva en el que lo real es un real dialéctico. Y precisamente desde dicho carácter dialéctico brota como tragedia la crítica cuya meta es mostrar la «racionalidad de lo real, y lo real de lo racional». En otro momento Peña hace explícito este problema en torno a la caracterización de la España de la conquista: «La raíz de los mitos en torno a la supuesta prosperidad capitalista de España es en el fondo una incapacidad para pensar dialécticamente y soportar esta contradicción» (59). En realidad podría decirse que, en el marco del proyecto filosófico crítico de Peña, la raíz de cualquier explicación mitológica radica en la incapacidad para pensar dialécticamente. La obra de Peña es, en este sentido, un intento de construir una historiografía crítica que evite las explicaciones ideológicas.
El carácter trágico de la historia encubre una condición ontológica en la que lo real es dialéctico y por lo tanto no deja lugar a una mitificación voluntarista. Bajo esta perspectiva la tragedia es la tragedia del pensamiento mitificado que no puede comprender el carácter dialéctico de lo real. La tragedia es la teatralización de esta impotencia, de este desgarro, el movimiento de la consciencia que se expone desnuda y frágil ante la fuerza de lo real mismo, es la consciencia desdichada que afronta el desafío de superar la unilateralidad del mito. Hegel lo expone en sus Lecciones de Estética, tómese un breve fragmento: «Ahora bien, si tal como exige la poesía dramática, estas fuerzas particulares son llamadas a una actividad Reseñas bibliográficas (pp. 263-295) fenoménica y se realizan efectivamente como fin determinado de un pathos humano que pasa a la acción, su consonancia es superada y aparecen enfrentados en recíproca exclusión. (...) Ahora bien, lo originariamente trágico consiste en el hecho de que en el seno de tal colisión ambos aspectos de la oposición, tomados para sí, tienen legitimidad, mientras que por otra parte pueden llevar sin embargo a cumplimiento el verdadero contenido positivo de su fin y de su carácter sólo como negación y violación de la otra potencia, igualmente legítima».1 El carácter trágico que emerge a lo largo de toda la Historia del pueblo argentino de Peña, no radica en el hecho de que cualquier opción histórica condenaba a la nación al subdesarrollo o a la semicolonia, esto es más bien una consecuencia. Por el contrario, lo trágico es la metáfora utilizada para mostrar cómo cada movimiento histórico, en el desarrollo de los caracteres de la moderna sociedad burguesa, engendra a su vez una negación, que permite comprender la necesidad del tipo de desarrollo argentino. La historia es precisamente el estudio de las condiciones particulares en las que se dio el proceso general de expansión del mundo moderno y el reconocimiento de las especificidades que lo rigen en todos su niveles.
A cualquier concepción romántica de la historia, sea liberal, revisionista o estalinista, le sucede una de carácter crítica, y por lo tanto trágica a los ojos de cualquier romántico. Este es un salto de calidad en el estudio científico de la historia nacional y una ganancia neta en el grado de comprensión de los fenómenos sociales, políticos y económicos, que en este punto son difíciles de separar. De este modo la historiografía de Peña es a la vez una evaluación de ciertas hipótesis sobre de las mediaciones dialécticas que engendran el desarrollo capitalista, la burocracia y la política moderna. La obra de Peña nos pone, desde los hechos históricos, en la frontera conceptual con la cual la ciencia es capaz de pensar las instituciones fundamentales de la moderna sociedad burguesa. El autor logra esto en una clara tensión con su propio tiempo, en un contexto político en el que ciertas hipótesis formulaban un magma dogmático pocas veces reconocido. Sin embargo, es posible reconocer en la Historia del pueblo argentino, reflexiones que pudieron romper los límites de otros autores contemporáneos que también se inspiraron en la herencia teórica y política de Lenin y Trotsky. Milcíades Peña lució un brillo particular que Tarcus demostró en un Estudio Preliminar introductorio a la Introducción al pensamiento de Marx, del propio Milcíades Peña.2 Ese brillo no es otra cosa que su particular capacidad de desarrollar una desprejuiciada evaluación historiográfica de sus hipótesis, su método y sus fundamentos ontológicos, frente a la historia del pueblo argentino. De este modo, el proyecto de «desmitificar la historia argentina», se divide en un total de diecisiete capítulos, que se reparten en seis libros, cubriendo un período histórico que va desde la conquista, hasta la caída del peronismo en manos del golpe de estado de 1955. Como bien lo señala Tarcus en su estudio preliminar, y en línea con la interpretación dada arriba, el plan de Peña «más que a un desarrollo cronológico, histórico-narrativo, responde a una agenda de problemas, de núcleos historiográficos a abordar críticamente» (9). Sin embargo el lector debe despreocuparse, pues los asuntos esenciales que dieron forma al desarrollo nacional están tratados integralmente en la obra.
