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Relaciones internacionales

versão On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.30 no.60 La Plata jan. 2021

http://dx.doi.org/https://doi.org/0.24215/23142766e129 

Estudios

Integración y desarrollo. Peregrinaciones euro-latinoamericanas en los orígenes [1]

Integration and development. The origins of Euro-Latin American pilgrimages

Lorenza Sebesta1  *

1Centro Europeo d’Eccellenza Jean Monnet, Università di Trento (Italia)

Resumen

El artículo trata de bosquejar la riqueza del pensamiento sobre integración en los tiempos de formación de las primeras organizaciones regionales en Europa y América Latina, a lo largo de los años 1950 y 1960. Para hacer esto, se concentra en las experiencias, aptitudes y visiones de tres intelectuales europeos que tomaron parte en el debate sobre integración en las dos márgenes del océano atlántico. Mientras que los primeros dos, Pierre Uri y Ernst Haas, tuvieron un interés circunscripto por América Latina y su integración, y nunca profundizaron su conocimiento de los países que la conforman; Albert Hirschman desarrolló una profunda empatía hacia toda la región. Sus distintas posiciones en el tema de la integración, de los prerrequisitos económicos y políticos necesarios para alcanzarla y de su relación con la modernización nos ofrecen una prueba persuasiva de la irreductibilidad de los estudios sobre integración a algunas teorías abstractas.

Palabras clave Integración; Desarrollo; Europa; América Latina

Abstract

The article tries to sketch the richness of thinking about integration at the time of the birth of both the European and Latin American regional organizations in the 1950s and 1960s. It does so by offering some insights into the experiences, attitudes, and visions of three paradigmatic European intellectuals who were involved in the debate on integration on both sides of the Atlantic Ocean. While the first two, Pierre Uri and Ernst B. Haas, never went beyond a cursory experience and knowledge about Latin America, the third, Albert Hirschman, developed a profound empathy with the whole region. Their different positions on the question of integration, on its economic and political prerequisites and its connection to modernization, offer us convincing evidence of the irreducibility of integration studies to some abstract theories.

Keywords integration; development; Europe; Latin America

Siempre hay buenas razones para recordar el pasado y tratar de extraer de este vasto mare magnum elementos útiles para enfrentar algún desafío actual. Con los años, se aprende que la importancia no reside solo en lo que se recuerda sino también en compañía de quien se lo hace, ya que son las perspectivas elaboradas por cada uno para entender y encauzar los acontecimientos que les imponen cierto sentido al pasado.

La importancia de este filtro es particularmente evidente en el caso del relato de hechos lejanos de la vida real, de sus quehaceres cotidianos y de sus pasiones. Un ejemplo típico son los procesos de integración, latinoamericanos y europeos, de los cuales este año se celebran muchos aniversarios: reducidos a estadísticas, datos, fechas, tratados, leyes, fallos e instituciones, ellos se vuelven no solo aburridos, sino incomprensibles.

Los compañeros que elegí para mi viaje son tres intelectuales que, aun con papeles distintos, fueron testigos comprometidos de los primeros vagidos de la integración europea y latinoamericana, en un arco temporal que se extiende entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX. Se trata de Pierre Uri (1911-1992), Ernst B. Haas (1924-2003) y Albert Hirschman (1915-2012), tres personajes fuera de lo común por su inteligencia y trayectoria de vida –y que representan, al mismo tiempo, tres categorías diferentes de intelectual.

Uri vio en la integración un valioso recurso (aunque no una “condición suficiente”) para que América Latina alcanzara una prosperidad económica equilibrada y cierta autonomía en el sistema internacional; sugirió aprovechar las experiencias europeas en este ámbito y adaptar sus recetas a las diferentes condiciones latinoamericanas.[2] Haas utilizó América Latina y su experiencia integracionista temprana como “laboratorio en vivo” para comprobar la viabilidad de algunas “generalizaciones empíricas” elaboradas en su estudio sobre la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA).[3] Hirschman se ocupó en primera persona de la planificación económica en Colombia y, a partir de esta experiencia, maduró un interés profundo para las conmociones económicas y políticas de aquel y otros países latinoamericanos, hacia cuyo desarrollo apuntaron sus originales recetas, basadas en intuiciones penetrantes y análisis empíricos puntuales. A pesar de haber sido, en años anteriores, un partidario de la integración de Europa, que sostuvo con su dialéctica brillante frente a aquellos funcionarios estadounidenses que temían su transformación en un bloque comercial, nunca pensó en la posibilidad de implantar una dinámica similar en América Latina. Consideró, más bien, los llamados a la integración del continente, al igual que la planificación, “como impulsos ideológicos complementarios al desarrollo industrial” –es decir, sin una consistencia propia.[4]

El fin que me propongo en este trabajo es poner en evidencia sus diferentes aptitudes en el momento de desplazar su atención desde Europa hacia América Latina, en busca de elementos de comparación y comprensión, y cómo estas influyeron en la capacidad de descifrar la realidad latinoamericana e sugerir pautas de acción, fueran en el ámbito de la integración o del desarrollo.

1. Uri, Haas, Hirschman: tres formaciones, prioridades y estilos de acercamiento intelectuales

Mientras que Uri y Hirschman tuvieron una formación económica (asentada, en el caso de Uri, en una educación filosófica clásica), Haas fue politólogo.

Los primeros dos compartieron la idea de que los mecanismos de mercado son importantes para fomentar el crecimiento económico, pero inadecuados para conseguir prosperidad económica, justicia social y autonomía. Cada uno, sin embargo, tenía una visión diferente de cómo alcanzar dichos ambiciosos objetivos. En particular, Uri se había afianzado profesionalmente a la sombra del fundador del Plan de Modernización francés, Jean Monnet, cuyo sólido pragmatismo había asimilado a lo largo de sus frecuentes trabajos en común. Albergaba, como tantos economistas de la época, una fe intachable en la industrialización como motor del crecimiento y en la planificación, como estrategia privilegiada para adelantarlo tanto en las economías en vías de reconstrucción como aquellas europeas, así como también en aquellas en vías de desarrollo, como las latinoamericanas. En el caso francés, se trataba de avanzar a marchas forzadas, por medio de la eliminación de los cuellos de botella (primariamente energía, acero y cemento) y la predisposición de planes plurianuales que, sobre la base de los datos fiables de una compatibilidad nacional que Uri mismo contribuyó a introducir en el país y con el uso de modelos input-output, lograran encaminar todo el aparato productivo nacional hacia objetivos cuantificables de crecimiento económico y social (en términos de porcentaje de crecimiento del producto per cápita, ante todo).

Hirschman, por otro lado, estaba convencido de que las variaciones en los inputs convencionales (trabajo, capital y tierra) no podrían provocar, por sí solos, cambios en el output en los países desarrollados así como en los demás; por lo tanto, era escéptico sobre los beneficios de los planes económicos estandarizados, deducidos de constructos abstractos y elaborados con la ayuda de modelos matemáticos con validez supuestamente universal. Prefería los proyectos circunscriptos, que tomaran en cuenta las dimensiones políticas y culturales de toda acción reformadora.[5]

Por otro lado, Hirschman, después de investigar la expansión del poder de Hitler en Europa central y oriental, se convenció del papel crucial que tuvieron las características estructurales de las relaciones económicas internacionales en su éxito. Más allá de la importancia del uso de dispositivos puntuales, tales como los tratados bilaterales de comercio y los controles de cambio, Hitler “no había pervertido las aparentemente inocuas relaciones comerciales”, sino que “había meramente capitalizado una de sus potencialidades o efectos secundarios”, o sea la imposición de relaciones de poder y la institucionalización de desequilibrios entre grandes y pequeños, pobres y ricos, países industriales y agrícolas. [6]

Este temprano hallazgo intelectual le permitió a Hirschman sintonizarse con las teorías de la dependencia[7] y, quizás, lo alejó también de cualquier fácil entusiasmo hacia la integración de países cuyo arraigo democrático estaba lejos de ser asentado.

Es preciso remarcar que, en lo que se refiere a la integración europea, ambos pensaban que su objetivo estratégico sería no tanto la expansión económica, sino el trascender los conflictos del pasado, con particular énfasis en aquel entre Francia y Alemania. Se trataba de un cometido de enorme alcance, que no tenía paralelo en un continente, aquel latinoamericano, que, aun albergando animosidades de larga data, no había experimentado el grado de violencia y degrado que caracterizó las conmociones europeas bajo la batuta de las dictaduras nazifascistas.

