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Trabajo y sociedad

versão On-line ISSN 1514-6871

Trab. soc. vol.21 no.35 Santiago del Estero dez. 2020

 

 

No sólo con arcabuces conquistaron América

Waldo ANSALDI*

La pandemia del covid-19 ha provocado, entre otras muchas cosas, un buen número de debates    sobre    cuestiones    diversas que    van    desde    la    relación    entre    la destrucción del    medio ambiente y la globalización capitalista hasta el futuro pos pandemia. También ha servido para que algunos llamen la atención sobre pandemias del pasado (desde los tiempos de las antiguas Grecia y Roma), tal como lo ha hecho el historiador español Edmundo Fayanas Escuer, quien las abordó en una muy destacable serie de artículos publicados en el diario digital nuevatribuna.es. Uno de esos artículos, “La pandemia de la viruela del año 1520” (2020), muestra que las enfermedades infecto-contagiosas traídas por los españoles fueron armas más decisivas que las de fuego para explicar la brutal mortandad de la población originaria. Antes de él, también respecto de América, aparecieron tres breves notas periodísticas, una, sin indicación de autor en Infobae (2019), otra de la antropóloga venezolana Ivel Carolina Urbina Medina (2020) y una tercera, también anónima, otra vez en Infobae (2020). No digo que sean las únicas. Son de las que tengo conocimiento.

El papel de las epidemias en la catástrofe demográfica de la población originaria durante el siglo XVI no es, por cierto, una novedad, habiendo sido objeto de estudios desde los campos de la antropología, la demografía histórica, la historiografía y la medicina. Respecto de esta última destaco el del español Agustín Muñoz Sanz, jefe de la unidad de patología infecciosa del Hospital Infanta Cristina de Badajoz y profesor titular de Patología Infecciosa de la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura cuando fue entrevistado por el periodista de la Agencia SINC Guillermo García (2012), como también el previo artículo del chileno Alexis Diomedi Pacheco (2003), de la Unidad de Infectología del Hospital del Salvador, Santiago de Chile.

Aunque no siempre se lo tiene en cuenta a la hora de analizar el proceso de la conquista de América por los europeos, no puede negarse el fundamental papel jugado por las epidemias importadas por los conquistadores, sea por vía directa o por indirecta.

Por cierto, cabe señalar que hubo contemporáneos de aquel proceso que advirtieron tempranamente el impacto demoledor de las enfermedades infecto contagiosas portadas por los conquistadores. Tales los casos de los curas Bartolomé de las Casas y Antonio de Montesinos. La postura de estos sacerdotes contrastó notablemente con la de otros frailes coetáneos, partidarios de la “guerra justa” y la lucha contra los “infieles” (judíos, musulmanes, turcos).

El capital nació “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”, escribió Karl Marx en el muy conocido capítulo XXIV del tomo I de Das Kapital. Y también, como bien sabemos desde él hasta nuestros contemporáneos Immanuel Wallerstein (El moderno sistema mundial) y Aldo Ferrer (Historia de la globalización), con una impetuosa, imparable tendencia a la ocupación planetaria. Los efectos de esa expansión fueron como la ‘Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencia Sociales. Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC). Grupo de Estudios Sociohistóricos de América Latina (GESHAL).

Correo: waldoansaldi@gmail.com apertura de la caja de Pandora. Entre los males, la guerra bacteriológica o la conquista biológica, como la denomina Noble David Cook (2005). Ya se verá más adelante que no se trata de una exageración.

En el acotado espacio disponible para estas notas he de señalar sólo los aspectos más relevantes, dejando de lado polémicas varias para un trabajo de mayor envergadura. Una de esas polémicas fue la relativa al número de habitantes que poblaban América antes de ser América, es decir, al momento de llegada de los conquistadores a partir de 1492. Las cifras máximas y mínimas marcan una diferencia abismal, un desacuerdo insoluble, pues no hay ningún registro preciso del quantum poblacional. En lo que sí hay más acuerdo es que en alrededor de un centenar de años la disminución de la población originaria fue del orden del 85-95%, una catástrofe demográfica, como la llamó certeramente Robert McCaa. El historiador español Francisco Guerra (2008: 273), uno de los notables investigadores de la cuestión, señala acertadamente que sus colegas de oficio no han valorado debidamente el impacto de esas enormes caídas de población.