En el primer libro, titulado Antes de Mayo, Peña abarca desde la colonización hasta la revolución de Mayo. Comienza tratando el tipo de desarrollo capitalista de España y se aboca a desmentir aquellas hipótesis que intentaron ver en aquella sociedad el lineal desarrollo de una vulgar filosofía de la historia. Milcíades Peña demostró los caracteres de la tragedia española y el atraso que allí predominaba, y cómo, aún bajo dichas condiciones, fue posible el descubrimiento de América y toda la conquista. Dice, «lo "lógico" hubiera sido que el descubrimiento corriera a cargo de las potencias con mayor desarrollo burgués y no de España, que marchaba a la retaguardia. Pero semejante lógica abstracta es extraña a la historia». Más tarde se aboca a analiza la colonización de América buscando superar los límites de aquellas visiones que no pueden más que condenar moralmente la sangre y el horror de la misma. A ello opone una lectura que busca en la colonización el proceso de modernización subyacente capaz de engendrar semejantes contradicciones. Al analizar el proceso de la independencia, Peña pone blanco sobre negro y desmitifica un hecho histórico que admitió múltiples distorsiones. Peña trata la independencia intentando descubrir los procesos sociales en marcha que la hicieron posible y descubre una dinámica de las clases dominantes locales, que ya podían prescindir y, aún necesitaban, correr a las autoridades políticas de la metrópoli colonial. La independencia no fue el puntapié del desarrollo de una nueva sociedad, sino que al contrario, la independencia adquiere sentido como parte de un desarrollo histórico más amplio.
Del mismo modo, solo así puede comprenderse el tipo de dinámica social y política posterior a la independencia. En este sentido Peña sabe que esta situación toma sentido si se asume que en estas latitudes no existían, para ese entonces, grupos sociales con la fuerza y los intereses suficientes para formas un espacio de desarrollo capitalista autónomo, basado en el consumo interno y en el desarrollo de la industria moderna. En el libro segundo, titulado El paraíso terrateniente, Peña se introduce en la composición social de la época pos independencia, distinguiendo los proyectos económicos, sociales, políticos y aún culturales de los grupos más importantes que dominaron la escena. Comerciantes porteños, ganaderos de Buenos Aires y del Litoral, productores artesanales del interior, etc. conformaron una diáspora socioeconómica que no tuvo capacidad de orientar el desarrollo social, político y económico hacia trayectorias similares a las de las sociedades más avanzadas del mundo moderno. Esto también le permitió a Peña reconocer las bases sociales que sostuvieron el gobierno de Rosas y tirar por la borda toda la mitología nacionalista que pretendió alcanzar el estatus de una historiografía científica. Se lee allí una caracterización de la acumulación capitalista en el territorio nacional con el predominio de los estancieros de Buenos Aires de los cuales Rosas era un fiel representante. Despunta de la caracterización de Peña el papel tanto progresivo como regresivo de la mazorca, siempre integrando una dinámica social en la que el desarrollo de los caracteres de la vida moderna encuentran su negación necesaria, marcando el camino de un capitalismo semicolonial. Del mismo modo Peña pone en evidencia cómo, cuando el Restaurador entró en conflictos con la clase social que le daba sustento, los estancieros, los días de aquel estaban contados. Su caída abrió un período en el que las diferencias entre unitarios porteños y federales bonaerenses desaparecieron para formar un frente antiurquicista, capaz de proteger el monopolio de la aduana y sus intereses comunes. El golpe de estado del 11 de septiembre de 1852 encuentra allí las bases sociales de su sustentación.