Las preocupaciones de Haas al acercarse al fenómeno de la integración fueron más bien académicas, aun no exentas de consideraciones éticas, vinculadas a su misma biografía. A pesar de su proclamada neutralidad respecto a si la integración era algo malo o bueno o si tendría que tomar rasgos federales o intergubernamentales, Haas no cesó de interesarse, a lo largo de su vida, por toda práctica política que permitiera crear comunidades más allá del estado nacional. Al explicar esta predisposición en una preciosa entrevista concedida un año antes de su fallecimiento, Haas hizo mención a sus experiencias juveniles en Alemania, su tierra natal, entre el ascenso de Hitler en 1933 y la fuga de su familia a los Estados Unidos en 1938. Las violencias y humillaciones sufridas por el simple hecho de ser hebreo lo convencieron de la importancia de investigar las condiciones bajo las cuales los Estados “desparecen, se desintegran, se debilitan o, en cualquier modo, cambian”.[8]

Sin embargo, Haas, como lo exhibió en su última (y monumental) obra, Nationalism, Liberalism and Progress, estaba lejos de querer la desaparición de toda forma de nacionalismo. Por el contrario, indicaba en el nacionalismo de tipo liberal un elemento crucial de la modernidad, capaz de organizar y dar sentido a sociedades cambiantes y heterogéneas. Estaba profundamente interesado en comprender su auge y ocaso, y valoraba toda tentativa de crear un ambiente propicio a su recuperación bajo formas institucionales más adherentes a la nueva realidad –fuera la integración o, tal vez, el cosmopolitismo multilateral.[9]

En el momento de apuntar su interés por la integración europea en cuanto fenómeno “extra ordinario” de la historia europea y de las relaciones internacionales en general, Haas trató de extraer de lo que había ocurrido en los primeros años de actividad de la CECA algunas pautas de explicación universales. Sobre estas bases, en 1958, publicó una obra fundacional de los estudios sobre la integración, The Uniting of Europe, en la cual pretendió establecer los prerrequisitos y mecanismos que llevarían a un conjunto de Estados a utilizar el mercado común y la interdependencia económica como medios para promover la integración política con relativa “combinación, fusión y mezcla” voluntaria de algunas actividades y el consecuente extravío de los atributos factuales de la soberanía, acompañado por la adquisición paralela de nuevas “técnicas para resolver los conflictos” entre estados.[10]

Uri y Haas se acercaron a la realidad de la integración latinoamericana a pedido de sus colegas latinoamericanos. En el caso de Uri, se trató de un empeño limitado en términos de tiempo y de elaboración intelectual, que dio pie, en 1958, a un informe para la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL). Sin embargo, a partir de aquel primer contacto con los temas del desarrollo en América Latina, Uri redactó, con algunos colegas, un estudio sobre la política monetaria en el continente, para extender después su interés a otros países “sub-desarrollados”, al centro de novedosos movimientos de rescate a nivel internacional en los primeros años setenta.[11] En dicho contexto, según su testimonio, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) le encargó “inventar soluciones monetarias o comerciales en todos los continentes” e intercambió informes y correspondencia con la Comisión Económica para África y aquella para Asia y Lejano Oriente de la ONU.[12]

Haas, a pedido del Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL), que estaba llevando a cabo la traducción y publicación de su obra sobre la CECA, escribió en 1966 un largo prefacio para ella. Allí aprovechó para sintetizar los resultados de un estudio hecho algunos años antes sobre las precoces instancias integrativas latinoamericanas, en el cual había utilizado algunas variables extraídas de su investigación sobre la CECA. Aunque regresara muchas veces anecdóticamente sobre aquel cometido, Haas dejó de ocuparse de América Latina y de su integración, un tema al cual se volcó el asistente que lo había ayudado en aquel temprano estudio, Philippe Schmitter.

Para Hirschman, al revés, se trató de un compromiso de más largo alcance, que empezó con la invitación por parte del gobierno de Colombia para asesorar las laborares de su novedosa planificación y se prolongó, como veremos, a lo largo de su vida. Hirschman, un cosmopolita por necesidad y aptitud, se acercó a América Latina con empatía y con la aplicación de un verdadero scholar al mismo tiempo: estudió y trató de entender no solamente las dinámicas políticas, económicas y sociales que caracterizaban algunos de sus países, sino la historia de las ideas utilizadas por sus colegas “lugareños” para interpretarlas, con particular atención puesta en las ideas sobre desarrollo. Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui fueron sus puntos de referencias más queridos, sin olvidar, entre sus contemporáneos, a Celso Furtado, figura icónica del desarrollismo, con el cual entamó lazos de amistad y de estima intelectual y al cual dedicó su segundo libro sobre América Latina, Journeys towards progress.

2. Pierre Uri: pragmatismo con imaginación al servicio de Europa

Pierre Uri fue una mezcla de funcionario weberiano y pensador cartesiano, enriquecida, en el tiempo, por algunas características antinómicas propias de los colaboradores de Jean Monnet: pragmatismo e imaginación, de un lado, y lealtad y autonomía, por el otro. Más que tener, como en la definición clásica de Weber, una habilidad especial “para ejecutar cuidadosamente la orden de las autoridades superiores, exactamente como si la orden estuviera de acuerdo con sus propias convicciones”[13], Uri sintonizó verdaderamente con las ideas de Monnet, sin dejar de utilizar, cuando era necesario, su aguda dialéctica para criticarlas.

En las cruciales negociaciones económicas en las cuales se encontró involucrado a nivel francés y europeo supo ganar el respeto y, muchas veces, la confianza de sus interlocutores con su dialéctica, con el rigor de la lógica de sus argumentos y con el conocimiento certero de los aspectos técnicos de cada cuestión. Estas virtudes se revelarían cruciales en el momento de contrastar la alta polarización ideológica de la arena política de aquel entonces.

Personalmente, Uri nunca escondió sus simpatías políticas y trabajó ad honorem para el sindicado de izquierda CGT (Confédération Générale du Travail) hasta 1947, cuando se produjo su escisión, con la salida de los “reformistas de derecha”.[14] Los sindicatos, así como las agrupaciones gremiales de los productores, siempre fueron actores importantes en las negociaciones que llevaron a la redacción y a la ejecución del Plan de Modernización, así como de la CECA, y Uri fue un interlocutor estimado y escuchado por ambos.

Además de formular claramente sus ideas, tenía el don de poner orden en aquellas expresadas confusamente por otros y lograba hacerlo en tiempo récord y con recursos técnicos limitados. ¡Recordemos que todos los textos tenían que ser dictados a secretarios/as, que trabajaban con papel carbón y sin el auxilio de las fotocopiadoras para la difusión de los documentos que, muchas veces, necesitaban ser traducidos antes de discutidos!

Su rigor expositivo y su dialéctica habían sido afianzados en las buenas escuelas que tuvo la suerte de frecuentar, entre las cuales estaban el prestigioso liceo Henry IV de Paris y la École Normale Supérieure, antes de convertirse en profesor de filosofía a los 21 años y, pocos años después, retomar sus estudios para especializarse en economía en Princeton.[15]

Desde 1947 hasta 1958, al ocuparse de contabilidad nacional, del Plan de Modernización francés, del carbón y acero europeos y, posteriormente, de las perspectivas de unión aduanera y mercado común europeo, entamó una verdadera simbiosis con Monnet, cuyo deseos no solo supo interpretar (en lo que se refiere al Plan de Modernización francés o a la CECA), sino canalizar en soluciones inicialmente no previstas por él; esto ocurrió, por ejemplo, en el caso del Mercado Común, inicialmente rechazado por Monnet, más favorable a darle prioridad a Euratom.[16] Monnet, por su parte, fue político en el sentido griego de la palabra, ya que siempre pensó en el hacer (lo que él pensaba fuese el bien de la polis) más bien que en el ser; no casualmente, nunca tuvo un cargo político o figuró en un partido.[17] Esta característica le valió el respeto de sus amigos y enemigos.

Jean Monnet siempre tuvo palabras elogiosas respecto a su inteligencia e imaginación, utilizadas para encontrar soluciones originales a temas de gran complejidad y, así como otros protagonistas de las negociaciones europeas, no dudó en identificar en los aportes de Uri elementos decisivos a la hora de resolver los muchos escollos que se plantearon.[18]

Uri no era fanático de la integración en sí y, aun menos, de los proyectos de uniones aduaneras que habían surgido al salir Europa de la guerra (por ejemplo, entre Francia e Italia o entre Bélgica, Holanda y Países Bajos).[19] Las comunidades europeas tendrían que representar, en su visión, un primer paso hacia la pacificación de Europa, más que la encarnación de un afán integracionista radicado en principios abstractos, ya fueran políticos, de corte federalista, o más bien económicos, de corte liberal.

De acá surgió su propensión para la puesta en común de los recursos de Francia y Alemania en dos áreas que no solo eran las bases de la industrialización de aquel tiempo, sino que representaban “le nerf de la guerre”, carbón y acero. Con vistas al futuro, la institucionalización de esta puesta en común tendría que brindar a Alemania la seguridad de salir de su estatus de paria, al verse reconocido por Francia un estatus paritario a nivel institucional, y a Francia la garantía de poder acceder y parcialmente controlar un recurso crucial para su propio desarrollo económico. Cuando François Duchêne, el más agudo biógrafo de Jean Monnet, interrogó a Uri sobre el peso de las urgencias francesas en temas de carbón en la decisión de crear la CECA, Uri no negó su existencia, ya que Francia, para seguir adelante con sus planes de modernización, necesitaba más carbón (especialmente carbón coque) de cuanto disponía internamente. Pero lo definió como un elemento más entre los tantos que contribuyeron a su origen. Lo importante, en las circunstancias trágicas de la posguerra, repetía Uri, era “faire oeuvre de paix”.[20]

Uri, quien había no solo participado de la escritura del tratado de la CECA, sino de su gestión, era consciente de que el funcionamiento del mercado (en el ámbito del carbón, así como del mineral de hierro y de los aceros especiales), no solo requería un sinnúmero de intervenciones estatales, bajo forma de controles cambiarios, tarifarios, subvenciones en caso de crisis, etc., sino un tipo de intervención diferente para cada tipo de industria, según sus fragilidades económicas, sociales y políticas. Uri hablaba de “un marché bien organisé”, que tuviera en cuenta los equilibrios regionales y los problemas sociales al momento de considerar cualquier regla de la competencia.[21] Una cosa era pensar en el carbón, cuyas oferta y demanda eran inelásticas, cuya producción requería abundante mano de obra, cuya posibilidad de avance tecnológico era limitada y que sufría la competencia de países afuera de la CECA; otra cosa era pensar en el sector de los aceros especiales, donde la calidad contaba más que el precio y cuyo sistema productivo podía sostener los stop and go de la coyuntura económica (mientras que los pozos de carbón, inactivos, se inundan y sufren otras consecuencias muchas veces letales). Estas fueron consideraciones que le permitieron apreciar, aun con algunos límites, la complejidad de la condición de los países latinoamericanos en el momento de concebir su propia integración.