Inicialmente -pero sólo inicialmente- los conquistadores fueron portadores involuntarios de las viriasis (gripe, viruela, sarampión), para las cuales tenían inmunidad natural por haberlas padecido en su niñez, sostiene Agustín Muñoz Sanz, mientras la condición de los pobladores americanos, en cambio, era de “virginidad inmunológica”, es decir, ausencia de defensas ante las infecciones desconocidas (García, 2012). Esas enfermedades fueron: la influenza (gripe), la viruela, el sarampión, en primer lugar. Pero también la malaria, la fiebre amarilla (que llegaron vía el comercio de esclavos), la escarlatina, la salmonela, la tosferina, las paperas, el tifo exantemático. Por si fuera poco, también fueron portadores de enfermedades contagiosas los ejemplares de fauna de especies euroasiáticas -vacuna, yeguariza, caprina, ovina y porcina-desconocidas en el continente e introducidas tan tempranamente como en 1493, en ocasión del segundo viaje de Cristóbal Colón. Entre los animales, el cerdo fue un importante transmisor, en particular de la gripe o influenza justamente denominada suina, mientras los yeguarizos lo son de la caballar.

Elsa Malvido (2003: 66-67), investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia, de México, los conquistadores añadieron a la “patología natural” americana tres nuevos agentes patógenos: 1. patología biológica, que incluyó pandémicos como viruela, sarampión, tosferina y paperas (1521-1562); 2. Patología bio social, cuyo pandémico fue la peste en sus tres tipos (bubónica, neumónica y hemorrágica); 3. patología social, endémica. Las dos primeras patologías correspondían a enfermedades de origen zoonótico, “ya humanizadas y domesticadas en otros mundos.” Los animales portadores, huéspedes y transmisores fueron las gallinas (varicela), las ratas (pestes, tifo), vacas (viruela) y otros, que no cita en ese párrafo pero son conocidos, como los cerdos y los yeguarizos (influenzas suina y caballar).

La patología social incluye a todas aquellas generadas “por las condiciones sociales y económicas de sobreexplotación que impusieron a los indios, y en general a los pobres; guerra, alcoholismo, suicidio colectivo, negación a la reproducción, desgano vital, hambre, sed, desintegración social, económica y física de sus grupos, formas distintas de explotación de las conocidas anteriormente a la conquista”.

La primera enfermedad traída por los europeos tan temprano como en diciembre de 1493, en ocasión del segundo viaje de Colón, fue la influenza suina, según Guerra (1985) y Muñoz Sanz (Guerra, 2012), o la viruela (Cook, 2003; Malvido, 2003). Cualquiera haya sido, lo incontrastable es el rápido y brutal exterminio de la población de la isla La Española (o Santo Domingo), suplido por los conquistadores con la importación de esclavos africanos a partir de 1510. Téngase en cuenta que la población caribe y arawak fue arrasada en un 90% en apenas veinte años desde la llegada de Colón y sus hombres. A ella contribuyó la epidemia de viruela de 1518. La importación de las piezas de comercio o mercaderías de ébano -eufemismos que utilizaron para disfrazar el comercio de seres humanos reducidos a la condición de esclavitud, tráfico que se prolongó hasta 1873- produjo cambios drásticos en varios planos societales de América. Este infame comercio fue responsable de la introducción en América de la fiebre amarilla, en 1648.

Según Elsa Malvido (2003), la pandemia de viruela introducida en 1493 quedó endémica en el Caribe, afectando a todos los pobladores nativos, y tardó casi cien años en afectar a casi todos los nativos de la Nueva España (México). A México llegó en 1519 y fue decisiva, junto a la disentería y la fiebre tifoidea -lo recuerda Fayanas Escuer (2020)- en la caída de Tenochtitlán (1521) como consecuencia de los estragos que esas enfermedades, sobre todo la viruela, causaron entre los mexicas.

La sífilis fue otra de las enfermedades traídas por los conquistadores. Durante mucho tiempo se sostuvo que fue llevada de América a Europa en el primero o en el segundo de los viajes de Colón, pero ello ya no puede sostenerse sólidamente, aunque la polémica está lejos de saldarse. Agustín Muñoz Sanz, uno de los estudiosos de la cuestión, sostiene que la sífilis probablemente existía en Europa antes de los viajes colombinos.

Apelando a la Historia eclesiástica indiana, escrita en 1596 por el fraile Gerónimo de Mendieta, Guerra (2008: 274) reseña el impacto de las nuevas patologías en la población nativa de México: viruela (1521), sarampión (1531), tabardillo (1545), paperas (1550), una “pestilencia” (1564), nuevamente tabardillo (1576), otra “pestilencia” (1588) y una combo de sarampión, paperas y tabardillo (1595). Guerra resalta, líneas después, el terrible impacto del tifo en 1575-1576. De esta enfermedad existían dos cepas, una, americana precolombina, endémica en México, y otra, europea. La paradoja de ese bienio -que, según él, terminó con la vida de más de dos millones de personas- es que el tifo que mató a tantos mexicanos no era mexicano. Dicho sea rápidamente, el tifo es una de las dos enfermedades -la otra es la bubónica- que los cronistas llamaban “peste”.