El tercer libro, La era de Mitre, es una explicación desprejuiciada del lugar de Mitre en la historia nacional, mostrando a los apologetas los profundos rasgos de atraso y barbarie contenidos en la política de Mitre, que sin embargo convivieron con los aspectos progresivos que naturalmente acompañan al grupo social con mayores posibilidades de desarrollo capitalista (atrasado y semicolonial). Bajo estas condiciones sociales Peña intenta comprender no sólo la claudicación de Urquiza, sino también la ausencia de un verdadero proyecto democrático y burgués de avanzada capaz de conducir a la argentina hacia el concierto de las naciones más desarrolladas del mundo. Los estrechos límites de los grupos sociales dominantes, fueron así también los estrechos límites de la nación toda. A esto debe sumársele el carácter sanguinario de una política de desarrollo moderno, en los límites de la decadencia semicolonial. La carnicería de Mitre frente a los caudillos del interior, o lo que quedaba de ellos, no podía ser superada sino por algo tan terrible y vergonzante en la historia nacional como ser la guerra de la triple infamia (Peña dixit). El cuarto libro, De Mitre a Roca, muestra la consolidación de la Argentina moderna formada a imagen y semejanza del proyecto político, social, cultural y económico de la oligarquía porteña. Ese proyecto, que no obstante introducía a la Argentina en la senda de la modernización, lo hacía con rasgos de atraso y bajo una fuerte dependencia de agentes extranjeros, en este caso, frente a la metrópoli Inglesa y sus agentes comerciales, en primer lugar, financieros, en segundo y contratistas de la obra pública, en tercero. En este libro Peña introduce algunas tesis elementales de la tradición Leninista y Trotskista, observando el desarrollo de una nueva etapa en la historia de la modernización burguesa. A saber, la llegada del capitalismo monopolista. Este es, probablemente, el punto más débil de la obra de Peña, que sin embargo, puede ser evaluado de este modo sólo conociendo la historia posterior a la obra. No obstante la admisión de las tesis del capital monopolista, en la Historia del pueblo argentino, ésta resulta prácticamente inoperativas, es decir, innecesarias para la historiografía sostenida. En líneas generales, la evaluación de los hechos históricos podría prescindir de estas tesis y sostener su esencia: un esfuerzo por reconocer los caracteres esenciales de la modernización burguesa en el desarrollo de la historia argentina. Aparece aquí, nuevamente, el problema del método: ¿qué poder explicativo pueden conservar las tesis del capital monopolista frente al proyecto científico que implicó la obra de Peña? Probablemente, ninguno, aun cuando todavía Peña creía lo contrario. La Argentina de Mitre a Roca, es una Argentina inmersa en el desarrollo de la moderna sociedad burguesa, y conforma un universal concreto del que emergen sus instituciones fundamentales: la sociedad civil y la acumulación de capital, el Estado y la política.