La CECA terminó siendo, en la visión de Uri, un ballon d’essai para extraer lecciones para toda integración posterior. De hecho, uno de los documentos que más influyó sobre el “informe Spaak”, base de las negociaciones europeas que condujeron a la firma de los tratados de Roma (Comunidad Económica Europea y Euratom), en marzo de 1957, fue un memorándum escrito por el mismo Uri, titulado “Un memorandum sur les leçons a tirer de la CECA por un Marché Commun general”.[22]

A lo largo de los trabajos técnicos y diplomáticos del grupo Spaak entre 1955 y 1956, la influencia de Uri fue crucial para alcanzar la formula final de la coexistencia de dos tratados separados, uno abocado a una integración económica general y el otro focalizado en la energía atómica civil. Más importante aún, sus redacciones sucesivas consiguieron compatibilizar dos visiones inicialmente enfrentadas de la integración: una más política, de inspiración francesa, con ambiciones en materia de política social, de reequilibrio regional, de construcción de bases comunes de desarrollo en el sector de los transportes y de la energía y la otra más liberal, patrocinada por Willem Beyen, que compartía con otro colega el ministerio de los Asuntos Exteriores de los Países Bajos[23], y por los responsables económicos del gobierno alemán. Spaak reconoce en sus memorias que el informe final fue “una obra suya [de Pierre Uri] en gran parte”.[24]

Spaak destaca también el hecho de que Uri no fuera un hombre de buen carácter –lo que era un eufemismo para decir que, “consciente de su inteligencia (…), no era un modelo de diplomacia en las relaciones humanas”, lo que sí era Spaak, con el cual se complementó con mucha eficacia en el momento de manejar las turbulentas conversaciones entre representantes gubernamentales y expertos que llevaría al informe final.

Al contrario de lo que cuenta una vulgata difundida en los manuales, no existía, si no a nivel retórico, una oposición entre integración vertical y horizontal: Uri no cultivaba la idea de seguir fomentando una integración sectorial, como aquella llevada a cabo por la CECA, ampliándola a otros sectores. Como se desprende de la lectura de su memorándum inicial y como lo explica en la larga entrevista concedida a Duchêne a la cual ya hicimos mención, Uri estaba convencido de que “(…) il ne s’agissait pas de passer d’un secteur a un autre, de prendre le textile, puis prendre l’industrie mécanique, (j’avais l’idée) que nous commencions sur des produits de base, mais que ça serait un Marché Commun qui serait l’étape suivante.ˮ Justificaba esta actitud con un sencillo razonamiento económico, tomado de Ricardo: en caso de tener pocos sectores en común, la comunidad correría el riesgo de albergar a un país con ventajas competitivas en todos ellos, lo que comportaría, simplificando un poco, un superávit perenne para él y, por ende, una perenne apreciación de su moneda que, a largo plazo, no sería una circunstancia favorable ni por el país mismo (que pagaría más cara sus importaciones), ni, sobre todo, para la comunidad en su conjunto.[25]

Así que cuando Raúl Prebisch, secretario ejecutivo de la CEPAL, le pidió a Uri, hacia el finales de 1957, formular algunas sugerencias para la propuesta de mercado regional latinoamericano que estaba ingresando en su etapa de concreción final, el funcionario francés estaba en condición de aportar no solo su conocimiento técnico sobre el tema, sino sus experiencias prácticas.[26] Su informe, que se encuentra en el largo listado de documentos de referencia para la primera reunión del Grupo de Trabajo sobre el Mercado Regional Latinoamericano (Santiago, 3-11 de febrero de 1958), fue sin duda útil a los padres fundadores del Tratado de Montevideo, aun sin tener la centralidad que el mismo Uri le atribuyó posteriormente.[27]

Uri empezaba su informe con un escueto pero crucial listado de las diferencias entre Europa y América Latina en términos de relaciones comerciales y desarrollo industrial. En primer lugar, Uri contraponía la estructura del comercio internacional latinoamericano, volcado “hacia fuera”, con bajo intercambio interno y con vocación primaria[28], con aquella europea, caracterizada por importantes flujos comerciales internos de carácter industrial, que habían sido desmantelados por la crisis de los años treinta y, más aun, por la guerra.

Mientras que para Europa se trataba entonces de reconstruir, aun con las necesarias modernizaciones, una dinámica positiva existente en el pasado, para América Latina el intento era más bien aquel de superar una situación preexistente en términos de flujos comerciales y estructura productiva que, a la luz de las nuevas doctrinas cepalinas, se consideraba prejudicial al desarrollo ulterior de la región y al bienestar de todos sus habitantes.

La segunda diferencia a la cual hacía referencia Uri era “el grado de desarrollo, medido según el ingreso real por habitante”, lo que reflejaba el hecho de que “mientras en Europa (sobre todo en los seis países de la CEE) ya existen todos los tipos de producción, en América Latina el proceso de industrialización y desarrollo (estaba) todavía en ciernes”.

El tercer elemento de contraste tenía que ver con “las diferencias entre los países y también entre las regiones de un mismo país, muchos más acentuadas que las observadas en la Comunidad de los Seis”.

Uri destacaba también la presencia de obstáculos de tipo estructural (falta de infraestructuras comunes a nivel de comunicación y energía) y financiero (falta de capital) a la puesta en marcha de una vía europea para Latinoamérica.[29] En estas condiciones, las tentativas de industrialización que podrían llevarse a cabo corrían el riesgo de concentrarse en actividades con baja productividad y sin posibilidad de alcanzar los beneficios de las economías de escala, beneficios atractivos en el caso de la producción de bienes de capital (mecánicas y químicas ante todo), pero no en otras. Aunque la puesta en marcha de un mercado común en estos ámbitos podría parecer la llave maestra para el desarrollo de la región, lo habría sido no más que para aquellos países capaces de crear dichas industrias (pocos y por lo general grandes), profundizando, en lugar de disminuir, en el mediano plazo, las diferencias entre ellos y los demás.

Este es uno de los ejemplos del modo de proceder intelectual de Uri, siempre atento, en base a las experiencias europeas, a percibir los potenciales efectos negativos reales de una medida de integración abstracta. Es por eso que, a la hora de apuntar a un método para encarar la integración latinoamericana, Uri sugería no formalizar una solución definitiva desde el principio, sino proceder “con gradualidad”, en base a las primeras experiencias, hacia la forma de integración más sintonizada a las exigencias de cada actor. Se trataba de crear un “sistema bastante amplio y flexible” para elegir, cuando la situación lo requiriera, “entre un amplio mercado regional o áreas específicas de desarrollo, (entre) el juego de las fuerzas de mercado o la programación de las inversiones, (entre) la liberalización completa o aquella de un solo tipo de producto.”[30] Claro está, por ejemplo, que, en caso de no existir industrias en un dado sector, la liberalización del mercado tendría que dejar espacio a la programación de las inversiones y así sucesivamente. En el momento de apuntar a acciones concretas, el documento padecía de los continuos desafíos que la condición real de América Latina le imponía a toda tentativa de aplicarle el cuerpo de análisis económico europeo, fuera en el ámbito aduanero (políticas en tema de aranceles y otras medidas para llevar a cabo una unión aduanera), monetario (sistemas de cambio y pagos) y político (reglas de competencia y armonización, política de inversión e instituciones).

No tengo registro de las reacciones de los lectores del informe, pero un simple examen de algunos de los documentos ya producidos en ámbito latinoamericanos, revela el estado avanzado de la reflexión teórica y del conocimiento empírico de CEPAL en los ámbitos tratados por Uri, que habían encontrado una temprana expresión en la “Economic Survey of Latin America 1949” de la CEPAL, “adquiriendo consistencia en sus trabajos posteriores”.[31]

La razón de este avance radicaba en las urgencias relevadas por CEPAL desde su Manifiesto de 1950, El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas, cuyo íncipit merece ser recordado: “La realidad está destruyendo en la América Latina aquel pretérito esquema de la división internacional del trabajo que, después de haber adquirido gran vigor en el siglo XIX, seguía prevaleciendo doctrinariamente hasta muy avanzado el presente. En ese esquema a la América Latina venía a corresponderle, como parte de la periferia del sistema económico mundial, el papel específico de producir alimentos y materias primas para los grandes centros industriales. No tenía allí cabida la industrialización de los países nuevos. Los hechos la están imponiendo, sin embargo. Dos guerras en el curso de una generación, y una profunda crisis económica entre ellas, han demostrado sus posibilidades a los países de la América Latina, enseñándoles positivamente el camino de la actividad industrial.”[32]

Dada estas premisas, en caso de que los Estados latinoamericanos estuvieran dispuestos a abandonar la senda de las relaciones comerciales pasadas para avanzar hacia la industrialización, la integración podría constituir uno de los medios para alcanzar el objetivo. “El parcelamiento de los mercados, con la ineficacia que entraña, constituye otro de los límites del crecimiento de la industria, límite que, en este caso, podría ir cediendo ante el esfuerzo combinado de países que, por su situación geográfica y sus modalidades, estarían en condiciones de realizarlo con recíprocas ventajas.”[33]