El italiano Massimo Livi Bacci, que también destaca el papel de las epidemias en la catástrofe demográfica americana, añade dos elementos de análisis destacables: el “efecto de desplazamiento” y el “efecto de sustracción”, esto es, desplazamiento social y sustracción del patrimonio reproductivo. Destaca la acción de las enfermedades en pocas, contundentes palabras: “ La epidemia en un terreno virgen lo resuelve todo:la viruela puede matar de un solo plumazo a la mitad de la población, el sarampión a una quinta parte y así hasta la saciedad” (LiviBacci, 2003: 33).

En 1520, la viruela llegó a Guatemala y de allí siguió propagándose hacia el sur, llegando a Perú en 1526 o 1528-1529. Su expansión a escala continental y el modo en que los conquistadores la convirtieron en arma, llevó a Alexis Diomedi Pacheco, infectólogo chileno, autor de una minuciosa investigación, a plantear la apelación al recurso de la guerra biológica. Siguiendo la Convención de Armas Biológicas de la Organización de Naciones Unidas, de 1972, entiende por tal “el uso confines hostiles de microorganismos vivos, cualquiera sea su naturaleza, o del material infectante o tóxico derivado de ellos, destinados a causar enfermedad o muerte al hombre, animales o plantas” (Diomedi, 2003: 19). El resultado de su investigación le llevó a identificar tres momentos del proceso de conquista en el que la viruela habría sido utilizada como arma biológica por los europeos.

El primero de ellos fue la conquista de México. Cuando Hernán Cortés inició el asedio final de Tenochtitlán, el 31 de mayo de 1521, la población de la ciudad había sido diezmada por la viruela, introducida por un esclavo africano que integraba las tropas de Pánfilo de Narváez, enviado para apresar, sin éxito, a Cortés (1520). No obstante el impacto de la enfermedad, la ciudad, bajo la dirección de Cuauhtémoc, resistió casi 80 días para caer finalmente.

El segundo momento fue la conquista del Tahuantinsuyo por el ejército de Francisco Pizarro en 1532-1533. Diomedi señala que los capitanes de Pizarro, entre los cuales su hermano Hernando, habían comprobado empíricamente el efecto devastador de la viruela en la población indígena, lo que le llevó a “enviar por delante de sus tropas a soldados o esclavos portando lanzas con lienzos impregnados con secreciones obtenidas de enfermos de viruela; además, cuando levantaban sus campamentos abandonaban las prendas de los enfermos de viruela o las ofrecían a los indígenas locales (2003: 22).

Esa práctica fue utilizada también en el tercer momento, el de la guerra franco-india en la década de 1760. A inicios de la misma, el jefe Ottawa Bwon-Diac (históricamente conocido como Pontiac) se rebeló contra los invasores franceses e ingleses que ocupaban las tierras de los Grandes Lagos y el Medio oeste norteamericano. Logró un armisticio y una alianza estratégica con los franceses en 1763, pero como persistieron los abusos británicos, Pontiac, al frente de una coalición de doce tribus, se opuso a ellos. Entre las acciones bélicas se destacó al asedio a los once fuertes británicos, nueve los cuales cayeron en el lapso de dos semanas de mayo de 1763. En uno de los todavía resistentes, el Pitt, en la confluencia de los ríos Allergheny y Monongahela, se produjo, en junio, un brote de viruela. Fue entonces que Sir Jeffery Amherst, comandante en jefe del ejército británico en América, le escribió al coronel Henry Bouquet un memorando en el cual le preguntaba: “Podría idearse el enviar la viruela a esas tribus de indios descontentos?”. La respuesta, fechada el 13 de julio fue explícita: “Voy a tratar de inocularlos con algunas cobijas que caigan en su poder, teniendo cuidado de no contraer yo mismo la enfermedad”.El 16, Amherst le indica al segundo: “Hará bien con tratar de inocular a los indios por medio de mantas, como también trate de utilizar cualquier otro método que pueda servir para extirpar esa aborrecible raza.” Para entonces, Bouquet, antes de recibir instrucciones al respecto, ya había procedido. En efecto, el 24 de junio había recibido a Corazón de Tortuga y Mamaltee, representantes del pueblo delaware, quienes solicitaron el abandono del fuerte por los británicos, lo que, obviamente, fue rechazado. Ante el fracaso de su misión, los dos delaware decidieron regresar con los suyos, solicitando pertrechos para el viaje. Bouquet le dio, entre otras cosas, un pañuelo de seda y dos mantas de soldados enfermos de viruela. El resultado del regalo fue la epidemia entre la población nativa cercana al Fuerte Pitt, la cual se extendió hasta fines de 1765.