El quinto libro, Alberdi, Sarmiento, el 90, presenta dos cuestiones que podrían separarse. Por una parte, hay un extenso desarrollo de las condiciones que formaron «la revolución del '90», y Peña, como en el resto de la obra, evita todo tipo de mitificación para caracterizar el fenómeno. Peña muestra qué razones condujeron este fenómeno, indagando sus bases sociales, los proyectos políticos en pugna, y la dinámica de las fracciones de la oligarquía gobernante. Estas condiciones generan una fuerte corriente de opinión anti imperialista que servirá de sustento a la revolución y a la formación del radicalismo. Sin embargo, Peña deja en evidencia los límites del programa de la revolución, mostrando la participación en ella, y la fuerte incidencia, de una fracción de la vieja oligarquía de estancieros bonaerenses. Estos, enfrentados a la alianza obscena de Juárez Celman con los centros financieros ingleses. Esta doble condición es pasada por alto por las historiografías más extendidas, apologéticas o detractoras. Por otra parte, Peña caracteriza la vida y obra de dos grandes figuras de la historia del pueblo argentino: Sarmiento y Alberdi. Hay dos dimensiones que intervienen en la evaluación que Peña hace converger en Sarmiento y Alberdi. Aun cuando supieron tener fuertes enfrentamientos intelectuales y políticos, estas figuras se espejan entre sí en lo sustancial: en cuanto a la caracterización que ambos realizan del desarrollo argentino y en cuanto a la relación que mantienen con la política y la posibilidad de llevar a adelante el programa que pensaron para la nación. Según Peña, tanto Sarmiento como Alberdi, a lo largo de sus vidas, pudieron reconocer con una profundidad infrecuente, las características del desarrollo histórico argentino y sobre todo los elementos faltantes para alcanzar a las naciones más desarrolladas. En general, pusieron de manifiesto las faltas elementales que rigen al pueblo argentino, sintetizadas en la preocupación por «el gauchaje bárbaro y los hacendados más bárbaros aún» (Peña, 390), y en la animadversión por el tipo de vínculo entablado con el capital extranjero. Sin embargo, trágicamente, del seno mismo de sus evaluaciones históricas, emerge el destino de estas figuras, que no encontraron en las clases dominantes de su época sujeto capaz de encarnar el programa que habían deducido. El maltrato y el exilio, la soledad y la incomprensión, la directa difamación por parte de detractores y la falsificación por parte de sus apologetas, marcaron el trágico lugar de estos hombres en la historia nacional, reflejando a su vez la tragedia de la argentina toda. Como lo resalta Tarcus, para Peña, esta era una «tragedia de los mejores» que, a su modo, habrá de espejarse su propia persona (Tarcus, Estudio preliminar, 23).
El sexto y último libro, Masas, Caudillos y Élites, tiene como objeto una apretada síntesis interpretativa de los movimientos políticos de masas que ocuparon el centro de la escena de la primera mitad del siglo XX. El capítulo se extiende, en términos temporales, desde la presidencia de Yrigoyen hasta la caída de Perón tras el golpe de Estado de 1955. Esta también es una etapa cargada de mitificaciones y pasiones identificatorias que dificultan una interpretación crítica de los hechos históricos. Peña sabe que a partir del triunfo electoral de Yrigoyen en 1916, irrumpen las masas populares en la vida política «marginadas hasta entonces por el régimen oligárquico» (436). Sin embargo Peña muestra que el ascenso de las masas a la escena política no implicaba en absoluto un cambio en el destino político, social y económico nacional, y una nueva relación del país con el capital internacional. Por el contrario, Peña advierte que el carácter progresivo del radicalismo se agotaba en la universalidad del voto, y que más allá no había novedad alguna. Será, sobre todo, parte de la oligarquía bonaerense la que comandará el programa político radical, fortaleciendo los lazos económicos con la metrópoli británica. Es así que la dinámica política que encarna Yrigoyen y la Unión Cívica Radical, condensan por una parte, el agotamiento de la burguesía comercial y de la aristocracia porteña en el monopolio de la representación política, y por otra parte el crecimiento y la complejidad de la base social del capitalismo argentino de comienzos del siglo XX. El voto universal, secreto y obligatorio, y la aparición de medidas de protección social a la base obrera y popular de la pirámide social, son una novedad histórica que anuncia el ingreso de la Argentina a lo que se conoce como «el siglo XX». No obstante ello, no es posible deducir de Yrigoyen, la existencia de una fuerza social novedosa capaz de llevar adelante un salto hacia la «gran nación». La dependencia del comercio con Inglaterra, basada en el predominio de la exportación primaria, una industria débil y con un horizonte estrecho, una elevada concentración de la propiedad de la tierra, entre otras muchas condiciones de atraso del capitalismo argentino permanecían indemnes y, más aún, eran base de sustentación de la clase estancieril bonaerense que tanto peso tenía entre las filas del movimiento político radical.