Pasaron diez años antes de que la idea de integración adquiriera protagonismo. Tal como lo relevan las “Bases para la formación del mercado regional latinoamericano”, o sea el informe de la primera reunión de Grupo de Trabajo sobre el Mercado Regional Latinoamericano de la CEPAL, la integración europea tuvo un papel importante en este cambio, pero no como modelo, sino más bien como origen de un renovado impulso. Tal como se expresaba en el texto, “(…) el concepto del mercado regional latinoamericano ha venido formándose gradualmente de tiempo atrás y consideramos un privilegio haber podido ahora darle un nuevo impulso con la formulación de las bases esenciales sobre las que a nuestro juicio debiera descansar. El establecimiento del mercado común europeo ha venido a hacer más perentoria la exigencia del mercado regional latinoamericano: primero, porque demuestra cómo una idea que hace algunos años pudo considerarse utópica se abre camino con celeridad cuando el prestigio de esclarecidos estadistas sabe apoyarla y concretarla con fuerte convicción; y, segundo, porque el mercado común europeo, por innegables que sean sus ventajas para los seis países que lo forman, y por beneficiosas que puedan ser sus repercusiones indirectas para América Latina, traerá además algunos efectos desfavorables, principalmente por las medidas preferenciales que establece para los territorios de ultramar. Por mucho que una acción concertada de nuestros países pueda atenuar esos efectos, no sería dable suponer que lleguen a evitarse totalmente. Más aún, el mercado común europeo va a dar impulso considerable a la revolución tecnológica que ya se viene operando en su agricultura, así como en su producción de materias primas sintéticas; y todo ello tendrá consecuencias adversas para los países productores de América Latina.”[34]

La Comunidad Europea despertó entonces una sincera admiración, por el hecho de oponer a la fatalidad de la repetición de la historia trágica de Europa una utopía innovadora y un más contingente temor por el prejuicio que podría derivar para América Latina de las preferencias acordadas, en el texto de la CEE, a las colonias europeas, productoras de alimentos cultivados también en las áreas tropicales del continente. Pero la teoría y los mecanismos de su propia integración serían de cuño local. El papel jugado por CEPAL en los comienzos de la integración latinoamericana no encuentra un paralelo en Europa, donde no existió un think tank de similar envergadura intelectual y donde economistas aislados acompañaron a funcionarios y políticos, verdaderos protagonistas de esta etapa.

3. Ernst Haas: la “angustia de la pre-teorización”[35]

Algunos años más tarde, a pedido de Gustavo Lagos, el director del INTAL, Ernst Haas, como ya vimos, tuvo la oportunidad de prologar la traducción en español de su libro sobre la CECA y avanzar algunas consideraciones sobre si se podrían utilizar los instrumentos de comprensión de la situación europea allí desarrollados para sugerir predicciones sobre la probabilidad de éxito del proceso de integración latinoamericano.[36]

Haas era el indicado para hacer eso, ya que algunos años antes, con la ayuda de un joven Philippe Schmitter, había tratado de convalidar sus proposiciones básicas relativas a la formación y consolidación de nuevas comunidades políticas mediante la observación de América Latina y de su incipiente integración.[37] Merece ser citado el simpático testimonio del mismo Schmitter (aunque se esconda bajo la tercera persona) sobre las circunstancias de este originario encargo: “After arriving [at the University of California in Berkeley] without the proverbial cent and having started by taking Haas’ nationalism course, EBH [Ernst B. Haas] quite unexpectedly offered Schmitter a job as his research assistant. This had nothing to do with Schmitter’s substantive qualifications (which were nil), but with the fact that EBH had learned somewhere that Schmitter spoke Spanish. EBH had the strange idea of trying to apply neofunctionalism to the recently formed Central American Common Market (CACM) and the Latin American Free Trade Area (LAFTA), which Schmitter did not even know existed!”.[38]

La comparación que pretendía hacer Haas era audaz en más de un aspecto. Por un lado, desafiaba la compartimentalización del ámbito académico estadunidense en area studies, o sea, áreas de especialización sobre base geográfica y no temática; por el otro, se anticipaba por algunas décadas al nacimiento de la disciplina del Regionalismo Comparado.[39]

Más importante aún, su estudio sobre la CECA desafiaba el common knowledge de la disciplina de Relaciones Internacionales, dominada en sus inicios por el Realismo.[40] En particular, la integración ofrecía una refutación empírica de uno de sus más famosos postulados, según el cual las dinámicas competitivas violentas entre Estados se repiten inexorablemente a lo largo de la Historia, sin dejar espacio alguno para cambios que no sean peligrosos o inútiles. Esta visión, como es sabido, opera una estilización del sistema internacional en una suerte de estado de naturaleza à la Hobbes, donde, en razón de la limitación de recursos (tales como tierra y agua en los tiempos de Hobbes, donde no había asomado todavía el capitalismo y sus dinámicas expansivas), lo que gana uno lo pierde el otro y donde los Estados actúan como personas codiciosas y miedosas al mismo tiempo, siempre en búsqueda de prevalecer en algo sobre sus vecinos (ventajas comparativas), pero, al mismo tiempo, temerosos de que los otros quieran hacer lo mismo con ellos. Como lo recalcó, años más tarde, uno de los más brillantes discípulos de Haas, si los líderes políticos hubieran actuado en base a esto tipo de análisis, se habrían focalizado en activar estrategias para imponer su poder sobre Alemania, negándole todo reconocimiento de un estatus paritario, y “nunca habrían puesto en marcha lo que ha resultado en una de las iniciativas más significativas en la historia del moderno sistema de los Estados”.[41]

Haas, al contrario que sus colegas, concedía al hombre la posibilidad de cambiar el curso de la Historia por medio del proceso de “aprendizaje social”, basado en su naturaleza reflexiva y su capacidad de consensuar caminos de cambios.[42] La integración europea representaba para él la realización más notable de ese aprendizaje en el ámbito de las relaciones internacionales. Lo que se propuso hacer Haas fue, entonces, entender por qué, a pesar de todo lo expuesto por la teoría dominante, seis Estados habían decidido y logrado compartir, al menos en parte, su soberanía y revelar los prerrequisitos para que otros pudieran replicar exitosamente esta experiencia.

El politólogo amaba repetir que “el interés nacional no crece en los arboles”.[43] En otras palabras, en el momento de preguntarse el porqué de la conducta de un gobierno, no consideraba útil reducirlo a una “caja negra”, misteriosamente provista de una racionalidad apta para calcular sus intereses objetivos y, en base a ellos, guiar su actuación. Cada gobierno, acorde a su visión, estaba conformado por un conjunto de intereses concretos, expresados por grupos, sectores productivos, organizaciones, representantes de intereses, partidos políticos e individuos que actuaban en el marco común de una serie de ideas e instituciones, que se comunicaba entre sí y negociaba la persecución de sus intereses internamente y más allá de las fronteras nacionales. Si, en el curso de dichas actividades, algunos de estos grupos o individuos cesaban de identificarse enteramente a sí mismos y a su futuro bienestar con su gobierno nacional y desplazaban sus lealtades, expectativas y actividades políticas hacia un nuevo sistema supranacional, se pondría en marcha un proceso de integración política. La prueba de su existencia sería la predisposición de los actores a enfrentar sus eventuales crisis sin secesiones o revueltas, sino con soluciones negociadas a nivel del nuevo sistema, aun si estas comportaran el fortalecimiento de sus instituciones centrales.[44]

El interés de Haas en la integración latinoamericana era entonces “científico”:[45] en particular, quería verificar si las variables desarrolladas en su estudio sobre la CECA le permitirían explicar y, entonces, predecir, según el método riguroso de las ciencias exactas[46], la aparición y la fortuna de otras instancias de integración. A diferencia de las ciencias exactas, sin embargo, las variables de Haas no eran extraídas de una teoría, sino de “generalizaciones empíricas” o sea derivadas (inducidas) de la observación de las dinámicas que habían caracterizado los primeros años de actividad de la CECA.[47] El pasaje entre observaciones empíricas y variables, claro está, no se podía cumplir sin adherir a un modelo de funcionamiento de la sociedad que, en el caso de Haas, se inspiraba en algunos elementos del funcionalismo estadunidense, tal como el carácter industrial de la economía, el pluralismo del sistema político y la naturaleza utilitaria de las relaciones sociales vigentes.[48] Esta estilización, inspirada en lo que algunos suponían ser el funcionamiento de la sociedad norteamericana, no estaba exenta de críticas, no solo por su distanciamiento de la realidad de los mismos Estados Unidos, sino por su intento prescriptivo, que salió a relucir con particular énfasis en la fase histórica sucesiva a la revolución cubana de 1959. En aquel entonces, esta visión formó las bases de aquellas “recetas” para el crecimiento que pretendían indicar a los países “de la mitad sureña del mundo” (southern half of the world)[49] modelos de modernización alternativos al socialismo real y a todas las gamas posibles de su adaptación a las realidades latinoamericanas.[50]

Haas reformuló algunas veces las “condiciones previas” (background conditions), descubiertas a lo largo de su investigación sobre la CECA. En particular, en su estudio comparativo llegó a diferenciarlas según las fases del proceso de integración.[51] Más modesto, en el mencionado prólogo, Haas hizo mención a un escueto listado “homogeneidades estructurales” cruciales (que primarían, a su parecer, sobre todo tipo de unidad lingüística, cultural y religiosa), o sea: 1. una sociedad pluralista (a nivel de ocasiones de participación política, afiliación a grupos para hacerlo, partidos políticos y movilidad social); 2. cierta comunión en la visión del futuro de los principales grupos dirigentes, definida en términos de semejanza funcional de los gobiernos en cuanto a, por ejemplo, el papel de las fuerzas armadas o de los sindicatos; y 3. la burocratización de las tomas de decisión.[52]

En resumidas cuentas, Haas estaba convencido de que, en Europa, “el impulso fundamental [hacia la integración] provino de los objetivos económicos convergentes, imbricados en la vida burocrática, pluralista y industrial de la Europa moderna”. Quienes hicieron avanzar el movimiento continuaba “fueron el técnico economista, el planificador, el industrial innovador y el sindicalista, no el político, el erudito, el poeta o el escritor”.[53]