Diomedi (2003: 24) se hace eco de una afirmación de Peter MacLeod, quien ha sugerido “que el ejército británico venía practicando sistemáticamente la propagación de la viruela entre los indios desde 1755”, uno de cuyos efectos fue el brote que en 1767 diezmó a los potawotomis, a la sazón aliados de los franceses en la lucha de éstos contra los británicos por la colonización de América del Norte.

Líneas más abajo, el autor señala que las armas biológicas ya eran parte de las estrategias de guerra europeas. Así, “[e]n 1422 ejército lituano catapultaba cadáveres y excrementos a los defensores de Carolstein (Austria), los españoles en 1495, asu vez, entregaban vino contaminado con sangre de leprosos a sus adversarios franceses.”

Cierro esta breve, apretadísima nota, que es una apelación a una reflexión más extensa y profunda, señalando dos cuestiones que me parecen relevantes, una de las cuales -si no las dos-guarda estrecha relación con lo que está pasando actualmente con la pandemia del covid-19.

En el anexo a estas notas reproduzco una infografía de Marcelo Regalado incluido en el artículo sin firma Infobae (2020). Da cuenta de las veinte pandemias más letales de la historia de la humanidad, desde la peste Antonina, en el siglo II, hasta la actual. Como se apreciará al verla, las dos más terribles, por el número de muertes, fueron la peste negra, en el siglo XIV, y la de viruela en América, en el XVI, con 200 y 56 millones de fallecidos, respectivamente.

Una primera constatación de ese ranking de la muerte es su inserción en lo que Emmnauel Le Roy Ladurie (1988-1989), llamó, inspirándose en Woodrow Borah, unificación microbiana del mundo, concepto con el cual da cuenta de un proceso desarrollado durante los siglos XIV a XVII, lapso en el cual se produjeron aquellas catástrofes demográficas y la menor (3.000.000 de muertos) de las grandes pestes del último de esos siglos. Se trata de una fórmula que “reagrupa y subsume en el interior de un conjunto complejo, pero único, fenómenos aparentemente diversos' tales como las pestes de 1348 en occidente, con sus secuelas exterminadoras de los siglos XIV y XV y aun XVI; y por otra parte, la despoblación en los nuevos mundos, que desembocó en el genocidio microbiano y afectó las poblaciones indígenas durante el siglo XVI y aún más allá.” Su propuesta conceptual apunta a “atraer la atención sobre el más formidable traumatismo que hayan experimentado hasta hoy las masas humanas en América y en Eurasia durante el segundo milenio” (Le Roy Ladurie, 1988-1989: 33-34). Líneas más abajo, destaca: la unificación microbiana del mundo creó un “mercado común de microbios” y “pasó entre 1300 y 1600 (cifras redondas) por una fase especialmente intensa, rápida, dramática y por qué no decirlo, apocalíptica.” Se trató, añade, de un sacrifico de vidas humanas sin comparación con los anteriores, ni los posteriores. La infografía de Regalado lo muestra gráficamente sin margen de duda.

La unificación microbiana del mundo se produjo como parte del proceso de transición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental, por tanto, de la génesis del capitalismo y del Estado -dos procesos éstos entrelazados, como bien ha demostrado Giovanni Arrighi, entre otros-, del comienzo de la expansión del surgente modo de producción a escala planetaria (justamente este año se cumplen 500 de la primera circunvalación del mundo por la expedición de Fernáo de Magalhaes-Sebastián Elcano). No estoy postulando una asociación mecánica, sino una dialéctica entre todos esos procesos. La infografía de Regalado muestra que de las 20 mayores pandemias de la historia de la humanidad, 17 se produjeron bajo el capitalismo. Buscar la relación de ese proceso no es una tarea menor, ni sencilla, pero es necesaria, al menos para los latinoamericanos. En buen parte, porque lo que devino América Latina fue parte fundamental de la formación del mundo moderno, es decir, del mundo capitalista. El oro y la plata, la espada y la cruz, las enfermedades, hayan sido o no guerras biológicas, forman parte del terrible ménage a cinq que nos hizo globalizados. Y así nos va.

(2002-2003)


Fuente: Organización Mundial de la Salud y Enciclopedia Británica ¡nfobae

Infografía de Marcelo Regalado en Infobae (2020)

Trabajo y Sociedad, Núm. 35, 2020

Algunas referencias bibliográficas para eventuales interesades

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Le Roy Ladurie, Emmanuel (1988-1989). “Un concepto: la unificación microbiana del mundo (siglos XIV a XVII”, en Historias, núm. 21, México D.F:, octubre 1988-marzo 1989; pp. 33-69. Disponible en línea en

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LiviBacci, Massimo (2003). “Las múltiples causas de la catástrofe:consideraciones teóricas y empíricas”, en Revista de Indias, vol. LXIII, núm. 227, pp. 31-48.

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Trabajo y Sociedad, Núm. 35, 2020 201

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