De este modo, Peña expone la dinámica que sufre la esfera política en esta nueva etapa que, muy lejos de alcanzar estabilidad y cohesión, inicia un proceso de fuertes vaivenes caracterizados por movimientos políticos de masas, golpes de estados y proscripciones. La crisis de 1930 generó las condiciones para que la burguesía porteña y el Ejército acabaran con el gobierno de Yrigoyen, y pudieron así llevar a adelante el plan de ajustes que la «grosera demagogia» le impedía realizar al «gran conductor». La burguesía porteña no soportaba «a la chusma y al pobrerío en la Casa de Gobierno» (Gálvez cit. en Peña, 450-451). Peña observa en el período subsiguiente, marcado por el fraude y la proscripción de la mayoritaria Unión Cívica Radical, una «salida» de la crisis basada en el estrechamiento de los lazos de dependencia de la metrópoli inglesa. El pacto Roca-Runciman es un ícono de la época. Estos movimientos también atendían a un nuevo fenómeno que habrá de marcar el desarrollo argentino posterior, la novedosa injerencia de los Estados Unidos en la economía y la política nacional. Ya en el interregno de Alvear se habían producido las primeras apariciones significativas del capital norteamericano, pero la disputa con Inglaterra por el control económico de estos territorios recién comienza y marcará el pulso del futuro de la política nacional. El nuevo balance geopolítico de posguerra también se hará sentir en la Argentina. Este último fenómeno y el creciente desarrollo de la industria manufacturera nacional, en estrecha alianza con el capital extranjero, y en el contexto de mercados internacionales derrumbados, intensificaron la formación de las bases sociales de la novedosa dinámica política argentina que finalmente dará origen a un nuevo fenómeno político de masas: el peronismo. El tratamiento del peronismo es uno de los capítulos más audaces de Peña. La cercanía temporal (la Historia del Pueblo Argentino se escribe entre 1955 y 1957) no es un impedimento para que el autor logre exponer una tesis coherente y sistemática de este fenómeno, en línea con los fundamentos de la historiografía que desarrolla en toda la obra. Peña no se deja seducir por la emotividad política y emite una caracterización crítica y fundada. Una detallada descripción de la política formulada por Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión le permite a Peña describir la formación de un nuevo sindicalismo «cuya primera y fundamental característica era depender en todo sentido del Estado» y creada en «un momento de descenso de la combatividad del proletariado argentino» (477).