A pesar de la ausencia o escasa presencia de dichas precondiciones, los gobiernos podrían alcanzar resultados valiosos en caso de disponer de “equivalentes funcionales”, o sea elementos que pudieran “realizar para la integración regional (latinoamericana) las funciones desempeñadas en Europa por las burocracias nacionales, los grupos pragmáticos de intereses, el gobierno parlamentario y la tecnocracia supranacional”.[54]

En sucesivas reelaboraciones teóricas, Haas abandonó la idea de los equivalentes funcionales y prefirió mencionar, más modestamente, tres características que ayudarían al proceso integrativo, a pesar de la presencia o no de la citada homogeneidad estructural. Esas se referían a la existencia, primero, de actores con motivaciones instrumentales (versus pasión ideológica); en segundo lugar, de elites adaptables en sus estrategias según lo sugirieran sus funciones y sus propios intereses; y, por último, de un decision-making incremental prevalente respecto al grand design. [55]

Sobre la base de la constatación de la escasa presencia de estas características, y, a pesar de que Rostow, en su manifiesto, hubiera puesto a México y Argentina entre los países que habían completado el take-off y a Brazil y Venezuela en el camino de hacerlo; Haas, hasta el final de su vida, se demostró pesimista sobre el futuro de la integración latinoamericana.[56]

El prólogo a la traducción de su Uniting of Europe ofrece también otros motivos de interés, ya que contiene una alusión crítica al concepto que lo había hecho famoso, el de spill over (derrame), según el cual la profundización del proceso de integración, dada la existencia de las precondiciones enumeradas, adquiriría cierta automaticidad. Haas se encontró escribiendo en el medio de “la crisis de la silla vacía”, durante la cual los representantes del gobierno francés se abstuvieron de los trabajos de las instituciones comunitarias, obstaculizando su funcionamiento. Haas, contra sus mismas tempranas intuiciones, interpretó la crisis como prueba de que la presencia de un líder carismático con tendencias nacionalistas lograría contrastar con eficacia los mecanismos de spill-over sobre el cual se basaba su optimismo originario y que “los procesos incrementales, debido a que reposan sobre intereses pragmáticos, están siempre sometidos a posibles inversiones”.[57]

Este inesperado interés de Haas por los líderes y por la alta política lo llevó a una importante puntualización en lo que respeta al papel de CEPAL. Sin desconocer la importancia del papel intelectual de Prebisch en ampliar el espectro de los intereses de CEPAL a la integración regional para perseguir con más eficacia “sus proyectos originales y preferidos, o sea la industrialización y la independencia económica de Europa y de los Estados Unidos”[58], Haas, en el prólogo muchas veces mencionado, hizo hincapié en la importancia de crear vinculaciones entre “técnicos” y líderes políticos. Al lamentar esta ausencia en América Latina, Haas no identificaba su causa, como lo había hecho Prebisch anteriormente, en la tendencia a preferir recetas de proveniencia extranjera[59], sino en la naturaleza misma de la labor de CEPAL, “política e ideológica, más que funcional e incremental”.[60]

Es preciso subrayar a esta altura que, cualquiera sea la interpretación de las dramáticas circunstancias que acompañaron la llegada al poder del general de Gaulle en 1958, el régimen que surgió en Francia se mantuvo en el álveo de las tradiciones republicanas francesas, aun bajo un nuevo sesgo presidencialista. Por el contrario, los cambios de régimen que caracterizaron a muchos de los estados partes de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) a partir del golpe contra el gobierno democrático de João Goulart en Brasil en 1964 (o sea, antes de que el ALALC pudiera dar sus primeros frutos) marcaron rupturas dramáticas del orden democráticos de dichos países. Al parecer, estas “condiciones previas” escaparon a la mirada de Haas, quien, aun experimentando en su propia piel el régimen dictatorial de Hitler, no pensó quizás posible su reaparición, bajo otras formas y circunstancias, en las latitudes latinoamericanas.

4. Hirschman: un espíritu libre y comprometido

A este problema fue siempre sensible, al revés, Hirschman, quizás por vivir, durante su primera estadía latinoamericana, las graves conmociones de Colombia conocidas como La Violencia, sucedidas por el golpe militar de Gustavo Rojas Pinilla en 1953.[61]

No hay que olvidar, además, que Hirschman, a partir de la guerra civil española, en la cual participó como voluntario del lado republicano, había tomado parte en sendas actividades de resistencia y lucha contra los regímenes nazifascistas y sus aberrantes políticas persecutorias. En lo que se refiere al tema específico de la integración, su investigación sobre los intentos hitlerianos de “integrar” Europa lo había alertado sobre el peligro de que esta, bajo la batuta de dictadores, pudiera transformarse en instrumento de dominación.

Su empeño político, sin embargo, no se tradujo en una militancia partidaria, sino en un afán individual hacia la búsqueda de soluciones para distintos problemas políticos sobre la base de herramientas de comprensión desarrollados gracias a una aguda capacidad de empatizar con la realidad, más que gracias a teorías.[62] En su opinión, este sería “el ideal micro fundamento de una sociedad firmemente anclada en la democracia.”[63]

Específicamente, nunca pensó, como sí lo hizo Haas, que “la predicción [fuera] una forma apropiada de evaluación para juzgar la utilidad de una análisis de ciencia social”: en su opinión, el solo hecho de que este análisis nos brindara una mejor comprensión de un proceso social, aunque no lograra añadirle predictibilidad al proceso mismo, lo justificaría.[64]

Sobre estas bases metodológicas, Hirschman empezó a ocuparse de América Latina, identificando en el desarrollo su desafío primordial. Llegó a Colombia con su familia en 1952 y trabajó dos años en calidad de asesor del Consejo Nacional de Planificación y dos más como consultor privado. El Consejo había nacido por sugerencia del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, que había instalado en el país una misión bajo el mando del estadounidense Lauchlin Currie, conocido personaje de las viejas administraciones Roosevelt. El BIRF, que recomendó a Hirschman como posible consultor del Consejo, era autor de una formula tríadica para adelantar el desarrollo de los países receptores de su ayuda: nuevas leyes, instituciones perfectas y planificación de largo plazo.[65]

A lo largo de su estadía, sobre la base de consideraciones teóricas y de experiencias personales, Hirschman maduró un sólido rechazo hacia todo tipo de solución global one size fits all para los problemas que acuciaban a Colombia y a los demás países latinoamericanos. Pensaba, más bien, que el desarrollo pudiera derivar de la puesta en marcha de ciertas secuencias, desencadenadas por iniciativas o inversiones puntuales en sectores idóneos para promover una amplia gama de producciones cercanas (backward and forward linkages). Creía también en la necesidad de tomar en cuenta los rasgos culturales de una sociedad al momento de promover la adopción de todo avance tecnológico, tanto en temas de adopción de nuevas maquinarias como de organización del trabajo. [66]

Después de su regreso a los Estados Unidos en 1956, no abandonó su interés por América Latina, que abonó con visitas e investigaciones –atraído, al mismo tiempo, por las experiencias de ayuda al desarrollo en Asia y África. Como él mismo bromea en uno de sus escritos, su compromiso con América Latina duró dieciocho años y tres libros[67], a los cuales hay que añadir una colección de ensayos breves sobre la región, publicada en 1970 con el hermoso título de A Bias for Hope, y una serie de textos incluidos en una recopilación de 1981 sobre las relaciones entre economía y política, Essays in Trespassing. Todo indica que América Latina fue una de las pasiones de su vida.

En esta región, Hirschman aportó su experiencia previa como jefe de la sección Europa Occidental de la División Investigación y Estadística del Federal Reserve Bank (FRB). De este lugar privilegiado, el autor había asistido a los países europeos en su tarea de reconstrucción, llevada a cabo en un contexto de estrecha cooperación entre ellos y de respaldo financiero estadounidense (por medio del Plan Marshall). De hecho, se ensimismó con Europa y su temprano proceso de integración económica al punto de apartarse de las posiciones de la FRB, preocupada de que la European Payments Union (EPU), puesta en marcha por los europeos para reactivar su comercio en presencia de escasez de dólares, llevara a la constitución de un bloque regional contrario a la visión librecambista de algunos sectores de la administración estadounidense. Hirschman, por el contrario, concebía la reactivación del intercambio de los países europeos como premisa necesaria para adelantar la convertibilidad de sus monedas y paso previo a la constitución de una unión aduanera que mejorara la división del trabajo a nivel regional e incrementara así la competitividad de su sistema productivo. Solo así se podría prefigurar una apertura de Europa a una competencia internacional subordinada al avance social de sus pueblos y no el contrario.

El éxito de la integración europea, escribía Hirschman en 1950, se tendría que reflejar en la revitalización del espíritu emprendedor y “de la sociedad europea-occidental” en toda su complejidad, más que en los beneficios puntuales del aumento de tamaño de algunas de sus industrias[68]: Hirschman, como vimos, siempre fue partidario de una Europa unida antes que de la integración como medida de política económica.[69]

Hirschman pensaba que, al contrario de lo ocurrido en Europa, el Mercado Común latinoamericano no había sido pensado para “mejorar la eficiencia económica, la organización y la política” a nivel continental, o sea, por ejemplo, para mejorar el nivel de la productividad de las industrias ya existentes gracias a la competencia continental ni para ponerle un límite a “las políticas económicas nacionales desacertadas”. Era más bien una medida para “conjurar la desaceleración del crecimiento económico en América Latina”, frente a los límites de la política de sustitución de importaciones.[70] Hirschman no estaba convencido de que agrandar el mercado fuese necesariamente una buena receta para la región, ya que las economías de escala serían medios útiles de modernización en pocos ámbitos de producciones básicas e intermedias y no en otros esenciales para el desarrollo de algunos países latinoamericanos, como las maquinarias y los equipamientos.[71]

Hirschman, además, tenía cierta alergia por las teorías que trataran de argumentar la validez de la integración y prever la probabilidad de su éxito con la ayuda de criterios puramente económicos, y nunca se cansó de indagar en los componentes políticos de toda actividad económica. Este tipo de estrategia intelectual lo llevó a resultados contra intuitivos de gran utilidad para la comprensión de algunos fenómenos asociados a los procesos de integración. Fue así, por ejemplo, que logró persuasivamente criticar la utilidad de la teoría de las uniones aduaneras de Jacob Viner, que suponía la posibilidad de evaluar con anticipación su “bondad” en términos de creación (versus desvío) del comercio. Según Hirschman, el hecho de que una unión llevara a la creación de comercio (trade-creating effect) no garantizaba ni su puesta en marcha ni su éxito: lo que parecía ventajoso en términos económicos (la creación de comercio) podría revelarse negativo en términos políticos, ya que los supuestos beneficios ocurrirían en el futuro (nada de tangible, entonces) y serían repartidos entre muchas empresas y todos los consumidores. Por el contrario, el hecho de desviar el comercio, o sea aumentar el mercado para los productos internos más caros frente a aquellos (menos costosos) de otros países, crearía ineficiencias económicas pero, al mismo tiempo, ventajas inesperadas para los grupos, reducidos y resueltos, que podrían aprovechar de esta oportunidad. Estos grupos, por ende, serían llevados a convertirse en empresarios políticos de dicha integración –como lo hicieron, por ejemplo, los productores de cereales y carne en Europa.[72]

Por otro lado, algunas de sus intuiciones, desarrolladas para entender otros ámbitos de acción humana, les sirvieron a los estudiosos de integración para adelantar interpretaciones revolucionarias de su proceso. Por ejemplo, las ideas expuestas en su magistral libro Voice, Exit and Loyalty fueron utilizadas por el original jurista Joseph Weiler para explicar la paradoja europea de tener un sistema jurídico supranacional y un sistema político intergubernamental.[73] En particular, Weiler interpretó la acción diplomática de Charles de Gaulle y sus pedidos de “más voz” en las instituciones europeas a lo largo de “la crisis de la silla vacía” como la reacción de alguien “leal” políticamente a las Comunidades Europeas, al verse excluidas las vías de escape legales a raíz del activismo federalista del Tribunal (basta pensar en el principio de la primacía del derecho comunitario). El compromiso de Luxemburgo, brindándole a cada gobierno la posibilidad de bloquear cualquier decisión tomada por mayoría invocando intereses nacionales vitales[74], vendría entonces a equilibrar del lado político lo que los Estados habían perdido desde un punto de vista jurídico. Mostraría, al contrario de lo que pensaba Haas, la lealtad de Gaulle a la integración, más que su disgusto, ya que, al prevalecer este último, de Gaulle habría sencillamente abandonado las Comunidades.

De acuerdo con Hirschman, no había sido de Gaulle quien frenaba la profundización del proceso de integración, sino el simple hecho de que, “en el contexto de auge económico europeo, ininterrumpido y rápido, las presiones hacia la armonización de las políticas económicas no eran tan imperiosas como podría haber parecido a priori. Se había creído que estas presiones resultarían de un más alto nivel de competencia debido a la liberalización arancelaria y de la consecuente situación precaria de muchas firmas y sectores en ámbito nacional. Pero esto valdría para una economía estacionaria en la cual los efectos de la creación de comercio a partir de una unión aduanera llevarían a una dolorosa reasignación de recursos. Pero en un ambiente de crecimiento generalizado, muy pocas firmas se percibirían, o más bien serían, realmente amenazadas y, por lo tanto, no estarían interesadas en pasos ulteriores hacia la equiparación de las condiciones de la competencia.”[75]

5. Conclusiones

La riqueza de los temas de reflexión despertados de una lectura, aun sintética, de estos autores no deja espacio para una conclusión unitaria. Pero, compartiendo la preocupación de Hirschman por el recurrente desliz hacia el autoritarismo en las tierras latinoamericanas y partiendo de la observación de Uri (y otros) de que la América Latina de los años cincuenta y sesenta no tenía solo que reconstruir, sino revolucionar, su sistema de producción y relaciones de poder vinculadas a su inserción internacional, no cabe duda de que el camino hacia la integración tendría márgenes muy estrechos.

Cuando Haas decidió explorar si sus generalizaciones empíricas valían para América Latina, tenía un convencimiento: pensaba que la propensión de las sociedades modernas hacia la integración sería mayor que en las demás. Había una especie de premisa implícita en su formulación: que los países, para aspirar a la integración, tendrían, ante todo, que modernizarse según las líneas del funcionalismo estadounidenses. Analizar América Latina no le sirvió para cambiar su convencimiento. Ni le sirvió para alertarlo sobre lo que considero la más importante debilidad de su modelo: su carácter estático. Si ciertos rasgos de modernidad social y política eran, tal como argumentaba Haas, la premisa necesaria de la integración, no hay duda de que, inversamente, la integración fue también, para Europa, un elemento crucial de la modernización de sus países.[76]

Entonces, si es verdad que América Latina no estaba conformada por sociedades modernas en el sentido del funcionalista norteamericano (personalmente, pienso que ni Europa lo estaba), quizás la integración podría haberle brindado un espacio para elaborar su propia vía hacia el desarrollo. En esto estaban metidos los gobiernos reformistas moderados en el momento de la conformación de la primera integración –en Argentina, Brasil y Chile, solo por nombrar algunos. El tema es que esta modernización no saldría de los libros, sino de las negociaciones y peleas entre clases sociales, entre partidos políticos, entre representaciones gremiales y patronales, entre civiles y militares, entre multinacionales e industrias nacionales, en fin, entre actores con diferentes grados de arraigo interno y externo a cada país. En la mirada de sus padres fundadores, la integración latinoamericana tendría que encauzar esta dinámica en sentido progresista. Los cambios políticos que caracterizaron el contexto de los años sesenta, con el trasfondo de las esperanzas y ansiedades despertadas por la revolución cubana, frenaron esta posible trasformación y, con ella, la integración tal cual había sido pensada por CEPAL.

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Notas

1Agradezco a Luciana Gil por una lectura atenta, formal y sustancial, del texto, que no me exime de la plena responsabilidad de sus contenidos.

2Pierre Uri, Développment sans dépendence, Paris, Calmann-Lévy, 1974, p. 234.

3 Ernst B. Haas, "The Study of Regional Integration: Reflections on the Joy and Anguish of Pretheorizing", en International Organization, vol. 24, n. 4, Autumn 1970, pp. 607-46, esp. p. 608.

4Albert Hirschman, “La svolta autoritaria in America Latina e le sue possibili spiegazioni economiche”, en Luca Meldolesi (ed.), Albert Hirschman. Tre continenti. Economia politica e sviluppo della democrazia in Europa, Stati Uniti e America Latina,Torino, Giulio Einaudi Editore, 1990, pp. 105-138, esp. p. 131.

5A. Hirschman, "Ideologies of Economic Development in Latin America", en Id. (ed.), Latin American Issues. Essays and Comments, New York, The Twentieth Century Fund, 1961, pp.3-42, esp. pp. 40-41.

6La Europa nazista fue concebida y, en parte, organizada a lo largo de la Segunda Guerra Mundial en una serie de círculos concéntricos, cuyo núcleo central era representado por el Reich alemán y los territorios formalmente incorporados en ello; en este Lebensraum,cuya amplitud cambió según el éxito de las operaciones militares, se puso en marcha una planificación a nivel continental basada en la especialización productiva de cada zona.

7Hirschman, provocadoramente, consideraba que estas sus viejas intuiciones habían de algún modo anticipado la teoría de la dependencia; A. Hirschman, “Beyond asymmetry: critical notes on myself as a young man and on some other old friends”, en Id., Essays in Trespassing. Economics to politics and beyond. Cambridge, Cambridge University Press, 1981, pp. 27-33, esp. 27-28. El libro al cual se refiere el texto es A. Hirschman, Power and the Structure of Foreign Policy, Berkeley and Los Angeles, California University Press, 1945.

8 Conversations with History, Science and Progress in International Relations, Interview made by Harry Kreisler to Ernst Haas, the Institute for International Relations, the University of California at Berkeley, February 2002; disponbile en https://uctv.tv/shows/Science-and-Progress-in-International-Relations-with-Ernst-Haas-Conversations-with-History-6223.

9John Gerard Ruggie, Peter J. Katzenstein, Robert O. Keohane, and Philippe Schmitter. "Transformations in World Politics: The Intellectual Contributions of Ernst B. Haas", en Annual Review of Political Science, vo. 8, n. 1, 2005, pp. 271-96, esp. p. 290.

10Esta definición de integración política, una de las más claras propuesta por Haas, es en realidad posterior a la obra citada; se encuentra en E.Haas, “The Study of Regional Integration…”, cit., p. 610.

11Pierre Uri, with Nicholas Kaldor, Richard Ruggles, and Robert Triffin, A Monetary Policy for Latin America, New York, Frederick Praeger, 1968; el interés de Uri para el tema del desarrollo es al origen de su texto de 1974, Développment sans dépendence, cit.

12 Historical Archives of the European Union (HAEU), Firenze, Oral history project, EUI interviews collection, Interview made by Richard Griffith to Pierre Uri, INT 003, 9-11 de enero de 1989, p. 62. Los mismos HAEU albergan los papeles privados de Uri, donde se documenta su colaboración con las tres comisione de la ONU; el inventario se puede descargar en https://archives.eui.eu/en/fonds/189669?item=PU.

13Max Weber, “La política como profesión [1919]”, en Id., El sabio y la política, Córdoba, Encuentro Grupo Editor, 2008, pp. 75-169, es p. 107.