Por otra parte, Peña encuentra en el nacionalismo antinorteamericano del Grupo de Oficiales Unidos un signo de filiación pro británica. Esto se extiende hasta el propio peronismo al punto que la consigna anti-yaqui será eje en la campaña electoral de 1946. Peña lleva esta hipótesis hasta el límite cuando encuentra en el «veredicto del 17 de octubre» que: «la Argentina continúa en la órbita británica». La alianza que le permitió a Perón acceder a la presidencia era un ejemplo perfecto de las características de la nueva dinámica política nacional: «El imperialismo inglés lo respaldaba, lo mismo que la policía, parte del Ejército, la burocracia y el clero. Y, sobre todo, contaba con la clase más joven de la sociedad argentina, con la clase obrera industrial» (491). Las dificultades económicas que enfrentó el gobierno de Perón irán descomponiendo las lealtades de esta alianza, y el creciente autoritarismo aglutinará a los grupos detractores. Al mismo tiempo la metrópoli inglesa perdía terreno frente a la nueva hegemonía norteamericana, dejando huérfano a un gobierno que rápidamente quiso entablar las paces con el nuevo centro económico y militar mundial. Inevitablemente la tensión política habría de elevarse hasta el punto de producirse una de las notas criminales más atroces de la historia moderna: en el fallido golpe de estado (el putch, como lo llama Peña, trazando un paralelismo con el Putsch de Múnich de 1923) que masacró a obreros indefensos en Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. Finalmente la fracción mayoritaria del Ejército que le daba sustento se retira dejando únicamente a la base obrera industrial que no estuvo en condiciones, ni remotamente, de tomar a su cargo la formulación de un proyecto político alternativo. Su papel había sido subsidiario del proyecto político militar, británico y clerical, lo cual implicó una retirada silenciosa del líder político de la «revolución peronista». En toda la obra, Peña se expone a uno de los puntos más débiles de la tradición marxista: la conceptualización del Estado moderno y de la política. Pero es quizá en el tratamiento del peronismo donde este problema se torna más evidente. Antes de su desarrollo Peña se siente obligado de advertir que «pese a los marxistas de trocha angosta, la lucha de clases no determina directamente todos y cada uno de los acontecimientos políticos. (...) Pero ningún fenómeno político esencial puede comprenderse sino en relación a la lucha entre las clases y los grupos de clase» (482). Peña no contaba, y no contamos aún, con respuestas teóricas claras sobre esta problemática. Ciertas preguntas sobreviven hasta nuestros días: ¿pueden el Estado y la política soltarse el corsé de la metáfora de la superestructura? ¿Ofrece la reflexión dialéctica algún modo de acceder a estas instituciones? ¿Hay algo específico en el Estado y la política moderna que no pueda deducirse de la «lucha de clases»?
La obra de Peña transita, no siempre con claridad, la tensión de reconstruir la historia en tanto totalidad y la inevitable necesidad de referirse a fenómenos y dimensiones parciales. Hay en el fondo una aclaración ontológica pendiente de la que depende la correcta caracterización del Estado y la política en el mundo moderno. Esta es una condición necesaria para lograr edificar cualquier reconstrucción teórica de la historia moderna, en tanto universal-concreto. La concepción trágica de la historia es un punto de partida importante, pero debe comprenderse que no puede quedarse en el lamento frente a lo inevitable, o en la nostálgica condición de presenciar que no pudo haber sido aquello que no fue. La historia se revela trágica a las formas caducas de pensamiento, mientras que las formas críticas y superiores deben tratar de acceder a la racionalidad que vive entre las contradicciones del devenir. Este esfuerzo filosófico y científico muchas veces se vivifica en la intuición de hombres y mujeres brillantes que, sobre todo, llevan en su condición la valentía suficiente para enfrentarse sin prejuicios a la verdad histórica, con el noble objetivo de intentar develarla con el pensamiento. Peña es un ejemplo ilustre. Esta ardua tarea requiere tanta sistematicidad como cierta desdicha, pues implica una lucha frontal contra toda forma de dogmatismo, aún frente al dogmatismo que cierra filas en el optimismo político: la tribuna de doctrina, la lucha ideológica de izquierdas y derechas, la creencias e identificaciones de nacionalismos y populismos, todos puestos a enfrentar el fracaso que la historia les tiene reservado de ante mano. Tarcus bien definió a esta clase de hombres, «aguafiestas de la política», pues ejercen la dura tarea de mostrar la verdadera mesura del problema que la propia política, y en toda la historia moderna, tiene entre sus manos. Sin embargo, con paradójico optimismo me animo a creer que sólo comprendiendo la mesura del problema existe posibilidad de dejar atrás la repetida tragedia de la historia.

Notas

1 Hegel, G.W.F. (1989). Lecciones sobre la estética. AKAL, pp. 856-857.         [ Links ]

2 Peña, M. (2000). Introducción al pensamiento de Marx. El Cielo por Asalto.         [ Links ]

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