14Para la CGT unitaria escribió, entre otros, un plan para la reforma fiscal; véase HAEU, Oral history proyect, Jean Monnet, Statesman of Interdependece, Interview made by François Duchêne to Pierre Uri, INT 529, 22/4/1988, pp. 2-4.

15Véase la introducción al inventario de sus papeles privados, en el sitio web de los HAEU.

16“(…) mon ralliement à l’idée de Marché commun, idées qui me paraissait un peu fou, doit beaucoup aux explications que me donna Uri (…)” ; Jean Monnet, Mémoires, Paris, Fayard, 1976, pp. 472-73 (el libro ha sido traducido como Memorias,Madrid, Instituto Universitario de Estudios Europeos -Universidad San Pablo- y Ediciones Encuentro, 2010). Más que considerar la energía atómica como un sector industrial más, Monnet, como muchos en aquel tiempo, veía en ella el núcleo de una nueva revolución industrial que dejaría atrás el carbón como fuente energética.

17Como él mismo reconoce al final de sus memorias y como el prologuista de la traducción en castellano, José María Gil-Robles Gil-Delgado, remarca en sus palabras; Ibidem, p. 6.

18J. Monnet, op. cit., p. 309. También Robert Marjolin, figura central en las negociaciones del tratado de Roma, habló de su “imaginación constructiva”: Robert Marjolin, Le travail d’une vie. Mémoires 1911-1986, Paris, Robert Laffont, 1986, p. 296.

19Interview made by François Duchêne to Pierre Uri, p. 60.

20Interview made by François Duchêne to Pierre Uri, p. 29.

21 Ibidem, p. 30 e p 61.

22Ibidem, p. 68; el texto del documento se encuentra disponbile en HAEU, Fond Pierre Uri, PU-53, “Note sur l’intégration économique générale d’après l’expérience de la Communauté Européenne du Charbon et de l’Acier”, Bruxelles, 27 juillet 1955, document n.65. Para su versión electrónica, https://archives.eui.eu/en/fonds/189792?item=PU-53.

23Este original arreglo es prueba del grado de fragmentación política del gobierno holandés en aquel entonces –lo que brindó a Beyen, figura excepcional de banquero cosmopolita, un amplio espacio de poder personal en las negociaciones.

24Paul-Henri Spaak, Combats inachévés, tomo II, Paris, Fayard, 1969, p. 64 [trad. al castellano: Combates sin acabar, Madrid, Espasa-Calpe, 1973]. Confirman esta declaración las memorias de Monnet; J.Monnet, op. cit., p. 495.

25Interview made by François Duchêne to Pierre Uri, pp. 104-105; otras instancias del mismo concepto se encuentran en la p. 93.

26Es él mismo quién revela, aun elusivamente, este detalle, al escribir que “Raúl Prebisch appela comme consultant l’un de ceux qui avaient contribué à la mise sur pied successive des Communautés européennesˮ ; véase P. Uri, op. cit., p. 233. Una rápida mirada a los archivos de la CEPAL despeja cualquier duda, ya que allá se encuentra, en versión digitalizada, un documento escrito por él, “restricted for internal use only”, fechado 20 de enero 1958, que tiene como título “Sugestiones sobre el mercado regional latinoamericano”; el documento se encuentra disponible en versión digitalizada en https://repositorio.cepal.org/handle/11362/18303. Idéntico documento, en inglés y francés, junto con un informe sobre la sesión del Grupo de Trabajo sobre el Mercado Regional Latinoamericano donde fue discutido, se encuentra entre los papeles privados de Pierre Uri en los HAEU.

27P.Uri, op. cit., pp. 233-234. Uri siempre mostró cierta debilidad (difundida entre muchos otros testimonios de todo evento histórico) por atribuirse la paternidad de los sucesos evocados. A su favor hay que decir que, en ámbito europeo, como hemos visto, esta propensión resulta justificada por su comprobada influencia en sendas circunstancias.

28Las exportaciones de productos primarios, en las cuales se habían especializado los países latinoamericanos (y de las cuales dependían para conseguir fondos con que pagar las importaciones necesarias para alimentar su producción) estaban sujetas a una gran inestabilidad. Uri aludía, aun sin mencionarla directamente, a la inestabilidad debida a las fluctuaciones de los precios a nivel mundial y a la reducida demanda en esos sectores por parte de los países industrializados a partir de la Segunda Guerra Mundial.

29Esta debilidad, aguda en la Europa de la posguerra, había sido en parte resuelta en aquel continente gracias al plan Marshall, al cual Uri no hacía mención.

30La traducción ha sido revisada por la autora, en base al original, ya que la versión castellana deja que desear en algunos pasajes.

31 Noticias extraídas de “Bases para la formación del mercado regional latinoamericano, Informe de la primera reunión de Grupo de Trabajo”, Santiago, 11 de febrero de 1958. https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/18306/S5800426_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y. La documentación básica sobre el origen del Tratado de Montevideo, incluida en las “Bases…”, introducida por un largo informe de la Secretaría Ejecutiva de CEPAL, se encuentra en Naciones Unidas, El Mercado Común latinoamericano, México D.F., 1959. El listado de los documentos discutidos en la primera reunión del grupo de trabajo, donde se menciona el informe de Uri, está en la p. 30.

32Prebisch continuaba, con un guiño a Keynes, “La discusión doctrinaria, no obstante, dista mucho de haber terminado. En materia económica, las ideologías suelen seguir con retraso a los acontecimientos o bien sobrevivirles demasiado. Es cierto que el razonamiento acerca de las ventajas económicas de la división internacional del trabajo es de una validez teórica inobjetable. Pero suele olvidarse que se basa sobre una premisa terminantemente contradicha por los hechos. Según esta premisa, el fruto del progreso técnico tiende a repartirse parejamente entre toda la colectividad, ya sea por la baja de los precios o por el alza equivalente de los ingresos. Mediante el intercambio internacional, los países de producción primaria obtienen su parte en aquel fruto. No necesitan, pues, industrializarse. Antes bien, su menor eficiencia les haría perder irremisiblemente las ventajas clásicas del intercambio.”

33Una versión electrónica del documento, sin fecha, se encuentra en https://www.cepal.org/sites/default/files/publication/files/40010/prebisch_desarrollo_problemas.pdf.El documento fue reproducido en Desarrollo Económico, vol. 26, n.103, octubre-diciembre 1986, pp. 479-502, con una nota editorial que explicaba, entre otras cosas, que el trabajo había aparecido por primera vez en 1950 en inglés; Ibidem, p. 479.

34 “Bases para la formación del mercado regional latinoamericano, Informe de la primera reunión de Grupo de Trabajo”, cit., p. 23.

35E. B. Haas, "The Study of Regional Integration: Reflections on the Joy and Anguish of Pretheorizing", cit..

36Se trata del largo prólogo contenido en E. B. Haas, Partidos políticos y grupos de presión en la integración europea, Buenos Aires, INTAL, 1966. Para el original, Id., The Uniting of Europe: Political, Social and Economic Forces, 1950-1957,Notre Dame, Notre Dame Press, 1958. El prólogo fue publicado en una version inglés, con algunas variaciones, como Id., "The Uniting of Europe and the Uniting of Latin America", en JCMS: Journal of Common Market Studies, vol. 5, n. 4, 1967, pp. 315-43.

37La investigación fue llevada adelante con el apoyo financiero de la Rockefeller Foundation y del Institute of International Studies of the University of California (Berkeley), donde Haas trabajó toda su vida, después de recibir su doctorado en Columbia University; E. B. Haas and P. Schmitter, "Economics and Differential Patterns of Political Integration: Projections About Unity in Latin America", en International Organization, vol. 18, n. 4, 1964, pp. 705-737, esp. 705.

38Peter M. Haas, John Gerard Ruggie, Philippe Schmitter, Antje Wiener, “New Introduction”, en E.B. Haas, Beyond the Nation State: Functionalism and International Organization, Wivenhoe Park, Colchester, ECPR Press, 2008 (I ed. 1964), pp. 1-16, esp. pp.1-2. Este episodio se encuentra citado también en Andrés Malamud, "Latin American Regionalism and EU Studies", en Journal of European Integration, vol. 32, n. 6, November 2010, pp. 637-57, esp. 637.

39Aunque este último se limitaría en gran parte a observaciones descriptivas (al contrario del intento analítico presente en los análisis de Haas) y ampliaría su esfera de estudio a una serie de instancias de regionalismo, cooperación regional y organizaciones regionales que Haas excluía de sus análisis, por no tratarse, según él, de integración; véase E. B. Haas, "The Study of Regional Integration:”, cit., p. 610. La precocidad del comparatismo de Haas es reconocida por Walter Mattli, aunque el autor se concentre más en sus debilidades que en sus fortalezas; Walter Mattli, "Ernst Haas's Evolving Thinking on Comparative Regional Integration: of Virtues and Infelicities", en Journal of European Public Policy , vol. 12, n. 2 , April 2005, pp. 327-48. Para algunas pertinentes observaciones sobre el Regionalismo Comparado, Daniela Perrotta, "El campo de estudios de la Integración Regional y su aporte a las Relaciones Internacionales: una mirada desde América Latina", en Relaciones Internacionales (Universidad Autónoma de Madrid), n. 38, junio-septiembre 2018, pp. 9-39, esp. pp. 17-18.

40Insisten en este punto J.G. Ruggie, P.J. Katzenstein, R.O. Keohane, and P. Schmitter, art. cit., pp. 274-275.

41 Ibide274.

42 Ibidem, p. 275.

43P. M. Haas, J. G.Ruggie, P. Schmitter, A.Wiener, “New Introduction”, cit., p.9.

44E.B. Haas, The Uniting of Europe: Political, Social and Economic Forces, 1950-1957, cit., p.16. Según un habitus propio del autor, Haas revisaría notablemente esta definición, hasta llegar a refutar su validez en 1970; E.Haas, “The Study of Regional Integration…”, cit., p. 610, nota 5.

45Ibidem, p. 613.

46Que definiría, en uno de sus ensayos, con las siguientes palabras: “If a certain number of variables are present in sufficient strength, then integration in area X will occur”; Ibidem, p. 610.

47 Ibidem, p. 609. Ciertos indicios de arrepentimiento para tratar de sacar de la experiencia europea generalizaciones de carácter universal se encuentra en Ibidem, p. 622.

48Interesantes observaciones sobre este punto se encuentran en Ben Rosamond, “The Uniting of Europe and the Foundation of EU Studies: Revisiting the Neofunctionalism of Ernst B.Haas”, en Journal of European Public Policy, vol. 12, n.2, pp. 237-254.

49Como púdicamente los definió Walter Rostow en su famoso texto de 1961; Walter Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifesto, London, Cambridge University Press, 1961, p.126.

50“The argument of this book” reconocía Rostow en las páginas finales de su manifiesto, “has thus far assumed that it is useful, as well as roughly accurate, to regard the process of development now going forward in Asia, the Middle East, Africa and Latin America as analogous to the stages of preconditions and take-off of other societies, in the late eighteenth, nineteenth and twentieth centuries.”; Ibidem, p.139. El perspicaz autor se preguntaba retóricamente si este procedimiento sería “correcto”, pero no perdía mucho tiempo en sentenciar que sí, ya que, al final, “las elecciones políticas” incumbían a los países –y lo que les estaba brindando él eran solamente sabias sugerencias.

51 Además de las “background conditions” (que se referían a las diferencias en tamaño de las economías que se iban a integrar, al grado de intercambio existente entre ellas, al carácter del pluralismo de sus sociedades y a la complementariedad entre sus elites nacionales), se nombran “conditions at the time of the economic union” (las finalidades de los gobiernos y los poderes de la unión) y las “process conditions” (el estilo de decisión politica, el nivel de intercambios y la adaptabilidad de los gobiernos). El total de los puntajes en cada sector daría la “chance of automatic politization”; E. B. Haas and P. C. Schmitter, art. cit., p. 720.

52 E.Haas, “Prólogo”, en Id., Partidos políticos y grupos de presión…, cit., pp.14-15. Hay cierta diferencia entre la primera enumeración de las variables utilizadas por Haas y sus subsecuentes reelaboraciones para el caso de América Latina. Para una evaluación rápida de estas diferencias, véase E.B.Haas, “Preface [1958]”, en E.B. Haas, The Uniting of Europe: Political, Social and Economic Forces, 1950-1957, cit., p. xxxv y E.B. Haas y P. Schmitter. "Economics and Differential Patterns…”, pp. 711-712 .

53E.Haas, “Prólogo”, en Id., Partidos políticos y grupos de presión…, cit., p. 17.

54Ibidem, p. 9. En otro típico ejemplo de autocrítica, Haas llegó a definir los equivalentes funcionales de “animales mitológicos” (mythical animals); véase E.Haas, “The Study of Regonal Integration…”, cit, p. 631, nota 28.

55Ibidem, p. 627.

56Conversations with History, Science and Progress in International Relations, Interview made by Harry Kreisler to Ernst Haas, cit.; para Rostow, W. Rostow, op. cit., p. 127.

57E. Haas, “Prólogo”, en Id., Partidos políticos y grupos de presión…, cit., p. 25.

58E. Haas and P. Schmitter, “Economics and Differential Patterns….”, cit., p. 734.

59 “Now the task is to promote public discussion and, above all, to gain the ear of political and trade-union leaders. What has to be done is to overcome the ideological poverty that prevails in our countries in this field, the traditional propensity to introduce from abroad nostrums that are largely alien to the real requirements of Latin America's situation”; R. Prebisch, Toward a Dynamic Development Policy for Latin America, New York, United Nations, 1963, p. 14. Texto completo en https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/14892/110_en.pdf?sequence=1&isAllowed=y

60E. Haas, “Prólogo”, en Ibidem, Partidos políticos y grupos de presión…, cit., p. 32.

61Para una aguda reflexión sobre los vínculos entre determinantes económicos y políticos del autoritarismo latinoamericano, véase A. Hirschman, “The turn to authoritarianism in Latin America and the search for its economic determinants”, en Id., Essays in Trespassing. Economics to politics and beyond, cit., pp.98-135.

62A. Hirschman, “Trespassing: Places and Ideas in the Course of a Life”, en Id.,Crossing Boundries. Selected Writings, New York, Zone Books, 2001, pp. 45-110, esp., p. 87.

63A. Hirschman, “Laurea honoris causa al prof. Albert O.Hirschman”, en Id., Albert Hirschman. Tre continenti…, cit., pp. xxv-xxxi, esp. p. xxxi.

64A. Hirschman, “Three uses of political economy in analyzing European integration”, en Id., Essays in Trespassing, cit., pp. 266-284, esp. p. 270.

65A. Hirschman, “Trespassing: Places and Ideas in the Course of a Life”, en Id., Crossing Boundries. Selected Writings, cit., p. 81. He preferido utilizar esta versión en lugar de aquella publicada en español en 1999 porque contiene la traducción del texto original (publicado en italiano en 1994) hecha por el mismo Hirschman, que aprovechó la ocasión para editar abundantemente el original y añadir particularidades interesantes; Ibidem, p.7. Para una comparación entre los dos, véase A.O.Hirschman, A través de las fronteras. Los lugares y las ideas en el transcurso de una vida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999. El primer, exquisito, ensayo sobre su experiencia colombiana, “Economics and Investment Planning: Reflections Based on Experiences in Colombia”, originariamente escrito en 1954, se encuentra en A.Hirschman, A Bias for Hope. Essays on Development and Latin America, New Haven and London, Yale University Press, 1971, pp. 41-62.

66A. Hirschman, The Strategy of Economic Development, Yale, Yale University Press, 1958; véase también Id., “Ideologies of Economic Development in Latin America”, cit., pp.40-42.

67A.Hirschman, “Preface”, en Id., A Bias for Hope…, cit., pp. ix-x, esp. p. ix. Véase también Id., Trespassing…, cit., pp. 81-86. Los tres libros son A.Hirschman, The Strategy of Economic Development, cit.; Id., Journeys Towards Progress. Studies of Economic Policy-Making in Latin America, New York, The Twentieth Century Fund, 1963; Id., Development Projects Observed, Washington, Brookings Institution Press, 2015 (ed. orig. 1967). El material empírico de este último, dedicado a once proyectos del Banco Mundial en los cuales había colaborado, cubría una área geográfica mucho más extensa. Un libro de 1981 reúne algunos ensayos sobre temas tratados en su primer y segundo texto, revisitados a la luz de las investigaciones en otros ámbitos hechas en el curso de los años que lo separan de ellos (principalmente Passions and Interests and Exit, Voice and Loyalty); Id., Essays in Trespassing. Economics to Politics and Beyond, cit. Existe una copiosa bibliografía sobre el empeño intelectual de Hirschman en America Latina; entre ellos, Claudia Sanna, “Albert Hirschman sobre América Latina: teoría y política del desarrollo económico”, en Puente@Europa, vol. XI, n.1, junio de 2013, pp. 24-30; para una bibliografía de los escritos de Hirschman traducidos al castellano (actualizada a 2012), véase, Sin Autor, “Bibliografía de Albert O. Hirschman en castellano”, en Ibidem, pp. 31-32.,

68 A. Hirschman, “Approcci al multilateralismo e integrazione europea”, en L. Meldolesi (ed.), Albert Hirschman. Tre continenti…, cit., pp. 19-34, esp. pp. 33-34.

69L. Meldolesi, “Una passione per il possibile”, en L. Meldolesi (ed.), Albert Hirschman. Tre continenti…., cit., pp. ix-xxi, esp. pp. xiv-xv. Sus figuras de referencia en este ámbito fueron Eugenio Colorni, esposo de su hermana Ursula, y Altiero Spinelli, quien se había convertido en su marido después del fallecimiento de Colorni en manos alemanas pocos días antes de la liberación de Roma; sobre sus vínculos con Spinelli, véase Piero Graglia, “Altiero Spinelli y Albert O. Hirschman entre Europa y América”, en Puente@Europa, vol. XI, n.1, junio de 2013, pp. 19-23.

70A. Hirschman, "Ideologies of Economic Development in Latin America", cit., p.20.

71A. Hirschman, “The Political Economy of Import-Substituting Industrialization in Latin America”, en Id., A Bias for Hope…, cit., pp. 85-123, esp. pp. 103-104.

72 A. Hirschman, “Three uses of political economy…”, cit., pp. 271-272.

73 Joseph Weiler, "The Transformation of Europe", en The Yale Law Journal, vol. 100, n. 8, 1991, pp. 2403-83.

74 “when (…) very important interests of one or more partners are at stake” en el texto original; véase la nota 4 en https://www.cvce.eu/en/education/unit-content/-/unit/d1cfaf4d-8b5c-4334-ac1d-0438f4a0d617/a9aaa0cd-4401-45ba-867f-50e4e04cf272.

75A.Hirschman, “Three uses of political economy in analyzing European integration”, cit., p. 274.

76Sobre la relación entre integración y modernización, me permito señalar Natalie Doyle and Lorenza Sebesta (eds.), Regional Integration and Modernity: Cross-Atlantic Perspectives, Lanham, Lexington, 2014.

Recibido: 25 de Mayo de 2021; Aprobado: 28 de Junio de 2021; : 09 de Julio de 2021

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Historiadora, profesora Jean Monnet ad personam en historia de la integración europea. Profesora de postgrado en varios centros académicos argentinos, como la UBA y el IRI.

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